Revolución Libertadora (Argentina)

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Revolución Libertadora
Parte de Guerra Fría

Generales Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu, los dos gobernantes sucesivos de la Revolución Libertadora.
Fecha 16 de septiembre de 195522 de septiembre de 1955.
Lugar Córdoba, Buenos Aires, Bahía Blanca, Cuyo, Curuzú Cuatiá, Neuquén.
Casus belli Alzamiento del general Eduardo Lonardi.
Conflicto Conflicto armado entre fuerzas rebeldes y fuerzas leales al gobierno.
Resultado Victoria de las fuerzas rebeldes.
Consecuencias Inicio de la presidencia de facto de Lonardi.
Beligerantes
Fuerzas Leales

Apoyado por:

Fuerzas Rebeldes

Apoyados por:

Comandantes
Bandera de Argentina Juan Domingo Perón
Bandera de Argentina Franklin Lucero
Bandera de Argentina Eduardo Lonardi
Bandera de Argentina Isaac Rojas

La Revolución Libertadora es el nombre con el que se autodenominó la dictadura cívico - militar que gobernó la República Argentina tras derrocar al presidente constitucional Juan Domingo Perón,[1]​ clausurar el Congreso Nacional y deponer a los miembros de la Corte Suprema,[2]​ mediante un golpe de Estado iniciado el 16 de septiembre de 1955 y que, tras más de dos años de gobierno, hizo entrega del mismo al presidente electo Arturo Frondizi, el 1 de mayo de 1958.

El primer gobernante de facto de la Revolución Libertadora fue el general de división Eduardo Lonardi, líder de la sublevación. Asumió el 23 de septiembre de 1955 y fue substituido el 13 de noviembre de ese mismo año por el teniente general Pedro Eugenio Aramburu. Ambos gobernaron como autoridades supremas del país, atribuyéndose el título de Presidente de la Nación.

Pedro Eugenio Aramburu derogó por bando militar la Constitución Nacional vigente sancionada en 1949 y repuso el texto constitucional de 1853, con las reformas de 1860, 1866 y 1898. Poco después, la Revolución Libertadora organizó bajo su control y mediante elecciones condicionadas, una Convención Constituyente que aceptó la decisión anterior y realizó dos agregados a la Constitución, entre los que se destaca el artículo 14 bis.

Antecedentes y preparativos

El gobierno y la oposición

Si bien el gobierno ya había tenido roces y problemas con diversos sectores (Partido Comunista y socialista, y la Federación Universitaria Argentina), los cruces con los militares comenzaron en ocasión de la reforma constitucional de 1949, que entre otras medidas le otorgaba más atribuciones al gobierno para intervenir en la economía, y esto generaba malestar a las clases conservadoras. Estas fricciones se profundizaron en 1951 cuando se insinuó la posibilidad de que Eva Perón fuese candidata a vicepresidente. Debe señalarse que durante el gobierno del general Perón, la oposición principal fue la Unión Cívica Radical. Dicho gobierno se caracterizó por la afiliación compulsiva de los empleados públicos al Partido Peronista, negándole a los partidos de oposición el libre uso de la comunicación por radio, y por televisión al iniciarse ésta en el país.[3]​No fue sino hasta el 27 de julio de 1955 que se le permitió al opositor Arturo Frondizi leer por Radio Belgrano un mensaje, que se debió presentar previamente por escrito para su censura y que se transmitió con una demora de algunos segundos para controlar que no se apartara del texto autorizado. Ese mismo día se conoció la noticia de la desaparición y muerte del médico y dirigente comunista Juan Ingalinella a manos de la policía.[3]

Primeras conspiraciones

A mediados de 1951 la confirmación de la renuncia de Eva Perón a su postulación a la vicepresidencia no logró calmar los ánimos de los militares enfrentados con el gobierno. Las limitaciones a la libertad de prensa y la prohibición para los opositores de hablar en radio fomentaron la idea de que su única opción era el golpismo. Antes de las elecciones de 1951, en las que triunfó el peronismo con el 62.49 % de los votos,[4]​ recrudeció la violencia en el país. El dirigente del Partido Comunista, Rodolfo Ghioldi, fue herido de bala y estuvo cerca de la muerte. Ricardo Balbín, radical, fue objeto de un atentado con arma de fuego, y el socialista Alfredo Palacios afirmó que el Partido Socialista no se presentaría a elecciones.[5]

En este contexto, dos grupos de conspirados quisieron alzarse en armas contra el presidente. El primero surgió tras la reforma constitucional de 1949 y fue encabezado por los coroneles José Francisco Suárez y Bartolomé Gallo secundados, en el Ejército, por los coroneles Agustín de la Vega, su hermano Urbano, Alejandro Ojeda, Miguel Ángel Mascaró (que habían sido separados del servicio activo por su postura en los sucesos de 1945) los tenientes coroneles Manuel Haroldo Pomar y Carlos Toranzo Montero y otros oficiales subalternos y retirados. De la marina los Capitanes de Navío Adolfo Estévez y Carlos Kolungia, el capitán de fragata César Poch; en la Fuerza Aérea los vicecomodoros Martínez y Manni; y en la Gendarmería el comandante principal Guillenteguy. Su intento de capturar a Perón y convocar una convención constituyente que reestableciera la constitución argentina de 1853 iba a realizarse en mayo de 1951, pero una delación llevó a la detención de Suárez. Su confinamiento en la cárcel de Villa Devoto condujo a la disolución del grupo.[6]

El paso en falso de Benjamín Menéndez

El segundo grupo conspirativo de 1951 surgió en la Escuela Superior de Guerra, en torno al profesor de historia militar, teniente coronel Pedro Eugenio Aramburu (luego ascendido a coronel). A su lado trabajaban el director del establecimiento, general Eneas Colombo, y cuatro colegas profesores: el coronel Juan Carlos Lorio y los tenientes coroneles Bernardino Labayru, Luis Leguizamón Martínez y Emilio Bonnecarrere. De forma imprevista, Pedro Eugenio Aramburu fue trasladado a Río de Janeiro en calidad de agregado militar - donde conocería al agregado naval Isaac Rojas.[6]​ Desprovistos así de su jefe, Labayru y Lorio viajaron a Córdoba y se entrevistaron con Eduardo Lonardi, quien aceptó el compromiso de liderarlos. La fecha tentativa del alzamiento, 15 de julio, fue pospuesta por carecer de suficientes elementos revolucionarios.[7]​ Por ello el complot comenzó a dividirse. El general Benjamín Menéndez no había estado de acuerdo con la elección de Lonardi y todavía guardaba expectativas de ser él quien liderase el alzamiento.[8]​ En la madrugada del 28 de septiembre Menéndez, sin dar aviso al resto de los complotados y con muy escasos recursos a su mando, se sublevó contra el gobierno de Juan Domingo Perón.

El intento tuvo su epicentro en Campo de Mayo, pero terminó en un estrepitoso fracaso al no conseguir apoyos sustanciales dentro del Ejército: a las nueve de la mañana la sublevación ya había sido derrotada. El mismo 28 de septiembre, Perón decretó el «estado de guerra interno», estado que no existía en el ordenamiento jurídico argentino y era análogo al «estado de sitio» declarable por el Congreso. El decreto del Presidente en su artículo dos continuaba: «todo militar que no se subordine o se subleve contra las autoridades o participe en movimientos tendientes a derrocarlas o desconocerlas, será fusilado inmediatamente». Así la pena de muerte sin juicio previo reapareció, tras estar prohibida durante más de un siglo.[9]​ Ese mismo día la CGT convocó a una movilización y huelga general. Aun así, y pese a la insistencia de Eva Perón y sectores combativos dentro del peronismo, ninguno de los sublevados fue fusilado. Las «milicias obreras de autodefensa», creadas a iniciativa de Eva, serían desarticuladas poco tiempo después.

Una orden general del 18 de abril de 1952 decía que se debía aniquilar a las fuerzas adversarias ante el supuesto de un atentado contra el Presidente. El procedimiento estipulado era muy estricto. «A un atentado contestar con miles de atentados».[10][11]​ La Orden General incluía una lista de entidades que debían «ser suprimidas sin más» y personas que debían ser arrestadas: todos los partidos políticos menos el peronista, sus dirigentes, empresas y negocios cuyo dueño fuese no-peronista, consultorios médicos y estudios de abogados no-peronistas, agencias periodísticas, embajadas de Estados Unidos, Uruguay y Chile, asociaciones culturales, etc.[12]

El 6 de noviembre José Francisco Suárez fue liberado, y preparó una última conspiración revolucionaria. Sabiendo que podía ser arrestado nuevamente en cualquier momento, Suárez pasó a la clandestinidad y junto a unos cincuenta oficiales planificó la toma de la residencia presidencial.[13]​ El plan de Suárez fue el primero en prever la colaboración de columnas de civiles armados, que posteriormente serían llamados «comandos civiles», ellos se encargarían de la detención de los principales ministros de gobierno, mientras los militares profesionales aseguraban la ocupación de la casa de gobierno y de la secretaría de comunicaciones. Pero el fracasado intento de Benjamín Menéndez, la nueva pena de fusilamiento, y el estado de «guerra interna» que nunca fue levantado, impusieron mucha tensión a los grupos revolucionarios. El 10 de enero se ordenó la «desmovilización» de los civiles hasta nuevo aviso.[14]​ El 3 de febrero las actividades llegaron a su fin, nuevamente de forma imprevista, tras una delación y el arresto de Suárez en la casa de su colaborador Atilio Demichieli. Si bien fueron torturados mediante la novedosa picana eléctrica, no delataron a sus compañeros. Esto posibilitó que unos cincuenta oficiales antiperonistas permanecieran en el servicio activo de las Fuerzas Armadas.[15]​ A mediados de 1952 más de 600 personas habían sido arrestadas de forma preventiva, interrogadas y liberadas sin orden judicial y sin que se formalizaran cargos en su contra.[15]

El plan para bombardear Plaza de Mayo

En 1953 el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi se embarcó en el rutinario viaje de instrucción de la Flota de Mar llevando consigo el último boletín del Centro Naval. Allí leyó un artículo de Mitsuo Fuchida en el que éste relataba cómo había planificado y dirigido la primera ola de bombarderos navales en el ataque a Pearl Harbor. De aquí Bassi tomo la idea de hacer una maniobra semejante contra la Casa Rosada.[16]

¡Qué lindo imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbor![17]

El capitán de fragata Francisco Manrique quedó muy entusiasmado con la idea y junto a Antonio Rivolta y Néstor Noriega (capitanes de fragata) fueron a pedirle nuevamente al general Eduardo Lonardi su ayuda para conseguir que elementos del ejército se plegaran a la revuelta. Lonardi, cuando escuchó el plan de asesinar a Perón bombardeando la Plaza de Mayo, dijo que le desagradaba la idea y que no tenía deseos de participar.[17]

Al poco tiempo se gestó un plan para capturar al Presidente en un buque de la armada. Con motivo de la celebración del día de la independencia, Perón con todo su gabinete, con el jefe de la policía federal y con los presidentes de ambas cámaras legislativas, serían agasajados a bordo del crucero 9 de Julio.[17]​ Dirigía la operación el comandante segundo de la nave, capitán de fragata Carlos Bruzzone, secundado de Jorge Alfredo Bassi y Carlos Bonomi. Bassi se reunió nuevamente con Lonardi. El general dijo aceptar la convocatoria, pero tras entrevistarse con algunas otras personas llegó a la conclusión de que el plan no se sustentaba sino en un grupo demasiado reducido y sin los elementos suficientes como para realizar la operación con éxito. Por este motivo decidió revocar su participación; de todos modos el plan de los conjurados se tornó imposible cuando la cúpula del gobierno canceló el acto con la Marina. La negativa de Lonardi lo apartó de sus contactos en la Marina y no volvió a reunirse con ellos hasta después de los sucesos de 1955.[18]

Los sucesos de 1954: Conflicto con los estudiantes

En 1954 no hubo planes para el derrocamiento de Perón ni en el Ejército, ni en la Armada; pero hubo dos series de eventos de suma importancia que tuvieron una relación directa con la caída del presidente: su conflicto con los estudiantes universitarios y el quiebre de relaciones con la Iglesia. En el Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires participaban alumnos como Gregorio Recondo, Hipólito Solari Yrigoyen, Jorge Saenz Rosas, Mariano Grondona, Mario Diehl Gainza, Guillermo O'Donnell, Carlos Suárez Anzorena, Luis Felipe Noé, y otros. Se formó una Federación Universitaria paralela a la oficial, con Gastón Bordelois en agronomía, Carlos Velasco Suárez en medicina, y otros.[19]​ Los estudiantes tenían prohibida cualquier expresión política, y se organizaron para realizar acciones sorpresivas de reparto de volantes.[20]​ Por este motivo, el 4 de noviembre, Mario Diehl asaltó sorpresivamente el micrófono que estaba al aire en Radio del Estado:

¡Hay doscientos estudiantes presos, FUBA lucha por su libertad![20]
Mario Diehl, 4 de noviembre de 1954

Esta rara maniobra tuvo cierto impacto ya que en general estaba prohibido emitir por radio opiniones contrarias al gobierno. La prensa nacional no se hizo eco de la noticia, que en cambio llegó a ser mencionada en el periódico New York Times.[20]

Conflicto con la Iglesia Católica

Al conflicto con los estudiantes se sumó el conflicto con la Iglesia Católica. Tras la muerte de su mujer Eva Duarte, el presidente Perón tuvo un decaimiento anímico que fue notado por sus allegados.[20]​ Para colaborar con su esparcimiento el ministro de educación Armando Méndez San Martín fundó la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) para facilitar a alumnas de colegios públicos el uso de las instalaciones de la Quinta Presidencial de Olivos, que poseía una piscina muy amplia.[21][22]​ El presidente asistía asiduamente a los esparcimientos de las jóvenes y circulaban distintos rumores acerca de su comportamiento.[23][24][25][26]​ Al poco tiempo esos rumores se demostraron parcialmente ciertos, cuando Nélida Haydeé Rivas, de catorce años, se mudó a la residencia presidencial y comenzó a hacer vida marital con el presidente, en ocasiones asistiendo a su lado a eventos públicos.[27][28][29]​ Para los feriados de carnaval, Perón invitó a la juventud estudiantil a los «bailes existencialistas», de noche, disfrazados, y publicitados como «sin restricciones».[30]

La prédica moralizadora de la Iglesia se extendió a todo el territorio argentino, y tuvo mucha fuerza en Córdoba donde los sacerdotes Quinto Cargnelutti, Enrique Angelelli, junto a la Acción Católica y otras organizaciones, establecieron el Movimiento de Juventudes Católicas para evitar que los estudiantes se adhirieran a UES. Pronto a sus esfuerzos se sumó el padre Eladio Pedro Bordagaray con algunos grupos de los Colegios Mayores.[31]​ El 11 de septiembre (día del maestro en la Argentina) la UES organizó un desfile en Córdoba que logró una concurrencia muy escasa; el 21 de septiembre (día de la primavera) las Juventudes Católicas organizaron un desfile de carrozas con una concurrencia estimada en doscientas mil personas, incluyendo adultos. El ministro Méndez San Martín acusó al clero cordobés de interferir en política. El 9 de noviembre el secretario adjunto de la CGT, Hugo di Pietro pronunció un discurso ante dirigentes gremiales instándolos a no tolerar la actitud de los sacerdotes.[32]​ Al día siguiente, el presidente Perón acusó de anti-argentinos a los obispos Fermín Emilio Lafitte, Froilán Ferreyra Reynafé y Nicolás Fasolino.[33]​ Añadió:

Un dirigente peronista debe ser más peronista que ninguna otra cosa. El dirigente peronista que acepta la responsabilidad del puesto de dirigente debe descargar su conciencia de cualquier otro sentimiento que pueda ser superior al peronismo; y si no, no debe aceptar el cargo. Y si equivocadamente lo ha aceptado y él siente que es más otra cosa que peronista, por honor y dignidad debe renunciar inmediatamente.
Juan Domingo Perón, 10 de noviembre de 1954.[34]

El 2 de diciembre se disolvió, por decreto,[35]​ la Dirección Nacional de Enseñanza Religiosa y se dejó cesantes a los maestros que enseñaban esa materia.[36]​ El 8 de diciembre es el día de la Inmaculada Concepción, una festividad católica que, si bien fue definida dogmáticamente en 1850, había sido popularizada en el territorio argentino varios siglos antes por el Reino de Indias de la Corona de Castilla. Para la ocasión, la Iglesia convocó a una misa en la Catedral, con una concurrencia de ochenta mil personas que llenó la Plaza de Mayo. Dos días después se clausuró un pequeño periódico católico llamado El Pueblo, que fue el único medio de prensa que reportara acerca del acto. Su director fue detenido,[37]​ y tras este episodio, el día 21 de diciembre se dictó la ley 14400 que prohibía cualquier acto público que fuera «contrario a los intereses del pueblo».[38]​ Esa misma sesión de la cámara de diputados se extendió hasta pasada la medianoche. Ya en la madrugada del día 22 se introdujo sorpresivamente, y se aprobó sin debate, la ley de divorcio vincular.[39][38]

El divorcio y la autorización para contraer nuevas nupcias fueron incluidos a las tres de la mañana en un artículo agregado al proyecto de ley de Bien de familia que debatía el congreso, y aprobados en ambas cámaras en 24 horas y sin debate.

Se retiró la personería jurídica a todas las asociaciones profesionales «constituidas sobre la base de una religión». Además, la municipalidad de Buenos Aires prohibió a los comerciantes exponer pesebres u otras figuras religiosas en conmemoración de la navidad.[41]​ Las medidas contra la Iglesia se completaron el día 30, con un decreto presidencial que legalizó la prostitución.[42][43]​ La sensación de persecución vigorizó a distintas agrupaciones de laicos que comenzaron a desbordar la tibieza pasiva de la jerarquía eclesiástica,[44]​ el grado de actividad fue creciendo al punto de que, a mediados de mayo del 55, grandes grupos de la Acción Católica comenzaron a reunirse de forma clandestina para organizar grupos subversivos.[45]

El complot de la Armada

Estas medidas hicieron resurgir al grupo de oficiales navales que anteriormente había conspirado contra el gobierno:[43]​ Los capitanes de fragata Noriega y Bassi eran el epicentro de la sedición en Punta Indio. El plan de este último, de atacar la Casa de Gobierno, aún carecía de apoyo del Ejército. En Buenos Aires conspiraban los capitanes de fragata Francisco Manrique, Aldo Luis Molinari, Guillermo Rawson, Antonio Rivolta, Jorge Castiñeiras Falcón, Alberto Antonini, Jacinto Cueto y Ricardo Fitzsimon. En Puerto Belgrano, Recaredo Vázquez, Enrique Sánchez Moreno, Carlos Bruzzone, Horacio Barilari, y otros.[46]

Lo que principalmente retenía a los conjurados era la falta de apoyo del ejército. En noviembre de 1954 Manrique y Bassi se reunieron en la quinta del rico[47]​ industrial Raúl Lamuraglia, en Bella Vista, junto al capitán de navío Bruzzone, el ex capitán del ejército Walter Viader, el comandante de la Fuerza Aérea Agustín de la Vega, y el doctor Miguel Ángel Zavala Ortiz de la Unión Cívica Radical. Si bien exploraron la posibilidad de convocar a los generales Gibert, Aramburu y Anaya, las reuniones no tuvieron ningún resultado concreto.[48]​ Lamuraglia tendió lazos con los tres partidos de oposición más importantes y se designó un triunvirato civil para asumir el poder en caso de triunfar los planes revolucionarios: Zavala Ortiz por los radicales, Ghioldi por los socialistas, y el mendocino Vicchi por los conservadores.[47]

En diciembre de 1954 el movimiento incorporó a un grupo subversivo de civiles guiado por Walter Viader,[47]​ pero tuvo dificultades para darse un líder hasta que ingresaron dos oficiales del cuerpo de Infantería de Marina: capitán de fragata Carlos Nielsen Enemark y capitán de corbeta Fernando Suárez Rodríguez. Ellos sugirieron al jefe del Estado Mayor del Comando de Infantería de Marina, el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón,[49]​ que se plegó con entusiasmo como líder del grupo revolucionario, e inmediatamente se entrevistó con Vicchi y Zavala Ortiz para confirmar el rumbo de un posible gobierno.[50]​ Después de esto, Toranzo Calderón buscó el apoyo de los antiperonistas general Aramburu y teniente coronel Labayru, que se negaron a participar. A fines de febrero de 1955, un segundo grupo de civiles se unió a los marinos conspirados: pertenecían al círculo liderado por los doctores Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo.[51]​ El estudiante de derecho Jaime Mejía los contactó con el general Justo León Bengoa, que comandaba la III división de infantería con sede en Paraná.[52]​ Entrevistado por Amadeo, Bengoa se mostró entusiasmado, pero no llegó a comprometerse para el alzamiento.

