Diferencia entre revisiones de «Edad Contemporánea»
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[[Archivo:Turner, J. M. W. - The Fighting Téméraire tugged to her last Berth to be broken.jpg|thumb|300px|Un pequeño y sucio, pero eficaz [[barco de vapor]] conduce al desguace al buque de guerra ''Téméraire''. Sus años de gloria han pasado. (Cuadro de [[J. M. W. Turner]]).]] |
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La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional [[periodización]] histórica de [[Cristóbal Celarius]], que utilizaba una división tripartita en [[Antigüedad]], [[Edad Media]] y [[Edad Moderna]]; y se debe al fuerte impacto que las transformaciones posteriores a la [[Revolución francesa]] tuvieron en la [[historiografía]] europea continental (especialmente la francesa o la española), que les impulsó a proponer un nombre diferente para lo que entendían como estructuras antagónicas: las del [[Antiguo Régimen]] anterior y las del [[Nuevo Régimen]] posterior. Sin embargo, esa discontinuidad no parecía tan marcada para los historiadores anglosajones, que prefieren utilizar el término |
La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional [[periodización]] histórica de [[Cristóbal Celarius]], que utilizaba una división tripartita en [[Antigüedad]], [[Edad Media]] y [[Edad Moderna]]; y se debe al fuerte impacto que las transformaciones posteriores a la [[Revolución francesa]] tuvieron en la [[historiografía]] europea continental (especialmente la francesa o la española), que les impulsó a proponer un nombre diferente para lo que entendían como estructuras antagónicas: las del [[Antiguo Régimen]] anterior y las del [[Nuevo Régimen]] posterior. Sin embargo, esa discontinuidad no parecía tan marcada para los historiadores anglosajones, que prefieren utilizar el término |
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Si se define la [[modernidad]] como el desarrollo de una [[cosmovisión]] con rasgos derivados de los [[valores]] del [[antropocentrismo]] frente a los del [[teocentrismo]] medieval (concepciones del mundo centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de [[progreso social]], de [[libertad individual]], de conocimiento a través de la [[investigación científica]], etc.; entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación e intensificación de todos estos conceptos. Su origen estuvo en la [[Europa Occidental]] de finales del [[siglo XV]] y comienzos del [[siglo XVI|XVI]], donde surgió el [[Humanismo]], el [[Renacimiento]] y la [[Reforma Protestante]]; y se acentuaron durante la denominada [[crisis de la conciencia europea]] de finales del [[siglo XVII]], que incluyó la [[Revolución Científica]] y preludió a la [[Ilustración]]. Las revoluciones de finales del [[siglo XVIII|XVIII]] y comienzos del [[siglo XIX|XIX]] pueden entenderse como la culminación de las tendencias iniciadas en el período precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico se plasmó a partir de entonces en una filosofía muy característica: el [[positivismo]], y en los diversos planteamientos religiosos que van del [[secularismo]] al [[agnosticismo]], al [[ateísmo]] o al [[anticlericalismo]]. Sus manifestaciones ideológicas fueron muy dispares, desde el [[nacionalismo]] hasta el [[marxismo]] pasando por el [[darwinismo social]]; aunque las formulaciones políticas y económicas del [[liberalismo]] fueron las dominantes, incluyendo notablemente la doctrina de los [[derechos humanos]], que desarrollada a partir de elementos anteriores, dio forma a la [[democracia]] contemporánea y se fue extendiendo (como predijo un notable estudio de [[Alexis de Tocqueville]] -''[[La democracia en América]]'', 1835-) hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de [[forma de gobierno]], con notables excepciones. |
Si se define la [[modernidad]] como el desarrollo de una [[cosmovisión]] con rasgos derivados de los [[valores]] del [[antropocentrismo]] frente a los del [[teocentrismo]] medieval (concepciones del mundo centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de [[progreso social]], de [[libertad individual]], de conocimiento a través de la [[investigación científica]], etc.; entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación e intensificación de todos estos conceptos. Su origen estuvo en la [[Europa Occidental]] de finales del [[siglo XV]] y comienzos del [[siglo XVI|XVI]], donde surgió el [[Humanismo]], el [[Renacimiento]] y la [[Reforma Protestante]]; y se acentuaron durante la denominada [[crisis de la conciencia europea]] de finales del [[siglo XVII]], que incluyó la [[Revolución Científica]] y preludió a la [[Ilustración]]. Las revoluciones de finales del [[siglo XVIII|XVIII]] y comienzos del [[siglo XIX|XIX]] pueden entenderse como la culminación de las tendencias iniciadas en el período precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico se plasmó a partir de entonces en una filosofía muy característica: el [[positivismo]], y en los diversos planteamientos religiosos que van del [[secularismo]] al [[agnosticismo]], al [[ateísmo]] o al [[anticlericalismo]]. Sus manifestaciones ideológicas fueron muy dispares, desde el [[nacionalismo]] hasta el [[marxismo]] pasando por el [[darwinismo social]]; aunque las formulaciones políticas y económicas del [[liberalismo]] fueron las dominantes, incluyendo notablemente la doctrina de los [[derechos humanos]], que desarrollada a partir de elementos anteriores, dio forma a la [[democracia]] contemporánea y se fue extendiendo (como predijo un notable estudio de [[Alexis de Tocqueville]] -''[[La democracia en América]]'', 1835-) hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de [[forma de gobierno]], con notables excepciones. |
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Pero por otra parte, durante la Edad Contemporánea se desarrolló también un discurso paralelo de [[crítica a la modernidad]], y que en su vertiente más radical desembocó en el [[nihilismo]]. Es posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en el [[romanticismo]] y su búsqueda de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía de [[Arthur Schopenhauer]], [[Friedrich Nietzsche]] y los posteriores movimientos del [[existencialismo]] y la [[postmodernidad]]; en los rasgos más experimentales del [[arte contemporáneo]] y la [[literatura contemporánea]], como el [[surrealismo]] o el [[teatro del absurdo]], o en concepciones teóricas como el [[Postmodernismo]]; y en la violenta resistencia que, tanto desde el [[movimiento obrero]] como desde posturas radicalmente [[conservador]]as, se opuso a la ''gran transformación'' de economía y sociedad.<ref>[[Karl Polanyi]] (1944) ''[[La gran transformación]]'; edición española: Madrid, La Piqueta, 1989. ISBN 84-7731-047-5.</ref> Pero por otra parte, la idea de reemplazar al ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las capacidades del ser humano, es en sí misma una noción progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de la Modernidad" muchas veces son vistas ''a posteriori'' como nuevas variantes del discurso moderno.<ref>Una visión irónica de la "crítica de la Modernidad", aplicada al ámbito filosófico, puede encontrarse en Matthew Stewart, "La verdad sobre todo, una irreverente historia de la filosofía con ilustraciones", Editorial Punto de Lectura, Madrid, febrero de 2002, ISBN 84-663-0581-5, Páginas 609-611.</ref> |
Pero por otra parte, durante la Edad Contemporánea se desarrolló también un discurso paralelo de [[crítica a la modernidad]], y que en su vertiente más radical desembocó en el [[nihilismo]]. Es posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en el [[romanticismo]] y su búsqueda de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía de [[Arthur Schopenhauer]], [[Friedrich Nietzsche]] y los posteriores movimientos del [[existencialismo]] y la [[postmodernidad]]; en los rasgos más experimentales del [[arte contemporáneo]] y la [[literatura contemporánea]], como el [[surrealismo]] o el [[teatro del absurdo]], o en concepciones teóricas como el [[Postmodernismo]]; y en la violenta resistencia que, tanto desde el [[movimiento obrero]] como desde posturas radicalmente [[conservador]]as, se opuso a la ''gran transformación'' de economía y sociedad.<ref>[[Karl Polanyi]] (1944) ''[[La gran transformación]]'; edición española: Madrid, La Piqueta, 1989. ISBN 84-7731-047-5.</ref> Pero por otra parte, la idea de reemplazar al ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las capacidades del ser humano, es en sí misma una noción progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de la Modernidad" muchas veces son vistas ''a posteriori'' como nuevas variantes del discurso moderno.<ref>Una visión irónica de la "crítica de la Modernidad", aplicada al ámbito filosófico, puede encontrarse en Matthew Stewart, "La verdad sobre todo, una irreverente historia de la filosofía con ilustraciones", Editorial Punto de Lectura, Madrid, febrero de 2002, ISBN 84-663-0581-5, Páginas 609-611.</ref> |
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== La era de la Revolución (1776-1848) == |
== La era de la Revolución (1776-1848) == |
Revisión del 15:52 13 oct 2009
Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad. Comprende un total de 220 años, entre 1789 y el presente. La humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los países recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteando para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.
Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución Industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales (los privilegiados) y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo (el movimiento obrero), en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las transformaciones políticas e ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte contemporáneo y la literatura contemporánea, liberados por el romanticismo de las sujecciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios; se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, escritos y audiovisuales, lo que les provocó una verdadera crisis de identidad que comienza con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.[1]
En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político),[2] puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.
En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social histórica del estado liberal europeo clásico, surgido tras crisis del Antiguo Régimen socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se justifique a las luces de la razón por mucho que se sustente en la tradición, como los privilegios contrarios a la igualdad (la de condiciones jurídicas, no la económico-social) o la economía moral[3] contraria a la libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La riqueza de las naciones, 1776). Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad (con la muy significativa adición del término propiedad), un observador perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo cambie para que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente no homogénea, sino de composición muy variada, que junto con la vieja aristocracia incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de capital. Ésta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora.[4] Ambas se asientan sobre una gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.
Sin embargo, en el siglo XX, este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones mediante violentos cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918), y en otros planos mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción económica, social y política de la mujer). Por una parte, en los países más desarrollados, el surgimiento de una poderosa clase media, en buena parte gracias al desarrollo del estado del bienestar o estado social (se entienda éste como concesión pactista al desafío de las expresiones más radicales del movimiento obrero, o como convicción propia del reformismo social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que debería llevar al inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo fue duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de clase, enfrentados entre sí: el anarquismo y el marxismo (dividido a su vez entre el comunismo y la socialdemocracia). En el campo de la ciencia económica, los presupuestos del liberalismo clásico fueron superados (economía neoclásica, keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones públicas para frente a la incapacidad del mercado libre para responder a la crisis de 1929- o teoría de juegos -que evidencia la superioridad de las estrategias de cooperación frente al individualismo de la mano invisible-). La democracia liberal fue sometida durante el periodo de entreguerras al doble desafío de los totalitarismos soviético y fascista (sobre todo por el expansionismo de la Alemania nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial).
En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos y el periodo presidido por la unificación alemana e italiana (1848-1871) pasaron a ser el actor predominante en las relaciones internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída de los grandes imperios multinacionales (español desde 1808 hasta 1898; ruso, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento en la Primera Guerra Mundial) y la de los imperios coloniales (británico, francés, holandés, belga tras la segunda). Si bien numerosas naciones accedieron a la independencia durante los siglos XIX y XX, no siempre resultaron viables, y muchos se sumieron en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, a veces provocados por la arbitraria fijación de las fronteras, que reprodujeron las de los anteriores imperios coloniales. En cualquier caso, los estados nacionales, después de la Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos relevantes en el mapa político, sustituidos por la política de bloques encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. La integración supranacional de Europa (Unión Europea) no se ha reproducido con éxito en otras zonas del mundo, mientras que las organizaciones internacionales, especialmente la ONU, dependen para su funcionamiento de la poco constante voluntad de sus componentes.
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la tendencia a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades, muchas veces competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de edad, nacionales, grupales, estéticas, culturales, deportivas, o generadas por una actitud -pacifismo, ecologismo, altermundialismo- o por cualquier tipo de condición, incluso las problemáticas -minusvalías, disfunciones, pautas de consumo-).
Modernidad: Ruptura y continuidad
La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional periodización histórica de Cristóbal Celarius, que utilizaba una división tripartita en Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna; y se debe al fuerte impacto que las transformaciones posteriores a la Revolución francesa tuvieron en la historiografía europea continental (especialmente la francesa o la española), que les impulsó a proponer un nombre diferente para lo que entendían como estructuras antagónicas: las del Antiguo Régimen anterior y las del Nuevo Régimen posterior. Sin embargo, esa discontinuidad no parecía tan marcada para los historiadores anglosajones, que prefieren utilizar el término
WIKIPEDIA ES UN ASCO ME DEFECO EN LA MADRE DE WIKIPEDIA GRACIAS SOY EL AMO SUPREMO retrogonogarbimbochimbea Si se define la modernidad como el desarrollo de una cosmovisión con rasgos derivados de los valores del antropocentrismo frente a los del teocentrismo medieval (concepciones del mundo centradas en el hombre o en Dios, respectivamente): idea de progreso social, de libertad individual, de conocimiento a través de la investigación científica, etc.; entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación e intensificación de todos estos conceptos. Su origen estuvo en la Europa Occidental de finales del siglo XV y comienzos del XVI, donde surgió el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de finales del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación de las tendencias iniciadas en el período precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico se plasmó a partir de entonces en una filosofía muy característica: el positivismo, y en los diversos planteamientos religiosos que van del secularismo al agnosticismo, al ateísmo o al anticlericalismo. Sus manifestaciones ideológicas fueron muy dispares, desde el nacionalismo hasta el marxismo pasando por el darwinismo social; aunque las formulaciones políticas y económicas del liberalismo fueron las dominantes, incluyendo notablemente la doctrina de los derechos humanos, que desarrollada a partir de elementos anteriores, dio forma a la democracia contemporánea y se fue extendiendo (como predijo un notable estudio de Alexis de Tocqueville -La democracia en América, 1835-) hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de forma de gobierno, con notables excepciones.
Pero por otra parte, durante la Edad Contemporánea se desarrolló también un discurso paralelo de crítica a la modernidad, y que en su vertiente más radical desembocó en el nihilismo. Es posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en el romanticismo y su búsqueda de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía de Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y los posteriores movimientos del existencialismo y la postmodernidad; en los rasgos más experimentales del arte contemporáneo y la literatura contemporánea, como el surrealismo o el teatro del absurdo, o en concepciones teóricas como el Postmodernismo; y en la violenta resistencia que, tanto desde el movimiento obrero como desde posturas radicalmente conservadoras, se opuso a la gran transformación de economía y sociedad.[5] Pero por otra parte, la idea de reemplazar al ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las capacidades del ser humano, es en sí misma una noción progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de la Modernidad" muchas veces son vistas a posteriori como nuevas variantes del discurso moderno.[6]
La era de la Revolución (1776-1848)
En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo Régimen de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del ritmo temporal de la historia, que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de una Revolución, y de lo que para Eric Hobsbawm es La Era de la Revolución.[7] Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el triunfo del capitalismo industrial que supera la fase mercantilista y acaba con el predominio del sector primario (Revolución Industrial); el social, caracterizado por el triunfo de la burguesía y su concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político e ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).
Revolución industrial
La revolución industrial es la segunda de las transformaciones productivas verdaderamente decisivas que ha sufrido la humanidad, siendo la primera la revolución neolítica que transformó la humanidad paleolítica cazadora y recolectora en el mundo de aldeas agrícolas y tribus ganaderas que caracterizó desde entonces los siguientes milenios de prehistoria e historia.
La transformación de la sociedad preindustrial agropecuaria y rural en una sociedad industrial y urbana se inició propiamente con una nueva y decisiva transformación del mundo agrario, la llamada revolución agrícola que aumentó de forma importante los bajísimos rendimientos propios de la agricultura tradicional gracias a mejoras técnicas como la rotación de cultivos, la introducción de abonos y nuevos productos (especialmente la introducción en Europa de dos plantas americanas: el maíz y la patata). En todos los periodos anteriores, tanto en los imperios hidráulicos (Egipto, Mesopotamia, India o China antiguas), como en la Grecia y Roma esclavistas o la Europa feudal y del Antiguo Régimen, incluso en las sociedades más involucradas en las transformaciones del capitalismo comercial del moderno sistema mundial,[8] era necesario que la gran mayoría de la fuerza de trabajo produjera alimentos, quedando una exigua minoría para la vida urbana y el escaso trabajo industrial, a un nivel tecnológico artesanal, con altos costes de producción. A partir de entonces, empieza a ser posible que los sustanciales excedentes agrícolas alimenten a una población creciente (inicio de la transición demográfica, por la disminución de la mortalidad y el mantenimiento de la natalidad en niveles altos) que está disponible para el trabajo industrial, primero en las propias casas de los campesinos (domestic system, putting-out system) y enseguida en grandes complejos fabriles (factory system) que permiten la división del trabajo que conduce al imparable proceso de especialización, tecnificación y mecanización. La mano de obra se proletariza al perder su sabiduría artesanal en beneficio de una máquina que realiza rápida e incansablemente el trabajo descompuesto en movimientos sencillos y repetitivos, en un proceso que llevará a la producción en serie y, más adelante (en el siglo XX, durante la Segunda revolución industrial), al fordismo, el taylorismo y la cadena de montaje. Si el producto es menos bello y deshumanizado (crítica de los partidarios del mundo preindustrial, como John Ruskin y William Morris), no es menos útil y sobre todo, es mucho más beneficioso para el empresario que lo consigue lanzar al mercado. Los costos de producción disminuyeron ostensiblemente, en parte porque al fabricarse de manera más rápida se invertía menos tiempo en su elaboración, y en parte porque las propias materias primas, al ser también explotadas por medios industriales, bajaron su coste. La estandarización de la producción reemplazó la exclusividad y escasez de los productos antiguos por la abundancia y el anonimato de los productos nuevos, todos iguales unos a otros.
La revolución industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII se extendió sucesivamente al resto del mundo mediante la difusión tecnológica (transferencia tecnológica), primero a Europa Noroccidental y después, en lo que se denominó Segunda revolución industrial (finales del siglo XIX), al resto de los posteriormente denominados países desarrollados (especialmente y con gran rapidez a Alemania, Rusia, Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa Meridional). A finales del siglo XX, en el contexto de la denominada Tercera revolución industrial, los NIC o nuevos países industrializados (especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento industrial. No obstante, la influencia de la revolución industrial, desde su mismo inicio se extendió al resto del mundo mucho antes de que se produjera la industrialización de cada uno de los países, dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir grandes cantidades de productos industriales cada vez más baratos y diversificados. El mundo se dividió entre los que producían bienes manufacturados y los que tenían que conformarse con intercambiarlos por las materias primas, que no aportaban prácticamente valor añadido al lugar del que se extraían: las colonias y neocolonias (África, Asia y América Latina, tanto antes como después de los procesos de independencia de los siglos XIX y XX).
¿Por qué Inglaterra?
La revolución industrial se originó en Inglaterra a causa de diversos factores, cuya elucidación es uno de los temas historiográficos más trascendentes. Por una parte, en cuanto a los factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las materias primas esenciales, sobre todo el carbón, mineral indispensable para alimentar la máquina de vapor que fue el gran motor de la Revolución Industrial temprana, así como los altos hornos de la siderurgia, sector principal desde mediados del siglo XIX. Su ventaja frente a la madera, el combustible tradicional, no es tanto su poder calorífico como la mera posibilidad en la continuidad de suministro, ya que la madera, fuente renovable, está limitada por la deforestación, mientras que el carbón, combustible fósil y por tanto no renovable, sólo lo está por el agotamiento de las reservas, cuya extensión se amplía con el precio y las posibilidades técnicas de extracción. Por otra parte, en cuanto a los factores ideológicos, políticos y sociales, la sociedad inglesa había atravesado la llamada crisis del siglo XVII de una manera particular: mientras la Europa meridional y oriental se refeudalizaba y establecía monarquías absolutas, la guerra civil inglesa y la posterior revolución gloriosa determinaron el establecimiento de una monarquía parlamentaria basada en la división de poderes (John Locke), la libertad individual y un nivel de seguridad jurídica que proporcionaba suficientes garantías para el empresario privado; muchos de ellos surgidos de entre activas minorías de disidentes religiosos que en otras naciones no se hubieran consentido (la tesis de Max Weber vincula explícitamente La ética protestante y el espíritu del capitalismo). Síntoma importante fue el espectacular desarrollo del sistema de patentes industriales. Por último, como factor geoestratégico, durante el siglo XVIII Inglaterra construyó una flota naval que la convirtió en dueña de los mares (al menos desde el tratado de Utrecht, 1714, y de forma indiscutible desde la batalla de Trafalgar, 1805) y de un extensísimo imperio colonial. A pesar de la pérdida de las Trece Colonias, emancipadas en guerra de 1776 a 1781, controlaba, entre otros, los riquísimos territorios de la India, fuente importante de materias primas para su industria, destacadamente el algodón que alimentaba la industria textil, así como mercado cautivo para los productos de la metrópolis. La canción patriótica Rule Britannia (1740) explícitamente indicaba: rule the waves (gobierna las olas).
La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro
La experimentación de la caldera de vapor era una práctica antigua (el griego Herón de Alejandría) que se reanudó en el siglo XVI (los españoles Blasco de Garay y Jerónimo de Ayanz) y que a finales del siglo XVII había producido resultados alentadores, aunque aún no aprovechados tecnológicamente (Denis Papin y Thomas Savery). En 1705 Thomas Newcomen había desarrollado una máquina de vapor suficientemente eficaz para extraer el agua de las minas inundadas. Tras sucesivas mejoras, en 1782 James Watt incorporó un sistema de retroalimentación que aumentaba decisivamente su eficiencia, lo que posibilitó su aplicación a otros campos. Primero a la industria textil, que había ido desarrollando previamente una revolución textil aplicada a los hilos y tejidos de algodón con la lanzadera volante (John Kay, 1733) y la hiladora mecánica (la water frame de Richard Arkwright, 1769, movida con energía hidráulica, la spinning Jenny de James Hargreaves, 1764 y la spinning mule o mule jenny de Samuel Crompton, 1779); y que estaba madura para la aplicación del vapor al telar mecánico (power loom, Edmund Cartwright, 1784) y otras innovaciones demandadas por los cuellos de botella a los que se forzaba a los subsectores sucesivamente afectados, poniendo a la industria textil inglesa a la cabeza de la producción mundial de telas. Luego a los transportes: el barco de vapor (Robert Fulton, 1807) y posteriormente el ferrocarril (George Stephenson, 1829), cuyo desarrollo se vio obstaculizado por los recelos sociales que suscitaba; pero que permitió extraer toda la potencialidad a las vías férreas de uso minero y tracción animal y humana que se venían utilizando extensivamente con el hierro de Coalbrookdale fundido con coque (Abraham Darby I, 1709; puente de Ironbridge, 1781). El vapor, el carbón y el hierro se aplicaron a todos los procesos productivos susceptibles de mecanización. El invento de Watt había representado el salto decisivo hacia la industrialización, e Inglaterra, la primera en hacerlo, se convirtió en el taller del mundo.
Oposición a los cambios
Estas novedades no siempre fueron bien acogidas. La sustitución del trabajo humano por máquinas condenaba a los trabajadores de la artesanía tradicional al desempleo si no se adaptaban a las nuevas condiciones laborales o la pérdida del control del proceso productivo si lo hacían. La resistencia contra ello condujo en algunos casos a la destrucción física de las nuevas industrias mecanizadas (ludismo). Los nuevos empresarios, liberados de las restricciones gremiales, consiguieron la ilegalización de cualquier forma de asociación de defensa de los intereses laborales, dejando únicamente en el contrato individual y el mercado libre la negociación de las condiciones de trabajo y salario. Simétricamente, tampoco se consentía la asociación de empresarios, por atentar contra el principio de libre competencia, fuente de toda prosperidad según el triunfante liberalismo económico de Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776). El debate historiográfico sobre si la industrialización fue un proceso más o menos perjudicial para las condiciones de vida de las clases bajas ha sido uno de los más activos, y no está resuelto.[9] No disminuyeron los puestos de trabajo, por el contrario, aumentaron, haciendo necesaria la llegada a los masificados barrios obreros del norte de Inglaterra (Manchester, Liverpool) de masas de emigrantes del campo (de donde eran expulsados por las poor laws -leyes de pobres- y las enclosures -cercamientos-). Por contra, la liberalización del precio de los alimentos básicos tuvo que esperar a mediados del siglo XIX para la abolición de las Corn Laws (leyes de granos, vigentes entre 1815 y 1846) que defendían los intereses proteccionistas de los terratenientes británicos, desproporcionadamente representados en el Parlamento y combatidos por el grupo de presión del capitalismo manchesteriano. La rebaja en el nivel salarial (que David Ricardo justificó como expresión de una necesidad económica -ley de bronce-), los horarios prolongados en trabajos insalubres y la degradación social generalizada, condujeron al pauperismo (las durísimas condiciones sociales fueron retratadas en las novelas de la época, como Los miserables de Víctor Hugo, o Oliver Twist de Charles Dickens); al tiempo que también creaban las condiciones (objetivas en terminología marxista) para el surgimiento de una conciencia de clase y el inicio del movimiento obrero. También tuvieron expresión política en las revoluciones de 1830 y 1848, burguesas en su calificación social, pero con un fuerte protagonismo obrero, en particular en Francia; así como el cartismo inglés.
Revolución demográfica
Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la población, 1798), advertían de forma pesimista de la imposibilidad de mantener el inusitado crecimiento de población que estaba experimentando Inglaterra, la primera en sufrir las transformaciones propias de la transición del antiguo al nuevo régimen demográfico. A medida que se industrializaban, otras naciones se incorporaron al mismo proceso, que implicaba la disminución de la mortalidad (se habían mitigado sustancialmente dos de las principales causas de la mortalidad catastrófica -hambre y epidemias-) mientras se mantenían altas las tasas de natalidad (ni se disponía de métodos anticonceptivos eficaces ni se habían generado las transformaciones sociales que en el futuro harían deseable a las familias una disminución del número de hijos).
Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la presión social, fue el incremento de la emigración, la llamada explosión blanca (por ser la fase de la revolución demográfica protagonizada por Europa y otras zonas de población predominantemente europea). Campesinos arruinados y obreros sin nada que perder, se veían incentivados a abandonar Europa y tentar suerte en las colonias de poblamiento (Canadá o Australia para los ingleses, Argelia para los franceses) o en las naciones independientes receptoras de inmigrantes (como Estados Unidos o Argentina); también miembros de las clases altas se incorporaban como élite dirigente en colonias de explotación (como la India, el sureste asiático o el África negra). Explícitamente los defensores del imperialismo británico, como Cecil Rhodes, veían en la imigración a las colonias la solución a los problemas sociales y una forma de evitar la lucha de clases. De una forma similar lo interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.[10] Una de las mayores emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna irlandesa de 1845-1849, que despobló la isla, tanto por la mortalidad como por el masivo trasvase de población, que convirtió ciudades enteras de la costa este de Estados Unidos en ghettos irlandeses (donde sufrían la discriminación de los dominantes WASP). Otras oleadas posteriores fueron protagonizados por inmigrantes nórdicos, alemanes,[11] italianos y de Europa Oriental (sobre todo las salidas masivas, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, de los judíos sometidos a los pogromos).
Revoluciones liberales
Contexto social, político e ideológico
Antes incluso de que las transformaciones ligadas a la revolución industrial inglesa afectasen de forma notable a otros países, el poder económico creciente de la burguesía chocaba en las sociedades de Antiguo Régimen (casi todas las demás europeas, a excepción de los Países Bajos) con los privilegios de los dos estamentos privilegiados que conservaban sus prerrogativas medievales (clero y nobleza). La monarquía absoluta, como su precedente la monarquía autoritaria, ya había empezado a prescindir de los aristócratas para el gobierno, llamando como ministros a miembros de la baja nobleza, letrados e incluso gentes de la burguesía, como por ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el ministro de finanzas de Luis XIV. La crisis del Antiguo Régimen que se gesta durante el siglo XVIII fue haciendo a los burgueses cobrar conciencia de su propio poder, y encontraron expresión ideológica en los ideales de la Ilustración, divulgados notablemente con L'Encyclopédie (1751-1772). Con mayor o menor profundidad, varios monarcas absolutos adoptaron algunas ideas del reformismo ilustrado (José II de Austria, Federico II de Prusia, Carlos III de España), los llamados déspotas ilustrados a quienes se atribuyen distintas variantes de la expresión todo por el pueblo, pero sin el pueblo.[12] Lo insuficiente de estas tibias reformas quedaba evidenciado cada vez que se mitigaban, postergaban o rechazaban las más radicales, que afectaban a aspectos estructurales del sistema económico y social (desamortización, desvinculación, libertad de mercado, supresión de fueros, privilegios, gremios, monopolios y aduanas interiores, igualdad legal); mientras que las intocables cuestiones políticas, que implicarían el cuestionamiento de la misma esencia del absolutismo, raramente se planteaban más allá de ejercicios teóricos. La resistencia de las estructuras del Antiguo Régimen sólo podía vencerse con movimientos revolucionarios de base popular, que en los territorios coloniales se expresaron en guerras de independencia.
En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones filosóficas y jurídicas íntimamente vinculadas, que son la moderna teoría de los derechos humanos por una parte, y el constitucionalismo por la otra. La idea de que existen ciertos derechos inherentes a los seres humanos es antigua, y se encuentra por ejemplo en Cicerón o la Escolástica, pero por lo general se lo asociaba a la religión o a una especie de orden supramundano. Los ilustrados (Locke, Rousseau...) defendieron la idea de que dichos derechos humanos son inherentes a todos los seres humanos por igual, por el mero hecho de ser criaturas racionales, y por ende no son concesiones del Estado, ni tampoco tienen que ver con alguna condición religiosa como el ser "hijos de Dios", por ejemplo. La secularización de la política no implicaba necesariamente el agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los cuales eran sinceros cristianos, mientras otros se identificaban con las posturas panteístas próximas a la masonería. El principio de tolerancia religiosa fue defendido con vehemencia y compromiso personal por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia católica le hizo ser el personaje más polémico de la época.-
También estos derechos son "derechos naturales", esto es, se oponen a los "derechos positivos", que son aquellos consagrados por los distintos ordenamientos jurídicos; vale decir, los derechos humanos se conciben como anteriores a la ley del Estado. "Los derechos del hombre son recogidos en una Constitución -por eso se pueden llamar constitucionales- pero no son creados por ella. Son derechos, según se dice en esas declaraciones, que pertenecen al hombre por ser quien es y no en virtud de ciertos hechos propios o ajenos, o de condiciones posteriores, como puede ser la nacionalidad, las preferencias políticas o la religión del individuo".[13]
Como el Estado tiende, por la inevitable tendencia a la corrupción de quien ocupa el poder, a arrollar estos derechos, los ilustrados concibieron garantizar la libertad individual limitándolo mediante una Constitución Política, prefiriendo el imperio de la ley al gobierno del rey. Aunque los ilustrados podían diferir sobre sus preferencias en cuanto a la definición del sistema político, desde la mayor autoridad del rey hasta el principio de separación de poderes (Montesquieu, El espíritu de las leyes, 1748) y, en su extremo, el principio de voluntad general, soberanía nacional y soberanía popular (Jean Jacques Rousseau, El contrato social, 1762), entendían que debía regirse por una Ley Suprema que atendiera a las exigencias de la razón y que proporcionara más felicidad pública (o más bien permitiera la búsqueda de la felicidad individual de cada individuo). Tal Constitución, en su interpretación más radical, debía ser generada por el pueblo y no por la monarquía o el gobernante, ya que se trata de una expresión de la soberanía que reside en la nación y en los ciudadanos, no en el monarca, como predicaban los defensores del absolutismo desde el siglo XVII (Hobbes, Bossuet). Para garantizar el equilibrio de los poderes, el poder judicial habría de ser independiente, y el legislativo ejercido por un parlamento que represente a la nación y sea elegido por el pueblo, o al menos en su nombre, por un cuerpo electoral cuya representatividad podía entenderse más o menos amplia o restringida. Estas formulaciones, basadas en la práctica del parlamentarismo británico posterior a la Gloriosa Revolución de 1688, se convirtieron en el cuerpo doctrinal del liberalismo político.
Fue trascendental la influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración tuvo ese ejemplo, reconocido en los escritos de Voltaire o Montesquieu. También la Constitución de los Estados Unidos de América, de 1787]], está fuertemente imbuida en la tradición jurídica consuetudinaria británica. La opción por una constitución escrita en vez de consuetudinaria se explica tanto por la influencia de la ideología de la Ilustración en los constituyentes americanos como por el hecho de que el proceso jurídico británico se había producido en el lapso de unos 600 años, mientras que su equivalente estadounidense se produjo en apenas una década. El texto escrito se hizo indispensable para crear todo un nuevo sistema político desde la nada, al contrario del caso británico, que había evolucionado con sucesivas adiciones y decantado con en el paso de los siglos. Se plasmaba en el prestigio de varios textos legales (algunos medievales, como la Carta Magna de 1215, otros modernos como el Bill of Rights de 1689), la jurisprudencia de tribunales con jueces independientes y jurados y los usos políticos, que implicaban un equilibrio de poderes entre Corona y Parlamento (elegido por circunscripciones desiguales y sufragio restringido), frente al que el Gobierno de su Majestad respondía. Las primeras constituciones escritas en el continente europeo fueron la polaca (3 de mayo de 1791)[14] y la francesa (3 de septiembre de 1791). No obstante, el primer documento legal moderno de su tipo (más bien un ejercicio teórico y utopista que no se aplicó) fue el Proyecto de Constitución para Córcega que Jean Jacques Rousseau redactó para la efímera República Corsa (1755-1769).[15] Las primeras españolas aparecieron como consecuencia de la Guerra de Independencia Española: la redactada en Bayona por los afrancesados (8 de julio de 1808) y la elaborada por sus rivales del bando patriota en las Cortes de Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada popularmente Pepa), tomada como modelo por otras en Europa. En la América Hispánica las primeras constituciones fueron creadas entre 1811 y 1812, como consecuencia del movimiento juntista, que fue la primera fase del movimiento independentista latinoamericano. El Congreso de Angostura, con la inspiración de Simón Bolívar, redactó la Constitución de la Gran Colombia (incluía las actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) el 15 de febrero de 1819.
Independencia de Estados Unidos
Los ingleses se habían instalado en las Trece Colonias de la costa noroccidental americana desde el siglo XVII. Durante la gran guerra colonial entre Inglaterra y Francia (1756-1763), y que fue correlato americano de la Guerra de los Siete Años europea, los colonos estadounidenses cobraron conciencia de hasta qué punto sus intereses eran divergentes de los de la metrópolis (imposibilidad de recibir un trato equilibrado, o de ascender en el ejército), así como de los límites de la capacidad de ésta y de su propio poder. En los años siguientes, ante apremiantes necesidades fiscales, se intentó incrementar la extracción de recursos de las colonias imponiendo tasas sin ningún tipo de control local ni representación en su discusión. Tras el enfriamiento progresivo de relaciones, los colonos y los casacas rojas (las tropas inglesas, llamadas así por el color de su uniforme) tuvieron las primeras refriegas en incidentes menores cuya importancia se magnificaba convirtiéndolos en simbólicos (Masacre de Boston, 1770, Motín del té, 1773). En 1776, en un Congreso Continental reunido en la ciudad de Filadelfia, representantes enviados por los parlamentos locales de las Trece Colonias proclamaron la independencia. La guerra, liderada por George Washington en el lado colonial, que recibió el apoyo internacional de España y Francia, terminó con la completa derrota de los ingleses en la batalla de Yorktown (1781). En el Tratado de París (1783) se reconoció por Inglaterra la independencia de los Estados Unidos.
Durante los primeros años hubo dudas sobre si las Trece Colonias seguirían cada una su camino como otras tantas naciones independientes, o si formarían una única nación. En un nuevo congreso celebrado otra vez en Filadelfia (1787), acordaron finalmente una solución intermedia, conformando un estado federal con una compleja repartición de funciones entre la Federación y los estados miembros, bajo el mandato de una única carta fundamental: la Constitución de 1787. La Federación, denominada Estados Unidos de América, se inspiró para su creación y para la redacción de su carta magna (sobre todo de las numerosas enmiendas que hubo que añadir progresivamente a los siete artículos iniciales) en los principios fundamentales promovidos por la Ilustración, además de en la práctica política del autogobierno local experimentado durante más de un siglo, e incluso en el ejemplo de un peculiar sistema político indígena americano (la confederación iroquesa).[16] El sistema político se basó en un fuerte individualismo y en el respeto a los derechos humanos (aunque en su cultura política se expresaron como derechos civiles), entre los que destacaban las mayores garantías nunca existentes en ningún ordenamiento jurídico anterior a la neutralidad del estado en cuestiones propias de la vida privada y al respeto a las libertades públicas (conciencia, expresión, prensa, reunión y participación política, posesión de armas) y concretamente a la propiedad privada como vehículo para la búsqueda de la felicidad (Life, liberty and the pursuit of happiness[17]). La construcción de la democracia, en muchas de sus implicaciones, como el sufragio universal, no fue de rápida consecución, especialmente en cuanto a los problemas de la esclavitud, que diferenciaba a los estados del norte y el sur;[18] y la relación con las naciones indias, por cuyos territorios se expandieron.[19] Las nociones de república e independencia pasaron a ser dos referentes simbólicos de la nueva nación, y durante mucho tiempo, características casi exclusivas frente al resto del mundo.
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Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las revoluciones de finales del siglo XVIII. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo Régimen menos valores que en el buen salvaje (avanzado en su Discours sur les Sciences et les Arts -"Discurso sobre las Ciencias y las Artes"- y popularizado con la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese concepto de bondad natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más adelante, de la democracia, pero también está en el origen intelectual del estado uniformador y totalitario de las dictaduras del siglo XX.
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Presentación al Congreso Continental por la comisión de los "cinco hombres" de la propuesta de Declaración de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776). Aparecen entre otros Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams (Cuadro de John Trumbull, 1817).[20] En este texto se aplicaron los valores de la Ilustración a la construcción del primer sistema político contemporáneo. La recepción de esta experiencia en Europa, principalmente en Francia, fue una mezcla de simpatía y paternalismo: el mito del buen salvaje contribuyó a ello, y también la habilidad diplomática del propio Franklin, embajador en París. Los estadounidenses se presentaron a sí mismos como resistentes a la tiranía, con referencias neoclásicas a la antigua República Romana, de la que se verán herederos de allí en adelante (Nueva Roma)
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El general y primer presidente George Washington despide al noble francés y también general Marqués de La Fayette (1784). Al frente de tropas de la monarquía francesa había apoyado la independencia de las Trece Colonias frente a Inglaterra, al igual que hizo el gobernador de Luisiana Bernardo de Gálvez y Madrid con tropas de la monarquía española, en un ajuste de cuentas de la anterior Guerra de los Siete Años. La Fayette, influido por su experiencia americana, fue partidario de las reformas moderadas y de una monarquía constitucional durante la posteriores acontecimientos revolucionarios en Francia.
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El británico Thomas Paine tuvo una trayectoria vital ligada a las revoluciones americana y francesa. Expulsado de Inglaterra, también tuvo problemas con el régimen terrorista de Robespierre, y acabó su vida en suelo norteamericano. Fue autor de tres importantes libros: el liberal Common Sense ("El Sentido Común") donde defiende la independencia de Estados Unidos, el polemista The Rights of Man ("Los Derechos del Hombre") respondiendo al ataque a los excesos revolucionarios de Francia de Edmund Burke (quien, por el contrario, había defendido la americana, aunque con argumentos más conservadores que los radicales de Paine); y el anticlerical y volteriano The Age of Reason (La edad de la razón).
Revolución Francesa e Imperio Napoleónico
Qu'est-ce que le tiers état? Tout. Qu'a-t-il été jusqu'à présent dans l’ordre politique? Rien. Que demande-t-il? À y devenir quelque chose. (¿Qué es el tercer estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? Nada. ¿Qué demanda? Llegar a ser algo).
Francia había apoyado activamente a las Trece Colonias contra Inglaterra, con tropas comandadas por el Marqués de La Fayette; pero aunque la intervención fue exitosa militarmente, le costó cara a la monarquía francesa, y no sólo en términos monetarios. Sumada a la deuda cuyos intereses ya se llevaban la mayor parte del presupuesto, y en medio de una crisis económica, llevó a la monarquía al borde de la quiebra financiera. Las deposiciones sucesivas de Calonne, Turgot y Necker, los ministros que proponían reformas más profundas, hicieron al gobierno de Luis XVI aún más impopular. El rey, sin apoyo entre la aristocracia que controlaba las instituciones (negativa de la Asamblea de notables de 1787), aceptó como mejor salida convocar a los Estados Generales, parlamento de origen medieval en el que estaban representados los tres estamentos, y que no se reunía desde hacía más de cien años. Durante la elección de los diputados, se habían de redactar cuadernos de quejas, peticiones que representaban el pulso de la opinión de cada parte del país. Siguiendo el argumentario ilustrado, las del Tercer Estado (el pueblo llano o los no privilegiados, cuyo portavoz era la burguesía urbana) pedían que los estamentos privilegiados (clero y nobleza) pagaran impuestos como el resto de los súbditos de la corona francesa, entre otras profundas transformaciones sociales, económicas y políticas. Una vez reunidos, no hubo acuerdo sobre el sistema de votación (el tradicional, por brazos, daba un voto a cada uno, mientras que el individual favorecía al Tercer Estado, que había obtenido previamente la convocatoria de un número mayor de estos). Finalmente, los diputados del Tercer Estado, a los que se sumaron un buen número de nobles y eclesiásticos próximos ideológicamente a ellos, se reunió por separado para formar una autodenominada Asamblea Nacional.
El 14 de julio de 1789 el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la fortaleza de La Bastilla, símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los acontecimientos, hizo concesiones a los revolucionarios, que tras la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y la eliminación de las cargas feudales, en lo relativo a la forma de gobierno sólo aspiraban a establecer una monarquía limitada como la británica, pero con una Constitución escrita. La Constitución de 1791 confería el poder a una Asamblea Legislativa que quedó en manos de los más radicales (los miembros de la Constituyente aceptaron no poder ser reelegidos) y profundizó las transformaciones revolucionarias. Tras el intento de fuga del rey, éste quedó prisionero, y en 1792 la Francia revolucionaria hubo de rechazar la invasión de una coalición de potencias europeas, decididas a aplastar el movimiento revolucionario antes de que el ejemplo se contagiase a sus territorios. La eficacia del ejército revolucionario, motivado por el patriotismo (La Marsellesa, La patrie en danger -La patria en peligro-, Levée en masse -Leva en masa-[21]) y la defensa de lo conquistado por el pueblo, frente a los desmotivados ejércitos mercenarios, cuyos oficiales no lo eran por mérito, sino por nobleza, demostró ser suficiente para la victoria. En el interior, la revuelta del 10 agosto de 1792, protagonizada por los sans culottes (la plebe urbana de París) forzó a la Asamblea a sustituir al rey por un Consejo provisional y convocar elecciones por sufragio universal a una Convención Nacional, que dominaron los jacobinos. Su política de supresión de toda oposición, el llamado Terror (1793-1795), eliminó físicamente a la oposición contrarrevolucionaria (muy fuerte en algunas zonas, como la Vendée) así como a los elementos revolucionarios más moderados (girondinos), mientras los que pudieron huir (nobles y clérigos refractarios, que no habían aceptado jurar la constitución civil del clero) salían al exilio. Se estableció un régimen político republicano, que transformó incluso el calendario, establecía un sistema de precios y salarios máximos (ley del máximum general) y controlaba todos los aspectos de la vida pública mediante el Comité de Salud Pública dirigido por Robespierre. El número de ejecuciones, por el igualitario método de la guillotina fue muy alto, e incluyó al rey y a la reina, así como a varios de los propios jacobinos, como Danton, y a un gran científico, Lavoisier (en ocasión de su condena, se dijo: la revolución no necesita sabios). Un golpe de estado (conocido como reacción thermidoriana, por el nombre en el nuevo calendario del mes en que se produjo) acabó físicamente con Robespierre y su régimen e instauró un sistema mucho más moderado, del gusto de la burguesía: el Directorio (1795-1799).
Modelo de proceso revolucionario
La Revolución francesa asentó así un modelo de proceso revolucionario dividido en fases: iniciada con una revuelta de los privilegiados, pasa por una fase moderada y una fase radical o exaltada para acabar con una reacción que propicia la plasmación de un poder personal. Las expresiones, comunes en la historiografía, destacan por su similitud con las fases en que se dividió la Revolución rusa. Georges Lefebvre señala tres fases en la primera parte de la revolución: aristocrática, burguesa y popular. Para Carlos Marx (en su estudio comparativo que tituló El 18 Brumario de Luis Bonaparte), el proceso de la revolución de 1789 fue ascendente, mientras que el de la de 1848 fue descendente.[22]
Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un modelo de revolución política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa sería un modelo de revolución social, y de ahí su fracaso, como el de las revoluciones que siguen su modelo (especialmente la rusa); pues (como planteaba ya Alexis de Tocqueville) los logros políticos de la libertad y la democracia solamente se consolidan cuando son el resultado de procesos sociales y económicos anteriores, y no cuando se plantean como requisitos previos para conseguir estos.[23]
La analogía entre los periodos de la historia de Roma (Monarquía-República-Imperio) y los mucho más efímeros de la Revolución de 1789 (repetidos en la evolución posterior de la historia de Estados Unidos)[24] no dejó de ser tenida en cuenta por los propios contemporáneos, que se no sólo se inspiraban en la antigüedad grecorromana para el arte neoclásico, sino también para su sistema político y sus símbolos (gorro frigio, fasces, águila romana, etc.).
Napoleón Bonaparte
En ese contexto se inició la carrera de Napoleón Bonaparte, un militar proveniente de una oscura familia de provincias que nunca hubiera conseguido ascender en el ejército de la monarquía, y que se convirtió en un héroe popular por sus campañas en Italia y en Egipto y Siria. En 1799 se sumó a un nuevo golpe de estado que derribó al Directorio e instauró el Consulado, del que fue nombrado primer cónsul para, en 1804, proclamarse Emperador de los franceses (no de Francia, en una sutil diferenciación con el régimen monárquico que pretendía mantener los ideales republicanos y de la revolución). En sus años en el poder (hasta 1814, y luego el breve periodo de los cien días de 1815), Napoleón consiguió dejar un extenso legado. Consciente de que no podía retomar el Derecho del Antiguo Régimen, pero sumergido en el marasmo de la atropellada y caótica legislación revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese legado jurídico en cuerpos legales manejables. Nació así el Código Civil de Francia o Código Napoleónico, inspiración para todos los demás estados liberales, y que contribuyó a propagar la Revolución en cuanto superestructura jurídica que expresaba la sociedad burguesa-capitalista. Le siguieron después un Código de Comercio, un Código Penal y un Código de Instrucción Criminal, este último antecedente del derecho procesal moderno. Emprendió una serie de reformas administrativas y tributarias, que eliminaron privilegios y fueros territoriales a favor de una nación unitaria y centralizada, que concebía como un Estado de Derecho (en sus propias palabras: el hombre más poderoso de Francia es el juez de instrucción). Para sustituir a la antigua nobleza creó la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que reconocía no el privilegio de cuna o la riqueza, sino el mérito personal. Su círculo de confianza, compuesto por parientes como sus hermanos José o Jerónimo, y generales como Murat o Bernardotte, terminaron ocupando tronos europeos. Frente a la descristianización emprendida en el Terror, aprovechó la sumisión del papado para la firma de un Concordato que ponía el clero bajo control estatal, pero garantizaba la continuidad del catolicismo como religión de Francia, pretendiendo simbolizar con ello la reconciliación de los franceses. El régimen político, jurídico e institucional napoleónico, reconducción en un sentido autoritario de los ideales revolucionarios de 1789, se transformó en modelo para muchos otros por todo el mundo.
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Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789. Con una voluntad universalista e ilustrada, supuso una invitación a la extensión de las ideas revolucionarias a las demás naciones.
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Ejecución de Luis XVI, 21 de enero de 1793. La ejecución por su pueblo de un rey que según todo el ideario político de su tiempo, tenía poderes absolutos, causó un impacto enorme, ya con todas las monarquías europeas solidarizaron en guerra contra la Revolución.
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Napoleón cruzando los Alpes (Jacques-Louis David, 1801). Hijo de la Revolución, de ideario igualitarista (se dice que ponía en la mochila de cada soldado el bastón de mariscal), plasmó los ideales revolucionarios en una nueva institucionalidad política, administrativa y jurídica.
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El tres de mayo de 1808 en Madrid, por Goya. La lucha entre las fuerzas napoleónicas y los defensores del Antiguo Régimen obligó a los pueblos europeos a tomar partido no sólo militar, sino también ideológico, e ingresar así a la Edad Contemporánea.
Independencia Hispanoamericana
La parte de América sometida desde el siglo XVI al dominio colonial español y que entre el siglo XVII y comienzos del XVIII había pasado por una situación crítica de descontrol externo (piratería, contrabando generalizado e intervención de otras potencias europeas, destacadamente Inglaterra) mientras se asentaba un cierto autogobierno local en cuestiones internas; para mediados del siglo XVIII ya se había establizado. La estructura social era la de una pirámide de castas en la que, por encima de la gran mayoría de indígenas, mestizos, mulatos y negros (cuya opinión no contaba, y tampoco contó en el proceso de independencia), se alzaba una próspera clase de hacendados y mercaderes españoles nacidos en América (los criollos), que cada vez soportaba peor las numerosas trabas administrativas, legales, burocráticas o mercantiles impuestas por la metrópolis, y la práctica que reservaba comúnmente los altos cargos a peninsulares nombrados en la lejana Corte. Los criollos buscaban no tanto emanciparse como cambiar en su beneficio las relaciones de poder; sólo una minoría ideologizada de exaltados, buena parte agrupados en logias masónicas como la Logia Lautarina, tenían la independencia como uno de sus propósitos. Las reformas ilustradas que desde Carlos III fueron relajando el monopolio comercial de Cádiz en beneficio de otros puertos peninsulares o de países neutrales (Decretos de libertad de comercio con América, 1765, 1778 y 1797), no fueron consideradas suficientemente atractivas. Otras propuestas más radicales, que pretendían una reestructuración del sistema virreinal dotando a los reinos americanos de cierto grado de autonomía, no fueron tenidos en cuenta por las estructuras de poder de la monarquía. Las numerosas expediciones científicas que durante el siglo XVIII recorrieron el continente con el objetivo de aumentar control sobre el territorio a partir del conocimiento no tuvieron el resultado deseado.
La independencia no se inició a partir de rebeliones indigenistas, como la de Túpac Amaru (1781); sino que el desencadenante del proceso fue el cautiverio de Fernando VII al inicio de la Guerra de Independencia Española (1808). Napoleón Bonaparte envió emisarios a América para exigir el reconocimiento de su hermano José I Bonaparte como rey de España. Las autoridades locales se negaron a someterse, por razones tanto externas como internas. Externamente era evidente la debilidad de la posición francesa en ese continente (fracasos de Napoleón en retener la Luisiana, vendida a Estados Unidos en 1803, y Haití, independizado en 1804) frente a la más efectiva presencia británica (invasiones inglesas en el Río de la Plata, 1806-07) que gracias a su predominio naval y económico, y a la habilidad con que dosificó su apoyo político a las nuevas repúblicas, terminó convirtiéndose en la potencia neocolonial de toda la zona, y de hecho el principal beneficiario de la disgregación del imperio español. Internamente existía la presión de una movilización popular muy similar a la que simultáneamente estaba produciéndose en la Península, a la que se añadía en este caso el sentimiento independentista (primero minoritario pero cada vez más extendido entre los criollos). El movimiento juntista, en nombre del rey cautivo o invocando el poder nacional soberano (en consonancia con la ideología liberal) organizó Juntas de Gobierno convocadas en cada capital de gobernación o virreinato, aprovechando la ocasión para introducir reformas económicas, incluyendo la libertad de comercio o la libertad de vientres. Las Juntas americanas no tuvieron una integración, como sí las peninsulares, en las nuevas instituciones que se formaron en Cádiz (Regencia y Cortes de Cádiz), y las autoridades enviadas por éstas para reestablecer la normalidad institucional en América no fueron recibidas con normalidad. Los elementos más fidelistas o realistas se enfrentaron a los juntistas, mediante maniobras políticas (arresto del virrey Iturrigaray en México) o incluso abiertamente y por mano militar (enfrentamiento entre Miranda y Monteverde en Venezuela o Artigas y Elío en Río de la Plata), sobre todo tras la victoria del bando patriota en la Guerra de Independencia Española, que trajo como consecuencia la reposición en el trono de Fernando VII (1814). En consonancia con la política de restauración absolutista emprendida en la Península, se inició una movilización militar para abatir el movimiento insurgente de las colonias, cada vez más emancipadas de hecho. Los patriotas americanos quedaron definitivamente abocados a luchar inequívocamente por la independencia, al ser evidente que tanto la libertad política como la económica estaba vinculada a ella y no podría conseguirse como concesión del gobierno absolutista de Fernando. Se formaron ejércitos, y en campañas militares de varios años, los caudillos libertadores consiguieron acabar con la presencia española en el continente, muy debilitada y no eficazmente renovada (el cuerpo expedicionario reunido en Cádiz en 1820 no embarcó a su destino, sino que se utilizó por el militar liberal Rafael de Riego para forzar al rey a someterse a la Constitución durante el llamado trienio liberal).
