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== La era de la Revolución (1776-1848) ==
== La era de la Revolución (1776-1848) ==
En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el [[Antiguo Régimen]] de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del [[tiempo histórico|ritmo temporal de la historia]], que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la oposirobinción de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de una [[Revolución]], y de lo que para [[Eric Hobsbawm]] es ''La Era de la Revolución''.<ref>Eric Hobsbawm, op. cit.</ref> Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el triunfo del [[capitalismo]] industrial que supera la fase [[mercantilista]] y acaba con el predominio del sector primario ([[Revolución Industrial]]); el social, caracterizado por el triunfo de la [[burguesía]] y su concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento ([[Revolución burguesa]]); y el político e ideológico, por el que se sustituyen las [[monarquía absoluta|monarquías absolutas]] por sistemas representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología [[liberal]] ([[Revolución liberal]]).
En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el [[Antiguo Régimen]] de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del [[tiempo histórico|ritmo temporal de la historia]], que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de una [[Revolución]], y de lo que para [[Eric Hobsbawm]] es ''La Era de la Revolución''.<ref>Eric Hobsbawm, op. cit.</ref> Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el triunfo del [[capitalismo]] industrial que supera la fase [[mercantilista]] y acaba con el predominio del sector primario ([[Revolución Industrial]]); el social, caracterizado por el triunfo de la [[burguesía]] y su concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento ([[Revolución burguesa]]); y el político e ideológico, por el que se sustituyen las [[monarquía absoluta|monarquías absolutas]] por sistemas representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología [[liberal]] ([[Revolución liberal]]).
=== Maquinismo e industrialismo ===
=== Maquinismo e industrialismo ===
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Historia (occidente)
Protohistoria
Edad Antigua Antigüedad clásica
Antigüedad tardía
Edad Media Alta Edad Media
Baja Edad Media
Plena Edad Media
Crisis de la Edad Media
siglo XV
Edad Moderna
siglo XVI
siglo XVII
siglo XVIII
Edad Contemporánea siglo XIX
siglo XX
siglo XXI

Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad. Comprende un total de 220 años, entre 1789 y el presente. La humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteando para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.

Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución Industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales: los privilegiados y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo: el movimiento obrero, en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las transformaciones políticas e ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.

La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte y la literatura, liberados por el romanticismo de las sujecciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios; se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, escritos y audiovisuales, lo que les provocó una verdadera crisis de identidad que comienza con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.

Modernidad: Ruptura y continuidad

La Edad Contemporánea es una división reciente de la historia, ya que es el cuarto segmento de la vieja clasificación de Cristóbal Celarius en Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna. De hecho, lo que para los historiadores de tradición latina es la "Edad Contemporánea" o "Época Contemporánea", para los historiadores anglosajones son los Late Modern Times (literalmente "Últimos Tiempos Modernos", traducible como "Edad Moderna Tardía" o "Edad Moderna Posterior"), en contraste con los Early Modern Times (literalmente "Tempranos Tiempos Modernos", traducible como "Edad Moderna Temprana" o "Edad Moderna Anterior"). Es legítimo cuestionarse si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la Contemporánea.

Pittsburgh en 1857

Si se define la Modernidad como el desarrollo de una cosmovisión con rasgos bien característicos (antropocentrismo -confianza en el ser humano por sobre lo divino-, idea de progreso social, énfasis en la libertad individual, valoración del conocimiento y la investigación científicas, etcétera), entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación de todos estos conceptos, que surgieron en Europa Occidental a finales del siglo XV y comienzos del XVI con el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de finales del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación lógica y exacerbación de esta cosmovisión respecto del período precedente. A partir de entonces, la confianza en el ser humano y en el progreso científico se manifestó en una ideología muy característica: el positivismo, que encontró su reflejo político en el liberalismo y en el secularismo, y religioso en el agnosticismo; llevado a su extremo, permitió el desarrollo del darwinismo social. A su vez, la doctrina de los derechos humanos, desarrollada con elementos anteriores, se plasmó para dar forma a la democracia contemporánea, que a partir del siglo XIX se fue extendiendo con distintas vicisitudes hasta llegar a ser el ideal más universalmente aceptado de forma de gobierno en la actualidad, con notables excepciones.

Pero por otra parte, durante la Edad Contemporánea se desarrolló también un discurso correlativo que pone un fuerte énfasis en la llamada crítica de la Modernidad, y que en su vertiente más radical desemboca en el nihilismo. Es posible seguir el hilo de esta crítica de la Modernidad en el Romanticismo y su utopía de reencontrarse con las raíces históricas de los pueblos, o en la filosofía de Arthur Schopenhauer o más modernamente del Existencialismo, o en ideologías políticas como el comunismo, o en estilos artísticos como el teatro del absurdo, o en concepciones teóricas como el Postmodernismo, por mencionar tan solo algunos ejemplos puntuales. Pero por otra parte, la idea de reemplazar al ideal ilustrado de progreso y confianza optimista en las capacidades del ser humano, es en sí misma una noción progresista y de confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de la Modernidad" muchas veces son vistas a posteriori como nuevas variantes del discurso moderno.[1]

En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político), puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la Modernidad o sólo significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado. En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social histórica del estado liberal decimonónico europeo clásico, regido por una minoría burguesa empecinada en la acumulación de capital, asentada sobre una gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos Estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.

Un pequeño y sucio, pero eficaz barco de vapor conduce al desguace al buque de guerra Téméraire. Sus años de gloria han pasado. (Cuadro de J. M. W. Turner)

Sin embargo, en el siglo XX, esta triple identidad (económica, social y política) se fue trizando. Por una parte, el surgimiento de una poderosa clase media, en particular gracias al desarrollo del estado del bienestar, tendió a limar la distancia entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo fue duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por ideologías inspiradas en el marxismo, desde el comunismo más radical hasta las variantes más moderadas de socialismo; en el siglo XX, en el campo científico, los presupuestos del capitalismo fueron puestos a prueba por el desarrollo de la moderna Teoría de Juegos, que en muchos aspectos enmendó la plana a los planteamientos económicos clásicos de Adam Smith. En cuanto a los Estados nacionales, si bien numerosos pueblos y naciones del globo terminaron por convertirse en sendos Estados durante los siglos XIX y XX, éstos no siempre resultaron viables, y una cantidad numerosa de ellos terminaron degenerando en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, en particular cuando las fronteras se fijaron siguiendo los límites geográficos de los imperios coloniales en desintegración, que a su vez habían sido delimitados con criterios bien distintos al interés de las naciones sometidas a dichos imperios; por otra parte, los estados nacionales se transformaron, después de la Segunda Guerra Mundial, en actores cada vez menos relevantes en el mapa político, debido a la hegemonía impuesta por los Estados Unidos y la Unión Soviética sobre ellos.

La desaparición de ésta y del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la tendencia a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades -religiosas, sexuales, de edad, nacionales, grupales, culturales, deportivas- o actitudes -pacifismo, ecologismo- muchas veces competitivas entre sí.

La era de la Revolución (1776-1848)

En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo Régimen de una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del ritmo temporal de la historia, que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder hablar de una Revolución, y de lo que para Eric Hobsbawm es La Era de la Revolución.[2]​ Suele hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el triunfo del capitalismo industrial que supera la fase mercantilista y acaba con el predominio del sector primario (Revolución Industrial); el social, caracterizado por el triunfo de la burguesía y su concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político e ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas representativos, con constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología liberal (Revolución liberal).

Maquinismo e industrialismo

Coalbrookdale de noche (Philipp Jakob Loutherbourg, 1801). La actividad incesante y la multiplicación de las nuevas instalaciones industriales, y sus repercusiones en todos los ámbitos, transformaron irreversiblemente la naturaleza y la sociedad.
Máquina de hilados en una fábrica francesa del siglo XIX. La difusión tecnológica permitió la extensión de la Revolución Industrial, primero a Europa Noroccidental y después, en lo que se denominó Segunda revolución industrial, a los actuales países desarrollados (especialmente Alemania, Rusia, Estados Unidos y Japón). A finales del siglo XX, los NIC o nuevos países industrializados (especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento industrial.

Uno de los pilares de la sociedad contemporánea, en relación a todos los períodos históricos precedentes, es el proceso de industrialización acelerada que se vivió desde la Revolución Industrial en adelante. Esta se vivió en fechas distintas según el lugar y las influencias: segunda mitad del siglo XVIII (Inglaterra, cuna de la Revolución Industrial), primera mitad del XIX (Europa), segunda mitad del XIX (Estados Unidos, Rusia y Latinoamérica), primera mitad del XX (Japón), segunda mitad del XX (naciones africanas).

Con anterioridad, las sociedades agrarias que habían devenido en mercantiles gracias al intercambio comercial, seguían elaborando productos de manera artesanal, y por lo tanto, con bajas cuotas y altos costes de producción. La maquinización de muchos procesos que hasta entonces habían sido efectuados manualmente, permitió la elaboración de éstos en serie, lo que trajo varias consecuencias. En primer lugar, los costos de producción disminuyeron ostensiblemente, en parte porque al fabricarse de manera más rápida se invertía menos tiempo en su elaboración, y en parte porque las propias materias primas, al ser también explotadas por medios industriales, bajaron su coste. En segundo lugar, se produjo la estandarización de la producción, de modo que los pocos productos antiguos y exclusivos fueron reemplazados por muchos productos nuevos, pero todos iguales unos a otros. En tercer lugar, las sociedades industrializadas pudieron prescindir de mano de obra cualificada, contratando a obreros menos preparados y despidiendo a vastas cantidades de ellos, con el consiguiente problema social que implicaban las crecientes masas de desocupados y parados, la precarización del empleo, y la brutal desigualdad entre bajos salarios y altas exigencias laborales. En cuarto lugar, la disminución del costo de formar a obreros y artesanos liberó recursos para que sectores crecientes de la población pudieran acceder a una mejor educación, generando así una clase media que, con mayor o menor fortuna, consiguió ser un colchón entre los inmensamente ricos y los inmensamente pobres.

La Revolución Industrial se originó en Inglaterra. Varios factores influyeron en esto. Por una parte, Inglaterra era uno de los países con mayor disponibilidad de carbón, mineral indispensable para alimentar la máquina de vapor (debido a tener un poder calorífico mayor que la madera, el otro combustible tradicional), que fue el gran motor de la Revolución Industrial temprana. Por otra, la sociedad inglesa había atravesado una serie de guerras civiles en el siglo XVII, que derivaron en el reemplazo del Absolutismo por una monarquía parlamentaria que daba garantías para el emprendimiento individual. Síntoma importante de esto es el enorme desarrollo que en Inglaterra tenía el sistema de patentes industriales. Además, durante el siglo XVIII se construyó Inglaterra un gran imperio colonial que, a pesar de la pérdida de las Trece Colonias, emancipadas en la guerra de 1776 a 1781 (ver independencia de Estados Unidos), tenía a su disposición los riquísimos territorios de la India, entre otros, los cuales eran una fuente importante de materias primas para su industria. De ahí la facilidad con la cual Inglaterra pudo industrializarse, a finales del siglo XVIII.

Ya a finales del siglo XVII habían experimentos con calderas de vapor, y Thomas Newcomen había desarrollado en 1705 una máquina de vapor que mejoraba el trabajo en las minas. Pero fue en 1782 cuando James Watt incorporó un sistema de retroalimentación en la máquina de Newcomen, volviéndola así mucho más eficiente. El invento de Watt daría la vuelta al globo, y sería el primer salto hacia la industrialización. En paralelo, se desarrollaron nuevas técnicas agrarias, en lo que se denominó la revolución agrícola, y que permitió mejorar el rendimiento agrícola y ganadero; al mismo tiempo, inventos como la lanzadera volante y otros permitieron mecanizar el trabajo textil (revolución textil), poniendo a la industria textil inglesa a la cabeza de la producción mundial de telas.

Estas novedades no siempre fueron bien acogidas por la población. Entre la gente cundió el miedo a que las máquinas algún día reemplazarían por completo el esfuerzo humano, y de esta manera se terminaran las fuentes de trabajo. El miedo a la cesantía y al paro forzoso llevó a muchos obreros a revolverse, crear disturbios, y arrasar con las industrias que habían incorporado máquinas. Si bien por una parte disminuyeron los puestos de trabajo, la consecuencia más nefasta fue la rebaja en el nivel salarial, y por tanto, se abrieron las puertas a horarios de trabajos infames y al pauperismo.

Revoluciones políticas liberales

Contexto político e ideológico

En paralelo a la Revolución Industrial, el poder económico creciente de la burguesía chocaba con los privilegios de los dos estamentos sociales que conservaban sus prerrogativas desde la Edad Media, que eran el clero y la nobleza. Ya a finales del siglo XVII, los monarcas absolutos habían empezado a prescindir de los aristócratas para el gobierno, llamando como ministros a gentes de la burguesía, como por ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el ministro de finanzas de Luis XIV. De esta manera, los burgueses fueron cobrando conciencia de su propio poder. En el siglo XVIII abrazaron los ideales de la Ilustración. En respuesta, los monarcas absolutos adoptaron algunas ideas ilustradas, creando así el despotismo ilustrado, el cual a la larga se reveló como insuficiente para satisfacer las aspiraciones burguesas, que se inclinaban con fuerza cada vez mayor hacia un gobierno constitucional. Finalmente, ante la resistencia de la nobleza, el descontento de la burguesía estalló en forma de rebeliones populares contra los privilegiados. En las colonias con una burguesía ascendente, esto se manifestó en guerras de independencia, mientras que en las metrópolis, esto produjo movimientos revolucionarios.

En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones filosóficas y jurídicas íntimamente vinculadas, que son la moderna teoría de los derechos humanos por una parte, y el constitucionalismo por la otra. La idea de que existen ciertos derechos inherentes a los seres humanos es antigua, y se encuentra por ejemplo en Cicerón o la Escolástica, pero por lo general se lo asociaba a la religión o a una especie de orden supramundano. Los ilustrados (Locke, Rousseau...) defendieron la idea de que dichos derechos humanos son inherentes a todos los seres humanos por igual, por el mero hecho de ser criaturas racionales, y por ende no son concesiones del Estado, ni tampoco tienen que ver con alguna condición religiosa como el ser "hijos de Dios", por ejemplo. La secularización de la política no implicaba necesariamente el agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los cuales eran sinceros cristianos, mientras otros se identificaban con las posturas panteístas próximas a la masonería. El principio de tolerancia religiosa fue defendido con vehemencia y compromiso personal por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia católica le hizo ser el personaje más polémico de la época.-

También estos derechos son "derechos naturales", esto es, se oponen a los "derechos positivos", que son aquellos consagrados por los distintos ordenamientos jurídicos; vale decir, los derechos humanos se conciben como anteriores a la ley del Estado. "Los derechos del hombre son recogidos en una Constitución -por eso se pueden llamar constitucionales- pero no son creados por ella. Son derechos, según se dice en esas declaraciones, que pertenecen al hombre por ser quien es y no en virtud de ciertos hechos propios o ajenos, o de condiciones posteriores, como puede ser la nacionalidad, las preferencias políticas o la religión del individuo".[3]

Pero como el Estado puede arrollar estos derechos, los ilustrados concibieron limitarlo mediante una Constitución Política, prefiriendo el imperio de la ley al gobierno del rey. Aunque los ilustrados podían diferir sobre sus preferencias en cuanto a la definición del perfecto sistema político, desde la mayor autoridad del rey hasta el principio de separación de poderes (notablemente Montesquieu en El espíritu de las leyes -1748-), prácticamente todos concordaban en la necesidad de dicha Ley Suprema que rigiera a la nación soberana. A su vez, esta Constitución debía ser generada por el pueblo y no por la monarquía o el gobernante, ya que se trata de una expresión de la soberanía, y ésta reside en la nación y en los ciudadanos, y por lo tanto, ya no en el monarca, como predicaban los teóricos defensores del Absolutismo (Hobbes, Bossuet). De ahí que los ilustrados defendieran, como representante de los derechos del pueblo, un parlamentarismo que podía ser más o menos amplio.