En cuanto a la Fuerza Aérea, el comandante Dardo Eugenio Ferreyra logró comprometer el apoyo del capitán Julio César Cáceres, primer teniente Carlos Torcuato de Alvear (nieto), y unos pocos vicecomodoros y brigadieres retirados. Pero los interrogatorios del servicio de informaciones interno de la Fuerza Aérea, alertaron a los complotados de las sospechas que se levantaban contra ellos, y abandonaron todo contacto con los marinos.[53]

El domingo 23 de abril de 1955 el general Bengoa, que había viajado a Buenos Aires, se reunió con Toranzo Calderón y le prometió su apoyo. A partir de entonces varios oficiales viajaron regularmente entre Paraná y Buenos Aires para organizar los preparativos.[54]​ Un detallado estudio de los movimientos del presidente permitió a los marinos saber que los miércoles de 9:30 a 10:30 el Presidente se reunía con todos sus ministros en la Casa Rosada: durante ese lapso podía capturarse al más alto nivel del gobierno en un solo ataque. La «hora 0» serían las 10 de la mañana: el almirante Toranzo Calderón llamaría al Presidente, amenazándolo para evitar un derramamiento de sangre si en un plazo de 15 minutos no se rendía. Para cumplir esta amenaza, Toranzo Calderón disponía de aviones de la Base Naval de Punta Indio, y cerca de 700 efectivos de la Infantería de Marina.[55]​ Los tenientes primeros de la Fuerza Aérea, Carlos Enrique Carús y Orlando Arrechea integraron en el complot a muchos oficiales de la VII Brigada Aérea de Morón que también participarían del ataque. Finalmente varios grupos de civiles, identificados por una cinta blanca anudada al brazo, tendrían por misión neutralizar la operatoria de la CGT, la Alianza Libertadora Nacionalista, y varias estaciones de radio. Los rebeldes consideraban que todo podía llegar a estar listo para dar el golpe cerca del 9 de julio.[56]

En la madrugada del 10 de junio, Toranzo Calderón y Pablo Pardo partieron hacia el litoral en el auto del escribano Raúl Medina Muñoz. El 11 pudieron reunirse con Bengoa y acordaron qué causas invocarían los revolucionarios para su acción: el «estado de guerra interno» que regía desde el alzamiento de Benjamín Menéndez en el 51 y al que consideraban violatorio de las garantías constitucionales, y también el ataque a la religión católica. No pusieron una fecha, más bien, Bengoa se comprometió a estar siempre alerta y movilizar todos sus efectivos apenas se conociera la noticia del alzamiento de la armada.[57]​ Muchos capitanes, impacientes, incitaban a Toranzo a atacar cuanto antes. No se sabía qué reacción tendrían los elementos del ejército radicados en Buenos Aires, ni tampoco qué clase de apoyo u oposición les daría el superior directo de Toranzo, vicealmirante Benjamín Gargiulo, quien estaba al tanto de la existencia de una trama conspirativa pero no daba señas de querer interferir.[58]

El sábado 11 de junio se llevó a cabo la tradicional Procesión de Corpus Christi en Buenos Aires, que se ha celebrado en esa ciudad todos los años desde 1580. Según la ley 14400, estaba prohibida la asistencia a actos públicos no-autorizados, y la autorización para realizar este acto había sido retirada el día 7.[59][60]​ A pesar de eso, monseñor Manuel Tato instó a Manuel Ordóñez para que, junto la cúpula juvenil de la Acción Católica, convocara a la mayor cantidad posible de personas. Grupos de radicales y socialistas también asistieron por considerarlo un acto de desobediencia al gobierno.[61]​ Esa misma noche, la policía distribuyó fotos de una bandera argentina quemada, acusando a los manifestantes católicos de agraviar la enseña nacional. Durante varios días se sucedieron notas injuriosas contra la población católica en los medios de comunicación, discursos de políticos y declaraciones en el congreso, hasta que el marino José María Gilberti publicó una nota en que relataba cómo su propio hermano, oficial subinspector de policía Héctor Eduardo Gilberti había quemado la bandera en una sede policial de acuerdo a una serie de instrucciones que había recibido.[62]

El día 11, alrededor de las veintidós horas, yo recibí la orden de proceder a quemar la bandera (...) de mi jefe inmediato, comisario inspector Racana. Lo que quiero aclarar es que ... tengo absoluta confianza en que tanto el comisario inspector Racana, como el Director interino de Investigaciones, que es el señor García, no hacían más que transmitir órdenes.
Héctor Eduardo Gilberti

El 12 de junio de 1955 un grupo de la Alianza Libertadora Nacionalista organizó una movilización frente a la Catedral de Buenos Aires amenazando con incendiarla en protesta por la quema de la bandera. Rápidamente grupos de estudiantes de la Acción Católica Argentina se presentaron en el lugar y, tras encerrarse en defensa del edificio, fueron arrestados.[63]

En la madrugada del 13 llegó al comando rebelde la información de que la casa del almirante Toranzo Calderón estaba siendo vigilada por los servicios de inteligencia. Esta novedad, sumada a los hechos de los días anteriores, desencadenó la decisión de hacer estallar el golpe el jueves 16 de junio, sin más dilación.[64]

Bombardeo de Plaza de Mayo

Víctimas del bombardeo.

El 16 de junio de 1955 se produjo un levantamiento militar en el que la Aviación Naval bombardeó Buenos Aires causando 364 muertos (algunas versiones elevan esa cifra a 500) y un millar de heridos. Perón se refugió en uno de sus búnkeres, en los subsuelos de la sede del Ejército dejando el manejo de la situación a su Ministro de Guerra Franklin Lucero.

Se combatió por aire, mar y tierra. Aviones de la Marina se enfrentaron a los de la Fuerza Aérea y atacaron a unidades del ejército que convergían sobre el epicentro de la ciudad. Los puntos bombardeados fueron la Casa de Gobierno, los alrededores de Plaza de Mayo, el Ministerio de Guerra, el Departamento Central de Policía, la zona aledaña a la Residencia Presidencial, y en otros sectores de la ciudad. El Edificio Guardacostas, entonces sede del Ministerio de Marina y hoy de la Prefectura Naval Argentina, fue ocupado por los revolucionarios.

Algunos aviones de la Marina fueron derribados, uno de ellos sobre el Río de la Plata y otro en la localidad de Tristán Suárez y el Regimiento de Granaderos a Caballo. Cuerpos del Ejército, con el Regimiento Motorizado Buenos Aires a la cabeza, lograron rechazar el ataque de la Infantería de Marina sobre la Casa de Gobierno y rendir al Ministerio de Marina, donde se había concentrado el alto mando rebelde, cuyo jefe, el contralmirante Benjamín Gargiulo, al ver fracasada la asonada, se suicidó.

Estado de la Iglesia de San Francisco.

Quema de Iglesias en Buenos Aires

Por la noche, tres grupos organizados de personas que partieron de dos reparticiones del Estado y del local del Partido Peronista saquearon e incendiaron los principales templos del casco histórico de la ciudad, la Curia Metropolitana y los edificios de importantes instituciones, provocando la pérdida de invalorables tesoros artísticos, culturales y esencialmente religiosos, junto al 40% de las partidas de bautismo de todos los porteños desde 1580. El Palacio de la Curia Metropolitana fue completamente destruido. La policía, las fuerzas militares y los bomberos se abstuvieron de intervenir, limitándose estos últimos a prevenir que el fuego se esparciera a edificios no-religiosos. Algunos de los templos databan de la época colonial por lo que ciertos daños fueron irreparables. En un discurso pronunciado al día siguiente el presidente Perón atribuyó los hechos a los comunistas, pero esto no logró calmar los ánimos de muchos católicos que ese día dejaron de ser peronistas, como los generales Dalmiro Videla Balaguer y Julio Lagos.

La conspiración definitiva

Los marinos

Capitán de navío Arturo Rial.

Al anochecer del 16 de junio de 1955, tras el fracaso del bombardeo de la Plaza de Mayo por parte de un grupo de marinos revolucionarios, el capitán de navío Arturo Rial, director de Escuelas Navales, y su subordinado el capitán de corbeta Carlos Pujol, que habían sido ajenos a ese golpe, comenzaron a tender lazos para realizar un segundo intento. Trabajaban en el edificio al 610 de la calle Florida, donde también funcionaba la Dirección de Personal Naval, lo cual les daba la posibilidad de contactarse con todas las bases y unidades.[65]​ Uno de sus primeros contactos, Marcos Oliva Day, les presentó a su hermano Arturo que participaba en el entorno político de Arturo Frondizi.[65]

Cerca de Rial también gravitaban los capitanes Juan Carlos Duperré y Jorge Gallastegui: los tres entraron en conversaciones con los capitanes de fragata Jorge Palma y Carlos Sánchez Sañudo de la Escuela de Guerra Naval. Los cuatro habían sido puestos en disponibilidad mientras se investigaba si habían participado -o no- de las acciones del 16 de junio. Esta situación les otorgaba una amplia disponibilidad de tiempo libre para conspirar.[66]

En Punta Alta, próxima a Bahía Blanca, está la base naval más grande de la Armada: Puerto Belgrano. Allí el vicealmirante Ignacio Chamorro tenía a su cargo toda el Área Naval, y tras él, el Contraalmirante Héctor Fidanza era jefe de la base. Ambos estaban unidos ideológicamente al gobierno. Pero el segundo comandante de la base, capitán de navío Jorge Perren, había simpatizado con los móviles de Samuel Toranzo Calderón y decidió sumar voluntades entre los marinos para llevar a cabo un nuevo alzamiento.[67]

Pronto se consolidó nexos con los jóvenes oficiales que, de lejos, habían pensado en sublevar la base el 16 de junio. La noticia de que el único capitán de navío de la base estaba liderando el complot calmó las discusiones internas por llevar el liderazgo. Si bien el acto revolucionario era absolutamente contrario al espíritu de subordinación que prima en las fuerzas armadas, dentro de la estructura del complot se buscó respetarlo lo más posible. Así como antes se había buscado a un miembro del almirantazgo, y se había elegido a Toranzo Calderón, ahora también se precisaba un almirante. Los presos Manrique y Rivolta lograron comunicarse con el capitán Rial, proveyendo un listado de los almirantes que no habían dado una respuesta efusivamente negativa al ofrecimiento de comandar el golpe del 16: Garzoni, Rojas, Sadi Bonnet, y Dellepiane.[68]

Almirante Isaac Rojas.

El prestigio profesional de Isaac Rojas le había ganado un respeto unánime en la fuerza, pero su estricta obediencia a las jerarquías y su ausente definición política impedían a los complotados imaginar sus convicciones íntimas. En la Escuela Naval Militar que él dirigía no había grandes retratos del presidente y de la primera dama; no se los adulaba, ni tampoco se hablaba mal de ellos.[69]

Pocos días después del 16 de junio el capitán de fragata Aldo Molinari, para sondear el talante de Rojas, le anunció sin discresión alguna que otro movimiento revolucionario estaba en marcha, a lo cual el almirante se limitó a responder «¿Lo pensaron bien?».[70]

Después de eso, Palma y Sánchez Sañudo se reunieron con él y hablaron sobre la necesidad de derrocar a Perón. Rojas estuvo de acuerdo, pero les pidió tiempo para decidirse si se plegaba o no. Finalmente Rojas, a través del teniente de navío Roberto Wulff de la Fuente, le confirmó a Juan Carlos Bassi su aceptación. Tras lo cual, el mismo Arturo Rial, que había liderado hasta entonces al movimiento, se reunió con Rojas y convinieron que el Almirante se pondría a la cabeza de la armada revolucionaria en el momento en que estallara el golpe, y que se subordinaría en caso de plegarse un almirante de mayor antigüedad en la fuerza.[71]

De este modo los preparativos serían coordinados por Rial y las acciones serían llevadas a cabo bajo la dirección de Rojas. De los nuevos líderes rebeldes ninguno había participado del golpe del 16 de junio, y el mismo Rojas decidió cortar comunicaciones con todos hasta el momento indicado, para evitar sospechas. A fines de junio, Perren, comandante segundo de la Base Naval de Puerto Belgrano, tomó conocimiento de que Rojas lideraba el movimiento y Rial lo organizaba en Buenos Aires. Entonces decidió comunicarles las actividades programadas para la flota de mar a lo largo de julio, agosto y septiembre para que pudieran elegir una fecha propicia.[72]

Civiles y ejército

Mario Amadeo.

El 14 de julio Mario Amadeo, que estaba en la clandestinidad desde hacía casi un mes, escribió una carta al ministro Embrioni, instándolo a que él y el ejército dejaran de apoyar al presidente. El texto tuvo una amplia circulación en ámbitos castrenses.[73]

En el Ejército, las quemas de la bandera y de las iglesias desencadenaron el rechazo de un vasto grupo nacionalista que había trabajado junto a Perón desde el golpe de 1943. La dispersión territorial y el desconocimiento mutuo hacía muy difícil su organización; pero un núcleo comenzó a formarse en el Departamento de Operaciones del Estado Mayor General. El mayor Juan Francisco Guevara interpeló a su jefe, coronel Eduardo Señorans, director de Departamento,[74]​ Guevara le habló, en nombre de otros oficiales jóvenes del mismo Departamento de Operaciones, y así comenzó a reunirse el grupo que incluía al teniente coronel Hure, a los mayores Conesa, Mom y Martínez Frers, y capitanes Miró, Toccagni y Carranza Zavalía.[75]

Pedro Eugenio Aramburu.

El general Pedro Eugenio Aramburu, amigo personal de Señorans, pronto se sumó a esa conspiración y dividió las tareas: él buscaría los contactos políticos y Señorans los contactos militares.[76]

Este último conocía al capitán Jorge Palma, y por este nexo Aramburu se reunió con el almirante Rojas, a quien ya conocía por haber sido ambos agregados militares de la embajada argentina en Río de Janeiro.[77]

A partir de mayo de 1955 en la Escuela de Artillería de Córdoba, el capitán Raúl Eduardo Molina lideró una conspiración paralela, junto a otros oficiales jóvenes: teniente primero Francisco Casares, capitanes Osvaldo Azpitarte, Alejandro Palacio, Juan José Buasso, tenientes primeros Augusto Alemanzor, Anselmo Matteoda y Alfredo Larrosa.[78]​ Luego se sumó el mayor Melitón Quijano Semino, cuya gradación lo hacía importante en el grupo, dada la poca jerarquía del resto de los conspiradores.[79]

Otros grupos rebeldes se formaron independientemente en el Liceo Militar y en la Escuela de Tropas Aerotransportadas. En esta última, el líder era Julio Fernández Torres, de 27 años. En el Liceo, el mayor Mario Efraín Arruabarrena se rodeó de sus colaboradores: capitanes Juan José Claisse, Juan Manuel de la Vega y el teniente primero Alfredo Viola Dellepiane.[80]​ Dado que carecían de un oficial de alto rango que los liderara, Molina ofreció esta responsabilidad al retirado coronel Arturo Ossorio Arana, quien había sido hasta 1951 director de la Escuela de Artillería. La característica común de todos estos grupos era que se trataba de oficiales jóvenes: pequeños grupos de amigos se organizaban, y luego contactaban a oficiales de mayor rango para que los lideren.[81]

La coyuntura política en julio

Presidente Juan Domingo Perón.

El 15 de julio Perón pronunció un discurso en tono reconciliatorio, como ya había hecho las semanas anteriores: «Limitamos las libertades en cuanto fue indispensable limitarlas para la realización de nuestros objetivos. No negamos nosotros que hayamos restringido algunas libertades: lo hemos hecho siempre de la mejor manera, en la medida indispensable. (...) Yo dejo de ser el jefe de una revolución para pasar a ser el Presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios. La revolución peronista ha finalizado; comienza ahora una nueva etapa, que es de carácter constitucional». La Unión Cívica Radical puso a prueba el mensaje con una solicitud de permiso para realizar actos públicos.[82]​ Le fue negada. El 21 de julio la bancada radical en el congreso denunció la desaparición del doctor Juan Ingalinella, detenido por la policía de rosario. La investigación halló que el doctor Ingalinella había sido torturado hasta morir, y que su cuerpo había sido arrojado al río Paraná. Los responsables policiales fueron exonerados. Una protesta en Córdoba consiguió que el gobierno autorizara a opositores para hablar en la radio. El día 27, finalmente, el presidente de la Unión Cívica Radical, Arturo Frondizi, tuvo permiso para hablar en Radio Belgrano.[83]

La Armada

El almirante Rojas permanecía al margen, pero sus ayudantes Oscar Ataide y Jorge Isaac Anaya le recababan información.[84]​ A lo largo de julio, en Bahía Blanca Perren aceleró el adiestramiento de las tropas para que se familiarizaran con un nuevo modelo de fusil que reemplazaba al antiguo Mauser, para disponer de tropas bien entrenadas ante el inminente pronunciamiento.[85]

Para evitar darle poder de fuego a otro alzamiento revolucionario, el almirante Guillermo Brown ordenó que los aviones utilizados el 16 de junio fueran trasladados sin ametralladoras ni espoletas a la base Comandante Espora, anexa a Puerto Belgrano en Bahía Blanca. Allí, un grupo de oficiales ingenieros fabricó secretamente espoletas para detonar bombas de 50, 100 y 200 kilos.[86]

Lealtad dividida

En el ejército las fuerzas estaban más dispersas geográficamente y las posiciones ideológicas no eran homogéneas. Un ejemplo a destacar, por su posterior participación en los hechos, es el del II Ejército. La sede de comando estaba en la ciudad de San Luis, y su estructura se dividía en dos agrupaciones. Tenía en total unos 10 000 efectivos dispersos en toda la región de Cuyo. La primera de las dos agrupaciones estaba comandada desde Mendoza por el general Héctor Raviolo Audiso, leal al gobierno, y abarcaba las provincias cuyanas. Sus destacamentos eran: el 1.º Mendoza con el teniente coronel Cabello, de la facción rebelde; el 2.º en Campo de Los Andes con el teniente coronel Cecilio Labayru, también rebelde; el 3 en Calingasta (San Juan) con el coronel Ricardo Botto, leal; el 4 en San Rafael con el coronel Di Sisto, rebelde.[87]

En Calingasta Botto era leal; en cambio el jefe de operaciones de su destacamento era el rebelde teniente coronel Mario Fonseca, que era nativo de la provincia y tenía muy fluidas relaciones con los comandos de civiles que se preparaban allí.[87]

La segunda agrupación, que abarcaba a Río Negro y Neuquén, estaba comandada por el teniente coronel Duretta quien siendo amigo de Perren había comprometido su participación en un eventual alzamiento.[87]

La sede del comando de todo ese II Ejército estaba en la Ciudad de San Luis, donde el teniente coronel Gustavo Eppens había reunido en torno a sí a los mayores León Santamaría, Roberto Vigil, y Celestino Argumedo, junto a varios capitanes. Intuyendo la posición favorable del jefe del Estado Mayor, general Eugenio Arandía, Eppens lo abordó, y éste contestó con entusiasmo. Arandía mandó que el teniente coronel Juan José Ávila estableciera los contactos con civiles en las tres capitales cuyanas, pero no sondeó el ánimo del jefe de todos ellos, general Julio Alberto Lagos, a quien entonces se presumía peronista.[88]

En Buenos Aires nada se conocía sobre la situación del ejército en Cuyo, pero rápidamente se unieron Aramburu y Ossorio Arana para coordinar un plan de acción en esa zona.[88]​ Por su parte, un grupo de oficiales retirados colaboraban en el reclutamiento: Octavio Cornejo Saravia, Franciso Zerda, Emilio de Vedia y Mitre, etc. También se incorporó otro general en actividad: Juan José Uranga, aunque su destino no tenía mando de tropa ya que era jefe de la Obra Social.[89]

Los generales infieles

General Dalmiro Videla Balaguer.

El 20 de julio el teniente coronel Carlos Crabba, invitado por su hermano, se entrevistó con el coronel Señorans y dijo que él y su jefe, general Dalmiro Videla Balaguer, querían reunirse para evaluar un intento de golpe. El general Videla era un notorio partidario del presidente Perón y comandaba la IV región militar, con asiento en Río Cuarto. Videla Balaguer y Crabba estuvieron en el Ministerio de Ejército el 16 de junio, y la quema de los templos católicos había tocado su profundo sentimiento religioso, haciendo vacilar su lealtad. Pero por un malentendido creyeron que Señorans era el líder de la revolución en Buenos Aires, y el general Videla se negó a subordinarse a un coronel.[90]

General Julio Lagos.

Julio Lagos era el único general activo formalmente afiliado al partido peronista. Su pertenencia se debía a sus tendencias nacionalistas: Perón había sido compañero suyo en el GOU y juntos habían participado en el golpe militar de 1943: era un peronista fiel desde la primera hora.[91]

Los doctores Alberto Tedín, Bonifacio del Carril y Francisco Ramos Mejía intentaron inútilmente modificar su actitud. Solo su esposa pudo hacerlo dudar, ante la impune quema de las iglesias. El 27 de julio, en casa de Del Carril, el general Julio Lagos se encontró con el general Justo León Bengoa y los doctores Francisco Ramos Mejía y Jorge Gradin: ellos trataron de convencerlo para que se uniera a un intento revolucionario. Inicialmente Lagos se negó, pero fue convencido por su esposa.[92][93]​ Estas reuniones no eran las únicas, ni las principales del movimiento revolucionario, sin embargo, según Del Carril, "todos los hilos se unificaban y, en realidad, se trataba de una sola conspiración, con vastas y variadas fuentes, todas convergentes."[94]

General Franklin Lucero, ministro de guerra, a la derecha.