José de San Martín invadió Chile desde Argentina (1817), y desde allí Perú, con el apoyo del gobierno de Bernardo O'Higgins (1822), para conectar con las fuerzas dirigidas por Simón Bolívar. Éste había desarrollado previamente exitosas campañas (batallas de Carabobo, 1814 y Boyacá, 1819) por la zona que pasó a denominarse Gran Colombia (Venezuela, Colombia y Ecuador); aunque no logró el triunfo decisivo hasta que uno de sus lugartenientes, el Mariscal José de Sucre derrotó al último bastión realista enclavado en la zona de Perú y Bolivia (denominada así en su honor) en las batallas de Pichincha (1822) y Ayacucho (1824). Paralelamente, en México se desarrolló un movimiento revolucionario propio, que llevó a la proclamación de la independencia por Agustín de Iturbide, nombrado Emperador (1821).
A pesar de los ideales panamericanos de Simón Bolívar, que aspiraba a reunir a todas las repúblicas a semejanza de las Trece Colonias, éstas no sólo no se reunieron, sino que siguieron disgregándose. La Gran Colombia se disolvió en 1830 por separación de Venezuela y Ecuador; por su parte Uruguay, provincia oriental de las Provincias Unidas del Río de la Plata se independizó de su núcleo central, Argentina, en 1828 (previamente se había aceptado la no incorporación de Bolivia, que estaba prevista); y un intento por crear una Confederación Perú-Boliviana terminó con su derrota militar a manos de las tropas chilenas, en 1839. Las Provincias Unidas del Centro de América se independizaron del Primer Imperio Mexicano al transformarse éste en república (1823) para formar una República Federal de Centroamérica, que a su vez se disolvió en las guerras civiles de 1838-1840. Únicamente Paraguay, que había iniciado su andadura independiente en 1811 sin oposición efectiva, permaneció ajeno a esas unificaciones y divisiones.
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El cura Hidalgo, precursor de la independencia de México.
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Simón Bolívar, el más decisivo de los libertadores de América.
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José de San Martín, desde Argentina ejerció un papel de similar importancia.
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Toussaint-Louverture, líder de la revolución haitiana, la única basada en la rebelión de los esclavos negros.
Otros movimientos y ciclos revolucionarios
La denominada era de las revoluciones[25] extendió el ejemplo estadounidense y francés. En algunos casos, de forma simultánea a éstas y con mayor o menor éxito, como ocurrió en algunas ciudades autónomas de Europa (Lieja en 1791, por ejemplo). En la primera mitad del siglo XIX se han determinado una serie de ciclos revolucionarios, denominados por el año de inicio (1820, 1830 y 1848).
Revolución de 1820
La Revolución de 1820 o ciclo mediterráneo se inició en España (la sublevación de Riego frente al cuerpo expedicionario que iba a embarcarse para América, 1 de enero de 1820) y se extendió, por un lado a Portugal (que en las llamadas Guerras Liberales -revolución de Oporto, 24 de agosto de 1820- se independiza de Brasil en una guerra civil en la que, al contrario que en el caso de la independencia hispanoamericana, fue en la metrópoli donde los elementos más liberales controlaron la situación en perjuicio de la rama más tradicionalista de la dinastía, donde quedó asentada como Imperio de Brasil); y por otro a Italia (donde sociedades secretas de tipo masónico, como los carbonarios, inician levantamientos nacionalistas contra las monarquías austríaca en el norte y borbónica en el sur, proponiendo la española Constitución de Cádiz como texto aplicable para sí mismos). De un modo menos vinculado, también se sitúa conológicamente próxima la sublevación de los griegos iniciada en 1821, que se emanciparon del Imperio Otomano con el decisivo apoyo de las potencias europeas (principalmente Francia, Inglaterra y Rusia). Significativamente fueron las mismas potencias (con la excepción de Inglaterra y la adición de Austria y Prusia) quienes protagonizaron activamente la contrarrevolución para sofocar conjuntamente, mediante la Santa Alianza los brotes revolucionarios que podían amenazar la continuidad de las monarquías absolutas, y lo siguieron haciendo hasta 1848 (véase la sección correspondiente).
Revolución de 1830
La revolución de 1830, iniciada con las tres gloriosas jornadas de París en que las barricadas llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por el continente europeo con la independencia de Bélgica y movimientos de menor éxito en Alemania, Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, el inicio del movimiento cartista opta por la estrategia reformista, que con sucesivas ampliaciones de la base electoral consiguió aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el sufragio universal masculino no se logró hasta el siglo XX. El doctrinarismo fue la ideología que exprese esa moderación del liberalismo.
Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo
La era de la revolución se cerrará con la revolución de 1848 o primavera de los pueblos. Fue la más generalizada por todo el continente (iniciada también en París y difundida por Italia y toda Centroeuropa con una velocidad pasmosa, sólo explicable por la revolución de los transportes y las comunicaciones), e inicialmente la más exitosa (en pocos meses cayeron la mayor parte de los gobiernos afectados). Pero, en realidad, estos movimientos revolucionarios no condujeron a la formación de regímenes de carácter radical o democrático que lograran suficiente continuidad, y en la totalidad de los casos la situación política se recondujo en poco tiempo hacia la moderación del gusto de la burguesía; en el caso de Francia, la constitución del Segundo Imperio con Napoleón III (1852-1870).
A partir de este momento clave, localizado a mediados del siglo XIX y que Eric Hobsbawm denomina la era del capital, las fuerzas históricas cambian de tendencia: la burguesía pasa de revolucionaria a conservadora y el movimiento obrero comienza a organizarse; aunque sin duda los más capaces de movilizar a las poblaciones serán los movimientos nacionalistas.
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Francisco José, heredó el imperio de los Habsburgo en el momento crítico de la revolución de 1848. Su entidad multinacional le hacía el principal obstáculo tanto para la unificación alemana como para la italiana. Logradas ambas, la vocación de la dúplice monarquía (austro-húngara) fue el control de la zona danubiana y los balcanes, frente a la descomposición del Imperio Turco y el expansionismo del ruso.
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Giuseppe Garibaldi y los camisas rojas simbolizaron el sentimiento popular que llevó a la unificación italiana, aunque su tendencia política radical fue reconducida en beneficio de la burguesía industrial del norte y la monarquía de los Saboya.
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Richard Wagner representa estilísticamente el paso del romanticismo al nacionalismo musical, y un proceso ideológico y vital similar. Su tetralogía de óperas El anillo del nibelungo (1848-1878) recrea la mitología nórdica en beneficio de la construcción de la identidad nacional alemana. El mecenazgo del excéntrico rey Luis II de Baviera construyó para gloria suya el Teatro de la Ópera de Bayreuth. Todas las ciudades importantes del mundo civilizado construyeron edificios más o menos costosos, incluso en sitios tan alejados de Europa como Manaos o Iquitos (durante la fiebre del caucho, como se reflejó en la película Fitzcarraldo).
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Giuseppe Verdi cumplió un papel semejante en Italia. Alguna pieza de sus óperas como el Coro de los esclavos (Va, pensiero de Nabucco, 1842) se extendió popularmente como himno revolucionario. De hecho, vitorear su propio nombre (¡Viva V.E.R.D.I.!) se utilizaba clandestinamente como acrónimo de Vittorio Emmanuele Rege di Italia.
Revoluciones fuera de Europa
Fuera del mundo occidental, aunque no puede hablarse de movimientos revolucionarios desencadenados por causas socioeconómicas similares (revolución burguesa), sí se suele a veces utilizar el término revoluciones para designar a uno u otro de los diferentes movimientos occidentalizadores o modernizadores que se implantaron con mayor o menor éxito en uno u otro país, y que estaban inspirados de un modo más o menos lejano en la idea de progreso, la Ilustración o alguna referencia más o menos explícita a alguno de los ideales de 1789. Generalmente, en ausencia de base social, fueron promovidos desde el poder o círculos próximos a él, y explícitamente condenaban lo que de desorden o desestabilización pudiera tener el término revolucionario: Era Meiji en Japón (1868), los denominados Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano (1871 y 1908), el levantamiento de Wuchang de 1911 que abolió el Imperio Chino (Revolución de Xinhai), distintas iniciativas de reforma del Imperio ruso (como la abolición de la servidumbre de 1861) etc.; y que llegaron cronológicamente hasta la Primera Guerra Mundial
Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo
El Romanticismo es la superación de la razón como método de conocimiento, en beneficio de la intuición y el sentimiento compartido (endopatía). En lugar de al individuo sujeto de derechos universales, concibe a las personas singulares, vinculadas en comunidades naturales: los pueblos (concepto cultural propio del romanticismo alemán -volk, pueblo, y volkgeist, espíritu del pueblo-) y las naciones (tal como la entendían los liberales franceses, la comunidad política basada en la voluntad). Si la Ilustración entendía que la reunión de los hombres origina la sociedad, el romanticismo invierte los términos, negando la existencia de un hombre en estado de naturaleza. Románticos son tanto el tradicionalismo reaccionario como el nacionalismo revolucionario. Los primeros (Louis de Bonald, Joseph de Maistre) conciben el pueblo como una realidad histórica, anclada en el pasado y cuyos miembros vivos no pueden decidir su destino ni arrogarse derechos que no tienen, como tomar decisiones contra sus instituciones, costumbres y valores. Los segundos se atreven a cambiar el mundo y remover fronteras seculares con tal de que incluyan a individuos de un único pueblo, que deberá ser soberano, independiente de cualquier autoridad que no emane de él mismo y libre para decidir su destino.
El prerromanticismo había surgido en la segunda mitad del XVIII (Las desventuras del joven Werther de Goethe, o la novela gótica de Horace Walpole), coincidiendo con el predominio del neoclasicismo, de modo que aunque uno es reacción contra el otro, hay quien afirma que son dos fases de un mismo movimiento intelectual.[26] La revolución se identificó con las virtudes heroicas de la Antigüedad clásica expresadas pictóricamente en el neoclasicismo de Jacques-Louis David (Juramento de los Horacios, retratos de Napoleón).
La literatura romántica se llenó de tipos literarios atormentados por las pasiones, en lucha constante contra una sociedad que se niega a dar libertad al individuo. Los ingleses Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley representaron el ideal romántico no sólo en la literatura, sino en su tempestuosa vida y temprana muerte. Otros autores románticos fueron el francés Victor Hugo (que provocó en el estreno de Hernani una verdadera batalla campal entre los románticos y los clásicos), el ruso Pushkin, el italiano Alessandro Manzoni, el español Mariano José de Larra o el estadounidense Edgar Allan Poe. La exploración de las antiguas tradiciones populares (el folklore), produjo recopilaciones de cuentos como la de los Hermanos Grimm, o la versión definitiva del ciclo mitológico de Finlandia en el moderno Kalevala.
Nacida de la evolución sombría de la última etapa de Goya, la pintura romántica se inauguró en Francia con el escándalo de La balsa de la Medusa (Gericault, 1822), debido no sólo a su técnica, sino porque fue interpretada como una metáfora del hundimiento de Francia bajo el gobierno de Carlos X. La libertad conduciendo al pueblo, de Delacroix proporcionó el emblema icónico de la revolución. La música romántica, a partir de las últimas obras de Beethoven, se encuentra en Héctor Berlioz, Nicolás Paganini, Fryderyk Chopin o Robert Schumann, que superaron las convenciones del clasicismo musical con mayores libertades compositivas y acentuando los efectos musicales sobre la forma. Giuseppe Verdi o Richard Wagner aprovecharon las enormes posibilidades de la música, y sobre todo de la ópera como espectáculo total, para mover las emociones colectivas con el nacionalismo musical.
El idealismo racionalista e ilustrado del criticismo kantiano se verá conducido al romanticismo por el denominado idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel (quien identificará el espíritu absoluto con el Estado prusiano). Su expresión en el derecho fue la Escuela histórica del Derecho de Friedrich Karl von Savigny, quien propugnaba la necesidad de encontrar el verdadero Derecho Alemán, expurgando el a su juicio extranjero e intruso Derecho Romano.
Equilibrio europeo, guerras revolucionarias y espléndido aislamiento
El equilibrio europeo buscado desde el Tratado de Westfalia (1648) hasta el Tratado de Utrecht (1714) caracterizó las relaciones internacionales del siglo XVIII; superada la época de las hegemonías española (1521-1648) y francesa (1648-1714). Mientras Inglaterra consolidaba su supremacía naval (que la permitió adquirir una red de enclaves estratégicos en islas y puertos seguros en todos los océanos, además de su penetración territorial en la India), en el contintente europeo, del que prefería orgullosamente desentenderse cuando le era posible, procuraba mantener el equilibrio entre los posibles bloques de potencias que amenazaran con imponerse sobre los demás. El más obvio, formado por España, Francia y los reinos italianos de la casa de Borbón (vinculados por los Pactos de Familia), no siempre fue efectivo. En Europa Central, la rivalidad entre Austria y Prusia las neutralizó mutuamente; mientras que el ascenso del Imperio ruso benefició a ambas en los denominados repartos de Polonia. El Imperio otomano, tras el fracaso del segundo sitio de Viena (1683), dejó de ser una amenaza para Centroeuropa y a lo largo del siglo XVIII pasó a convertirse en una potencia declinante (el hombre enfermo de Europa), que perdía paulatinamente el control efectivo sobre sus provincias periféricas.
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1748, la Europa del equilibrio posterior al Tratado de Utrecht.
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1812, la Europa del bloqueo continental, máxima expansión del Imperio Napoleónico.
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1814, la Europa legitimista del Congreso de Viena.
Los conflictos más destacados que se produjeron en el continente europeo fueron la Guerra de Sucesión Austriaca, la Guerra de Sucesión Polaca y la Guerra de los Siete Años (1756-1763). En las colonias de ultramar, las guerras o las paces en Europa sólo representaban un lejano marco para una competencia constante, que sólo en algunos casos encontró cauces diplomáticos restringidos y temporales (acuerdos entre España y Portugal sobre el territorio de Misiones).
La Revolución Francesa fue vista por las monarquías (tanto absolutas como parlamentarias) como un foco contagioso a extirpar, sobre todo tras el intento de fuga de Luis XVI (1791) y la llegada de los emigrados que huían del Terror. El manifiesto de Brunswick (1792) desencadenó las guerras revolucionarias: hasta 1815, siete coaliciones fueron sucesivamente derrotadas por el ejército revolucionario francés, que impuso una nueva forma de hacer la guerra: la guerra total, basada en la movilización nacional de ingentes masas de hombres estimulados por el patriotismo que se desplazaban velozmente; y en la imposición de bloqueos comerciales. Inicialmente Francia se limitó a defenderse, pero tras la Batalla de Valmy (1792) pasó decididamente a utilizar la guerra como un instrumento de expansión ideológica revolucionaria frente a la reacción.
El ascenso de Napoleón Bonaparte desequilibró de forma definitiva el statu quo continental en beneficio de una clara hegemonía francesa. En una década de guerras, desde la campaña de Italia (1796-1797) hasta la formación de la Confederación del Rhin (1806), conquistó todos los pequeños burgos, señoríos y reinos sobrevivientes en Alemania e Italia, y derrotó decisivamente a Austria (batalla de Austerlitz, 1805), que pasa a ser aliada, como lo era ya España. Simultáneamente, la batalla de Trafalgar impidió el control hispano-francés de los mares, necesario para la invasión a Inglaterra, que no pudo producirse. En 1807 se llegó a un acuerdo con Rusia en lo que podía entenderse como un precedente de reparto de Europa en dos esferas de influencia. Napoleón intentó destruir económicamente a Inglaterra con el bloqueo continental, para impedir que los productos de la Revolución industrial no accedieran al continente; pero los puntos débiles del proyecto estaban uno en cada extremo de Europa: Portugal y Rusia. La invasión de Portugal se convirtió en una prolongada ocupación militar en España (Guerra de Independencia Española, 1808-1814) con un alto coste en esfuerzos y efectivos. La campaña de Rusia de 1812, fue todavía más desastrosa. La retirada fue jalonada de derrotas (Batalla de Leipzig, 1813) que condujeron a la abdicación del Emperador, que aceptó retirarse a la Isla de Elba (1814).
El equilibrio europeo se procuró restablecer con criterios legitimistas en el Congreso de Viena (1815), reponiendo a los monarcas de las casas tradicionales en sus tronos, aunque el statu quo anterior a 1789 nunca se recuperó. Incluso la vuelta de los Borbones al trono de París se vio amenazada durante los cien días de 1815 en que Napoleón retomó el mando e intentó desafiar de nuevo a las potencias coaligadas en la Batalla de Waterloo, que supuso su derrota final y su confinamiento en la isla de Santa Elena. El recelo hacia Francia se pretendió conjurar con el reforzamiento de estados tapón en su fronteras: el reino de Cerdeña (germen de la unidad italiana) y el reino de Holanda (de creación napoleónica, al que se incorpora Bélgica hasta su independencia en 1830).
Inglaterra consolidó su predominio mundial conjugado con su política de aislamiento en temas europeos, mientras Rusia se convertía en el gendarme de Europa. El sistema Metternich, diseñado por el canciller austríaco y basado en la coincidencia de intereses de las potencias de la Santa Alianza (la católica Austria, la luterana Prusia y la ortodoxa Rusia, que invocaban a la Santísima Trinidad en el inicio de su documento fundacional), mantuvo el equilibrio continental hasta 1848. En la segunda mitad del siglo, la Cuestión de Oriente, las unificaciones italiana y alemana y la competencia por los repartos coloniales fueron los principales motivos de conflicto internacional, que encontraron su cauce en una nueva red de alianzas y congresos conocida como sistema Bismarck.
Hubo también levantamientos nacionales localizados. En 1867, después de la derrota austriaca en la Guerra Austro-Prusiana, los húngaros se sublevaron y pusieron al Emperador en tal aprieto, que accedió a conformar la doble monarquía conocida como Imperio Austrohúngaro. En 1864, Otto von Bismarck había iniciado la serie de guerras que llevarían a la unificación alemana, y que culminarían con su triunfo en la Guerra Franco-Prusiana, y la proclamación del Segundo Reich. Algo antes, en 1859, se había iniciado por iniciativa del Conde de Cavour, la unificación italiana, culminada en 1864. Aun así, Roma, hasta entonces en manos del Papa y sostenida por Napoleón III de Francia (1852-1870), no sería anexada sino hasta la caída de éste, convirtiendo al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El papado, que había condenado al liberalismo como pecado,[27] mantuvo esa incómoda situación con el Reino de Italia y la Casa de Saboya (considerada la más liberal de las casas reinantes en Europa) hasta el Tratado de Letrán, negociado con la Italia fascista de Mussolini en 1929.
Apertura de espacios continentales "vírgenes"
Aunque la era del imperialismo[28] no llegó hasta el último cuarto del XIX (repartos de África y de Asia), desde comienzos de siglo XIX se produjo una presión expansiva, cuyo origen es la revolución demogáfica, sobre los espacios continentales vírgenes de la zona boreal (el Canadá británico, el Oeste estadounidense, el Oriente ruso) y austral (Colonia del Cabo, británica desde 1806; Australia, parte de la cual se convirtió en una colonia penitenciaria; la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña y peruana, etc.).
La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico en comparación con las saturadas zonas urbanas europeas, no era en realidad un vacío humano y cultural. Aborígenes australianos, maoríes, patagones, fueguinos, sioux, apaches y toda una constelación de pueblos indígenas cuya relación con la tierra respondía a lógicas no sólo preindustriales, sino a menudo preneolíticas, fueron ignorados en cuanto habitantes y sus posibles valores despreciados como primitivos.
En otros contextos, sobre zonas muy pobladas cuya civilización no podía ignorarse, la presión del Imperio Austrohúngaro y del Ruso sobre los Balcanes otomanos y el inicio de la colonización francesa de Argelia (1830) respondía a la misma lógica. La penetración británica en la India venía ya del siglo XVIII.
Expansión de los Estados Unidos
Go West, young man, go West. (Ve al Oeste, muchacho, ve al Oeste).Horace Greeley, 1833.[29]
La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su inmensidad territorial. Los británicos emprendieron una expedición de castigo contra Washington, que fue incendiada en 1815, pero era obvio que tales intervenciones no podían tener continuidad. Los Estados Unidos habían incorporado la colonia francesa de Luisiana en 1803 y la española de Florida en 1819, adquiriendo una fachada marítima hacia el sur. No obstante, su principal ampliación territorial, mediante guerras contra México, fueron los territorios desde Texas (independizado en 1836, incorporado en 1845) hasta California (Tratado de Guadalupe Hidalgo, 1848). Por añadidura quedaba el inmenso interior continental, que habían explorado Lewis y Clark (1804-06). La épica del Lejano Oeste fue formando una identidad nacional basada en el individualismo del colono de la frontera, que tras recorrer la pradera en carromato, levantaba su cabaña de troncos y se apropiaba de tanta tierra como pudiera cultivar y defender de los indios, cuya relación con la tierra no tenía nada que ver con el concepto liberal de propiedad y se vieron forzados a la reclusión en reservas, no sin lucha (Guerras Indias). Otra figura mitificada fue la de los mineros que acudían a las sucesivas fiebre del oro de California (1849 -los fortyniners-) y Alaska (comprada a Rusia en 1867, y afectada por la fiebre del oro de Klondike en 1897 -descrita por Jack London en Colmillo Blanco-).
El presidente James Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe (América para los americanos), que promovía el aislamiento continental: ni Estados Unidos intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo propio en Estados Unidos. Se entendía que el contexto, el momento clave de las guerras de independencia hispanoamericanas, incluía una suerte de extensión de la declaración a todo el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se acompañó posteriormente de la doctrina complementaria del Destino Manifiesto (es el destino de los Estados Unidos, decidido por Dios, llevar la libertad y la democracia al resto de las naciones del globo), en un verdadero "derecho de intervención" sobre el resto de América, que de forma más explícita se expresó como la Big Stick Policy ("Política del Gran Garrote) aplicada decididamente por Theodore Roosevelt (presidente entre 1901 y 1908), especialmente en la Independencia de Panamá, como consecuencia de la construcción del canal.
El fuerte proceso de industrialización afectó de forma divergente al Norte (liberal y dinámico, receptor de grandes contingentes de emigrantes) y al Sur (conservador y elitista, basado en la agricultura esclavista). La tensión llegó a su punto álgido con la presidencia de Abraham Lincoln, y en 1861 estalló la Guerra de Secesión, en la que se impuso el Norte.
La cultura estadounidense fue conjugando la tradición occidental con los valores autóctonos del "país de frontera", entre la construcción de una épica de identidad nacional (James Fenimore Cooper, El último mohicano; Walt Whitman, Hojas de hierba), y la influencia europea (Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne).
Latinoamérica en el siglo XIX
Después de su proceso de emancipación, las jóvenes repúblicas de Latinoamérica debieron afrontar la tarea de darse a sí mismas una organización propia, fracasados los grandes proyectos panamericanos (la Gran Colombia, la Confederación Perú-Boliviana). En lo político, el sello común fue la oscilación entre la inestabilidad política y el autoritarismo. En algunos casos, a imitación del Imperio Napoleónico, se dieron una forma política imperial, caso del Imperio del Brasil (1822-1888) o de Imperio Mexicano (1821-1823). En otros, prolongadas dictaduras, como las de Juan Manuel de Rosas en Argentina o el Mariscal de Santa Anna en México. Hubo densas guerras civiles en las que se ventilaron intereses políticos locales, como la que se libró entre el federalismo de las provincias argentinas y el centralismo de Buenos Aires; o las continuas rebeliones de Concepción contra Santiago de Chile. La República de Chile se consolidó tempranamente con una gran estabilidad política, pero al precio de consolidar bajo Diego Portales una constitución (la de 1833) de carácter fuertemente autoritario, en una especie de régimen monárquico disfrazado. Numerosas guerras tuvieron carácter territorial, alterando el trazado fronterizo entre las nuevas naciones, como la Guerra del Pacífico (Perú y Bolivia contra Chile, 1879-1884) y la Guerra de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay -que acabó prácticamente desprovisto de su población masculina adulta-, 1864-1870).
A pesar de la enfática declaración de la doctrina Monroe (que los Estados Unidos no estuvieron en condiciones de sostener eficazmente hasta finales del siglo XIX) hubo intentos de reconstruir la presencia imperialista europea en el continente americano. En 1865 España envió una expedición naval contra Chile y Perú (también llamada Guerra del Pacífico), mientras que en 1864, y bajo pretexto de cobrarse la deuda externa de México, fue Francia la que realizó una intervención militar que impuso la entronización de un Emperador títere (Maximiliano de Austria, 1864-1867). El expansionismo estadounidense frente a México ya había significado la anexión de todo sus territorios septentrionales (Texas, Nuevo México y California). Cuando los Estados Unidos estuvieron en posición de intervenir más al sur con base en su presencia en Cuba y Puerto Rico (a partir de 1898, guerra hispano-estadounidense), se convirtieron ellos mismos en la principal potencia imperialista del continente: imposición a Colombia de la independencia de Panamá por Theodore Roosevelt, 1903; intervención en Nicaragua desde 1909, contra la que se levantó Sandino; apoyo a las actividades de la United Fruit Company en las denominadas repúblicas bananeras, etc.