Cuesta no reconocer en todas estas concepciones, la gran influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración tuvo el ejemplo político inglés, que después de 1688 decantó en una monarquía parlamentaria con plena separación de poderes. De hecho, la Constitución de 1787, que entró en vigencia en Estados Unidos está fuertemente imbuida en la tradición jurídica consuetudinaria británica. No es raro este contraste entre constitución escrita (Estados Unidos) y consuetudinaria (Inglaterra), si se piensa que el proceso jurídico británico se produjo en el lapso de unos 600 años, mientras que su equivalente estadounidense se produjo en apenas una década, y por tanto, el texto escrito se hizo indispensable para crear todo un nuevo sistema político desde la nada, mientras que esto no fue necesario en el caso británico, que había evolucionado fluidamente y había tenido tiempo de decantar en el paso de los siglos. De hecho se plasmaba en el prestigio de varios textos legales (algunos medievales, como la Carta Magna de 1215, otros modernos como el Bill of Rights de 1689), la jurisprudencia de tribunales con jueces independientes y jurados y los usos políticos, que implicaban un equilibrio de poderes entre Corona y Parlamento (elegido por circunscripciones desiguales y sufragio restringido), frente al que el Gobierno de su Majestad respondía. Las primeras constituciones escritas en el continente europeo fueron la polaca (3 de mayo de 1791)[4]​ y la francesa (3 de septiembre de 1791). No obstante, el primer documento legal moderno de su tipo (más bien un ejercicio teórico y utopista que no se aplicó) fue el Proyecto de Constitución para Córcega que Jean Jacques Rousseau redactó para la efímera República Corsa (1755-1769).[5]


Las primeras españolas aparecieron como consecuencia de la Guerra de Independencia Española: la redactada en Bayona por los afrancesados (8 de julio de 1808) y la elaborada por sus rivales del bando patriota en las Cortes de Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada popularmente Pepa), tomada como modelo por otras en Europa. En la América Hispánica las primeras constituciones fueron creadas entre 1811 y 1812, como consecuencia del movimiento juntista, que fue la primera fase del movimiento independentista latinoamericano. El Congreso de Angostura, con la inspiración de Simón Bolívar, redactó la Constitución de la Gran Colombia (incluía las actuales Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) el 15 de febrero de 1819.

Independencia de Estados Unidos

La primera página de la Constitución de los Estados Unidos de América (17 de septiembre de 1787) comienza con el célebre We the People ("Nosotros, el Pueblo"), que define el sujeto de la soberanía. El precedente inmediato había sido, además de la Declaración de Independencia, la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776). En los diez años siguientes, las primeras enmiendas conformaron lo que se denominó Carta de Derechos (1789). Desde entonces ha sido profusamente enmendada.

Los ingleses se habían instalado en Norteamérica desde el siglo XVII, dando lugar así a las Trece Colonias. Durante la gran guerra colonial que los ingleses emprendieron con los franceses (1756-1763), y que fue correlato americano de la Guerra de los Siete Años europea, los colonos estadounidenses cobraron conciencia de su propio poder. En los años siguientes, la metrópolis inglesa se condujo con poco tacto con las colonias, y tras el enfriamiento progresivo de relaciones, los colonos y los "casacas rojas", como se llamaba a las tropas inglesas por el color de su uniforme, tuvieron las primeras refriegas. En 1776, en un "congreso continental" reunido en la ciudad de Filadelfia, las Trece Colonias proclamaron la independencia. La guerra, liderada por George Washington por el lado colonial, terminó con la completa derrota de los ingleses en la batalla de Yorktown (1781), y la posterior admisión de la independencia (1783). Durante algunos años hubo dudas sobre si las Trece Colonias seguirían su camino como otras tantas naciones independientes, o si se unirían en una única nación. En un nuevo congreso celebrado otra vez en Filadelfia, el año 1787, acordaron finalmente una solución intermedia, conformando un estado federal con una compleja repartición de funciones entre la Federación y los Estados miembros, todo ello bajo el mandato de una única carta fundamental, la Constitución de 1787, la primera escrita en el mundo. La Federación, conocida como los Estados Unidos, se inspiró para su creación y para la redacción de su carta magna, en los principios fundamentales promovidos por la Ilustración, incluyendo el respeto a los derechos humanos, el individualismo, la democracia, etcétera, transformándose así en un ejemplo a seguir por los burgueses de otras latitudes, que encontraron aquí inspiración para los siguientes movimientos revolucionarios que vendrían.





Revolución Francesa e Imperio Napoleónico

Muerte de Marat, por Jacques-Louis David. La mayor parte de los personajes de la Revolución Francesa tuvieron trágicos finales.

Francia había apoyado activamente a las Trece Colonias contra su enemigo de siempre, Inglaterra, y había enviado tropas a cargo del Marqués de La Fayette para prestarles apoyo militar. Pero esto le costó caro a la monarquía francesa, y no sólo en términos monetarios. El gobierno de Luis XVI, bienintencionado, pero no demasiado competente, era enormemente impopular, y una serie de crisis económicas llevaron a la monarquía al borde del desastre, mientras que el pueblo y la burguesía pedía, como remedio para los males económicos, que tanto el clero como la nobleza pagaran impuestos, como el resto de los súbditos de la corona francesa. Ante la crisis, Luis XVI convocó a los Estados Generales, pero una vez reunidos, los diputados de la nobleza, el clero y los estamentos no privilegiados (el llamado "Tercer Estado") no pudieron ponerse de acuerdo sobre el sistema de votación (por clase favorecía a la nobleza y al clero, mientras que por diputado favorecía al Tercer Estado). Finalmente, el Tercer Estado se separó para formar su propia Asamblea Nacional. El 14 de julio de 1789, la situación se escapó de todo control cuando el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la fortaleza de La Bastilla, símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los acontecimientos, pareció hacerles concesiones a los revolucionarios por un tiempo (éstos no querían, en principio, derrocarle, sino tan solo obligarle a aceptar una constitución), pero luego de un intento de fuga en 1791, fue prácticamente un prisionero de los representantes del Tercer Estado. La Constitución de 1791 tenía forma monárquica, pero en el fondo confería el poder a una Asamblea Legislativa, que gobernó a su amaño contra la nobleza y el clero. En 1792 Francia fue envuelta en guerra contra otras potencias vecinas (Austria y Prusia), decididas a aplastar el movimiento revolucionario antes de que el ejemplo se contagiase a sus territorios. Todo terminó en una degollina generalizada, el llamado Terror, que duró entre 1793 y 1795, y en el cual los restos de la aristocracia y el clero fueron barridos casi por completo (exiliados o ejecutados), así como el rey, para dar paso a un nuevo régimen político, el Directorio (1795-1799).

En medio de estos eventos hizo carrera Napoleón Bonaparte, un general que ganó popularidad a través de sus victorias en Italia y Egipto. En 1799 se sumó al golpe de estado que derribó al Directorio e instauró el Consulado; en 1804, Napoleón se proclamó Emperador de los franceses (no Emperador de Francia). Aunque finalmente derribado en 1815, Napoleón dejó un extenso legado tras de sí. Consciente de que no podía retomar el Derecho del Antiguo Régimen, pero sumergido en el marasmo de la atropellada y caótica legislación revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese legado jurídico en cuerpos legales manejables. Nació así el Código Civil de Francia o Código Napoleónico, inspiración para todos los demás estados liberales, y que contribuyó a propagar la Revolución en cuanto superestructura jurídica que expresaba la sociedad burguesa-capitalista. A éste código siguió después un Código de Comercio, un Código Penal y un Código de Instrucción Criminal, este último antecedente del derecho procesal moderno. También emprendió una serie de reformas administrativas y tributarias en Francia, que eliminaron muchos privilegios y fueros territoriales a favor de una nación unitaria y centralizada. En su campaña contra los privilegios creó también la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que reconocía no el privilegio de cuna o la riqueza, sino el mérito personal. De esta manera, el régimen político, jurídico e institucional de Napoleón Bonaparte, inspirado en los ideales revolucionarios de 1789, se transformó en modélico para el mundo.

Independencia de Latinoamérica

En azul, los territorios independizados, en rojo, los reocupados.

En América, sometida desde el siglo XVI al dominio colonial español, se había formado durante el XVIII una próspera clase mercantil, que veía con malos ojos los intentos de la metrópoli por mantenerlos sometidos a numerosas trabas administrativas, legales, burocráticas o mercantiles, bien sea por mala fe, bien sea por miedo al poder que los burgueses pudieran desarrollar, bien sea por hacer la guerra económica a otras naciones europeas impidiéndoles comerciar con América, o bien sea por simple inepcia. El caso es que numerosos burgueses americanos, los criollos, buscaban no emanciparse, pero sí cambiar las relaciones entre la metrópoli y las colonias; sólo algunos exaltados operando en la sombra, la mayor parte de ellos agrupados en logias masónicas como la Logia Lautarina, buscaban verdaderamente la independencia.

La oportunidad vino con el cautiverio de Fernando VII de España, a manos de la invasión napoleónica. Napoleón Bonaparte envió emisarios a América para exigirles su fidelidad, pero los criollos, quizás espoleados por el fracaso de Napoleón en retener la Luisiana (vendida a Estados Unidos en 1803), se negaron a someterse, y para preservar el poder de Fernando VII, se abocaron al movimiento juntista, preservando su poder en Juntas de Gobierno convocadas en cada capital de gobernación o virreinato, pero a un tiempo aprovechando la ocasión para introducir reformas económicas, incluyendo la libertad de comercio o la libertad de vientres. Todo esto fue mal visto por los elementos más fidelistas, quienes hicieron la guerra a los juntistas, a veces abiertamente y por mano militar. Tampoco le agradó este estado de cosas a Fernando VII, quien salió del cautiverio en 1814 y apoyó una serie de acciones militares para abatir a las colonias, cada vez más emancipadas. Los patriotas, ahora resueltos no a obtener beneficios sino a emanciparse derechamente, formaron sendos ejércitos, y en campañas militares de varios años, consiguieron libertar América: José de San Martín invadió Chile desde Argentina (1817), y luego saltó desde ahí al Perú, con el apoyo del gobierno de Bernardo O'Higgins (1822), mientras que Simón Bolívar emprendió una marcha triunfal por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, hasta que uno de sus lugartenientes, el Mariscal José de Sucre, venciendo en la Batalla de Ayacucho (1824), derrotó al último bastión realista. Paralelamente, en México, hubo un movimiento revolucionario propio, que llevó a la proclamación de la independencia por Agustín de Iturbide, quien casi de inmediato se proclamó Emperador de México.

A pesar de los ideales panamericanos de Simón Bolívar, que aspiraba a reunir a todas las repúblicas, a semejanza de las Trece Colonias, éstas no sólo no se reunieron, sino que siguieron disgregándose. La Gran Colombia duró hasta 1830 y se escindió en Ecuador, Colombia y Venezuela; por su parte Uruguay se independizó de Argentina en 1828; y un intento por crear una Confederación Perú-Boliviana terminó con su derrota militar a manos de las tropas chilenas, en 1839.

Otros movimientos y ciclos revolucionarios

La denominada era de las revoluciones[7]​ extendió el ejemplo estadounidense y francés. En algunos casos, de forma simultánea a éstas y con mayor o menor éxito, como ocurrió en algunas ciudades autónomas de Europa (Lieja en 1791, por ejemplo). En la primera mitad del siglo XIX se han determinado una serie de ciclos revolucionarios: las denominadas revolución de 1820 o ciclo mediterráneo (iniciada en España y extendida a Portugal e Italia, y de un modo menos vinculado, a la sublevación de los griegos, que se emanciparon del Imperio Otomano en 1823), revolución de 1830 y la revolución de 1848 o primavera de los pueblos.

Fuera del mundo occidental, aunque no puede hablarse de movimientos revolucionarios desencadenados por causas socioeconómicas similares (revolución burguesa), sí se suele a veces utilizar el término revoluciones para designar a uno u otro de los diferentes movimientos occidentalizadores o modernizadores que se implantaron con mayor o menor éxito en uno u otro país, y que estaban inspirados de un modo más o menos lejano en la idea de progreso, la Ilustración o alguna referencia más o menos explícita a alguno de los ideales de 1789. Generalmente, en ausencia de base social, fueron promovidos desde el poder o círculos próximos a él, y explícitamente condenaban lo que de desorden o desestabilización pudiera tener el término revolucionario: Era Meiji en Japón (1868), los denominados Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano (1871 y 1908), el levantamiento de Wuchang de 1911 que abolió el Imperio Chino (Revolución de Xinhai), distintas iniciativas de reforma del Imperio ruso (como la abolición de la servidumbre de 1861) etc.; y que llegaron cronológicamente hasta la Primera Guerra Mundial

Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo

La libertad guiando al pueblo, por Eugène Delacroix (1833).

Todos estos movimientos revolucionarios encontraron concreción intelectual en el Romanticismo. Los antecedentes del mismo se encuentran ya en la segunda mitad del siglo XVIII, con obras literarias como Las desventuras del joven Werther de Goethe, o la novela gótica de Horace Walpole y sus epígonos. Sin embargo, en la época predominaba el espíritu del Neoclasicismo. De hecho, aunque suele verse al Romanticismo como una reacción contra el Neoclasicismo, la verdad es que entre uno y otro movimiento se produjo una transición bastante pausada, hasta el punto que hay quien afirma, quizás de manera un tanto extrema, que son dos fases de un mismo movimiento intelectual.[8]​ Por lo pronto, es sintomático que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, movimientos ambos de rebelión contra el Antiguo Régimen, estén asociados artísticamente no con el Romanticismo que por entonces nacía, sino con el Neoclasicismo, y que el gran pintor de escenas revolucionarias sea el neoclásico Jacques-Louis David.

El Romanticismo se caracteriza por conferirle la máxima importancia al sentimiento, incluso la pasión, por sobre el racionalismo. También prestaba suma atención a las peculiaridades y particularidades de cada pueblo o nación, desembocando así en un fuerte nacionalismo. Este énfasis doble confluyó en una sostenida investigación de las raíces de cada pueblo y nación, en la búsqueda de lo que los alemanes llamarían el Volkgeist o "Espíritu del pueblo". En ese sentido, se opone decididamente a la Ilustración, que confería un énfasis supremo a la Razón, y que por lo mismo, aspiraba a un carácter universalista o ecuménico.

El Romanticismo encontró su más fuerte expresión en el arte romántico. La literatura romántica se llenó de tipos literarios atormentados y zaheridos por las pasiones, en lucha constante contra una sociedad que se niega a darle libertad al individuo. En Inglaterra destacan entre otros Lord Byron, Percy Shelley y Mary Shelley, quienes vivieron vidas tempestuosas y murieron jóvenes. En Italia se alza la figura de Alessandro Manzoni. En España, el Romanticismo se plasma en José Zorrilla, quien con su Don Juan Tenorio replantea el mito barroco que plasmara Pedro Calderón de la Barca en El burlador de Sevilla. En Estados Unidos emerge la figura de Edgar Allan Poe. Este Romanticismo literario fue muy combatido inicialmente, en parte por su postura transgresora, y en parte por la actitud desenfadada y anticonvencional de sus representantes, quienes llevaron vidas escandalosas para la época. El enfrentamiento definitivo se produjo en 1830, cuando un joven Víctor Hugo estrenó su obra teatral Hernani, desatando una verdadera batalla campal entre los románticos y los acostumbrados al teatro neoclásico. A partir de este evento, conocido informalmente como la batalla de Hernani, el Romanticismo literario se impuso plenamente en Francia. Una importante veta del Romanticismo fue la exploración de las antiguas tradiciones populares, que llevaron a obras como las recopilaciones de cuentos de los Hermanos Grimm, o a la redacción de una versión definitiva del ciclo mitológico de Finlandia en el moderno Kalevala.

También hubo una importante Pintura romántica, que se abrió paso con enormes contratiempos. En su época, la pintura La balsa de la Medusa (1822), resultó enormemente escandalosa, debido no sólo a su técnica, sino también porque fue interpretada como una metáfora de Francia hundiéndose bajo el gobierno de Carlos X. Quizás la pintura romántica más significativa sea La libertad conduciendo al pueblo, de Eugenio Delacroix. También el Romanticismo alcanzó a la Música, a partir de las últimas obras de Beethoven. Los músicos románticos, como Héctor Berlioz, Giuseppe Verdi, Nicolás Paganini, Fryderyk Chopin o Robert Schumann, quebraron la rígida tradición clásica, dándose mayores libertades compositivas y acentuando los efectos musicales por sobre la forma.

Pero no se agota allí el espíritu romántico. En el Derecho encontró lugar en las tesis de Savigny, cabeza de la Escuela histórica del derecho, quien propugnaba la necesidad de encontrar el verdadero Derecho Alemán, expurgando el a su juicio extranjero e intruso Derecho Romano. Y en Filosofía, con su reacción frente al criticismo racionalista de Inmanuel Kant, el idealismo de Friedrich Hegel es su máxima plasmación.

El Romanticismo terminaría alcanzando su triunfo pleno y aceptación hacia la década de 1840. A partir de entonces iniciaría un largo declive. Quizás el último literato romántico sea Gustavo Adolfo Bécquer, fallecido en 1870. Y el último músico que puede ser considerado como un romántico, Piotr Ilich Tchaikovski, vino a fallecer recién en 1891.