Pero al poco tiempo, por una discusión con el ministro Lucero, Lagos pasó a retiro y su lugar fue ocupado por José María Sosa Molina.[95]

A mediados de agosto fue detenido el general Bengoa, sospechado de planear una revolución. En la provincia de Corrientes, el coronel Eduardo Arias Duval, jefe de estado mayor de una unidad en Curuzú Cuatiá, buscó la forma de unirse al bando revolucionario con la intención principal de liberar a Bengoa el día que se produjera la revolución, y ponerlo al mando de sus tropas en Entre Ríos.[96]

Corrientes

La poderosa agrupación de tropas blindadas de Curuzú Cuatiá tenía su Estado Mayor en construcción, por lo tanto, su cúpula directiva estaba trabajando desde Buenos Aires. En el lugar, la mayor autoridad era el leal teniente coronel Ernesto Sánchez Reynafé.[97]

En cambio, un jefe de destacamento de ideas liberales, mayor Juan José Montiel Forzano, mantenía correspondencia con el coronel Carlos Toranzo Montero. Toranzo lo convenció para que arme un foco rebelde en la región nordeste y se contactara con el comandante de la IV División de Caballería, general Astolfo Giorello. Giorello dijo que era antiperonista y que había hablado con sus colaboradores inmediatos: en caso de una nueva rebelión empezarían siendo neutrales. De todos modos, Montiel Forzano reclutó para su complot a varios representantes de cada unidad: capitanes Eduardo Montés, Claudio Mas, Francisco Balestra; tenientes primeros Oscar Ismael Tesón, Jorge Cisternas, Hipólito Villamayor, Julián Chiappe; y el teniente Ricardo García del Hoyo.[98]

Buenos Aires y Córdoba

En el Colegio Militar de la Nación surgió otro grupo rebelde: el mayor Dámaso Pérez Cartaibo y el capitán Guillermo Genta reunieron a su alrededor a los capitanes Alfredo Formigioni, Jorge Rafael Videla, y Hugo Elizalde. Dámaso Pérez se contactó con el general Juan José Uranga y así entraron en la conspiración de Guevara, Señorans y Aramburu.[98]

General Eduardo Lonardi.

El general retirado Eduardo Lonardi vivía alejado de sus ex-colegas, pero las visitas de los coroneles Cornejo Saravia y Ossorio Arana lo pusieron en conocimiento del complot que lideraba Aramburu.[99]​ A principios de agosto de 1955, Lonardi fue a hablar con Aramburu para ofrecerle apoyo y asistencia. Aramburu contestó:[100]

Me extraña su ofrecimiento, pues no existe ningún movimiento que yo encabece, ni pienso conspirar (...) Yo no conspiro, ni conspiraré.
Pedro Eugenio Aramburu, agosto de 1955[100]

El 10 de agosto se dictó el fallo contra Toranzo Calderón y quienes lo acompañaron. Por intervención del presidente Perón, Toranzo no fue condenado a muerte: en cambio, fue degradado y condenado a reclusión indeterminada. Los demás jefes del alzamiento recibieron distintas penas según su grado de participación.[101]

Reacciones civiles

Diversos grupos de «comandos» comenzaron a surgir en torno al hermano Septimio Walsh, director del colegio Nuestra Señora del Huerto. En uno se congregaba a Adolfo Sánchez Zinny, Edgardo García Puló, Florencio Arnaudo, Carlos Burundarena, Manuel Gómez Carrillo y otros católicos nacionalistas. Otro, en cambio, estaba conformado por militantes radicales: Roberto Etchepareborda, Héctor Eduardo Bergalli, etc.[102]

En la madrugada del 14 de agosto la policía federal detuvo a un grupo de estudiantes universitarios bajo la acusación de planear el asesinato de Perón y sus ministros. El llamado «grupo Coppa» estaba integrado por Ricardo Coppa Oliver, Aníbal Ruiz Moreno, Carlos de Corral, Enzo Ramírez, y otros. El 15 de detuvo al denominado «grupo Centurión»: los amigos de Vicente Centurión, quien en 1953 había sido torturado por la policía federal bajo la acusación de poner bombas en la ciudad. Con él fueron arrestados los estudiantes Jorge Masi Elizalde, Franklin Dellepiane Rawson, Manuel Rawson Paz, Mario Espina Rawson, Luis Domingo Aguirre, Julio Aguirre Naón y Carlos Gregorini.[103]​ Ese mismo día se arrestó a un grupo de adolescentes: Ignacio Cornejo, Ricardo Richelet, Mariano Ithurralde, Pablo Moreno, Jorge Castex y Hortencio Ibarguren. Tres días más tarde se arrestó a otro grupo adolescente: Rómulo Naón, Luis María Pueyrredón, Mario de las Carreras y Diego Muñiz Barreto. La mayor parte de los arrestados había sido hallado en poder de algún volante o panfleto con ideas antiperonistas.[104]​ Anunciaba el diario La Época del lunes 15 de agosto: «La oligarquía quería arrastrar al país al desorden y al crimen para tomar el poder. Cuenta con la resaca de los partidos opositores, menores de edad, estudiantes pitucos y retirados reblandecidos; clérigos complicados».[105]​ Y al final del artículo «se devolverá golpe por golpe».[106]

Ese mismo día, Perón se reunió con su gabinete y les anunció que, de producirse atentados, había que responder en una proporción de «cinco por uno». Fue la primera vez que utilizó esa frase.[107]

En Buenos Aires, el 29 de agosto La Época tituló: «Descubrióse en el Barrio Norte una organización de pitucos subversivos. Disponían de dinero, armas y autos en abundancia. Planeaban atentados. Operaban por células como los comunistas». Esta vez los detenidos fueron Emilio de Vedia y Mitre (h.), Mario Wernicke, Emilio Allende Posse, Carlos Ocantos, Héctor López Cabanillas y Julio E. Morón.[108]

El día 30 Perón volvió a plantear la posibilidad de renunciar. Si bien el 16 de junio ya lo había comentado a sus ministros, esta vez hizo un anuncio público en una nota al Partido Peronista. Mencionó la posibilidad de «retirarse» ante el fracaso de la política conciliatoria:[109]

Los últimos acontecimientos han colmado la medida (...) Con mi retiro presto al país el último servicio desde la función pública.
Juan Domingo Perón, 30 de agosto de 1955.[109]

Cinco por uno

En la tarde del 31 de agosto la CGT organizó una gran concentración pública frente a la casa de gobierno. Después, al caer la noche, Perón dirigió su palabra a los presentes. Este discurso tuvo una importancia fundamental en el desarrollo de los hechos posteriores, e impulsó en la Argentina de las décadas siguientes ideas nuevas acerca del uso de la violencia política:[109]

A la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor (...) La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos.
Juan Domingo Perón, 31 de agosto de 1955.[110]

Estas palabras causaron una gran repulsión entre los que no pertenecían a la ideología peronista.[111]​ Esa misma noche, en Río Cuarto el general Videla Balaguer anunció a sus colaboradores inmediatos la intención que tenía de rebelarse.[108]

El mayor Adolfo Mauvecín, que era su subordinado directo, telefoneó esa misma noche a un amigo suyo en Buenos Aires para que diera la alarma de que Videla planeaba dirigir un movimiento revolucionario en Córdoba, San Luis y Mendoza.[112]​ El 31 de agosto, Videla Balaguer tenía el apoyo de muchos oficiales en el II Ejército, y confirmó en el plan a más oficiales dispersos en otras unidades de la región que querían rebelarse contra el gobierno; pero no tenía mando efectivo sobre ninguno de ellos.[108]

El primero de septiembre hubo un momento de confusión. Ni los grupos civiles de la ciudad de Córdoba ni los militares que participaban del complot en Escuela de Artillería querían largarse sin la dirección de un oficial de alto rango, y sin el apoyo de sus contactos en Buenos Aires. No quedaba en claro si el líder de la revolución era Videla Balaguer, Ossorio Arana, Señorans, o Aramburu. Ante la duda si «salir» o «no salir», Ramón Molina reclamó la presencia de Ossorio: «con él no hay problema, salen hasta las cocinas». Porque Ossorio había sido director de la Escuela de Artillería y gozaba de una gran popularidad entre los oficiales.[112]​ El 2 de septiembre, Ossorio Arana viajó de madrugada y temprano en la mañana tocó a la puerta de Videla Balaguer, en Río Cuarto. Resolvieron que Ossorio viajase primero a Córdoba y telefonease tras evaluar la situación local.[113]

Horas más tarde, Mauvecín relató los hechos en una reunión con el ministro Lucero, el Subsecretario Embrioni, y el jefe del Servicio Informativo del Ejército general Sánchez Toranzo. Un oficial rebelde dentro del Servicio Informativo del Ejército hizo llegar la alarma a Videla, quien ante el inminente arresto resolvió huir de Río Cuarto con sus colaboradores, mediante la ayuda de un grupo de civiles que colaboraban en esa ciudad.[114]

El 3 de septiembre la Dirección Nacional de Seguridad emitió un comunicado en el que detallaba acciones que debían ser reprimidas por «alterar el orden y atentar contra el Estado». En su artículo número 3 mencionaba la impresión, distribución y tenencia de panfletos de cualquier tipo. El artículo número 4 prohibía las reuniones en la vía pública, y las reuniones en locales que no tuvieran objetos culturales, comerciales, deportivos o de esparcimiento: cualquier reunión o actividad partidaria de los partidos no-peronistas volvía a considerarse un acto de delincuencia.[115]

Arturo Frondizi, líder de la UCR.

La conspiración de Señorans y Aramburu contaba con el apoyo de gran parte de la Marina, pero no tenían contactos en la Fuerza Aérea, y en el Ejército solo un reducido grupo de unidades estaban dispuestas a alzarse en Córdoba; aunque había grandes posibilidades de rebelar el II Ejército en Cuyo y otras unidades en Corrientes. Ante este panorama se realizó una reunión en casa del doctor Eduardo Héctor Bergalli, de la que participaron el general Juan José Uranga, el coronel Eduardo Señorans, el capitán de navío Arturo H. Rial, el capitán de fragata Aldo Molinari, el capitán de corbeta Carlos Pujol, y el presidente de la Unión Cívica Radical, Arturo Frondizi. Señorans anunció la intención de Aramburu de posponer los intentos para el año 1956, ya que no veía avances en el corto plazo.[116]​ Durante el verano sería imposible actuar ya que se avecinaba, en septiembre y octubre, el licenciamiento de los soldados conscriptos y el almacenaje bajo llave de gran parte del material bélico.[115]

Frondizi contestó:

Señores, yo no voy a llenar las cárceles de radicales saliendo con la Marina sola; necesito un general.

Uranga prometió que habría algún general, pero la reunión se disolvió sin resoluciones.[116]

El día 4 de septiembre los rebeldes en Buenos Aires se enteraron de que Aramburu abandonaba la conspiración y se negaba a actuar por lo que quedaba del año 55. Más tarde la noticia se esparciría al resto de la conjura: Ossorio Arana, Arias Duval, y Guevara permanecieron en sus tareas. Sin embargo la presencia de un general seguía siendo un requisito indispensable: por lo tanto al día siguiente el coronel Cornejo Saravia convenció al general Lonardi para que se hiciera cargo de liderar la revolución.[117]

Siete días tardó en llegar a Puerto Belgrano la noticia de que Aramburu posponía las operaciones hasta el año siguiente. Perren reaccionó con estupefacción e ira, y convino con sus compañeros que si el día 20 no había novedades, la marina se alzaría en solitario.[118]

El 7, la CGT anunció que «los trabajadores de la Patria se ofrecen como reserva» del Ejército para defender la Constitución. Uno de los jefes de la inteligencia del ejército intimó a Lucero, presentándole un organigrama de la estructura rebelde muy acertado. El ministro Lucero, antes de mandar arrestar a oficiales respetados como Aramburu y Señorans, planeó para el día 12 un viaje a Córdoba para interiorizarse de la situación en ese lugar. Si se confirmaban las sospechas, el día 16 procedería a ordenar los arrestos. A la madrugada de ese mismo día 16 se produjo el alzamiento.[119]

Preparativos para la acción

El 10 de septiembre dos hijos de Lonardi partieron para recabar información: Luis Ernesto a Córdoba y Eduardo a Mendoza.[120]

A la medianoche Luis Ernesto Lonardi se presentó ante su padre para informarle que el día 16 finalizarían las actividades de la Escuela de Artillería de Córdoba, y que sus armas irían a ser almacenadas en lugares vigilados. Entonces el general Lonardi se decidió a actuar inmediatamente, con los efectivos que hubiera en Córdoba, ya que creía que si un foco subversivo sobrevivía más de 48 horas, eso inevitablemente iba a llevar al triunfo del movimiento revolucionario en todo el país.[121]

Si la revolución hace pie y aguante más de 48 horas en Córdoba, toda la defensa de Perón se derrumba, porque no hay una convicción ética y moral para sostenerlo.
Eduardo Lonardi, 11 de septiembre de 1955[121]
Juan Francisco Guevara.

El domingo 11, Lonardi intentó comunicarse con el mayor Juan Francisco Guevara porque éste último estaba al tanto de todos los preparativos que ya habían elaborado Aramburu y Señorans. Lonardi no podía salir de su domicilio para no levantar más sospechas entre los servicios de información del ejército; así que mandó como representante a su hijo Luis y un amigo de éste, Ezequiel Pereyra Zorraquín.[122]

Durante la tarde, Pereyra dio con el paradero de Guevara, que había cambiado de domicilio para protegerse. Esa noche Lonardi se reunió con Guevara y con el teniente coronel Sánchez Lahoz, y expuso el plan: una sublevación simultánea en todas las guarniciones del ejército donde se gestaba la revolución, conjuntamente con las bases de Puerto Belgrano y Río Santiago, y las unidades aéreas que espontáneamente fueran a plegarse. Después las fuerzas del interior y las del litoral convergerían sobre Rosario, a falta de puentes y túneles las fuerzas del litoral cruzarían con ayuda de la Escuadra de Río de la Marina. Recién entonces un Ejército Libertador avanzaría sobre Buenos Aires, al mismo tiempo que la Flota de Mar avanzaría sobre la ciudad.[123]​ Sánchez Lahoz sublevaría la guarnición de la ciudad de Corrientes, Arias Duval se encargaría de la zona mesopotámica, el general Uranga trataría de sublevar el Gran Buenos Aires.[123]

El nexo con la marina rebelde

El 12 a primera hora de la mañana Guevara anunció a Señorans que Lonardi había asumido el mando de la revolución.[124]​ Ese mismo día, Lonardi se reunió con el capitán de fragata Jorge J. Palma quien, en representación de la marina revolucionaria se comprometió a alzarse el día 16 a las 0 horas.[125]

Se decidió también que algunos oficiales de la marina estuvieran presentes en las unidades que iban a rebelarse, como signo de hermandad entre las fuerzas armadas y para oficiar de nexto entre ellas: los capitanes de fragata Carlos García Favre y Aldo Molinari estarían respectivamente en Córdoba y Curuzú Cuatiá. Si la operación para liberar a Bengoa resultaba exitosa, lo acompañarían en su viaje a Paraná el mismo Jorge Palma y Sánchez Sañudo: entre los tres tomarían control de las tropas de esa ciudad.[126]

Esa noche, Lonardi también se entrevistó con el general Uranga y le impuso la misión de sublevar el Colegio Militar y el regimiento 1 de infantería Patricios. Paralelamente Guevara se reunió en Bella Vista, en la casa del capitán Jorge Rafael Videla, con los capitanes Genta, Formigoni, Padrós y con el mayor Dámaso Pérez: ellos debían rebelar el Colegio Militar pero habían cambiado de postura ante la perspectiva de hacer luchar a los cadetes contra la división montada que seguramente permanecería leal al gobierno.[127]

La situación en Córdoba

Mapa de Córdoba.

También el día 12, Franklin Lucero efectuó el programado viaje a la Provincia de Córdoba con la excusa de asistir a unas demostraciones de fuego de artillería - a la que habían sido invitados los agregados militares de las embajadas extranjeras.[128]​ Allí se convenció de la lealtad de las tropas, mandó un radiograma al presidente Perón afirmando que la situación estaba controlada, y mandó imprimir un folleto profusamente ilustrado bajo el título de Una unidad modelo: La Escuela de Artillería.[129]

Frente a la Escuela de Artillería se encontraban la Escuela de Aviación Militar y la Escuela de Suboficiales de Aviación. En esta última había un grupo de jóvenes oficiales, que reconocían el mando revolucionario del mayor ingeniero Oscar Tanco. Esta situación era semejante a la de otras bases de la Fuerza Aérea, donde pequeños grupos de oficiales jóvenes iban reconociéndose mutuamente, y buscando entre los de media jerarquía a alguien que quisiera liderarlos: los rangos más altos, en cambio, eran todos leales al gobierno. Los revolucionarios de la aviación en Córdoba trenzaron lazos con los del grupo 1 de Bombardeo estacionados en Villa Reynolds, provincia de San Luis, cuya oficialidad era virtualmente toda opositora y se comprometió a no arrojar sus bombas sobre los objetivos en caso de producirse la revolución.[129]

El martes 13 Lonardi se reunió con Señorans antes de partir y acordaron que este último fuera hacia el litoral tratando de llevar al general Aramburu; mientras que el mayor Guevara acompañaría a Lonardi y Ossorio en Córdoba. A las dos de la tarde, Guevara llamó a la puerta del general Lagos para informarle que el nuevo jefe de la revolución le solicitaba ponerse al mando del II Ejército a partir del día 16.[130]

La noche del 13 llegó la familia Lonardi a Córdoba: Mercedes Villada Achával de Lonardi fue a la casa de su hermano, mientras que los hijos varones se dirigieron a la residencia de Calixto de la Torre, donde los esperaba Ossorio Arana.[131]

La situación en Cuyo

La región de Cuyo.

Habiendo sido anoticiados del inminente estallido revolucionario, partieron hacia Cuyo el general Lagos, su hermano Carlos Lagos y el doctor Bonifacio del Carril. Llegaron a San Luis después del mediodía del día 14 de septiembre. Esperaban poder tomar el mando sin problemas porque Lagos hasta hacía dos meses había dejado de ser el jefe de esa guarnición, conocía a todos y era muy popular. En las afueras de la ciudad se reunieron secretamente con el comandante en jefe Eugenio Arandía y se anoticiaron de que en la Comandancia Segunda había sido designado José Epifanio Sosa Molina, hermano del ministro, que había llegado de Buenos Aires junto a un grupo de la Policía Federal con órdenes de investigar la situación de los oficiales para evitar un alzamiento similar al que Videla Balaguer había intentado fallidamente dos semanas atrás en Río Cuarto.[132]​ Arandía agregó que la noticia de la presencia de Lagos en San Luis desataría una intensa búsqueda y su posterior detención por parte de la policía; y que lo mejor era tratar de juntarse en Mendoza con el coronel Fernando Elizondo. Más tarde Arandía se reunió con la oficialidad más fervientemente revolucionaria: los tenientes coroneles Eppens y Ávila, y el mayor Blanco, para ponerlos al tanto.[133]

El 14, Lonardi se reunió con el general Videla Balaguer, refugiado en Córdoba en el departamento de Damián Fernández Astrada, cabeza de un nutrido comando de civiles. Videla quedó encargado de la coordinación de los grupos subversivos civiles: tanto el de Fernández Astrada como el de Jorge Landaburu.[134]​ Para evitar que se esparcieran rumores, Lonardi había establecido que los civiles no fueran enterados de los hechos hasta después de iniciados los operativos.[135]

A las 10 de la noche del 14 se realizó una reunión plenaria con los representantes de varios grupos rebeldes cordobeses: mayor Melitón Quijano y capitán Ramón Molina (Escuela de Artillería), teniente 1.º Julio Fernández Torres (Tropas Aerotransportadas), mayor Oscar Tranco (Suboficiales de Aeronáutica), capitanes Mario Efraín Arrabuarrena y Juan José Claisse (Liceo Militar). En primer lugar se decidió no intervenir el Liceo militar, ya que era una institución educativa para menores de edad y se los debía mantener al margen del combate: solo sus oficiales se sublevarían, ayudando a que los paracaidistas tomaran su escuela.[134]

Se sublevarían también las escuelas de Aviación Militar y de Suboficiales de Aeronáutica, donde la masa de la oficialidad pertenecía al bando revolucionario. La Escuela de Artillería sería copada por Ramón Molina, quien facilitaría la entrada de Lonardi para dirigir desde allí el levantamiento en todo el país. Luego las baterías abrirían fuego contra la leal Escuela de Infantería, abriendo el camino para la sorpresiva irrupción de los paracaidistas. Pasada la medianoche se disolvió la reunión: faltaban menos de 24 horas para el inicio de las operaciones.[136]

15 de septiembre

El 15 un oficial rebelde emitió una orden con firma falsificada, logrando que el coronel Sánchez Reynafé abandonara engañado Curuzú Cuatiá y viajara a Buenos Aires. Mientras tanto Señorans, Aramburu, Molinari y Arias Duval partían a sublevar esa localidad, y todo el Litoral.[137]​ En la Base Naval Río Santiago (cercana a La Plata) el almirante Isaac Rojas dio aviso del inminente estallido revolucionario a los capitanes de navío Carlos Bourel, director del Lieco Naval, y Luis M. García, comandante de la Base.[138]​ El plan era bloquear el Río de la Plata para impedir el abastecimiento de combustibles. En la isla Martín García el director de la Escuela de Marinería, capitán de fragata Juan Carlos González Llanos, había establecido un entrenamiento extraordinario en «infantería y tiro» desde abril de 1955, en marco del complot que culminaría el 16 de junio. El día 15 se le informó la inminencia de la revolución y la solicitud de embarcarse hacia Río Santiago ni bien se tomara conocimiento de su inicio.[139]

En Córdoba, Lonardi festejó su cumpleaños con una ceremonia religiosa y un almuerzo en casa de su cuñado; tras lo cual se despidió de su mujer y partió con Ossorio a las afueras de la ciudad, esperando la hora 0.[140]

En Bahía Blanca, por la tarde, el capitán de navío Jorge Perren preparó los últimos detalles para la rebelión: invitó a plegarse a quienes no estaban en el secreto y detuvo a los que se negaron. En la vecina Base Aérea Comandante Espora su jefe -leal al las autoridades constitucionales- se había retirado a las 17, y la guardia, a cargo de Baubeau de Secondigé, esperaba la llegada de quien se haría cargo de sus operaciones revolucionarias: el capitán Andrews. En cuanto a la hora del alzamiento, Perren decidió que era imprudente lanzarse a las operaciones con el personal sin dormir: fijó como hora 0 las 04:30, con la orden de empezar inmediatamente si se oía en las radios de Buenos Aires la noticia del alzamiento en otros puntos del país.[141]

En Buenos Aires ninguna unidad del ejército estaba lista para ser sublevada porque el Ministerio de Ejército había seleccionado cuidadosamente a los oficiales más leales al gobierno para comandarlas. Los oficiales que querían rebelarse y no tenían destino formaron un grupo, coordinado por el teniente coronel Herbert Kurt Brenner y por Rodolfo Kössler, quienes por precaución se comunicaban en alemán. Se habían citado a las 16 en la estación Constitución, para viajar en tren a La Plata y desde allí reforzar la Escuela Naval.[142]

En la Ciudad de Buenos Aires, entonces, la única acción sería la de los comandos civiles: su misión era dejar fuera de servicio a las principales antenas de radio para evitar que se difunda prematuramente la noticia de un alzamiento contra Perón. El operativo tuve éxito: desaparecidas las ondas de las principales emisoras, en Buenos Aires pudieron oirse claramente las radios de Córdoba, Uruguay y Puerto Belgrano.[143]​Pero las autoridades de Buenos Aires detectaron esta insólita agitación:[144]​ serían precisamente estos comandos que darían la primera señal de alarma a las autoridades nacionales.[145]

16 de septiembre

Curuzú Cuatiá, Córdoba, La Plata y Bahía Blanca.