La poderosa oligarquía de comerciantes y hacendados desarrolló una imagen de sí misma como élite ilustrada y europeizada. Fue en el siglo XIX, y no en la época colonial anterior, cuando se produjeron: la más decisiva expansión del idioma español en América (Andrés Bello); y el control sobre los indígenas que habitaban territorios que el Imperio Español sólo nominalmente pretendía poseer (como el sur de Argentina). Esa élite, en las grandes naciones sudamericanas, también intentó llevar a cabo la industrialización, atrayendo para ello las inversiones de capitales procedentes de Europa, sobre todo de Inglaterra, verdadera potencia neocolonial durante todo el siglo XIX. El protagonismo exterior perpetuó la dependencia económica y la inclusión de la región en la división internacional del trabajo como productora de materias primas y mercado importador de productos manufacturados. Lo limitado del progreso económico no impidió la importación de los problemas de la era industrial, creando también en Latinoamérica una cuestión social que en su caso se agudizaba por la multietnicidad latinoamericana (europea, indígena y africana).
En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura latinoamericana se ciñó a los experimentos derivados del realismo europeo, y a inicios del XX, a los de las vanguardias. La reivindicación indigenista llegaría más adelante, asociándose con la izquierda política, mientras que la intelectualidad de la derecha se adscribió al positivismo.
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Juan Manuel de Rosas, principal dirigente de la Confederación Argentina (1835-1852).
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Diego Portales, hombre fuerte de Chile (entre 1830 y 1837), que prefirió no ocupar el cargo presidencial.
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Benito Juárez, presidente de México, de tendencia radical (1867-1872).
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Porfirio Díaz, presidente de México, ejemplo de las dictaduras de orden y progreso (1884-1911).
Expansión de Rusia
Alejandro I de Rusia, tras la derrota de Napoleón, procuró evitar toda posible nueva revolución en Europa, mientras que en su propio territorio tuvo que hacer frente a la Revuelta Decembrista (1825), fácilmente reprimida. Tanto él como Nicolás I de Rusia (apodado el gendarme de Europa) se esforzaron en asentar la autocracia zarista y evitar que la modernización económica de Rusia trajera consigo cambios sociales o políticos. Alejandro II de Rusia, por el contrario, emprendió una serie de reformas liberalizadoras, como la emancipación de los siervos (1861). Su política reformista, similar a los planteamientos del despotismo ilustrado del XVIII, no fue aceptada por los partidarios de transformaciones radicales (nihilismo), que optaron por la violencia mediante varios intentos de magnicidio, hasta el definitivo en 1881.
El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia, expandiendo su frontera sur desde el Danubio y el Cáucaso hasta el Asia Central, la Frontera del Noroeste de la India Británica y los confines del Imperio de China; mientras que por el Pacífico norte llegaba hasta Alaska. La gran extensión de Siberia fue objeto de una discontinua colonización. A finales del siglo XIX se conectaron sus aislados núcleos con el trazado del ferrocarril transiberiano entre Moscú y Vladivostok (puerto en el Pacífico fundado en 1860).
La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica) caracterizó la política rusa de toda la época, y lo siguió haciendo tras la Revolución soviética de 1917. En lo concerniente a los Balcanes, estos intereses territoriales se expresaron ideológicamente en el paneslavismo, con el que patrocinó los movimientos independentistas frente al Imperio Otomano, un punto de fricción determinante para la estabilidad europea que se denominó Cuestión de Oriente.
La "era victoriana" británica
La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el primer tercio del XIX, a la era victoriana (el reinado de excepcional duración de Victoria I, 1837-1901, seguido sin solución de continuidad por la era eduardiana de su hijo, el eterno príncipe de Gales, Eduardo IV, 1901-1910). Convertida por su protagonismo en la revolución industrial en taller del mundo, la supremacía naval hacía del Reino Unido el gendarme de los mares. Su dominio imperial era justificado con una ideología paternalista (abolición de la esclavitud, libertad de actividades para los misioneros, extensión del progreso y el conocimiento científico a través de la exploración geográfica y los beneficios del libre comercio, etc.). La extraordinaria red de correos permitió que durante su viaje en el Beagle (1831-1836), el joven naturalista Charles Darwin pudiera mantener un contacto regular bidireccional con sus familiares y profesores.
El parlamentarismo británico demostró la flexibilidad suficiente para acoger paulatinas ampliaciones del cuerpo electoral al tiempo que mantenía características tradicionales, como la aristocrática Cámara de los Lores y la desigualdad de representación territorial (ciudades industriales sin diputado frente a rotten boroughs -"burgos podridos", circunscripciones de muy pocos votantes-). El sistema mayoritario implicaba el turno en el poder de primeros ministros tory (conservadores, como Disraeli, que representaban los intereses de la gentry o clase terrateniente) y whig (liberales, como Gladstone, que representaban los intereses comerciales y financieros de la City); aunque lo verdaderamente característico del sistema político británico fue que en vez de polarizarse, ambos partidos convergían en lo esencial, correspondiendo muchas veces a los conservadores realizar las reformas de mayor calado. No obstante, la recepción de las demandas sociales fue muy desigual: el movimiento cartista sólo consiguió parcialmente y con el tiempo ver atendidas algunas de sus reivindicaciones laborales y políticas; mientras que el movimiento autonomista irlandés vio constantemente rechazadas sus pretensiones de autogobierno, e incluso las desesperadas peticiones de ayuda durante el hambre de Irlanda (1845-1849) se veían ignoradas en nombre de la libertad económica, lo que condujo a la convicción de que sólo el independentismo radical conseguiría resultados.
Imperialismo y "Belle Époque" (1848-1914)
Lenin definió al imperialismo como fase superior de desarrollo del capitalismo (1905); y John A. Hobson (1902) estudió su relación con el crecimiento demográfico y el descenso de la tasa de beneficio en los países europeos, fenómeno para el que la emigración y los imperios coloniales servía como válvula de escape para reducir tensiones sociales, cuyo estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable.[30] La segunda mitad del siglo XIX fue sin duda la Era del Capital, no sólo por eso, sino por la aparición de El Capital de Carlos Marx (1867, completado póstumamente en 1885 y 1894). Las tensiones, no obstante, no dejaron de acumularse por más que las opiniones públicas de finales del siglo XIX, optimistas y despreocupadas, confiaran en el progreso indefinido (al tiempo que mostraban la proclividad de la naciente sociedad de masas a la manipulación de sus más bajas pasiones y su violencia latente -resentimiento social, lucha de clases, ultranacionalismo, antisemitismo, revanchismo, chauvinismo, jingoísmo-). La inviabilidad de la continuidad de las estructuras quedó violentamente puesta de manifiesto por el estallido de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias.
El reparto colonial
La Revolución Industrial permitió a las naciones europeas un salto de gigante en el arte de la guerra. El antiguo barco a vela fue superado por las naves impulsadas por carbón primero, y por petróleo después. A comienzos del siglo XIX los barcos a vapor eran una curiosidad; apenas medio siglo después se botaba al mar el primer acorazado (1856). El barco de hierro e impulsado por carbón se transformó en símbolo del nuevo imperialismo, hasta el punto que la política europea de imponerse por la vía directa del ultimátum militar pasó a ser motejada como la diplomacia de las cañoneras. Los progresos de la guerra en tierra no fueron menores (ametralladora, pólvora sin humo, fusil de retrocarga). El sistema de reclutamiento del Antiguo Régimen fue sustituido por el servicio militar obligatorio, inspirado por el más puro sentido democrático de que todos los habitantes de la República deben contribuir a su defensa, lo que permitió a las naciones europeas poner en pie de guerra a ejércitos de literalmente millones de hombres, por primera vez.
El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En los siglos XVI y XVII, a diferencia de la colonización de América, y la presencia en África y el Pacífico (limitada a bases costeras), la intervención europea en el continente asiático se había visto obstaculizada por grandes potencias que les impedían el paso (Imperio Otomano, Gran Mogol de la India, Imperio Chino o Japonés). En el siglo XVIII, varios de ellos manifestaban una franca declinación, y las potencias europeas más audaces se aprovecharon para obtener ventaja de ello. La penetración paulatina en la India sustituyó a los poderes locales con gobernantes de facto, manteniendo el Raj Mogol una autoridad puramente nominal, hasta su derrocamiento definitivo en 1857.
A estos vacíos geoestratégicos que las potencias coloniales se apresuraban a llenar fuera de Europa, se correspondía en el continente la gestión de un delicado equilibrio de poderes, que después del Congreso de Viena procuraba evitar la posibilidad de reconstruir la hegemonía de ninguna potencia con capacidad de abatir a todas sus rivales. Los nuevos territorios de ultramar significaban el acceso a nuevas fuentes de materias primas demandadas por el proceso industrializador.
Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que expulsó a Francia de la India y Canadá, los británicos pudieron reponerse de la pérdida de los Estados Unidos y mantener la delantera en la carrera por un imperio mundial. A finales del siglo XIX, el Imperio Británico se extendía por aproximadamente una cuarta parte de todas las tierras emergidas, incluyendo numerosas zonas de África, la India, Australia, y una fuerte influencia en China. Francia le había seguido de cerca; tras la colonización de Argelia (1830) comenzó la de Indochina. Los Países Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia. España perdió su imperio americano, conservando sólo Cuba y Filipinas (perdidas ante los Estados Unidos en 1898), y sólo consuió acceder a una pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el Marruecos español). Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de algunas islas en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los italianos; Camerún y Tanganika los alemanes).
África era un continente casi inexplorado, y la labor de colonización fue precedida por acuciosas empresas de exploración; a finales del siglo XIX sólo subsistían Liberia, Orange, Transvaal y Abisinia como naciones independientes, cada una por razones diversas. El gran beneficiado del reparto africano fue Leopoldo de Bélgica, que basándose en una reputación filantrópica (que en la práctica suponía las más atroces técnicas de explotación) consiguió hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el Congo que legó al pueblo belga. Francia e Inglaterra compitieron por un imperio continuo (de costa a costa) por el que chocaron en el incidente de Fachoda (Sudán, 1898), correspondiendo a los ingleses la posibilidad de construirlo tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial.
En la India hubo un masivo levantamiento popular contra la presencia británica (1857 rebelión de los cipayos), que llevó a la disolución de la Compañía de las Indias Orientales y a su anexión directa a la Corona como Raj o Imperio de la India. Los intentos de penetración en Afganistán, en medio del gran juego contra los rusos por el dominio de lo que se definió como área pivote de Eurasia no fueron efectivos. En China la Guerra del Opio significó la sumisión colonial efectiva del Celeste Imperio, debilitado internamente (en buena medida, por el propio consumo del opio cuyo intento de prohibición causó la guerra, en nombre del libre comercio). En 1853 una escuadra estadounidense comandada por el comodoro Matthew Perry llegó hasta la bahía de Yedo y arrancó al Shogunato Tokugawa un tratado por el cual los japoneses se vieron forzados a abrirse al comercio internacional. En su caso, en vez de condenarles al colonialismo, significó un revulsivo nacionalista que condujo a la Era Meiji y la modernización.
Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados Unidos. En 1885, el Tratado de Berlín repartía el mundo entre las potencias europeas sin que los repartidos tuvieran voz ni voto.
El racismo era una postura intelectual ampliamente defendida. Se llegó a afirmar que la conquista del mundo habitado era la "sagrada misión del hombre blanco",[31] de llevar la civilización a los salvajes. Para el europeo del siglo XIX era natural pensar que las demás razas, eran por naturaleza inferiores. Irónicamente, el darwinismo vino a proporcionar nuevos argumentos para esta postura, ya que algunos consideraron muy seriamente que el hombre blanco era la cumbre de la evolución humana. El epítome de esta ideología fue la creencia en la superioridad intrínseca de la "raza nórdica", que terminará teniendo crudas consecuencias en el siglo siguiente.
Positivismo y "Eterno Progreso"
Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual basculó nuevamente, desde la postura idealista propia del romanticismo, a una objetivista y vinculada al desarrollo científico. El éxito de las potencias imperialistas europeas al extenderse sobre el planeta llevó a la convicción de que la cultura europea era el epítome de la civilización. La ciencia y la tecnología estaban alcanzando un nivel de desarrollo y retroalimentación que posteriormente se ha definido como la interdependencia de ciencia, tecnología y sociedad. Se depositaba una inmensa fe en la ciencia. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que con tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este dogma filosófico se le llamó positivismo (Auguste Comte, Curso de filosofía positiva, 1830-1842).
La confianza en el paradigma newtoniano se veía respondida con el descubrimiento del planeta Neptuno (1846) o la elegancia predictiva de la tabla periódica de los elementos (Mendeleiev, 1869). Si la termodinámica debía más a la máquina de vapor que al revés,[32], ya no se podía decir lo mismo para el convertidor Bessemer, la fotografía, el motor de explosión o las diversas aplicaciones de la electricidad. Si la vacuna de la viruela fue la afortunada aplicación de una antigua tradición rural, las vacunas de Louis Pasteur (ántrax, 1881, rabia, 1885) eran fruto de una microbiología consciente. Georges Cuvier, James Clerk Maxwell o Lord Kelvin, como muchos otros grandes científicos, fueron tan admirados públicamente como lo habían sido los artistas del Renacimiento. El testamento de Alfred Nobel (1896), fruto confesado de su mala conciencia por una vida dedicada a los explosivos (inventó la dinamita) respondió de un modo preciso a ese espíritu con la institución de los Premios Nobel, que aún siguen siendo el referente mundial de la excelencia científica.
En 1859, y después de más de dos décadas de reflexión de que sólo se atrevió a interrumpir ante el estímulo de ser adelantado por Wallace, Charles Darwin publicó El origen de las especies. Aunque las ideas evolucionistas ya estaban presentes en el debate científico (Linneo, Buffon, Lamarck), la idea de selección natural como mecanismo fue la clave de su potencia explicativa. El terremoto intelectual que generó aún no ha dejado de producir consecuencias (nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución).[33] El llamado darwinismo social, que utilizaba una lectura sesgada del evolucionismo, veía en conceptos tales como la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte la justificación de prejuicios disfrazados de teorías científico-sociales (Herbert Spencer).
Las primeras novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo del relato de aventuras, son una glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna). El Verne más tardío escribió relatos mucho más sombríos, poniendo énfasis en los peligros de la ciencia incontrolada (Los quinientos millones de la Begún, La misión Barsac), al tiempo que su contemporáneo Herbert George Wells hacía algo similar (La guerra de los mundos, El hombre invisible, La isla del Doctor Moureau o La máquina del tiempo). También en el reverso del optimismo, el realismo literario y sobre todo el naturalismo reaccionaron contra los excesos sentimentales del romanticismo tardío construyendo una literatura pretendidamente científica y objetiva, que estudiaba los problemas sociales de la época (Émile Zola y su denuncia de las injusticias de la industrialización: Naná, Germinal, etc.).
El asentamiento de la revolución burguesa
Capitalismo industrial y financiero
La política de librecambismo reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la época mercantilista, aunque los intercambios del comercio internacional estaban sobre todo presididos por el llamado pacto colonial que reservaba las colonias como mercado cautivo de sus respectivas metrópolis. Aun así, las barreras para el comercio y la inversión a escala planetaria eran sustancialmente menores que en cualquier época anterior. Los empresarios exitosos ya no estaban limitados por las fronteras nacionales a la hora de invertir y buscar ganancias. Adicionalmente, la industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas abrió nuevos mercados para recursos que hasta entonces carecían de toda utilidad, como por ejemplo el petróleo y el caucho. En determinados casos, la extraordinaria demanda generó verdaderas fiebres, como por ejemplo la "fiebre del salitre" en el norte de Chile, con posterioridad a la Guerra del Pacífico, o la fiebre del caucho en la Amazonia brasileña y peruana. El mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto mercado global, creándose así por primera vez una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no sólo por su alcance geográfico, sino también por la interconexión entre los distintos productos que se comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como materias primas a otros y alargando las cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes.
La ideología individualista y los límites al poder político configuraron a los Estados Unidos, en continua expansión territorial y demográfica, como el lugar más idóneo para el desarrollo del capitalismo industrial. En el caso de la industria petrolífera, el descubrimiento de los primeros pozos de Texas en 1859, llevó a la constitución de un gigantesco monopolio y la gran fortuna de David Rockefeller. Otro ejemplo destacado fue Andrew Carnegie, quien creó su propio imperio financiero en torno al acero. En el campo de los servicios también surgieron varios poderosos grupos comerciales, como por ejemplo el imperio periodístico de William Randolph Hearst o los primeros estudios de Hollywood (véase Historia del cine). La necesidad de innovación científico tecnológica demandaba la superación de los inventos como una inspiración o genialidad individualista: Thomas Alva Edison fue pionero en la idea de reunir a un grupo de científicos, ingenieros y trabajadores especializados en un verdadero taller de invenciones, creando así la moderna investigación tecnológica en la que importa más el proyecto común, que la figura del inventor o investigador propiamente tal.
La sociedad reaccionó ante los monopolios con temor, especialmente en los en Estados Unidos, donde la ideología de libre empresa (empresarios privados de iniciativa individual en el marco de un mecado libre) era ampliamente compartida. La idea de concentración de poder económico era tan amenazadora como la de concentración de poder político, y el monopolio se asociaba a la tiranía. Se dictaron leyes antimonopolios, e incluso en virtud de ellas, Rockefeller fue llevado a juicio. Su firma, la Standard Oil Company (Esso), fue condenada a disgregarse en 1911. Sin embargo, estas acciones no impidieron que en el paso de los siglos XIX al XX se concentrara el capital en manos de un nuevo club de multimillonarios, y que se crearan las modernas transnacionales.
La cuestión social y el movimiento obrero
Socialismo y anarquismo
La grave crisis social encontró respuesta a nivel doctrinal en ideologías alternativas al liberalismo.
Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado, que se sostendría por la coacción y así logra imponer una economía monopólica burguesa, para derivar a una sociedad en donde los seres humanos se regularan a sí mismos por la vía de contratos enteramente privados. Se dividió en varias vertientes, básicamente las "evolucionarias" y las "revolucionarias". Una de ellas, de índole pacifista, encarnada entre otros por León Tolstoi, sostenía que debía llegarse a esa sociedad anarquista por medios no violentos, e intentaba crear comunidades ejemplares de este modelo de sociedad. Otra vertiente, preconizada por Mikhail Bakunin o Piotr Kropotkin, sostuvo que los gobiernos debían ser derribados por la fuerza, haciendo de los métodos insurreccionales un método de lucha contra la opresión de los gobiernos, teniendo mayor implantación en la Europa meridional y oriental (destacadamente en España y en Rusia) en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX. La utilización de la violencia por individuos o pequeños grupos terroristas que se justificaban en la retórica de la acción directa y la propaganda por el hecho dio lugar a numerosos magnicidios y atentados contra patronos, y sirvió a su vez para justificar la durísima respuesta represiva contra todo tipo de organizaciones obreras (violentas o no) por parte de los estados. La corriente mayoritaria del movimiento anarquista se centró en la estrategia sindical (anarcosindicalismo).
Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una serie de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar la diferenciación social (Robert Owen, Fourier, Louis Blanc, Blanqui, Proudhon, etc.). Karl Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función intelectual del filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo),[35] y buscó el compromiso social con las organizaciones del movimiento obrero, con el que se identificó. Su famoso lema ¡Trabajadores del mundo, uníos!, dentro del Manifiesto comunista que redactó junto a Engels, se publicó en Londres el mismo día que estallaba la Revolución de 1848 en París.
A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de formación de la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual finalmente terminaría por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y políticas. Intelectualmente trabajó de forma continuada en su obra clave, El capital, de la que publicó una primera parte y dejó la segunda inacabada. El marxismo, desde un análisis intelectual crítico de la economía política del liberalismo clásico e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán (dialéctica de Friedrich Hegel), y socialmente en la crítica social de los utópicos y en la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia (materialismo histórico) que incluía un diseño estratégico de acción y un ambicioso plan de futuro (simplificado en las vulgarizaciones difundidas por propagandistas como Paul Lafargue y sistematizado posteriormente en el materialismo dialéctico soviético): Comenzaría con la toma de conciencia por parte del proletariado (conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su propia emancipación, y que ésta sólo podía provenir de la lucha de clases contra los propietarios de los medios de producción (los dueños del capital o capitalistas: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría inevitablemente a la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que los trabajadores se impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.
Tras la renovación de la Internacional en 1889 (Segunda Internacional), las ideas marxistas fueron adaptadas por numerosos actores políticos desde dos planteamientos opuestos: los revolucionarios (Rosa Luxemburgo en Alemania, Lenin y los bolcheviques en Rusia, posteriormente denominados comunistas), que planteaban la necesidad de ir hacia la revolución proletaria mediante una estrategia insurreccional diseñada por una minoría dirigente (el partido) que actuaría como vanguardia revolucionaria; y los revisionistas (Eduard Bernstein) que entendían que la participación política, sin una perspectiva inmediata de revolución proletaria, podía conducir a la mejora de las condiciones sociales en beneficio de la clase trabajadora. En Alemania, como respuesta al régimen de Otto von Bismarck, surgió la socialdemocracia alemana que se encauzó dentro de las vías parlamentariass. En Inglaterra, desde similares planteamientos moderados, la Sociedad Fabiana y los sindicatos (Trade Unions) conformarían el laborismo.
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Proudhon y sus hijos, por Courbet (1865). Era de los considerados socialistas utópicos por los posteriores, autodenominados científicos. Sin embargo la observación científica frente a las ensoñaciones románticas fue uno de los postulados de Proudhon.
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William Morris, artista e intelectual, sin vincularse ideológica ni orgánicamente a marxismo ni anarquismo, se aproxima al movimiento obrero como muchos otros reformistas sociales.
Cuestión social y leyes sociales
La cuestión social, es decir, la conciencia de la grave situación de las clases bajas, y su percepción como amenaza por parte de las clases medias y altas, se había convertido en un tópico. Los escasos medios paliativos de la caridad tradicional, del paternalismo de muchos empresarios y de las llamadas a la justicia social por parte de instituciones religiosas o de otro tipo de asociaciones humanitarias, no parecían suficientes dada la magnitud de las masas degradadas a la condición de lumpen. Incluso desde las posiciones políticas burguesas (conservadoras, reformistas o liberales) se planteaba la necesidad de leyes (el derecho laboral) que protegieran a los trabajadores de las consecuencias más graves del pauperismo y la degradación social, a pesar de que tal cosa fuera incompatible con el concepto de estado mínimo liberal o con el respeto a la literalidad de las propuestas de la economía clásica. Desde fechas tan tempranas como 1830, aunque de forma esporádica e inorgánica, se fueron prohibiendo o limitando el trabajo infantil y el trabajo femenino; y mucho más adelante se fueron estableciendo diferentes tipos de controles sanitarios o de seguridad laboral e inspección de trabajo. Con la misma lógica, se establecieron descansos en domingos y festivos, jornadas máximas,[36] salarios mínimos y todo tipo de seguros sociales: de invalidez, de enfermedad, de vejez y de desempleo; así como políticas de contenido social como la escolarización obligatoria. En muchos países se fue permitiendo que la actividad sindical, cuya prohibición era un requisito de la libre contratación necesaria para el mercado libre, fuera convirtiéndose en legal (derecho de asociación, derecho de huelga), del mismo modo que se levantaron las prohibiciones a las asociaciones empresariales. En cualquier caso, tanto unas como otras habían tenido acogida en otras instituciones (montepíos, clubes de todo tipo, cámaras de comercio, etc.).
El primer cuerpo orgánico de leyes protectoras de los trabajadores se implantó en Alemania entre 1870 y 1880 por iniciativa de Otto von Bismarck, quien a pesar de su origen social en la aristocracia prusiana y sus apoyos entre la burguesía capitalista, entendió la necesidad de combatir políticamente a los socialistas privándoles de sus principales causas de queja y conseguir la estabilidad social y la cohesión nacional del nuevo estado unificado, que como todos los europeos y americanos, fue implantando el sufragio universal. Un estado que reconoce al más pobre la misma capacidad de decisión política que al más rico, por su propia seguridad se ve obligado a procurar que también pueda ejercer su libertad en mínimas condiciones de dignidad humana. Es el denominado estado social, precedente del estado de bienestar y pieza necesaria de la sociedad de consumo de masas.
La sociedad de masas
El siglo XIX, como producto de la industrialización, vio el surgimiento de la moderna sociedad de masas, como oposición a la vieja división entre una reducida élite aristocrática y la gran masa del bajo pueblo. Esto ocurrió porque los costos de producción de las mercancías bajaron, quedando la producción a disposición de nuevos actores sociales, la clase media, con nuevos medios económicos provenientes de las profesiones liberales, y que por ende pudieron ascender socialmente. Nuevos inventos, como el envasado de comida en latas (desarrollado inicialmente para el ejército napoleónico), permitieron que las nuevas clases sociales accedieran a nuevas fuentes de alimentación.
A esto contribuyó la implantación, a lo largo del siglo XIX, del sistema de educación primaria obligatoria, que tendió a reducir drásticamente las tasas de analfabetismo en Europa (si bien no a erradicarlo). La mayor cantidad de público lector incentivó el desarrollo de la prensa escrita, incluyendo fenómenos tales como la prensa amarilla. Los modernos métodos de impresión, por su parte, permitieron aumentar la producción de libros. A inicios del siglo XIX, el libro de poemas El corsario de Lord Byron se transformó en el primer libro en la historia con un tiraje inicial superior a los 10.000 ejemplares. También se desarrolló una nueva forma de literatura popular, el folletín, híbrido entre la prensa escrita y la antigua novela, que se publicaba por entregas en los diarios. A través del folletín fueron dadas a conocer obras como Los misterios de París de Eugene Sue, Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Los miserables de Víctor Hugo o David Copperfield y Oliver Twist de Charles Dickens. A finales del siglo, por iniciativa del mencionado Víctor Hugo, surgieron los primeros convenios internacionales sobre derecho de autor.
Todos estos nuevos sucesos, por supuesto, abarcaban tan solo a la sociedad europea, y en medida más reducida a la de América. En el resto del mundo, sometido al dominio colonial europeo, las nuevas condiciones de vida alcanzaban tan solo a la clase social europea, mientras que los nativos proseguían viviendo el magro estilo de vida que habían heredado desde antaño.
Moral victoriana, tradiciones inventadas y comunidades imaginadas
La característica más notoria de las costumbres sociales de la época fue el puritanismo moral, cuyo símbolo máximo se encarnó en la Reina Victoria (según Lytton Strachey, ese rasgo sólo se acentuó después del fallecimiento de su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, en 1861[37]), caracterizado por una exacerbación de los principios morales, y en la represión sistemática de las pasiones, en particular las de orden sexual.