El ciclo militar de 1792 a 1815

Desde la Paz de Utrecht (1714) en adelante, y con la excepción a medias de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), Europa entró en un período de baja intensidad bélica, en el cual los monarcas prefirieron mantener el status quo, antes que embarcarse en guerras de aniquilación contra el enemigo. Pero con la Revolución Francesa, los monarcas absolutistas europeos tuvieron buenos motivos para temer por sus tronos, y se coaligaron para invadir Francia. Entre 1792 y 1815, siete coaliciones militares se formaron para conquistar Francia y aplastar los ideales de 1789. Inicialmente Francia se limitó a defenderse, pero episodios como la Batalla de Valmy (1792) prendieron en la conciencia europea, no tanto como incidentes bélicos, sino por su valor como reflejo de la confrontación de dos ideologías, la "revolucionaria" y la "reaccionaria".

El surgimiento de Napoleón Bonaparte agudizó aún más las guerras europeas. Napoleón reflotó el viejo proyecto de Luis XIV, de una Francia imponiéndose sobre todas las otras potencias europeas. En una década de guerras, desde la campaña de Italia (1796-1797) hasta la formación de la Confederación del Rhin (1806), conquistó todos los pequeños burgos, señoríos y reinos sobrevivientes en Alemania e Italia, y derrotó decisivamente a Austria y Prusia. En 1807 llegó a un acuerdo con Rusia, repartiéndose Europa en dos esferas de influencia. Napoleón intentó destruir a Inglaterra con el bloqueo continental, impidiendo que ésta comerciara con el continente; seguir esta política a ultranza le significó enredarse en una larga guerra contra Portugal y España por un lado, y con Rusia por el otro. Este sobreesfuerzo llevó al desastre de la campaña contra Rusia de 1812, y desde entonces el poder de Napoleón Bonaparte decayó hasta que fue definitivamente derrotado en la Batalla de Waterloo. Aunque Napoleón había sido derrotado, su actuar militar había trastocado todos los equilibrios de poder en Europa, además de haber paseado por ella los ideales nacionalistas inherentes a la Revolución Francesa, y por tanto, las potencias europeas debieron sentarse en la mesa de negociaciones para reconstruir un nuevo orden internacional europeo, que reemplazara al que había funcionado desde la Paz de Westfalia en adelante (1648). El resultado fue el Congreso de Viena.

El Congreso de Viena y el nuevo orden europeo

En 1815, representantes plenipotenciarios de las grandes naciones europeas se reunieron en la ciudad de Viena para debatir el futuro de Europa. Del llamado Congreso de Viena, celebrado ese mismo 1815, emergió un nuevo orden internacional que, con algunas variaciones significativas en el tiempo, regiría a Europa en principio hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

Negociaciones del Congreso de Viena (Jean-Baptiste Isabey, 1819)

El Congreso de Viena, como reacción ante los ideales de la Ilustración y la Revolución Francesa, pero viéndose imposibilitada de regresar a una concepción política basada en la monarquía de derecho divino, optó por el principio de legitimidad dinástica. Se aseguró así la posición de cada gran monarquía europea (Inglaterra, Francia, España, Austria, Prusia y Rusia), a despecho de las reclamaciones nacionales de las naciones que no habían conseguido reunirse en Estados. Las más significativas de estas reclamaciones desatendidas fueron las de Alemania e Italia, que finalmente afrontarían sus propios procesos de unificación entre 1859 y 1871. De hecho, componente importante de la gran Revolución de 1848 fue, en las naciones sin Estado, el intento por independizarse o unificarse de alguna gran monarquía preexistente que los soyuzgaba de acuerdo al orden internacional anterior a 1789. Por su parte, las monarquías europeas prosiguieron la política de alianzas y contraalianzas propia del siglo XVIII, llevada a su paroxismo por Otto von Bismarck y su compleja red diplomática (Bismarck fue canciller de Alemania entre 1871 y 1890). Para obrar como policía de intervención y salvaguardar el orden de Viena, el Zar Alejandro I de Rusia propuso la creación de la Santa Liga, la cual mantuvo cierta actividad en la década de 1820, reprimiendo alzamientos liberales como la sublevación de Riego en España (1823), pero que después de la Revolución de 1830 dejó de desempeñar un papel de verdadera significación en la política europea.

Siendo Francia la nación europea en donde se había iniciado la tradición republicana moderna, con la Revolución Francesa, es lógico que se pusiera a la cabeza de los movimientos revolucionarios, lo cual dio lugar al aforismo de que "cuando Francia estornuda, todos los demás se resfrían". En Francia se libró lo más crudo de la Revolución de 1830, y la subsiguiente Revolución de 1848 fue aún mucho más dura. Hubo también levantamientos nacionales localizados. En 1867, después de la estruendosa derrota del Imperio Austríaco frente a Prusia, los húngaros se sublevaron contra Austria y la pusieron en situación de tal aprieto, que el Emperador debió acceder a darle estatus especial a sus reclamaciones, conformando así la doble monarquía conocida como Imperio Austrohúngaro. En 1864, Otto von Bismarck inició la serie de guerras que llevarían a la unificación alemana, y que culminarían con su triunfo en la Guerra Franco-Prusiana, y la proclamación del Segundo Reich. Algo antes, en 1859, se había iniciado por iniciativa del Conde de Cavour, la unificación italiana, culminada en 1864. Aun así, Roma, hasta entonces en manos del Papa y sostenida por Napoleón III de Francia (1852-1870), no sería anexada sino hasta la caída de éste, convirtiendo al Papa Pío IX en el "prisionero del Vaticano" y generando una situación incómoda para la Iglesia Católica, que sólo se resolvería con el Tratado de Letrán, en 1929.

La primavera de las naciones

La cuestión social y el movimiento obrero

Explotación industrial y pauperismo

Los comedores de patatas (Vincent van Gogh, 1885. La patata se convirtió en un alimento casi único en muchas zonas, con lo que su ausencia producía espantosas hambrunas, como el hambre de Irlanda de 1845-1849, que además originó una emigración masiva.

La combinación de la Revolución Industrial con los ideales democráticos de la Revolución Francesa produjeron mortíferos efectos sociales. En su campaña por acabar con los privilegios, los revolucionarios promovieron el principio de libertad contractual, y acabaron con los restos de los gremios, organizaciones sociales del trabajo que databan de la Edad Media. La consecuencia es que los trabajadores perdieron poder negociador, al no ser protegidos jurídicamente los contratos de trabajo, y por ende, el trabajo en sí se hizo mucho más precario. Surgió de esta manera el fantasma del pauperismo, la extrema pobreza. Además, la mejora en la explotación agrícola llevó a que muchos campesinos abandonaran el campo y buscara su futuro en la ciudad, enrolándose en las filas de los obreros, agudizando así la crisis entre unos pocos que empezaron a concentrar los medios de producción, y una vasta mayoría que trabajaba jornadas laborales de 14 o 16 horas diarias, sin descanso semanal, por salarios de hambre y miseria. Estas durísimas condiciones laborales fueron retratadas en varias novelas de la época, como por ejemplo Los miserables de Víctor Hugo, o Oliver Twist de Charles Dickens.

Uno de los efectos colaterales de estos cambios sociales, es el incremento de la emigración. Campesinos arruinados y obreros sin nada que perder, decidieron abandonar Europa y tentar suerte en otras naciones. Una de las mayores emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna en Irlanda de 1847, que llevó a numerosos irlandeses a cruzar el Océano Atlántico e instalarse en los Estados Unidos. Algo después, por mencionar otro ejemplo, el agente chileno Vicente Pérez Rosales reclutó a un buen contingente de alemanes para instalarlos en el sur de Chile, en calidad de colonos.

Pero la mayor parte de los obreros no podía, o simplemente no quería, marcharse a tentar suerte en otro lugar. Las grandes revoluciones (la Revolución de 1830 o la Revolución de 1848) tuvieron un fuerte componente social, en particular en Francia, y los dirigentes defensores de los intereses de los obreros tuvieron destacada participación (si bien, a la larga, la Revolución de 1848 terminó decantándose en el Segundo Imperio de Napoleón III).

Socialismo y anarquismo

El cuarto estado (Giuseppe Pellizza da Volpedo, 1901). La percepción del papel de las masas populares como agente histórico se hizo evidente para los observadores contemporáneos y para la historiografía desde la Revolución Francesa (Jules Michelet), pero quien le dio máxima importancia fue la definición del concepto marxista de clase obrera. En la actualidad se suele considerar que el paradigma del materialismo histórico ha dejado de ser el dominante (como lo fue en el ambiente universitario en las décadas centrales del siglo XX, hasta años después del mayo francés de 1968); habiendo recibido críticas desde posturas de derecha, así como su revisión desde la propia izquierda. Autores ingleses como E. P. Thompson reivindican un menor mecanicismo para el estudio de la formación de la clase obrera y el concepto de conciencia de clase, utilizando las mismas sofisticaciones teóricas que tiene la antropología cultural con las sociedades primitivas.[9]

A nivel doctrinal, surgieron varias ideologías que tendían a responder al liberalismo, a cuya exagerada aplicación hacían responsable de la grave crisis social.

Una de estas respuestas fue el anarquismo (del griego, "sin jefes"). Los anarquistas predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado, que se sostendría por la coacción y así logra imponer una economía monopólica burguesa, para derivar a una sociedad en donde los seres humanos se regularan a sí mismos por la vía de contratos enteramente privados. Se dividió en varias vertiendes, básicamente las "evolucionarias" y las "revolucionarias". Una de ellas, de índole pacifista, encarnada entre otros por León Tolstoi, sostenía que debía llegarse a esa sociedad anarquista por medios no violentos, e intentaron crear comunidades que fueran ejemplares de este modelo de sociedad. Otra vertiente, violenta, preconizada por Mikhail Bakunin, sostuvo que los gobiernos debían ser derribados por la fuerza, haciendo de los métodos insurreccionales un método de lucha contra la opresión de los gobiernos, teniendo destacada participación en la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX.

Otra vertiente de pensamiento, algo más elaborada, fue el grueso tronco de los socialismos. A comienzos del siglo XIX, una serie de pensadores planificaron utopías sociales en las cuales se redistribuían los bienes para evitar la crisis social. Algo después llegó Karl Marx, quien los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las que calificó de socialismo científico. El marxismo, muy inspirado en el pensamiento de Friedrich Hegel, preconizaba la lucha entre los dueños del capital (la burguesía) y los trabajadores, debiendo imponer los segundos una dictadura del proletariado, como fase previa a la abolición completa del Estado, expresando estas ideas en su obra clave, El capital.

Marx no se conformó con ser un simple pensador, sino que pasó a la acción. Durante la Revolución de 1848 lanzó su Manifiesto comunista, con la célebre frase "¡Trabajadores del mundo, uníos!". Luego del fracaso de 1848, participó en las actividades de formación de la Primera Internacional, en colaboración con el ya mencionado Bakunin, del cual finalmente terminaría por separarse, debido a sus discrepancias ideológicas y políticas.

Aunque repudiadas en su forma pura, las ideas socialistas fueron adaptadas con posterioridad por numerosos actores políticos. En Alemania, como respuesta al régimen de Otto von Bismarck, surgió un Socialismo alemán que se encauzó dentro de las vías partidistas. En Inglaterra, los simpatizantes del socialismo decidieron proceder con moderación, y arribaron así al Socialismo fabiano; la Sociedad Fabiana terminaría transformándose, con el tiempo, en la semilla del futuro Partido Laborista de Inglaterra.

Leyes sociales

La enorme presión social acumulada llevó a los políticos más perspicaces a la dictación de leyes que protegieran a los trabajadores. Se prohibió, o al menos se limitó, el trabajo infantil, mientras que se tomaron resguardos para el trabajo de las mujeres. Estas leyes pueden ser rastreadas en fecha tan temprana como 1830, aunque fueron esfuerzos esporádicos e inorgánicos. También se fue permitiendo poco a poco la actividad sindical, aunque en muchos países la conformación de un sindicato siguió siendo un acto ilegal. El primer cuerpo de leyes más o menos orgánico que protegía a los trabajadores, fue dictado por iniciativa de Otto von Bismarck, quien a pesar de ser de derecha, y por tanto vinculado a los intereses políticos e industriales de la aristocracia prusiana, estaba interesado en arrebatarle banderas de lucha a los socialistas.

América independiente

Expansión de los Estados Unidos

Mientras tanto, Estados Unidos seguía su propia carrera. En 1803 adquirió la Luisiana y en 1819 la Florida, ampliando así sus fronteras hasta territorios que no estaban bajo dominio de ninguna potencia occidental. Estos nuevos territorios fueron constituidos como estados que ingresaron a la Unión. Se abrió el camino hacia el oeste, y se inició así la épica legendaria del Lejano Oeste. Todos los que carecían de oportunidades en el territorio mismo de Estados Unidos, tenían la posibilidad de probar fortuna en ese "salvaje Oeste", ayudando así a expandir los bordes territoriales de Estados Unidos hasta que a comienzos del siglo XX alcanzó sus fronteras definitivas.

Construcción del Canal de Panamá (1907)

Estados Unidos sufrió aún otro intento de invasión por parte de Europa, cuando los británicos invadieron América e incluso llegaron a quemar Washington en 1815. Pero después no hubo potencia europea capaz de incorporar a Estados Unidos como colonia. De este modo, el Presidente James Monroe pudo después promulgar su famosa Doctrina Monroe, sintetizada en la frase "América para los americanos", y que promovía el aislamiento continental: ni Estados Unidos intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo propio en Estados Unidos. Esta doctrina, inicialmente defensiva, devino con el tiempo, por la aparición de la doctrina complementaria del Destino Manifiesto (es el destino de los Estados Unidos llevar la libertad y la democracia al resto de las naciones del globo, según decidido por Dios), en un verdadero "derecho de intervención" sobre América; a esto se lo conoció como el Big Stick Policy o "Gran Garrote", y fue aplicado masivamente por Theodore Roosevelt (Presidente entre 1901 y 1908), especialmente en Panamá (véase Independencia de Panamá y Canal de Panamá).

Al mismo tiempo, Estados Unidos vivió un fuerte proceso de industrialización. Esto llevó a una fuerte dicotomía entre el Norte, mayormente industrial y expansionista, y el Sur, fuertemente agrario y conservador. Estas tensiones llegaron a su punto álgido por el problema de la esclavitud. En 1861 estalló la Guerra de Secesión, y después de cuatro años de luchas, el Sur fue definitivamente aplastado por el Norte.

También Estados Unidos inició su propio desarrollo cultural, el cual osciló entre la construcción de una épica e identidad nacional (por ejemplo, los escritores James Fenimore Cooper y El último mohicano o Walt Whitman y Hojas de hierba), y la influencia europea y particularmente anglosajona (por ejemplo, Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne). El resultado es una cultura única y peculiar en muchos aspectos, que conjuga la vieja tradición occidental con algunos nuevos valores, procedentes de su condición de "país de frontera".

Latinoamérica en el siglo XIX

Después de su proceso de emancipación (1809-1824), las jóvenes repúblicas de Latinoamérica debieron afrontar la tarea de darse a sí mismas una organización propia, en particular desde el fracaso de los grandes proyectos panamericanos (la Gran Colombia, la Confederación Perú-Boliviana). En lo político, el sello común a éstas dentro de la variedad de desarrollos que asumieron, fue la oscilación entre la inestabilidad política y el autoritarismo. En algunos casos, un poco a imitación del Imperio Napoleónico, se dieron una forma política imperial, como es el caso de Brasil (1822-1888) o de México (1821-1823). En otros, surgieron dictadores que a veces duraron décadas en su cometido, como por ejemplo Juan Martínez de Rozas en Argentina o el Mariscal de Santa Anna en México. Hubo naciones que se enfrascaron en densas guerras civiles que responden a los distintos intereses políticos imperantes, como por ejemplo la guerra entre las provincias y la metropolitana Buenos Aires (federalismo contra centralismo en Argentina), y en menor medida las continuas rebeliones de Concepción contra Santiago de Chile. La mencionada República de Chile se consolidó tempranamente como una república políticamente estable, pero al precio de consolidar bajo Diego Portales un régimen político (la Constitución de 1833) de carácter fuertemente autoritario, calificado de tarde en tarde incluso de monárquico disfrazado. El fermento autoritario llevó también a numerosas guerras de carácter territorial, siendo probablemente las más destacadas, la Guerra del Pacífico (Perú y Bolivia contra Chile) y la Guerra de la Triple Alianza (Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay).

En Europa, por su parte, persistía un cierto sentimiento de nostalgia por el pasado colonial de Latinoamérica, y aún hubo algún conato de construir imperios europeos en la región. Así, en 1865, España tentó una invasión contra Chile y Perú, mientras que en la misma década, en 1864, y a pretexto de pagarse la deuda externa de México, dicha nación fue invadida por Francia, nación que intentó incluso crearse un Emperador títere en la figura de Maximiliano de Austria (1864-1867). Estados Unidos se opuso firmemente a estas intervenciones europeas en América, adoptando como principio el aislamiento continental implícito en la Doctrina Monroe, pero éste derivó pronto en el autoarrogado derecho de intervención, bien visible en el apoyo que Theodore Roosevelt otorgó a Panamá para su independencia de Colombia.

