Cristianismo primitivo

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El pez (ichthus), símbolo de los primeros cristianos, es un acrónimo de 'Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ' [Iêsoûs Khristòs Theoû Huiòs Sôtếr], «Jesús Cristo, Hijo de Dios, [nuestro] Salvador».

El cristianismo primitivo es el nombre que recibe el cristianismo de los tres primeros siglos de su historia. Su final suele situarse en el reinado del emperador romano Constantino el Grande (306-337) que tras su conversión en 312 no solo pone bajo la protección del Estado a la nueva religión lícita sino que intenta poner fin a las disputas internas con la celebración en 325 del Concilio de Nicea, el primer concilio ecuménico de la Iglesia cristiana.[1]​ Por eso este período también ha sido llamado preniceno, precedido a su vez por el denominado por la tradición cristiana como el «período apostólico» que abarcaría desde la crucifixión de Jesús de Nazaret (c. año 30 d.C.) hasta la muerte del último de sus discípulos directos (los «apóstoles») en torno al año 100.[2][3][4]

El cristianismo primitivo fue un fenómeno principalmente urbano y minoritario, oscilando entre la indiferencia de los emperadores y las persecuciones. A partir del Concilio de Nicea la Iglesia cristiana comenzó su rápida transformación hacia una institución mayoritaria y legalmente permitida.

El cristianismo en el siglo I[editar]

Jesús de Nazaret[editar]

Judea y Galilea en la época de Jesús (Yeshúa en hebreo).

Hacia el año 30 d.C., en tiempos del emperador romano Tiberio,[5]​ el reformador judío[6][7][8]Jesús de Nazaret (Yeshúa en arameo y en hebreo)[nota 1]​ fue ajusticiado en Jerusalén, la ciudad sagrada del judaísmo, por orden del prefecto de la provincia romana de Judea Poncio Pilato, a partir de una denuncia presentada por los sacerdotes saduceos que gobernaban el Templo.[9][10][11]​ Fue ejecutado mediante el infamante procedimiento de la crucifixión reservado en el derecho romano a los rebeldes, a los alteradores del orden público y a los bandidos (que no tenían la ciudadanía romana).[12][13][14]​ Durante el año anterior —o los tres años anteriores—[nota 2]​ Jesús había recorrido Galilea anunciando la inminente llegada del «reino de Dios»[15][16]​ y algunos de sus seguidores —un reducido grupo de gente humilde de Galilea, en el que también había mujeres y que estaba encabezado por «los doce», que serían llamados los apóstoles y cuya identidad exacta no se conoce ya que las listas que proporcionan los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles no coinciden [Mc 16:19; Mt 10:20-26; Lc 6:14-16; Hechos 1:13]— lo consideraban el Mesías (el 'ungido'; en hebreo mashíaj), aunque él nunca se presentó como tal.[17][5][18][19][nota 3]

La primera comunidad: los judeocristianos de Jerusalén[editar]

Según el teólogo católico Juan Antonio Estrada, «el propósito de Jesús no era fundar una iglesia separada» sino que «pretendía renovar a Israel con el anuncio de la llegada cercana de Dios... Jesús y sus discípulos esperaban la pronta llegada de ese reinado de Dios. Es decir, defendían una "escatología" cercana. [...] Por eso, no había gran interés por organizar el grupo y prepararlo para la misión. Se esperaba a Dios y a su reino, y se ponía el acento en la conversión de las personas... En ese marco, tampoco había interés por las misiones fuera de Israel ni intencionalidad alguna de constituirse en una religión aparte del judaísmo... La comunidad cristiana era un camino dentro del judaísmo y fue llamada secta de los nazarenos».[20]​ Tras la muerte de Jesús (y la asunción de la creencia en que había resucitado y vuelto junto al Padre), «la proclamación del reino de Dios fue desplazada por el anuncio de la llegada del "reino de Cristo"... La parusía del Crucificado, la segunda venida del Cristo triunfante, desbancó la esperanza primera de un reinado de Dios sobre Israel y desde ahí sobre toda la humanidad», ha afirmado también Juan Antonio Estrada. [21]

La primera comunidad de seguidores de Jesús tras su muerte se formó en Jerusalén. Han sido denominados judeocristianos porque siguieron cumpliendo los preceptos de la Ley judaica (el sabbat, la circuncisión, las reglas alimenticias khóser, etc.) y frecuentando el Templo. En este sentido eran una secta judía, que solo se diferenciaba de las demás en que reconocían a Jesús como El Mesías. Su cohesión se vio reforzada con la llegada a Jerusalén de Santiago, «el hermano del Señor», que pronto se convirtió en su líder, junto con los apóstoles Simón Pedro, Santiago y Juan.[22][23][24]​ A esta comunidad se unieron judíos de otros lugares, e incluso de fuera de Judea, que solían acudir en peregrinación a Jerusalén y que decidieron quedarse. Estos «helenistas», como se los denomina en los Hechos de los Apóstoles, se reunían por separado de los «hebreos» porque su lengua no era el arameo sino el griego. Las relaciones entre ambos grupos no estuvieron exentas de conflictos, como el causado por la queja de los «helenistas» de que sus viudas no recibían el alimento diario que les correspondía.[25][26][27]​ Sin embargo, coincidían en su creencia en la «parusía», la inminente llegada del reino de Dios y a causa de ello muchos de ellos abandonaron su vida habitual, sus familias y sus trabajos, y compartieron sus bienes. Pronto quedaron arruinados y solo consiguieron sobrevivir gracias a las ayudas de otras comunidades de seguidores de Jesús.[28]

Mucho más conflictivas fueron las relaciones de los «helenistas» con las autoridades religiosas judías a causa de sus incumplimientos y críticas de la Ley. De hecho su figura más destacada, Esteban, fue víctima de un linchamiento popular y muerto a pedradas (la lapidación era una de las formas judías, no romanas, de ejecución). Después muchos «helenistas» abandonaron Jerusalén.[29]​ Algunos se marcharon a Antioquía.[26][27]