Cualquier desviación de conducta se calificaba como libertinaje, cuya presencia social era también notoria: es el caso de Oscar Wilde, que pagó su desafío literario y personal a las convenciones sociales con una condena a presidio. La pureza moral como ideal social ocultaba una evidente hipocresía o doble moral, denunciada por el propio Strachey (Victorianos eminentes) y por el fundador del psicoanálisis, el austríaco Sigmund Freud, que interpretó las enfermedades mentales y neurosis como derivadas de la represión sexual. La figura real de Jack el destripador muestra hasta qué punto la sordidez del mundo de la prostitución en callejuelas portuarias no era ajena a los personajes de la alta sociedad londinense. En el mundo de la ficción, la misma realidad dual es genialmente representada con El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde, 1890), El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (R. L. Stevenson, 1886) o Drácula (Bram Stoker, 1897).
En Francia, teóricamente de costumbres mucho más relajadas, Gustave Flaubert y Charles Baudelaire tuvieron que enfrentarse a procesos judiciales contra Madame Bovary y Las flores del mal (ambas de 1857). La aparente alegría de vivir y el ambiente de vodevil en el París libertino de Naná (Émile Zola, 1889) no dejaba de presentar también un lado oscuro que empujaba a la búsqueda de Los paraísos artificiales (Charles Baudelaire, 1860) por parte de Los poetas malditos.(Paul Verlaine, 1888).
Paradójicamente, las tradiciones en nombre de cuyos valores se ejercía la censura moral o política, y se construían las identidades nacionales de todos los países, eran en buena medida inventadas, y las mismas comunidades, imaginadas. Tal condición no les restaba eficacia, sino todo lo contrario, exigía una gran energía social y la aplicación de mecanismos ideológicos de todo tipo, como los grandes programas monumentales que inmortalizaban en piedra y bronce las glorias nacionales y los ejemplos de vida virtuosa.[38]
Abolición de la esclavitud
A inicios del siglo XIX, la esclavitud era una institución en retroceso en el mundo occidental, como corolario lógico del principio ilustrado y revolucionario de la igualdad ante la ley de todos los seres humanos sin excepción. Siguiendo la iniciativa de Inglaterra (1807-1834), motivada por su interés de convertirse en guardián de los océanos, muchas naciones se incorporaron a la campaña para abolir la esclavitud, a través de la prohibición del tráfico de esclavos, el paso intermedio denominado libertad de vientre (los hijos de esclava nacerían ya libres, con lo que la esclavitud se extinguiría con el paso de los años), o la abolición total.
La resistencia más espectacular contra el movimiento abolicionista se produjo en los Estados Unidos, cuyos estados sureños estaban dominados por una clase dirigente sustentada en la agricultura esclavista de plantación orientada a la exportación del algodón; mientras que los estados del norte habían iniciado la industrialización. Aunque puede discutirse si el abolicionismo fue la causa fundamental de la guerra o un mero pretexto, lo cierto es que la bandera abolicionista fue enarbolada por el Norte durante la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865), y rechazada por los estados del Sur. Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida, aunque la discriminación racial persistió, mediante una segregación en la práctica institucional y la vida cotidiana que no comenzó a superarse decisivamente hasta el movimiento por los derechos civiles de los años cincuenta y sesenta. Como situación de desigualdad social, sigue presente incluso con el primer presidente negro Obama, elegido en 2008.
España fue el último de los países avanzados en abolir la esclavitud, parte fundamental de la estructura económica y social de sus colonias de Cuba y Puerto Rico, sometidas a un proceso independentista en el último tercio del siglo XIX. La ley Moret o de vientres libres es de 1870, y la supresión definitiva de la esclavitud se produjo en 1886.
En Rusia, donde no había esclavos, existía la institución de la servidumbre, que fue abolida por la Reforma Emancipadora de 1861 (zar Alejandro II), no sin problemas y resistencias.
La emancipación de la mujer
Los cambios demográficos y las necesidades productivas reservaban a la mujer de la sociedad industrial un papel social mucho más activo que en la sociedad preindustrial. No obstante, durante el siglo XIX, persistió su función tradicional relegada al mundo de la casa y la intimidad de la familia, y limitándose su visibilidad pública a ser moneda de cambio en alianzas matrimoniales o vehículo del lujo de los maridos ricos; mientras que las mujeres de clase baja sólo accedían a trabajos de menor consideración que los de los varones, y su sumisión conyugal era aún más degradante. La posibilidad de una vida adulta femenina fuera del matrimonio seguía reservándose casi exclusivamente a monjas y prostitutas.
Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina, como la escritora inglesa Mary Wollstonecraft, o la revolucionaria francesa Olimpia de Gougues (propuso una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana como complemento a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano). Pero fueron casos aislados y marginales, incluso intensamente combatidos: la hija de la Mary Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein) tuvo que escapar de Inglaterra para poder vivir su romance con Percy Shelley. Las mujeres que quisieron publicar (George Sand, hermanas Brontë, Fernán Caballero) tuvieron que esconder su condición femenina bajo pseudónimos masculinos; al igual que las primeras universitarias, que tuvieron que travestirse.
A finales del siglo XIX, surgió un intenso movimiento social a favor de la equiparación de derechos entre hombres y mujeres, que encontró su bandera en la conquista del derecho a voto (sufragismo). A partir de 1902 se admitió el derecho a voto femenino en Nueva Zelanda, y luego en otras naciones, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, cuando el movimiento de emancipación femenina cobró verdadera fuerza, al haberse evidenciado su papel clave en el mantenimiento del esfuerzo bélico sustituyendo la mano de obra masculina. No obstante, la defensa de los derechos de la mujer, o su planteamiento literario, por intelectuales progresistas como Bertrand Russell, Bernard Shaw o August Strindberg seguía siendo ácidamente criticada desde la postura social mayoritaria (incluso entre la mayoría de las mujeres). La época en que hombres y mujeres pudieran relacionarse en pie de igualdad comenzaba a vislumbrarse sólo entre muy reducidas minorías intelectuales (Virginia Woolf y el Círculo de Bloomsbury).
Descristianización y renovación del cristianismo
Gott ist tot (Dios ha muerto).
En el siglo XVIII, la Iglesia Católica había combatido fuertemente a la Ilustración, censurando la Enciclopedia, la totalidad de la obra de Voltaire y otras que se incluyeron en el Index Librorum Prohibitorum (índice de libros prohibidos). La relación con la Revolución francesa fue aún más violenta. En el siglo XIX, el catolicismo se significó como fuerza conservadora (ultramontana), condenando el liberalismo, el racionalismo y otras doctrinas y usos del mundo contemporáneo, del que mostraba distante, proponiéndose como su alternativa mediante el mantenimiento de la tradición. Se definieron como dogma de fe las doctrinas de la infalibilidad del Papa (Concilio Vaticano I, 1869) y la Inmaculada Concepción (1854). La opción por la fe y los milagros quedó manifiesta con el apoyo vaticano a las apariciones de la Virgen de Lourdes (1858, aprobadas en 1862).
Los nuevos descubrimientos científicos que parecían contradecir a las Sagradas Escrituras, como la teoría darwinista (El origen de las especies, 1859; El origen del hombre, 1871), tuvieron gran repercusión, y en este caso fueron mucho más combatidos en el ámbito religioso anglicano y protestante que en el católico; donde no hubo pronunciamiento oficial alguno, e incluso en algunos casos permitió explorar las perspectivas que abrían, aunque no sin problemas (caso del jesuita Teilhard de Chardin). Otro caso de ambigua relación entre ciencia y fe fue la polémica sobre la generación espontánea, paradigma biológico de lo que científicos católicos como Pasteur consideraban como ciencia orientada a la justificación del agnosticismo y cuestionaron con éxito.[39]
En los países católicos del sur de Europa, la desamortización (1836, en España) privó del poder económico a la Iglesia. El movimiento nacionalista italiano finalmente consiguió que los Estados Pontificios desaparecieran para formar parte de una Italia unificada (1870). En Alemania, el Papa estimuló el duro enfrentamiento de los católicos del sur (organizados políticamente en el Zentrum) contra la Kulturkampf dirigida por el prusiano Otto von Bismarck. En Francia, la polarización de la opinión pública en los temas de la separación Iglesia-Estado (1905)[40] y el antisemitismo del Caso Dreyfus (1894-1906) llevó a una parte considerable de grupos católicos a convertirse en fuerzas de extrema derecha (Action française).
Movimientos religiosos disidentes, muchos de ellos vehículos del activismo social o de la identificación grupal, (metodismo, cuáqueros, mormones, etc.) se extendieron por la cristiandad protestante, cuya unidad nunca había sido monolítica, pero cuyas confesiones mayoritarias se habían institucionalizado como iglesias nacionales identificadas con el poder político y las clases dominantes (episcopalianismo).
En la cristiandad ortodoxa, especialmente en Rusia, también sometida a las dudas de fe de los intelectuales (Dostoyevski) y a la difusión entre el pueblo del anticlericalismo del movimiento obrero, los movimientos místicos y milenaristas de antiguo origen (viejos creyentes, jlystý) mantenían su capacidad de movilización popular frente a la mayoritaria Iglesia oficial controlada por el zar, y en alguna ocasión produjeron fenómenos de gran repercusión (Rasputín).
Aunque el siglo XIX marcó uno de los momentos más débiles del papado, la causa de la religión católica estaba muy lejos de haber sido derrotada, y lo mismo puede decirse de las distintas confesiones protestantes, que también se enfrentaban a los desafíos del materialismo dominante en la sociedad industrial. Más allá de una minoría intelectual de entre los profesionales liberales o de los obreros con conciencia de clase, la gran mayoría de la sociedad, desde las clases dirigentes hasta las clases bajas, pasando por las clases medias, estaban muy lejos de considerarse ateas. Un ingrediente clave de la moral victoriana fue su sustrato religioso, imprescindible para la cohesión social, extremo del que era consciente el propio Marx, autor de la expresión opio del pueblo con la que motejaba a la religión. Incluso se ha argumentado que la religión, como fuerza conservadora, cumplía un papel que vital en la resistencia a la gran transformación que supuso la embestida del mercado contra las instituciones tradicionales.[41] No sólo las tradicionales instituciones de caridad, sino la organización del sindicalismo católico y la doctrina social de la Iglesia (Rerum novarum, 1891) se presentaron como una alternativa tanto al capitalismo liberal como al movimiento obrero revolucionario.
Incluso la expansión imperialista europea se justificaba como una manera de llevar la civilización a los salvajes, prolongación de la empresa evangelizadora y similar al utilizado por los justos títulos del dominio español en América. Tal argumento se empleaba en sentido contrario desde la resistencia al envío de reclutas a Marruecos durante la Semana Trágica de Barcelona, que degeneró en quema de iglesias por el fuerte carácter anticlerical del movimiento (1909):
Contra el envío a la guerra de ciudadanos útiles a la producción y, en general, indiferentes al triunfo de la cruz sobre la media luna, cuando se podrían formar regimientos de curas y de frailes que, además de estar interesados en el éxito de la religión católica, no tienen familia, ni hogar, ni son de utilidad alguna al país.[42]
La crisis de los treinta años (1914-1945)
No parece muy exagerada tal denominación, debida al historiador Arno Mayer,[43] para tres décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulso período de entreguerras, con la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y Ruso; la agudización de las tensiones sociales que llevaron a revoluciones como la Mexicana, la Rusa y la llamada Revolución Española simultánea a la Guerra Civil; la crisis del sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los fascismos y sistemas políticos autoritarios; al tiempo que se desarrollan los primeros Estados Sociales de Derecho, como la República de Weimar, prácticas de pacto social como los Acuerdos Matignon, y se aplican las teorías económicas de John Maynard Keynes (divergentes del liberalismo clásico) en los programas intervencionistas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. La correspondiente crisis intelectual se hizo manifiesta en los cambios revolucionarios de paradigmas científicos y en la revolución estética de las vanguardias.
Escalada de la tensión internacional
El fin de la Guerra Franco-Prusiana en 1871, inició una realineación de las fuerzas políticas en Europa. Inglaterra y Francia, enemigos desde la época napoleónica y rivales en la carrera colonial, habían unido fuerzas, en particular desde el final de la Guerra de Crimea en 1856, para sostener al Imperio Otomano e impedir la salida de Rusia al Mar Mediterráneo. Para contrarrestar esto y evitar el revanchismo francés, Otto von Bismarck, el Canciller de Alemania, tendió lazos con el Imperio Austrohúngaro, al que había derrotado en 1866. Cuando Italia se incluyó en el sistema en 1881, nació la llamada Triple Alianza. Bismarck consiguió que el juego de alianzas basadas en la diplomacia secreta, junto con la frecuente convocatoria de congresos internacionales y todo tipo de contactos, imposibilitara un acercamiento de las potencias occidentales a Rusia, con el riesgo para Alemania de una guerra en dos frentes. Este denominado sistema Bismark se rompió a finales de siglo, tras perder el canciller la confianza del nuevo emperador, Guillermo II, partidario de acciones más enérgicas en política exterior, incluso a riesgo de provocar el recelo de Inglaterra, cuya superioridad naval comenzó a desafiar. La Triple Entente entre Francia, Inglaterra y Rusia se estableció desde 1904 (Entente Cordiale) y 1907 (Entente Anglo-Ruso, tras llegar a un acuerdo de áreas de influencia en Asia Central). Así se habían configurado en lo esencial los dos bloques que en pocos años se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial.
Los imperios coloniales habían alcanzado su máxima expansión a falta de nuevas tierras por conquistar. Cualquier intento por imponerse a las potencias rivales pasaba por aplastarlas en una guerra total. Entre 1871 y 1914, con la excepción de las guerras de los Balcanes, Europa vivió en una paz conocida como la paz armada. Una veloz carrera armamentista no sólo incrementó los efectivos humanos movilizados y en la reserva, el número y tonelaje de los barcos de guerra o los arsenales de armas y equipamientos tradicionales, sino que desarrolló nuevas aplicaciones tecnológicas (ametralladora, alambre de espino, gases tóxicos), que hicieron a la próxima guerra bien diferente, y mucho más demoledora, que las guerras de tipo napoleónico a las que los generales europeos estaban acostumbrados a jugar en sus cuartos de estrategia.[44] La Gran Guerra de 1914 a 1918 acabó definitivamente con el equilibrio europeo proveniente del Congreso de Viena.
La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
En 1914 un incidente internacional menor, el llamado atentado de Sarajevo, dio pretexto al Imperio Austrohúngaro para presionar a Serbia, un joven estado nacido de la descomposición del Imperio Otomano. El ultimátum de Austria a Serbia puso en marcha la red de alianzas y pactos defensivos, y en pocos días, Europa se vio sumergida en una violenta guerra general.
El Imperio Alemán se jugó la baza del Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra de tenazas que acorralara en el frente occidental a los franceses (como había ocurrido en la batalla de Sedán de 1870), después de lo cual podrían volverse para repeler a los rusos en el frente oriental. Pero, a pesar de que la invasión de la neutral Bélgica se cumplió con rapidez, la resistencia franco-británica demostró ser eficaz (el llamado milagro del Marne, septiembre de 1914). A pesar de que la artillería alemana llegó a bombardear París (Gran Berta[45]) el frente quedó estacionario en una desgastante guerra de trincheras cuya puntual intensificación careció siempre de resultados decisivos (batalla de Verdún, diciembre de 1916).
En el frente oriental, el inicial avance ruso fue espectacularmente replicado, en medio de gravísimas dificultades internas que llevaron al estallido de la Revolución Rusa de 1917. A pesar de que inicialmente no supusieron la salida de Rusia de la guerra (periodo de Kerenski), se impuso como inevitable en el periodo siguiente (la petición de pan, paz y todo el poder a los soviets era el lema bolchevique, y el propio Lenin había conseguido entrar en Rusia gracias al apoyo alemán, que le permitió cruzar su territorio en un vagón sellado).
La ventaja obtenida con la supresión del frente oriental no llegó a ser decisiva, porque desde el mismo año 1917 Estados Unidos había entrado en el conflicto en apoyo de sus aliados comerciales (Francia y sobre todo Inglaterra), con el argumento de responder a la guerra submarina. Alemania no podía seguir con el esfuerzo bélico y, una vez roto el frente occidental en Bélgica, decidió rendirse (11 de noviembre de 1918) antes de que la guerra afectase a su propio territorio o triunfase una revolución similar a la soviética (que de hecho se produjo en ese momento: la revolución espartaquista). Austria-Hungría, cuya capacidad de resistencia era aún menor, quedó disuelta en entidades nacionales independientes.
En otro escenario clave, la Gran Guerra supuso el hundimiento del Imperio Otomano en Próximo Oriente, consiguiendo los británicos la movilización del nacionalismo árabe (Lawrence de Arabia), en una postura contradictoria con el apoyo simultáneo que se ofrecía a los sionistas (Declaración Balfour), lo que planteará para un futuro uno de los puntos de tensión internacional más importantes, sobre todo por su riqueza en petróleo.
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Europa en 1914
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Europa entre 1919 y 1929
Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones
El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de París tras el armisticio, no lo fueron en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de los imperios centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio Austro-Húngaro e Imperio Otomano), que de hecho habían desaparecido como tales entidades políticas. La reducción al mínimo territorial de las nuevas repúblicas de Austria y Turquía imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de responsabilidades (incluyendo fuertes indemnizaciones) que caracterizaba la postura de los vencedores (especialmente la de Francia), con lo que la atribución de la culpa y por tanto de las indemnnizaciones recayó principalmente en Alemania, que había sobrevivido como estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de Alsacia y Lorena y Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y el estricto desarme que se la exigía. La imposición fue percibida como un diktat (dictado), y sus durísimas condiciones contribuyeron al caos económico y político de la recientemente creada República de Weimar.
Se pretendía haber hecho la guerra que acabaría con las guerras, creando un nuevo orden internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de nación y estado), cuestión que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa identidad fuera cuestionable (lo que ocurría en la práctica totalidad de Europa, aunque sólo se aplicó en pequeño número de casos fronterizos). Se pretendía que las nuevas naciones, al carecer de ambiciones territoriales, renuncian a la guerra como método de resolución de conflictos.[46] La paz se garantizaría por el principio de seguridad colectiva, administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones, cuya sede se fijó en Ginebra. La exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a su inclusión, limitó de forma grave su eficacia. Incluso entre sus propios miembros, la nula capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que no lo hicieran voluntariamente (casos del Japón en Manchuria o de Italia en Abisinia) demostró su práctica inoperancia en cuestiones graves, aunque en otros campos sí desarrolló funciones más o menos importantes (Organización Internacional del Trabajo y otras agencias).
La diplomacia bilateral y multilateral continuó siendo el principal ámbito de las relaciones internacionales, aunque ciertamente se vio influenciada, sobre todo inicialmente, por el nuevo clima de confianza. La proscripción de la diplomacia secreta no tuvo en realidad cumplimento. El Tratado de Rapallo (1922), los Tratados de Locarno (1925) y el Pacto Briand-Kellogg (1928) marcaron distintas conformaciones de alianzas o declaraciones de buenas intenciones que no consiguieron disipar la desconfianza entre las potencias, incrementada dramáticamente a partir de la crisis de 1929 que proyectó las tensiones internas de cada país al terreno internacional. Su manifestación más grave fue el expansionismo y rearme alemán (Anschluss -anexión de Austria, 1934-, crisis de Renania -1936-, crisis de los Sudetes -1938-). El fracaso de la política de apaciguamiento (acuerdos de Múnich, 1938), más temerosa del peligro comunista que del fascista (Eje Roma-Berlín, octubre de 1936) se repitió en el fracaso de la política de no intervención con que se pretendía paliar los efectos de la Guerra Civil Española (1936-1939). Los definitivos virajes hacia la guerra se hicieron inevitables cuando, a los pocos meses de terminar aquélla, Hitler y Stalin sellaron el Pacto Germano-Soviético (23 de agosto de 1939).[47]
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Caricatura del primer ministro francés Georges Clemenceau (el Tigre) en las trincheras. Fue el estadista aliado más partidario de un trato duro a Alemania en el Tratado de Versalles.
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Tres de los principales estadistas europeos de la fase más pacifista del periodo de entreguerras: el alemán Gustav Stresemann, el británico Austen Chamberlain y el francés Aristide Briand, reunidos en Locarno en octubre de 1925.
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Haile Selassie, el negus de Etiopía, fue destronado por la invasión de la Italia fascista, en lo que fue la última anexión colonialista europea en África y el primer gran fracaso de la Sociedad de Naciones.
Surgimiento de los totalitarismos
Libertad ¿para qué?[48]
Revolución rusa
La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra era catastrófica, y que había perdido el prestigio místico con que el Zar se presentaba como padrecito del pueblo. Un conjunto de partidos burgueses y socialdemócratas (mencheviques, eseritas, etc.) liderados por Kerenski pretendió construir un estado democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que empeorar en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la estrategia insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre (Asalto al Palacio de Invierno, 25 de octubre según el calendario ortodoxo). El poder soviético ignoraba la representación electoral y las libertades, despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las fábricas y las unidades militares.
El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con Alemania y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora como guerra civil rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas y financiado tras el final de la guerra por las potencias vencedores. Al mismo tiempo se fue implementando el programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de tierras y fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones (cuyos nombres pasaron a convertirse en míticos para el imaginario obrero de todo el mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.) teóricamente asamblearias pero fuertemente controladas desde la cúspide por el Partido (que pasará a llamarse comunista, y el estado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Al igual que había ocurrido durante la fase más exaltada de la Revolución Francesa, se produjeron matanzas masivas (por ejecuciones o como consecuencia de las deportaciones) y la salida al extranjero de un gran número de exiliados.
La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del territorio cedido en Brest-Litovsk (guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la que se consintió la reconstrucción de empresas privadas y la recuperación de la figura del campesino enriquecido (kulak).
Las luchas de poder entre Trotski y Stalin, partidario el primero de la extensión del proceso revolucionario a otros países (revolución permanente) y el segundo de la construcción del socialismo en un sólo país, comenzaron durante la agonía de Lenin (1924) y terminaron cinco años después con la victoria de Stalin, que inició una época de purgas con la eliminación de los trotskistas (XV congreso, 1929), en una intensificación de la represión política que acabó con toda oposición o crítica a su poder personal (Bujarin, oposición de derecha), originando un verdadero culto a la personalidad dentro de un sistema totalitario: el estalinismo. La colectivización recibió un impulso definitivo, sustituyendo la liberalización de la NEP por los planes quinquenales a cargo de un GOSPLAN que centralizaba la totalidad del proceso productivo sin intervención del mercado, decidiendo burocráticamente qué debía producirse, dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo. Se estimuló el trabajo voluntario a través de la emulación (estajanovismo), aplazando cualquier reivindicación de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en cuyo nombre se decía estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción de bienes de consumo en beneficio de la industria pesada. La Tercera Internacional (Komintern o internacional comunista, que se había creado en 1919) utilizó la disciplinada labor de los partidos comunistas de todos los países del mundo en función de los intereses del régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado, incluso el más inverosimil e imaginario (desde el aburguesamiento a la traición), era advertido al propio afectado, que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la autocrítica y a aceptar la sanción de la justicia revolucionaria.
Fascismos
En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el miedo al comunismo hizo surgir movimientos políticos interclasistas y ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de parafernalia simbólica agresiva o paramilitar (entre los que destacaba el uso de camisas de ciertos colores). Su evidente similitud y la profundidad de los rasgos comunes con el fascismo italiano ha permitido a la historiografía calificarlos de fascistas, a pesar de la diversidad de nombres y características locales. Únicamente en Alemania, Europa meridional (Portugal, España, Grecia) y oriental (Rumanía, Hungría, Polonia, Báltico) se establecieron endógenamente en los años veinte y treinta dictaduras que reciben comúnmente la denominación de regímenes fascistas, o bien el calificativo de totalitarios (si consiguieron acabar con todo tipo de discrepancia) o autoritarios (si permitieron un mínimo grado de pluralismo en su propio seno). Durante los años de la Segunda Guerra Mundial se establecieron incluso en Europa occidental gobiernos colaboracionistas en los que la presencia de los fascistas locales o la implantación de medidas políticas de tipo fascista era menos decisivo que el control militar alemán.
En Italia, frustrada en sus ambiciones irredentistas por el Tratado de Versalles, el descontento fue encauzado por el movimiento de los camisas negras de Mussolini (un antiguo socialista, que había evolucionado hacia un discurso antiliberal, anticomunista, ultranacionalista, irracionalista y exaltador de la violencia) contra cualquier movimiento prerrevolucionario o simplemente huelguístico o reivindicativo de los partidos y sindicatos de izquierda. Con la marcha sobre Roma (1922) consiguió que el rey le diera el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una dictadura de facto. Planteaba la superación de las divisiones políticas con un partido único y la lucha de clases mediante una política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo con el Papa en los Pactos de Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras coloniales en Etiopía y Albania, que le pusieron en dificultades en la Sociedad de Naciones.
Alemania, tras la revolución espartaquista, había experimentado la construcción de un estado social de derecho con la República de Weimar, pero la inestabilidad económica y social no permitió su consolidación. La radicalización de las posturas más extremistas, enfrentadas violentamente, condujo a la temerosa y empobrecida clase media a optar por la solución más opuesta a la revolución comunista.
Tras un frustrado golpe de estado (Putsch de Múnich, 1923) y su paso por la cárcel, donde desarrolló su programa en Mein Kampf, Adolf Hitler consiguió llegar al poder por vía electoral (1933), al tiempo que el partido nazi, inicialmente un partido minoritario caracterizado por sus enfrentamientos en la lucha callejera contra grupos izquierdistas, iba ocupando cada vez más espacios públicos y privados, restringiendo las libertades y aniquilando toda oposición o manifestación de pluralismo (incluido el de sus propias filas -noche de los cuchillos largos-). El objetivo de la propaganda nazi, eficazmente utilizada por Goebbels (repite mil veces una mentira y acabará convirtiéndose en verdad), se centró obsesivamente en responsabilizar a los judíos de todos los males de la gente común, que acabó convenciéndose de pertenecer al grupo de verdaderos alemanes, los de raza aria, cuyos intereses particulares debían supeditarse a la grandeza de Alemania. Tal grandeza debía recuperarse con la expansión a través de un espacio vital que incluía no sólo las dispersas zonas habitadas por gentes de habla alemana, sino la Europa oriental habitada por los eslavos, presentados como otra raza inferior.