A las 0:30 el ministro Lucero fue despertado por su ayudante, coronel Díaz, y se le informó sobre la denuncia hecha por un director de la empresa Mercedes Benz: un empleado de la empresa le había dicho que sabía que Heriberto Kurt Brenner se plegaría a una revolución en las horas siguientes. Lucero se trasladó al ministerio y convocó de forma urgente al Comandante en jefe del Ejército, general Molina, al jefe del Estado Mayor General, general Wirth, al subsecretario del Ministerio, general José Embrioni, y al jefe del Servicio de Informaciones, general Sánchez Toranzo. También alistó a la Guarnición Buenos Aires.[146]​ Luego Lucero llamó al comandante de la IV División de Ejército, radicada en Córdoba, pero su comandante, general Alberto Morello, respondió que se encontraban sin novedad. Tras ello, comenzaron a llegar una serie de avisos de la policía: grupos de civiles armados habían sido vistos en Vicente López, en Palermo, en Ciudadela, en Ramos Mejía, y en el Hospital Naval. A las 4 de la mañana la Policía Federal emitió un mensaje de carácter urgente:[147]

Alerta general. Esta noche grupos civiles armados van a alterar el orden y tratar de copar a jefes de unidades y autoridades legalmente constituidas. Actuar enérgicamente y reprimir cualquier conato de alteración del orden.[147]

El ministro creía que los acontecimientos eran de carácter predominantemente civil.[148]​ Cerca del amanecer el gobernador de la Provincia de Buenos Aires anunció desde La Plata (entonces llamada «Ciudad Eva Perón») actividades sospechosas en la vecina Base Río Santiago; después se informó la presencia de Lonardi y Ossorio Arana en Córdoba. Lucero hizo despertar al general Perón, quien se trasladó de inmediato a la sede del Ministerio de Guerra.[147]

A las 0 del 16 de junio Isaac Rojas estableció su Estado mayor con Jorge Palma,[149]​ Sánchez Sañudo, Silvio Cassinelli y Andrés Troppea. A los cadetes de la Escuela Naval se les ofreció la posibilidad de no plegarse al golpe y no embarcarse; pero todos lo hicieron.[150]

Perren y compañía recibieron las noticia del alzamiento en Río Santiago a las tres de la mañana y procedieron a arrestar a sus superiores.[151]

La sublevación de las primeras unidades

En Córdoba, los movimientos habían comenzado a las 23:20. Treinta y seis oficiales de la Fuerza Aérea interrumpieron la fiesta de cumpleaños del comodoro Machado, donde se habían reunido todos los jefes de la base; y así los arrestaron a todos juntos.[152]​ No esperaron a la medianoche porque en ese momento empezarían a dispersarse los invitados.[153]

Luego algunos oficiales cruzaron la ruta hacia la fábrica de aviones, donde daban por seguro que los 50 oficiales ingenieros iban a plegarse a la revolución, cosa que sucedió. Luego el capitán Maldonado tomó la Escuela de Aviación Militar, donde residía el comodoro Julio César Krausse, conocido antiperonista a quien se puso al tanto de la situación y se le ofreció el mando de la fuerza aérea rebelde. Krausse vistió su uniforme: como primera medida, mandó la liberación del comandante Joge Martínez de Zuviría y lo puso al mando de la Escuela de Suboficiales.[154]

El ministro Lucero, entre sus acciones preventivas, había mandado a la Escuela de Infantería que se preparase ante cualquier eventualidad. El coronel Brizuela entonces telefoneó a la Escuela de Artillería, pero le comunicaron que su director, coronel Turconi, se hallaba «recorriendo las instalaciones». Eran las dos de la mañana. En realidad, la Escuela de Artillería ya estaba al mando de Lonardi, y Turconi estaba detenido. Luego, el capitán Correa telefoneó a Brizuela, esta vez anunciando que «le quiere hablar en general Lonardi». Brizuela cortó la comunicación: ante la imposibilidad de comunicarse nuevamente, y ante la pérdida del factor sorpresa,[155]​ Lonardi ordenó a los artilleros que dispararan sobre la Escuela de Infantería.[156]

El ataque causó grandes daños en las instalaciones y sorprendió a muchos de sus integrantes. La rotura de los cables de electricidad y la consiguiente oscuridad tornaron muy difícil la organización de la infantería.[157]​ Al amanecer solo 1800 de los 3000 efectivos quedaban a las órdenes de Brizuela, principalmente por la deserción de los soldados conscriptos que cumplían el servicio militar. Con las primeras luces del día los infantes comenzaron a dar vuelta la situación[158]​ y lograron rodear a los artilleros. La maniobra dejó sin defensas el edificio de la Escuela de Infantería, que fue ocupada por las tropas aerotransportadas (rebeldes) del capitán Claisse. Pero ante la inminente caída de los Artilleros tuvo que retroceder a auxiliarlos.[159]​ Dado que la artillería tiene un rango mínimo de disparo, con los infantes demasiado cerca no había otra opción más que retirarse. Una segunda dificultad era girar los cañones para apuntar a los infantes que, tras la maniobra envolvente, ahora se hallaban a sus espaldas.[160]

Desde la medianoche el general Videla Balaguer se encontraba en un petit hotel en Alta Córdoba, donde una gran cantidad de civiles se había dado cita para esa madrugada. A medida que llegaban, Videla les tomaba juramento:[161]

¿Juráis por Dios y por la Patria luchar hasta el triunfo o morir, como dicen las estrofas del himno?
Juramento de los comandos cordobeses.[162]

En Curuzú Cuatiá un grupo de civiles preparaba la llegada de los líderes revolucionarios: Enrique Arballo, José Rafael y Julio César Cáceres Monié, Juan Labarthe, Mario de León, y algunos otros. Con ellos colaboraba Pedro E. Ramírez, hijo del ex-presidente. El 16 a las 0 horas el mayor Montiel Forzano comenzó a tomar las unidades apostadas en Curuzú Cuatiá. Al comenzar la mañana toda la ciudad estaba en manos de los rebeldes, y los comandos civiles habían ocupado los edificios públicos. La sorpresa y la celeridad de los operativos habían evitado bajas en ambos bandos.[163][164]

En el Ministerio de Guerra la primera idea de que se trataba de un alzamiento civil fue quedando de lado a medida que llegaban las comunicaciones del interior. A las 4:55 informaban desde Gualeguaychú que efectivos de la policía habían reportado la presencia de Señorans y Aramburu en esa zona. A las 6:45 llegó un despacho de Córdoba anunciando que la Escuela de Artillería estaba sublevada al mando del general Lonardi. A las 7:30 se conocía que también la Guarnición Aérea de Córdoba estaba en manos de los rebeldes. Una hora más tarde llegó la información de la rebelión en Río Santiago. Con la Flota de Mar estaban cortadas las comunicaciones.[165]

Lucero comandó la respuesta: contra Río Santiago debía avanzar el general Heraclio Ferrazzano al mando de la II División y con apoyo de la fuerza Aérea. Contra Puerto Belgrano y Comandante Espora irían la III División de Caballería (general Eusebio Molinuevo), la IV de Montaña (general Ramón Boucherie) y la Agrupación Motorizada del general Cáceres. Contra Curuzú Cuatiá avanzaba el general Carlos Salinas al mando de las III y IV Divisiones de Caballería (generales Lubin Arias y Giorello), y unidades de la VII División del Ejército (general Font). Hacia Córdoba convergía la mayor cantidad de fuerzas: el general Sosa Molina al mando de su II Ejército, la IV División de Córdoba (general Morello) y las V División del Norte (Moschini).[166]

Destructor ARA Cervantes.

Desde la Escuela Naval zarparon los dos destructores de instrucción T-4 (La Rioja) y T-3 (Cervantes). A las 9:30 estas naves fueron atacadas por una cuadrilla de Gloster Meteor de la fuerza aérea dirigida por el vicecomodoro Carlos Císter.[167]

En Bahía Blanca el capitán Arturo Rial estaba a cargo del «Comando Revolucionario del Sur», que comprendía la base aeronaval Comandante Espora y Puerto Belgrano. Inquirieron por radio al jefe del cercano Regimiento 5 de Infantería,[168]​ teniente coronel Albrizzi: contestó que la unidad no se plegaba al alzamiento pero que permanecería en sus cuarteles. Esta pasividad fue recibida con alivio por los rebeldes.[169]

La poderosa Flota de Mar estaba fondeada en Puerto Madryn: A su mando, el leal almirante Juan B. Basso permanecía fiel a las autoridades constituidas. Al mediodía del 16, el capitán Robbio partió en un solitario vuelo desde la base Espora hacia Madryn con la intención de sublevarla.[170]

En la ciudad de Córdoba, el general Videla Balaguer y unos cuarenta civiles revolucionarios -algunos a las órdenes del diputado radical Miguel Ángel Yadarola- habían sido cercados por la policía y efectivos del ejército tras la denuncia que efectuara una operadora telefónica.[171]​ Sesenta miembros de la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica se dirigieron hacia Alta Córdoba para prestarles ayuda:[172]​ su superior armamento permitió la evacuación de todos los presentes.[173]

Por su parte la Escuela de Artillería estaba rodeada. La situación era crítica y tanto Ossorio como Lonardi hicieron votos de luchar hasta la muerte.[174]

Creo que hemos perdido, pero no nos rendiremos. Vamos a morir aquí.
Eduardo Lonardi[175]

En ese momento comenzó a mostrar su efecto el hecho de haber atacado por sorpresa «con toda brutalidad» al inicio del conflicto:[176]​ la Escuela de Infantería se quedaba sin munición y su director Brizuela se vio obligado a proponer un cese de las hostilidades.[177]​ Lonardi expresó que su intención era pacificar el país bajo la consigna «ni vencedores ni vencidos»,[178]​ por lo tanto ofreció que sus tropas rindieran homenaje a los rendidos. Así, la Escuela de Infantería desfiló con sus armas ante la de Artillería y de Tropas Aerotransportadas, después de esto rindieron su armamento y se comprometieron bajo palabra a no retomar hostilidades contra la revolución.[177][179]

El Comodoro Julio César Krausse, al mando de la Fuerza Aérea rebelde de Córdoba, tras el regreso de la comitiva que había liberado a Videla Balaguer, mandó un grupo de civiles y algunos soldados a que ocupase las antenas radiofónicas para usarlas con fines revolucionarios.[180]​ Liderados por el capitán Sergio Quiroga tuvieron varios enfrentamientos con la policía, pero los efectivos policiales no tenían interés en morir luchando contra los revolucionarios.[181]

A las 11 de la mañana, varias unidades leales del Ejército estaban en La Plata, cercando la base Río Santiago y atacando la cabeza de puente que los marinos rebeldes habían establecido sobre la tierra firme.[182]​ A esa misma hora en Curuzú Cuatiá se oían las radios oficiales anunciando el fracaso del alzamiento en todo el país. A las 12 un avión sobrevoló la localidad lanzando panfletos con esa misma información. Varios oficiales que se habían plegado al bando rebelde pidieron ser arrestados y encerrados con los leales, hasta que un grupo de más de cien suboficiales pudo zafarse de sus captores, empuñar sus armas, y copar la Escuela Blindada. Tras un largo tiroteo, se parlamentó: la Escuela Blindada permanecería pasiva, sin forzarla a obedecer el mando rebelde.[183]

El capitán de fragata Hugo Crexel, por orden directa de Perón, comandaba una cuadrilla de aviones que, junto a la cuadrilla del vicecomodoro Císter, atacaban a los barcos de la Escuela Naval. Ante la potencia del ataque aéreo las naves se alejaron de la Ciudad de Buenos Aires: así salieron del rango de autonomía de los aviones, que comenzaron a atacar la base de Río Santiago.[184]​ Primero cayeron sobre la Base una cantidad de panfletos anunciando la derrota de la revolución en todo el país, y luego comenzó el bombardeo.[185]​ Pero en la Río Santiago se había concentrado un gran poder de fuego: de este modo dos aviones fueron averiados y quedaron fuera de combate.[186]

Al mediodía del 16 de septiembre, los rebeldes controlaban ciertos puntos en Córdoba, Curuzú Cuatiá, Río Santiago y Bahía Blanca. La Fuerza Aérea parecía toda leal al gobierno. Nada se sabía acerca del ejército en Cuyo ni había noticias de la Flota de Mar. Perón había salido del Ministerio de Guerra a las 10:30.[187]

Un I.Ae. 24 Calquín.

La desconfianza reinaba en la Base Aérea de Morón, sede de las escuadras aéreas leales al gobierno, desde que los pilotos de los Calquín hicieran una pasada sobre Río Santiago y sus disparos no hicieran ningún blanco - cosa harto improbable en pilotos tan adiestrados. El grupo 1 de Bombardeo, con asiento en la provincia de San Luis, también había sido convocado a la base de Morón. Allí los primeros dos pilotos en llegar, capitanes Orlando Cappellini y Ricardo Rossi, fueron advertidos por el comandante en jefe de la Fuerza, brigadier Juan Fabri, que intuía sus intenciones revolucionarias:[188]

Miren: yo sé cómo piensan ustedes dos; es como pensamos todos. Pero yo les pido que en este momento cumplan las órdenes, porque después ya va a haber tiempo para hacer lo que todos queremos.
brigadier Juan Fabri, 16 de septiembre de 1955.[188]

Se les ordenó pilotear sus Avro Lincoln hasta Córdoba y observar la situación en la Escuela de Artillería: ellos, en cambio, aterrizaron en la Escuela de Aviación Militar y se plegaron a la revolución. Esa tarde los seguirían otros tres: capitán Fernando González Bosque, primeros tenientes Dardo Lafalce y Manuel Turrado Juárez. La repercusión emocional en ambos bandos fue inmensa; a partir de estos hechos se comenzó a usar la palabra panqueque, porque «se dan vuelta en el aire».[189]

En Puerto Belgrano se interceptaron comunicaciones mantenidas por el teniente coronel Albrizzi, al mando del regimiento de infantería local, pidiendo ayuda a los regimientos de Azul y Olavarría. Albrizzi, que se había declarado neutral, fue intimado a plegarse o rendirse. A las cuatro de la tarde el capitán de corbeta salteño Guillermo Castellanos Solá, al mando de un grupo de infantes de marina, ocupó la ciudad de Bahía Blanca. Una parte de la población salió a las calles a festejar y ofrecerse al servicio de los rebeldes.[190]​ A las 16:30, vencidos todos los plazos de rendición, el capitán Rial dio la orden bombardear el Regimiento 5 de Bahía Blanca. Como el regimiento estaba fuera de la ciudad, no se afectó a la población civil.[191]

Tropas leales al gobierno constitucional resisten el golpe de Estado en la localidad bonaerense de Ensenada.

Una situación inversa se daba en Río Santiago donde cada 50 minutos los aviones, recargados de municiones en Morón, atacaban las posiciones rebeldes. Cabe recordar que la base Río Santiago está situada en una pequeña isla sobre el Río de La Plata, separada de la localidad de Ensenada por un pequeño brazo de agua. Sobre la tierra firme había un astillero. Por tierra el Regimiento 7 de infantería, junto a policías y milicianos hacían presión contra la base,[192]​pero un grupo de infantes de marina al mando del teniente de corbeta Carlos Büsser apoyados por tres cañoneras que estaban sobre el Río Santiago lograron evitar su penetración.[191]​ Cerca de las 16:30 un ataque aéreo erró groseramente el blanco, bombardeando atrás de la primera línea de infantes, a más de 300 metros de la base naval. Esto causó pánico entre la población civil de Ensenada que comenzó a autoevacuarse.[192]

En Curuzú Cuatiá un sabotaje de los suboficiales leales permitió que se derramaran todos los depósitos de combustible: de este modo los rebeldes no tendrían forma de utilizar sus vehículos blindados. Mientras tanto, en la vecina ciudad de Mercedes (Corrientes) se concentraban las fuerzas del gobierno.[193]​ Por la tarde los destructores escuela fueron aproximándose a Montevideo, y un remolcador uruguayo llevó los heridos a tierra firme.[194]

En la Escuela de Aviación de Córdoba los aparatos eran heterogéneos y destinados principalmente para la instrucción. Varios oficiales se avocaron a ponerlos a punto para el combate, re-ensamblando cañones e instalando bombas.[195]​ A los aviones se le pintaron insignias, primero a algunos se los identificó con «M. R.» -por Movimiento Revolucionario- pero luego se adoptó el signo de Cristo Vence.[196]​ Si bien las afueras de la ciudad de Córdoba estaban controladas por los rebeldes, el centro estaba defendido por el gobernador y la policía. Tras una intensa lucha, Videla Balaguer (reforzado por Claisse al mando de oficiales y suboficiales con morteros y ametralladoras) ocupó el Cabildo de la ciudad.[196]​ Una gran cantidad de civiles tomó armas secuestradas a la policía y se integró a los comandos. El jefe de la Juventud Radical local, Luis Medina Allende, había entrenado a muchos voluntarios en prácticas de tiro, y se plegaron en conjunto a la revolución, quedando a las órdenes de Videla Balaguer. Antes se habían sumado los hermanos García Montaño, Gustavo Mota Reyna, Gustavo Aliaga, Domingo Castellanos, Marcelo Zapiola, Jorge Manfredi, Jorge Horacio Zinny, y otros. Estos grupos tuvieron una actuación destacada, por ejemplo, la sede de la policía se rindió ante el grupo comando de Miguel Arrambide Pizarro en el que también luchaban estudiantes secundarios. Esa noche soldados de la Escuela de Infantería que habían quedado dispersos sostuvieron algunas escaramuzas con los rebeldes y partieron para Alta Gracia, donde se consolidaban las fuerzas leales. A la medianoche el capitán García Favre voló a Puerto Belgrano para intercambiar noticias.[197]

Zonas rebeldes al final del día.