Más tarde los «hebreos» también fueron objeto de persecución por las autoridades religiosas judías. En 62 el sumo sacerdote Ananías ben Ananías, a pesar de la opinión en contra del Sanedrín en el que tenían mayoría los fariseos, condenó a Santiago y a algunos otros «por transgresión de la Ley» a muerte por lapidación. Finalmente Ananías sería destituido tras las protestas de «los más escrupulosos cumplidores de la Ley», según relató Flavio Josefo.[30][31]​ La comunidad judeocristiana de Jerusalén desaparecería pocos años después tras la derrota de la Gran revuelta judía de 66-70 que también supuso el fin de la teocracia judía y la destrucción del Templo, y que dio paso al judaísmo rabínico.[32][33][34]

El fin de la comunidad judeocristiana de Jerusalén dejó «el campo abierto al predominio del cristianismo helenístico y paulinista cada vez más alejado de la ortodoxia judía y mas preocupado por la expansión entre los gentiles [lo no judíos] que por sus raíces en Israel», ha señalado Jesús Mosterín.[35]​ Una valoración que es compartida por Ramón Teja: «Esta desaparición de la escena de los judeo-cristianos y la profunda confusión que causaron los acontecimientos subsiguientes a la represión romana, que muchos cristianos esperaban que fuera el inicio de la Parusía anunciada por Jesús, dejó la vía libre para la expresión y consolidación de las corrientes cristianas más influidas por el helenismo, la preconizada por Pablo entre ellas».[31]​ De esta forma se produjo la definitiva separación del cristianismo primitivo y el judaísmo rabínico.[36]​ El teólogo Juan Antonio Estrada ha destacado, por su parte, otro efecto: la «superación del templo, en favor de la comunidad». «La comunidad se veía como nuevo lugar de la presencia de Dios... [como] la alternativa al templo destruido».[37]

     Propagación del cristianismo en el año 325 d. C. (estimación)      Propagación del cristianismo en el año 600 d. C.

El inicio de la predicación de la Iglesia como movimiento religioso acaeció tras el evento de Pentecostés en la ciudad de Jerusalén, y entre sus líderes estaban los apóstoles Pedro, Santiago y Juan.[38]​ Estos primeros cristianos se llamaban a sí mismos Nazarenos o los del Camino. Acudían a las sinagogas como todos los demás grupos dentro del judaísmo tradicional y su proclama era de tipo profético. Enseñaban que Jesús de Nazaret era realmente el Mesías anunciado por los profetas, y que a Jesús, a quien las autoridades romanas y judías habían crucificado, Dios lo había resucitado.[39]

En esta pequeña comunidad muchos eran judíos, ya fuera de nacimiento o por conversión, para los cuales se utilizaba el término bíblico «prosélito»,[40]​ y denominados por algunos historiadores como «judeocristianos». También había discípulos provenientes del paganismo y de los samaritanos.[41]Pablo de Tarso, tras su conversión al cristianismo, reivindicó para sí el título de Apóstol de los gentiles y encabezó actividades misioneras hacia los paganos de Arabia, Asia Menor, Grecia, y otros lugares del Imperio Romano.[42]​ Al poco tiempo surgió tensión entre las prácticas judías tradicionales y los gentiles convertidos al cristianismo primitivo. Se produjo una disputa acerca de si los nuevos creyentes de origen gentil debían observar la circuncisión y la Ley de Moisés tal como el pueblo hebreo. Esta disputa indujo una reunión de los apóstoles denominada Concilio de Jerusalén, cerca del año 50, que resolvió no imponer la Ley judía a los cristianos de origen pagano. A partir de este momento el cristianismo comenzó a separarse gradualmente del judaísmo rabínico.

Los cristianos del Período Apostólico sufrieron persecuciones como consecuencia de su rechazo al culto imperial del emperador como divinidad. La persecución aumentó en Asia Menor hacia el final del siglo I,[43]​ así como en Roma en las postrimerías del Gran incendio de Roma en el 64 d. C.

El cristianismo en el siglo II[editar]

Padres Apostólicos[editar]

Policarpo de Esmirna (70-155), discípulo del apóstol Juan.

A fines del siglo I el cristianismo primitivo se separó gradualmente de las demás religiones y del judaísmo, hasta el distanciamiento definitivo después de la destrucción del templo de Jerusalén, en el año 70. Concluida la vida de los apóstoles, las comunidades cristianas mantuvieron viva la práctica de su fe. Una rica fuente de información acerca de la Iglesia Primitiva son los discípulos directos de los apóstoles, llamados Padres Apostólicos. Estos autores, que no conocieron a Cristo sino a sus primeros discípulos, florecieron entre el año 70 y 150 de nuestra era, y los pocos textos supervivientes son una invaluable fuente para contemplar el estado de las comunidades cristianas, sus prácticas de piedad, sus creencias, y su diálogo u oposición con el paganismo y el judaísmo.

Si bien las circunstancias de cada texto son muy variadas, Johannes Quasten subraya tres características principales: la escatología, la nostalgia de un Jesucristo cercano en el tiempo, y una cristología común: «Jesucristo es, para ellos, el Hijo de Dios, preexistente al mundo, que participó en la obra de la creación»".[44]

Entre estos autores se destacan: Ignacio de Antioquía, con sus siete cartas escritas de camino a Roma donde iba a ser martirizado; Clemente de Roma, con su epístola pastoral a los Corintios; y Policarpo de Esmirna, autor de una Epístola y mártir destacado. También cabe mencionar el texto llamado Didaché, un breve catecismo con instrucciones para la celebración del bautismo y la eucaristía.

Apologetas griegos[editar]

Justino el Mártir (114-165) fue un filósofo y mártir cristiano.

A partir del año 130 se desarrolla la Apologética: explicación y defensa del cristianismo ante las autoridades Romanas y ante las autoridades judías. A diferencia de los escritos íntimos y pastorales de los Padres Apostólicos, los apologetas tuvieron por destinatarios a la élite pagana, por eso explotaron las doctrinas de la filosofía para difundir el mensaje cristiano en los medios de mayor cultura y poder.[45]​ No se trata de escritos catequéticos sino de defensa, y por tanto, el contenido doctrinal es más bien pobre.