En lo social, Latinoamérica intentó ponerse tan rápido como pudo a la par de las sociedades europeas. Así, la poderosa oligarquía mercantil intentó llevar a cabo una profunda industrialización de la sociedad. En esta labor intervinieron profundamente los capitales procedentes de Europa. El resultado fue, por una parte, el progreso de las repúblicas, pero por la otra, la importación de los problemas sociales que el industrialismo había ocasionado en Europa, creando también en Latinoamérica una cuestión social, agudizada por los problemas derivados de la multietnicidad latinoamericana, con sus elementos poblacionales de raigambre europea, indígena y africana.

En México, las fuertes tensiones entre una oligarquía positivista (bajo Porfirio Díaz) y una amplia base campesina desprotegida llevaron finalmente a la Revolución Mexicana (1910 - 1920), en la que líderes campesinos como Emiliano Zapata y Pancho Villa se rebelaron y pusieron en jaque al viejo orden. En medio de este proceso se promulgó la Constitución de 1917, que fue pionera entre los documentos de su tipo en el mundo, por incorporar en su articulado diversas garantías sociales para la población. De todos modos, el reestablecimiento de la paz social fue dificultoso, y la nueva institucionalidad sólo puede considerarse establecida y consolidada bajo la Presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940).

En lo cultural, Latinoamérica se transformó, en cierta medida, en el patio trasero de Europa. En la segunda mitad del siglo XIX, la literatura latinoamericana se ciñó a los experimentos derivados del Realismo en Europa, y a inicios del XX, a la experimentación de las vanguardias. La reivindicación plena del elemento indígena y nacional en la literatura latinoamericana, vendría ya bien iniciado el siglo XX, asociándose con una postura política cercana a la izquierda, puesto que la intelectualidad de la derecha se adscribió más bien a los ideales del positivismo (por ejemplo, Porfirio Díaz en México).

Era victoriana, Imperialismo y "Belle Époque" (1848-1914)

Lenin definió al imperialismo como fase superior de desarrollo del capitalismo (1905); y John A. Hobson (1902) estudió su relación con el crecimiento demográfico y el descenso de la tasa de beneficio en los países europeos, fenómeno para el que la emigración y los imperios coloniales servía como válvula de escape para reducir tensiones sociales, cuyo estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable.[10]​ La segunda mitad del siglo XIX fue sin duda la Era del Capital, no sólo por eso, sino por la aparición de El Capital de Carlos Marx (1867, completado póstumamente en 1885 y 1894). Las tensiones, no obstante, no dejaron de acumularse por más que las opiniones públicas de finales del siglo XIX, optimistas y despreocupadas, confiaran en el progreso indefinido (al tiempo que mostraban la proclividad de la naciente sociedad de masas a la manipulación de sus más bajas pasiones y su violencia latente -resentimiento social, lucha de clases, ultranacionalismo, antisemitismo, revanchismo, chauvinismo, jingoísmo-). La inviabilidad de la continuidad de las estructuras quedó violentamente puesta de manifiesto por el estallido de la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias.

El impulso colonial europeo del siglo XIX

Caricatura de Cecil Rhodes, uno de los principales colonialistas ingleses, como moderno coloso de Rodas, que al tiempo que asienta firmemente sus botas sobre África, ejerce de portador de la civilización en forma de hilo telegráfico y ferrocarril entre El Cabo y El Cairo, el sueño del "imperio continuo" (1892).
En una caricatura de finales del siglo XIX, la tarta de China empieza a repartirse entre la reina Victoria de Inglaterra, el Kaiser Guillermo II de Alemania y el zar Alejandro II de Rusia, contemplados por el Emperador Meiji y Marianne (personificación de la República Francesa).

A consecuencias de la Revolución Industrial, las naciones europeas dieron un salto de gigante en el arte de la guerra. El antiguo barco a vela fue dejado atrás en beneficio a las naves impulsadas por carbón primero, y por petróleo después. En tiempos de Napoleón Bonaparte aún los barcos a vapor eran una curiosidad; apenas medio siglo después, en 1856, se botaba al mar el primer acorazado. El barco de hierro e impulsado por carbón se transformó en símbolo del nuevo imperialismo, hasta el punto que la política europea de imponerse por la vía directa del ultimátum militar pasó a ser motejada, no sin una miga de ironía, como la "diplomacia de las cañoneras". Los progresos de la guerra en tierra no fueron menores. El siglo XIX vio el surgimiento de las primeras ametralladoras, de una nueva composición para la pólvora que no echaba humo, del fusil de retrocarga... Además, el antiguo sistema de reclutamiento del siglo XVIII fue sustituido por el servicio militar obligatorio, inspirado por el más puro sentido democrático de que todos los habitantes de la República deben contribuir a su defensa, lo que permitió a las naciones europeas poner en pie de guerra a ejércitos de literalmente millones de hombres, por primera vez.

También la política mundial impulsaba a la creación de estos imperios. En los siglos XVI y XVII, cuando los europeos habían llegado a otras tierras, se habían encontrado con grandes potencias que les impedían el paso (el Imperio Otomano en el Medio Oriente, el Gran Mogol de la India en el subcontinente indostánico, el Imperio Manchú en China, el Shogunato Tokugawa en Japón), y para las cuales no fue en nada dificultoso el expulsar o mantener a raya a los intrusos; el caso extremo fue el ritual de humillación ante el Emperador, que los japoneses obligaron a los holandeses de la colonia de Deshima, a cambio de permitirles mantenerse allí y profitar del comercio con el archipiélago. Pero en el siglo XVIII, varias de estas potencias iban en franca declinación, y los europeos más audaces se aprovecharon para colarse entre los insterticios. El caso más flagrante fue la India, en donde los europeos se instalaron poco a poco, sustituyendo a todos los poderes locales hasta convertirse en gobernantes de facto de todo el subcontinente, manteniendo el Raj Mogol una autoridad puramente nominal, hasta su derrocamiento definitivo en 1857.

A este vacío de poder fuera de Europa, la propia Europa acompañaba la creación de un delicado equilibrio de poderes, después del Congreso de Viena, que parecía cerrar para siempre la posibilidad de conseguir la hegemonía por el método de abatir a todos los rivales; empresa que había tentado Napoleón Bonaparte, obteniendo un fracaso estrepitoso en el proceso. Además, nuevos territorios significaban el acceso a nuevas fuentes de materias primas con las cuales fomentar el proceso industrial que Europa estaba viviendo por aquellos años.

Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), con la cual expulsaron a los franceses de la India y Canadá, los británicos pudieron reponerse de la pérdida de los Estados Unidos y mantener la delantera en labrarse un imperio mundial. A finales del siglo XIX, el Imperio Británico se extendía por aproximadamente una cuarta parte de todas las tierras emergidas, incluyendo una gran cantidad de tierras en África, la casi totalidad de la India, Australia, y una fuerte influencia en China y el Lejano Oriente en general. Francia le había seguido de cerca; en 1830 había iniciado una nueva aventura imperialista lanzándose contra Argelia, y después había enviado sus embarcaciones y sus tropas hacia el Lejano Oriente, fundando varios protectorados, forma jurídica que apenas encubría lo que era una explotación colonial en toda regla. Holanda, otrora muy poderosa, seguía conservando su dominio sobre Indonesia. Traumatizada con la pérdida de su imperio colonial, España no consiguió rehacerlo, conservando a duras penas Cuba y otras posesiones de las Antillas, y también algunos enclaves en el norte de Africa. Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de algunas islas en la Polinesia y algunos territorios menores. Estados Unidos y Rusia, por su parte, prefirieron lanzarse a la colonización por tierra firme: el primero colonizó todo el continente americano desde su antigua base en las Trece Colonias hasta California mientras que los rusos sometieron a los últimos janatos mongoles en la estepa centroasiática y se abrieron paso hasta el Océano Pacífico a través de todo el ancho de Eurasia, fundando a orillas de éste el puerto de Vladivostok.

Los europeos obtuvieron distintos resultados en sus empresas colonizadoras. Hubo empresas lanzadas contra las repúblicas latinoamericanas, pero ellas fueron coronadas con rotundos fracasos, obteniendo el peor de ellos Napoleón III al intentar convertir a México en un imperio títere del suyo propio. África, por su parte, era un continente a la fecha casi inexplorado, y la labor de colonización fue precedida por acuciosas empresas de exploración; a finales del siglo XIX sólo subsistían Liberia, Orange, Transvaal y Abisinia como naciones independientes, cada una por razones diversas. La India, por su parte, se dejó someter más o menos mansamente a los británicos, pero en 1857 hubo un masivo levantamiento popular en su contra, que llevó a la disolución de la Compañía de las Indias Orientales y a su anexión directa a la Corona de Inglaterra; además, sus intentos por atacar y anexarse Afganistán fueron sendos fracasos. En China, los británicos recurrieron a la táctica de debilitar su economía infiltrando opio en su sociedad, y cuando los chinos se negaron a seguir adelante, los británicos invadieron China y la obligaron manu militari a abrirse al comercio (véase Guerra del Opio). En Japón, una escuadra comandada por el comodoro Matthew Perry llegó hasta la bahía de Yedo en 1853 y arrancó al Shogunato Tokugawa un tratado por el cual los japoneses debieron abrirse por fuerza al comercio.

De esta manera, hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa, con la visible excepción de aquellos territorios que estaban bajo la esfera de influencia de Estados Unidos. En 1885, por el Tratado de Berlín, las potencias europeas se repartieron tranquilamente el mundo en un acuerdo que no contemplaba para nada las aspiraciones de las naciones no europeas.

Todo esto generó y fomentó un fuerte racismo entre los europeos. Se llegó a afirmar que la conquista del mundo habitado era la "sagrada misión del hombre blanco",[11]​ de llevar la civilización a los salvajes de la Tierra. Para el europeo del siglo XIX era natural pensar que los asiáticos, indígenas, negros o cualquier individuo no caucásico, era por naturaleza inferior. Irónicamente, el Darwinismo vino a proporcionar nuevos argumentos para esta postura, ya que algunos consideraron muy seriamente que el hombre blanco era la cumbre de la evolución humana. El epítome de esta ideología fue la creencia en la superioridad intrínseca de la "raza nórdica", que terminará teniendo crudas consecuencias al ser adoptada como credo político por los caudillos del Tercer Reich.

Positivismo y "Eterno Progreso"

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Uno de los primeros daguerrotipos (1839)

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la vida intelectual basculó nuevamente desde la postura idealista propia del romanticismo, a una objetivista y vinculada al desarrollo científico. Hay dos buenas razones para esto. En primer lugar (sin seguir un orden particular), el éxito soberano de las potencias imperialistas europeas al extenderse sobre el planeta llevó a la convicción de que la cultura europea era el epítome de la civilización. En segundo lugar, la ciencia del segundo tercio del siglo XIX hizo importantes progresos técnicos. Así, la astronomía hizo importantes progresos: es la época en que se descubre el planeta Neptuno y se desarrolla la astrofísica, descubriéndose la técnica de la espectrometría, entre otras cosas. La química, por su parte, se revolucionó con el desarrollo de la tabla periódica de los elementos. La geología, por su parte, reconoció la existencia de la Edad de Hielo y de la vida fósil, incluyendo descubrimientos como el Hombre de Neanderthal (1856). En el ámbito de la técnica hubo numerosos nuevos inventos, desde el convertidor Bessemer para procesar el acero, hasta la fotografía.

Charles Darwin caricaturizado como un mono (1871), en una de las muchas burlas de su teoría de la evolución.

Sin embargo, las novedades científicas más impactantes emergieron en el campo de la biología. La apertura del campo de la microbiología, por obra de Louis Pasteur, y que llevó a concebir por primera vez a las enfermedades infecciosas como ocasionadas por agentes patógenos microscópicos, lo que a su vez llevó al desarrollo de la técnica de la vacunación. Por su parte, en 1859, y después de más de dos décadas de investigaciones, Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies, en el cual no "inventó" la teoría de la evolución, que ya había sido propuesta previamente por Jean-Baptiste Lamarck, síno que la explicó por primera vez por mecanismos naturales convincentes (concretamente, la selección natural), ocasionando de paso un terremoto conceptual al derribar por primera vez con argumentos sólidos el relato de la creación según el Génesis. De esta manera, la intelectualidad europea depositó toda su fe en el progreso de la ciencia. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que dentro de no demasiado tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este dogma filosófico se le llamó Positivismo. Este se vinculó, a su vez, con el Liberalismo para producir una nueva doctrina social, el llamado Darwinismo social, que buscaba aplicar los descubrimientos científicos de Darwin a las teorías sociales. Su máximo exponente fue el filósofo británico Herbert Spencer.

Este ambiente de optimismo es bien visible en particular en las primeras novelas de Julio Verne, que utilizando el trasfondo del relato de aventuras, son una glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna); aunque por otra parte, el Verne más tardío escribió relatos mucho más sombríos, poniendo ahora énfasis en los peligros de la ciencia desatada (Los quinientos millones de la Begún, La misión Barsac), al tiempo que su contemporáneo Herbert George Wells hacía algo similar en obras como La guerra de los mundos, El hombre invisible, La isla del Doctor Moureau o La máquina del tiempo.

En el reverso de esta visión optimista, destaca el realismo literario, género que reaccionó contra los excesos sentimentales del romanticismo tardío, y que devino en naturalismo; irónicamente, el principio básico del naturalismo era construir una literatura lo más científica y objetiva posible, para el estudio de los problemas sociales de la época. En esta senda, escritores como Émile Zola denunciaron implacablemente las injusticias sociales producidas por la industrialización indiscriminada, en novelas como Naná.

El surgimiento de la sociedad de masas

La sociedad de masas

Un grupo de trabajadores en una fotografía rotulada: Mediodía ante la cantina, leyendo The Hog Island News (Filadelfia, Estados Unidos, 1918)

El siglo XIX, como producto de la industrialización, vio el surgimiento de la moderna sociedad de masas, como oposición a la vieja división entre una reducida élite aristocrática y la gran masa del bajo pueblo. Esto ocurrió porque los costos de producción de las mercancías bajaron, quedando la producción a disposición de nuevos actores sociales, la clase media, con nuevos medios económicos provenientes de las profesiones liberales, y que por ende pudieron ascender socialmente. Nuevos inventos, como el envasado de comida en latas (desarrollado inicialmente para el ejército napoleónico), permitieron que las nuevas clases sociales accedieran a nuevas fuentes de alimentación.

A esto contribuyó la implantación, a lo largo del siglo XIX, del sistema de educación primaria obligatoria, que tendió a reducir drásticamente las tasas de analfabetismo en Europa (si bien no a erradicarlo). La mayor cantidad de público lector incentivó el desarrollo de la prensa escrita, incluyendo fenómenos tales como la prensa amarilla. Los modernos métodos de impresión, por su parte, permitieron aumentar la producción de libros. A inicios del siglo XIX, el libro de poemas El corsario de Lord Byron se transformó en el primer libro en la historia con un tiraje inicial superior a los 10.000 ejemplares. También se desarrolló una nueva forma de literatura popular, el folletín, híbrido entre la prensa escrita y la antigua novela, que se publicaba por entregas en los diarios. A través del folletín fueron dadas a conocer obras como Los misterios de París de Eugene Sue, Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, Los miserables de Víctor Hugo o David Copperfield y Oliver Twist de Charles Dickens. A finales del siglo, por iniciativa del mencionado Víctor Hugo, surgieron los primeros convenios internacionales sobre derecho de autor.

Todos estos nuevos sucesos, por supuesto, abarcaban tan solo a la sociedad europea, y en medida más reducida a la de América. En el resto del mundo, sometido al dominio colonial europeo, las nuevas condiciones de vida alcanzaban tan solo a la clase social europea, mientras que los nativos proseguían viviendo el magro estilo de vida que habían heredado desde antaño.

Moral victoriana

La reina Victoria en su Jubileo (1887, foto coloreada)

Quizás la característica más notoria de la época sea una exacerbación de las ideas morales. El símbolo máximo de la moral puritana del siglo XIX es la Reina Victoria, a pesar de que, en estricto rigor, y de creer a su biógrafo Lytton Strachey, Victoria giró hacia el puritanismo tan sólo después del fallecimiento de su esposo, el príncipe de Sajonia-Coburgo, en 1861.[12]​ Esta moral se caracterizaba en lo principal por una exacerbación de los principios morales, y en la represión sistemática de las pasiones, en particular aquellas de orden sexual. El comportamiento liberal se calificaba como libertinaje, como bien lo supo Oscar Wilde, escritor que pagó el haberse atrevido a desafiar las convenciones sociales de su tiempo con una condena a presidio. Se construyó alrededor de la gente de la época una cierta aura de pureza moral, la cual en muchos casos resultó ser pura hipocresía, como a inicios del siglo XX denunció el citado Strachey con sus crónicas biográficas contenidas en Victorianos eminentes.