En San Luis, dado que Lagos hasta hacía dos meses había sido el jefe de la guarnición, esperaba poder tomar el mando sin problemas. En reunión con el comandante en jefe Eugenio Andía, Lagos y sus acompañantes se anoticiaron de que en la Comandancia Segunda había sido designado José Epifanio Sosa Molina, quien había llegado de Buenos Aires con un grupo de la Policía Federal con las órdenes de investigar la situación de los oficiales para evitar un alzamiento similar al que Videla Balaguer había intentado fallidamente dos semanas atrás en Río Cuarto.[198]​ Para complicar su situación, las tropas de Mendoza y San Juan se hallaban de maniobra en el monte y los jefes apalabrados no tenían acceso al teléfono.[199]​ Andía también supuso que la noticia de la presencia de Lagos en San Luis desataría una intensa búsqueda y su posterior detención por parte de la policía; y que lo mejor era tratar de juntarse en Mendoza con el coronel Fernando Elizondo.[200]

Con el estallido revolucionario, se ordenó la concentración de todas las unidades del II Ejército en San Luis. La CGT mendocina proveyó camiones y combustible a las unidades presentes en la provincia, que de otro modo habrían tardado una semana en organizarse.[201]

En Curuzú Cuatiá, cerca de las 23:00, la desmoralización de los suboficiales en las unidades rebeldes llegó a un punto máximo: rodearon el casino de oficiales y los obligaron a abandonar la ciudad. Con eso llegaba a su fin la revolución en el litoral.[202]

En Río Santiago los rebeldes se replegaron a la isla entre las 18:00 y las 19:30, al tiempo que el regimiento 6 de Infantería se acercaba a la ciudad Eva Perón (hoy La Plata).[203]​ Al día siguiente llegaría al lugar un regimiento de artillería, que fácilmente podría demoler la base y a sus ocupantes. El capitán Crexel se reunió con el almirante Cornes y festejaron con champán.[204]​ Pero protegidos por la oscuridad de la noche, los rebeldes se embarcaron sigilosamente y avanzaron, aguas adentro, al Río de la Plata.[205]

17 de septiembre

El día 17 de septiembre fue un día nublado en la Ciudad de Buenos Aires. Levantado el toque de queda la población salió a aprovisionarse de víveres y velas, pero ningún disturbio alteró el orden en las calles. Los espectáculos públicos y los partidos de fútbol habían sido suspendidos, y mucha gente estaba junto a la radio aguardando noticias. Las trajo esa tarde el vespertino La Razón: Curuzú Cuatiá y Río Santiago habían sido ocupadas por tropas leales al gobierno, y los otros focos revolucionarios estaban próximos a caer.[206]​ Al aclarar, el grueso del II Ejército cruzó el Río Desaguadero que separa las provincias de Mendoza y San Luis. El jefe, general Sosa Molina, se había trasladado a Anisacate, Córdoba, preparando la llegada de sus tropas. La marcha del ejército la dirigía el general Raviolo Audisio, y en San Luis lo esperaba el general rebelde Eugenio Arandía.[207]​ Llegados a la capital puntana, los oficiales de mayor rango se reunieron en el despacho del Comando.[208]​ Allí todos los oficiales eran revolucionarios salvo el mismo Raviolo y los coroneles Botto y Croce, quienes fueron arrestados en el lugar.[209][210]

La sublevación del II Ejército fue conocida primero en Buenos Aires: Lucero mandó que las fuerzas de la Provincia de Buenos Aires que se dirigían a Córdoba se concentraran en Río Cuarto para evitar que las divisiones de montaña reforzaran la posición rebelde en la capital cordobesa. En Río Santiago, tras la salida de los rebeldes, quedó en libertad el capitán de Navío Manuel Giménez Figueroa que había sido arrestado por no plegarse al golpe. Él tomó el mando de la base, mandó izar una bandera blanca y negoció la rendición ante el regimiento 7 de infantería. Quedaban en la base, además de Giménez Figueroa, otros 19 oficiales de menor jerarquía, 176 suboficiales, y 400 hombres entre marineros y conscriptos. Unas 200 personas quedaban en la Escuela Naval.[211]​ Al aclarar, aviones de la base Comandante Espora volvieron a bombardear el regimiento de Bahía Blanca, que carecía de defensa antiaérea, y que pronto ofreció su rendición. Así se incautó una gran cantidad de fusiles y munición. García Favre, cumplido su cometido, volvió a despegar hacia Córdoba.[212][213]

En esa ciudad, desde la noche, muchas personas leales al gobierno establecían una esporádica resistencia, ya sea en grupos o de forma aislada. Los rebeldes habían dispuesto que todos -militares y civiles- se identificaran con el brazalete blanco. Grupos de civiles dirigidos por cadetes aeronáuticos tenían la función de asegurar el orden en la ciudad ocupada. Fuera de ella, dos puntos estaban en manos revolucionarias: el aeropuerto de Pajas Blancas y una emisora de radio en la vecina localidad de Ferreyra. La emisora, rebautizada «La Voz de la Libertad», estaba defendida por una ametralladora en el techo, que barría a 360º, y otras dos a los lados protegidas por nidos de zorro. Fue atacada dos veces, resistiendo en ambas oportunidades.[214]​ En la localidad de Anisacate se encontraron el general Morello (con mando sobre las fuerzas en Alta Gracia), el general Sosa Molina (líder del II Ejército, sin saber que estaba sublevado), el coronel Trucco con su Regimiento de Artillería y el mayor Llamosas con las fuerzas de la Escuela de Infantería que habían escapado de la ciudad de Córdoba. Si bien el ministro Lucero había designado a Sosa como líder regional, después de esa reunión todo quedó a cargo de Morello.[215]​ A las 17:00 las radios rebeldes de San Luis, Córdoba, Puerto Belgrano, y la de Walter Viader en Buenos Aires anunciaron la sublevación del II Ejército y el establecimiento de un Gobierno Revolucionario en la provincia de San Luis.[216][217]​ Radio Nacional emitió un comunicado:

Se advierte a la población que radioemisoras en poder de los focos revolucionarios (...) y radios extranjeras caracterizadas por la mala fe y sus burdos errores, propalan informaciones absolutamente erróneas. Se informa al pueblo de la República y a todas las Fuerzas Armadas que la marcha de las operaciones de las Fuerzas leales es absolutamente favorable.
Radio del Estado, sábado 17 de septiembre de 1955.[218]
Bombardero Avro Lincoln.

El general Arandía mandó ocupar Villa Mercedes y la vecina localidad de Villa Reynolds, con su base aérea.[216]​ Luego, el grueso del ejército retornó a Mendoza para ocupar esa provincia y poder abastecer a las unidades de más combustible y municiones.[219]​ Antes de entrar a la ciudad hicieron llamar al general Lagos para ponerlo al frente de las tropas. En cuanto a la Fuerza Aérea, inicialmente los rebeldes en Córdoba no tenían aparatos de consideración pero el día 17 se acondicionaron algunos Gloster Meteor existentes en la Fábrica de Aviones. Con el pasar de los días distintos aviones irían llegando, tanto panqueques de otras bases aéreas (un Avro Lincoln llegado ese día de Morón partió hacia Villa Reynolds pero cayó por un desperfecto en el camino) como aviones de Aerolíneas Argentinas utilizados como transporte. Con respecto a los bombarderos, en la Escuela de Aviación no habían repuestos ni bombas en cantidad, así que se trasladaron a la base Comandante Espora para recibir el material necesario.[220]

Caza Gloster Meteor.

Tres cazas Gloster Meteor de Fuerza Aérea leal, piloteados por mayor Daniel Pedro Aubone, comandante Eduardo Catalá, y el capitán Amauri Domínguez hicieron una pasada sobre el aeropuerto de Pajas Blancas, dejando fuera de servicio a los dos bombarderos Avro Lincoln que habían sido los primeros panqueques del 16.[220]​ El éxito de la misión entusiasmó al ministro Lucero que ordenó para el día siguiente un segundo ataque aéreo contra Córdoba, esta vez con Avro Lincoln. Pero para los rebeldes significaba una contrariedad importante por la escasa cantidad de aviones que tenían,[221]​ además en horas de la tarde llegó la noticia de que el II Ejército no marcharía directamente hacia Córdoba.[222]​ Esto era un gran problema, debido a que los rebeldes no tenían una agrupación completa: tan solo una unidad de artillería con oficiales y tropa. Los suboficiales estaban todos detenidos por la falta de confianza que les inspiraban. El aporte de los paracaidistas no alcanzaba para formar un regimiento y los comandos civiles, a pesar del entusiasmo, carecían de entrenamiento. El capitán García Favre voló a Mendoza pidiendo refuerzos de infantería. Lonardi evaluó la posibilidad de establecer un puente aéreo y trasladar la revolución a Mendoza, pero Krause se negó rotundamente:[222]

Yo no estoy de acuerdo con evacuar. Nosotros dijimos que veníamos a vencer o morir; de manera que de acá no me muevo, ni voy a permitir que ninguno de los aviones que están bajo mis órdenes lo haga.
comodoro Julio César Krause, 17 de septiembre de 1995[222]

Al atardecer del 17, la mayor parte de la V división, comandada por el general Aquiles Moschini, llegó por tren a la localidad de Deán Funes, al norte de la provincia. La integraban cuatro regimientos de infantería (números 15, 17, 18, y 19), uno de artillería, uno de caballería y un batallón de comunicaciones.[223]​ Al este en Río Primero se hallaba el regimiento 12 de infantería bajo las órdenes del general Miguel Ángel Íñiguez. Y al sur, la IV división a cargo de Morello se sumaría a las fuerzas de Íñiguez y Moschini en un movimiento de «pinzas» para ahogar a Lonardi y Videla.[224]

Situación al 17 de septiembre.

El Comando Sur ordenó la voladura de puentes en un radio de 100 km a la redonda[225]​ y cerrar una compuerta del gasoducto para cortar la provisión de gas a Buenos Aires.[226]​ Contra él se acercaban la III División de Caballería, el 2 regimiento de Artillería y el 3 de infantería.[227]​ El regimiento 3 de infantería, de La Tablada, era el único del Gran Buenos Aires al que se ordenó alejarse de la ciudad. Partió en una columna de 47 km de largo hacia la zona de Bahía Blanca. Su jefe, coronel Carlos Quinteiro, recibía órdenes desde Buenos Aires del general Francisco Ímaz, Comandante de Operaciones del Ejército. El regimiento había dejado su armamento antiaéreo en Buenos Aires, porque se creía que en Comandante Espora no había espoletas (elementos que hacen detonar las bombas). Más tarde esta hipótesis resultó ser fatalmente falsa. Llegados a Tandil, Ímaz les encargó cambiar de rumbo y ocupar un arsenal de la marina en Azul. El regimiento de Azul, por su parte, ya había partido.[228]​ En la base Espora se recibieron dos Avro Lincoln y un grupo de Calquins al mando del capitán Jorge Costa Peuser, que se pasaron al bando rebelde.[229]

Un grupo de radioaficionados rionegrinos avisó que fuerzas leales al gobierno se dirigían a Viedma por tren: se trataba de la segunda agrupación del II Ejército, destacadas en San Martín de los Andes, Covunco, Zapala y otros lugares de Neuquén y Río Negro. En consecuencia, Perren mandó volar varios puentes sobre el Río Colorado.[229]

18 de septiembre

El día 18 a las 9:17 Isaac Rojas rechazó un despacho del Ministerio de Marina que lo intimaba a rendirse. En ese momento estaba al frente de una pequeña flota: el destructor La Rioja, el patrullero Murature, los rastreadores Granville, Drummond y Robinson, el submarino Santiago del Estero, y el buque taller Ingeniero Gadda, además de otras embarcaciones de desembarco y lanchas torpederas.[230]​ Poco tiempo después pudieron divisar a lo lejos los grandes cruceros La Argentina y 17 de Octubre, de la Flota de Mar, que había partido el día 16 desde Puerto Madryn en una situación poco clara. Lo que se sabía era la posición lealmente peronista de su comandante, el almirante Basso. Su composición era la siguiente: crucero 17 de Octubre (capitán de navío Fermín Eleta), crucero La Argentina (capitán de navío Adolfo Videla); destructores Buenos Aires (capitán de fragata Eladio Vásquez), Entre Ríos (capitán de fragata Aldo Abelardo Pantín), San Juan (capitán de fragata Benigno Varela) y San Luis (capitán de fragata Pedro Arhancet); fragatas Hércules (capitán de fragata Mario Pensotti), Sarandí (capitán de fragata Laertes Santucci) y Heroína (capitán de fragata César Goria); buque taller Ingeniero Iribas (capitán de fragata Jorge Mezzadra) y buque de salvamento Charrúa (capitán de corbeta Marco Bence).[231]​ Casi todos los comandantes de buques estaban implicados en la conspiración, salvo los capitanes de navío.[231]​ El Comandante en Jefe era el vicealmirante Juan C. Basso; el comandante de la Fuerza de Cruceros era el contraalmirante Néstor Gabrielli, la Escuadrilla de Destructores era comandada por el capitán de navío Raimundo Palau y la División de Fragatas por el capitán de navío Agustín Lariño. Este último era el de mayor rango entre los conspirados.[231]

La primera comunicación recibida por la flota el día anterior, a las 8:22, informaba acerca de «grandes levantamientos» y en la contestación se dejó clara la situación: era leal.[231]

Crucero 17 de Octubre, luego rebautizado General Belgrano.

Por la tarde la oficialidad rebelde del crucero 17 de Octubre detuvo a Basso, y así Lariño quedó al mando de la flota revolucionaria.[232]​ Los dos cruceros de la flota fueron hacia el Río de la Plata a máxima velocidad (25 nudos). El resto de la flota, que no podía viajar tan rápido, pasaría por Puerto Belgrano para aprovisionarse y depositar allí a los oficiales detenidos y liberar a los 85 tripulantes que voluntariamente habían decidido no sumarse a la rebelión.[233]​ Llegados al Plata en la mañana del 18 de septiembre, La Argentina homenajeó con 17 salves al Murature y se subordinó ante su nuevo comandante, Isaac Rojas.[234]​ Contemporáneamente en el Ministerio de Guerra el Comando de Represión tenía informes de la posición rebelde de la flota, pero en Mar del Plata no se la había visto pasar. En el Comando se hallaban tres oficiales de la navales como oficiales de enlace: los capitanes de fragata Jorge Boffi, Enrique Green y Juan García. El resto del comando ignoraba que estos oficiales eran parte del complot revolucionario y se habían puesto de acuerdo para suministrar informes falsos y sabotear las órdenes que se emitieran a través de ellos.[235]

Ante la noticia de que una columna blindada viajaba a Puerto Belgrano vía Mar del Plata, el estado mayor de Isaac Rojas adivinó que repostarían su combustible en los tanques de YPF en esa ciudad. Entonces se mandó al crucero 9 de Julio y a los destructores que bombardearan los depósitos de petróleo de Mar del Plata, previo aviso a la población.[236]

Esa misma mañana se estableció el gobierno revolucionario en Mendoza:[237]​ el aeropuerto del Plumerillo se convirtió en la tercera baste aérea revolucionaria, sumando doce Calquínes. También envió a San Juan al teniente coronel Mario A. Fonseca para que se hiciera cargo del gobierno de esa provincia.[238]​ Al mediodía Lagos recibió a García Favre que traía un desesperado pedido de refuerzos.[239]

El regimiento 3 de infantería motorizada llegó a General La Madrid hacia el mediodía y el teniente coronel Arrechea recibió la orden de abandonar sus vehículos y proseguir en tren.[240]​ Arrechea pensó que esa orden era inaceptable, ya que después de bajarse del tren, el regimiento ya no estaría motorizado;[241]​ entonces resolvió establecer una comunicación telefónica entre el general Imaz y el jefe del regimiento, coronel Carlos Quinteiro, quien se negó a cumplir la órden.[242]​ Por el gran tamaño de esa columna adversaria, en la Base Espora se decidió hostigarla durante el resto del día. El teniente coronel Arrechea rememora:[242]

Fuimos tremendamente atacados (...) nos hicieron pasar las mil y una los NA, enloqueciéndonos como mosquitos, volando sus pilotos con gran valor a 5 metros del suelo. (...) Ahí perdimos mucho material, cerca del 50% del material rodante.
César Camilo Arrechea.[242]

A pesar de los bombardeos, esa noche las fuerzas leales al gobierno habían rodeado la zona aledaña a Bahía Blanca. El capitán de navío Arturo Rial barajó la opción de zarpar hacia Río Gallegos,[243]​ previendo una guerra civil prolongada donde los rebeldes podían ocupar la Patagonia y sus fuentes energéticas. A la tarde, Rial y Lonardi se comunicaron por radio y resolvieron que cada uno resistiría sin rendirse.[244]

En Córdoba a primera hora de la mañana Lonardi organizó la defensa de su posición en tres grupos: el primero en la Escuela de Aviación Militar y la fábrica de aviones; el segundo en la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica, defendiendo su valiosa pista; y el tercer grupo, más pequeño, estaría detrás de los otros dos, mirando hacia la ciudad de Córdoba. Allí el general Videla Balaguer contaba con dos piezas de artillería prestadas por un suboficial retirado, una pequeña compañía de paracaidistas, un grupo de cadetes y aspirantes de la Fuerza Aérea, y unos nutridos grupos de civiles con poca o nula instrucción militar.[245]​ Ante la inminencia de un asalto crucial por parte de fuerzas leales muy superiores a las rebeldes, Lonardi mandó celebrar «una gran misa de campaña, con confesión general y comunión» en la plaza de armas de la Escuela de Aviación,[245]​ y tras una arenga hizo cantar el himno nacional. El primer ataque contra los rebeldes esa mañana lo efectuó un grupo de Avro Lincolns cuya misión era bombardear las pistas de aterrizaje.[246]​ El gobierno no preveía que los rebeldes tuvieran interceptores, así que la presencia de los Gloster Meteor sorprendió a los bombarderos. Para no disparar sobre camaradas se les invitó por radio a sumarse a la revolución: los intentos fueron en vano, y los bombarderos se retiraron tras una intimación.[247]

La brigada del general Miguel Ángel Íñiguez llegó a Córdoba por el oeste desde Río Primero. Tras él venían el teniente coronel Podestá y el general Sosa Molina. Desde Anisacate avanzaba el general Alberto Morello. En cambio, la V División había llegado a Deán Funes en tren, pero no conseguía la cantidad necesaria de vehículos para seguir avanzando. Además se les había dado la orden de no entrar a la localidad de Jesús María pues se creía que el liceo militar local se había sublevado y en ese caso la mayor parte de los defensores habrían sido alumnos menores de edad.[248]​ Esta suposición se comprobó falsa, y a las 20:30 las tropas emprendieron el avance.[249]

Íñiguez, en cambio, llegó por el oeste avanzando hacia Alta Córdoba. Esporádicamente francotiradores civiles abrían fuego sobre ellos. En la estación de ferrocarril una acción de los comandos los forzó a abandonar sus vehículos:[250]

El tiroteo era esporádico: de a ratos nutrido, después espaciado. Nosotros seguimos avanzando en plena lucha, cuerpo a tierra y de a saltos hasta entrar en la estación, donde había una gran playa de vagones. En cierto momento el ataque de los guerrilleros recrudeció y nos obligó a dar frente hacia el oeste.
Miguel Ángel Íñiguez.[250]

A las 9:30 la estación había sido ocupada por el Ejército Argentino. Los rebeldes, denominados guerrilleros o insurgentes[251]​ por sus adversarios, se apostaron en los hoteles Savoy y Castelar que estaban enfrente, y en unas azoteas vecinas. Un intenso tiroteo cruzaba la calle hasta que un bombardero Calquín atacó la estación: una bomba de napalm cayó sobre vagones vacíos levantando una gran bola de fuego, otra bomba atravesó el techo y se clavó en un andén, sin explotar. Íñiguez resolvió mantenerse en su posición mientras esperaba al resto de sus tropas que iban llegando a la ciudad. A las 15:30 se reanudó el combate, y las tropas gubernamentales ya contaban con morteros y ametralladoras.[250]

En Capital Federal la ocupación de la estación de Alta Córdoba se publicitó como la ocupación de toda la ciudad, quedando pendiente una «operación de limpieza en las sierras y montes».[252]

Anuncia el Comando de Represión que las operaciones de limpieza en Córdoba insumirán el día de la fecha y tal vez, inclusive, parte del de mañana; así lo determina la peculiaridad de la topografía de esa ciudad.
Radio Nacional, 18 de septiembre de 1955.[252]

El general Arnoldo Sosa Molina -hermano del Comandante de operaciones José María Sosa Molina- fue enviado desde Buenos Aires ante el general Morello para llevar órdenes y recabar información sobre el estado de las fuerzas que se reunían en Alta Gracia. Esas tropas avanzaron sobre Córdoba hacia la Escuela de Aviación, pero el camino estaba ligeramente más elevado que la planicie circundante y toda la artillería rebelde les hizo fuego: tuvieron que retirarse. Esto no tuvo un impacto material tan grande como fue el impacto psicológico.[253]

En tanto, en Alta Córdoba el contexto de combate callejero hacía que la defensa y el ataque tomaran características fuera de lo común: no había las tradicionales líneas, sino que los distintos pelotones estaban mal coordinados. Los avances o retrocesos solían ser repentinos y oscilantes.[249]

Lonardi ordenó a Videla Balaguer que se retirara del casco urbano de Córdoba para establecer un único foco de resistencia, pero Videla se negó por dos motivos: primero, que la caída de la ciudad tendría un impacto fulminante en la moral de la tropa; segundo, que él había tomado juramento a todos de luchar hasta el triunfo o morir sin retroceder.[254]​ Durante la tarde Lonardi emitió un radiograma al contraalmirante Rojas: «Córdoba pide acción efectiva urgente sobre Buenos Aires».[255]

Situación al 18 de septiembre.