Los escritos de Justino el Mártir ejemplifican el espíritu del cristianismo en los años 140 a 160: entusiasmo y diálogo razonado, tratando de convencer a la población culta mediante ejemplos de la filosofía griega. Sus descripciones de la doctrina y los ritos cristianos explican en detalle qué creía y cómo vivía su comunidad, aunque sin el nivel de reflexión teológica que se desarrolló posteriormente.[46]

En el contexto de los Apologistas Griegos un autor anónimo compuso la célebre carta a Diogneto, una de las obras cumbre de los primeros cristianos por la singular belleza y elegancia de su estilo; también se destacan los escritos de Arístides, Taciano, Teófilo de Antioquía, entre otros.

Durante esta época ya se conocen mártires en distintas regiones del imperio: Antíoco de Sulcis en Cerdeña, Zaqueo de Jerusalén, Julián de Emesa en Siria, Zacarías de Vienne en Galia, Potito en Sárdica, los mártires escilitanos en África, etc.

Literatura antiherética[editar]

Ireneo de Lyon (140-202), discípulo de Policarpo y Justino.

Desde mediados del siglo II surge la denominada «literatura antiherética» como respuesta a la diversidad de visiones dentro y fuera de la Iglesia, y por la multitud de movimientos espirituales que adoptaron algunos elementos del cristianismo, como las religiones gnósticas; esta diversidad fue categorizada como novedad o herejía por la iglesia mayoritaria.[47]​ Ante esta situación aparece una variedad de respuestas por parte de la jerarquía eclesiástica y por diversos autores que avanzan en el estudio la teología y la reflexión doctrinaria.

Se destaca Ireneo de Lyon (140-202) cuyas obras explican al detalle la controversia con el gnosticismo y escribe el primer tratado de contenido teológico que se conserva: ante las objeciones de cada grupo, Ireneo expone detalladamente la doctrina tradicional y la contrasta también con los textos sagrados. Desarrolla los primeros textos extensos acerca de Cristo, la resurrección de la carne, y otros temas.

Ireneo intercede ante el papa Víctor I en favor de los cristianos de Asia que calculaban la fecha de Pascua por el mismo método que los judíos, según el calendario lunar. También se muestra relativamente laxo con los que adhirieron al montanismo, un grupo con prácticas ascéticas muy estrictas (prohibiendo completamente el vino y el matrimonio) que chocaba con la disciplina tradicional de la Iglesia.

La Escuela de Alejandría[editar]

Clemente (150-217) fue maestro en Alejandría.

La ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en 331 a. C., fue centro cultural del helenismo y crisol de perspectivas filosóficas egipcias, orientales y griegas. En tiempos de Jesús ya contaba con una numerosa comunidad judía helénica: fue en Alejandría donde por primera vez se tradujo el Antiguo Testamento al idioma griego, en la versión llamada Septuaginta. En esa ciudad enseñó Filón, filósofo judeo-helénico, dedicado a armonizar la filosofía con el monoteísmo. Los cristianos, arribados a mediados del siglo I, se encontraron con un medio ambiente muy culto, abierto a nuevas ideas siempre y cuando estuvieran bien fundamentadas.[48]

Si los padres apostólicos escribieron pocos y breves textos pastorales, y los primeros apologistas griegos se preocuparon en defender al cristianismo y contestar las objeciones ajenas, en Alejandría por primera vez nació el estudio sistemático y completo de la teología. La Escuela Alejandrina buscó educar en el cristianismo a la clase alta de una ciudad helénica mediante la exposición ordenada, sistemática y completa de toda la fe cristiana. Los maestros de esta escuela enfrentaban un ambiente social muy compenetrado en temas teóricos de la metafísica, así pues muestran una preferencia por el platonismo y las interpretaciones alegóricas de la Sagrada Escritura.[49]

El primer maestro de la Escuela fue Panteno, que la lideró cerca del año 180; aunque más famosos y prolíficos fueron los maestros que le sucedieron como Clemente de Alejandría (150-217).

El cristianismo en el siglo III y principios del IV[editar]

Pablo el Ermitaño (228-341) impulsó el monasticismo.

A partir del año 200 se multiplican las comunidades y los autores cristianos dentro y fuera del Imperio Romano, especialmente en Siria y el norte de África. En Occidente la lengua principal del culto deja de ser el griego y pasa al latín. Se profundiza la teología y los pormenores de la cristología y la doctrina trinitaria. Sucede la controversia de los donatistas, que no aceptaban el arrepentimiento de los presbíteros que hubieran renunciado al cristianismo durante la persecución.

Se hallan instrucciones litúrgicas muy desarrolladas como la Tradición Apostólica (Occidente) y la Didascalia apostolorum (Oriente), y distintas oraciones e himnos como el Sursum corda, Sub tuum praesidium, etc. Se multiplica también la cantidad de monjes a partir de las actividades de Pablo el Ermitaño (228-341) y Antonio Abad (251-356). A partir de la persecución de Valeriano en el año 259 sobreviene un período de paz para la Iglesia en el que se construyen cientos de iglesias y muchos cristianos salen a la vida pública. Este período finaliza en el año 303 con la Gran Persecución, iniciada por Diocleciano en la ciudad de Nicomedia. Por este motivo son pocos los restos arqueológicos de los primeros cristianos; aunque sobrevivieron, por ejemplo, las ruinas de una pequeña iglesia en la localidad mesopotámica de Dura Europos.

Entre los autores de este período se destacan Tertuliano (160-220), Hipólito de Roma (170-236), Orígenes (184-253), Cipriano de Cartago (200-258) y Lactancio (250-325).

Fin del período primitivo[editar]

A principios del cuarto siglo surge la controversia arriana, durante la cual muchos miembros de la jerarquía eclesiástica y algunos emperadores negaron la divinidad de Jesucristo. Esta postura dio pie a severos conflictos durante el siglo IV, y fue finalmente abandonada.

