Usuario:Virum Mundi/Taller/Los judíos en las fuerzas armadas alemanas durante la Primera Guerra Mundial

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Litografía de un soldado judío alemán en la I Guerra Mundial rezando. Autor: Hermann Struck.

La Primera Guerra Mundial vio una gran movilización de la comunidad judía alemana, con un apoyo mayoritario tanto al Estado como a la figura del emperador, por lo que se consideraba una cuestión de patriotismo y una consecuencia natural de la integración en la sociedad alemana de un judaísmo de tendencia más secular y nacionalista, que fue creciendo desde la emancipación concedida oficialmente a los judíos del Imperio alemán en 1871. Su servicio en las fuerzas armadas alemanas se caracterizaba por el sacrificio personal y comunitario, y, sin embargo, también por un marcado antisemitismo.

Un total de 100 000 judíos —casi la quinta parte de la comunidad judía alemana (unas 550 000 personas), incluyendo la mayoría de los hombres en edad de servicio—[1][2]​ se alistaron para luchar por el Faterland, de los que unos 12 000 murieron en combate.[3][4][5]​ Se estima que a mediados de la guerra, la proporción de judíos en las filas del Ejército imperial era un tanto mayor que la de la población general.[6]​ Estas cifras no incluyen a los entre 230 000 y 300 000 militares judíos que combatieron para el Imperio austrohúngaro junto al Imperio alemán,[7]​ muchos de los cuales eran austríacos, habiendo perdido la vida en el frente decenas de miles de ellos[8][9]​ (en muchas referencias de le ápoca se refiere al conjunto de militares judíos de habla alemana como un solo grupo).[10]​ Los judíos estaban representados en todas las ramas de las fuerzas combinadas (prusianas y bávaras), incluyendo las tropas terrestres, aéreas y navales. Su conscripción ofrecía escenas inéditas en el panorama militar germano, como los rezos grupales en las festividades judías en pleno cuartel del Ejército, o la celebración del sabbat en el campo de batalla, con el puesto del rabino militar (Feldrabbiner) como capellán por primera vez en la historia del Heer.[11]​ También hubo importantes contribuciones materiales a los esfuerzos bélicos, como las del naviero Albert Ballin.[12]

Las manifestaciones de antisemitismo, sin embargo, no cesaron durante la contienda, a pesar de que alemanes, tanto judíos como no judíos, lucharan codo a codo y compartieran la vida cotidiana y las mismas unidades militares durante meses, a veces años.[13]​ Los militares judíos se veían obligados a justificarse constantemente y defenderse de las acusaciones en su contra.[11]​ A la vez que ganaban el reconocimiento de sus superiores directos y fueran condecorados o ascendidos, tenían que enfrentarse a libelos como el Censo Judío (Judenzählung), realizado en 1916 por el Ministerio de Guerra para justificar bajo presión las acusaciones de la prensa antisemita por una supuesta falta de patriotismo y por ser Drückeberger, es decir, evadir sus obligaciones militares o refugiarse en puestos de retaguardia.[14]​ Aquel proceso, en la que los judíos fueron de hecho acusados, de una forma sutil, de cobardía e incluso traición (a pesar de ser a esta altura el sector de la sociedad más representado en las fuerzas armadas proporcionalmente a su tamaño), serviría más tarde a los nazis durante la promulgación de las Leyes de Núremberg, a finales de 1935.[15][16]​ La respuesta de parte de la comunidad judía fue la intensificación de sus muestras de patriotismo y compromiso con el esfuerzo bélico; si bien, al mismo tiempo, es cuando muchos judeoalemanes empiezan a darse cuenta de que su apoyo al Reich en el conflicto no iba a aplacar al antisemitismo latente en la sociedad alemana (al igual que su desempeño científico y académico, o su participación en la política nacional y local).[15]

Fuera del ámbito académico, las estadísticas relativas a los soldados judeoalemanes en la Primera Guerra Mundial tardaron en darse a conocer.[11]​ Las cifras fueron ocultadas a la opinión pública no solo durante su manipulación por los nacionalsocialistas en el período de entreguerras —y anteriormente por el Gobierno de la República de Weimar, caracterizada por un clamor popular que acusaba a los judíos de los resultados de la guerra y el aprovechamiento del debacle económico—, sino también durante los años de la Guerra Fría.[11]​ Tanto así, que a mediados del siglo XX, la sensación en gran parte de la sociedad era que la contribución de los judíos al esfuerzo militar de sus respectivos países había sido entre poca y nula, tanto en el caso de las Potencias Centrales como en el de Estados Unidos (donde hubo una marcada participación de judíos en posiciones de combate), ignorando en particular el sacrificio de la comunidad judía alemana. Este tipo de afirmaciones siguen siendo difundidas a día de hoy por grupos neonazis y de corte antisemita.[2]

Durante el Holocausto, el régimen nazi asesinó a la mayoría de los soldados judíos supervivientes del frente que se quedaron en Alemania y de familias que habían perdido a sus familiares en la Gran Guerra.[1]​ Los demás se habían exiliado en años anteriores (entre la posguerra y vísperas de la Segunda Guerra Mundial), emigrando a lugares como Estados Unidos, Latinoamérica y el Mandato británico de Palestina.

Contexto histórico[editar]

Hasta el siglo XVIII[editar]

Los judíos han habitado partes del territorio de la actual Alemania desde los primeros siglos de la era común; su presencia de la cuenca del Rin pudo haber sido incluso anterior a la llegada de las tribus germánicas a esta región,[17]​ si bien la primera evidencia oficial de su presencia data de 321, en Colonia, siendo un decreto de Constantino I dirigido a los judíos representados en el concejo municipal (curia).[18]​ Durante el primer milenio, la comunidad disfrutaba de derechos similares a los demás habitantes de la región (con pocas restricciones), que fueron promulgados sucesivamente por los monarcas merovingios y carolingios.[17]​ En estos siglos, a pesar de los típicos episodios de intolerancia, los judíos de esos reinos gozaban de relativa vasta autonomía y de la protección de sus soberanos. Los radhanitas (mercaderes judíos) comerciaban tanto con Oriente como con las vecinas naciones eslavas, sirviendo muchas veces como mediadores, entre otros con el mundo musulmán (gran parte de las relaciones comerciales entre germanos y musulmanas pasaban por ellos).[17]

A comienzos del segundo milenio se produce un importante aumento de los sentimientos antijudíos en Europa, y sobre todo en el centro del continente,[19]​ acompañados de limitaciones a sus libertades y episodios violentos como expulsiones y pogromos (excepto en Polonia a partir de la promulgación del estatuto de Kalisz por Boleslao el Piadoso, aunque al principio también hubo cierta protección institucional por parte de los emperadores sacrorromanos, pero que no alcanzaba para evitar episodios como las masacres de Rintfleisch de 1298, en Franconia).[17]​ Aunque en los siglos XIII-XIV muchos judíos franceses encontraron refugio en tierras alemanas, lo cierto es que ya a partir de la primera cruzada es cuando aparece el antisemitismo difamatorio que culpaba a los judíos de los fracasos de las empresas cristianas (identificadas con los intereses germanos). Sus contactos con el mundo musulmán, antaño beneficiosos, se volvieron en su contra, ya que se les culpó de conspirar con el enemigo contra las tropas cruzadas.[17]​ Durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna, se enfrentaban a exigencias como impuestos más elevados y juramentos especiales, y a limitaciones, entre otras en el desempeño de puestos gubernamentales y militares. Con respecto a este último, la falta de presencia judía entre las filas de ejércitos como el sajón o el prusiano —consecuencia de no serles permitido el servicio militar— sería aprovechada para acusarles de cobardía y falta de patriotismo (una acusación que se convertiría en habitual dentro del antisemitismo alemán).[20]

Siglo XIX: inclusión de los judíos en las FF. AA.[editar]

Postal de felicitación, con la imagen de soldados judíos del Ejército alemán en la celebración del día de Yom Kipur durante la guerra franco-prusiana.

La inclusión de los judíos en el estamento militar —el más cohesivo de la sociedad alemana militarista de la época— fue el resultado de dos procesos: la ilustración judía (Haskalá), desde principios-mediados del siglo XVIII, y la emancipación judía,[21]​ que tuvo lugar a lo largo de la mayor parte del siglo XIX (en un principio como consecuencia de las conquistas napoleónicas, luego con su promulgación por los propios Estados alemanes y, finalmente, por el Imperio alemán tras su formación).[20]​ Estos procesos confirieron a la comunidad judía el sentido de pertenencia e intensificaron su apoyo a las instituciones estatales.[21]​ En 1821, el rey prusiano Federico Guillermo III emitió el llamado Edicto de los Judíos (Judenedikt), que definía los derechos de los judíos prusianos como ciudadanos iguales, aunque en la práctica, aquellos que aspiraban a una carrera en el Ejército (o en puestos públicos o académicos) debían bautizarse en el rito evangélico unificado.[20]

La presencia de judíos en las tropas prusianas comenzó aun antes de formarse la Confederación Germánica, con muchos alistándose para luchar en las llamadas «guerras de Liberación» (Befreiungskriege) contra Napoleón,[22]​ culminando en el período de los Cien Días.[23]​ Entre 1813 y 1815, los líderes de la comunidad llamaban a una lucha «por la patria y por el kaíser».[22]​ A partir de entonces hubo participación judía en el bando alemán en todos los grandes conflictos, incluidas la guerra de los Ducados, la guerra austro-prusiana y la guerra franco-prusiana. Aunque no se les permitiera ejercer de oficiales, algunos judíos que sirvieron en el frente, en el Landwehr y en los Jägerdetachements (Freikorps de cazadores) alcanzaron la oficialidad subalterna por medio de ascensos de campaña. No obstante, en el Ejército regular era prácticamente imposible que un judío se postulara a una carrera profesional de oficial (considerada cargo público); durante el Primer Parlamento Unido (1847), un joven Otto von Bismarck dijo que sentiría «profundamente deprimido» si pensara en un judío como un representante del rey al que debía obedecer, y que concedería a los judíos «todos los derechos, excepto el de ocupar un cargo oficial en un Estado cristiano».[22]​ Famoso por ser la excepción a la regla fue Meno Burg, apodado «el mayor judío», un berlinés de procedencia judeoburguesa quien alcanzó el rango de comandante —el más alto jamás concedido a un judío en el Ejército prusiano— después de que el káiser ya no pudiera ignorar sus acciones en combate y su formación gimnasial y militar.[24]

Tampoco se pudo ignorar los no pocos actos de valor protagonizados por judíos a partir de 1870.[25]​ Por más resentido que estuviera el Alto Mando prusiano en este respecto, hubo cierta presión por parte de otros Estados, como Hamburgo, Baden y sobre todo Baviera (unidos para formar el nuevo Imperio bajo el mando del rey prusiano),[25]​ que tenían una práctica más flexible hacia los judíos en puestos de responsabilidad, desde jueces a oficiales[22]​ (irónicamente, heredada en los territorios del sur alemán de la conquista francesa, contra la que luchaban). A su vez, el Ejército austríaco contaba hasta con generales judíos entre sus filas.[26]​ Todo esto sirvió para que la constitución imperial de 1871 reconociera a los judíos como ciudadanos iguales en todo el Imperio, admitiendo su incorporación a las fuerzas armadas. Entre otros, fueron admitidos —en su caso como voluntarios— en el servicio militar obligatorio (normalmente de 2 años de duración, a veces hasta tres).