La política de apaciguamiento que Francia e Inglaterra mantuvieron hasta los acuerdos de Múnich permitieron a Hitler cumplir la parte inicial de su programa expansivo y rearmar una Gran Alemania, convertida en el Tercer Reich.
La Segunda República Española, un breve experimento de modernización a cargo de una minoría de intelectuales que pretendían apoyarse en la amplia base del movimiento obrero, terminó trágicamente en una guerra civil durante la que se produjo una revolución social en la retaguardia republicana. El apoyo de la Unión Soviética al gobierno republicano del Frente Popular y el de las potencias fascistas a los militares sublevados contrastó con el mantenimiento de una política de no intervención por las democracias occidentales. La victoria del bando sublevado estableció el régimen de Franco (que incorporaba, además de los elementos similares al fascismo de Falange Española, otros tradicionalistas, conservadores, militaristas y católicos -el nacionalcatolicismo-). De cara al inmediato futuro de Europa, esta primera batalla de la Segunda Guerra Mundial estimuló los planes de Hitler, en un contexto ya claramente prebélico para todas las naciones.
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El general Józef Piłsudski ejerció un poder dictatorial en la Polonia del periodo de entreguerras, entre las amenazas soviética y alemana.
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El general Francisco Franco mantuvo en España una de las más duraderas dictaduras europeas, fascista en su origen (Guerra Civil 1936-1939), que evolucionó hacia el nacionalcatolicismo, el pacto con los Estados Unidos (en esta foto de 1959 aparece con el presidente Eisenhower, también general) y la tecnocracia desarrollista, hasta su muerte en 1975.
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El emperador japonés Hiro Hito empequeñecido físicamente por el general Mac Arthur, ya despojado de su divinidad protocolaria tras la derrota de 1945. El expansionismo militarista japonés no había tenido una identificación ideológica con los fascismos europeos, sino más bien una relación estratégica por la convergencia de intereses.
Crisis de 1929 y Estado del bienestar
Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra Mundial, se sentaron las bases del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, el liberalismo económico había concebido al Estado como un mero garante del orden público, sin legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación (estado mínimo). Sin embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en la regulación de las condiciones de trabajo, a través de las leyes sociales, creando el moderno Derecho del Trabajo, como una manera de responder a los apremiantes problemas derivados del industrialismo y desactivar la bomba de tiempo que representaban las aspiraciones del movimiento obrero.
Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el cambio teórico fundamental. El economista John Maynard Keynes observó que la oferta económica es reflejo de la demanda (no al revés, como planteaba clásicamente la ley de Say), y por ende, la manera de levantar una economía deprimida (fase baja del ciclo económico cuya misma existencia era discutida por los teóricos del libre mercado) era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal. Consciente de las consecuencias negativas de las cláusulas económicas del Tratado de Versalles, había predicho que los pagos a que se obligaba a Alemania, junto con el endeudamiento (tanto de ésta como de las potencias vencedoras) con Estados Unidos, provocaría un desorden financiero internacional con consecuencias funestas. No obstante, los años veinte fueron los felices veinte, propicios a la especulación, la compra a crédito y el consumismo, al menos en Estados Unidos (un pollo en cada cazuela y dos coches en cada garaje, era el slogan electoral de Herbert Hoover), que sólo parecía deslucirse por la ley seca y el gansterismo. La crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, no tuvo consecuencias muy graves en las economías, a excepción de la alemana, sometida a una terrible hiperinflación. Los consejos de Keynes fueron desoidos, y no se acogieron por parte de los gobiernos hasta después de que la Gran Depresión posterior al crack de 1929 (momento en que estalló la burbuja de especulación financiera) literalmente arrasó el mercado de valores, y tras él el sistema productivo y el mercado laboral generando un pavoroso paro masivo. El recurso generalizado al proteccionismo deprimió aún mas el comercio internacional y acentuó la depresión económica.
En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como salida a la Gran Depresión, políticas keynesianas, es decir, intervencionistas, de estímulo de la demanda a través de las obras públicas, subsidios sociales y aumento extraordinario del gasto público, con abundante recurso a la deuda pública. La llegada a la presidencia estadounidense del demócrata Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas con la denominación de New Deal (Nuevo acuerdo o Nuevo reparto de cartas). La economía dirigida del corporativismo fascista podía considerarse hasta cierto punto similar, y concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército de parados como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una economía planificada desde el Estado, y su sistema económico no capitalista, aislado del circuito financiero, la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.
Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos espacios: Asia y América.
La adopción por parte del mundo extraeuropeo de ideas, tecnologías, sistemas políticos y socioeconómicos originados en Europa, llevó a la paradoja de que la misma Europa se vio reducida en tamaño e importancia en el concierto mundial. En adelante debió conformarse con ser un actor más en un escenario geopolítico que se había hecho mucho más vasto.
La Dinastía Qing fue derrocada en 1911 después de un largo período de guerras civiles que significaron el fin de un Imperio milenario. Sun Yat-Sen emprendió un proceso de modernización occidentalizadora de la República de China, que se vio imposibilitado tanto por la intervención externa (principalmente la japonesa) como por fuertes divisiones internas, con zonas enteras independizadas en la práctica y gobernadas por señores de la guerra locales, y la cada vez mayor presencia comunista entre las masas urbanas y campesinas. La guerra civil china duró de 1927 hasta 1950, incluyendo el periodo de la Segunda Guerra Mundial y la mítica Larga Marcha protagonizada por el líder comunista Mao Tsé Tung, que terminó proclamando la República Popular China en 1949, mientras que el nacionalista Chiang Kai-shek resistía en Taiwan protegido por la flota estadounidense.
En Japón, el Shogunato Tokugawa había sido derrocado en 1868, y a partir de la Era Meiji los sucesivos emperadores impulsaron una profunda occidentalización. En 1905 consiguieron una espectacular victoria en la guerra ruso-japonesa. En la Primera Guerra Mundial rentabilizaron su postura a favor de la Triple Entente apoderándose de varias colonias alemanas en el Pacífico que retuvieron después del conflicto. El expansionismo japonés se proyectó en China, no limitándose a las concesiones puntuales que habían caracerizado la presencia occidental, sino mediante una presencia militar masiva y conquistas territoriales, que desde Manchuria se extendieron al sur por China oriental (guerra chino-japonesa). La pretensión de desplazar a los blancos (ingleses, franceses, holandeses y estadounidenses) como colonizadores de Asia se llegó a desarrollar ideológicamente, en una pretensión que parecía sólidamente cimentada en un crecimiento económico sólo limitado por la escasez de materias primas que caracterizaba al suelo japonés. La necesidad de ese espacio vital (en terminología nazi) empujó a Japón a la alianza con Alemania y le conduciría a la Segunda Guerra Mundial en un escenario inédito en la historia bélica: la Guerra del Pacífico (1937-1945).
El movimiento independentista de la India tenía precedentes anteriores, pero no fue hasta después de la Primera Guerra Mundial, y bajo el liderazgo de Mahatma Gandhi, y su propuesta de resistencia no violenta, que los nacionalistas se hicieron cada vez más fuertes. Tras la Masacre de Amritsar (1919) los británicos se vieron obligados a iniciar un lento proceso de negociaciones, que culminaría en su independencia tras el nuevo paréntesis de la Segunda Guerra Mundial.
Los dominios británicos de Canadá y Australia, cada vez más independientes de hecho, incrementaron espectacularmente su economía y población.
Estados Unidos emergió como gran potencia mundial después de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cuando Woodrow Wilson remitió al Congreso la aprobación del ingreso en la Sociedad de Naciones (una de sus propias ideas para la paz -catorce puntos de Wilson-), fue ampliamente rechazada, prefiriendo la clase política estadounidense la tradicional política de aislacionismo. No obstante, la íntima conexión del capitalismo industrial, comercial y financiero estadounidense con el resto del mundo hizo imposible el mantenimiento de esa postura en los años cuarenta.
Algunas naciones de América Latina, sobre todo las zonas con gran emigración europea (Argentina o Brasil, y en menor medida Venezuela o Chile), también se convirtieron en agentes internacionales activos a pesar de no intervenir en la Primera Guerra Mundial, neutralidad que incluso las benefició, por el aumento de la demanda de materias primas y todo tipo de productos durante el periodo bélico. México, en cambio, experimentó una especial coyuntura histórica: su revolución.
Revolución mexicana
En México, las fuertes tensiones entre una oligarquía positivista (Porfirio Díaz) y una amplia base campesina desprotegida llevaron finalmente a la revolución mexicana (1910 - 1920), en la que líderes campesinos como Emiliano Zapata y Pancho Villa se rebelaron y pusieron en jaque al viejo orden. En medio de este proceso se promulgó la Constitución de 1917, que fue pionera entre los documentos de su tipo en el mundo, por incorporar en su articulado diversas garantías sociales para la población. De todos modos, el reestablecimiento de la paz social fue dificultoso, y la nueva institucionalidad sólo puede considerarse establecida y consolidada bajo la Presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940).
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Francisco Madero, presidente de 1910 a 1913, tras la revolución que derrocó a Porfirio Díaz, fue asesinado en el siguiente golpe de estado, de signo conservador, a cargo de Victoriano Huerta.
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El presidente provisional Eulalio Gutiérrez entre Pancho Villa y Emiliano Zapata, líderes militares de extracción revolucionaria y campesina, procedentes del norte y sur del país respectivamente. Banquete tras la toma de ciudad de México, diciembre de 1914.
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Lázaro Cárdenas, presidente mexicano del PRI, con la revolución ya "institucionalizada", en los años 1930s
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Mural de José Clemente Orozco en Hospicio Cabañas (Guadalajara, México). Junto con otros muralistas, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, desarrollaron una forma original de arte comprometido y de fácil acceso popular.
Segunda Guerra Mundial
Garantizada la colaboración de Stalin por el Pacto Germano-Soviético, Hitler se decidió (1 de septiembre de 1939) a la incorporación de una de sus reivindicaciones expansionistas más delicadas: el pasillo de Danzing, que implicaba la invasión de la mitad occidental de Polonia (la mitad oriental, junto con Estonia, Letonia y Lituania fue ocupada por la Unión Soviética). Inglaterra y Francia declararon la guerra, que esperaban ser una repetición de la guerra de trincheras para la que habían tomado toda clase de precauciones (Línea Maginot) que demostraron ser del todo inútiles. Las maniobras espectaculares de la blitzkrieg (guerra relámpago) proporcionaron en pocos meses a Alemania el control de Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y la propia Francia, mientras el ejército británico escapaba in extremis en Dunkerque. Prácticamente todo el continente europeo estaba ocupado por el ejército alemán o por sus aliados, entre los que destacaba la Italia fascista, cuya aportación militar no fue muy significativa.
La batalla de Inglaterra, la primera completamente aérea de la historia, mantuvo durante el periodo siguiente la presión sobre el nuevo gobierno de Winston Churchill, decidido a la resistencia (sangre, sudor y lágrimas) y que finalmente venció, entre otras cosas gracias a una innovación tecnológica (el RADAR) y al decisivo apoyo estadounidense, que negoció en varias entrevistas con Roosevelt (Carta del Atlántico, 14 de agosto de 1941).
En 1941 la necesidad estratégica de ocupar los campos petrolíferos del Cáucaso llevaron a la invasión alemana de la Unión Soviética (operación Barbarroja), inicialmente exitosa, pero que se estancó en los sitios de Leningrado y Stalingrado. Al mismo tiempo, los japoneses atacaron Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), provocando la entrada de Estados Unidos en la guerra. En el norte de África, la batalla de El Alamein (1942) frenó el avance alemán desde Libia hacia Egipto.
El periodo final de la guerra se caracterizó por las complejas operaciones necesarias para los desembarcos aliados en Europa (Sicilia, septiembre de 1943, Anzio, enero de 1944, Normandía, junio de 1944) y el hundimiento del frente oriental en el que se dieron las más masivas operaciones de tanques de la historia (Batalla de Projorovka, julio de 1943), mientras en el frente occidental los alemanes experimentaban armas tecnológicamente muy desarrolladas (V-1, V-2), y soportaban bombardeos destructivos sobre sus ciudades a una escala nunca antes vista (Bombardeo de Dresde, febrero de 1945). En la Guerra del Pacífico los estadounidenses tuvieron que desalojar isla a isla a los japoneses hasta los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
A diferencia de la Primera Guerra Mundial, la rendición (tanto la japonesa como la alemana) se produjo por derrota total, sin que fuera posible ningún tipo de negociación. Las conversaciones decisivas fueron las que plantearon la división de Europa en zonas de influencia entre los aliados, y que se negociaron en sucesivas cumbres (Conferencia de Teherán, 1 de diciembre de 1943, Conferencia de Yalta, febrero de 1945, Conferencia de Potsdam, julio de 1945).
Revoluciones científicas y estéticas
La primera mitad del siglo XX vio también una serie de revoluciones científicas sin precedentes, que marcaron un cambio de paradigma fundamental en el pensamiento científico.
A principios de siglo se redescubrió el trabajo de Gregor Mendel sobre la herencia genética, que en el tiempo de su publicación había pasado desapercibido; las investigaciones bioquímicas posteriores llevaron al descubrimiento de la estructura y función del ADN para el código genético en los años cincuenta. El descubrimiento de los grupos sanguíneos posibilitó la generalización de la transfusión sanguínea y los avances en cirugía que llevaron a la era de los trasplantes. Las investigaciones de Ramón y Cajal abrieron el camino de las neurociencias; mientras que el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming (1928) y su dificultosa elaboración posterior (no fue posible hasta los años cuarenta) llevaron al desarrollo de los primeros antibióticos.
La historia de la electricidad entró en un periodo decisivo para su implicación en todo tipo de procesos productivos. Por su parte, la química orgánica y la producción de plásticos significaron una revolución en los materiales disponibles.
En el campo de la Paleontología, una serie de hallazgos permitió empezar a desenmarañar el complejo árbol de la evolución humana. En 1894 se descubrió al Hombre de Java, y poco después emergieron el Sinántropo en China, y el linaje del Australopithecus en África.
Revolución relativista
La mayor de las revoluciones de dicho período se produjo en el campo de la Física. Durante el siglo XIX se habían acumulado desafíos a la continuidad del paradigma científico de la mecánica newtoniana, que se veía forzada a adaptarse a los datos observados con recursos cada vez más artificiosos, como la teoría del éter.
En 1900, el físico Max Planck estableció que la luz no podía desplazarse en cualquier cantidad, sino sólo en "paquetes" de un tamaño pequeño, pero determinado e indivisible: los quanta. Se inició el espectacular desarrollo posterior de la física cuántica, exigiendo conceptos de imposible encaje en la forma tradicional de percibir y entender la naturaleza (por ejemplo, la identidad dual del fotón, como onda y como partícula a la vez). La concepción de la estructura íntima de la materia cambió con rapidez, con la proposición de diversos modelos atómicos (Niels Bohr, Ernest Rutherford, etc.) que reproducían una estructura íntima cada vez más compleja que se podía estudiar experimentalmente (desde la producción del electrón en los rayos catódicos hasta el estudio de la radiactividad -esposos Curie- y los reactores atómicos -Enrico Fermi-). La enunciación del principio de incertidumbre (Heisenberg, 1927), junto con otras formulaciones de indeterminación, indecidibilidad o indiferencia en campos científicos (teoremas de la incompletitud de Gödel, 1930, paradoja de Schrödinger, 1935), que implicaban la renuncia a entender la realidad de forma determinista, trascendieron de lo meramente científico, y se convirtieron en una característica extensible a la producción intelectual, la visión del mundo y la experiencia vital en el convulso siglo XX: la revolución relativista, que se había iniciado con los cinco artículos que el joven físico Albert Einstein publicó en 1905. La física mecanicista de Isaac Newton, con sus conceptos absolutos de espacio y tiempo, quedaba restringida a un caso particular (si bien el más aplicable en la experiencia humana cotidiana) de la física relativista que identificaba tiempo y espacio (relativos en función del observador), materia y energía (con la popularizada fórmula E=mc²). La posición del hombre en un universo en expansión (Ley de Hubble, 1929), poblado de innumerables galaxias, se empequeñecía y relativizaba; al tiempo que se ponía en su mano la posibilidad de utilizar una capacidad de destrucción cuyas consecuencias éticas quizá no estuviera en condiciones de valorar.
Vanguardias artísticas
El siglo XX vio un cambio substancial en materia artística. La rebelión del arte independiente de la segunda mitad del XIX, que llevó a la revolución pictórica del Impresionismo, exaltaba de la libertad individual del artista frente al convencionalismo de la academia. La voluntad constante de buscar la originalidad y la provocación frente a un mundo también cambiante, abrió la puerta al fenómeno de las vanguardias.[49]
Incluso la arquitectura, el arte más conservador por su propia naturaleza estable y su dimensión económica y funcional, sufrió una transformación radical en el primer tercio del siglo XX.
La literatura, entre lo popular y lo experimental
A finales del siglo XIX, el realismo literario y el naturalismo, manifestaciones literarias muy en contacto con la realidad social y el compromiso político, se consideraban ya vías agotadas y demasiado prosaicas para los escritores vanguardistas, que empezaron a buscar nuevos rumbos. Marcel Proust en su monumental saga de siete novelas, En busca del tiempo perdido, marca un hito en la pretensión de captar la realidad hasta sus más mínimos detalles.
La poesía, especialmente la de los denominados poetas malditos, tendía hacia formas cada vez más rebuscadas y elitistas. El simbolismo impuso lo artificioso y violento (Arthur Rimbaud).
Otra ruptura conceptual se produjo en 1908, cuando Filippo Tommaso Marinetti lanzó su Manifiesto futurista. Para él la literatura debe adaptarse a los tiempos, y las innovaciones técnicas y sociales son tan dignas como material literario, como los temas antiguos o clásicos: un coche de carreras puede ser tan bello como la Victoria de Samotracia.
La literatura popular, por su parte, continuó con la fascinación por el folletín, de tradición romántica. En el tiempo de la Belle Époque se crearon algunos personajes clásicos, como Drácula, Sherlock Holmes o El fantasma de la ópera; sentándose las bases, entre otros géneros, de las modernas novela policiaca y novela negra. Aunque no careciendo de innovaciones y a pesar de reflejar las tensiones propias del período, la literatura folletinesca era mucho más conservadora que la literatura experimental; sobre todo por la imposición del público al que se dirigía, las masas, mientras esta última se dirigía a una élite selecta e ilustrada.
En 1922 apareció la cumbre de la literatura experimental: el escritor irlandés James Joyce, inspirándose en la Odisea de Homero, publica Ulysses, compendio de todas las técnicas experimentales conocidas en la literatura de la época, y de algunas nuevas, como la corriente de la conciencia o monólogo interior. La obra llegó a ser prohibida, tachada de pornográfica, pero su influencia en los escritores posteriores del siglo XX la han convertido en uno de los clásicos contemporáneos.
La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la globalización
El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)
Las superpotencias y el equilibrio del terror: la Guerra Fría
Sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, se definió un nuevo orden mundial en que las viejas potencias europeas, muy dañadas, incluso las victoriosas, tuvieron que renunciar al mantenimiento de sus vastos imperios en los que se impuso la descolonización, lo que aumentó el número de actores políticos mundiales desde una cincuentena hasta aproximadamente doscientos, en menos de medio siglo.
Sin embargo, este proceso no significó que los nuevos países adquirieran una independencia real, pudiéndose hablar de un neocolonialismo; y una alineación general en dos bloques liderados cada uno por una superpotencia. Tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética habían superado la guerra en condiciones de disputarse la supremacía mundial; carrera en la que los Estados Unidos habían tomado claramente la delantera.[50]
Su enfrentamiento no sólo se debía a cuestiones de equilibrio internacional, sino a sus opuestas estructuras económicas, sociales y políticas, y a su divergente ideología y propaganda: Estados Unidos identificado con el liberalismo político y económico, que se autodefinía como líder del mundo libre y campeón de la democracia; mientras que la Unión Soviética era presentada como la alternativa totalitaria comunista (estalinismo, Pacto de Varsovia, Kominform, KGB), agresiva y expansionista, que imponía regímenes de partido único sometidos al centralismo democrático y un rígido sistema económico negador de la libertad económica. La Unión soviética, por su parte, se exhibía como el socialismo realmente existente caracterizado por la colectivización y la planificación estatal, propiciadora de la extensión revolucionaria de las democracias populares que superarían a través de la colaboración y el internacionalismo proletario la sumisión a las viejas potencias o a la nueva encarnación del imperialismo: los Estados Unidos, presentado como una entidad militarista, racista y opresora (macartismo, discriminación racial), y proyectada al exterior por oscuras instituciones (la OTAN, la CIA, la trilateral).
Empezó así la Guerra Fría, en la cual las dos superpotencias, recelosas de exterminarse mutuamente en una guerra masiva total, procuraban socavar el área de influencia de su rival, interviniendo en conflictos de escala menor, regional o continental. Un Telón de Acero (metáfora debida a Winston Churchill) dividió Europa, y por extensión el mundo, separándolo en dos bloques más o menos reconocibles, entre los que se situaban de varias zonas de influencia disputada y que se transformaron en puntos de fricción internacional. A esta lógica responden conflictos como la independencia de Israel (1948), el bloqueo de Berlín (1949), el final de la Guerra Civil China (hasta 1949), la Guerra de Corea (1950-1953), la intervención de la Unión Soviética en Hungría (1956), la invasión anglofranca contra el Canal de Suez (1956), la Revolución Cubana (1959), el desembarco en Bahía Cochinos (1961), la Crisis de los Misiles (1962), la Guerra de los Seis Días (1967), el aplastamiento de la Primavera de Praga (1968), la Guerra de Vietnam (1958-1975), el golpe de estado contra Salvador Allende (1973), la Guerra de Yom Kippur y la subsiguiente crisis energética (1973), la intervención soviética en Afganistán (1979-1986), etcétera.
La posesión de capacidad nuclear en ambos bloques (el proyecto soviético de la bomba atómica culminó en 1949) así como de vectores eficaces para alcanzar casi instantáneamente el corazón del territorio del enemigo (misil balístico, superbombardero y submarino nuclear) hacían imposible que ni siquiera el agresor pudiera sobrevivir al primer ataque, supuesta la represalia automática. Esta Destrucción mutua asegurada recibió un acrónimo de humor negro: MAD (loco, en inglés), originando un "equilibrio del terror" que suscitó el interés de los matemáticos que estaban creando la teoría de juegos (John Forbes Nash, que planteaba las ventajas de la colaboración incluso con el rival -dilema del prisionero-, y John Von Neumann, partidario de una estrategia radicalmente agresiva, representado como Dr. Strangelove en la película Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick, 1964).[51]
Las nuevas organizaciones internacionales
En medio de este panorama, se hizo evidente que los grandes problemas de la Humanidad sólo podrían resolverse actuando en conjunto. Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial, se reemplazó a este organismo por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual fue fundada en San Francisco en 1945; en 1948 dio un paso simbólico al proclamarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Derecho Internacional, antaño fuertemente soberano, evolucionó también para recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como la justicia universal y el respeto irrestricto a los derechos humanos por sobre las respectivas jurisdicciones nacionales.
Además de mantener una destacada actuación política como foro mundial de las naciones, la ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a mejorar las condiciones de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización Internacional del Trabajo (OIT), absorbida ahora por la ONU, se sumaron la Unesco, la FAO, la Organización Mundial de la Salud (OMS), etcétera.
El "milagro" europeo
Europa, dividida por el Telón de Acero en zonas de influencia mutuamente reconocidas de las dos superpotencias, cumplió el papel de escaparate donde competían sus dos sistemas, antagónicos en todos los aspectos (ideológico, político, social y económico). La reconstrucción de posguerra fue muy diferente en cada caso. Los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall, un paquete económico de ayuda que los países de la órbita soviética rechazaron, con el argumento de que supondría caer en la dependencia. Como alternativa, fundaron el COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica), que reguló los intercambios bajo criterios de economía planificada y el liderazgo soviético. La rapidez del desarrollo de Alemania Occidental e Italia justificó el uso de las expresiones milagro alemán y milagro italiano, sólo comparables al milagro japonés. De hecho, las potencias derrotadas experimentaron menos dificultades que Francia o Reino Unido, vencedoras, pero sometidas a traumáticos y prolongados procesos de independencia en sus colonias de ultramar.
La Unión Europea había tenido ya en 1949 el exitoso precedente del Benelux (unión comercial de Bélgica, Holanda y Luxemburgo), modelo que se aplicó a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el Euratom y la Comunidad Económica Europea del tratado de Roma de 1957 (esos tres pequeños países más tres grandes: Francia, Alemania e Italia), ampliada sucesivamente a nueve (Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, 1973), doce (Grecia, 1980, España y Portugal, 1982) y quince países (Suecia, Austria y Finlandia, 1995). El espacio económico europeo se planteó como librecambista e integrador hacia el interior, como la mejor manera de garantizar la convergencia de niveles de vida y la comunidad de intereses que impidiera nuevas guerras (especialmente entre Francia y Alemania, protagonistas de repetidos enfrentamientos desde 1870), mientras que hacia el exterior era fuertemente proteccionista, especialmente en una agricultura generadora de excedentes que garantizaba la estabilidad de la población rural.
La primitiva comunidad económica gestó un germen de unidad política, con la elección de un Parlamento Europeo desde 1979, de competencias ampliadas paulatinamente desde el Acta Única Europea de 1986 y el Tratado de Maastrich de 1992. La incorporación de los países de transición al capitalismo se hizo en dos fases: primero los más desarrollados y estables (en 2004: Polonia, República Checa, República Eslovaca -anteriormente unidas en Checoslovaquia-, Hungría, la ex-yugoslava Eslovenia y las antiguas repúblicas soviéticas de [[Estonia], Letonia y Lituania, -junto a las islas mediterráneas de Chipre y Malta-), y después Rumanía y Bulgaria (2007). La integración de Noruega, negociada en varias ocasiones, se ha pospuesto en cada una de ellas por oposición interna en ese país, que dispone de recursos naturales cuya explotación autónoma podría verse comprometida. La de Islandia, por razones similares (las llamadas Guerras del Bacalao de los años 50 y 70) no se había planteado seriamente hasta la gravísima crisis que afectó a ese país en 2008.