A pesar de las persecuciones, la iglesia clandestina creció en número de miembros y en dispersión geográfica hasta convertir al primer emperador cristiano, Flavio Valerio Constantino. En el año 313 el cristianismo fue legalizado, lo cual facilitó la reconstrucción de iglesias y la presencia pública de esta fe.

En el año 325, Constantino convocó el Concilio de Nicea, una reunión de obispos cristianos venidos de todo el mundo con el objeto de zanjar diferencias de praxis y de doctrina entre todas las iglesias. Este Concilio condenó el arrianismo y dio fin a la era primitiva del cristianismo.

Escritores y textos[editar]

Línea de tiempo con los principales escritores y textos de los primeros cristianos, junto a las principales persecuciones y el primer concilio de Nicea:

Efrén el SirioAtanasio de AlejandríaPacomioAfraatesDidascalia apostolorumEusebio de CesareaMetodio de OlimpiaArnobio de SiccaAntonio AbadVictorino de PettauLactancioLuciano de NicomediaPablo el ermitañoTradición apostólica (Hipólito de Roma)Gregorio TaumaturgoNovacianoDionisio de AlejandríaCipriano de CartagoOrígenesHipólito de RomaMuncio FélixSexto Julio AfricanoTertulianoA DiognetoClemente de AlejandríaIreneo de LyonAtenágoras de AtenasPantenoTacianoMelitón de SardesJustino MártirPastor de HermasPolicarpo de EsmirnaPapías de HierápolisEpístola de BernabéArístides de AtenasDidachéSegunda epístola de ClementeClemente RomanoIgnacio de AntioquíaEra apostólica

Catacumbas, persecución y martirio[editar]

Procesión en las catacumbas de Calixto.

El mundo cristiano estuvo signado por la persecución estatal desde sus inicios, pero especialmente durante los 250 años entre el incendio de Roma del año 65 hasta el Edicto de Tolerancia del año 313, por este motivo una de las características del cristianismo primitivo es la clandestinidad de sus reuniones. Desde inicios del siglo II se popularizó el género literario de las Acta Martyrum, que describen con emoción las circunstancias de persecución y muerte de los santos. Tan característico era el martirio que esta época es denominada la Era de los Mártires, y la Iglesia de Alejandría comenzó a contar el paso de los años desde la Gran Persecución de Diocelciano.

Por la epístola de Clemente Romano (año 96) se toma noticia de los estragos causados por la persecución de Nerón, aunque el primer relato extenso y detallado de un martirio fue el de Policarpo de Esmirna en el año 155: este importante texto, joya de la primitiva literatura cristiana, narra la situación previa a la persecución, el arresto del mártir, el proceso judicial, la condena, la actitud heroica durante ejecución de la pena, y el destino de las reliquias.

Se destaca también el caso de Perpetua y Felicidad, cuyo martirio acaeció durante la persecución de Septimio Severo en 202. La vívida Passio Perpetuae et Felicitatis describe la fortaleza de ambas en medio de los tormentos. Entre los mártires se destacan muchas mujeres, como Cecilia (†230), Águeda (†261), Inés (†291) y Lucía (†304).

Las catacumbas de la ciudad de Roma son galerías subterráneas excavadas en el suelo para organizar en ellas los enterramientos de los muertos de los primeros cristianos. Estos subterráneos fueron en limitadas ocasiones lugar de culto, pero principalmente de enterramiento. Sus paredes están repletas de nichos, donde se disponen los cuerpos en horizontal por niveles. En algunas hay hasta 12 niveles y en otras tan solo 3: todo depende de la altura de la galería construida, además de la solidez de la roca. Los corredores son largos y estrechos, tan estrechos que malamente pueden caber dos personas que se crucen. Se cortan los unos a los otros de mil maneras y el resultado es un verdadero laberinto que puede llegar a ser peligroso si no hay un guía.[50]

Las catacumbas también servían como lugar de culto en determinadas ocasiones.[50]​ En algunos casos tenían luz solar que entraba por una abertura que daba al campo y que servía también para introducir los cadáveres. Pero estas aberturas no eran muy frecuentes; lo común era que la iluminación se diese por medio de las lámparas de bronce suspendidas de la bóveda por unas cadenas.

Entierro de mártires en las catacumbas, representación de Lenepveu, 1855, óleo sobre tela.

Liturgia y culto[editar]

Mesa de ágape, fresco en las catacumbas de San Calixto.
La Inscripción de Akeptous, parte de un suelo de mosaico de la iglesia de Megido del siglo III, Israel.

El culto comunitario del cristianismo primitivo comparte algunas características con el de la sinagoga tales como el canto de los salmos y las lecturas de la Biblia, pero agrega el elemento central de la eucaristía, una ceremonia sacrificial y memorial de la Última Cena que en los primeros cien años de cristianismo era precedida habitualmente de una comida comunitaria denominada ágape. Si bien el culto público se celebraba los domingos, la práctica del cristianismo incluía hacer oración todos los días, en particular el Padre Nuestro, y hacer ayuno los miércoles y viernes.[51]

Monasticismo: vírgenes, anacoretas y cenobitas[editar]

Desde la era apostólica el cristianismo impulsó el estilo de vida célibe, y a lo largo del período pre-niceno se multiplican los testimonios de personas que sienten el llamado para seguir esa vida. En torno al año 155, escribe Justino el Mártir al Emperador en su Primera Apología: «Nosotros o nos casamos desde el principio por el solo fin de la generación de los hijos, o, de renunciar al matrimonio, permanecemos absolutamente castos».[52]

El fenómeno monástico, ya conocido desde el judaísmo inmediatamente anterior a Cristo, se expandió rápidamente a causa de las persecuciones en Egipto y se diversificó en dos tendencias. En primer término el monasticismo anacoreta, cuyo primer exponente de peso fue Pablo el Ermitaño, inspiró a muchos monjes para vivir apartados del mundo en una vida solitaria de oración y contemplación. Posteriormente, a inicios del siglo IV, el movimiento cenobítico aglutinó comunidades cuyo énfasis religioso giraba en torno a la vida en común.