En realidad, la mayoría de judíos cumplían con las condiciones para el llamado año de servicio voluntario (Einjährig-Freiwilliger). De origen austríaco, se trataba de un concepto que brindaba a jóvenes con educación suficiente (graduados de un gymnasium en una época en la que gran parte de la sociedad no contaba con educación secundaria completa) la opción de alistarse a una unidad de voluntarios, de su elección, mientras costeaban la mayor parte de su vestimenta militar y comida (solo se les concedía gratis el uniforme de campo y el equipamiento). De este modo se reducía la duración de su servicio militar a un solo año —teniendo en consideración su posible matriculación en universidades o aportación a la sociedad como civiles— y se aseguraba una fuente de futuros oficiales (la mayoría de ellos fueron registrados como oficiales de la reserva al término del año de servicio, aunque no fuera el caso de los judíos).[27]​ En el caso de los estudiantes universitarios en carreras como la medicina y la ingeniería, este año de servicio se cumplía muchas veces en sus propias facultades.[24]

Entre 1880 y 1910, unos 30 000 judíos sirvieron solo en el Ejército prusiano (más otros que sirvieron en el resto de Estados alemanes). Aunque no alcanzaron posiciones de oficialidad debido a su fe, interesantemente, entre los 1500 que se convirtieron al cristianismo, unos 300 sí fueron ascendidos a oficiales durante su servicio (la quinta parte, una proporción considerablemente superior al ratio de 1:22 entre el total de las tropas).[28][29]​ Este dato demuestra que en el Imperio alemán —al menos hasta cierto grado— el significado religioso de la fe ejercida aún tenía peso, es decir, que a grandes rasgos, la discriminación seguía teniendo un sentido más religioso (una dimensión que iría desapareciendo a principios del siglo XX, y sobre todo después de la derrota alemana en la guerra, culminando en el período nazi, donde sería reemplazada por completo por el antisemitismo étnico/racial).[25]​ En todo caso, a partir de 1885 ya no hubo oficiales prusianos de fe judía (es decir, no bautizados), ni siquiera en la reserva.[22]​ En otros Ejércitos, sobre todo el bávaro, los seguía habiendo aunque en proporciones marcadamente menores.[30]

Vísperas de la guerra[editar]

Un año antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, con motivo del centenario de las guerras de Liberación, uno de los periódicos judíos alemanes más antiguos y de mayor difusión publicó la siguiente nota:[31]

Celebramos estas fiestas con seriedad y alegría... nos alegra ser ciudadanos de Prusia, hijos de la patria alemana. Pero nos entristece que no se nos trate enteramente de acuerdo con nuestros valores, nuestra voluntad y el cumplimiento de nuestro deber. Nos sentimos alemanes y, aun así, no podemos librarnos de un sentimiento doloroso... Hacemos con gusto todos los sacrificios que se nos piden y no estamos libres del amargo sentimiento de ser dejados de lado y no lograr la meta que logran los hijos del mismo pueblo con una fe diferente... Esperamos que también a nosotros se nos haga justicia.

Con ello se refería a las prácticas de las autoridades que, contrariamente la igualdad de derechos de iure concedida a los judíos tras la formación de Imperio, los discriminaban en los nombramientos y ascensos en la función pública, entre otros en el Ejército;[32]​ especialmente doloroso resultaba el rechazo al nombramiento a oficiales de la reserva en los contingentes militares de casi todos los estados federales del Imperio, pero sobre todo Prusia.[33]​ Ni siquiera los esfuerzos de las organizaciones judías más influyentes de la época pudieron cambiar esta práctica, a pesar de que desde principios del siglo la cuestión se planteara casi todos los años en el Reichstag durante las sesiones de aprobación del presupuesto militar.[33]

Si bien, aunque las prácticas tradicionalistas en el estamento militar prusiano no habían cambiado mucho, una legislación de 1912, llamada Edicto Prusiano de los Judíos (Preußisches Judenedikt; oficialmente, Edicto sobre las Relaciones Ciudadanas de los Judíos en el Estado Prusiano), que regularizó por tercera vez la condición civil de los judíos prusianos como ciudadanos de pleno derecho, propició un vacío legal (pues se dejó para otro momento el debate sobre el desempeño de puestos gubernamentales), que hizo posible la conscripción judía deseada tanto por unos como por otros.[34]​ Esto resultaría muy provechoso al poco tiempo, con el elevado número de alistamientos entre la comunidad judía al comienzo de la Gran Guerra (muchos de ellos einjährig-Freiwillige con experiencia militar previa).

Primera Guerra Mundial[editar]

Imagen de soldados judíos alemanes en Rosh Hashaná (1914). Junto a la bendición (en hebreo y alemán) se lee: «Por la victoria y la fama de nuestras armas».
Willi Ermann, soldado judío de la infantería alemana (1 de enero de 1915). Natural de Saarbrücken, luego sería asesinado en Auschwitz.

De los cien mil militares judíos que sirvieron en la guerra en las fuerzas armadas imperiales —la mayoría ciudadanos prusianos—, entre 77 000 y 85 000 eran combatientes,[22]​ de los que ca. 12 000 cayeron en el frente.[2]​ Unos 30 000 fueron condecorados,[26][4]​ entre ellos 18 000 con al menos una Cruz de Hierro (la décima parte de ellos, de 1.ª clase).[35]​ Según Anna Ullrich, del Instituto de Historia Contemporánea, en algunos casos se rechazaban recomendaciones para la condecoración de soldados judíos, y en otros se concedía una medalla de mérito menor para acciones que hubieran merecido una mayor distinción, ya que entre la élite militar prusiana muchos no veían con buen ojo el heroísmo judío como parte de la narrativa folclórico-militar alemana.[36]

Entre 19 000 y 20 000 militares judíos fueron ascendidos a lo largo de la contienda,[22][26]​ más de 2000 de ellos a rangos de oficiales por méritos de guerra y otros tantos a suboficiales. La Primera Guerra Mundial vio también por primera vez a varios soldados judíos condecorados con la medalla Pour le Mérite (Blauer Max); el primero de ellos fue el as de la aviación Wilhelm Frankl (el primer piloto de la historia alemana en ganar dicha medalla).[37]​ También fueron objeto de otras distinciones que aparecieron en las fuerzas armadas alemanas conforme se iban incorporando novedosos medios de combate, como las distintas medallas de aviadores y tripulantes de submarinos, además de menciones particulares a los Ejércitos de los que formaban parte (como las medallas al valor del Ejército bávaro, la Cruz al Mérito de Guerra de Baden o las medallas de Wurtemberg al Mérito Militar).

Inicios de la guerra: patriotismo y movilización[editar]

La declaración de guerra encontró a unas comunidades judías alemana y austrohúngara más integradas que nunca, con muchos preparándose para unirse a las tropas de sus respectivos ejércitos.[38]​ Aunque hubo temor por una parte de la comunidad que la exaltación en las calles alemanas y el ambiente caldeado alentara el histórico nacionalismo antijudío (como había ocurrido antes y en efecto volvería a ocurrir después), estos temores se disiparon cuando la nación entera se movilizó contra Rusia el 1 de agosto de 1914, alineándose detrás del káiser, Guillermo II, en lo que se conocía como la Paz del Castillo (Burgfrieden),[39]​ que significaba que todos los ciudadanos y partidos políticos apartarían sus discrepancias por un tiempo y se centrarían en la victoria.[40]​ Por su parte, el káiser dejo patente sus intenciones con respecto a los judíos y a la división de la sociedad en general con su famosa frase «Ich kenne nur Deutsche» (‘Yo solo conozco a alemanes’).[41]

El entusiasmo entre los judíos propició la movilización de la comunidad, con donaciones de dinero y materiales y la aparición de movimientos ciudadanos como el Einsatz der Juden für Kaiser und Vaterland (Misión de los Judíos para el Káiser y la Patria).[42]​ Es también cuando reciben mayor apoyo los movimientos políticos judíos pangermánicos, algunos ya existentes como la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de Fe Judía (Central-Verein deutscher Staatsbürger jüdischen Glaubens), o simplemente C.-V. Este período se caracterizaba por la ilusión y el sentir de deber nacional, y es cuando el patriotismo entre los judíos alcanza su máxima expresión (con muestras de nacionalismo alemán).[43]​ Al comenzar la contienda, el número de alistados entre los prusianos de procedencia judía rodeaba las 12 000 personas, y este fue en aumento a medida que avanzaba el conflicto.