Al anochecer hubo una pausa en la lucha. Íñiguez recibió de Morello la orden de tomar el Cabildo, pero no la cumplió para evitar una lucha callejera a oscuras. Sosa Molina luego aprobó el comportamiento de Íñiguez. Morello retrocedió a Alta Gracia porque previó, acertadamente, que durante la noche la artillería rebelde atacaría su posición con fuego de aniquilamiento.[256]​ En Alta Gracia el gobernador constitucional, Raúl Luchini, había reunido más de 100 policías con los que pretendía entrar a la ciudad cuando ésta fuera tomada por las tropas leales.[257]

Durante el día se habían despachado por ferrocarril varios tanques hacia Río Cuarto y Villa María; y la Tercera Compañía de Infantería, de la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo, aterrizaría al día siguiente en Las Higueras. La orden era que todas las tropas leales atacaran el 19 al amanecer.[255]

En Mendoza el recibimiento popular que tuvo el ejército, la mansa actitud del gobernador Carlos Horacio Evans cuando entregó el poder, y el hecho de que la CGT atacara a los soldados, hizo que gran parte de la tropa comenzara a simpatizar con el bando rebelde. La posición del general Lagos se consolidó cuando se incautaron potentes piezas de artillería compradas a EE. UU. por el gobierno de Chile que se encontraban en un vagón en tránsito hacia la vecina república. El 19 por la mañana, el capitán García Favre se entrevistó por segunda vez con Lagos y le propuso constituir un territorio beligerante con un gobierno revolucionario provisional, generando así una «complicación internacional seria» para el presidente Perón. De esta manera Lagos podía colaborar con Lonardi aún sin enviar tropas.[258][259]

19 de septiembre

El 19 de septiembre a las 6:10 de la mañana sonó el zafarrancho de combate en el crucero 9 de julio. A las 7:14 comenzó el cañoneo contra los tanques de combustible marplatenses, finalizando el ataque a las 7:23. 63 de los 68 proyectiles disparados cayeron dentro de la zona del blanco: un rectángulo de 200 metros por 75 propiedad de YPF. Los otros cinco lo hicieron a no más de 200 metros de esa zona. No hubo víctimas civiles gracias a que los tanques se hallan a cierta distancia de la zona habitada.[260]​ Luego se bombardearon dependencias del Ejército y de la Armada, mayormente abandonadas por sus ocupantes, y después se entregaron armas a los civiles y policías partidarios del bando rebelde para ocupar la ciudad.[261]​ Paralelamente el crucero 17 de Octubre se aproximaba a La Plata para atacar la destilería de Dock Sud. A las 9:00 se informó a las radios locales para que dieran aviso a la población, pero no lo hicieron porque eso implicaba admitir que la situación bélica no estaba completamente controlada por el gobierno.[262]

Perón no había hablado en público desde el estallido revolucionario. Él esperaba dominar la situación en pocas horas, a lo sumo un par de días, pero la resolución se demoraba y comenzó a decaer su estado de ánimo. El general Raúl Tassi rememora la situación del 19 de septiembre:[263]

En un momento dado yo me encontré en el subsuelo del Ministerio (...) cuando apareció allí el general Perón. (...) Lo ví sumamente nervioso, siendo evidente su depresión al tomar conocimiento de la sublevación de la Agrupación de Montaña Cuyo. (...) Estaba más que nervioso: estaba con miedo... En ese momento se desarmó.
general Raúl Tassi.[263]

El mayor Ignacio Cialcetta, su edecán y pariente, recuerda:[264]

Perón no se metió en nada, dejó todo en manos de Lucero. Estaba un poquito abandonado, aunque no aplastado: no perdió la línea. Durante unos días estuvimos escondidos en una casa de la calle Teodoro García (...) me mostró unos cuadros, tomamos vino. Me dijo estar desilusionado de los hombres, de sus colaboradores, desde hacía tiempo.
Ignacio Cialcetta.[264]

En el Comando de Represión se resolvió convocar a los soldados reservistas de las clases 31, 32 y 33, estimando el refuerzo en unos 18.000 hombres,[264]​ pero el decreto quedó sin ejecutarse tras la evacuación del Ministerio de Guerra, impulsada por el acercamiento de la Flota a Buenos Aires.[265]

Al amanecer del 19 numerosas unidades leales se hallaban dentro de un radio de 100 km del Comando Revolucionario Sur: unos 6.000 o 7.000 hombres con artillería y tanques pero sin apoyo aéreo, contra unos 1.000 infantes de marina, 500 aprendices de la Escuela de Mecánica, 1.000 conscriptos, algo de artillería antiaérea y unos 65 aviones.[265]

Esa madrugada los jefes del regimiento 3 de infantería, Quinteiro y Arrechea, se toparon en Sierra de la Ventana con el regimiento 1 de caballería, que se retiraba de la zona de operaciones por la superioridad aérea de los marinos, la destrucción de los caminos y la dificultad de acercarse al objetivo por esa ruta.[266]​ El regimiento 3 finalmente se reunió con el general Molinuevo, de la III División de caballería. Solo habían llegado el Regimiento 3 y el 2 de artillería comandado por el coronel Martín Garro. Desconocían la situación general del país porque las líneas telefónicas estaban cortadas y no tenían contacto con Buenos Aires; pero aún con las escasas fuerzas concentradas, decidieron atacar Puerto Belgrano.[267]

En Córdoba se habían detenido los combates durante la noche: a las siete de la mañana Moschini avanzó sobre Pajas Blancas y el general Íñiguez reanudó la lucha en la estación de Alta Córdoba. El aeropuerto fue ocupado a las 9:30, y luego el general Moschini se dirigió a la Escuela de Aviación Militar donde estaba el Comando revolucionario.[268]​ Desde Alta Gracia el general Alberto Morello no avanzaba debido al hostigamiento aéreo y el cañoneo de artillería que había recibido el día anterior, y esperaba una oportunidad para avanzar con cautela.[269]​ La lucha callejera continuó toda la mañana: las tropas leales presionaban en su avance tratando de encontrar un punto para cruzar el río Primero y llegar al centro de la ciudad de Córdoba.[270]​ Al mediodía llegó la primera brigada del regimiento 11 de infantería, que se sumó al regimiento 12 dirigido por Íñiguez. El plan era bombardear el puente Centenario y efectuar algunos disparos con el regimiento 12, mientras el 11 daba la vuelta y cruzaba el río por el Abasto.[271]​ Mientras tanto, en Río Cuarto se concentraban fuerzas llegadas en tren desde Buenos Aires. Según Del Carril, «esas fuerzas podían optar por pulverizar primero a Lonardi y después a Lagos, en etapas sucesivas, o podían dividirse en dos sectores, y pulverizar a Lonardi y a Lagos simultáneamente, esto a su entera elección, tal era la superioridad de sus elementos bélicos».[272]​ Sin embargo, a pesar del tamaño de esas unidades, los efectivos en su mayor parte se negaban a atacar a los rebeldes. Terminada la revolución los cañones seguían guardados y los tanques traídos de Buenos Aires nunca habían sido desembarcados de los trenes.[273]

En la base Comandante Espora varios aviones decolaron al amanecer para explorar la zona. Esperaban hallar al enemigo a 30 o 50 kilómetros, previendo que hubiesen avanzado durante la noche. En cambio, descubrieron que casi ninguna unidad había avanzado, y ante el menor hostigamiento los soldados abandonaban los vehículos y huían sin oponer resistencia. Patrullas civiles informaron que la moral de las tropas era extremadamente baja. Cabe recordar que su armamento antiaéreo había quedado en Buenos Aires, porque al inicio de la operación se creía que los rebeldes no tendrían espoletas para detonar sus bombas. La Agrupación de Montaña Neuquén había recibido un tren con provisiones y ocho vagones cisterna con combustible, que fueron bombardeados y destruidos esa mañana.[274]

El desgaste moral con el que Lonardi había especulado al momento de planear la revolución había comenzado a surtir efecto. En Neuquén el capitán Lino Montiel Forzano reunió a un oficial y dos suboficiales de su confianza y logró sublevar al personal del Taller de Mantenimiento de la Agrupación de Montaña. Montiel Forzano organizó varios pelotones de civiles, ocupó una emisora radial, y obtuvo el apoyo de la policía neuquina y del aeródromo local.[275]

A las tres y media de la tarde, 200 soldados partieron de Mendoza en aviones de Aerolíneas Argentinas con destino a Córdoba. Las tropas frescas de infantería eran un refuerzo apreciado.[276]

El renunciamiento de Perón

Desde un punto de vista formal, los momentos en que Perón cesó en el cargo de presidente y en el que asumieron las nuevas autoridades son confusos. En Buenos Aires, Juan Domingo Perón entró al Ministerio de Guerra antes de las seis de la mañana, se reunió con el ministro Lucero y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé, y les informó que estaba dispuesto a renunciar antes de que la Flota bombardeara la Ciudad de Buenos Aires.[277]​ Tenía una especial preocupación por la destilería de YPF en La Plata que él había hecho construir. Pocas horas después Perón le entregó a Lucero una nota manuscrita:[278]

Al Ejército y al Pueblo de la Nación: (...) Hace varios días que intenté alejarme del gobierno si ello era una solución para los actuales problemas políticos. Las circunstancias públicas conocidas me lo impidieron (...) Pienso que es menester una intervención desapasionada y ecuánime para encarar el problema y resolverlo. No creo que exista en el país un hombre con suficiente predicamento para lograrlo, lo que me impulsa a pensar en que lo realice una institución que ha sido, es será una garantía de honradez y patriotismo: el Ejército. El Ejército puede hacerse cargo de la situación, del orden, del gobierno. (...) Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi amor al pueblo me inducen a todo renunciamiento personal. (...)
Juan Domingo Perón, 19 de septiembre de 1955, por la mañana.[278]

Al mediodía, Perón escribió una confusa carta dirigida al general Franklin Lucero, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y leal al gobierno constitucional. En la carta Perón da a entender su renuncia:

Hace algunos días... decidí ceder el poder...Ahora mi decisión es irrevocable... Decisiones análogas del vicepresidente y de los diputados... El Poder del Gobierno pasa por ello automáticamente a las manos del Ejército.
Juan D. Perón. Carta al general Franklin Lucero.[279]

A las 12:52 la Radio del Estado emitió un comunicado en el que se invitaba a los jefes rebeldes a comenzar una tregua y acudir al Ministerio de Guerra para parlamentar. Más tarde Lucero leyó la carta del renunciamiento de Perón, expresó también su propia renuncia al ministerio, y anunció la creación de una Junta Militar para hacerse cargo del gobierno. En Córdoba el Comandante de Represión, José María Sosa Molina se entera por la radio:[280][281]

Al mediodía se me cae el mundo abajo: con la batalla casi ganada, me informaban mis comandantes que habían escuchado por radio la orden de cesar el fuego... No lo podía creer. Teníamos todo en nuestras manos y había que deternerse en las posiciones ganadas. Luego escuché yo también por radio el texto de la renuncia de Perón, y también la de Lucero.
José María Sosa Molina.[282]

El general Íñiguez decidió sacar a sus tropas de la ciudad porque dudaba que todos los civiles fueran a obedecer el alto al fuego, y él no podía contestar.[283]

Ante la propuesta del gobierno, Rojas y Uranga invitaron a un parlamento a bordo del 17 de Octubre, mientras que Lonardi exigió como condición que Perón formalice su renuncia de la forma que manda la ley.[284]

Desde el mediodía la Radio del Estado anunciaba el renunciamiento de Perón.[276]​ Durante el día distintas unidades de las fuerzas armadas fueron declarándose revolucionarias en la provincia de Buenos Aires: la Escuela de Suboficiales, cuyas dos columnas de combate estaban acercándose a Azul, la base aérea Tandil, dirigida por el comodoro Guillermo Espinosa Viale, y el batallón de Zapadores Motorizado Nº1 con asiento en San Nicolás de los Arroyos. Se produjo una reacción en cadena: muchas unidades con oficialidad netamente antiperonista se rebelaron, y las de oficialidad leal o apolítica dejaron de combatir.[285]​ En Río Colorado las tropas de la Agrupación de Montaña Neuquén fueron intimadas a rendirse o sufrir un nuevo bombardeo: su jefe, el general Boucherie, se trasladó a la base Espora para entrevistarse con Rial y cumplir las formalidades. Allí explicó cómo habían sido los movimientos de su tropa, y describió el espanto que le causaban los bombardeados.[285]​ También llegó a la base Espora el coronel Barrates, jefe del Estado Mayor de la III División de caballería, que estaba en Tornquist. Anunció la rendición del general Molinuevo: todas las tropas a su mando abandonaron la lucha, salvo el regimiento 3 de infantería y los blindados. El Regimiento 1 de Caballería, refugiado en una estancia cercana a Tornquist, se plegó a la revolución.[286]​ A las 3:45 de la noche entre el 19 y el 20, Puerto Belgrano recibió un comunicado desde Corrientes, donde la revolución había fracasado: el general Giorello, jefe de la IV División de Caballería, anunció sorpresivamente que todas sus unidades pasaban a disposición del Comando Revolucionario. Por demás, muchas autoridades militares en los Territorios Nacionales patagónicos comenzaron a expresar sus simpatías por el bando rebelde.[287]

Cerca del mediodía se realizó una importante reunión a la que asistieron: el Ministro de Guerra (general Lucero) el Comandante en Jefe del Ejército (general Molina), el Jefe del Estado Mayor (general Wirth), y el subjefe (general Imaz). Lucero informó la importante decisión de Perón y ordenó a Molina integrar la Junta Militar y a Imaz avisar a todas las unidades el cese del fuego. A las 12:45 la Radio del Estado hizo pública esta noticia.[288]​ Pronto se presentaron en la sede del Comando en Jefe todos los generales de la guarnición Buenos Aires, junto al auditor general de las fuerzas armadas, Oscar R. Sacheri, que traía la carta firmada por el presidente y procedió a explicar su contenido: se instaba al Ejército a hacerse cargo de la situación, del orden, y del gobierno. Más de 30 generales estaban en la sala, y por unanimidad se resolvió aceptar la renuncia del presidente y designar una Junta Militar para gobernar el país con los tenientes generales, los generales de división, y el auditor general.[289]​ Después se redactó una proclama que fue firmada por todos los integrantes de la junta: tenientes generales José Domingo Molina y Emilio Forcher, generales de división Carlos Wirth, Audelino Bergallo, Ángel J. Manni, Juan J Polero, Juan José Valle, Raúl Tanco, Carlos Alberto Levene, Oscar Uriondo, Ramón Herrera, Adolfo Botti, José A. Sánchez Toranzo, José León Solís, Guillermo Streicher, Héctor M. Torres Queirel, José C. Sampayo, doctor y general Oscar R. Sacheri.[290]

Una comisión integrada por Wirth, Manni y Forcher, que tenía por objetivo la pacificación y cese de hostilidades, envió un mensaje a Rojas y Uranga solicitando su presencia en el Cabildo de Buenos Aires o en el Palacio de Justicia a partir de las 0 horas del día 20 para iniciar las gestiones de pacificación.[290]

Durante la tarde, para ampliar la representatividad de la Junta, se convocó a los comandantes en jefe de la Fuerza Aérea y de la Marina, brigadier Juan Fabri y almirante Carlos Rivero de Olazábal.[291]​ La junta delineó los pasos a seguir: intervenir todos los gobiernos provinciales y los tres poderes del gobierno nacional, llamar a elecciones según la ley Sáenz Peña, cancelar la reforma constitucional, y conceder una amplia amnistía a todos los involucrados en los bandos revolucionarios, tanto militares como civiles.[292]

A la noche del lunes 19 un grupo de generales habló Perón sobre la anunciada Junta Militar que se haría cargo del gobierno, a lo que el Presidente contestó:[293]

Ustedes están equivocados. Vuestra interpretación sólo puede haber sido el fruto del nerviosismo o de la preocupación: esa carta no ponía en tela de juicio mi calidad de Presidente. Continúo siendo el Jefe de Estado.
Juan Domingo Perón, 19 de septiembre de 1955, por la noche.[293]

Las convocatorias y pedidos de informes que Perón realizara desde las 22:00 del lunes 19 de septiembre provocaron un rechazo casi unánime en los miembros de la Junta Militar. El general Manni explicaba:[294]

El ánimo del cuadro de Generales era de terminar con la lucha entre las fuerzas militares e impedir a toda costa una guerra civil. Por eso creo que tampoco los otros miembros de la junta hayan pensado en la reanudación de las operaciones, hipótesis que en ningún momento se planteó y que personalmente nunca consideré. El Ejército no lucharía para sostener a un gobierno en descrédito, no sería jamás sostén de una tiranía, ni tampoco provocaría una guerra civil. No está de más recordar que (...) toda la población conocía el contenido de los comunicados, reiteradamente transmitidos por radio, y que especialmente aquí en la Capital la gente salió a las calles festejando la caída del ex-mandatario; pero lo más importante fue que a estas horas todas las tropas de la represión bajaron las armas.
General Manni.[294]

Muchos de los generales se negaban a reunirse con Perón, finalmente resolvieron enviarle una delegación de seis personas: Molina, Rivero de Olazábal, Fabri, Forcher, Bergallo y Polero.[294]​ En la reunión, el ex Presidente intentó convencerlos de que en realidad no había renunciado, sino que en la carta de renunciamiento había querido mostrar su disponibilidad a renunciar en el futuro.[295]​ Los miembros de la junta permanecieron firmes y la reunión terminó sin decisiones concluyentes.[296]

20 de septiembre

Situación al 20 de septiembre

Cerca de las 2:00 del día 20 la Junta se había vuelto a reunir para deliberar sobre la actitud de Perón.[296]​ La mayor parte de sus miembros estaba a favor de considerarlo definitivamente renunciado. De pronto, el general Imaz irrumpió en la sala con un grupo de oficiales armados, y emitió un discurso sobre la necesidad de evitar una guerra civil y no dejar que el Ejército sea manipulado. Así Perón quedó definitivamente fuera de la presidencia.[297][298]​ Desde ese momento la cúpula revolucionaria consiguió tranquilizar a muchos oficiales que antes se podían exponer a ser fusilados por sublevarse contra las autoridades constituidas: dado que la constitución no permite que un presidente entregue las instituciones republicanas en manos de una junta militar, entonces ya no había autoridades legítimamente constituidas, ya no había "rebeldes y leales".[299]

Antes, cerca de la medianoche, una columna armada de militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) se aprestaba a salir para atacar el Ministerio de Marina.[300]​ La sede de la agrupación fue rodeado por la gendarmería, la policía, y cadetes del Colegio Militar. Se dispararon gases lacrimógenos y los aliancistas tuvieron que salir desarmados. Pasadas las 2:30 el edificio fue atacado por un tanque, quedando totalmente demolido.[301]​ La Junta procedió a aceptar la renuncia del ministro Franklin Lucero, y a remover a la cúpula de la Dirección Nacional de Seguridad, mediante el nombramiento de nuevos jefes de policía, prefectura y gendarmería.[302]​ También se convocó al Secretario General de la CGT, Hugo di Pietro, quien manifestó que eran inexactas las denuncias de huelgas revolucionarias o de la organización de milicias populares. Por último, el general Manni convocó al mayor Máximo Renner, ayudante de Perón, que se hallaba en el despacho de Lucero, y le dijo:[303]

Esto se acabó, Renner. Ya el general Lucero le habrá comunicado la desaparición de toda autoridad de gobierno. Dígale al general Perón que se vaya del país cuanto antes.
general Manni.[303]

Perón entonces pidió asilo en la embajada Paraguaya. Poco después, Lonardi emitió un bando con el nombre de "Decreto Nº 1" por el que se nombró a sí mismo como "presidente provisional de la Nación", se solicitó el reconocimiento de los otros países y estableció la sede provisoria del gobierno en la Ciudad de Córdoba.[279]

Esa noche reinaba la tranquilidad en Puerto Belgrano por la retirada o rendición de la mayor parte de los atacantes, en cambio en Córdoba, en Mendoza y en el Río de la Plata los rebeldes tenían serias dudas acerca de las intenciones de Perón: habían recibido informes de que varios trenes con tanques y efectivos estaban llegando a Córdoba y a La Plata.[304]​ Durante la madrugada Lonardi, en la Escuela de Aviación, recibió un inquietante mensaje desde la ciudad de Córdoba:[305]

Unidades blindadas (confirmado) en Villa María en un convoy. Avisamos para que hagan lo que puedan. Aquí Cabildo necesita 1.000 bombas Molotoff porque se preparan para entrar en esta ciudad.
Pedro Juan Kuntz, Jefe Cuerpos Civiles de Seguridad.[305]

El día 20 a las 6:30 el general Lagos se embarcó en un avión hacia Córdoba, donde se entrevistó con el general Lonardi. Concluyeron que Lagos debía formar un gobierno revolucionario para continuar la lucha, ya que la ciudad de Córdoba seguía rodeada y se daba por cierta la derrota en ese frente.[306]

En Buenos Aires la fugaz Junta, dedicada a tareas de pacificación, recibió intimaciones de Rojas y Lonardi para que cesaran los movimientos de tropas. Pero en la capital de la república los grupos revolucionarios observaban los movimientos de la Confederación General del Trabajo, la Alianza Libertadora Nacionalista, y el Partido Peronista: en los locales de la ALN locales se repartían armas y había mucho movimiento de personas. Un mensaje enviado cerca del mediodía por Walter Viader resume la situación:[307]

El gobierno envía fuerzas a Córdoba. Moral de sus tropas bajísima, deserciones en masa, carecen de nafta para sus unidades. Sabotaje en los ferrocarriles de Buenos Aires. Tropas de ocupación en parte sublevadas. La Junta Militar defiende posiciones personales. Se opone a los planes de la CGT pero no se puede confiar en ella. Continuaremos hasta el anuncio oficial de rendición incondicional.
Walter Viader, comando rebelde en Buenos Aires.[307]

Río Cuarto vio concentrarse una gran cantidad de tropas gubernamentales; en cambio los rebeldes solo contaban con la presencia de un comando civil dirigido por Luis Torres Fotheringham. Cercana a la ciudad estaba la base aérea Las Higueras, y también el arsenal de Holmberg. La presencia de quince tanques y un nuevo contingente de infantes alarmó a los rebeldes, que planearon para el día siguiente un bombardeo de Las Higueras.[308]​ El general Lagos, desconociendo los acontecimientos de la Junta en Buenos Aires, esbozó la posibilidad de retirarse de San Luis y hacerse fuerte solo en Mendoza.[309]​ Para sumar a la confusión, el Comandante en Jefe del Ejército, general José Domingo Molina, en un mensaje a Lonardi dijo "Informo que Junta Militar aceptó renuncia Señor Presidente (...) Todo movimiento de tropas suspendido."[310]

Los rebeldes sabían que la Junta Militar Peronista afirmaba haber «asumido el gobierno de la república», sin embargo Perón nunca había firmado una renuncia dirigida al Congreso: tan solo un indefinido renunciamiento dirigido a la Nación y al Ejército. Ante el vacío de poder, Lonardi resolvió establecer un gobierno revolucionario, siendo él el presidente, con el capitán Rial como "Secretario General de Gobierno" y el comodoro Krause como "Secretario de Relaciones Exteriores".[311]

El 20 de septiembre por la tarde varios delegados de la Junta de Gobierno, encabezados por el general Forcher, abordaron el crucero 17 de Octubre para presentarse ante el Almirante Rojas. En esa reunión se les informó las demandas de los revolucionarios, que incluían la rendición de todas las fuerzas gubernamentales y el acceso a la presidencia por parte del general Lonardi el día 22.[312]

A la madrugada pudieron establecerse comunicaciones telefónicas entre el gobierno provincial revolucionario de Mendoza y los civiles rebeldes de Buenos Aires, el general Tassi y el doctor Alberto Tedín, para intercambiar noticias.[313]

Fin del conflicto

Al anochecer las tropas leales que habían entrado en la Provincia de Córdoba ya estaban retornando a Tucumán y Santiago del Estero.[314]​ A la medianoche, los enlaces de Lonardi y Krause abordaron el 17 de Octubre e intercambiaron noticias con Rojas.[315]​ Durante la madrugada se produjo el desembarco de los primeros jefes revolucionarios en la Ciudad de Buenos Aires, que ocuparon el Ministerio de Guerra y las principales guarniciones del ejército en esa ciudad.[316]

A las 6 de la mañana del 21 se bombardeó la pista de Las Higueras, tras lo cual las fuerzas leales en Río Cuarto se comunicaron con los rebeldes en Villa Reynolds para anunciar que los generales Prata, Falconnier y Cortínez estaban volviendo a Buenos Aires y los blindados no avanzarían contra Córdoba ni contra San Luis.[317]

Pasadas las 9:30 del 21, la Radio del Estado anunció públicamente que la Junta de Gobierno había aceptado las condiciones de paz de los revolucionarios.[318]​ A las 13:30 el Secretario General de la CGT se dirigió a los trabajadores pidiendo "mantener la más absoluta calma y continuar sus tareas, recibiendo únicamente directivas de esta central obrera. Cada trabajador en su puesto, por el camino de la armonía".[319]

A las 17:30 el general Íñiguez entró en la ciudad de Córdoba para entrevistarse con los vencedores: fue recibido por Ossorio Arana, ya que Lonardi estaba en la casa de gobierno provincial instalando a Videla Balaguer como interventor provincial. Después de eso sus tropas comenzaron la marcha de regreso a la provincia de Santa Fe.[320]

Festejos del bando revolucionario.