Arte[editar]

Fresco del III siglo en las Catacumbas de San Calixto, Cristo como Buen Pastor.
Representación de la Crucifixión en la puerta de madera de la basílica de Santa Sabina (principios del siglo V). Se ha solido considerar como la representación más antigua que se ha conservado de la Crucifixión de Cristo. En ella la madera de la cruz está representada sólo de modo alusivo. Cristo aparece con los brazos extendidos a derecha e izquierda del cuerpo, un gesto de vencedor que fue prefigurado por Moisés durante la victoria sobre los amalecitas, según relata el libro del Exodo. Como ha señalado Paul Veyne, en el cristianismo primitivo «la Cruz era símbolo no de suplicio, sino de victoria, tropaeum Passionis, triumphalem crucem [‘la cruz triunfal, ese trofeo de la Pasión’, Prudencio]. No se tenía continuamente ante los ojos la Pasión y la muerte de Cristo. No era la víctima expiatoria, el sacrificio del Crucificado en el Calvario lo que provocaba conversiones, sino el triunfo del Resucitado sobre la muerte».[53]

El cristianismo primitivo desarrolla variados tipos artísticos ya sea en el campo de la música, la literatura, la pintura y la escultura. En Occidente las primeras manifestaciones artísticas de los cristianos reciben un gran influjo del arte romano tanto en la arquitectura de las primeras iglesias como en las artes figurativas.

Las primeras expresiones del arte poético pueden remontarse a las Odas de Salomón, aunque ya desde el Nuevo Testamento se encuentran himnos y cantos de naturaleza poética.

Jerarquía eclesiástica[editar]

En el nuevo testamento se menciona la existencia del epískopo, o sea inspector, supervisor, en la comunidad cristiana. Se conservan testimonios de muchos epískopos de fines del siglo I y comienzos de II, como Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, Onésimo de Éfeso, etc,[54]​ y desde el año 150 en adelante la sucesión ininterrumpida de epískopos desde tiempos de los apóstoles es considerada una demostración de autoridad doctrinaria, eco de la predicación original y garantía de continuidad; lo cual está en contradicción con las ideas de los gnósticos, que decían poseer un conocimiento novedoso y secreto.

En efecto, podemos enumerar a los que fueron instituidos por los apóstoles como obispos sucesores suyos hasta nosotros (...)

Indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a sí mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos. (...) En efecto, los apóstoles (Pedro y Pablo), habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención Pablo en la carta a Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con ellos; y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los apóstoles, y tenía la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles (...)

A Clemente sucedió Evaristo. Y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a partir de los apóstoles, fue nombrado Sixto, y después de éste Telesforo, que tuvo un martirio gloriosísimo. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros (...)
San Ireneo, año 190 aprox.[55]

Diferencias doctrinales[editar]

Adán y Eva representados en las catacumbas de San Marcelino

Durante el período de los Primeros Cristianos surgió una variedad de ideas y desarrollos que, finalmente, fueron considerados heterodoxos por la opinión mayoritaria dentro de la Iglesia. El Nuevo Testamento menciona negativamente a dos de estos grupos:

Durante los siglos posteriores surgieron muchas otras doctrinas y comunidades consideradas heterodoxas, o herejías, entre las que cabe mencionar:

  • Gnosticismo, un conjunto de sistemas religiosos caracterizados por su rechazo del mundo material, y la búsqueda de una vida pura y espiritual basada en el conocimiento (gnosis). Postulaban la existencia de un dios bueno, creador del espíritu, y un dios malo, creador de la materia. Dentro de las religiones gnósticas con mayor o menor grado de elementos cristianos se encuentran: los Setianos, los Ofitas, el Valentinianismo, los Basilideanos, y los seguidores de Cerinto, entre otros. Además las religiones del Maniqueísmo y el Mandeísmo se clasifican como sistemas de características gnósticas.
  • Docetismo, la idea de que el Logos no podía encarnarse realmente, sino que el cuerpo de Jesucristo era una apariencia.
  • Marcionismo, un grupo cristiano nacido en Roma en el año 144, bajo la premisa de rechazar radicalmente cualquier nexo con el judaísmo, en particular se negaba a reconocer al Antiguo Testamento como escrituras sagradas. El Marcionismo también se clasifica dentro del docetismo por afirmar que Jesucristo era tan divino que no podría haber sido carne, sino que su cuerpo era una apariencia. Además se lo considera un sistema gnóstico ya que propone un dios bueno, creador del espíritu (el dios de Jesucristo); y un dios malo creador de la materia (el dios de los Judíos del Antiguo Testamento).
  • Adopcionismo, la doctrina de que Jesucristo era un ser humano común y corriente, y fue luego adoptado por Dios y elevado a la categoría divina.
  • Arrianismo, la idea de que el Logos no era eterno sino creado por Dios Padre y posteriormente elevado a una categoría divina.
  • Apolinarismo, doctrina surgida como reacción inversa al arrianismo, postula que Cristo tenía cuerpo humano pero no un alma, sino que el Logos cumplía las funciones del alma.

Desarrollo del Canon Bíblico[editar]

Bautismo representado en las catacumbas de San Calixto

Una característica del Cristianismo Primitivo es la ausencia de la Biblia tal como se conoce hoy día con un Antiguo Testamento y un Nuevo Testamento bien definidos y recopilados en un solo volumen.

Los primeros cristianos generalmente utilizaban y reverenciaban la Biblia Judía como su libro sagrado, fundamentalmente a través de la traducción griega Septuaginta, que es citada literalmente por los apóstoles en los escritos canónicos, particularmente por Pablo de Tarso.[56]​ Más tarde esta versión de la biblia fue utilizada por los Padres Apostólicos y por muchos otros escritores cristianos posteriores de habla griega.