La narrativa del entusiasmo entre la comunidad judía alemana a comienzos de la guerra se ha convertido con los años en parte de los estudios sobre esta época, y sigue siendo la opinión común entre los historiadores,[4][36]​ si bien algunos lo consideran una exageración y no un hecho generalizado.[44]​ Sea como fuere, lo cierto es que en vísperas de la guerra la figura del emperador fue venerada por gran parte de esta comunidad. Por otro lado, también hubo judíos contrarios a la guerra, como los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht (el único parlamentario en votar en contra de los bonos de guerra ya desde el principio), posiciones que más adelante alentarían el antisemitismo antiliberal, si bien el grueso de la comunidad judía albergaba la esperanza de ser por fin aceptada en la sociedad alemana como iguales (y en el camino librar a los judíos del Imperio ruso de los pogromos y opresión zarista).[40]

En este sentido, a mediados de agosto de 1914 varias organizaciones judías, entre ellas la Federación del Reich de los Judíos Alemanes (Reichsverein der Deutschen Juden) y la Unión Sionista para Alemania (Zionistische Vereinigung für Deutschland), publicaron el siguiente mensaje:[4]

¡Judíos de Alemania! En esta hora nos toca mostrar de nuevo que los judíos, orgullosos de nuestra ascendencia, estamos entre los mejores de la Patria. La nobleza de nuestra historia de cuatro mil años nos lo exige. Esperamos que nuestra juventud se lance voluntariamente a la bandera con el corazón alegre.

En octubre del mismo año, el dramaturgo y poeta judío Ludwig Fulda escribió: «Lucharemos en esta guerra hasta el final como un pueblo culto para el que el legado de Goethe, Beethoven y Kant es tan sagrado como el hogar mismo»[45]​ (el mismo Fulda se suicidaría en 1939 después de que los nazis confiscaran su anillo honorario del Burgtheater).

El voluntarismo se difundió por toda la comunidad judía, hasta tal punto que el soldado más joven en prestarse voluntario en todo el Ejército alemán era el judío Josef Zippes.[46]​ A esta altura ya hubo tradición familiar judeoalemana, con familias con dos o tres generaciones de militares, como lo fue la familia Rothmann, de Berlín, cuyo hijo mayor, Otto, caería en el frente a los tres meses del comienzo de la guerra.[47]​ Su abuelo había servido como paramédico de campo en el Ejército prusiano en tres ocasiones y fue varias veces condecorado; su padre, un famoso neurólogo, sirvió como médico durante su año de voluntariado. Otto se alistó al Regimiento de Dragones n.º 1 de la Guardia, en su día famoso por su marcada tradición de caballería, el cual sufriría importantes pérdidas en la campaña de escaramuzas cerca de Fretoy, en Francia.[47]

Consideraciones históricas[editar]

Estadísticas relacionadas[editar]

Históricamente, la evaluación numérica de los soldados judíos que luchaban en el bando de las Potencias Centrales se hacía desde dos ópticas: los judíos alemanes vs. judíos austrohúngaros, y la totalidad de judíos de habla alemana. Muchos datos de la época hacen referencia a este último grupo,[48]​ si bien lo cierto es que dentro del sistema dual austrohúngaro no se distinguía (al menos en las estadísticas publicadas) entre los judíos de Cisleitania y los de Transleitania. Durante la guerra austro-prusiana, las comunidades de cada país luchaban en su propio bando, pero después de la reconciliación hubo muchos desplazamientos entre ambos países. No se sabe con certeza el número de austrojudíos que participaron en la guerra (entre el total de 230 000 a 300 000 judíos en las tropas austrohúngaras), pero a juzgar de un informe que cifraba a los soldados «judíos alemanes» en 200 000, conociendo las cifras en el caso de las tropas alemanas (unos 100 000), se puede inferir que los austríacos eran otros tantos. Parte de la información sobre soldados «judíos alemanes», por tanto, se refiere a judíos austríacos, algunos de ellos con ciudadanía alemana adicional o temporal (en la mayoría de casos, esta les sería revocada junto con la austríaca tras el Anschluss en 1938).[49]

Las estadísticas suelen incluir además a los no pocos judíos con una doble nacionalidad. El compositor Karol Rathaus, por ejemplo, quien era en parte alemán y en parte austríaco, nacido en Austria y educado en Berlín, se suele considerar un judío alemán que luchó en la guerra, aunque lo hiciera en la armada austríaca.

Documentación[editar]

Portada de la recopilación de cartas de soldados judíos alemanes y austríacos en el primer año de la guerra, publicada en Berlín a finales de 1915 por el editor judío alemán Eugen Tannenbaum. (acceder al archivo)

La mayor parte de la información conocida sobre el día a día de los militares judíos en el frente se debe a colecciones de fotografías y escritos del propio personal judío (médicos militares, rabinos, etc.), que incluyen cartas y diarios personales, documentos y entrevistas en los medios.[44] Este material está actualmente conservado en museos y en las propias comunidades judías a las que pertenecían, y ha sido clave en las investigaciones históricas sobre esta materia.

Un ejemplo es la colección de imágenes y ephemera de Adolf Marcus, quien sirvió como médico en el 397.º hospital de campaña (Lazarett), en Francia.[50]​ Las decenas de fotografías relatan su trabajo en el campo de la rehabilitación en el frente occidental, además de arrojar detalles sobre las atrocidades de la guerra y los esfuerzos del personal médico —judío y en general— para tratar a los heridos. El doctor Marcus terminaría exiliado durante el auge del nazismo; su prometida, la violinista Eva Katschinsky, asesinada en Auschwitz, publicaría un ensayo llamado Richard Wagner y sus maestros cantores como testamento irónico de la identidad de Marcus, «un caballero alemán cultivado de una parte, y judío de la otra» (con referencia a la ópera de Wagner —conocido por su antisemitismo— llamada Los maestros cantores de Núremberg).[50]​ Hubo más médicos judíos que se dedicaron a fotografiar la experiencia judía en la guerra, como el ginecólogo berlinés Carl Hartog, cuyas fotografías, tomadas entre 1914 y 1918 en el frente occidental (sobre todo en Douai) fueron presentadas en el Museo Judío de Berlín.[51]

Algunas veces, fue el trato hacia los judíos que condujo al empeño por documentar su realidad cotidiana. Felix A. Theilhaber fue un médico judío bávaro, de los primeros especialistas en el desarrollo del cáncer uterino, que durante la guerra fue destinado a bases de las tropas aéreas.[52]​ Muy tocado por el contraste ente las noticias en casa sobre la «cobardía de los judíos» y su ausencia en posiciones como de pilotos de combate, se dedicó a la documentación de más de cien aviadores judíos. En 1916, poco después de darse a conocer el Censo Judío, escribió un libro llamado Die Juden und der Weltkrieg (Los judíos y la guerra Mundial), y dos años después publicó otro libro titulado Jüdische Flieger im Kriege (Aviadores judíos en la guerra, reeditado en 1924 bajo el título Aviadores judíos en la guerra mundial). Si bien, en pleno auge del antisemitismo, su libro tuvo una fría aceptación y se encontró con dificultades para publicitarlo. En 1933 hasta fue detenido por la recién establecida Gestapo.[52]​ Theilhaber finalmente terminaría emigrando al Mandato británico, donde durante la Segunda Guerra Mundial fundaría la Kupat Jolim Maccabi, actualmente de las tres mayores mutuas de salud públicas de Israel.

Gran parte del material recabado ha sido coleccionado por investigadores dedicados a este tema, como el médico e historiador Peter C. Appelbaum.[53]​ Experto en historia judía de comienzos del siglo XX, ha abordado en sus libros y discursos temas bajo títulos como The Fatherland Calls, Jews In The German Medical Corps, Compassion & Courage - Jewish Chaplains In The German Army 1914-1918, Flyboys - Jewish Knights Of The Air, Discrimination & Disappointment - Jews In The Prussian Military y A Slap In The Face - The Judenzahlung (Jewish Census) of 1916.

El Instituto Leo Baeck cuenta con una de las mayores fuentes testimoniales de los judíos de habla alemana que lucharon en la guerra, con unas 300 colecciones de material originado en unidades combativas alamanas y austríacas, procedente de militares judíos de todas las ramas de las fuerzas armadas.[44] Gran parte de este material consiste en cartas escritas a familiares y amigos, tanto las que alcanzaron a sus destinatarios como las que nunca llegaron a enviarse.[7]​ Una de las colecciones más destacas es la de Bernhard Bardach, un médico militar y oficial de carrera en el Ejército austrohúngaro (además de artista aficionado), que sirvió en los frentes oriental y occidental. Nacido en Lemberg (la actual Leópolis ucraniana, entonces parte del Imperio austríaco), a lo largo de sus años de servicio realizó muchos dibujos relacionados con la guerra, escribió extensos diarios e inmortalizó el escenario bélico con unas 900 fotografías que relatan muchos aspectos del conflicto, incluido el día a día de los soldados judíos austrohúngaros y alemanes.[7]​ Algunas de las fotografías más detalladas de la vida religiosa judía en las unidades del frente oriental son obra suya, como también las horrorosas descripciones de batallas como la ofensiva Brusílov.[54][55]

Oficialidad[editar]

A diferencia de los conflictos del siglo XIX, en los que los judíos en las fuerzas armadas alemanas raramente alcanzaron puestos de oficialidad, la Primera Guerra Mundial se saldó con más de 3200 oficiales judíos,[22]​ casi todos subalternos —subtenientes, tenientes y capitanes—, aunque hubo también oficiales de mayor grado, sobre todo en el cuerpo médico[56]​ (y algunos en unidades regulares entre las tropas bávaras). En la práctica totalidad de los oficiales combativos (unos dos mil) se trataba de ascensos de campaña, mientras que otros 1200 formaban parte del personal médico; también hubo judíos en cargos de oficialidad en la administración militar (Militärbeamte im Offiziersrang).[22]

Aunque el Imperio se había formado más de tres décadas antes, la Primera Guerra Mundial sería el primer conflicto que implicaría la movilización del Ejército imperial en su totalidad, y es cuando se hacen evidentes (en un principio) las diferencias entre la postura conservadora de la jerarquía prusiana y los demás Estados alemanes, más pequeños y más abiertos a la integración, también de oficiales judíos.[57]​ Si bien, más adelante, la mayoría se alinearían con Prusia en este respecto, el caso de Baviera puede apreciarse en una correspondencia entre dos funcionarios del 26 de abril de 1917, en pleno desarrollo del Censo Judío y aún sin datos al respecto (Werner Angress, El servicio militar alemán y los judíos en la I Guerra Mundial):[33]