El día 22 se realizó el desfile de la victoria en Córdoba por la avenida Vélez Sarsfield: al frente de la comitiva estaban el coronel Arturo Ossorio Arana, el comodoro Cesáreo Domínguez, y el teniente de navío Raúl Ziegler.[321]

El mismo 22 de septiembre, Uruguay reconoció a Lonardi como presidente de Argentina en tanto que éste disolvió el Congreso Nacional y nombró interventores en varias provincias.[279]​ Ese mismo día el general Aramburu y un colaborador del general Lagos se reunieron a evaluar el escenario, y concluyeron que el ala liberal se encontraba en problemas e iba a ser excluida del gobierno que se estaba organizando.[322]

Se acordó que Lonardi volara a Buenos Aires durante las primeras horas del 23, para dar tiempo al arribo de otras figuras revolucionarias del resto del país, especialmente tras la liberación de varios oficiales del ejército que estaban recluidos en Río Gallegos desde el pronunciamiento de 1951, entre ellos Alejandro Agustín Lanusse y Agustín Pío de Elía.[323]

El 23 de septiembre el general Lonardi y el almirante Rojas llegaron a Buenos Aires. Ese mismo día el primero prestó juramento como "Presidente Provisional", y un día después designó al almirante Isaac Rojas con el título de "Vicepresidente Provisional".[279]​ La portada del diario Clarín de ese día convocaba a la población a hacerse presente en la Plaza de Mayo con el siguiente titular: "Cita de honor con la libertad. También para la República la noche ha quedado atrás".[324]

La asunción de Lonardi fue acompañada por una gran multitud reunida en la Plaza de Mayo. Algunas consignas de los manifestantes fueron: "Argentinos sí, nazis no"; "San Martín sí, Rosas no", "YPF sí, California no",[325]​ "No venimos por decreto, ni nos pagan el boleto".[326]​ El 25 de septiembre reconocieron al gobierno militar los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña, éste último luego de prestar importante apoyo a los insurrectos.[327][328]

Gobierno de Eduardo Lonardi

El General de División Eduardo Lonardi en 1955.

El general Eduardo Lonardi gobernó solo 52 días, hasta ser derrocado por el sector liberal de los golpistas. Además padecía un cáncer cuyos síntomas ya eran notables al comienzo de la insurrección y que finalizaría con su vida en marzo del año siguiente.[329]​ Representaba una fracción de las fuerzas armadas, de orientación nacionalista católica, que tenía como objetivo derrocar a Perón y excluirlo de la vida nacional, así como impedir que el peronismo volviera al poder -al menos en lo inmediato-, pero sin recurrir a una represión masiva, ni derogar la Constitución de 1949 y las leyes sociales y laborales que caracterizaron al gobierno peronista.

Desde el triunfo de la revolución, Lonardi planeaba quedarse poco tiempo en el poder debido a su estado de salud. Pensaba convencer a la CGT que aceptara la nueva situación y simplemente ordenar el país para que se recupere lo antes posible de lo que él consideraba una «tiranía».[330]

El lema político que expresaba esa intención fue la consigna pronunciada al asumir el poder, «ni vencedores ni vencidos», tomada de Justo José de Urquiza,[331]​ que se convirtió en una de las frases políticas más famosas de la historia argentina.[332]

Lonardi integró su gobierno con los siguientes ministros:

Al final de su gobierno Lonardi dividió el Ministerio del Interior y Justicia, renunciando entonces el ministro Busso; el 12 de noviembre asumió Luis María de Pablo Pardo como Ministro del Interior y Julio Velar de Irigoyen como Ministro de Justicia.

Dentro del Estado asumieron ciertas responsabilidades minoritarias las demás fuerzas que, junto al nacionalismo católico, habían intervenido en la revolución. En el Ministerio del Interior tuvieron influencia los demócratas progresistas, uno de cuyos líderes, el doctor Sebastián Soler, fue designado Procurador General de la Nación. En el Ministerio de Marina estuvieron los representantes del socialismo con Américo Ghioldi.[333]

Luchas internas y golpe palaciego

A poco de asumir el general Lonardi, se manifestaron las diferencias entre las dos alas del gobierno militar:

  • el ala nacionalista católica, liderada por el propio general Eduardo Lonardi, más proclive a negociar con el peronismo y preservar la mayor parte de las conquistas sociales y laborales realizadas durante los gobiernos de Perón.
  • el ala liberal, liderada por el vicepresidente almirante Isaac Rojas, sostenía un antiperonismo radical, pretendía erradicar totalmente al peronismo de la vida política y sindical argentina, derogar las medidas sociales y laborales establecidas durante el gobierno peronista, y establecer una política económica dirigida por los economistas más conservadores.

En este primer período de la Revolución Libertadora, el peronismo intentó maniobrar aprovechando las diferencias entre ambas corrientes militares, para obtener ventajas y ganar tiempo para reorganizarse alrededor del movimiento sindical. Por esa razón ese momento fue conocido como la entente cordiale.[334]

El 5 de octubre la conducción de la Confederación General del Trabajo (CGT) renunció asumiendo la dirección provisoria Andrés Framini y Luis Natalini de Luz y Fuerza.[335]​ Los sindicalistas negociaban con el régimen militar, a través del Ministro de Trabajo Luis Cerruti Costa, un socialcristiano, abogado del sindicato metalúrgico, que había sido peronista hasta 1947. Al día siguiente de asumir la dirección de la CGT, Framini y Natalini firmaron un pacto formal con el ministro Cerruti Costa, por el cual el gobierno reconocía a las autoridades de la CGT y se comprometía a designar interventores imparciales en los sindicatos, donde se deberían realizar elecciones democráticas en 120 días.[336]​ Por su parte, La CGT aceptó realizar algunas concesiones, como la eliminación del preámbulo del estatuto donde se adoptaba la doctrina peronista y la eliminación del 17 de octubre como feriado.[336]

Para fines del mes de octubre, las tensiones en pugna se acentuaron. El peronismo comenzó a reorganizarse y a recuperar su capacidad de acción, y llegó a realizar una silbatina al vicepresidente de facto, Almirante Isaac Rojas, en ocasión de una visita de este al Hipódromo de San Isidro, que se frustró a los pocos minutos cuando aviones de la Marina de Guerra comenzaron a realizar vuelos rasantes sobre las tribunas.

Por su parte, la CGT aumentó su presión sobre el gobierno para que se abstuviera de intervenir en la situación interna de los sindicatos, buscando imponer direcciones no peronistas. El 26 de octubre, en una reunión con el Ministro de Trabajo Luis Cerruti Costa, La CGT le exigió dejar de apoyar a los grupos opositores, bajo amenaza de declarar una huelga general.[336]​ Cerruti Costa entonces rechaza la exigencia sindical y, dos días después establece nuevas reglas para la "normalización sindical" que, en los hechos, dejaban sin efecto el acta firmada con la CGT. Las nuevas reglas establecían la caducidad de los mandatos de los dirigentes de la CGT y los sindicatos, y el llamado a elecciones controladas por las Fuerzas Armadas.[336]

Ante la actitud ofensiva demostrada por el peronismo a través de la CGT, los sectores liberales del régimen militar se movieron para obtener mayor poder. El 1 de noviembre la Marina ocupó el Ministerio de Trabajo con el fin de desencadenar la represión de los sindicalistas peronistas. Cerruti Costa resiste la presión y logra, con apoyo de Lonardi, un nuevo pacto con la CGT, por el cual vuelven a ser reconocidas las autoridades de la central sindical y se decide designar de común acuerdo a los interventores sindicales que procederían a la normalización.[336]

El ala liberal volvió a tomar la iniciativa el 11 de noviembre, al formarse una Junta Consultiva Nacional del gobierno militar (creada por decreto del 28 de octubre), presidida por el almirante Rojas e integrada por políticos destacados designados por la mayor parte de los partidos antiperonistas. La Junta estuvo integrada por cuatro miembros de la Unión Cívica Radical (Oscar Alende, Juan Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz), cuatro del Partido Socialista (Alicia Moreau de Justo, Américo Ghioldi, Ramón Muñiz y Nicolás Repetto), cuatro por el Partido Demócrata Nacional (José Aguirre Cámara, Rodolfo Coromina Segura, Adolfo Mugica y Reinaldo Pastor), cuatro por el Partido Demócrata Progresista (Juan José Díaz Arana, Julio Argentino Noble, Horacio Thedy y Luciano Molinas), dos por el Partido Demócrata Cristiano (Manuel Ordóñez y Rodolfo Martínez) y dos por la nacionalista Unión Federal (Enrique Arrioti y Horacio Storni).

Asimilándola a un poder legislativo, el gobierno militar decidió que la Junta Consultiva se reuniría en el edificio del Congreso Nacional, y haciendo una interpretación extensiva de la Constitución Nacional (art. 50).[337]​ en la que el Vicepresidente de la Nación es Presidente del Senado, consideró que debía ser presidida por el almirante Rojas, en su condición de Vicepresidente de facto. A la primera sesión de la junta concurrieron casi 300 invitados especiales, y se colocó en el salón un cuadro correspondiente a la Asamblea Constituyente de 1853.

La constitución de la Junta Consultiva influyó decisivamente para que predominara en el gobierno militar el sector liberal y una línea antiperonista radical. Poniendo en evidencia el deplazamiento inminente del sector nacionalista católico, ese mismo día Luis Pandra, del Partido Socialista escribió en el diario La Época:

Vamos a hacer la Revolución Libertadora desde el gobierno, con el gobierno, sin el gobierno o contra el gobierno.
Luis Pandra, La Época, 11 de noviembre de 1955.[338]

El 13 de noviembre un golpe palaciego desalojó del poder al general Lonardi, instalando como nuevo presidente de facto a un liberal, el general Pedro Eugenio Aramburu.[336]​Al día siguiente el gobierno militar dio a conocer tres comunicados con la firma de Aramburu informando de los motivos del desplazamiento de Lonardi: el primero se limitó a informar del cese de Lonardi; el segundo sostiene que Lonardi había sido depuesto debido a la "presencia de grupos que orientaron su política hacia un extremismo totalitario incompatible con las convicciones democráticas de la Revolución Libertadora"; y el tercero amplía las razones acusando al grupo de Lonardi de "escudarse tras el estandarte de la religión católica".[339]

Gobierno de Pedro Eugenio Aramburu

El vicepresidente almirante Isaac Rojas y el presidente teniente general Pedro Eugenio Aramburu, al momento de la asunción de este último el 13 de noviembre de 1955.

El general Pedro Eugenio Aramburu asumió la presidencia de facto el día 13 de noviembre de 1955, en tanto que el almirante Rojas, líder del ala liberal, permaneció como vicepresidente. Se inició así una segunda etapa de la dictadura militar, caracterizada esencialmente por adoptar una línea dura frente al peronismo, abandonando así el lema «ni vencedores, ni vencidos».

Inmediatamente la CGT declaró una huelga general para los días 15, 16 y 17 de noviembre. Ese mismo día el gobierno militar encarceló a más de 9.000 dirigentes sindicales, incluidos Framini y Natalini. El paro solo tuvo adhesión en algunos distritos obreros como Avellaneda, Berisso y Rosario y debió ser levantado al día siguiente de iniciarse. La CGT y la mayor parte de los sindicatos fueron intervenidos por los militares.[336]

Política interna

En el gabinete del nuevo gobierno se produjeron cambios sustanciales respecto al anterior, participando del mismo desde integrantes de la derecha liberal hasta socialistas.

En el Ministerio del Interior, asumieron dos radicales: Laureano Landaburu y Carlos Alconada Aramburú. También eran radicales el Ministro de Educación (Acdel Salas) y el Ministro de Trabajo (Horacio Aguirre Legarreta, frondizista).

Las posturas en contra del peronismo se profundizaron, decidiéndose la disolución del Partido Peronista y la inhabilitación política para sus dirigentes más destacados. Además, se investigaron las presuntas irregularidades producidas durante la presidencia de Perón, a partir de la Comisión General de Investigaciones.

Se intervinieron los sindicatos y la Confederación General del Trabajo (CGT), y se dispuso el encarcelamiento de más de 9.000 dirigentes sindicales, luego de la huelga general declarada el 14 de noviembre de 1955.[340]​ El gobierno militar dictó el Decreto 3855/55 disolviendo el Partido Peronista y luego el 5 de marzo de 1956 el Decreto 4161, de "prohibición de elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista", por el que incluso se prohibía mencionar el nombre de Juan Domingo Perón, castigando a los infractores con penas de hasta seis años de prisión.[341]​ De este modo se inició un largo período proscripción del peronismo de la vida militar, pública y docente que se extendería hasta 1973, y que dio lugar a un movimiento opositor, muchas veces clandestino, conocido como la Resistencia Peronista.

Estampilla del primer aniversario de la Revolución Libertadora.

El 25 de mayo de 1957, agentes del gobierno militar argentino en Caracas, instalados en la embajada argentina en ese país, realizaron un fallido atentado para asesinar a Juan D. Perón, haciendo estallar su auto. En respuesta, Venezuela expulsó al embajador argentino en ese país, general de brigada Carlos Severo Toranzo Montero, hecho que llevó a la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países.[342]

Cuando Aramburu consideró, en 1957, que debía levantarse la proscripción contra el peronismo, se enfrentó duramente con su "vice" Isaac Rojas, quién se opuso férreamente. La medida había sido propuesta por el presidente y el Ministro del Interior, el balbinista Carlos Alconada Aramburú. Aramburu evaluó continuar adelante con la Revolución sin el apoyo de la Marina, aunque esto resultó imposible en la práctica, pues la Marina era el grupo más homogéneo y aguerrido de los que habían participado en el golpe.

Derogación de la Constitución de 1949 y reforma de 1957

Una de las decisiones del general Aramburu fue la derogación de la Constitución de 1949, mediante proclama del 27 de abril de 1956, declarando nula la reforma constitucional realizada en 1949, e imponiendo la Constitución de 1853 con las reformas de 1860, 1866 y 1898.

La decisión fue cuestionada por diversos sectores, debido a la imposibilidad jurídica de que se pudiera aceptar que un presidente de facto militar, derogara una constitución e impusiera otra. La derogación por decisión militar de la Constitución, generó una crisis en la Corte Suprema que, si bien aceptaba una cierta legitimidad del régimen por aplicación de la doctrina de los gobiernos de facto, tenía establecido que un régimen así debía ser provisorio y mantener la Constitución como norma suprema. La crisis llevó a la renuncia de uno de los cinco miembros de la Corte, Jorge Vera Vallejo.[343]

Luego de intensas discusiones sobre como resolver la cuestión, el gobierno militar decidió convocar a una Convención Constituyente que convalidara el acto. A tal efecto, se decidió también que los convencionales a la misma serían elegidos en elecciones en las que no pudiera participar el Partido Peronista.[343]

Las elecciones se realizaron el 28 de julio de 1957 y en ellas el voto en blanco, propuesto por el peronismo, resultó en la primera minoría.[344]

Elecciones para constituyentes de 1957
Partido Cantidad de votos
En blanco 2 119 147
Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) 2 117 160
Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) 1 821 459
Partido Socialista (PS) 525 721
Partido Demócrata Cristiano (PDC) 420 606
Demócrata de Centro (PDC) 407 695
Demócrata (PD) 269 089
Demócrata Progresista (PDP) 263 915
Comunista (PC) 228 451
Cívico Independiente (PCI) 86 441
Partido Laborista (PL) 3 conv.
Partido de los Trabajadores (PCI) 1 conv.
Unión Federal (UF) 1 conv.

La población peronista votó en blanco siguiendo las instrucciones de Perón. Los partidos políticos que apoyaban la reforma (UCRP, PS, PDC, PDP, PD, PDC y PCI) alcanzaron 120 bancas, mientras que los partidos que estaban en contra de la reforma (UCRI, PL, PdelosT, UF) obtuvieron solo 85 bancas. Estos últimos se presentaron en la Convención Constituyente para dejar constancia de que la misma era ilegítima.[343]

La Convención Constituyente se reunió y, en su primera sesión, procedió a convalidar la decisión del gobierno militar de declarar nula la Constitución de 1949 y establecer la vigencia de la Constitución de 1853, con las modificaciones de 1860, 1866 y 1898. Cuando la Convención Constituyente se preparó para proceder a incluir los derechos humanos de segunda generación (sociales y laborales) y aquellos relacionados con una orientación social de la economía, los sectores conservadores que dominaban la Convención, debido a la ausencia del peronismo y de la UCRI, comenzaron a retirarse para dejar a la Convención sin quorum y evitar las reformas. En esa circunstancias, el ala izquierda de la Unión Cívica Radical del Pueblo, liderada por su presidente Crisólogo Larralde, presionó a los delegados del partido para que no abandonaran las reuniones y así logró que se aprobara la inclusión del artículo 14 bis, referidos a los derechos del trabajador, de los gremios y de la seguridad social.[343]

Pero inmediatamente después de votado el artículo 14 bis, los convencionales conservadores y gran parte de los convencionales radicales dejaron simplemente de asistir a la Asamblea, dejando sin quorum a la Convención, que no pudo siquiera tratar la extensa lista de reformas que se había propuesto. La convención se extinguió así informalmente, circunstancia que fue duramente criticada por todo el espectro político.[343]

Sobre el final de la Convención Constituyente de 1957, y ya sin quorum, el convencional socialista Alfredo Palacios, pronunciaba las siguientes palabras:

Los que se han ido serán responsables ante el pueblo y ante la historia. Por hoy basta con el repudio de esta Asamblea y de sus propios compañeros; repudio terrible, Señor Presidente.
Alfredo Palacios.[345]

Comparada con la Constitución de 1949, la reforma constitucional de 1957 realizó algunos agregados y exclusiones de importancia:

  • Agregados: derecho de huelga; la movilidad del salario; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical democrática por la simple inscripción en un registro especial; derecho sindical a concertar convenios colectivos; garantías para los representantes sindicales; naturaleza estatal de la seguridad social; participación de los trabajadores en los organismos de seguridad social. Todos los agregados se encuentran en el art. 14 bis.
  • Exclusiones: derecho de reunión (art. 26); prohibición de discriminar por raza (art. 28); derecho de trabajar (art. 37, I); derecho a la capacitación (art. 37, I); derecho a la preservación de la salud (art. 37, I); derecho a la atención por el Estado de la madre y el niño; igualdad jurídica de hombre y mujer en el matrimonio (art. 37, II); patria potestad compartida (art. 37, II); derechos de la ancianidad (art. 37, III); educación primaria obligatoria y gratuita (art. 37, IV); autonomía universitaria (art. 37, IV); la función social de la propiedad (art. 38); estatización del comercio exterior (art. 40); nacionalización de los recursos mineros y energéticos (art. 40); estatización de los servicios públicos (art. 40); voto directo (arts. 42, 47 y 82).