En cambio el Nuevo Testamento con los 27 libros actualmente aceptados no quedó fijo sino hasta fines del siglo IV y principios del V, o sea unos cien años después de terminado el período del cristianismo primitivo, y unos 70 años después de la muerte de Constantino, el primer emperador cristiano. De hecho hay que esperar hasta el año 367 para hallar por primera vez una lista de libros que coincida exactamente con el Nuevo Testamento actual, sin agregar ni quitar nada.

Si bien la mayoría de los primeros cristianos aceptaron los cuatro evangelios, hubo muchas dudas acerca de incluir o excluir distintas epístolas y el Apocalipsis. Además muchos cristianos dieron por canónicos ciertos textos que hoy no se incluyen en la Biblia, tales como el Evangelio de Santiago, la Didaché, la Epístola de Clemente, el Pastor de Hermas, etc.

Era también común la transmisión de resúmenes, citas sueltas, y armonizaciones de los evangelios combinando los distintos textos en una sola narración continua: de hecho el Diatessaron de Taciano (siglo II) fue durante muchos años la única versión de los evangelios hallada en Siria hasta la traducción Peshitta del siglo V.

Cronología de escritura[editar]

Pablo de Tarso escribe la Primera Carta a los Tesalonicenses dirigida a la comunidad de Tesalónica, fundada en el año 50. Este es el texto más antiguo del Nuevo Testamento. Ya se definen por escrito algunos de los dogmas más importantes del cristianismo. Se afirma la creencia en la resurrección de los muertos. Creían en esos momentos que la segunda venida de Cristo era inminente. Se preocupaban y entristecían porque algunos seres queridos morían sin haber visto llegar a Jesucristo en la gloria del final de los tiempos.

Durante el tercer viaje de Pablo de Tarso, el Apóstol escribe la mayoría de su obra epistolar. Tradicionalmente esta etapa se data de los años 54 a 57, en tanto que las posturas revisionistas tienden a ubicarla entre los años 51 y 54. En esa etapa Pablo escribió buena parte de su obra epistolar: la Carta a los gálatas, la Carta a los filipenses, dirigida a la comunidad de Filipo, fundada hacia el año 49, la Carta a Filemón y la Carta a los romanos. Esta última está datada de los años 55 a 58.[57]

Años 70-100. Redacción de los evangelios[editar]

Año 70: El estudio crítico del Evangelio según Marcos ha aportado en los últimos años datos acerca de las características de las primitivas comunidades cristianas.

Año 80: En el Evangelio según Mateo se observa la relación conflictiva de la primitiva comunidad cristiana con los fariseos que habían escapado a la destrucción de Jerusalén. El Evangelio según Lucas muestra ciertas características de las comunidades cristianas procedentes del paganismo.

Fines del siglo I. El Evangelio según Juan, las cartas y el libro del Apocalipsis aportan algunos datos del final del siglo I y principios del siglo II, que estuvo marcado por las persecuciones romanas.

Véase también[editar]

Referencias[editar]