La moral victoriana encontró violentos críticos a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Al ya mencionado Oscar Wilde podemos añadir al austríaco Sigmund Freud, que describió las enfermedades mentales y neurosis derivadas de la represión sexual.

Una de las novelas más emblemáticas en torno a la moral victoriana, es el Drácula de Bram Stoker. Al margen de la simbología religiosa y el tema de la lucha del bien contra el mal, Stoker marca un nítido contraste entre sus héroes, provenientes todos del mundo victoriano, y su villano, un vampiro que, entre otras cosas, encarna las más salvajes pulsiones sexuales.

Abolición de la esclavitud

Firma de la ley de emancipación de los esclavos por Abraham Lincoln durante la Guerra Civil Estadounidense (cuadro de Francis Bicknell Carpenter, 1864)
A pesar de la abolición, la situación de los negros, sobre todo en los estados del Sur, no fue de igualdad, tanto por las prácticas sociales como por la promulgación de leyes segregacionistas. La fotografía corresponde a la película El nacimiento de una nación (Griffith, 1915), en la que "los buenos" son el Ku Klux Klan.

A inicios del siglo XIX, podía considerarse a la esclavitud como una institución cada vez más deslavada en el mundo occidental, pero sin embargo no había desaparecido por completo de éste. Muchas naciones de la Tierra emprendieron una campaña para abolir la esclavitud, bien sea de manera directa, o bien sea mediante el paso intermedio de la libertad de vientre, según la cual, aunque el esclavo seguía siendo esclavo, sus hijos nacerían ya libres, y no podrían ser esclavizados jamás. La abolición de la esclavitud era un corolario lógico del principio de la Ilustración, que propugnaba la igualdad ante la ley de todos los seres humanos sin excepción. La resistencia más pertinaz contra el movimiento abolicionista, se produjo en los Estados Unidos, cuyos estados sureños, sustentados en el comercio del algodón, dependían por completo de los esclavos. Aunque puede discutirse si el abolicionismo fue la causa fundamental de la guerra o un mero pretexto, lo cierto es que la bandera abolicionista fue enarbolada por el Norte durante la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865), y rechazada por los estados del Sur. Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida en Estados Unidos, aunque la discriminación racial persistió en dicha nación, con políticas tales como "separados pero iguales", y puede decirse que dicha segregación ha subsistido en buena medida hasta el día de hoy. En Rusia, donde no había esclavos, existía la institución de la servidumbre, que fue abolida por la Reforma Emancipadora de 1861 (zar Alejandro II), no sin problemas y resistencias.

El rol de la mujer

Una mujer fabricando munición durante la Primera Guerra Mundial

Durante el siglo XIX, la mujer siguió ocupando un rol social de segunda fila, y persistió su papel como moneda de cambio, por vía de matrimonio, entre diversos patrimonios familiares vinculados a los grandes capitales. Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina, como por ejemplo la inglesa Mary Wollstonecraft, o la revolucionaria francesa Olimpia de Gougues, que propugnó una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana como complemento a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Pero fueron casos aislados, y en todo caso intensamente combatidos; la hija de la mencionada Mary Wollstonecraft, Mary Shelley (autora de Frankenstein, por ejemplo, tuvo que escapar de Inglaterra para poder vivir su romance con Percy Shelley. Incluso ya entrando el siglo XX, defensores de los derechos de la mujer como Bertrand Russell fueron ácidamente criticados por sus posturas.

A finales del siglo XIX, surgió un intenso movimiento social a favor de las mujeres, que encontró su bandera en la conquista del derecho a voto. Este movimiento fue el de las sufragistas, y empezaron a conquistar varios éxitos a partir de 1902, fecha en la que se admitió el derecho a voto femenino en Nueva Zelanda, y luego en otras naciones de la Tierra. Sin embargo, habría que esperar hasta la Primera Guerra Mundial para que el movimiento de emancipación femenina cobrara verdadera fuerza.

La religión

En la Europa del siglo XIX, la religión institucionalizada sufrió fuertes embates. En el siglo XVIII, la Iglesia Católica había perseguido fuertemente a la Ilustración, buscando censurar (incluso con éxito) a la Enciclopedia, y condenando varias obras ilustradas (entre ellas la totalidad de la obra de Voltaire) a caer dentro del Index Librorum Prohibitorum (índice de libros prohibidos). En el siglo XIX, potenció aún más su alianza con los sectores ultraconservadores, condenando el liberalismo, el racionalismo y otras doctrinas y usos del mundo contemporáneo, del que se quería distanciar y aparecer como una alternativa tradicionalista. Se definieron como dogma de fe las doctrinas de la infalibilidad del Papa (Concilio Vaticano I, 1869) y la Inmaculada Concepción (1854). La opción por la fe y los milagros quedó manifiesta con el apoyo vaticano a las apariciones de la Virgen de Lourdes (1858, aprobadas en 1862).

Los nuevos descubrimientos científicos que parecían contradecir a las Sagradas Escrituras, como la teoría darwinista presentada en 1859 en El origen de las especies (teoría evolucionista que aplicaba el principio de selección natural por supervivencia del más apto), seguido por El origen del hombre (The descent of man, 1871, también de Charles Darwin), en donde se explicitaba que el hombre y el mono compartían ancestros comunes. Ambos textos tuvieron gran repercusión y fueron mucho más combatidos en el ámbito religioso anglicano y protestante que en el católico; donde no hubo pronunciamiento oficial alguno, e incluso en algunos casos permitió explorar las perspectivas que abrían, no sin problemas (caso del jesuita Teilhard de Chardin). Otro caso de ambigua relación entre ciencia y fe fue la polémica sobre la generación espontánea, paradigma biológico de lo que científicos católicos como Pasteur consideraban como ciencia orientada a la justificación del agnosticismo y cuestionaron con éxito.[13]

En lo político, el movimiento nacionalista italiano anheló, y finalmente consiguió, que los Estados Pontificios pasaran a formar parte de una Italia unificada, lo que significó su destrucción en 1870, algo más de once siglos de haber sido creados por la donación de Pipino el Breve. Aún después, el Papa lideró una dura contienda contra Otto von Bismarck, quien trató de eliminar el catolicismo de Alemania en la Kulturkampf (operación política que terminó fracasando).

Aunque el siglo XIX marcó uno de los momentos más débiles del Papado, sin embargo, eso no quiere decir que la causa de la religión hubiera sido derrotada. Más allá de una minoría intelectual de entre los profesionales liberales o de los obreros con conciencia de clase, la gran mayoría de la sociedad, desde las clases dirigentes hasta las clases bajas, pasando por las clases medias, estaban muy lejos de considerarse ateas. Un ingrediente clave de la moral victoriana fue su sustrato religioso, imprescindible para la cohesión social, extremo del que era consciente el propio Carlos Marx, autor de la expresión opio del pueblo con la que motejaba a la religión. Por otro lado, la religión como fuerza conservadora cumplía un papel que para algunos autores fue vital en la resistencia a la gran transformación que supuso la embestida del mercado contra las instituciones tradicionales.[14]​ No sólo las tradicionales instituciones de caridad, sino la organización del sindicalismo católico y la doctrina social de la Iglesia (Rerum novarum, 1891) se presentaron como una alternativa tanto al capitalismo liberal como al movimiento obrero revolucionario.

Incluso la expansión imperialista europea se justificaba muchas veces como una manera de llevar la civilización a los salvajes que tenían la "desdicha" de no haber nacido caucásicos, lo que en el fondo constituía una prolongación de la empresa evangelizadora que otrora los cristianos emprendieran contra los paganos, argumento que se empleaba en sentido contrario desde la resistencia al envío de reclutas a Marruecos durante la Semana Trágica de Barcelona, que degeneró en quema de iglesias, dado el fuerte carácter anticlerical del movimiento (1909):

Contra el envío a la guerra de ciudadanos útiles a la producción y, en general, indiferentes al triunfo de la cruz sobre la media luna, cuando se podrían formar regimientos de curas y de frailes que, además de estar interesados en el éxito de la religión católica, no tienen familia, ni hogar, ni son de utilidad alguna al país.[15]

La crisis de los treinta años (1914-1945)

No parece muy exagerada tal denominación, debida al historiador Arno Mayer,[16]​ para tres décadas que incluyen las dos guerras mundiales y el convulso período de entreguerras, con la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y Ruso; la agudización de las tensiones sociales que llevaron a revoluciones como la Mexicana, la Rusa y la llamada Revolución Española simultánea a la Guerra Civil; la crisis del sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los fascismos y sistemas políticos autoritarios; al tiempo que se desarrollan los primeros Estados Sociales de Derecho, como la República de Weimar, prácticas de pacto social como los Acuerdos Matignon y se aplican las teorías económicas de John Maynard Keynes (divergentes del liberalismo clásico) en los programas intervencionistas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt.

Las Guerras Mundiales

Escalada de la tensión internacional

Napoleón III, derrotado tras la batalla de Sedán, se entrevista con Otto von Bismarck (1870).

El fin de la Guerra Franco-Prusiana, en 1871, inició una realineación de las fuerzas políticas en Europa. Inglaterra y Francia, enemigos decididos desde la época napoleónica, habían unido fuerzas, en particular desde el final de la Guerra de Crimea en 1856, para sostener al Imperio Otomano e impedir la salida de Rusia al Mar Mediterráneo. Para contrarrestar esto y evitar un revanchismo francés, Otto von Bismarck, el Canciller de Alemania, tendió lazos con el Imperio Austrohúngaro, al que había derrotado en 1866. Cuando Italia ingresó a la alianza en 1881, nació la llamada Triple Alianza. Bismarck intentó romper la alianza de Inglaterra y Francia, pero esto sólo consiguió un rechazo por parte de Inglaterra, y el acercamiento de Francia a su antiguo enemigo, Rusia, conformándose así la Triple Entente o Entente Cordiale. Así, en 1893 se habían configurado los bandos que después tomarían parte en la Primera Guerra Mundial.

A su vez, los imperios coloniales habían alcanzado su máxima expansión, y ya no habían nuevas tierras por conquistar o anexarse. Por lo que cualquier intento por imponerse a los rivales europeos, pasaba por aplastarlos en una guerra total. Entre 1871 y 1914, con la excepción de los Balcanes, Europa vivió en paz, pero que era conocida, y no por nada, como la paz armada. Se inició también una veloz carrera armamentista, en la cual crecieron los ejércitos, se desarrollaron nuevos inventos (la ametralladora, el alambre de púa o los gases tóxicos), que harían una guerra futura bien diferente, y mucho más demoledora, que las Guerras Napoleónicas a las que los generales europeos estaban acostumbrados a jugar en sus cuartos de estrategia.[17]​ El resultado sería la gran guerra general de 1914 a 1918, que haría saltar para siempre al viejo orden del Congreso de Viena.

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias

Puesto de ametralladora británico, con los soldados protegidos por máscaras de gas, durante la batalla del Somme (julio de 1916). Las innovaciones técnicas y la llamada guerra de trincheras fueron características del frente occidental europeo durante este devastador conflicto.

En 1914 un incidente internacional menor, el llamado atentado de Sarajevo, le dio pretexto a Austria para presionar a Serbia, una de las jóvenes repúblicas nacidas sobre las cenizas del cada vez más decrépito Imperio Otomano. El ultimátum de Austria a Serbia puso en marcha la red de alianzas y pactos defensivos, y en pocos días, Europa se vio sumergida en una violenta guerra general. Alemania se jugó la baza del Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra de tenazas que acorralara a los franceses como en Sedán, en 1870, después de lo cual podrían volverse para repeler a los rusos. Pero la operación salió mal, se llevaron a cabo maniobras envolventes que resultaron inútiles, y pronto el frente de batalla quedó estacionario en la desgastante guerra de trincheras. En el frente ruso, por su parte, debido a la inepcia de los altos mandos del Zar, los alemanes no tuvieron mayores problemas en controlar el frente, e incluso llegaron a liquidarlo en 1918. Pero era demasiado tarde para ellos, porque a consecuencias de la guerra submarina, Estados Unidos había entrado al conflicto, y con su apoyo, Inglaterra y Francia pudieron quebrar el frente y derrotar a Alemania.

Sobrevino entonces un nuevo orden internacional, nacido del llamado Tratado de Versalles y otros anexos, firmados en 1919, y que condenaron a la disolución a los imperios centrales (Alemania, Austria, el Imperio Otomano), y que se basó en el principio de soberanía nacional. Se impuso también una durísima indemnización a Alemania, que arrojó a la recientemente creada República de Weimar al caos económico y político. Para garantizar el nuevo orden internacional se creó por primera vez un organismo supranacional, que pretendía limitar la soberanía absoluta de los Estados; era la Sociedad de Naciones, en cuyo seno deberían resolverse los conflictos del futuro sin recurrir a la vía armada. Sin embargo, la exclusión de Alemania y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a la admisión estadounidense en la Sociedad, la condenó a ser una suerte de "club de amigos" de Inglaterra y Francia, mostrando con el paso del tiempo una dramática inoperancia frente a los sucesos que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial.

Por su parte, descontento el pueblo ruso contra sus dirigentes, se alzaron en armas y derrocaron al Zar Nicolás II, reemplazándolo por una república de corte liberal. Sin embargo, el gobierno cayó pronto en el caos, lo que aprovecharon los bolcheviques (comunistas) para hacerse del poder, en la Revolución Rusa (octubre de 1917). El resultado de este proceso fue el derrumbe del régimen de los zares, y el surgimiento en su reemplazo de la Unión Soviética, de clara inspiración tecnocrática, estatista y marxista. Pronto, la Unión Soviética se ofreció al mundo como modelo político alternativo al capitalismo democrático e industrial defendido por los Estados Unidos, sembrando las semillas de lo que a futuro sería la Guerra Fría.

El empequeñecimiento de Europa

Mahatma Gandhi, líder inspirador de la independencia de la India, fue víctima a su vez de la terrible violencia que la siguió.

Paralelamente a la Primera Guerra Mundial, el mundo empezó a hacerse más grande. El decrépito Imperio Manchú fue derrocado en 1911, después de un largo período de guerras civiles, y China cayó en las manos de Sun Yat-Sen, que llevó a cabo un acelerado proceso de modernización en el país. Esta iniciativa occidental chocó a poco con la infiltración de los comunistas quienes, liderados por Mao Tsé Tung, promovieron una guerra civil que llevaría al derrocamiento del régimen occidentalizador, en beneficio de un nuevo Estado comunista: sería la Revolución China de 1949.

Por su parte, en Japón, el Shogunato Tokugawa había sido derrocado en 1868, y los sucesivos Emperadores que tomaron a su cargo el país, impulsaron una profunda occidentalización. En 1905 los japoneses, menospreciados por ser "no occidentales", infligieron una dura derrota a los rusos, y en 1914 entraron a la Primera Guerra Mundial a favor de la Triple Entente y se apoderaron de varias colonias alemanas en el Pacífico, las cuales retuvieron después del conflicto, cimentando así el nacionalismo imperialista japonés que los arrojaría de cabeza a la Segunda Guerra Mundial.

Entretanto, las ideas de independencia comenzaban a soplar en la India. Después de la Primera Guerra Mundial, y bajo el liderazgo de Mahatma Gandhi, y su movimiento de resistencia no violenta, los nacionalistas de la India se hicieron cada vez más fuertes. Después de la Masacre de Amritsar (1919), los británicos se vieron obligados a iniciar un lento proceso de negociaciones, que culminaría en su independencia.

Estados Unidos, por su parte, emergió como la gran superpotencia mundial después de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cuando Woodrow Wilson pidió al Congreso de los Estados Unidos que aprobara el ingreso de la nación a la Sociedad de Naciones, éste se opuso, basándose en la vieja (y a esas alturas periclitada) política de aislamiento continental. Tendrían que hacerlo después, y por la fuerza, durante la Segunda Guerra Mundial.

De este modo, la adopción por parte de potencias no europeas, de aquellas ideas y principios (y tecnologías) propios de Europa, llevaron a la paradoja de que la mismísima Europa se redujo, en cuanto a tamaño e importancia, en el concierto mundial, y en adelante debería conformarse con ser un actor más, en un escenario político que de pronto se había hecho enormemente más vasto.

La Segunda Guerra Mundial

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Bombarderos soviético y británico saludándose sobre Berlín, en un cartel propagandístico. Tanto la aviación como la propaganda fueron masivamente utilizadas en la Segunda Guerra Mundial, a una escala no igualada en ninguna otra contienda anterior, y difícilmente comparable a las posteriores.