Levantamiento del general Juan José Valle y fusilamientos

Portada del libro Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh, utilizando como imagen el cuadro El tres de mayo de 1808, de Francisco Goya.

El 9 de junio de 1956 se produjo un levantamiento cívico-militar contra el gobierno de facto de Aramburu, liderado por el general Juan José Valle, quien a su vez estuvo secundado en el mando por el general Raúl Tanco y los dirigentes sindicales Andrés Framini y Armando Cabo.[346][347]

El levantamiento fue rápidamente abortado, debido a que el movimiento había sido infiltrado y el gobierno militar estaba esperando a los insurrectos. Como consecuencia del mismo fueron fusilados 32 civiles y militares, un acto represivo que no tiene antecedentes en la historia argentina. La decisión de fusilar al general Valle respondió a una orden directa del almirante Rojas.

Los fusilamientos estuvieron signados por irregularidades, como la aplicación retroactiva de la ley marcial, decretos pre-redactados, falta de registros sobre la existencia de juicios sumarios y de las órdenes de ejecución, etc. Los mismos incluyeron también fusilamientos clandestinos de civiles en un basural de José León Suárez, que fueron mantenidos ocultos por el gobierno hasta que el periodista Rodolfo Walsh revelara los hechos en un libro clásico titulado Operación Masacre, publicado en 1957. Otro acto abiertamente ilegal fue el asalto a la embajada de Haití por parte de un grupo comando, que secuestró a los insurrectos allí asilados, entre ellos el general Raúl Tanco, los cuales fueron devueltos a su asilo cuando el embajador presentó su reclamo.

Los 18 militares fusilados fueron: el Gral. de División Juan José Valle, Coronel Ricardo Santiago Ibazeta, Coronel Alcibíades Eduardo Cortines, Coronel José Albino Irigoyen, Tte. Coronel Oscar Lorenzo Cogorno, Capitán Eloy Luis Caro, Capitán Dardo Néstor Cano, Capitán Jorge Miguel Costales, Tte. Primero Jorge Leopoldo Noriega, Tte. Primero Néstor Marcel Ovidela, Subteniente Alberto Juan Abadie, Suboficial Ppal. Miguel Ángel Paolini, Suboficial Ppal. Ernesto Garecca, Sargento Ayte. Luis Pugnetti, Sargento Hugo Eladio Quiroga, Sargento Luis Bagnetti, Cabo Miguel José Rodríguez, Cabo Músico Luciano Isaías Rojas. Los 14 civiles fusilados fueron: Clemente Braulio Ross, Norberto Ross, Osvaldo Alberto Albedro, Dante Hipólito Lugo, Aldo Emir Jofré, Miguel Ángel Mauriño, Rolando Zanetta, Ramón Raulvidela, Carlos Irigoyen, Carlos Alberto Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Mario Brion, Vicente Rodríguez.

Momentos antes de ser fusilado, el general Valle le escribió una histórica carta al general Aramburu en la que le reclama duramente la decisión de fusilar a los insurrectos y justifica el levantamiento en la necesidad de defender al pueblo de un gobierno que le estaba "imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica". En uno de sus párrafos la carta dice:

Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.

Los fusilamientos han sido fuertemente cuestionados por actores políticos, observadores e historiadores,[348][349]​ tanto por su falta de legalidad como por el grado de violencia innecesaria que los mismos implicaron, así como por sus consecuencias negativas, desatando desde el Estado un ciclo vicioso de violencia y terror que desembocó en el Terrorismo de Estado en Argentina en las décadas de 1970 y 1980. Más allá de las irregularidades concretas que presentan los fusilamientos en cada caso, quienes cuestionan los mismos destacan que la Constitución Nacional de la Argentina prohíbe la pena de muerte por causas políticas desde 1853.

Entre quienes han justificado legalmente los fusilamientos se encuentra el abogado radicial Carlos Alconada Aramburú, quien al momento del levantamiento se desempeñaba como Fiscal de Estado de la provincia de Buenos Aires y, al año siguiente, sería designado Ministro de Educación y Justicia del gobierno militar. Para Alconada Aramburú, los fusilamientos fueron penas de muerte aplicadas por el delito de insubordinación militar, aplicando las leyes 13.234 de 1948 y 14.062 de 1951. La historiadora María Spinelli, destaca sin embargo, que las leyes invocadas por Alconada Aramburú habían sido derogadas por el propio gobierno militar el año anterior de los levantamientos, mediante los decretos-leyes 140 y 8.313.[326]​ También, en sus respectivas Memorias, defendieron los fusilamientos, el almirante Isaac Rojas (1993), quien los justifica en la necesidad de "salvaguardar los logros de la Revolución Libertadora",[350]​ y el contralmirante Jorge Perren (1997), quien sostiene que era necesario dar un "escarmiento ejemplar al peronismo".[351]

Perón fijó su posición en una carta enviada a Cooke sobre la cual cuenta Miguel Bonasso:

"En carta a Cooke, Perón criticó acerbamente "el golpe militar frustrado", que atribuyó a "la falta de prudencia que caracteriza a los militares". Después, los acusó de haberlo traicionado y conjeturó que, de no haberse ido del país, lo hubieran asesinado "para hacer méritos con los vencedores".[352]

Sobre la misma carta dice el historiador Joseph A. Page:

"En una carta que Perón envió a John William Cooke el mismo día del levantamiento de Valle, no había la más mínima traza de compasión por los militares rebeldes. El conductor criticaba su apresuramiento y falta de prudencia y aseguraba que sólo su ira por haber debido sufrir el retiro involuntario los había motivado a actuar".[353]

Legislación laboral

En materia laboral aprobó el régimen de asignaciones familiares para empleados de comercio[354]​ y trabajadores de la industria.[355]​ También aprobó la primera regulación laboral específica para trabajadores domésticos concediéndoles beneficios laborales como la indemnización por despido, horario de trabajo, vacaciones pagadas, salario por enfermedad, condiciones de trabajo, etc.[356]​También incrementó a $ 30.000 el monto de la indemnización por accidente de trabajo.[357]

Política económica

En el ámbito económico, Argentina ingresó al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. Se realizó y se finalizó una buena cantidad de obra pública, como, por ejemplo, la Usina de San Nicolás, en 1957. Se promovió la industrialización de la Patagonia.

Fundó el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) el 4 de diciembre de 1956 por medio del Decreto Ley 21.680/56 El organismo nació con la finalidad de "impulsar, vigorizar y coordinar el desarrollo de la investigación y extensión agropecuaria y acelerar, con los beneficios de estas funciones fundamentales, la tecnificación y el mejoramiento de la empresa agraria y de la vida rural".

Política cultural y educativa

Durante el gobierno de facto de Aramburu, se reabrió el principal teatro judío de Buenos Aires, el IFT (Teatro Popular Judío), [cita requerida] de tendencia izquierdista. Isidro Odena, identificado con la izquierda, fue nombrado Director Nacional de Radiodifusión. Por otra parte, se creó el Fondo Nacional de las Artes, cuyo primer directorio estuvo presidido por Victoria Ocampo.

Siguiendo la política de proscripción del peronismo, la dictadura militar reprimió sistemáticamente la expresión de las ideas de esa corriente política. De ese modo, fueron clausuradas publicaciones como la revista «De Frente» y el periódico Palabra Argentina, éste último clausurado el 9 de junio de 1957, simultáneamente con el encarcelamiento de su director, Alejandro Olmos.[342]​También se dejaron sin efecto los nombres alusivos al peronismo tales como Eva Perón, Juan Domingo Perón, 26 de julio, 8 de octubre (cumpleaños de Perón), 7 de mayo (cumpleaños de Eva Perón) y 17 de octubre entre otros, que designaban a calles, plazas, estaciones de subterráneo y de ferrocarril (la estación Presidente Perón retomó su nombre de Retiro), municipios, escuelas, hospitales y otros establecimientos públicos. También se cambió el nombre de las provincias Eva Perón (que tomó el nombre de La Pampa) y Presidente Perón (que pasó a denominarse Chaco) y de la ciudad Eva Perón que retornó al nombre de La Plata. También se retiraron los bustos de Eva Perón y de Juan Domingo Perón que estaban en numerosos lugares y establecimientos públicos, como plazas, hospitales, escuelas, etc.

En materia universitaria, la Revolución Libertadora restableció un régimen de autonomía universitaria, con cogobierno estudiantil, con la salvedad de que las universidades no podían permitir el acceso a la cátedra de docentes peronistas o ligados con el peronismo[cita requerida]. El socialista José Luis Romero, fue nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires, a partir de una terna elevada por la FUBA. Jorge Luis Borges fue nombrado director de la Biblioteca Nacional.

En enero de 1956 el gobierno creó la Universidad Nacional del Sur. Por iniciativa de Atilio Dell'Oro Maini también se ocupó de la situación de las Academias Nacionales existentes en el país. El peronismo, disgustado entre otras cosas porque la Academia Argentina de Letras había rehusado solicitar el Premio Nobel de Literatura para Eva Perón, les había quitado el derecho de elegir sus miembros y sus autoridades. El Ministro hizo aprobar un decreto-ley que continuó sin modificaciones en sucesivos gobiernos posteriores, dándoles autonomía académica y si bien debían rendir cuenta de la inversión de los fondos que entregara el Estado para su financiación, el gobierno no intervenía en su funcionamiento ni en la elección de sus autoridades.

Simultáneamente al impulso brindado a las universidades nacionales tradicionales, el gobierno militar implementó una política de desfinanciamiento y postergación de la Universidad Obrera Nacional (UON), creada durante el gobierno de Perón, con la evidente intención de organizarla como instituto de formación no universitario. Los estudiantes de la UON se organizaron para reclamar la misma organización y reconocimiento que las demás universidades, y comenzaron a denominarla Universidad Tecnológica Nacional, denominación que finalmente fue adoptada de manera oficial, cuando la misma fue reconocida y organizada como universidad en 1959, durante el gobierno de Arturo Frondizi.[358]

En materia de investigación científica, el gobierno militar reorganizó el CONITYC y lo renombró como Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), designando a su frente al Premio Nobel Bernardo Houssay.[359]

Relaciones exteriores

En el ámbito de las relaciones exteriores, el gobierno de facto de Aramburu libró una dura batalla con el dictador Alfredo Stroessner, tanto por motivos geopolíticos como doctrinarios. Como embajador en Uruguay fue nombrado el socialista Alfredo Palacios.

Debido al atentado realizado el 25 de mayo de 1957 por agentes del gobierno militar argentino en Caracas para asesinar a Juan D. Perón, Venezuela expulsó al embajador argentino en ese país, general Carlos Toranzo Montero, hecho que llevó a la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países.[342]

La Revolución Libertadora y la oposición peronismo-antiperonismo

La Revolución Libertadora ha sido materia de encendido debates sobre su justificación, en el marco de la oposición entre peronismo y antiperonismo. Históricamente, peronistas y antiperonistas se han acusado mutuamente de no proceder en forma democrática: el peronismo señalando la participación de los políticos antiperonistas en complots, actos terroristas e intentos de golpes de Estado;[360]​ y el antiperonismo señalando el proceder autoritario del gobierno, el control de los medios de comunicación y las acciones represivas.[361]

Sin embargo esos debates se han ido atenuando desde la instalación definitiva de la democracia el 10 de diciembre de 1983. Los gobiernos democráticos instalados desde entonces, han tendido a no reconocer legitimidad histórica a ninguno de los gobiernos militares, incluida la Revolución Libertadora, y se han abstenido de utilizar los nombres de sus gobernantes de facto para designar calles, edificios, plazas y otros espacios públicos, así como realizar actos de conmemoración de los golpes, a la vez que se han aprobado iniciativas para cambiar nombres de espacios públicos que llevaban sus nombres.[362]​ En sentido contrario, los nombres de los funcionarios del gobierno peronista derrocado en 1955, incluido el del presidente Juan D. Perón, han sido aplicados a diversos ámbitos públicos.[363]

Un hecho destacado en esta tendencia es el proceso de cambio de nombre del tramo autopista de la Ruta Nacional Nº 9 que une las ciudades de Rosario y San Nicolás. Al mismo se le había sido impuesto el nombre de Pedro Eugenio Aramburu en 1979, durante la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional.[364]​ En 2005, el Concejo Deliberante de la Ciudad de Rosario, aprobó una resolución declarando que la misma debía ser renombrada como Juan José Valle, en memoria del militar peronista fusilado por la Revolución Libertadora.[365]​ Poco después, ese mismo año, hicieron lo mismo los concejos deliberantes de las ciudades de San Nicolás y Villa Constitución.[366]​ En 2006, el senador justicialista y ex gobernador de Santa Fe Carlos Reutemann y la senadora Roxana Latorre, presentaron un proyecto de ley imponiéndole a la Ruta 9 el nombre de Juan José Valle en toda su extensión, obteniendo la media sanción de la cámara el 11 de abril de 2007; pasado a la Cámara de Diputados, fue aprobado por unanimidad en comisión el 10 de junio de 2008.[367]

En 2008, se inauguró también, frente a la Casa Rosada, un monumento en memoria de las víctimas del Bombardeo de Plaza de mayo de 1955.[368]

La «Revolución Fusiladora», la proscripción y el secuestro de Aramburu

El peronismo y algunos otros sectores de opinión, suelen utilizar el término «Revolución Fusiladora» para referirse a éste período, aludiendo a los fusilamientos de 1956, luego de un fracasado el intento de levantamiento contra el régimen militar encabezado por el general Juan José Valle.[369]

En 1970 el general Pedro Eugenio Aramburu fue secuestrado por el grupo guerrillero Montoneros, de extracción nacionalista-peronista, y sometido a lo que la organización llamó un "juicio revolucionario". Según la versión de Montoneros, a Aramburu se le imputaron "108 cargos de traidor a la patria y de asesino de 27 argentinos", refiriéndose en éste último caso, a los fusilamientos derivados del levantamiento del general Juan José Valle. El "juicio revolucionario" impuso pena de muerte al general Aramburu, la que fue ejecutada mediante un tiro de pistola por Fernando Abal Medina el 1 de junio de ese año.[370]​ Algunos historiadores[cita requerida] han afirmado que las causas de la muerte de Aramburu fueron más complejas, y estaban relacionadas con las circunstancias políticas en las que se estaba desenvolviendo el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, frente al cual el general Aramburu estaba organizando una oposición que llevara a una salida electoral.[371]

A partir del golpe de 1955 también se popularizó el término "gorila", para denominar a los civiles y militares antiperonistas. El término fue tomado de un sketch cómico del humorista Aldo Cammarota que no tenía connotaciones políticas. Inicialmente tuvo un sentido elogioso de los militares y civiles que conspiraban para derrocar a Perón. Con el paso del tiempo, el término adoptó un sentido peyorativo.[372][373]

Véase también

Referencias

Rojas, Isaac F. (1993). MEMORIAS DEL ALMIRANTE ISAAC F. ROJAS: CONVERSACIONES CON JORGE GONZÁLEZ CRESPO. Planeta Argentina. ISBN 9507423508. 

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  • Franklin Lucero, El Precio de la Lealtad - Injusticias sin precedentes en la tradición argentina. Editorial Propulsión.
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  • Florencio José Arnaudo, El año en que quemaron las Iglesias, editorial Pleamar.

Notas

  1. Osvaldo Pellettieri (2006). «La nacionalización del teatro independiente». Teatro del Pueblo: una utopía concretada. Consultado el 7 de septiembre de 2014. 
  2. Por decreto 415 del 6 de octubre de 1955 se dispuso el cese de todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
  3. a b Gambini, Hugo: Historia del peronismo vol. I pág. 258. Buenos Aires 1999 Editorial Planeta Argentina S.A. ISBB obra completa 950-49-0226-X Tomo I 950-49-0227-8 Error en la cita: Etiqueta <ref> no válida; el nombre «Gambini1» está definido varias veces con contenidos diferentes
  4. Historia del voto popular, Todo Argentina ,.
  5. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 55
  6. a b Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 46
  7. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 47
  8. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 48
  9. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 49
  10. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 56
  11. Las órdenes secretas de Perón, por Hugo Gambini para La Nación.
  12. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 57
  13. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 51
  14. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 52
  15. a b Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 53
  16. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 78
  17. a b c Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 79
  18. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 80
  19. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 86
  20. a b c d Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 87
  21. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 88.
  22. Omar Acha, Los Muchachos Peronistas, páginas 66 a 77.
  23. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 88.
  24. Arnaudo, El año en que quemaron las Iglesias, editorial Pleamar, página 4.
  25. Del Carril, Crónica interna de la Revolución Libertadora, páginas 38 y 39.
  26. Omar Acha, Los Muchachos Peronistas, página 67.
  27. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 89.
  28. Del Carril, Crónica interna de la Revolución Libertadora, página 39.
  29. Arnaudo, El año en que quemaron las Iglesias, página 5.
  30. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 90
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  34. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 94
  35. Decreto 20564/54.
  36. Susana Bianchi, Catolicismo y Peronismo, página 297.
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  38. a b Susana Bianchi, Catolicismo y Peronismo, página 298.
  39. Ley 14.394
  40. Horacio Verbitsky, Cristo Vence, página 264.
  41. Horacio Verbitsky, Cristo Vence, página 265.
  42. Decreto 22532/54
  43. a b Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 96
  44. Horacio Verbitsky, Cristo Vence, página 267.
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  54. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 111
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  59. Arnaudo, página 98
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  107. Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 371
  108. a b c Isidoro Ruiz Moreno, La revolución del 55. Cuarta edición. Editorial Claridad. Buenos Aires 2013. ISBN 978-950-620-336-8, página 380 Error en la cita: Etiqueta <ref> no válida; el nombre «RM376» está definido varias veces con contenidos diferentes
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  324. Decíamos ayer: la prensa argentina bajo el Proceso. Eduardo Blaustein y Martín Zubieta. 2006. ISBN 950-581-603-0.
  325. La consigna "YPF sí, California no", estaba referida a una serie de convenios comerciales que el presidente Juan D. Perón había firmado en mayo de 1955, con la empresa California Argentina de Petróleo SA, subsidiaria de la empresa estadounidense Standard Oil de California, con el fin de realizar una explotación mixta con la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), de algunos pozos y alcanzar el autoabastecimiento. La medida era cuestionada por algunos sectores de izquierda que reclaman el monopolio del petróleo por parte de YPF. Ver: Corigliano, Francisco (2004). La política petrolera de Perón, La Nación, 25 de agosto de 2004.
  326. a b Spinelli, María Estela. La desperonización. Una estrategia política de amplio alcance (1955-1958), Historia Política, página 17.
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  328. «Pensamiento Nacional». 
  329. Eduardo Lonardi. Presidente de facto, País Global.
  330. Bonifacio del Carril, Crónica Interna de la Revolución Libertadora, 142-143. "A mi juicio el gobierno revolucionario debía ser enteramente apolítico. A fin de completar la obra de la Revolución, su misión era establecer en el país las condiciones que eran necesarias para que la política pudiese desarrollarse libremente en la calle. (...) La reconstrucción no debía de ninguna manera ser dirigida. Para que fuese auténtica y verdadera debía ser libre y espontáneamente realizada por el pueblo."
  331. La frase "sin vencidos ni vencedores" fue insertada por Justo José de Urquiza en una clásula del tratado que firmara el 8 de octubre de 1851, con motivo de la rendición de Manuel Oribe, aliado Juan Manuel de Rosas, en la Guerra Grande uruguaya, como consecuencia de la rendición de Oribe, pocos días después que Urquiza en alianza con Brasil, iniciara su enfrentamiento a Rosas, y que terminaría con la caída de éste último al año siguiente.
  332. Pigna, Felipe (2007). ¿Ni vencedores ni vencidos?, Clarín, 16 de septiembre de 2007.
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  334. Lerman, Gabriel D. (2007). El nacimiento de las 62 Organizaciones. Entrevista a Santiago Senen González, Página/12, 17 de diciembre de 2007.
  335. Inicialmente se designó para conducir la CGT a un triunvirato integrado por Andrés Framini (textiles) y Luis Natalini (Luz y Fuerza) y Dante Viel (estatales). Pero el gobierno militar rechazó a Viel por tratarse de un empleado público. Godio, Julio (2000). Historia del movimiento obrero argentino (1870-2000). Buenos Aires: Corregidor, Tomo II, pag. 963-969. 950-05-1319-6. ; Lerman, Gabriel D. (2007). El nacimiento de las 62 Organizaciones. Entrevista a Santiago Senen González, Página/12, 17 de diciembre de 2007.
  336. a b c d e f g Godio, Julio (2000). Historia del movimiento obrero argentino (1870-2000). Buenos Aires: Corregidor, Tomo II, pag. 963-969. 950-05-1319-6. 
  337. En 1955 se encontraba vigente aún la Constitución de 1949, derogada por un bando militar al año siguiente.
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  366. Piden cambiar nombre a la autopista, Villa Constitución.
  367. El proyecto fue presentado el 15 de agosto de 2006 y tramitó en el Senado por expediente 2870-S-2006. En la Cámara de Diputados tramita por expediente 0037-S-2007. Fuente: Base de datos del Congreso de la Nación Argentina.
  368. La Presidenta inauguró un monumento al cumplirse el 53º aniversario del bombardeo de Plaza de mayo de 1955, Sitio oficial de la Presidencia de la Nación Argentina, 17 de junio de 2008.
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  370. Mario Firmenich y Norma Arrostito cuentan cómo murió Aramburu, La causa personista, 3 de septiembre de 1974.
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