  1. Teja, 1990, pp. 39-40. «La política de Constantino que no sólo privilegió a la Iglesia, sino que se apoyó en ella como instrumento para desarrollar sus proyectos políticos, determinó el futuro del cristianismo hasta nuestros días, hasta el punto de que se puede hablar de dos historias del cristianismo, antes y después de Constantino».
  2. Ramsay MacMullen, "Christianizing The Roman Empire A.D. 100-400, Yale University Press, 1984, ISBN 0-300-03642-6. Fuente citada en Constantine the Great and Christianity González, Justo L. (1984). The Story of Christianity: Vol. 1: The Early Church to the Reformation. San Francisco: Harper. ISBN 0-06-063315-8. Fuente citada en Medieval Christianity
  3. Geza Vermes, Christian Beginnings: From Nazareth to Nicaea, Yale University Press, USA, 2013, p. 134
  4. Everett Ferguson, Encyclopedia of Early Christianity, Routledge, Abingdon-on-Thames, 2013, p. 254
  5. a b Teja, 1990, p. 23.
  6. Mosterín, 2010, pp. 20-22. «Desde luego Jesús nunca pretendió salirse de la ortodoxia judía ni declarar abolida o caduca la Ley (la Torá), como más tarde haría Pablo de Tarso. [...] Dentro del judaísmo, Jesús predicaba en nombre de la gente humilde... y reclamaba una mayor atención al espíritu que a la letra de la Ley. [...] Denunciaba la arrogancia de los expertos intelectuales y letrados más preocupados de los detalles y los formalismos externos que de la bondad interior. En esto estaba básicamente de acuerdo con los fariseos, aunque Jesús no se tomaba tan en serio la casuística de la Ley... En lo que fundamentalmente Jesús se diferenciaba de los fariseos era en su mayor radicalismo, en sus connotaciones apocalípticas de raíz bautista y en su oposición a las autoridades y a las clases altas».
  7. Pérez Fernández, 2003, p. 71. «Jesús se entiende más plausiblemente en el contexto de los movimientos internos renovadores del judaísmo y sobre la base de la tradición bíblica profética, apocalíptica y sapiencial».
  8. Estrada, 2003, p. 126-127. «Jesús era un reformador judío, el profeta del reinado de Dios, tanto en sentido espacial (reino que se hace presente en Israel) como personal (señorío de Dios en la sociedad)... Jesús se inscribe dentro de un movimiento profético reformador, con tintes mesiánicos y apocalípticos, vinculado a Juan el Bautista y con una visión muy peculiar sobre el señorío de Dios sobre Israel. [...] Es decir, históricamente Jesús fue un reformador judío y no fundó ninguna nueva religión».
  9. Mosterín, 2010, pp. 28-30. «Cuando finalmente Jesús se decidió a subir a Jerusalén, su presencia y la de sus seguidores armados resultaban lo suficientemente conflictivas como para que las autoridades judías estuvieran asustadas, temiendo una alteración del orden público que provocara la represión romana. [...] Jesús había sido aclamado como rey davídico por sus seguidores en Jerusalén y había provocado altercados en el templo. Los romanos lo toleraban casi todo, excepto el desorden y la rebelión, que siempre reprimían con dureza».
  10. Teja, 1990, pp. 23-24. «La responsabilidad y las causas de la condena a muerte de Jesús no están claras por la deformación apologética del hecho que ofrecen las principales fuentes disponibles, los evangelios. Es evidente que la iniciativa de la acusación partió de las autoridades religiosas judías y que el trasfondo en que surgió ésta fue la agitada vida política de la Palestina de la época en que proliferaban los movimientos religiosos de tipo nacionalista y mesiánico. [...] En cualquier caso es evidente que la condena fue dictada por la autoridad romana, Poncio Pilato... No obstante, la tradición cristiana posterior intentará descargar de responsabilidad a Pilato y cargar las tintas en los judíos».
  11. Pérez Fernández, 2003, p. 110. «Sin duda ninguna en el proceso influyó la denuncia de la aristocracia jerosolimitana... En la instancia judía, antes de llegar a Pilato, a Jesús se le acusa de amenazar al templo, hacerse mesías y blasfemar. Los sacerdotes, y especialmente la aristocracia senatorial jerosolimitana, tenían que ser muy sensibles a toda actitud que pudiera entenderse como desacato a la santidad del templo... Las opiniones más radicales de Jesús ante la Ley podían caer también bajo la acusación de blasfemia».
  12. Mosterín, 2010, pp. 30-31. «Si Jesús hubiera sido acusado de un crimen religioso, habría sido entregado a la autoridad judía del Sanedrín. Si hubiera sido condenado a muerte por esta, habría sido ejecutado por lapidación (como Esteban o Jacobo luego) o ahorcado, o quemado, o decapitado. Pero los judíos no crucificaban. La crucifixión era la forma típica de ejecución infamante de los romanos. Que Jesús fuera crucificado es señal inequívoca de que sus jueces y ejecutores fueron romanos, y de que su crimen fue político: la rebelión. La acusación de proclamarse "rey de los judíos" era política no religiosa».
  13. Teja, 1990, pp. 23-24. «[La condena] fue ejecutada por soldados romanos y se realizó por el sistema de la crucifixión según práctica frecuente en la época para los acusados de sedición o alteración del orden público y que no tenían la condición de ciudadanos romanos».
  14. Pérez Fernández, 2003, p. 108; 110. «El poder romano intervino decisivamente, pues él tenía el ius gladii o la capacidad de ejecutar la pensa de muerte; además la crucifixión era castigo típico de Roma para los no ciudadanos romanos, summum supplicium en expresión de Cicerón... La ejecución ciertamente no fue llevada a cabo según la praxis judía, que preveía la lapidación. [...] El título de la cruz, "El Rey de los Judíos" indicaba la causa de su condena a ojos de los romanos y de algunos ambientes judíos... J. Fernández Ubiña ha mostrado convincentemente los indicios que podían mostrar a Jesús como un revolucionario peligroso y que, de hecho, decidieron la intervención expeditiva de la autoridad romana».
  15. Pérez Fernández, 2003, p. 98. «La enseñanza de Jesús estuvo centrada en el anuncio del reino (o reinado) de Dios. Esto es lo que dicen todas las fuentes evangélicas».
  16. Estrada, 2003, pp. 126-127. «El propósito de Jesús no era fundar una iglesia separada; por eso, su predicación se centró en Israel y tenía resistencia a trabajar con no hebreos. Buscaba reconstruir la sociedad para que Dios reinara en ella. [...] Pretendía renovar a Israel con el anuncio de la llegada cercana de Dios y respondía a las expectativas populares acerca de una restauración futura de Israel. Jesús y sus discípulos esperaban la pronta llegada de ese reinado de Dios. Es decir, defendían una "escatología" cercana y estaban convencidos de que ya se había iniciado la etapa final de la salvación, aunque ésta se prolongara en el futuro. Jesús era un profeta que anunciaba el final de los tiempos, la época mesiánica en que Dios cumpliría sus promesas».
  17. Mosterín, 2010, pp. 9-20.