... Las estadísticas oficiales de 1907 cuentan un total de 16 oficiales y funcionarios en rango de oficiales judíos en el Reich alemán, suponiendo el 0,05% del total... Estas estadísticas no hacen distinción entre las regiones... se tiene conocimiento de 11 judíos de este nivel en Baviera en 1911, y ninguno en los demás Estados federados, por lo que se puede suponer que los 16 contabilizados en 1907 también pertenecían al Ejército bávaro... Incluso ahora hay entre 23 y 25 oficiales judíos, médicos militares y oficiales administrativos activos en Baviera; entre ellos un mayor [comandante], 5 tenientes, 3 médicos superiores, 1 médico de Estado mayor, 1 médico asistente, 1 juez militar y 1 superintendente militar superior de construcción. De ellos, tres tenientes fueron nombrados durante la guerra. Un señor, que ahora es teniente coronel al mando de un regimiento, era judío cuando ingresó en el cuerpo de cadetes bávaro y recientemente se convirtió al cristianismo por motivos personales... Otro mayor judío bávaro en activo ha muerto en la guerra... En Baviera todavía hay muchos oficiales judíos retirados y médicos militares en activo, incluidos al menos dos con rango de general. En 1900 también hubo un general de división judío en Baviera... y 16 generales médicos judíos; en 1908 había un médico de Estado mayor en activo, 5 médicos superiores en activo y varios médicos auxiliares y subalternos... Sin embargo, durante tiempos de paz, recientemente ha habido un esfuerzo por suprimir el número de médicos militares judíos en activo. En lo que se lleva de guerra, por primera vez se han nombrado directamente mayores de la reserva judíos; actualmente hay allí [en Baviera] entre 9 y 10...

Este escrito demuestra que bien a esta altura los ascensos en batalla de judíos a oficiales aún no se habían estandarizado o —lo más probable— los datos no se habían trascendido a los responsables civiles. El Alto Mando alemán estaba consciente de que a esta altura, Rusia, ahora bajo Gobierno provisional, se había deshecho de las restricciones zaristas y estaba admitiendo a judíos en puestos de oficialidad (el ministro de Guerra ruso Aleksándr Guchkov había publicado un anuncio dirigido a las «diversas nacionalidades y religiones» —refiriéndose esencialmente a los judíos— que tenían «los conocimientos previos necesarios para ser oficiales»).[33]​ A esto se debe añadir que en el Ejército austrohúngaro hubo oficiales combativos judíos en grados superiores, tanto en la infantería como en la artillería, un dato bien conocido por los jerarcas militares alemanes.

De todos modos, debido a que la tradición militar prusiana seguía sin aprobar de buen grado a judíos en puestos de comandancia, los más de tres mil oficiales judeoalemanes en la Primera Guerra Mundial fueron inscritos como oficiales de la reserva, a pesar de prestar servicio en el frente (con un alto porcentaje entre ellos condecorados por acciones de valor en combate).[58]​ Con eso se pretendía evitar que escogieran la carrera militar después de la guerra o disfrutaran de futuros beneficios que podían concederse a quienes fueran oficiales activos en la contienda. Además, pese a su desempeño y patriotismo, la oficialidad de los judíos alemanes no les sirvió con la llegada de los nazis al poder. Muchos de ellos fueron despejados de sus derechos y condecoraciones, mientras que la propaganda se encargaba de manchar su hoja de servicio y culparles de delitos contra la patria. El 21 de mayo de 1935, la llamada Ley del Ejército (Wehrgesetz) expulsó a todos los oficiales judíos de las fuerzas armadas, que pasaron a llamarse Wehrmacht.[59]

Fritz Beckhardt en su caza Siemens-Schuckert D.III del escuadrón XXVI (Jasta 26). Irónicamente, en la Primera Guerra Mundial, la esvástica (revertida) estampada en los aviones de este escuadrón era señal de buena suerte.

En la aviación militar[editar]

Muchos militares judeoalemanes sirvieron en las Luftstreitkräfte, entre otros como pilotos de combate.[60]​ Entre ellos destacan nombres como Fritz Beckhardt (amigo del Barón Rojo), Willy Rosenstein, Wilhelm Frankl, Friedrich Rüdenberg y otros. Muchos de estos Fliegertruppen veían en sí mismos fieles representantes de la intrepidez y espíritu alemanes, algunos llevándolo también a su vida privada.

Este fue el caso de Rosenstein, un wurtembergués de familia burguesa y gran aficionado a los vehículos de motor, quien durante la guerra voló en misiones conjuntas con figuras como Hans Jeschonnek, Herman Gilly, Carl Degelow y también Hermann Göring.[61]​ Considerado un piloto instintivo,[62]​ fue condecorado en los primeros años de la contienda con las medallas de Wurtemberg al Mérito Militar en plata y en oro, y las Cruces de Hierro de 1.ª y 2.ª clase. Tras lesionarse en un combate sobre el Mosa contra una formación francesa en el marco de la batalla de Verdún, fue destinado a varios escuadrones del frente doméstico hasta que este se convirtiera también en primera línea; dos semanas antes del final de la guerra recibió del gran duque de Baden la cruz de caballero con espadas de la Orden del León de Zähringen.[61]​ Después de la guerra se dedicó a las carreras de coches, mientras seguía volando privadamente. Su desilusión por el trato a los judíos y la actitud de excolegas pilotos fue tremenda, y tras la llegada de los nazis emigró a Sudáfrica en 1936. Su hijo siguió sus pasos y sirvió como piloto de caza en la Fuerza Aérea Sudafricana durante la Segunda Guerra Mundial; fue declarado muerto en abril de 1945, poco antes de finalizar la guerra, probablemente por impacto de fuego antiaéreo. En la película El Barón Rojo, la imagen histórica que acompaña al ficticio piloto judío Friedrich Sternberg, es de Rosenstein.[61][63]

Willie Rosenstein en uniforme, luciendo la Cruz de Hierro de 1.ª clase.
W. Frankl con sus medallas en una edición del Frankfurter Illustrierte del 16 de noviembre de 1916 dedicada a él.
El piloto Berthold Guthmann con su hermano Sally —uno de tres, todos combatieron en la guerra— y su hermana.

Uno de los primeros pilotos en ser declarado as de la aviación alemana fue Wilhelm Frankl, de los aviadores más condecorados de los primeros años de la guerra. Nacido en Hamburgo a una familia acomodada, entrenó en Johannisthal (el primer aeródromo comercial de Alemania, en Berlín), y fue de los primeros 50 pilotos licenciados del país.[62]​ Sus habilidades y personalidad le hicieron popular, también entre sus superiores al comenzar la guerra (a la que se prestó voluntario). Frankl voló en los primeros modelos de aeronaves usadas en combate (anteriores al Fokker Eindecker, y por tanto a la implementación del concepto de sincronización entre hélices y cañón, por lo que no tenían un arma fijada). En estas condiciones era tremendamente difícil lograr victorias aéreas, y fue el primero documentado en lograr una al disparar a un Voisin francés con una carabina, matando a su piloto; por esa acción recibió la Cruz de Hierro de 1.ª clase.[64]​ Sus siguientes victorias fueron logradas ya con su Fokker Eindecker a partir de 1916, equipado con un cañón rotativo Hotchkiss. Tras recibir el Blauer Max (el primer piloto en lograrlo), fue puesto al mando del Jagdstaffel 4, siendo parte de la superioridad aérea prusiana conocida como «el azote de los Fokker» (Fokker-Plage).[64]​ En los meses siguientes fue condecorado con la Cruz de Caballero con espadas de la Orden de Hohenzollern y con la Cruz Hanseática, siendo a esta altura uno de ocho ases de las Luftstreitkräfte.[62]​ El 6 de abril de 1917, pocos meses después de ser nombrado jefe de un escuadrón de Halberstadt D.II, se convirtió en «as triple».[64] Dos días después murió en una misión en Francia al caer su Albatros D.III después de perder su ala baja por fatiga de materiales. Pese a ser considerado héroe en su día y aparecer en la portada del Frankfurter Illustrierte, fue despojado post mortem de todas sus condecoraciones en el período de entreguerras y su historia reprimida. Frankl se había convertido al catolicismo para poder casarse con su amada, hija de un capitán de navío de la Armada austríaca, si bien el antisemitismo étnico nacionalsocialista ignoraba este hecho.[65]​ Solo en 1973 se homenajeó su memoria, cuando la Bundesluftwaffe le dedicó el cuartel de su principal escuadrón táctico (Taktisches Luftwaffengeschwader 74).[66][62]

Otros aviadores judíos sirvieron como observadores y artilleros en aviones biplaza y bombarderos, como Berthold Guthmann, de los más conocidos artilleros aéreos de la guerra, condecorado con la Cruz de Hierro, la medalla al Valor (Tapferkeits medaille) y la medalla al herido en acción. Su hermano, quien combatió en el frente occidental (en la infantería), cayó en la batalla de Verdún. Después de la guerra se hizo abogado y abrió un bufete.[52]​ Sin embargo, sus medallas y el sacrificio de su familia no les sirvieron con la llegada de los nazis al poder; él mismo fue asesinado en Auschwitz en 1943 y su hijo en Mauthausen un año después. Su hija, quien sobrevivió a la guerra, emigró a Estados Unidos, donde se hizo autora sobre el Holocausto a través de sus propias experiencias en el gueto de Theresienstadt.[67]

El desempeño de los pilotos judíos en la guerra resultaría más tarde problemático para los jerarcas nazis.[49]​ Pilotos como Beckhardt, Rosenstein y Rüdenberg volaron en múltiples misiones junto a Göring y otros de los grandes ases alemanes de la Gran Guerra, y se conocían bien. Para Göring, un nazi convencido (más tarde fundador de la Gestapo), la táctica constaba en minimizar sus logros, adhiriéndose al mito antijudío del partido. De hecho, ya durante la guerra se mostró molesto con los logros de algunos de sus compañeros de escuadrón, haciendo comentarios antisemitas hacia sus subordinados; en señal de protesta, Adolf Auer, compañero de Rosenstein, realizó el famoso dibujo de la estrella de David junto a la cruz negra en su avión (aunque él mismo no era judío).[68]​ Hasta mediados de los años 1930, los pilotos judíos aún disfrutaban de la conocida como «camaradería Richthofen» que consideraba a los aviadores «hermanos bajo los principios de la gallardía».[52]​ Cuando se les prohibía el uso de los aeródromos, aún tenían amigos que se lo permitían. También disfrutaban de «privilegios» fuera del alance de otros, como las pertenencias que se podían llevar al exiliarse del país (Rosenstein, por ejemplo, recibió de Göring un permiso para llevarse un par de avionetas y completar los trámites de emigración en un procedimiento acelerado).[52]​ Si bien tras la noche de los cristales rotos, todas estas consideraciones dejaron de existir.