El principal reto económico del siglo XXI ha sido intensificar la integración, que incluyó la adopción del euro como moneda común; a la que no todos los países se han sumado. Destacadamente, entre los más reticentes se encuntra el Reino Unido, desde donde se ha popularizado y extendido la expresión euroescéptico. El fracaso en la aprobación de la Constitución Europea ha obligado a reformular en varias ocasiones los proyectos más ambiciosos de aumentar la dimensión política de la Unión.
Descolonización
El movimiento nacionalista, que había surgido en la Europa del siglo XIX y se había pretendido imponer como principio de nacionalidad, una de las principales inspiraciones de las relaciones internacionales a partir de los catorce puntos de Wilson (a pesar de lo imposible de su aplicación, como demostró el Tratado de Versalles de 1919 y la difícil existencia de las nuevas naciones de Europa Oriental) se contagió al resto del mundo: a lo largo de los vastos imperios coloniales, más de un centenar de comunidades étnicas tradicionales o meros agregados coyunturales resultado del trazado artificial de fronteras coloniales fueron identificadas como naciones por concienciadas élites autóctonas que empezaron a buscar activamente la independencia.
En 1947, el Imperio Británico abandonó la India en medio de un sangriento conflicto interno, que originó la creación de tres estados: uno de mayoría hindú (India), otro de mayoría budista (Sri Lanka) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), del que posteriormente se independizó el enclave oriental (Bangla Desh, 1971). En 1948, el sionismo vio llegado el momento de imponer la fundación del Estado de Israel en parte del Mandato Británico de Palestina, iniciando un conflicto de larga duración con la población árabe local (pueblo palestino) y los estados árabes vecinos. Indonesia se independizó de los Países Bajos. La Indochina francesa inició una guerra de independencia que originó el dividido estado de Vietnam, que continuó en guerra civil y con intervención extranjera, en la que los estadounidenses sustituyeron a los franceses (Guerra de Vietnam). Las únicas colonias europeas supervivientes en Asia fueron los pequeños enclaves de Hong Kong y Macao (entregados a China a finales del siglo XX).
En Africa, los imperios coloniales se fueron abandonando, a veces con independencias pactadas y otras en medio de sangrientas guerras, como la guerra de Argelia contra Francia, la independencia de Kenya (Jomo Kenyatta y los Mau Mau) contra Inglaterra, o las guerras de independencia de Angola y Mozambique contra Portugal. La descolonización del Sahara español originó un nuevo conflicto entre el nuevo ocupante (desde 1975 el reino de Marruecos) y el Frente Polisario. El último territorio abandonado por una potencia europea fue la Somalía Francesa (Yibuti, 1977), aunque la última variación fronteriza fue la independencia de Eritrea frente a Somalia.
Todos estos movimientos generaron enormes problemas políticos. En general se aceptó el principio del uti possidetis para delinear a los nuevos Estados, pero sucedió que muchas veces, las fronteras de los dominios coloniales habían sido trazadas para conveniencia de los imperios europeos, separando o juntando etnias y naciones de manera completamente arbitraria. De esta manera, los nuevos estados cayeron pronto en la inestabilidad política o en férreas dictaduras, originando de paso catástrofes sociales tales como el genocidio de etnias minoritarias, o los desplazamientos masivos de refugiados más allá de las fronteras de su país natal. Los dominios coloniales, que habían sido gobernados simplemente para expoliar sus productos, con una atención mínima a las necesidades de las poblaciones nativas, eran más pobres que las naciones europeas, y en medio de las conmociones políticas y guerras civiles, la pobreza empeoró, y con ello las hambrunas y enfermedades. Empezó así a hablarse así de un Tercer Mundo, uno que no entraba ni le interesaba ingresar a la órbita capitalista o comunista, y que luchaba por su propia supervivencia.
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Sukarno lideró la independencia de Indonesia y acogió la Conferencia de Bandung, inicio del movimiento de países no alineados o tercermundismo.
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Otro líder tercermundista, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, junto con el líder soviético Nikita Jrushchov, que apoyó financiera y técnicamente a la construcción de la presa de Asuán. Previamente la Unión Soviética había también apoyado la nacionalización del Canal de Suez durante la llamada crisis de Suez.
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Patricio Lumumba, líder de la independencia del Congo, cuyos intentos de mantener una política no alineada o acercarse a la Unión Soviética fueron frustrados entre golpes de estado e intentos secesionistas. La responsabilidad de su asesinato aún no está aclarada.
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Tres generaciones de líderes hindúes: Mahatma Gandhi marcha apoyándose en Nehru e Indira Gandhi. Ésta última no fue la única mujer que llegó a liderar uno de los nuevos países independizados en Asia (Golda Meir en Israel), antes que los países desarrollados donde la liberación de la mujer estaba más avanzada.
Tercermundismo
A nadie se le escapó que estas nuevas naciones, si bien débiles por sí mismas, en conjunto representaban a la mayor parte de la población de la Tierra, y tampoco que el principio "un voto para cada nación" las llevaría pronto a controlar la Asamblea General de las Naciones Unidas. Hubo así variados intentos por articular a los países del Tercer Mundo, al margen de la voluntad de las superpotencias, quienes veían estos movimientos como una amenaza. El primer paso fue dado por la Conferencia de Bandung, celebrada en 1955, y que fue seguida de varios otros intentos por articular a estas naciones. En América Latina, quizás la iniciativa más importante en tal sentido sea el Pacto Andino, generado en 1967.
Asimismo, la miseria política y social de las nuevas naciones, en particular de las africanas, fue mitigada en parte por la intervención de los organismos internacionales dependientes de la ONU, y en parte por la acción de un nuevo tipo de órgano social, las ONG. La influencia de ambas en evitar una catástrofe humanitaria es algo que probablemente esté todavía por ser medido con certeza.
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Getúlio Vargas, presidente populista de Brasil, con el presidente norteamericano Roosevelt (1943)
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Entrevista entre el general Juan Domingo Perón, presidente populista de Argentina, y el también general Alfredo Stroessner, dictador de Paraguay.
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El líder de la revolución cubana Fidel Castro, inicialmente populista que evolucionó al comunismo, en la tribuna de un acto en Berlín Oriental en 1972, con dirigentes de la República Democrática Alemana.
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Los generales Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla encabezaron respectivamente las juntas militares que en Chile y Argentina recondujeron violentamente situaciones comprometidas desde la perspectiva internacional de los Estados Unidos e interna de las clases dominantes.
Medio Oriente y el petróleo
La más grande zona de conflicto en el mundo durante la Guerra Fría fue el Medio Oriente. Esta región, relegada desde el siglo XVI a ocupar un rol secundario en la política internacional, se transformó bruscamente en la más gravitante del planeta, cuando sus inmensas reservas petroleras le otorgaron un monopolio casi absoluto sobre el mercado energético mundial. Sin embargo, después de la desintegración del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, esta región quedó atomizada en varios territorios (Siria, Líbano, Jordania, Iraq, etcétera). Para colmo, bajo la influencia del nacionalismo del siglo XIX, había surgido el sionismo, que pretendía obtener un Estado Nacional judío en Palestina. Esta ambición se concretó en 1948, con la creación de Israel. En respuesta, Israel y el mundo árabe se han visto enfrascados en cuatro guerras abiertas (la guerra de 1949, la invasión anglofrancesa contra el Canal de Suez en 1956, la Guerra de los Seis Días y la Guerra de Yom Kipur), y en un estado permanente de tensión con la población palestina del territorio, incluyendo la aparición de grupos terroristas.
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David Ben-Gurión declara formalmente la constitución del Estado de Israel (1948)
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Moshé Dayán, principal estratega israelí en la Guerra de los Seis Días y la de Yom Kipur, junto a otros militares israelíes en 1955.
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El presidente norteamericano Jimmy Carter, el egipcio Anwar el Sadat y el israelí Menájem Beguin en los acuerdos de Camp David (1978), que trajo la paz entre Israel y Egipto.
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El líder palestino Yasir Arafat, el israelí Isaac Rabin y el presidente norteamericano Bill Clinton, en rondas de paz que fracasaron por la oposición de los grupos radicales.
Contracultura y contestación juvenil. La revolución de 1968
Simultáneamente a la escalada de la tensión política mundial, los años cincuenta se caracterizaron en la vida cotidiana de Occidente por la bonanza material y una cierta actualización de los valores tradicionales, identificados con la familia nuclear (lo equívoco de ese término, identificable con la amenaza atómica, fue objeto de alguna reflexión) protagonista del fenómeno del baby boom. El final de las penurias de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra incluyó la incorporación masiva de los electrodomésticos y la televisión.
Las imágenes idealizadas que transmitían los seriales televisivos (Amo a Lucy) y las comedias de Hollywood no supusieron en realidad que la confianza en el futuro fuera generalizada. Esa década tuvo su lado pesimista en la popularización del existencialismo y del movimiento beatnik, críticas más estética que socialmente de izquierdas al capitalismo, el imperialismo y el american way of life. Los miedos presentes en ese tiempo (la Era del Miedo, según Jean Paul Sartre) se expresaban en el cine de serie B (con productos que iban desde Godzilla -1954- hasta La noche de los muertos vivientes -1968-). Una selecta minoría, cada vez más amplia, de jóvenes en busca de autoconocimiento (en muchas ocasiones claramente autodestructivo) se lanzó al camino de los viajes que les proporcionaban la vida en la carretera (moteros, mochileros, autostop), el amor libre y las drogas, imitando a Jack Kerouac (On the Road, 1957) o inspirados por las últimas obras de [Aldous Huxley]] (Las puertas de la percepción, 1954). La brecha generacional que se abrió entre ellos y sus padres provocó de hecho una mayor represión y puritanismo frente a los años cuarenta, como puso de manifiesto la cruzada emprendida contra el cómic desde la publicación de La seducción del inocente de Fredric Wertham (1954). La rebeldía juvenil pretendía rechazar el mundo conservador y tradicionalista de los adultos, y se identificaba en productos que, paradójicamente, le ofrecía la propia industria del cine, como James Dean (Rebelde sin causa, 1955). Los jóvenes de los cincuenta y los sesenta percibían como un desafío generacional la lectura de libros como El guardián entre el centeno y acudir a proyecciones de películas de arte y ensayo (Nouvelle vague francesa); o provocativo el escribir literatura experimental o realizar happenings y otras manifestaciones de arte contemporáneo; transgresiones que estaban al alcance de todos, independientemente de su sofisticación intelectual, sólo con leer los comics de la Marvel o escuchar formas cada vez más sofisticadas de rock and roll (de Bill Haley a Elvis Presley, The Beatles, The Rolling Stones, The Doors o The Who).
La acumulación de presión social desde las nuevas generaciones estalló en verdaderas revueltas en la década de los sesenta, marcada por la contracultura del movimiento hippie, basado en ideales tales como el regreso a la naturaleza, la simplificación vital, el pacifismo y el rechazo al materialismo y el consumismo en nombre de un espiritualismo de base oriental (Maharishi Mahesh Yogi) o indígena americana (Carlos Castaneda) más o menos genuino; que no obstante terminaron siendo asimilados como pseudovalores integrables por el mismo sistema que pretendían subvertir. La llamada revolución de las flores o flower power dejó su impronta en movimientos tales como las rebeliones estudiantiles de 1968, el megaconcierto de Woodstock (1969), la psicodelia y muy diversas sectas, comunas y otros experimentos de mayor o menor proyección.
El activismo político, el otro lado de la moneda de la desmovilización hippie o psicodélica, también caracterizó a gran parte de la juventud de la época. La movilización más aparatosa y extendida por los países occidentales fue contra la guerra de Vietnam. En Estados Unidos fue muy significativo el movimiento por los derechos civiles de los negros (Martin Luther King, Malcolm X, ambos asesinados). Entre los movimientos relacionables con el espíritu de la contestación juvenil de la época estaban el ecologismo, el feminismo, el movimiento LGTB, la renovación educativa (Libro rojo del cole, 1969), la antipsiquiatría y muchos otros, incluyendo el terrorismo y otras formas de violencia (Charles Manson, Patricia Hearst).
Aggiornamento de la Iglesia Católica
Ni siquiera la Iglesia Católica permaneció ajena a la fiebre juvenil. La necesidad del aggiornamento (puesta al día) que demandaban las denominadas comunidades cristianas de base quedaba evidenciada por la crisis de vocaciones que vaciaba los seminarios, mientras una minoría creciente de sacerdotes se acercaba a distintos movimientos de contestación de la autoridad, como los curas casados o los curas obreros. El breve pontificado de Juan XXIII abrió la oportunidad de que la parte más aperturista de la jerarquía eclesiástica, entre la que se contaba la Compañía de Jesús, impusiera sus tesis en el Concilio Vaticano II. Cuestiones doctrinales de difícil plasmación práctica, como el ecumenismo, se acompañaron de otras mucho más visuales y cercanas a la sensibilidad juvenil, como la misa en lengua vernácula o el estímulo a la utilización de música moderna en el culto. Las relaciones entre ciencia y fe, que habían alejado al catolicismo de la modernidad desde tiempos de Galileo, recibieron un impulso notable, que de hecho sobrepasó la posición más recelosa de la mayor parte de las confesiones protestantes en un punto clave como el evolucionismo.
La sucesión de Pablo VI continuó con los mismos parámetros, pero limitó las expectativas de los grupos más radicales al condenar el uso de los métodos anticonceptivos y no suavizar la moral sexual ante el desafío que suponía la generalización social de las relaciones prematrimoniales y el divorcio. Mientras una minoría de los clérigos más tradicionalistas llegaba a amenazar con el cisma (Marcel Lefebvre), los teólogos progresistas como Hans Küng, Hélder Câmara o Leonardo Boff profundizaron la implicación del pensamiento cristiano en la realidad social desde un compromiso muy distinto al que representaba la Democracia Cristiana, situada en el centro-derecha político. En América Latina la denominada opción preferencial por los pobres de la Teología de la Liberación acercó a muchos clérigos a los movimientos de izquierda, llegando a verse el caso de curas guerrilleros.
El fin de la Guerra Fría (1973-1989)
Gato blanco o gato negro, no importa, mientras cace ratones.
Después de la Crisis de los Misiles de 1962, que había puesto a la humanidad al borde de la Tercera Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética buscaron formas más conciliadoras de manejar la política mundial, incluyendo el famoso teléfono rojo. El resultado fue la llamada distensión. Henry Kissinger, secretario de estado del Presidente Richard Nixon inició diversas maniobras de intervención sin utilización directa del ejército estadounidense para contrarrestar la influencia soviética con una reorientación de su política internacional en un sentido pragmático; destacadamente el patrocinio de las dictaduras militares en América Latina y el acercamiento a la China comunista de Mao Tsé Tung (diplomacia del ping-pong). Se puso fin a la Guerra de Vietnam (la guerra odiada por su propia juventud) en lo que supuso la aceptación de una verdadera derrota militar (firma de los Acuerdos de alto el fuego de París de 1973). La distensión hacia la Unión Soviética, cuya vertiente bilateral consistió en lentas negociaciones de desarme nuclear, de colaboración en el espacio y de incentivación de los intercambios comerciales (la alimentación soviética pasó a depender en buena medida de los excedentes cerealistas estadounidenses); incluyó una iniciativa multirateral: la conferencia de Helsinki (1973-1975), que por un lado confirmaba las fronteras y esferas de influencia surgidas de Yalta, pero que con el tiempo demostró ser un eficaz disolvente interno del bloque soviético, pues otro de sus pilares era el respeto a los derechos humanos, lo que significó la visibilización internacional de los disidentes (el más conocido, Aleksandr Solzhenitsyn, premio nobel de literatura en 1970, había sido deportado en 1974 y publicó entre 1973 y 1978 las tres partes de su obra de denuncia Archipiélago Gulag).
Frente al alejamiento de la religión que caracterizó hasta entonces a la Edad Contemporánea, y que habían alcanzado su punto álgido con la contracultura y los movimientos surgidos de la revolución de 1968, comenzaban a observarse síntomas contrarios. André Malraux había pronosticado el siglo XXI será religioso o no será. Además de la extensión del fundamentalismo religioso en muy distintos ámbitos y religiones; se produjo una reacción conservadora o un auge de movimientos conservadores en todo el mundo, que de una u otra forma pretenden un retorno o una actualización de los valores tradicionales que deberían imponerse socialmente, por voluntad de una mayoría moral, existente o por construir, que lo habría de propiciar. Su modelo político, económico, social e ideológico para los países occidentales se desarrolló en el Reino Unido entre 1979 y 1990: el thatcherismo. Margaret Thatcher (líder tory, la primera mujer en el cargo de primer ministro, conocida como la dama de hierro) emprendió una política claramente liberal en lo económico y contraria a lo que consideraba excesos del estado de bienestar y a la fuerte influencia de los sindicatos (que respondieron con movilizaciones huelguísticas que fracasaron), construyéndose una nueva realidad social bautizada como sociedad de mercado, basada intelectualmente en las formulaciones de filósofos y economistas como Karl Popper, Friedrich Hayek y Milton Friedman. Para designar a ese movimiento político se utilizaron las etiquetas aparentemente contradictorias de neoliberalismo y neoconservadurismo.
Crisis de 1973
La crisis de 1973 significó el comienzo de un ciclo de dificultades económicas para los países occidentales (la denominada stagflación: inflación simultánea a un estancamiento de la producción, con altas cifras de desempleo), que se agravaron en los primeros años ochenta. La revolución industrial había entrado en una tercera fase o revolución científico-técnica. Las estructuras industriales más obsoletas sufrían un proceso de deslocalización hacia lo que por entonces se llamaba países en vías de desarrollo y a finales de siglo se llamarán nuevos países industriales, mientras que los antiguos países industrializados avanzan en un proceso de terciarización.
Estados Unidos tras el Watergate
En Estados Unidos, tras el escándalo Watergate que retiró a Richard Nixon de la presidencia (1974), el mandato del demócrata Jimmy Carter (1977-1981) se caracterizó por sufrir los efectos más penosos de la crisis iniciada en 1973, por un retroceso de la influencia en América Latina (revolución sandinista en Nicaragua) y otras zonas del Tercer Mundo (Camboya, Etiopía, Angola, Mozambique) y por significativas humillaciones internacionales (crisis de los rehenes en Irán). Frente a lo que consideraban pérdida de valores tradicionales, excesos de permisividad y anomia social, se organizó un poderoso grupo de presión visibilizado por los telepredicadores religiosos y la denominada mayoría moral, que consiguió dos presidencias republicanas consecutivas (cuatro mandatos: los de Ronald Reagan, 1981-1989, y George Bush padre, 1989-1996). Con una política abiertamente agresiva hacia la Unión Soviética, a la que denominó "imperio del mal", Reagan proponía un final victorioso a la guerra fría mediante un enfriamiento de las relaciones bilaterales y el inicio de investigaciones para un posible futuro establecimiento en el espacio exterior de un sistema de intercepción de misiles balísticos, la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica (bautizada por la prensa como "Star Wars" en alusión a la contemporánea serie de películas de George Lucas) y un más concreto despliegue de misiles nucleares de alcance intermedio en Europa (euromisiles, respuesta a una iniciativa soviética similar -SS-20-), en una reactivación de la carrera nuclear que los soviéticos no estuvieron en condiciones de seguir. En América Latina, tras el ciclo de golpes de estado militares de los años setenta (Chile y Uruguay, 1973; Argentina 1976), desde la época de Carter se pretendía oficialmente el sostenimiento de los regímenes nominalmente democráticos, lo que en la época de Reagan se concretó en la intensificación del sostenimiento de los gobiernos aliados frente a las guerrillas izquierdistas y el apoyo velado a los movimientos hostiles a los gobiernos no propicios (como la contra nicaragüense), llegando a la intervención directa (invasión de Granada -1983-, invasión de Panamá -1989-).
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Margaret Thatcher y Ronald Reagan encabezaron la reacción neoconservadora de los años ochenta, neoliberal en economía y agresiva tanto en el interior (recortes al estado del bienestar) como en política exterior (Guerra de las Malvinas, despliegue de los euromisiles...).
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Mijaíl Gorbachov (último líder de la Unión Soviética y consciente de la imposibilidad de ésta para mantener la carrera de armamentos) y el presidente norteamericano Reagan llegaron a puntos de acuerdo que significaron el fin de la guerra fría. En la foto, la firma del tratado INF (1 de junio de 1988)
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Juan Pablo II, primer papa polaco y el más viajero de la historia, durante uno de sus viajes a Polonia (1987). Tuvo un importante papel en el estímulo al movimiento opositor (sindicato Solidarnosc de Lech Wałęsa) que contribuyó a la crisis del sistema comunista en el este de Europa.
Reacción conservadora católica
En la Iglesia católica se produjo un fortalecimiento de la tendencia conservadora a partir de Juan Pablo II, que revisó los planteamientos más progresistas del Concilio Vaticano II y los pontificados anteriores (Juan XXIII, Pablo VI, y el efímero de Juan Pablo I), reprimió la teología de la liberación, muy activa en Latinoamérica (fue muy evidente su malestar por la entrada del sacerdote Ernesto Cardenal en el gobierno sandinista de Nicaragua) y se apoyó en movimientos conservadores como el Opus Dei (a cuyo fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer beatificó y canonizó con gran rapidez) frente a la anterior preferencia por la Compañía de Jesús (entre cuyas filas estaban Ignacio Ellacuría y los demás asesinados en El Salvador en 1989).
Revolución islámica
A partir de la revolución iraní (derrocamiento del proamericano sah Reza Pahlevi, por un movimiento integrista liderado por el ayatola Jomeini, 1979) se produjo en todo el mundo islámico (tanto entre los chiítas como entre los mayoritarios sunnitas), y entre las numerosas colonias de inmigrantes islámicos en Europa, el llamado despertar islámico o revolución islámica, cerrando el ciclo que desde la descolonización identificaba la causa árabe con el nacionalismo de izquierdas o tercermundista. Los gobiernos y clases dominantes de los países musulmanes hubieron de optar por frenar el movimiento (como en Argelia, que anuló las elecciones que iban a ganar los islamistas, desencadenando una violentísima reacción armada, 1991) coexistir en un precario equilibrio (los países denominados moderados, los más firmes aliados de Estados Unidos, como las monarquías del Golfo -encabezadas por Arabia Saudí-, Egipto, Marruecos o Turquía) o unirse a él (Sudán, 1983). El apoyo estadounidense a los talibán afganos para la expulsión de los soviéticos de Afganistán (1979-1989) terminó convirtiendo a éste país en el más claro refugio del denominado terrorismo islámico, y originando los conflictos del inicio del siglo XXI. Otra de las maniobras occidentales para intentar contener el extremismo islámico, la utilización del régimen iraquí de Saddam Hussein contra Irán (Guerra Irán-Iraq, 1980-1988) también tuvo resultados totalmente contraproducentes para esa estrategia: intensificó el integrismo iraní y propició la deriva antioccidental del dictador iraquí, lo que originó también nuevas guerras en el periodo siguiente. La clave del enfrentamiento islamista contra occidente continuó siendo la persistencia del conflicto árabe-israelí, y la identificación de Estados Unidos como el principal apoyo de los judíos.
Glasnost y Perestroika
En 1985 Mijaíl Gorbachov fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, en una renovación generacional de la cúpula dirigente que llevó a la liquidación de la Guerra Fría y a reformas liberalizadoras en el interior del régimen soviético, que recibieron los nombres de perestroika (reestructuración) y glásnost (apertura o transparencia). El tratado de desarme de 1987 significó el final de la carrera armamentista. Entre tanto, aumentaba la agitación interna, desatada tanto por las resistencias de los partidarios del mantenimiento intacto de las prácticas estalinistas (nostálgicos o conservadores) como por la impaciencia de los antiguos disidentes y los oportunistas que vieron llegado el momento de optar por cambios radicales (que para algunos se limitarían al establecimiento de un socialismo democrático y para otros deberían significar la transición a un sistema liberal-capitalista homologable con Occidente). Las tímidas reformas económicas no solucionaron los tradicionales problemas de abastecimiento y aumentaron el descontento de la población, que ya no se ocultaba como en épocas anteriores de mayor penuria. En los países de la órbita comunista, la pérdida de confianza entre los regímenes locales y los nuevos dirigentes soviéticos estimuló los movimientos cada vez más atrevidos de la oposición clandestina.
En 1989, la acumulación de energías llegó al punto necesario para el estallido revolucionario. En Alemania Oriental, la evidente pérdida de apoyo soviético a los dirigentes comunistas locales, les enfrentó a una movilización popular que, a diferencia de ocasiones anteriores, no fue reprimida, y cuya fuerza mediática, simbolizada en los martillazos de la multitud festiva derribando el Muro de Berlín llegó a los receptores de televisión de todo el mundo. Los hechos más violentes tuvieron lugar en Rumania, donde la represión fue más dura por la resistencia a abandonar el poder por parte de Nicolae Ceausescu (el dirigente más autónomo del bloque del este, que hasta entonces gozaba de una especial consideración de mediador ante los occidentales) que fue fusilado sumariamente en lo que igualmente fueron otras imágenes mundialmente difundidas.
La propia Unión Soviética se encaminaba hacia su disolución, quedando cada vez más claro que los nuevos espacios de visualización de la disidencia soviética (simbolizada en Andrei Sajarov) no funcionaban como un apoyo de la reforma del sistema, sino como una fuerza disolvente, sobre todo los de las repúblicas soviéticas no rusas; mientras que los partidarios de una vuelta a las prácticas estalinistas. En agosto de 1991, durante un golpe de estado promovido contra Gorbachov, un reformista radical, Borís Yeltsin, consiguió hacerse con el poder y promovió un hondo proceso de reformas liberales, incluyendo la disolución del Partido Comunista de la Unión Soviética. Las repúblicas bálticas ya habían conseguido la independencia de hecho; las demás se apresuraron a declararse independientes, pasando varias de ellas a constituirse en precarias superpotencias nucleares. El régimen comunista terminó así de desplomarse en medio de un caos económico en que la gran mayoría de la población caía en la pobreza y las propiedades y empresas socializadas o construidas desde la Revolución se privatizaban (cada ciudadano recibió una especie de bono que podía vender en el mercado libre), mientras los antiguos dirigentes de la nomenklatura y el KGB formaban grupos económicos formales o informales (algunos incluso delictivos, la denominada mafia rusa) que se afianzaron con el control económico y político de la nueva Rusia, cuyo nombre institucional pasó a ser Federación de Rusia. Muchos otros rasgos del pasado zarista que el comunismo se había jactado de eliminar, como el nacionalismo y la religión ortodoxa, volvieron a desarrollarse.