En los llamados locos veinte, la economía de Estados Unidos fue presa de la especulación bursátil. El resultado fue la Gran Depresión de 1929, que no sólo arruinó a Estados Unidos, sino que también a la mayor parte del mundo. Se generó ahí un caldo de cultivo para el totalitarismo de cualquier clase. El comunismo se hizo popular, pero también vinieron los imitadores de Benito Mussolini, el caudillo que había impuesto el Fascismo en Italia (1922), y cuyo más aventajado discípulo fue Adolfo Hitler.

Apenas llegó al poder en Alemania (1933), Hitler inició una dura política internacional, que lo llevó a la anexión de varios territorios y repúblicas. Cuando invadió a Polonia, en 1939, Inglaterra y Francia respondieron con la declaración de guerra. Sobrevino entonces una nueva conflagración general, aún más dura que la anterior, y que sólo culminó con la destrucción completa del Tercer Reich y de sus aliados, Italia y Japón. El fin de la guerra significó también la ruina definitiva de las potencias imperialistas europeas, ahora decisivamente superadas por Estados Unidos y la Unión Soviética, pero también marcó el estreno de la bomba atómica, lo que generó un nuevo apocalíptico escenario internacional: era la primera vez en toda la historia universal que el ser humano disponía de la tecnología necesaria para aniquilarse a sí mismo como especie.

La acumulación de capital y los monopolios

La política de librecambismo que reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la época absolutista, así como la creación de gigantescos imperios coloniales, tendió a demoler las barreras para el comercio y la inversión. De esta manera, los empresarios exitosos ya no estaban limitados por las fronteras nacionales a la hora de invertir y buscar ganancias. Adicionalmente, la industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas abrió nuevos mercados para recursos que hasta entonces carecían de toda utilidad, como por ejemplo el petróleo y el caucho. En determinados casos, la avidez empresarial generó verdaderas "fiebres", como por ejemplo la "fiebre del salitre" en el norte de Chile, con posterioridad a la Guerra del Pacífico, o la "fiebre del caucho" en Brasil. El mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto mercado global, creándose así por primera vez una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no sólo por su alcance geográfico, sino también por la interconexión entre los distintos productos que se comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como materias primas a otros y alargando las cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes.

Laboratorio de Menlo Park, organizado por Thomas Alva Edison con un criterio tanto científico-tecnológico como capitalista.

Habiéndose desarrollado Estados Unidos como un laxo gobierno central que dejaba mucho quehacer legislativo a los estados federados, y habiéndose expandido geográficamente hacia el oeste de manera brutal, no es raro que en dichas tierras haya prosperado con mayor fuerza el capitalismo industrial. El ejemplo más destacado es el petróleo, descubierto en Texas en 1859, y explotado pronto por un monopolio frente al cual se puso David Rockefeller, quien construyó en su torno una gran fortuna. Otro ejemplo destacado fue Andrew Carnegie, quien creó su propio imperio financiero en torno al acero. En el campo de los servicios también surgieron varios poderosos grupos comerciales, como por ejemplo el imperio periodístico de William Randolph Hearst o los primeros estudios de Hollywood (véase Historia del cine). Incluso en el campo de la invención, Thomas Alva Edison fue pionero en la idea de reunir a un grupo de trabajadores en un taller, creando así la moderna investigación tecnológica en la que importa más el proyecto común, que la figura del inventor o investigador propiamente tal.

La sociedad reaccionó ante los monopolios con cierto temor. En Estados Unidos se dictaron leyes antimonopolios, e incluso en virtud de ellas, Rockefeller fue llevado a juicio. Su firma, la Standard Oil Company, familiarmente conocida como Esso, fue llevada a juicio y condenada a disgregarse en 1911. Sin embargo, estas acciones no impidieron que en el paso de los siglos XIX al XX se concentrara el capital en manos de un nuevo club de multimillonarios, y que se crearan las modernas transnacionales, tal y como se conocen hoy en día.

Surgimiento del estado del bienestar

Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra Mundial, se sentaron las bases del estado del bienestar. Durante el siglo XIX, fiel a los principios del liberalismo a ultranza, se había concebido al Estado como un mero garante del orden público, sin que tuviera legitimidad para intervenir en la actividad económica de la nación. Los economistas como David Ricardo, por su parte, prestaban sustento teórico a dichas decisiones políticas. Sin embargo, de manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir poco a poco en la regulación de las condiciones de trabajo, a través de las leyes sociales, creando el moderno Derecho del Trabajo, como una manera de responder a los apremiantes problemas derivados del industrialismo, tuvo que desactivar la bomba de tiempo que representaban las aspiraciones de grupos socialistas, comunistas y anarquistas.

Una multitud se aglomera ante la Bolsa de Nueva York el jueves negro, 23 de octubre de 1929.

Sin embargo, fue después de la Primera Guerra Mundial que se produjo el cambio teórico fundamental. El economista John Maynard Keynes observó que la oferta económica es refleja de la demanda (no al revés, como planteaba clásicamente la ley de Say), y por ende, la manera de levantar la economía era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal. Sus consejos fueron acogidos como casi milagrosos después de que la Gran Depresión literalmente arrasó con el mercado laboral, generando un pavoroso paro masivo. De esta manera se sentaron las bases de un estado fuertemente regulador e interventor en materias económicas, que subsistirán más o menos hasta el día de hoy, en todos aquellos lugares en que el keynesianismo no fue exitosamente combatido por el monetarismo.

Resulta significativo observar que en la década de 1930, varios regímenes políticos muy diferentes entre sí, siguieron políticas intervencionistas como una salida práctica a la Gran Depresión. Stalin, en la Unión Soviética, por vivir en una economía dirigida desde el Estado, no tuvo mayores problemas con el Crack de 1929, pero Adolfo Hitler aplicó un fuerte intervencionismo desde el Estado, centrándose en particular en las obras públicas y la fabricación de armamentos. Mientras tanto, en Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt hizo parcialmente otro tanto a través de su New Deal (Nuevo Trato o Nuevo Acuerdo).

Revoluciones científicas

La primera mitad del siglo XX vio también una serie de revoluciones científicas sin precedentes, que marcaron un cambio de paradigma fundamental en el pensamiento científico.

En el campo de la biología, se redescubrió el trabajo de Gregor Mendel, que en el tiempo de su publicación había pasado desapercibido; esto llevó a una serie de investigaciones que develaron el papel jugado por el ADN en el código genético. También la Medicina progresó enormemente. Por una parte, al descubrirse que cada ser humano pertenece a un grupo sanguíneo, desapareció el riesgo inherente a toda transfusión sanguínea. Por su parte, las investigaciones de Alexander Fleming llevaron al desarrollo de la penicilina, el primer antibiótico, poniendo en manos de los médicos una poderosa arma para luchar contra las enfermedades; esta nueva técnica mostró lo que era capaz al salvar las vidas de miles de soldados durante la Segunda Guerra Mundial.

En el campo de la Paleontología, por su parte, una serie de hallazgos en cascada permitió empezar a desenmarañar el complejo árbol de la evolución humana. En 1894 se descubrió al Hombre de Java, y poco después emergieron el Sinántropo en China, y todo el frondoso linaje del Australopithecus en África.

Mecánica einsteniana y mecánica cuántica.

Niels Bohr y Albert Einstein (1925)

La mayor de las revoluciones de dicho período se produjo en el campo de la Física. Durante el siglo XIX se habían acumulado varios problemas técnicos que la vieja Mecánica Newtoniana no era capaz de responder adecuadamente.

En 1900, el físico Max Planck propuso que la luz no podía propagarse en cualquier cantidad discreta, sino que sólo era capaz de viajar en pequeños "paquetes" de un tamaño determinados, llamados "quanta". El concepto de cuanto cambió la visión del mundo subatómico. Hacía poco que las investigaciones habían confirmado la existencia del átomo (hasta finales del siglo XIX, el átomo era tan sólo una construcción teórica, pero no habían pruebas tangibles de su existencia hasta el descubrimiento del electrón en los rayos catódicos). Poco después, las investigaciones de Niels Bohr y Ernest Rutherford permitieron por primera vez tener un panorama completo de los fenómenos subatómicos. Por ello, resultó un golpe muy rudo la enunciación del Principio de incertidumbre, que establece un límite a lo que puede ser conocido en el campo subatómico. Las consecuencias de este principio trascenderían a lo meramente científico, y se convertirían en una especie de metáfora de la incertidumbre que los intelectuales reclamaban como una característica propia de la vida en el siglo XX.

Paralelamente, el joven físico Albert Einstein publicó en 1905 un breve trabajo que, ampliado en 1915, se transformaría en las bases de toda una nueva concepción del cosmos: la Teoría de la Relatividad. Einstein abolió así el espacio absoluto y el tiempo absoluto de Isaac Newton, y proclamó que tanto el espacio como el tiempo estaban relacionados con la materia y la energía, y que ambas cosas eran relativas al punto de vista del observador. La nueva visión del universo que emergió aquí representó un verdadero terremoto intelectual, y abrió las compuertas para toda la investigación astronómica del siglo XX.

Por su parte, se postuló por primera vez que la Nebulosa de Andrómeda no era un anexo de la Vía Láctea, sino una galaxia por derecho propio. De esta manera, el universo apareció aún más grande y vasto de lo que nunca antes se pensó.

Vanguardias artísticas

El siglo XX vio un cambio substancial en materia artística. Es cierto que el arte ha ido cambiando con el tiempo, pero cada nuevo movimiento artístico partía de la presunción implícita de ser "el último", y de trepar hacia la academia como el canon absoluto. Sin embargo, la rebelión de los pintores relacionados con el Impresionismo, la exaltación de la libertad individual del artista frente al convencionalismo de la academia, y por último la apología del constante cambio frente a un mundo también cambiante, abrieron la puerta para el fenómeno de las vanguardias. Al respecto escribe Juan-Eduardo Cirlot: "Hemos hablado del fondo experimental y cientifista del arte del presente, (...), al indicar que el ismo se diferencia del estilo en que se produce conscientemente, como resultado de una voluntad expresamente orientada a una finalidad, y no como surgimiento de un poder cultural actuante a través del hombre".[18]

Impresionismo y Postimpresionismo

Impresión, sol naciente, fue el cuadro de Claude Monet que dio nombre al estilo, al recibir la burla de un crítico (1872).

La primera gran vanguardia pictórica es el Impresionismo. Este movimiento se entronca con el Prerrafaelismo, con la pintura de la Escuela veneciana y con la obra de Constable y Turner,[19]​ pero aunque con tradición por detrás, su emergencia desató una revolución. En primer lugar, el cambio de foco de los pintores impresionistas, desde el retrato fiel del objeto en sí hacia la captura de la luz y los efectos lumínicos sobre dichos objetos, era todo un golpe a la cátedra que se había practicado desde el más temprano Renacimiento. En segundo lugar, sus cultores, en vez de buscarse un lugar en la academia, se rebelaron decisivamente contra ella, y abolieron para siempre el predominio del academicismo sobre el arte pictórico. En tercer lugar, los impresionistas aprovecharon poderosamente las más modernas tecnologías de la época, incluyendo la fotografía (que utilizaron para captar el movimiento y fijarlo) hasta la moderna pintura en tubos (que les permitió salir a pintar al natural, al aire libre, lejos de la molesta tarea de preparar sus propias pinturas para las telas).

Aunque el Impresionismo como tal tuvo una vida más bien corta (aproximadamente entre 1863 y 1874, fechas de dos importantes exposiciones pictóricas en París), en su secuela los artistas se sintieron libres para rechazar las convenciones académicas, desatando así un conjunto de movimientos laxamente agrupados bajo el nombre de Postimpresionismo. Entre ellos se cuentan Vincent Van Gogh, Henri Matisse, Henri Rousseau y Paul Gauguin, cultores cada uno de un estilo propio y personalista.

Las vanguardias se fueron alejando progresivamente de la intención de los pintores antiguos por captar la realidad tal cual, función en la que la moderna fotografía los estaba desplazando con celeridad, y fueron desarrollando un arte pictórico cada vez más imaginativo. En 1909, con su cuadro Las señoritas de Aviñón, Pablo Picasso rompió con la perspectiva lineal que los pintores manejaban desde el Renacimiento, y propuso en su lugar la perspectiva múltiple, dando paso al Cubismo. Por su parte, Giorgio de Chirico y su llamada Pintura metafísica fue preparando el camino hacia una nueva manifestación artística, el Surrealismo.

La literatura, entre lo popular y lo experimental

A finales del siglo XIX, los esfuerzos del realismo literario y del naturalismo se vieron cada vez más agotados, y los escritores empezaron a buscar nuevos rumbos para la literatura. Marcel Proust en su monumental saga de siete novelas, En busca del tiempo perdido, marca un hito en la pretensión de captar la realidad hasta sus más mínimos detalles.

Los poetas, por su parte, tendieron a inclinarse hacia un lenguaje cada vez más rebuscado y barroco, produciendo violentas contracturas con sus versos. El simbolismo intentó imponer lo artificioso y violento en la literatura, destacándose la poesía de Arthur Rimbaud. La gran ruptura conceptual se produjo cuando Filippo Tommaso Marinetti lanzó su Manifiesto futurista, según el cual la literatura debe adaptarse a los tiempos, y las innovaciones técnicas y sociales son tan dignas como material literario, como los temas antiguos o clásicos; al respecto dirá que un coche de carreras puede ser tan bello como la Victoria de Samotracia...

La literatura popular, por su parte, continuó con la fascinación por el folletín. En el tiempo de la Belle Époque se crearon algunos personajes clásicos para la posteridad, como Drácula, Sherlock Holmes o El fantasma de la ópera, sentándose las bases, entre otras cosas, de las modernas novela policiaca y novela negra. En un sentido, la literatura folletinesca tendía a ser más conservadora que la literatura experimental, al ser esta última más bien dirigida a una élite selecta e ilustrada, pero por otra parte reflejaba bien las tensiones propias del período anterior y contemporáneo a la Primera Guerra Mundial.

En 1922 se publicó la obra que durante la mayor parte del siglo XX se considerará como la cumbre de la literatura experimental. El escritor irlandés James Joyce, inspirándose en la Odisea de Homero, publica el Ulises, verdadero compendio de todas las técnicas experimentales conocidas en la literatura de la época, y de algunas nuevas, como por ejemplo la corriente de la conciencia. La obra fue incluso prohibida o tachada de pornográfica, pero a la larga demostraría ser altamente influyente en los escritores posteriores del siglo XX.

Surrealismo

Puede afirmarse que las vanguardias cristalizaron, de una manera u otra, en torno al surrealismo, ya que este movimiento sintetizó ideario político, las más modernas ideas intelectuales de la época y vocación vanguardista, y además alcanzó por igual a varios medios artísticos, incluyendo el por entonces naciente cine.

En 1916, en Suiza, mientras Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial, un grupo de artistas liderados por Tristan Tzara desarrollaron el concepto de rebelión total: el Dadaísmo, intento por renegar de todo dogma artístico establecido y de refundar el arte desde cero. El Dadaísmo terminaría fagocitándose a sí mismo porque el renegar de todo dogma se convirtió en sí mismo en un dogma, pero varios adeptos al movimiento dadá se inscribieron después en las filas del Surrealismo.

El surrealismo ("superrealismo" o "sobrerrealismo" en francés) era un intento por ir más allá de la realidad, explorando no sólo el mundo físico, sino también el medio interno del ser humano, aprovechando para ello las teorías sobre el inconsciente que había desarrollado la Psicología gracias a Sigmund Freud y sus sucesores (a veces en abierta revuelta contra el propio Freud). Y encontró fortuna en la Pintura (Salvador Dalí, por ejemplo) tanto como en la Literatura (André Breton, por ejemplo), así como en el Cine (la película Un perro andaluz, por ejemplo). Los surrealistas también tomaron partido político por la izquierda, lo que fue origen de no pocos cismas y tensiones internos en el grupo.

En general, puede decirse que el Surrealismo expresó en el campo del arte, la voluntad general de construir un nuevo mundo sobre las cenizas de la Primera Guerra Mundial. Por eso, es lógico que su vitalidad terminara por agotarse al estallar la Segunda Guerra Mundial, aunque su estela pudo seguirse después en autores como Jean Paul Sartre y el Existencialismo, en particular por la vocación militante de estos intelectuales.

Hacia la globalización

El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial

Las superpotencias y el equilibrio del terror

Conferencia de Yalta (febrero de 1945): Stalin, Roosevelt y Churchill, en vísperas de la derrota de Alemania, diseñaron las líneas maestras que regirían el mundo posterior a la guerra incluyendo la división de Europa en zonas de influencia.

Sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, un nuevo orden mundial emergió, en el cual las viejas potencias imperialistas europeas estaban por completo arruinadas; sus vastos imperios eran viejos carcamales políticos que pronto se disolvieron en medio del movimiento de la Descolonización, lo que aumentó el número de actores políticos mundiales desde una cincuentena hasta aproximadamente doscientos, en menos de medio siglo.

Sin embargo, este proceso de descomposición internacional sólo significó un cambio de amos. Tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética habían sobrevivido en buenas condiciones, y ahora estaban en condiciones de luchar frente a frente por la supremacía mundial. Ambos colosos estaban destinados a no entenderse, no sólo por cuestiones de política internacional, sino porque sus propias estructuras sociales y políticas eran diferentes: Estados Unidos era una nación republicana con un sistema electoral democrático y un sistema económico basado en el libre mercado, mientras que la Unión Soviética era un régimen totalitario gobernado por un sistema de partido único y un sistema económico de planificación estatal.

El mundo dividido por la guerra fría en torno a 1959. En rojo la Unión Soviética y sus aliados, en azul los Estados Unidos y los suyos. En verde los territorios coloniales, en vísperas de la descolonización.

Empezó así la Guerra Fría, en la cual las dos potencias renunciaron a exterminarse mutuamente en una guerra masiva total, y en vez de ello empezaron a socavarse mutuamente en sus respectivas áreas de influencia, interviniendo en conflictos de escala menor, regional o continental. Metafóricamente, cayó un Telón de Acero sobre Europa, y por extensión sobre el mundo, separando a éste en dos esferas de influencia más o menos reconocibles, amén de varias zonas de influencia disputada, y que pronto se transformaron en puntos de fricción internacional. A esta lógica responden conflictos como la independencia de Israel (1948), el bloqueo de Berlín (1949), la Revolución China (1949), la Guerra de Corea (1950-1953), la intervención de la Unión Soviética en Hungría (1956), la invasión anglofranca contra el Canal de Suez (1956), la Revolución Cubana (1959), el desembarco en Bahía Cochinos (1961), la Crisis de los Misiles (1962), la Guerra de los Seis Días (1967), el aplastamiento de la Primavera de Praga (1968), la Guerra de Vietnam (1958-1975), el golpe de estado contra Salvador Allende (1973), la Guerra de Yom Kippur y la subsiguiente crisis energética (1973), la intervención soviética en Afganistán (1979-1986), etcétera. La renuncia al conflicto total derivaba de que la combinación de dos inventos de la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y el misil balístico, hacían imposible que alguien pudiera sobrevivir a un ataque nuclear de represalia, no sólo por la aniquilación en sentido literal que ambos bandos deberían afrontar bajo el fuego nuclear, sino también porque el levantamiento de polvo del suelo por las explosiones generaría un invierno nuclear que oscurecería la Tierra por semanas o quizás meses, interrumpiendo la fotosíntesis y provocando una gran mortandad entre las especies (incluida la humana). A este panorama se le dio un acrónimo de humor negro: MAD ("loco", en inglés), sigla de Mutually Asegurated Destruction ("Destrucción Mutua Asegurada"). Este nuevo orden internacional recibió también el nombre de "equilibrio del terror".

Las nuevas organizaciones internacionales

Sala del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el foro decisivo en las relaciones internacionales desde su fundación, donde las cinco potencias mantienen su derecho de veto: Estados Unidos, Unión Soviética (luego Federación Rusa), China (inicialmente la China Nacionalista de Chang Kai Chek, luego la República Popular China de Mao Tse Tung), Reino Unido y Francia.

En medio de este panorama, se hizo evidente que los grandes problemas de la Humanidad sólo podrían resolverse actuando en conjunto. Ante el fracaso de la Sociedad de Naciones para evitar la Segunda Guerra Mundial, se reemplazó a este organismo por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual fue fundada en San Francisco en 1945; en 1948 dio un paso simbólico al proclamarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El Derecho Internacional, antaño fuertemente soberano, evolucionó también para recoger estas nuevas tendencias, que incluyen nociones como la justicia universal y el respeto irrestricto a los derechos humanos por sobre las respectivas jurisdicciones nacionales.

Además de mantener una destacada actuación política como foro mundial de las naciones, la ONU desarrolló una serie de organismos paralelos que tendieron a mejorar las condiciones de vida en todo el mundo. A la ya fundada Organización Internacional del Trabajo (OIT), absorbida ahora por la ONU, se sumaron la Unesco, la FAO, la Organización Mundial de la Salud (OMS), etcétera.

Descolonización

El movimiento nacionalista, que había surgido en la Europa del siglo XIX y se había pretendido imponer como principio de nacionalidad, una de las principales inspiraciones de las relaciones internacionales a partir de los catorce puntos de Wilson (a pesar de lo imposible de su aplicación, como demostró el Tratado de Versalles de 1919 y la difícil existencia de las nuevas naciones de Europa Oriental) se contagió al resto del mundo: a lo largo de los vastos imperios coloniales, más de un centenar de comunidades étnicas tradicionales o meros agregados coyunturales resultado del trazado artificial de fronteras coloniales fueron identificadas como naciones por concienciadas élites autóctonas que empezaron a buscar activamente la independencia.

En 1947, el Imperio Británico abandonó la India en medio de un sangriento conflicto interno, que originó la creación de tres estados: uno de mayoría hindú (India), otro de mayoría budista (Sri Lanka) y otro de mayoría musulmana (Pakistán), del que posteriormente se independizó el enclave oriental (Bangla Desh, 1971). En 1948, el sionismo vio llegado el momento de imponer la fundación del Estado de Israel en parte de la colonia británica de Palestina, iniciando un conflicto de larga duración con la población árabe (palestinos) y los estados árabes vecinos. Indonesia se independizó de Holanda. La Indochina francesa inició una guerra de independencia que originó el dividido estado de Vietnam, que continuó en guerra civil y con intervención extranjera, en la que los estadounidenses sustituyeron a los franceses (Guerra de Vietnam). Las únicas colonias europeas supervivientes en Asia fueron los pequeños enclaves de Hong Kong y Macao (entregados a China a finales del siglo XX).

En Africa, los imperios coloniales se fueron abandonando, a veces con independencias pactadas y otras en medio de sangrientas guerras, como la guerra de Argelia contra Francia, la independencia de Kenya (Jomo Kenyatta y los Mau Mau) contra Inglaterra, o las guerras de independencia de Angola y Mozambique contra Portugal. La descolonización del Sahara español originó un nuevo conflicto entre el nuevo ocupante (desde 1975 el reino de Marruecos) y el Frente Polisario. El último territorio abandonado por una potencia europea fue la Somalía Francesa (Yibuti, 1977), aunque la última variación fronteriza fue la independencia de Eritrea frente a Somalia.

Todos estos movimientos generaron enormes problemas políticos. En general se aceptó el principio del uti possidetis para delinear a los nuevos Estados, pero sucedió que muchas veces, las fronteras de los dominios coloniales habían sido trazadas para conveniencia de los imperios europeos, separando o juntando etnias y naciones de manera completamente arbitraria. De esta manera, los nuevos estados cayeron pronto en la inestabilidad política o en férreas dictaduras, originando de paso catástrofes sociales tales como el genocidio de etnias minoritarias, o los desplazamientos masivos de refugiados más allá de las fronteras de su país natal. Los dominios coloniales, que habían sido gobernados simplemente para expoliar sus productos, con una atención mínima a las necesidades de las poblaciones nativas, eran más pobres que las naciones europeas, y en medio de las conmociones políticas y guerras civiles, la pobreza empeoró, y con ello las hambrunas y enfermedades. Empezó así a hablarse así de un Tercer Mundo, uno que no entraba ni le interesaba ingresar a la órbita capitalista o comunista, y que luchaba por su propia supervivencia.

Tercermundismo

A nadie se le escapó que estas nuevas naciones, si bien débiles por sí mismas, en conjunto representaban a la mayor parte de la población de la Tierra, y tampoco que el principio "un voto para cada nación" las llevaría pronto a controlar la Asamblea General de las Naciones Unidas. Hubo así variados intentos por articular a los países del Tercer Mundo, al margen de la voluntad de las superpotencias, quienes veían estos movimientos como una amenaza. El primer paso fue dado por la Conferencia de Bandung, celebrada en 1955, y que fue seguida de varios otros intentos por articular a estas naciones. En América Latina, quizás la iniciativa más importante en tal sentido sea el Pacto Andino, generado en 1967.

Asimismo, la miseria política y social de las nuevas naciones, en particular de las africanas, fue mitigada en parte por la intervención de los organismos internacionales dependientes de la ONU, y en parte por la acción de un nuevo tipo de órgano social, las ONG. La influencia de ambas en evitar una catástrofe humanitaria es algo que probablemente esté todavía por ser medido con certeza.

Medio Oriente y el petróleo

La más grande zona de conflicto en el mundo durante la Guerra Fría fue el Medio Oriente. Esta región, relegada desde el siglo XVI a ocupar un rol secundario en la política internacional, se transformó bruscamente en la más gravitante del planeta, cuando sus inmensas reservas petroleras le otorgaron un monopolio casi absoluto sobre el mercado energético mundial. Sin embargo, después de la desintegración del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, esta región quedó atomizada en varios territorios (Siria, Líbano, Jordania, Iraq, etcétera). Para colmo, bajo la influencia del nacionalismo del siglo XIX, había surgido el sionismo, que pretendía obtener un Estado Nacional judío en Palestina. Esta ambición se concretó en 1948, con la creación de Israel. En respuesta, Israel y el mundo árabe se han visto enfrascados en cuatro guerras abiertas (la guerra de 1949, la invasión anglofrancesa contra el Canal de Suez en 1956, la Guerra de los Seis Días y la Guerra de Yom Kippur), y en un estado permanente de tensión con la población palestina del territorio, incluyendo la aparición de grupos terroristas.

La explosión de la contracultura

Años 50

A contrapelo de la escalada en la tensión política mundial, en la vida cotidiana de Occidente se produjo un período de bonanza material y espiritual, graficado en el fenómeno del baby boom. El final de las penurias de la Segunda Guerra Mundial, además de una serie de adelantos tecnológicos caseros tales como los electrodomésticos y la televisión, generaron un sentimiento de confianza hacia el futuro.

Pero esta emoción no era generalizada. Esta década es también el tiempo de esplendor del existencialismo, que era reflejo del pesimismo propio de la Guerra Fría, y que se planteó muchas veces como una crítica desde la izquierda al capitalismo defendido por los Estados Unidos. Los miedos de aquel tiempo, en particular a la bomba atómica, se sintetizaron en el cine de serie B, por ejemplo. También hubo una mayor represión y puritanismo sexual, como por ejemplo la cruzada emprendida contra el cómic desde la publicación del libro La seducción del inocente.

Alrededor de estos hitos creció la rebeldía juvenil de una generación completa que se negaba a aceptar el mundo conservador y tradicionalista de los adultos, que encontró desahogo en figuras como James Dean y su película Rebelde sin causa, en el movimiento poético beatnik, y especialmente en el naciente rock and roll y su primera gran superestrella, Elvis Presley.

Los "hippies" y la revolución de las flores

En el festival de Woodstock, más allá del fenómeno musical, se visualizó un nuevo tipo de comportamiento social atractivo para muchos jóvenes, que rompía las convencionalismos tradicionales: liberación sexual, convivencia interracial, utilización de drogas, desprecio de la ética del trabajo.

La acumulación de presión social desde las nuevas generaciones provocó una rebelión generalizada en los sesentas, marcada por la cultura del movimiento hippie. Los jóvenes de la época leían libros como El guardián entre el centeno o En el camino, compraban historietas de la Marvel, escribían literatura experimental, escuchaban formas cada vez más sofisticadas de rock and roll, y se entregaban tanto al amor libre como a la cultura de la droga. A la larga, el movimiento hippie, basado en ideales tales como el regreso a la naturaleza, el pacifismo a ultranza y el rechazo a los valores sociales del materialismo y el consumismo, terminó engullido por la propia sociedad y vendido como un producto de consumo más, lo que motivó su disolución. Pero aun así, la llamada revolución de las flores dejó su impronta en movimientos tales como la gran rebelión estudiantil de 1968, o el megaconcierto de Woodstock (1969).

Mientras tanto, la tensión política había ido aminorando en el mundo. Después de la Crisis de los Misiles de 1962, que había puesto a la Humanidad al borde de la Tercera Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética buscaron formas más conciliadoras de manejar la política mundial, incluyendo la implementación del famoso teléfono rojo. El resultado fue la llamada distensión. Influencia decisiva en el panorama mundial tuvo Henry Kissinger, secretario de estado del Presidente Richard Nixon, que inició un acercamiento a la China comunista de Mao Tsé Tung para contrarrestar la influencia rusa, así como numerosas maniobras de intervención en países extranjeros. Probablemente el mayor símbolo político de la época sea la Guerra de Vietnam, llevada adelante por sucesivas administraciones de Estados Unidos, y a la cual la juventud de dicha nación en masa se opuso con numerosas movilizaciones.

El activismo político fue un sello de la época. No sólo se movilizó la gente contra Vietnam, sino que adquirió preponderancia el movimiento por los derechos civiles. Líderes como Martin Luther King y Malcolm X, por ejemplo, lucharon por la igualdad de derechos entre los blancos y los negros. También cobró importancia el movimiento feminista, que luchaba contra la discriminación de la mujer frente al varón.

El fin de la Guerra Fría

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La entrevista entre Mao Tsé Tung y Richard Nixon (29 de febrero de 1972) marcó el comienzo de un acercamiento estratégico entre los Estados Unidos y China, uno de los elementos decisivos para entender la evolución mundial hasta la actualidad.

Endurecimiento de la Guerra Fría

Durante la década de 1970, el mundo empezó nuevamente a marchar hacia un ambiente de tensión política. Se produjeron movimientos conservadores en todo el mundo: los telepredicadores de Estados Unidos, el fortalecimiento del ala conservadora en el Vaticano, el llamado despertar islámico, etcétera.

En 1981 asumió Ronald Reagan como Presidente de los Estados Unidos. Con una política abiertamente agresiva hacia la Unión Soviética, a la que calificó sin ambages como el "imperio del mal", empezó a promover el final de la Guerra Fría mediante, entre otras estrategias, el establecimiento en el espacio exterior de un sistema de intercepción de misiles balísticos, la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica, bautizada socarronamente por la prensa como "Star Wars", por parecer tan de ciencia ficción como la película La guerra de las galaxias, en ese entonces de moda.

Glasnot y Perestroika

En 1985 asumió Mijaíl Gorbachov como Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética. Con él se produjo una cierta renovación generacional de las altas cúpulas jerárquicas soviéticas, lo que llevó a un enfoque distinto y menos beligerante de la Guerra Fría. Emprendió entonces Gorbachov una serie de reformas administrativas, tendientes a otorgar progresivas libertades en el interior del régimen soviético. Estas políticas sociales y económicas fueron enmarcadas dentro de lo que se llamó la perestroika (del ruso, traducible por "reestructuración"), y el nuevo espíritu político fue llamado la glásnot (del ruso, traducible por "apertura" o "transparencia").

En materia de política internacional, Gorbachov manifestó su voluntad de llegar a nuevos acuerdos, cuyo mayor exponente fue el tratado de desarme de 1987, que significó el final de la carrera armamentista entre las superpotencias. Sin embargo, los nuevos vientos soplaban también en los países de la órbita comunista, en los cuales empezaron a gestarse procesos de rebelión contra la hegemonía soviética.

Paso libre a través del Muro de Berlin, frente a la Puerta de Brandemburgo (1 de diciembre de 1989). La presión popular consiguió precipitar el final del régimen prosoviético de Alemania Oriental, abandonado a su suerte por Gorbachov.

En 1989, todas estas tendencias llegaron a su culminación, con varios hitos claves. En Alemania fue derribado el Muro de Berlín. En Rumania, el autócrata Nicolae Ceausescu fue derrocado, y poco después fusilado. Y en la propia Unión Soviética, ésta se declaró como disuelta, dando lugar a la Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A los pocos años, durante un golpe de estado promovido contra Gorbachov, Borís Yeltsin consiguió alzarse hacia el poder, y promovió un hondo proceso de reformas liberales. El régimen comunista terminó así de desplomarse, y Rusia cayó en el caos económico, mientras algunos grupos económicos vinculados a las mafias rusas consiguieron hacerse con el control político del país.

Consecuencias del derrumbe de la Unión Soviética

La caída del bloque comunista provocó una serie de cambios políticos internacionales. Dentro del propio ámbito antiguamente comunista convivían una serie de problemáticas étnicas y religiosas oprimidas durante años por el autoritarismo soviético, y que estallaron con toda su fuerza. Así, la antigua Yugoslavia, ahora disuelta, se fragmentó en naciones como Serbia y Croacia, que muy pronto se hicieron la guerra entre sí. Por otra parte surgieron movimientos separatistas, como el de Chechenia, duramente reprimido por los nacionalistas rusos. Muchas naciones del antiguo bloque comunista miraron hacia la Europa Occidental, buscando y consiguiendo su ingreso a la flamante Unión Europea.