En la armada[editar]

También en la Marina Imperial alemana hubo judíos, que sirvieron en distintas funciones (personal de máquinas, artilleros, navegantes, etc.).[69]​ A diferencia del arma aérea, la armada, como en el caso de otros países, era una institución propia con larga tradición. La tradición naval prusiana no contaba con oficiales de fe judía,[70]​ que sí tenían presencia en las marinas de otros países europeos. Sin ir más lejos, en la Armada Imperial austríaca los judíos habían alcanzado relevantes puestos de comandancia, el mayor de ellos con un rango de contraalmirante (Konteradmiral).[71]​ Cabe mencionar que, como en el caso del Ejército prusiano, sí hubo oficiales bautizados de origen judío.[72]

Si bien, con el avance de la guerra naval contra la Marina británica y la pérdida de personal marino, un número cada vez mayor de tripulantes judíos fueron ascendidos a oficiales (siempre «de la reserva») en puestos que quedaban vacantes, como los de oficiales de sala de máquinas. Un ejemplo fue el Schiffsingenieur zur See (oficial ingeniero de buques) Juluis Hochfeld, de Höxter, quien había desempeñado puestos en la marina alemana desde finales del siglo XIX y se prestó voluntario a la Kaiserliche Marine.[73]​ Después de la guerra regentaba una tienda de muebles en Hamburgo. A pesar de sus actos de valor en las batallas de la Bahía de Heligoland y de Jutlandia, él y su familia fueron perseguidos durante el nazismo y terminaron emigrando a Estados Unidos a finales de 1938. Su hermano y cuñada que se quedaron en Hamburgo perecieron en Auschwitz.[74]

Otro ejemplo destacado es de Max Haller, nacido en Haynau, en Baja Silesia (actual Polonia),[75]​ quien fue condecorado en varias ocasiones por las armadas de las tres Potencias Centrales.[76]​ Haller inició su carrera en la sala de máquinas de un buque mercante en 1911, y dos años después se alistó en la Armada Imperial. En 1915 se prestó voluntario al servicio en el Mediterráneo, donde permanecería hasta el final de la guerra, habiendo acumulado vasta experiencia combativa y participado en todas las principales operaciones navales de este teatro.[76]​ Al comienzo de la guerra sirvió de maquinista a bordo del buque insignia de la Hochseeflotte, el acorazado SMS Preußen, tras lo cual se incorporó al novedosa arma de la guerra naval: los submarinos. Pasó la mayor parte del servicio a bordo del SM UC-22, un submarino minador de clase UC II que, salvo varias patrullas en el Atlántico, operaba en el Mediterráneo, especialmente en el Mar Egeo. El teatro Mediterráneo fue un escenario secundario para la flota alemana (centrada en el mar del Norte y el Báltico), con lo que sus navíos y personal en este frente operaban en misiones conjuntas con sus aliados (y muchas veces bajo su mando), a saber, la Imperial y Real Armada austrohúngara (cuya base naval más importante, y de donde operaban los buques alemanes, se encontraba en Pula, Croacia) y la Armada otomana. A lo largo de la guerra, Haller fue condecorado con la austrohúngara Medalla al Valor, las otomanas Estrella de Galípoli y la medalla Liakat (en su máxima modalidad), y las alemanas Cruces de Hierro de 1.ª y 2.ª clase y la recién introducida Distinción de la Guerra Submarina (U-Boot-Kriegsabzeichen).[75][76]​ La Cruz de Hierro de 1.ª clase le fue otorgada por su actuación en el hundimiento del HMS Louvain.[75]​ Tras la guerra, Haller abrió una tienda de aparatos de radio en Berlín. Después de que esta fuera vandalizada por los Braunhemden (milicianos de la SA) en los disturbios antisemitas de abril de 1933, el silesiano colocó en el escaparate de la tienda un cojín de terciopelo con sus medallas como muestra de patriotismo. Si bien, poco después, con la creciente amenaza a la comunidad judía, terminó emigrando a la Palestina británica.[76]

En el cuerpo médico[editar]

El cuerpo médico (Sanitätsdienst, lit. ‘Servicio Sanitario’) fue ciertamente donde más militares judíos ocupaban puestos de responsabilidad.[10]​ Tras su emancipación, muchos médicos judíos se habían integrado en instituciones antes reservadas a cristianos, como el Charité en Berlín, donde se hicieron notar en algunos campos de la investigación y la cirugía;[10]​ muy atrás se quedaban los tiempos en los que a un médico judío no se le permitía tratar a un paciente cristiano, si bien en el ámbito militar también aquí se les habían adelantado sus pares en el Ejército austríaco.[77]​ Tras su ingreso en el Ejército imperial, los médicos y sanitarios judíos —al igual que sus compañeros— fueron acumulando sobre la marcha destrezas y experiencia en medicina militar en tiempos de guerra, a saber, amputaciones, gangrena, enfermedades infecciosas, síntomas de ataques con armas químicas (gases) y neurosis de guerra.[53]​ Algunos llegarían a ser entre los primeros especialistas en medicina militar moderna, convirtiendo sus observaciones durante las operaciones de campo en futuras tesis.[53]

En su libro Medicine and the German Jews: A History (Medicina y los judíos alemanes: una historia), el historiador John M. Efron de la Universidad de Berkley dedica un capítulo al Imperio alemán, bajo el título Antes de la tormenta: los médicos judíos en el Kaiserreich y la República de Weimar.[78]​ En él narra la transformación en el siglo XIX de la imagen del médico judío en la percepción popular alemana, de un charlatán dado a las prácticas experimentales en un experto altamente capacitado. A principios del siglo, un 16 % de todos los médicos alemanes eran judíos (siendo su proporción en la sociedad alemana poco más de un porciento);[48]​ y la mitad de los universitarios judíos en 1900 atendían las facultades de medicina.[78]​ Muchos hicieron sus seis meses a un año de servicio militar voluntario como estudiantes de medicina. Este fue el caso del anteriormente mencionado Carl Hartog, hijo de un manufacturero de cuero, quien había completado sus seis meses de servicio en las facultades de medicina de Múnich, Bonn y Wurzburgo, tras lo cual quedó ligado a la medicina militar. Comenzó su carrera en el Ejército como asistente de médico, luego ascendió a médico superior y finalmente a jefe cirujano con rango de comandante, posición que mantuvo en varios hospitales a lo largo de la guerra. Su servicio le valió las Cruces de Hierro de 1.ª y 2.ª clase.[51]

La guerra también vio por primera vez un despliegue importante de paramédicos de campo (Sanitäter), muchos de los cuales eran estudiantes de medicina a la hora de ser reclutados. Esto fue el caso del bávaro Fritz Goldschmidt, nativo de Neumarkt (Alto Palatinado).[79]​ Tras su Abitur, realizó su año de servicio militar (1908/9) en una unidad sanitaria y luego fue asignado a la reserva. Durante este tiempo estudió Medicina en Núremberg, y cuando estalló la guerra, ayudó a tratar a soldados bávaros heridos en un hospital de la reserva que operaba en la ciudad. En noviembre de 1914 se alistó al Ejército y fue enviado al frente con la 1.ª Compañía de Pioneros. Un año después (noviembre de 1915), recibió la Cruz de Hierro de 2.ª clase tras meses de combates en las colinas de Apremont en las Ardenas, al noreste de Francia. En este tiempo fue elegido para ser parte del primer grupo de personal médico en recibir un extensivo entrenamiento en el tratamiento de víctimas de armas químicas. El año siguiente recibió del rey de Baviera la medalla de la orden bávara al mérito militar de 4.ª clase con espadas. Durante la ofensiva en la primavera siguiente, el 26 de marzo de 1918, cayó en la batalla de Bucquoy después de recibir un impacto de bala en la cabeza.[79]

Rabinos militares[editar]

El rabino Dr. Arnold Tänzer, varias veces condecorado, en uniforme de campaña con la cinta de la Cruz de Hierro y una estrella de David plateada. La cruz roja en el brazalete indica su función de personal auxiliar (médicos, capellanes...)

Cuando fue declarada la guerra, la C.-V. solicitó la incorporación de rabinos militares (Feldrabbiner), cargo nunca antes contemplado en el Imperio alemán (impensable en una entidad de carácter marcadamente cristiano). En agosto de 1914, 81 rabinos alemanes se prestaron voluntarios para ocupar estos puestos, de los que los primeros siete, entre ellos el erudito y teólogo Leo Baeck (futuro director de la Reichsvertretung der Deutschen Juden), fueron desplegados entre las unidades combativas un mes después.[80]​ Decenas de rabinos militares prestaron servicio en el frente a lo largo de la guerra,[1]​ muchos de ellos, como el teólogo Arnold Tänzer, de Göppingen, combatieron activamente e incluso fueron condecorados por sus acciones.