  18. Pérez Fernández, 2003, p. 77. «Popularmente, sin duda, Jesús fue considerado como Mesías. Sin embargo, esto choca llamativamente con la actuación de Jesús, que en ningún momento se llama a sí mismo Mesías e incluso impone silencio a los que se lo llaman. [...] Cabe deducir, pues, que Jesús no se dejó arrastrar por el populismo mesiánico, aunque, trágicamente, tal populismo le llevó a la cruz».
  19. Estrada, 2003, pp. 126-127; 165. «La comunidad inicial utilizaba el simbolismo de los doce apóstoles o discípulos. Éstos interesaban como número colectivo, no en cuanto a individuos concretos, cuyos nombres e identidad desconocemos. Entre ellos destacan algunos con mayor vinculación o cercanía a Jesús, como Simón (luego llamado Pedro) y Juan, Santiago y Andrés».
  20. Estrada, 2003, pp. 127; 129. «No se puede hablar en sentido estricto de una fundación de la Iglesia por parte de Jesús, mucho menos de un momento fundacional. Jesús no estableció un marco institucional para la futura Iglesia».
  21. Estrada, 2003, pp. 130-131. «Refleja la nueva interpretación que se hizo de Jesús y su obra a la luz de la resurrección. [...] Estos cambios produjeron una nueva religión, el cristianismo, diferente del monoteísmo judío...».
  22. Mosterín, 2010, pp. 32-35.
  23. Teja, 1990, p. 24.
  24. Estrada, 2003, p. 129-130.
  25. Mosterín, 2010, pp. 37-38.
  26. a b Teja, 1990, p. 25.
  27. a b Estrada, 2003, p. 134.
  28. Mosterín, 2010, pp. 40-42. «A la espera del reino de Dios, algunos cristianos no solo dejaron de trabajar, sino también de practicar sexo, adoptando la castidad absoluta, para purificarse ante la llegada del reino».
  29. Mosterín, 2010, pp. 38-39. «El judaísmo palestino aceptaba sin problemas la facción hebrea de la secta judía cristiana, que practicaba la Ley y aceptaba el templo, pero no toleraba las tendencias renovadoras y centrífugas de los cristianos helenizantes».
  30. Mosterín, 2010, p. 36.
  31. a b Teja, 1990, p. 26.
  32. Mosterín, 2010, pp. 36-37.
  33. Teja, 1990, pp. 26-27. «Los judeo-cristianos no participaron en el levantamiento y huyeron en masa a Transjordania. Allí continuaron sumidos en un profundo aislamiento, rotos la mayoría de los lazos con otras comunidades... Los judeo-cristianos quedaron al margen de la evolución que experimentó el cristianismo helenístico, que comienza a considerar la segunda venida de Cristo como algo lejano en el tiempo y se apresta ideológicamente para convivir con la sociedad del entorno en el ámbito político del Imperio romano».
  34. Estrada, 2003, pp. 137-139. «Los fariseos y los rabinos, el poder laico, asumieron el control de Israel, que se constituyó en torno a la Torah, con la "Escritura" como base de su identidad. La tradición oral fue el instrumento de control y de creación de una tradición, cuyo mayor logro es la pervivencia de la identidad judía a lo largo de dos mil años. [...] El cambio de una religión del templo a otra sólo del Libro, del gobierno sacerdotal al de los laicos (fariseos y rabinos), del culto sacrificial al monopolio de la sinagoga, transformó la identidad judía. Hubo una auténtica re-fundación del judaísmo, gracia a la cual logró sobrevivir en el Imperio romano».
  35. Mosterín, 2010, p. 37. «Mientras la comunidad jerosolimitana persistió (hasta la destrucción de la ciudad en 70), esta constituyó el centro neurálgico del cristianismo primitivo y frenó las tendencias paulinistas y helenizantes».
  36. Mosterín, 2010, pp. 39; 46. «Estos cristianos paulinistas helenizados acabaron por romper todas las amarras con el judaísmo y constituyeron una nueva religión llamada cristianismo».
  37. Estrada, 2003, pp. 139-140. «La destrucción del templo fue vista como el final de una época salvífica. A partir de ella se iniciaba otra en la que el cuerpo resucitado de Jesús sustituía al templo y su vida marcaba un nuevo modelo de culto y sacerdocio. La muerte de Jesús era el nuevo sacrificio que anulaba a los otros, siendo Jesús el nuevo sacerdote, que con su vida inauguraba una nueva forma de relación con Dios».
  38. Galatas 2:9, Hechos 1:13
  39. Nieto Ibáñez, Jesús María (2019). Historia antigua del cristianismo. Madrid: Editorial Síntesis. p. 46. ISBN 978-84-9171-314-2. 
  40. Catholic Encyclopedia: Proselyte
  41. Hechos 2,9-11, 8,5-8 y 8,26-40
  42. Oxford Dictionary of the Christian Church ed. F.L. Lucas (Oxford) entrada sobre Pablo
  43. Ehrman 2004, p. 318 - "Si la carta [Pedro 1] está efectivamente asociada con Asia Menor, tal y como sugiere, debería probablemente ser datada del siglo I, posiblemente hacia su final, cuando la persecución a los cristianos estaba en ascenso"
  44. Quasten p. 50-51
  45. Barnard, Leslie William (1967). Justin Martyr (en inglés). Cambridge University Press. pp. 77. 
  46. Quasten p.187.
  47. Quasten p.251-254 y 288-289.
  48. Quasten, p.316.
  49. Quasten, p.317.
  50. a b García Bellido, 1979, p. 661-662.
  51. Righetti Mario, Historia de la Liturgia, tomo I y tomo II parte I.
  52. Ruiz Bueno, p. 1005, ver también 1040
  53. Veyne, Paul (2008) [2007]. El sueño de Constantino. El fin del imperio pagano y el nacimiento del mundo cristiano [Quand notre monde est devenu chrétien (312-394)]. Barcelona: Paidós. pp. 34-35. ISBN 978-84-493-2155-9. 
  54. Ruiz Bueno, p.352-356.
  55. San Ireneo, Tratado contra las Herejías III, 3, 1-4; III, 4, 1ss; IV, 26,2; IV, 33,8. (cerca del año 190 dC).
  56. The Kopleman Foundation, ed. (1906). «Saul of Tarsus». Jewish Encyclopedia. Consultado el 19 de agosto de 2022. 
  57. Para la datación de esta carta, las opiniones se agrupan en dos tendencias generalizadas. Algunos autores sostienen que la Epístola a los romanos habría sido escrita hacia el año 58. Entre ellos se encuentran J. Fitzmyer («Carta a los Romanos», en: Comentario Bíblico San Jerónimo, Tomo IV, Madrid, 1972, página 102); R. Jewett (Dating Paul's Life; Londres, 1979); J.M. Cambier («La lettera ai Romani», en: Introduzione al Nuovo Testamento III; Roma, 1981, página 127); O. Michel (Der Brief an die Römer; Göttingen, 1978, página 1); U. Vanni («Romanos», en: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica; Madrid, 1990, página 1700). Para otros, la Epístola a los romanos fue escrita hacia el año 55. Dan preeminencia a esta datación L. Alonso Schöckel («Carta a los Romanos», en: Biblia del Peregrino III; Bilbao-Estella, 1993, página 380); G, Barbaglio (Pablo de Tarso y los orígenes cristianos; Salamanca, 1989, página 32); G. Bornkamm (Pablo de Tarso, Salamanca, 2002, página 138); J. Becker (Pablo, el apóstol de los paganos; Salamanca, 1996, páginas 313-315); S. Vidal (Pablo, de Tarso a Roma; Santander, 2007, página 223); y S. Lyonnet (Nueva Biblia de Jerusalén; Bilbao, 1998, página 1646).

Bibliografía[editar]

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Bibliografía adicional[editar]

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Enlaces externos[editar]


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