El camino de la Unión Europea había sido largo. En 1949 la unión comercial de Bélgica, Holanda y Luxemburgo había dado lugar al Benelux, que funcionó en parte como un modelo en miniatura para lo que después iba a ser la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA); de ella se gestó la Comunidad Económica Europea. En el mismo 1989 en que se desplomaba el bloque soviético, la primitiva comunidad económica derivó en una relativa unidad política, generando un Parlamento Europeo. La unión de las naciones europeas no estuvo exenta de distintas fricciones, en particular considerando el largo historial de tensiones nacionalistas y guerras entre distintas naciones, resultando en ese sentido emblemática la unión de Francia y Alemania Occidental en un proyecto económico y político paneuropeo común, así como la tardía unión de Inglaterra a la Comunidad Económica Europea. Este proceso de unificación se vio complicado después de 1989, con la incorporación de nuevos actores políticos (los países de Europa del Este), en particular debido a los frágiles equilibrios derivados de la existencia de una moneda común, el euro.

Fuera de Europa, China avanzó en su propio camino. Después de la muerte de Mao Tsé-Tung, en 1976, se produjo una apertura en el régimen comunista chino, el cual intentó la empresa de generar una economía de mercado sin sacrificar el régimen político comunista de partido único. Después de 1989, sin la tutela de la Unión Soviética, China consiguió imponerse en el mundo como una de las más grandes superpotencias.

Por su parte, el fin de la Guerra Fría trajo a Estados Unidos una década de relativa paz y prosperidad. Es sintomático que los estadounidenses hayan dejado de votar en este período a los republicanos, tradicionales representantes del nacionalismo, para darle el poder al Partido Demócrata, con Bill Clinton a la cabeza (1992-2000).

En América Latina, por su parte, después de un largo período de dictaduras, se produjo una liberalización política que llevó a la construcción de nuevos regímenes democráticos. Sin embargo, no en todos los casos éstos resultaron exitosos, y los tradicionales pronunciamientos militares o los estallidos populares no desaparecieron por completo del mapa.

¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"?

Las tecnologías de la globalización

Cibercafé en Seúl.

En forma paralela a la drástica reducción en el número de superpotencias mundiales, el avance de la occidentalización se vio apoyado por toda una serie de nuevos inventos que aceleraron las comunicaciones a lo largo de todo el planeta. Ya el telégrafo en 1847 había contribuido a conectar lugares lejanos casi en tiempo real, y luego el teléfono, la telegrafía sin hilos y numerosos otros aparatos permitieron la comunicación a grandes distancias. A comienzos del siglo XX se masificaron tanto la radio como el cine, que sirvieron como vehículos de la cultura occidental hacia tierras a veces muy distantes; a estos dos inventos se sumó, desplazándolos en buena medida aunque sin llegar a reemplazarlos, la televisión. Surgió también la moderna publicidad de masas.

Todos estos inventos permitieron que las ideas viajaran a distancias cada vez mayores. En la década de 1960 empezó a hablarse seriamente de la aldea global, para describir este fenómeno. Sin embargo la computación, la tecnología decisiva para la globalización aún estaba en pañales. El primer computador fue ENIAC, desarrollado en el ambiente universitario en 1943, pero los computadores no empezaron a mostrar su verdadero potencial sino hasta la aparición del microtransistor. A partir de entonces, era sólo cuestión de tiempo antes de que se desarrollaran conceptos tales como Internet, correo electrónico, intercambio de archivos en línea, la blogósfera, etcétera.

Aunque es demasiado prematuro señalar hacia dónde llevan estos cambios, lo cierto es que la combinación de revolución informática y otra nueva línea de avances, la ingeniería genética, han llevado a un cambio de la mismísima concepción del ser humano, desplazando al menos en parte las ideas humanistas sostenidas desde el Renacimiento, y en particular desde la Revolución Francesa. Este cambio ha encontrado concreción artística en un nuevo movimiento cultural, el cyberpunk, que siguiendo las pautas de integración multimedia de la globalización, concentra cine, música, televisión, literatura y moda a su alrededor.

La cultura de la globalización

La globalización ha producido también un gran intercambio cultural a nivel planetario. Aunque sin duda es la cultura occidental en su versión estadounidense la que ha tenido mayor difusión, a través del control de los medios de comunicación, no es menos cierto que esta misma cultura ha ido a buscar inspiración muchas veces en las culturas no occidentales. Así, el rock and roll hunde sus raíces en el jazz y aún más atrás, en los ritmos de la música del África negra, mientras que la animación se ha visto fuertemente influida por la cultura del manga y del anime, procedente de Japón, por mencionar dos ejemplos.

Los nuevos medios de comunicación introdujeron una aceleración en el ritmo de cambio de las modas, las tendencias y los referentes culturales. Esto es bien visible en el caso de la música rock, entendida en su sentido más amplio, que ha experimentado una serie de cambios y mutaciones que la han hecho prácticamente irreconocible. Por su parte, conviven en los cines y en la televisión los más diversos géneros cinematográficos.

La aceleración llegó al máximo con Internet, que posibilitó por primera vez el intercambio masivo de información en tiempo real. La consecuencia es el surgimiento de una simultaneidad, lo que produjo, a su vez, la fragmentación de las distintas culturas en tribus urbanas de distinto tipo. La coexistencia de estas distintas manifestaciones culturales no siempre es tolerante y pacífica; la propagación por vía de globalización ha llevado a que se propaguen también las ideas contrarias a la globalización.

Globalización y antiglobalización

El empuje del movimiento globalizador ha llevado al problema de tomar postura frente al mismo. Quienes son favorables a la globalización argumentan que ésta facilita el libre intercambio de ideas, la expresión individual y el respeto por los derechos de las personas, además de que debido al progreso tecnológico este fenómeno es virtualmente imparable. Sus detractores, en cambio, suelen opinar que la globalización es unilateral, ya que promueve una cultura particular (la estadounidense) como aquella que debiera imponerse a todo el planeta, que la globalización arrasa con las minorías culturales, lingüísticas y religiosas en el resto del mundo, y que los defensores de la globalización la fomentan para defender sus propios intereses económicos. No existe una unidad de intereses ni de expresión en estos movimientos, que incluyen desde la defensa del proteccionismo agrario (José Bové) hasta los más clásicas protestas sociales antes expresadas en el movimiento obrero, el ecologismo y el pacifismo. La respuesta a la globalización se ha organizado en torno a redes sociales dinámicas con el denominado movimiento antiglobalización o altermundialismo, iniciado de forma más o menos espontánea en las manifestaciones de Seattle (1999) como respuesta a la reunión del FMI y en la Contracumbre del G8 en Génova (2001) e institucionalizado en torno al Foro Social Mundial de Porto Alegre (organizado de forma alternativa a los mismos y a los elitistas encuentros del denominado Hombre de Davos). Han generado el lema otro mundo es posible.

El 11-S y el mundo actual

Perspectiva desde la Estatua de la Libertad hacia las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, en el momento del atentado.

Los atentados que llevó a cabo Al Qaeda (una enigmática red de terrorismo islamista organizada por el millonario saudí Osama Bin Laden) contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, y la reacción estadounidense posterior, liderada por el presidente George W. Bush (guerra de Afganistán de 2001 y guerra de Irak), evidenciaron la existencia de un nuevo tipo de conflicto global que Samuel Huntington había previamente denominado con el término choque de civilizaciones (en polémica con Francis Fukuyama que había proclamado, en los tiempos de la caída de la Unión Soviética, que la historia tendía ineludiblemente hacia sistemas liberales, y que cuando éstos se conseguían, estábamos ante el Fin de la Historia). Los atentados dejaron en claro la capacidad que el propio sistema occidental (tecnología occidental, sistema económico occidental) permitía a los grupos que la utilizan en su contra; la reacción estadounidense, más allá de su éxito o fracaso relativo, demostró la gigantesca capacidad de respuesta de Estados Unidos y la solidez de su alianza con un gran número de países (OTAN, Japón, gobiernos de los países islámicos denominados moderados -monarquías del Golfo, Marruecos, Jordania, Pakistán-), al tiempo que Rusia y China evitan comprometerse y algunos países del denominado eje del mal efectuaban acercamientos a Occidente (Libia, Siria, Corea del Norte). No obstante, las divisiones existentes en la vasta coalición pro-occidental se expresaron en la diferente actitud de cada uno de los países aliados de Estados Unidos: divergencia entre la opinión pública y los gobiernos, sobre todo en los países musulmanes; resistencia de Francia y Alemania (denominados vieja Europa frente a la nueva Europa de los aliados más firmes de Estados Unidos -los antiguos países comunistas del Este de Europa, la España de José María Aznar y la Italia de Berlusconi-) a implicarse en la guerra de Irak, o la salida de las tropas españolas (tras el atentado del 11 de marzo de 2004 y la inmediata victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero). Tampoco dentro de los mismos Estados Unidos la posiciones eran unánimes, sobre todo tras no encontrarse las armas de destrucción masiva que se había afirmado que poseía Saddam Husein (hecho que se había aducido como casus belli para el ataque preventivo) y otros escándalos (torturas en la prisión de Abu Ghraib y detención sin plazo ni juicio de los denominados combatientes ilegales en el centro de detención de Guantánamo).

El predominio de los Estados Unidos, única superpotencia de la escena internacional tras la desaparición de la Unión Soviética, se ve contestado, al menos nominalmente, por las declaraciones en favor de un mundo multipolar en vez de unipolar. En eso suelen coincidir, aunque en muy distintos términos, desde la postura común de la política exterior de la Unión Europea hasta la más agresiva del Irán de Mahmud Ahmadineyad (expresión del islamismo radical) o la Venezuela de Hugo Chávez (y otros líderes hispanoamericanos que en algunos casos reciben la denominación de indigenistas -Evo Morales en Bolivia-).

La crisis económica de 2008, que surgió como consecuencia del estallido de una burbuja financiera-inmmobiliaria, ha puesto en cuestión las bases del sistema financiero internacional y desatado el temor a una profunda recesión que cuestione la continuidad del sistema capitalista y el propio sistema democrático, identificados ambos en lo que se ha llegado a denominar capitalismo democrático.

El paso del tiempo demostrará si la historiografía del siglo XXI o posterior considerará que la evolución histórica entre la caída de la Unión Soviética y el atentado contra las Torres Gemelas es sólo un nuevo desarrollo de las mismas características propias de toda la Edad Contemporánea, o si se trata de una nueva época completamente distinta que justifica una nueva periodización de la historia y una renovación metodológica a la hora de tratarla por la historiografía (Historia del mundo actual, Historia del tiempo presente o Historia inmediata).

Material adicional

Cronología

Ficción

Referencias

Enlaces externos

Departamentos universitarios de Historia Contemporánea

Bibliografía

  • HOBSBAWM, Eric J. (1987). La Era del capitalismo (The Age of Capital 1848-1875). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-2983-8. 
  • HOBSBAWM, Eric J. (1989). La Era del Imperio (The Age of Empire 1875-1914). Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9298-X. 
  • HOBSBAWM, Eric J. (1995). Historia del Siglo XX (The Age of Extremes. The short twentieth century 1914-1991). Barcelona: Crítica. ISBN 84-7423-712-2. 

Notas

  1. Una visión irónica de la "crítica de la Modernidad", aplicada al ámbito filosófico, puede encontrarse en Matthew Stewart, "La verdad sobre todo, una irreverente historia de la filosofía con ilustraciones", Editorial Punto de Lectura, Madrid, Febrero de 2002, ISBN 84-663-0581-5, Páginas 609-611.
  2. Eric Hobsbawm, op. cit.
  3. Joaquín García-Huidobro, José Ignacio Martínez, Manuel Antonio Núñez, "Lecciones de Derechos Humanos", EDEVAL, Valparaíso, 1997, ISBN 956.200-071-0, Página 14.
  4. Embajada de la República de Polonia en México
  5. Jean-Jacques Rousseau, Antonio Hermosa Andujar (1988) Proyecto de constitución para Córcega. Consideraciones sobre el gobierno de Polonia. Tecnos, ISBN 84-309-1664-4.
  6. Artículo sobre el cuadro en la Wikipedia en inglés
  7. Hobsbawm, op. cit.
  8. Para la compleja relación entre universalismo, irracionalismo, neoclasicismo y romanticismo, véase la introducción que Peter Pütz escribe ("Historia del pensamiento en la Edad Moderna, desde el Renacimiento hasta el Romanticismo") en el libro "Neoclasicismo y romanticismo. Arquitectura, Escultura, Pintura, Dibujo. 1750-1848", editado por Rolf Toman, Editorial Könemann, ISBN 3-8290-1572-0, impreso en Alemania, Año 2000, Páginas 6-13.
  9. E. P. Thompson The making of the english working class, traducido en un principio al español con un título desvirtuado, buscando la ortodoxia desde el vocabulario marxista: La formación histórica de la clase obrera. También es muy esclarecedor su artículo La economía moral de la multitud
  10. Hobson Imperialism, a study
  11. Kipling celebró el heroísmo de una labor civilizadora en la que creía sinceramente, sin excluir los aspectos más oscuros, como el racismo inherente a una ideología que consideraba la sagrada misión del hombre blanco como un deber y una carga. (Rudyard Kipling, una forma de felicidad Ignacio F. Garmendia). La oda de Kipling The White Man's Burden (La carga del hombre blanco, 1899), se interpreta no obstante como una forma de alertar a los británicos contra el orgullo imperialista e instar a los Estados Unidos a asumir la tarea de ayudar a los países subdesarrollados (Breve biografía por Eduardo Alonso, misma web).
  12. Escribe Strachey: "Ni su actividad política, ni su reclusión, eran aprobadas por el público. A medida que los años pasaban sin aliviar en nada el duelo real, la censura pública se volvía más general y más severa. El retraimiento de la reina proyectaba no sólo una sombra sobre los placeres de la alta sociedad, sino que privaba de sus fiestas al pueblo; tenía, en fin, una influencia nefasta sobre la costura, la moda y la lencería" ("Reina Victoria", Página 214). Para las consecuencias de la viudez de Victoria, véase Lytton Strachey, "Reina Victoria", Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1937, Páginas 207 a 224 (capítulo séptimo: "Viudez").
  13. Paul de Kruif Los cazadores de microbios. Isabel Ledesma [http://www.conacyt.mx/Comunicacion/Revista/EdicionesAnteriores/img/Revista%20CyD%201999/CyD144ene-feb1999.pdf La teoría de la ciencia de T. S. Kuhn... El origen de la vida, un ejemplo del modelo kuhniano de desarrollo histórico del conocimiento], en Ciencia y Desarrollo, enero-febrero 1999, pg.54
  14. Karl Polanyi La gran transformación
  15. PROCLAMA DE LA ASAMBLEA OBRERA DE TARRASA, julio de 1909.
  16. Arno Mayer The Persistence of the Old Regime: Europe to the Great War, 1981
  17. "(...) sucedió que al cúmulo de guerras de la séptima década del siglo XIX siguió, como a la guerra general de 1792-1815, media centuria de paz también general sólo interrumpida por algunas guerras locales de carácter semicolonial: la guerra rusoturca de 1877-8, la hispanonorteamericana de 1898; la sudafricana de 1899-1902; la rusojaponesa de 1904-5. Estas últimas guerras de fines del XIX y comienzos del XX no permitieron discernir mayormente la tendencia general de la guerra en el mundo occidental de la época, porque cada una de ellas se libró entre sólo dos beligerantes y ninguna en regiones próximas al centro del mundo occidental. De ahí que la terrible transformación del carácter de la guerra llevada a cabo por la introducción de la nueva fuerza propulsora del industrialismo y la democracia, tomase por sorpresa a nuestra generación en 1914". Arnold J. Toynbee, Estudio de la historia, Emecé Editores, Buenos Aires, segunda edición, agosto de 1961, Tomo IV, Primera Parte, Página 167.
  18. Juan-Eduardo Cirlot, "Cubismo y figuración", Editorial Seix Barral S.A., Barcelona, 1957, sin ISBN, Página 17. Véase el capítulo completo "Sentido místico de los ismos. La llamada del grupo social", Páginas 17 a 21.
  19. "Sintetizando, podemos ver cuatro componentes esenciales en el origen de la tendencia: el realismo visual de Millet y Courbet; la influencia de la gran pintura española, en especial de Velázquez y Goya; la de ciertos románticos ingleses, en especial Turner; y la aplicación de determinados principios científicos sobre el color y la luz y su representación". Juan-Eduardo Cirlot, "Cubismo y figuración", Editorial Seix Barral S.A., Barcelona, 1957, sin ISBN, Página 27.

Véase también

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