Consecuencias del derrumbe de la Unión Soviética
La caída del bloque comunista o del Este provocó un reorganización del sistema internacional. El más espectacular de los cambios ocurrió en Europa, donde se produjo el estallido del statu quo mantenido desde Yalta, y que a muchos observadores, incluyendo a la buena parte de los estadistas (destacadamente, François Mitterrand), parecía inamovible o al menos de no conveniente vulneración. Dentro de su propio ámbito, la rigidez del sistema político comunista y la interiorización de la represión había disimulado la persistencia de problemas étnicos y religiosos, que a partir entonces se expresaron en toda su dimensión.
Guerras yugoslavas
Paradójicamente, fueron los estados menos vinculados a la Unión Soviética los que más violentamente sufrieron la caída del muro. El sistema comunista más aislado del mundo, Albania, se desintegró en medio de la anarquía, mientras que Yugoslavia, ignorando las poco decididas peticiones de mantenimiento de la unidad por parte de la comunidad internacional, se fragmentó en las repúblicas que componían su confederación (el derecho a la secesión estaba reconocido en su constitución). Las más decididamente separatistas fueron Eslovenia y Croacia, católicas y declaradamente pro-occidentales (explícitamente buscando el decisivo apoyo alemán), mientras que Serbia (ortodoxa y pro-rusa) pretendía la continuidad de una República Federal de Yugoslavia (desde 1992) bajo el liderazgo del comunista Milosevich, con una postura cada vez más nacionalista serbia. Los conflictos más graves surgieron en Bosnia-Herzegovina (de composición étnica muy mezclada entre serbio-bosnios, bosnio-croatas y bosnio-musulmanes) y la provincia serbia de Kosovo (mayoritariamente poblada por albaneses). La intervención internacional, liderada por los Estados Unidos, sancionó la derrota serbia en ambos conflictos.
Las antiguas repúblicas soviéticas
La separación de las repúblicas bálticas fue radical, y llevó a su integración en Occidente (OTAN y Unión Europea), mietras que la de las repúblicas del Asia central no lo fue tanto, permaneciendo fuertes vínculos con la reorganizada Federación Rusa. Lo mismo ocurrió en Bielorrusia, donde se estableció un régimen autoritario. Ucrania, sobre todo tras la revolución naranja, se ha mantenido en un difícil equilibrio, no sin conflictos de naturaleza económica, como las denominadas guerras del gas. En la zona del Cáucaso se produjo la independencia de las repúblicas del sur (Georgia, Azerbaiján y Armenia), mientras que el norte permaneció dentro de la Federación Rusa. En ese entorno se han producido los enfrentamientos más violentos, como el de Chechenia, duramente reprimido por los nacionalistas rusos. Ciertos vínculos institucionales entre las antiguas repúblicas soviéticas se han mantenido en una Comunidad de Estados Independientes (CEI), de entidad poco más que simbólica.
El despertar de China
Se atribuye a Napoleón la frase dejad que China duerma, cuando China despierte... el mundo temblará. Si el despertar de China se ha venido produciendo desde la Revolución, su impacto en el mundo no se produjo decisivamente hasta finales del siglo XX, y bajo criterios muy distintos a los del maoísmo. La República Popular venía transformándose desde el proceso a la denominada banda de los cuatro que siguió a la muerte de Mao Tsé-Tung (1976). Se produjo una apertura en el régimen comunista chino, que bajo el liderazgo de Deng Xiaoping y su política de un país, dos sistemas, intentó la empresa de generar una economía de mercado sin sacrificar el régimen político comunista de partido único, cuyo carácter totalitario quedó evidenciado con la represión de las protestas de la Plaza de Tian'anmen de 1989. La recuperación de Hong Kong y Macao y el continuado crecimiento económico ha convertido a China en una potencia militar y económica de cada vez mayor importancia. Los productos chinos cada vez tienen mayor presencia en el comercio internacional, así como sus inversiones, orientadas sobre todo a la búsqueda de materias primas y recursos energéticos por todo el mundo, aunque su papel en el sistema financiero y monetario internacional es mucho menor.
El "poder blando" de Estados Unidos
La victoria en la Guerra Fría dejó a Estados Unidos como única superpotencia, no sólo en lo militar, sino en el denominado poder blando que se concreta en la difusión de sus productos culturales y tecnológicos (destacadamente los ligados a la informática e internet) y la universalización de la particular ideología, identificada con el american way of life que considera indivisibles la libertad política y económica (capitalismo democrático). La presidencia pasó de los republicanos (Reagan, 1981-89 y Bush padre, 1991-93) a los demócratas durante los mandatos de Bill Clinton (1993-2001), para volver a los republicanos con Bush hijo (2001-2009).
Democratización de América Latina
La desaparición de la Unión Soviética rompía toda posible vinculación entre los movimientos izquierdistas locales de América Latina y cualquier superpotencia hostil a los Estados Unidos; lo que había sido la principal causa para su apoyo a las dictaduras militares de los años setenta y ochenta. Las últimas intervenciones norteamericanas, con utilización abierta de fuerza armada, fueron la invasión de Granada, 1983 y la la de Panamá de 1989. Cuba estaba sometida a un riguroso aislamiento internacional, acentuado por un embargo comercial que no consiguió debilitar en el interior al régimen de Fidel Castro. En el cono sur (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay), se produjo la reconstrucción de los regímenes democráticos en los años noventa, no sin dificultades, fundamentalmente por sucesivas crisis económicas que tensionaron las denominadas transiciones a la democracia (por ejemplo, el corralito argentino).
¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"? (1989-2009)
Globalización y antiglobalización
Los medios de comunicación, especialmente los medios de comunicación de masas (prensa, cine, radio, televisión) habían permitido desde el inicio del siglo XX la difusión mundial del poder blando de la cultura estadounidense en todos sus contenidos, tanto la ideología subyacente todo tipo de informacion, cultural, anecdótica o embrutecedora, o la misma publicidad. La revolución informática, la telefonía móvil e internet han llevado el proceso a su extremo en la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI (blogosfera, web 2.0, etc.).
La intensificación de los movimientos migratorios (cuya necesidad, represión o control es objeto de intensos debates), la mejora tecnológica en el transporte de mercancías (logística, normalización de contenedores), la cada vez más libre circulación de capitales y la caída o liberalización de las barreras comerciales por el fin de los bloques y las sucesivas rondas del GATT y la Organización Mundial de Comercio; han llevado la antigua economía-mundo del siglo XVI a un grado de integración nunca antes conocido.
La homogeneización de estilos de vida parece haber confirmado la hipótesis de Marshall Mac Luhan, que hablaba de la aldea global en los años sesenta. La descentralización que implica el concepto de red hace que sean cada vez más habituales los contenidos alternativos al dominante (la televisión árabe Al Yazira como competencia de la norteamericana CNN, las películas de Bollywood o el manga japonés). La aceleración en el ritmo de cambio de las modas, las tendencias y los referentes culturales los hace efímeros y de difícil seguimiento fuera de cada tribu urbana identidicada con alguno de ellos. En múltiples campos se generan efectos insospechados de la aplicación del concepto de la simultaneidad posibilitada por el intercambio masivo de información en tiempo real. Los movimientos sociales tradicionales se están transformando de un modo decisivo, incluso las convocatorias para las manifestaciones y protestas han dejado de hacerse por los medios tradicionales para realizarse de forma autónoma y espontánea por las propia dinámica generada en las redes sociales. La comunidad científica (en cuyo seno surgió la World Wide Web como un mecanismo de colaboración entre grupos de investigación) ha llevado a cabo programas de potencia insospechada, como el Proyecto Genoma Humano (1984-2000) y los avances en ingeniería genética, que podrían cuestionar el mismo concepto de ser humano (transhumanismo).
Los partidarios de la globalización argumentan que facilita el libre intercambio de ideas, la expresión individual y el respeto por los derechos de las personas, además de ser inevitable, como lo es el progreso tecnológico. Sus detractores denuncian que la globalización es unilateral y promueve el predominio de una cultura particular (la estadounidense) que acabaría imponiéndose a todo el planeta acabando con las minorías culturales, lingüísticas y religiosas, y que los defensores de la globalización en realidad defienden sus propios intereses económicos, como la sumisión de los estados a una competencia suicida por la deslocalización el dumping social y el dumping ecológico.
No existe una unidad de intereses ni de expresión en estos movimientos, que incluyen desde la defensa del proteccionismo agrario (José Bové) hasta las más clásicas protestas sociales antes expresadas en el movimiento obrero, el ecologismo y el pacifismo. Paradójicamente, la respuesta a la globalización se ha organizado en torno a redes sociales dinámicas permitidas por el propio proceso de globalización, con el denominado movimiento antiglobalización o altermundialismo, iniciado de forma más o menos espontánea en las manifestaciones de Seattle (1999) como respuesta a la reunión del FMI y en la Contracumbre del G8 en Génova (2001) e institucionalizado en torno al Foro Social Mundial de Porto Alegre (organizado de forma alternativa a los mismos y a los elitistas encuentros del denominado Hombre de Davos). Han generado el lema otro mundo es posible.
El mundo posterior al 11-S
Los atentados que llevó a cabo Al Qaeda (una enigmática red de terrorismo islamista organizada por el millonario saudí Osama Bin Laden) contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, y la reacción estadounidense posterior, liderada por el presidente George W. Bush (guerra de Afganistán de 2001 y guerra de Iraq), evidenciaron la existencia de un nuevo tipo de conflicto global que Samuel Huntington había previamente denominado con el término choque de civilizaciones (en polémica con Francis Fukuyama que había proclamado, en los tiempos de la caída de la Unión Soviética, que la historia tendía ineludiblemente hacia sistemas liberales, y que cuando éstos se conseguían, estábamos ante el Fin de la Historia). Los atentados dejaron en claro la capacidad que el propio sistema occidental (tecnología occidental, sistema económico occidental) permitía a los grupos que la utilizan en su contra; la reacción estadounidense, más allá de su éxito o fracaso relativo, demostró la gigantesca capacidad de respuesta de Estados Unidos y la solidez de su alianza con un gran número de países (OTAN, Japón, gobiernos de los países islámicos denominados moderados -monarquías del Golfo Pérsico, Marruecos, Jordania, Pakistán-), al tiempo que Rusia y China evitan comprometerse y algunos países del denominado eje del mal efectuaban acercamientos a Occidente (Libia, Siria, Corea del Norte). No obstante, las divisiones existentes en la vasta coalición pro-occidental se expresaron en la diferente actitud de cada uno de los países aliados de Estados Unidos: divergencia entre la opinión pública y los gobiernos, sobre todo en los países musulmanes; resistencia de Francia y Alemania (denominados vieja Europa frente a la nueva Europa de los aliados más firmes de Estados Unidos -los antiguos países comunistas del Este de Europa, la España de José María Aznar y la Italia de Berlusconi-) a implicarse en la guerra de Iraq, o la salida de las tropas españolas (tras el atentado del 11 de marzo de 2004 y la inmediata victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero). Tampoco dentro de los mismos Estados Unidos la posiciones eran unánimes, sobre todo tras no encontrarse las armas de destrucción masiva que se había afirmado que poseía Saddam Husein (hecho que se había aducido como casus belli para el ataque preventivo) y otros escándalos (torturas en la prisión de Abu Ghraib y detención sin plazo ni juicio de los denominados combatientes ilegales en el centro de detención de Guantánamo, que se ha comprometido a cerrar Barack Obama -primer presidente negro de los Estados Unidos, 2009-).
El predominio de los Estados Unidos, única superpotencia de la escena internacional tras la desaparición de la Unión Soviética, se ve contestado, al menos nominalmente, por las declaraciones en favor de un mundo multipolar en vez de unipolar. En eso suelen coincidir, aunque en muy distintos términos, desde la postura común de la política exterior de la Unión Europea hasta la más agresiva del Irán de Mahmud Ahmadineyad (expresión del islamismo radical) o la Venezuela de Hugo Chávez (y otros líderes hispanoamericanos que en algunos casos reciben la denominación de indigenistas -Evo Morales en Bolivia-).
La crisis económica de 2008, que surgió como consecuencia del estallido de una burbuja financiera-inmmobiliaria, ha puesto en cuestión las bases del sistema financiero internacional y desatado el temor a una profunda recesión que cuestione la continuidad del sistema capitalista y el propio sistema democrático, identificados ambos en lo que se ha llegado a denominar capitalismo democrático.
El paso del tiempo demostrará si la historiografía futura entiende la evolución histórica de los últimos o próximos años (caída de la Unión Soviética, atentado contra las Torres Gemelas, u otros hechos que estén por producirse) como el desarrollo de las mismas características propias de toda la Edad Contemporánea, o como una nueva época completamente distinta que justifique una nueva periodización de la historia o una renovación metodológica.
Material adicional
Cronología
- Tabla cronológica de la Edad Contemporánea. Cuadro comparativo de los principales hechos políticos, científicos y artísticos.
Ficción
- Ficción sobre la Edad Contemporánea. Libros y películas que tratan temáticas medulares sobre este período de tiempo.
Referencias
Enlaces externos
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- Artehistoria: 1789-1848.
- Artehistoria: 1848-1914.
- Artehistoria: 1914-1945.
- Artehistoria: 1945-1975.
- Artehistoria: 1975-2001.
- Edad Contemporánea, en Encarta
Departamentos universitarios de Historia Contemporánea
- Complutense de Madrid
- Autónoma de Madrid
- Universidad Autónoma de Barcelona
- Universidad del País Vasco
- Universidad de Alcalá de Henares (Historia II: Moderna y Contemporánea)
- Universidad de Granada (Programa de la asignatura y bibliografía)
- UNED
Recursos educativos sobre historia contemporánea
- Recursos para Historia Contemporánea de 1º de bachillerato Geoeduca.
- Directorio web en historiasiglo20.org
- Historia de las relaciones internacionales durante el siglo XX en historiasiglo20.org
- Directorio web del Departamento de Historia Contemporánea de la UCM
- Recursos clasificados en florentinorodao.com
- La historia contemporánea en la práctica: (textos escritos y orales, mapas, imágenes y gráficos comentados) Volumen 36 de Paidos Estado y Sociedad. Editorial Ramón Areces, 1996 ISBN 9788480042000.
- Historia contemporánea de Europa. Siglo XX en usal.es
- Historia mundial contemporánea (Nivel secundario para adultos. Módulos de Enseñanza Semipresencial) Ministerio de Educación de Argentina.
Bibliografía
- HOBSBAWM, Eric J. (1987). Las Revoluciones Burguesas (The Age of Revolution. Europe 1789-1848). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-2978-1.
- HOBSBAWM, Eric J. (1987). La Era del capitalismo (The Age of Capital 1848-1875). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-2983-8.
- HOBSBAWM, Eric J. (1989). La Era del Imperio (The Age of Empire 1875-1914). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9298-X.
- HOBSBAWM, Eric J. (1995). Historia del Siglo XX (The Age of Extremes. The short twentieth century 1914-1991). Barcelona: Crítica. ISBN 84-7423-712-2.
- FERNÁNDEZ, Antonio (1981), Historia del mundo contemporáneo, Barcelona: Vicéns Vives ISBN 84-316-1774-8
- ARTOLA, Miguel y PÉREZ LEDESMA, Manuel, Historia del mundo contemporáneo, Madrid, Anaya, ISBN 84-207-3052-1
Notas
- ↑ Poéticamente se explicita en la oposición entre el elitismo de la minoría, siempre de Juan Ramón Jiménez y la inmensa mayoría de Blas de Otero. La teoría del arte en el siglo XX ha producido toda clase de conceptos para expresar tal crisis, desde la deshumanización del arte de José Ortega y Gasset hasta el arte ensimismado o implicado en la producción de Xavier Rubert de Ventós.
- ↑ Concepción de Ernest Labrousse.
- ↑ Concepto de E. P. Thompson.
- ↑ Oposición de términos explicitada por los historiadores Antonio Domínguez Ortiz (plan de la obra), Miguel Artola (tomo V) y Martínez Cuadrado (tomo VI), en Historia de España Alfaguara. Madrid: Alianza. 1981. ISBN 84-206-2049-1
- ↑ Karl Polanyi (1944) La gran transformación'; edición española: Madrid, La Piqueta, 1989. ISBN 84-7731-047-5.
- ↑ Una visión irónica de la "crítica de la Modernidad", aplicada al ámbito filosófico, puede encontrarse en Matthew Stewart, "La verdad sobre todo, una irreverente historia de la filosofía con ilustraciones", Editorial Punto de Lectura, Madrid, febrero de 2002, ISBN 84-663-0581-5, Páginas 609-611.
- ↑ Eric Hobsbawm, op. cit.
- ↑ Concepto de Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein.
- ↑ E. P. Thompson llegó a preguntarse si la revolución industrial inglesa, el sistema político reformista y la moral victoriana habían causado más o menos muertes que la revolución francesa y su guillotina. La formación de la clase obrera.
- ↑ Sus tratados se titularon El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) e Imperialism, a study (1902), respectivamente.
- ↑ El agente chileno Vicente Pérez Rosales instaló un importante contingente en el sur de Chile.
- ↑ Suele atribuirse a Carlos III la frase son como los niños, que lloran cuando se les lava, referida a sus súbditos, o concretamente a los madrileños, con motivo del Motín de Esquilache.
- ↑ Joaquín García-Huidobro, José Ignacio Martínez, Manuel Antonio Núñez, "Lecciones de Derechos Humanos", EDEVAL, Valparaíso, 1997, ISBN 956.200-071-0, Página 14.
- ↑ Embajada de la República de Polonia en México
- ↑ Jean-Jacques Rousseau, Antonio Hermosa Andujar (1988) Proyecto de constitución para Córcega. Consideraciones sobre el gobierno de Polonia. Tecnos, ISBN 84-309-1664-4.
- ↑ Véase Edad Moderna#El derecho y el concepto de hombre en sociedad.
- ↑ Véase en la wikipedia en inglés: en:Life, liberty and the pursuit of happiness
- ↑ Véase en la wikipedia en inglés: en:Slavery in the United States.
- ↑ Véase en la wikipedia en inglés: en:Native Americans in the United States
- ↑ Artículo sobre el cuadro en la Wikipedia en inglés
- ↑ La guerra se declaró el 20 de abril, el himno fue compuesto el 24 del mismo mes; y la declaración de la Asamblea, en vista del catastrófico comienzo de la guerra, fue del 11 de julio de 1792. (Véanse los artículos de la wikipedia en inglés: en:La patrie en danger; en:Levée en masse.)
- ↑ Antonio Fernández: Historia Contemporánea, op. cit., con algunas diferencias entre la edición de 1981 y la de 1993.
- ↑ Francisco Cortés Rodas De la revolución social a la revolución política. consideraciones sobre el pensamiento politico de Hannah Arendt , en Res publica: revista de la historia y del presente de los conceptos políticos, ISSN 1576-4184, Nº. 3, 1999, pags. 65-82
- ↑ Ha sido objeto de muy abundante literatura, por ejemplo Raymond Aron (La república imperial, 1973) o Gore Vidal (Imperio, 1987; El último imperio, 2000).
- ↑ Hobsbawm, op. cit.
- ↑ La compleja relación entre universalismo, irracionalismo, neoclasicismo y romanticismo es analizada por Peter Pütz (2000) Historia del pensamiento en la Edad Moderna, desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, introducción a Neoclasicismo y romanticismo. Arquitectura, Escultura, Pintura, Dibujo. 1750-1848, Rolf Toman (ed.), Könemann, ISBN 3-8290-1572-0, pgs. 6-13.
- ↑ Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos (1832) y el Syllabus de Pío IX (1864). Tuvo muy amplia difusión el folleto El liberalismo es pecado de Felix Sardà i Salvany (1884).
- ↑ Denominación habitual. Es la traducción elegida para la edición castellana del título en inglés de Hobsbawm Age of Empire. 1875-1914.
- ↑ Citado por Josiah Bushnell Grinnell, el muchacho al que se refería la frase Men and events of forty years.
- ↑ Hobson Imperialism, a study
- ↑ Kipling celebró el heroísmo de una labor civilizadora en la que creía sinceramente, sin excluir los aspectos más oscuros, como el racismo inherente a una ideología que consideraba la sagrada misión del hombre blanco como un deber y una carga. (Rudyard Kipling, una forma de felicidad Ignacio F. Garmendia). La oda de Kipling The White Man's Burden (La carga del hombre blanco, 1899), se interpreta no obstante como una forma de alertar a los británicos contra el orgullo imperialista e instar a los Estados Unidos a asumir la tarea de ayudar a los países subdesarrollados (Breve biografía por Eduardo Alonso, misma web). Véase en:The White Man's Burden en la wikipedia en inglés.
- ↑ Expresión muy citada, cuyo autor se atribuye aquí al químico George Porter.
- ↑ Frase de Dobzhansky.
- ↑ E. P. Thompson The making of the english working class, traducido en un principio al español con un título desvirtuado, buscando la ortodoxia desde el vocabulario marxista: La formación histórica de la clase obrera. También es muy esclarecedor su artículo La economía moral de la multitud
- ↑ Tesis sobre Feuerbach, 1845.
- ↑ En España, desde 1904 ley del descanso dominical y desde 1919 la jornada de ocho horas. La reivindicación obrera sobre el asunto había comenzado en 1890 con la huelga de los mineros de Vizcaya y culminado en febrero de ese mismo año de 1919 con la huelga de la Canadiense. Las ocho horas, una conquista histórica.
- ↑ Ni su actividad política, ni su reclusión, eran aprobadas por el público. A medida que los años pasaban sin aliviar en nada el duelo real, la censura pública se volvía más general y más severa. El retraimiento de la reina proyectaba no sólo una sombra sobre los placeres de la alta sociedad, sino que privaba de sus fiestas al pueblo; tenía, en fin, una influencia nefasta sobre la costura, la moda y la lencería (pg. 214). Lytton Strachey, Reina Victoria, Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1937 (capítulo séptimo: "Viudez", pgs. 207 a 224).
- ↑ Conceptos originales de: Eric Hobsbawm y Terence Ranger (eds) (1983) The Invention of Tradition. Cambridge University Press; y Benedict Anderson (1991) Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, London: Verso. ISBN 0-86091-329-5.
- ↑ Paul de Kruif Los cazadores de microbios. Isabel Ledesma [http://www.conacyt.mx/Comunicacion/Revista/EdicionesAnteriores/img/Revista%20CyD%201999/CyD144ene-feb1999.pdf La teoría de la ciencia de T. S. Kuhn... El origen de la vida, un ejemplo del modelo kuhniano de desarrollo histórico del conocimiento], en Ciencia y Desarrollo, enero-febrero de 1999, pg.54
- ↑ Véase fr:Loi de séparation des Églises et de l'État en la wikipedia en francés.
- ↑ Karl Polanyi La gran transformación
- ↑ PROCLAMA DE LA ASAMBLEA OBRERA DE TARRASA, julio de 1909.
- ↑ Arno Mayer The Persistence of the Old Regime: Europe to the Great War, 1981
- ↑ "(...) sucedió que al cúmulo de guerras de la séptima década del siglo XIX siguió, como a la guerra general de 1792-1815, media centuria de paz también general sólo interrumpida por algunas guerras locales de carácter semicolonial: la guerra rusoturca de 1877-8, la hispanonorteamericana de 1898; la sudafricana de 1899-1902; la rusojaponesa de 1904-5. Estas últimas guerras de fines del XIX y comienzos del XX no permitieron discernir mayormente la tendencia general de la guerra en el mundo occidental de la época, porque cada una de ellas se libró entre sólo dos beligerantes y ninguna en regiones próximas al centro del mundo occidental. De ahí que la terrible transformación del carácter de la guerra llevada a cabo por la introducción de la nueva fuerza propulsora del industrialismo y la democracia, tomase por sorpresa a nuestra generación en 1914". Arnold J. Toynbee, Estudio de la historia, Emecé Editores, Buenos Aires, segunda edición, agosto de 1961, Tomo IV, Primera Parte, Página 167.
- ↑ Véase en la wikipedia en inglés en:Big Bertha (howitzer)
- ↑ Propósito explícito que se reflejó incluso en constituciones nacionales como la Constitución de la República Española de 1931.
- ↑ El concepto es original de Jesús Pabón Los virajes hacia la guerra (1934-1939), Madrid, 1946. Citado en Antonio Fernández, op. cit.
- ↑ Fernando de los Ríos cita esa frase como la respuesta de Lenin a su cuestionamiento de la falta de libertad en el régimen soviético. Mi viaje a la Rusia soviética (1921). Como consecuencia del informe de De los Ríos, el PSOE español no se adhirió a la Tercera Internacional, lo que produjo la escisión del Partido Comunista de España. Trayectorias similares habían emprendido los partidos de orientación socialdemócrata, que constituyeron la llamada Segunda Internacional y Media.
- ↑ Hemos hablado del fondo experimental y cientifista del arte del presente, (...), al indicar que el ismo se diferencia del estilo en que se produce conscientemente, como resultado de una voluntad expresamente orientada a una finalidad, y no como surgimiento de un poder cultural actuante a través del hombre. Juan-Eduardo Cirlot, "Cubismo y figuración", Editorial Seix Barral S.A., Barcelona, 1957, sin ISBN, Página 17. Véase el capítulo completo "Sentido místico de los ismos. La llamada del grupo social", Páginas 17 a 21.
- ↑
Después de 1945, su estrategia global dio un giro interesante y fundamental. En lugar de ser la última Gran Potencia en entrar en liza (y, por consiguiente, con sus fuerzas intactas), adoptó el papel opuesto. A partir de entonces posicionaría sus ejércitos en primera línea, a lo largo de las fronteras de la inseguridad, unas fronteras que se habían expandido enormemente después de la guerra: Berlín, el Mediterráneo, Corea, el Sureste asiático. A medida que se retiraban las legiones francesas y británicas, avanzaban las tropas estadounidenses.
- ↑ Philip Ball, op. cit.
Véase también
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Para las historias nacionales, ver:
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