La participación de decenas de miles de judíos en la guerra supuso un esfuerzo logístico, sobre todo en lo referente a la comida kosher,[81]​ todo ello supervisado por los rabinos militares. Con ellos aparecieron por primera vez las celebraciones judías en el Ejército alemán, muchas de ellas multitudinarias, como la descrita en una carta enviada por el rabino Martin Salomonski (receptor de la Cruz de Hierro en 1917, y asesinado en Auschwitz en 1944):[4]

1600 soldados alemanes, lejos de casa, se han reunido para rezar a Dios. Cada palabra de las Escrituras, muchas oraciones han adquirido un nuevo y profundo significado para nosotros y nos han dotado de una indomable determinación para permanecer fieles a nuestro káiser y a la patria alemana, para seguir sacrificando nuestra sangre y nuestra vida voluntariamente y no dudar de la misericordiosa guía de Dios.

En el frente oriental, los Feldrabbiner hasta se prestaron para dirigir servicios para las comunidades judías locales, tras la aprobación del Alto Mando del Ejército; en los festivos, dirigían en ocasiones servicios compartidos por soldados y civiles de estas comunidades (muchas veces pequeños núcleos desprovistos de autoridades religiosas propias).[10][82]​ Para el mando alemán, aquello tenía ventaja pues se consideraba que podía influir en las comunidades locales en pro de la posición alemana.[7][44] Algunos autores sostienen que para los dirigentes alemanes satisfacer la petición de la comunidad judía en este respecto habría resultado fácil, a diferencia de concesiones de carácter estrictamente militar, y se podría hasta considerarse una forma de compensación por las limitaciones a estas últimas.

Durante la guerra, la división entre las corrientes del judaísmo, producida como consecuencia de la emancipación judía y la expansión de los movimientos liberales y asimilados durante la Haskalá (en cuya contra destacaba el hamburgués Samson Raphael Hirsch, quien fue figura clave en el desarrollo del judaísmo ortodoxo), se suspendió en cierto sentido como respuesta a la llamada de unión del káiser. Dentro del rabinato militar, dominado por rabinos liberales, no hubo distinción entre unos y otros; si bien cabe destacar que ciertas corrientes del judaísmo ortodoxo alemán nunca se alinearon del todo con la causa de las Potencias Centrales, aunque sí apoyaban la continuidad del dominio otomano de Palestina.[83]​ Estas disputas no llegaron al soldado del frente, que fue más afectado por el choque cultural con el judío oriental que por cuestiones teológicas.

La Primera Guerra Mundial fue el último escenario en el que rabinos militares sirvieron activamente en las fuerzas armadas alemanas y, de hecho, hasta recientemente en general (si bien hubo rabinos en la reserva del Reichsheer hasta finales de los años 1920). Solo en junio de 2021 se volvió a nombrar por primera vez a un rabino al puesto de capellán en la Bundeswehr.[84][13]

Contacto con el judaísmo europeo oriental[editar]

▓▓ describe los varios colectivos judíos de procedencia centro y este europea implicados en la guerra: las comunidades centroeuropeas (tanto alemanas como austríacas), la burguesía asimilada judeoprusiana de las regiones orientales del Imperio alemán (principalmente Silesia y Posen, aunque también la Prusia Oriental, la Prusia Occidental y el este de Pomerania, todos actualmente territorios de Polonia, Chequia y los países bálticos), las comunidades de Transleitania (principalmente húngaros y eslavos) —todos ellos parte de las Potencias Centrales—; y, a su vez, las poblaciones empobrecidas de judíos orientales (radicadas en los márgenes occidentales del Imperio ruso), caracterizadas por su habla yidis (lengua germánica derivada del alto alemán, no hablada per se por los judíos alemanes).

Según David J. Fine (véase a continuación), a comienzos de la guerra, para muchos judíos fue Rusia el enemigo antijudío, objeto de una guerra de liberación propia.[82]​ Para sus combatientes, la guerra trataba también de «liberar a los judíos de la esclavitud rusa».[82]​ Fine describe cómo los judíos alemanes de clase media alta del este europeo se encontraron con su «otro»: los judíos orientales más pobres de habla yidis,[85]​ que en muchos casos despertaron su interés,[82]​ pues descubrieron facetas del judaísmo que se habían perdido en occidente (sobre todo entre las comunidades más asimiladas).[44] Este fue el caso de Helmut Freund, de Berlín, quien sirvió como médico auxiliar en una región actualmente parte de Bielorrusia,[7]​ quien fue cautivado por las comunidades orientales. En sus escritos sobre los habitantes de Iwye, se muestra «desconcertado por la miseria y la pobreza en la que viven, pero impresionado por su piedad e independencia».

Como ya mencionado, los rabinos militares que sirvieron en el frente oriental verían en la ayuda a las comunidades locales (desde servicios religiosos a la inauguración de centros educativos) una parte importante de su misión, en un principio con el apoyo del mando militar (aunque este enfoque cambiaría tras la Revolución rusa). Al mismo tiempo se creó también el cargo de oficial referente para asuntos judíos en el Alto Mando del Frente Oriental.[33]

Discriminación y antisemitismo[editar]

Los primeros dos años de la guerra se caracterizaban por el deseo de la comunidad judía de formar parte del esfuerzo nacional y estar presentes en el campo de batalla junto a sus compatriotas. Una carta del soldado Bertold Elsaß expresa las vivencias de la guerra y a la vez la esperanza que abarcaba:[4]

Querido amigo, una astilla me penetró la parte superior del cráneo, tengo una astilla en el brazo y otra en el hombro izquierdo. Soy el único oficial judío de mi regimiento. Querido amigo, nunca habríamos soñado con tener que participar en una tal carnicería, pero esperemos que con esta guerra los judíos consigamos por fin la igualdad de derechos en todos los sentidos.

Sin embargo, las muestras de antisemitismo no tardaron en aparecer,[40]​ acompañadas por el afán constante de minimizar los esfuerzos de los soldados judíos, sus acciones en combate y sus pérdidas. Conforme se alargaba la guerra y se perdía la ilusión por un triunfo rápido (prometido por el káiser y los jerarcas militares), y con los problemas en casa —sociales, políticos y sobre todo económicos— en punto de ebullición, la propaganda antisemita se extendió rápidamente en una nación al borde del desastre, con el comercio prácticamente paralizado por el bloqueo marítimo impuesto por la Marina británica a las Potencias Centrales. Así las cosas, a los judíos se le culpaba de todos los males de la guerra, sobre todo a partir del fracaso de la ofensiva alemana sobre Verdún. Aparte de las acusaciones de carácter militar, se les acusaba también de enriquecerse a costa del erario público y monopolizar la industria del armamento y el comercio internacional de alimentos.[16]

Albert Ballin, armador y naviero, miembro de una histórica familia judía hamburguesa y admirado por Guillermo II,[86]​ quien abasteció a la Armada de buques y accesorios.

El mencionado Censo Judío de octubre de 2016 causó indignación en muchos soldados judíos, que veían como su sacrificio no era tenido en cuenta por parte de la sociedad y de la jerarquía militar ni servía para aplacar el antisemitismo. Una vez en marcha, no hubo una autoridad militar determinada que vigilara su elaboración y se asegurase de la fiabilidad de los datos.[16]​ Los jefes de batallón encargados de repartir los cuestionarios entre sus subordinados, por ejemplo, tenían la potestad de expedir «licencias de exención» (relevando temporalmente a soldados del frente para ocuparse de tareas no combativas),[87]​ con lo que parte de los judíos quedaban fuera del censo. En una carta publicada por la RjF después de la guerra, se describe la alegría de un soldado judío al recibir junto a un compañero, también judío, el inesperado relevo, y la decepción al volver a su unidad y ser informado de que se habían «agotado» los formularios del censo.[16]​ A eso hay que añadir que las tropas del Reichsheer estaban repartidas por Francia, Bélgica, Rusia, Polonia y los Balcanes, además de las guarniciones en territorio propio, un área prácticamente imposible de cubrir en plena guerra.[16]​ Las consecuencias del censo para los soldados judíos en el frente fueron desmoralizantes y hubo reacciones de furia entre sus oficiales, muchos de ellos condecorados por valentía. Como consecuencia, a camaradería entre soldados, hasta entonces relativamente inmune a este tipo de cuestiones, empezó a resquebrajarse.[16]​ Si bien el proceso no tenía como objetivo manipular los números sino dar fe de la fiabilidad de las acusaciones en la prensa antisemita (por «eludir el servicio militar y acaparar la mayoría de puestos de retaguardia»), lo cierto es que cuando los datos empezaron a arrojar una presencia proporcionalmente mayor de los judíos en posiciones avanzadas, los resultados nunca llegaron a publicarse (oficialmente, para «no ofender los sentimientos de la población judía»).[40]​ Como consecuencia, la propaganda antisemita reivindicó la falta de resultados como prueba de la veracidad de sus acusaciones y propició la teoría conspirativa de la puñalada por la espalda (Dolchstoßlegende).[16]

Cuando no se culpaba al soldado judío, se hacía hacia los políticos y empresarios judíos, a pesar del gran compromiso que muchos de ellos tenían con la guerra.[36]​ El principal funcionario en el Gobierno a cargo de la economía doméstica era Walther Rathenau y el principal asesor de comercio era el armador hamburgués Albert Ballin, ambos judíos, que se convirtieron en blancos del odio pese a su ferviente patriotismo.[86]​ Ballin, propietario de la Hamburg America Line (Hapag), fue quien planeó y encargó la construcción de los buques de la clase Imperator (construidos por la Vulkanwerft), considerados un orgullo alemán y símbolo de grandeza para el káiser por ser dos de ellos los más grandes del mundo (el Imperator y el Vaterland/Leviathan), además de ser el artífice del sistema de alojamiento de emigrantes en los años del boom migratorio en Hamburgo.[86]​ Este, tras los infructuosos intentos de alcanzar un acuerdo comercial con los británicos en nombre del Imperio —especialmente en negociaciones con el también judío de origen prusiano Ernest Cassel— cedió sus cargueros a la Armada alemana (sin ser obligado a ello) en lugar de ponerlos a salvo en países neutrales, como sí hicieron otros navieros alemanes. Tras perder más de la mitad de su flota en la guerra, y encima siendo acusado de traición, Ballin puso fin a su vida. Después de la guerra, la Hapag construyó el SS Albert Ballin en homenaje al empresario (que los nazis rebautizarían posteriormente como SS Hansa), siendo la base de otros tres navíos construidos por la naviera: el Deutschland, el Hamburg y el New York.[12]

En la Primera Guerra Mundial fue también cuando comenzó a difundirse el mito de la lealtad de los judíos a su etnia antes que a su país.[88]​ Si bien en realidad, la disposición de los soldados judíos en ambos bandos (225 000 judíos estadounidenses participaron en la guerra)[89]​ a combatir las tropas enemigas —a pesar de la discriminación sufrida por unos y por otros— era absoluta e incondicional. En una carta de finales de 1917 enviada por un oficial judío bávaro se deja patente que se conocía la inclusión de judíos entre tropas del bando enemigo,[88]​ pero no por eso estaban menos dispuestos a derrotar a su contrincante.

Teoría de la asimilación[editar]

Estudios recientes ponen en duda el calado de la discriminación en las filas del Ejército alemán y el efecto que tenía el Judenzählung sobre los soldados judíos en general.[44]​ Según historiadores como Thomas Weber de la Universidad de Aberdeen y David J. Fine, rabino de Ridgewood y doctor en Historia europea moderna por NYU,[90]​ los soldados judíos en el frente no sufrían por regla general discriminación (en todo caso no hasta una fase tardía de la guerra), y estaban plenamente integrados entre las tropas. También después de darse a conocer el censo, su sentido de patriotismo seguía por regla general sin alteraciones. En su libro La primera guerra de Hitler, Weber afirma que los militares judíos en el Ejército alemán tenían las mismas oportunidades que sus compatriotas, y no solo que la proporción de judíos y no judíos en el frente era la misma, sino que en el caso de los ascensos a oficiales (en campaña) era algo mayor entre los militares judíos.[44] Que no alcanzaran rangos superiores se debía a la tradición general en los Ejércitos alemanes (y europeos en general), basada en el reparto de puestos de comandancia entre la nobleza, los junkers y miembros de familias con tradición militar, siendo la diferencia en este aspecto con los soldados no judíos que no pertenecían a estos estamentos insignificante.[91]​ Con ello contrasta la opinión común defendida por historiadores alemanes como Heinrich August Winkler, que ven en el censo judío una búsqueda previsora de un chivo expiatorio para la derrota prevista en la guerra y una prueba del antisemitismo generalizado en el cuerpo de oficiales. También ha demostrado en detalle que el regimiento en el que sirvió Hitler no era un hervidero de antisemitismo (por más que este afirmaría más tarde que había adquirido sus convicciones decisivas en las trincheras del frente occidental).[44]

En su libro Jewish Integration in the German Army in the First World War (La integración judía en el Ejército alemán en la I Guerra Mudial),[31]​ Fine explica que la guerra reforzó el sentido de integración entre los militares judíos, quienes compartían un sentir de identidad tanto alemana como de su propia comunidad. «El Reich alemán había sido el marco y la garantía de la emancipación judía desde 1871, y en este sentido Alemania también se defendía».[44] Estos estudios narran el día a día en las unidades del frente, en el que las tropas compartían tiempo y recursos durante largos e intensos períodos, haciendo prácticamente todo juntos. La observancia de las fiestas judías y cristianas no suponía ningún problema para los seguidores de ninguna de las dos religiones;[44] hasta tomaban parte en ceremonias y festivos unos de otros, a veces convirtiéndose en parte de la rutina anual. Los judíos, por ejemplo, participaban de una forma bastante natural en la celebración de la Navidad, en la que veían más una manifestación cultural alemana y una celebración de la libertad que una tradición de carácter religioso.[92]​ El mando del Ejército también concedía a los soldados judíos tiempo libre durante sus festivos, y tampoco era raro la participación de alemanes no judíos en estas celebraciones. Además, hubo aprecio por la dedicación de los judíos en batalla, que se reflejaba en la cantidad de ascensos y condecoraciones. Los estudios no niegan el creciente y contundente antisemitismo en las sociedad alemana, pero alegan que en plena guerra, no llegaba a influir sustancialmente a los soldados en el frente, que creían que tras el silencio de las armas no iba a haber quien pudiera negarles su contribución y sacrificio.

Muchas familias judías tenían a más de un miembro en el frente. En la imagen, los hermanos Polack de Hamburgo en 2016; sería su último encuentro juntos.[93]

Desde esta perspectiva, el censo de 1916 retratado a lo largo de los años como «señal en la pared»,[25]​ era más «una metedura de pata sin tacto, típica del antisemitismo habitual en algunos sectores de la sociedad de la época» que una acción pensada para provocar lo que en efecto provocaría en las calles alemanas, lejos del frente.[44]​ Más que nada, fue entre el Alto Mando, más alejado del día a día de las tropas, donde personas como Erich Ludendorff irían desarrollando la leyenda de la puñalada en la espalda. Muchos de estos generales, que eran también aristócratas al fin y al cabo, querían mantener el tradicionalismo, y este, inevitablemente, pasaba por el antisemitismo.

Precisamente de esta distinción entre tradicionalismo (o conservadurismo) y liberalismo habla el historiador británico Tim Grady, catedrático en la Universidad de Chester.[44]​ Grady cree que la opinión que prevalece hasta el día de hoy se debe a la percepción de que había una clara separación entre el conservadurismo alemán y el liberalismo judío, que propició que la comunidad judía fuera un grupo delimitado en la sociedad alemana de la época. Esta percepción había calado muy hondo en la posguerra de la Primera Guerra Mundial y, según algunos investigadores, era el motivo original del desprecio de Hitler hacia los judíos: él odiaba el liberalismo y el modernismo. En contraste con Franz Oppenheimer o Jacob Segall, Grady sostiene que se trata de una percepción distorsionada y que los alemanes judíos eran considerados combatientes en la guerra como sus compatriotas y no eran víctimas de un antisemitismo generalizado. «La clase media de judíos asimilados, segura de sí misma, era mucho más conservadora de lo que hoy nos gustaría imaginar, y muchos se sentían patriotas alemanes». Esto también explica por qué muchos judíos alemanes permanecieron en su patria durante la época nazi: no podían imaginarse ser perseguidos como veteranos de guerra condecorados.[44][49]

Por su parte, Fine vuelve a hacer hincapié en que a comienzos de la guerra, para muchos judíos fue Rusia el enemigo antijudío, y objeto de una guerra de liberación propia.[82]​ La identidad judía puede que no se pusiera a prueba tanto en el frente occidental, pero sí en el oriental, donde muchos soldados creían que estaban defendiendo a la humanidad contra las «hordas eslavas». Para los combatientes judíos, también se trataba de «liberar a los judíos de la esclavitud rusa».[82]​ Fine describe cómo los judíos alemanes burgueses asimilados del este europeo (actualmente territorio de Polonia, Chequia y los países bálticos) se encontraron con su «otro»: los judíos orientales de habla yidis.[7]​ La conclusión de todos estos historiadores es que no hubo una clara línea definida de continuidad de un antisemitismo alemán durante la Primera Guerra Mundial que condujera necesariamente a Auschwitz; «la historia de los soldados judíos podría haber conducido a otro lugar, por ejemplo, a la actual república unificada».[44]

Sin embargo, historiadores como Appelbaum no comparten esta visión, considerando el censo y otras pautas discriminatorias (sobre todo a partir de ese momento) como profundas y relevantes cara a lo que se avecinaría poco después. Como se refleja en cartas (como la antes mencionada) y en escritos como los de Theilhabero o del capitán bávaro Georg Meyer,[56]​ el censo sí que impactó en los soldados judíos y causó indignación (a veces profunda) entre los oficiales, pero no por eso se desatendieran de sus responsabilidades o se implicaran menos en la guerra; para muchos de ellos Alemania seguía siendo la patria, a la que debían defender: era su deber para con el Imperio.[56]

Desarrollos militares en ciencia y tecnología[editar]

La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto militar donde se hizo uso dominante de armas motorizadas; es cuando entran en escena los primeros carros de combate, aviones de combate y otros vehículos, abriendo una nueva etapa de guerra sujeta a los avances tecnológicos.[94]​ Muchos de los judíos alemanes y austríacos encontraban en la ingeniería su vocación, en ocasiones con desarrollos empleados en el ámbito militar, si bien lo cierto es que Alemania en esta época se quedaba por detrás de los Ejércitos aliados; su único modelo de tanque en toda la guerra, el Sturmpanzerwagen, por ejemplo, entró en acción solo en 1918, con escasas 21 unidades operativas fabricadas. Entre los ingenieros judíos de esta época destacan nombres como Theodore von Kármán, del Instituto Aeronáutico de la Universidad Técnica de Aquisgrán (antes miembro del grupo de trabajo de Ludwig Prandtl en la Universidad de Gotinga),[95]​ quien en 1915 se presentó voluntario para el servicio en el Ejército austrohúngaro (él mismo procedía de una familia noble húngara; su padre fue el educador personal del heredero al trono).[95]​ Durante su servicio en el frente, Kármán desarrolló un helicóptero primitivo para misiones de avistamiento, cuyos planos —más tarde mejorados por Oszkár Asboth— servirían durante el desarrollo de modelos de rotores coaxiales (como el AH-4 de Asboth) y artilugios como la mochila-autogiro. El Instituto Von Karman de Dinámica de Fluidos y el concepto austronáutico Línea de Kármán llevan su nombre.[95]

Otro judío austroalemán dedicado a la industria del automóvil era Josef Ganz, quien se alistó voluntario a la Armada alemana durante la guerra.[96]​ Entre combate y combate desarrolló un plan para un pequeño coche que fuera asequible, si bien sus ideas solo llegarían a concretarse en planos técnicamente viables durante sus posteriores estudios de posgrado en Ingeniería Mecánica en la Universidad Técnica de Darmstadt. En 1931 fabricaría el Maikäfer (‘escarabajo sanjuanero’), y un par de años después vería la luz el Standard Superior. Se considera que ambos modelos, con su concepto de suspensión independiente de eje oscilante, podrían haber tenido influencia sobre el desarrollo del escarabajo de Volkswagen, aunque el grado de la misma queda en disputa.[97][98]

Muchos ingenieros judíos lucharon activamente, y hasta perdieron la vida, en la guerra. Este fue el caso de Georg Meyer, ingeniero jefe de Siemens-Schuckert y su representante oficial en la década de 1900.[99]​ Como patriota bávaro (era poseedor de la medalla del Príncipe Leopoldo de 1905 en oro y de la medalla de 20 años de servicio militar), el 2 de agosto de 1914 se incorporó al 8.º Regimiento de Artillería de Campo del Ejército bávaro con su anterior rango de teniente, y dos semanas después fue ascendido a capitán y puesto al mando de un batallón de la reserva, que participó en las batallas del Gran Este francés. En julio de 1915 el batallón se reestructuró dentro del 10.º Regimiento de Reserva de la Artillería de Campo, manteniendo la línea cerca de Verdún en la larga etapa de lucha estacionaria en el frente occidental. Durante este tiempo pudo observar y estudiar el rendimiento de los cañones alemanes, especialmente los K 09, trazando algunas ideas de mejoras para ser enviadas a la recién creada fábrica de piezas de artillería de Siemens. Durante sus 28 meses de servicio, Meyer escribió 23 diarios, actualmente considerados de las fuentes primarias más importantes sobre la experiencia de los soldados judeoalemanes en la Gran Guerra.[99]​ También sirven como prueba del efecto que tenía el Judenzählung en los oficiales judíos, particularmente los bávaros (acostumbrados a un trato algo más igualitario que sus correligionarios prusianos);[30]​ él mismo se sintió profundamente afectado, experimentando un «bajón en el estado de ánimo» y dudas sobre sus perspectivas de futuro (su prevista reincorporación a la empresa después del servicio; si bien en su última carta se ofreció para dirigir la nueva fábrica de artillería). A pesar de todo, durante este tiempo Meyer, que ya contaba con la medalla al Mérito Militar y la Cruz de Hierro de 2.ª clase, se distinguió en batalla, siendo condecorado con una segunda medalla al Mérito Militar (con espadas) y la Cruz de Hierro de 1.ª clase. Un día después de ser informado sobre la concesión de esta última, el 14 de diciembre de 1916, murió alcanzado por un proyectil de artillería enemigo.[99]

En las ciencias naturales[editar]

También hubo aportaciones judías en las distintas disciplinas científicas que jugarían un papel importante en el desarrollo de la guerra moderna.[94]​ Los científicos judeoalemanes en esa época disfrutaban de un prestigio suficiente como para sortear los estallidos de antisemitismo en la propia academia durante la guerra, e incluso en el período de entreguerras, siendo claves en los descubrimientos de esta época (anterior a la difusión generalizada de las teorías racistas de ‘ciencia judía’ y ‘ciencia aria’).[94]​ Los resultados de sus investigaciones serían el preludio de algunos desarrollos que a la postre servirían, entre otros, para fines militares. Este fue el caso del descubrimiento de la fisión nuclear, basada en gran medida en los trabajos de Lise Meitner, judía de origen austríaco afincada en Berlín (ostentando una ciudadanía alemana temporal).[100]​ En 1914 realizó avances en el desarrollo de una nueva técnica de separación del tántalo de la uraninita, logrando la extracción de óxido de silicio y la identificación de un emisor alfa (pese la escasez de apoyo de sus compañeros del KWI).[100]​ Un par de meses después se juntó con Otto Hahn (considerado el padre de la química nuclear), y los dos idearon métodos para la identificaron de las demás partículas alfa.[101]​ En julio de 1914, Hahn fue reclutado a la Landwehr, y Meitner, de nuevo sola, se dedicó a estudiar nuevas técnicas de rayos X con fines médicos, al tiempo que concluía el trabajo de ambos sobre el espectro de rayos beta; también realizó un estudio independiente sobre la cadena de desintegración del uranio e identificó el Protactinio.[100]​ En julio de 1915 se alistó a la Armada austrohúngara como técnico de rayos X, aplicando sus propios métodos, y fue enviada al frente prestando servicio en hospitales de campaña. Su investigación en el campo de la fisión nuclear tendría importantes aportes a futuros usos, tanto civiles como militares. A pesar de sus logros, sería investigada por el REM y perseguida por el nazismo tras el Anschluss, terminando desplazándose a Dinamarca a invitación de Niels Bohr.[100]

La Primera Guerra Mundial fue también el comienzo de la era de las armas no convencionales. Quizá el más destacado científico en este campo fue Fritz Haber, premio Nobel de Química de 1918 por concebir la síntesis del amoníaco, y quien, junto al también judío prusiano Max Born, propusieron el ciclo de Born-Haber para evaluar la energía reticular de un sólido iónico.[102]​ Si bien, en el contexto de la guerra su nombre está ligado sobre todo al desarrollo de las armas químicas (el programa del gas venenoso; Giftgasprogramm), particularmente por su trabajo con el dicloro y su empleo en la guerra de trincheras (al mismo tiempo desarrolló las máscaras de gas con filtros absorbentes, beneficiosas más allá de su uso en la guerra). Haber fue un destacado ejemplo del judío nacionalista alemán, habiendo declarado que «En tiempos de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempos de guerra pertenece a su país». Se encargó de llevar a cabo el primer uso del dicloro en abril de 1915 en la segunda batalla de Ypres, desplazándose personalmente al frente; más tarde haría lo mismo en el frente oriental.[102]​ Orgulloso en su día de su servicio en la guerra, fue condecorado y ascendido al rango de capitán por el propio káiser. Entre sus asistentes en el programa estaban James Franck, Gustav Hertz y Otto Hahn (todos futuros premios Nobel). Su primera mujer, también doctorada en química, se suicidaría supuestamente por el uso que se hizo de su trabajo en la guerra. Él mismo sería desprestigiado por los nazis, si bien irónicamente el Zyklon B usado por estos para perpetrar el Holocausto era de algún modo un desarrollo cuyos orígenes estaban en el GGP (la formulación del Zyklon A se había logrado en el instituto en el que trabajaba Haber).[103]

Después de la guerra[editar]

Cartel publicitario de la RjF titulado A las madres judías: Una mujer llorando ante una lápida encabezada por la Cruz de Hierro, que reza: «12 000 soldados judíos cayeron por el Vaterland en el campo del honor». Debajo se lee: «Héroes cristianos y judíos lucharon juntos y juntos descansan en tierra ajena... El odio partidista ciego no se detiene ante las tumbas de los muertos. Mujeres de Alemania: no toleren que se burle de la madre judía en su dolor».

Las vivencias de la comunidad judía alemana en el período de entreguerras, que —como era el caso de la sociedad en general— iba de la mano de la experiencia de sus militares en la guerra y, en su caso particular, la banalización de su sacrificio,[20]​ definirían su proceder en los años de la República de Weimar y tras la Machtergreifung (toma de poder de los nacionalsocialistas). Los contingentes de judíos que habían vuelto del frente para encontrar a una sociedad en caos e infectada de antisemitismo (y con su garante, el káiser, ahora abdicado y despreciado por gran parte de la población), se unieron en 1920 para fundar la Reichsbund jüdischer Frontsoldaten (‘Liga de los Soldados Judíos del Frente del Reich’; RjF por sus siglas) con el fin de presentar un frente unido para combatir las acusaciones en su contra y divulgar sus historias de la guerra.[104]​ Numerosos exmilitares, desde soldados de infantería a médicos y pilotos, se incorporaron a la organización. En su cata fundacional, Gideon Römer-Hillebrecht, poseedor de la Cruz de Hierro de 1.ª clase, explicó la razón de ser de la organización:[4]

...Ahora la gente pensaba: «Primera Guerra Mundial, ahora por fin todo irá bien». Y entonces, en 1916 hubo un censo de judíos, porque pensaban que los judíos eran demasiado cobardes, que no estaban en el frente, que se quedaban en casa. Y esa fue en última instancia la verdadera puñalada por la espalda, por decirlo de esta manera [en referencia al término usado en la leyenda antijudía]... la Primera Guerra Mundial es cuando Alemania finalmente demostró que no estaba dispuesta a integrarse. No se trataba de los judíos, ellos eran capaces de sacrificarse, querían formar parte de la patria, se trataba de que los antisemitas ya estaban mostrando aquí su cara malvada.

Una de las consecuencias fue un fenómeno contrario a la asimilación,[n 1]​ahora con más interés en la identidad propia y la vida comunitaria.[20]​ Al mismo tiempo, muchos eligieron dedicarse a la academia, la política (mientras se les permitía) y las profesiones liberales reguladas, como abogados, contables y médicos.[105]​ Gran parte de los soldados que habían luchado en la guerra eran de la opinión de que también en la próxima contienda, que muchos consideraban inevitable, se iba a necesitar de los judíos, y que a la hora de la verdad el antisemitismo daría paso al pragmatismo, al igual que en conflictos anteriores.[2]​ Es por eso que tras el armisticio, no pocos oficiales judíos intentaron permanecer en la reserva, aunque no eran bienvenidos. Aun así, para gran parte de ellos era impensable una política tan antisemita como la que traería el nacionalsocialismo, e incluso después de sucesos graves como la noche de los cristales rotos, muchos creían que lo mejor sería quedarse en su patria y esperar que pase la tormenta.[49]​ Entre la izquierda judía, heredera del luxemburguismo (representada por militantes como Rosi Wolfstein), la solución seguía teniendo un enfoque laico de lucha de clases y antibelicismo; si bien entre los exmilitares y muchos de los que antaño se consideraban ante todo patriotas alemanes, se trataba del fracaso de la asimilación como objetivo (entendiendo que la renuncia de una identidad propia, sea cultural o religiosa, no significaba ser vistos por la sociedad como parte igual de la misma).[20]

Against this backdrop, and after re- encountering the “authentic” and multifaceted culture of the Jewish shtetl, many German Jews then questioned whether assimilation at all costs was actually a desirable goal. The specifically Jewish war experience became an important factor in a burgeoning of Jewish activities during the 1920s, which ranged from a renewed interest in Jewish religious matters to a new interest in secular Jewish culture, including the visual arts and literature.[40]

Las lápidas de los soldados judíos caídos en la Gran Guerra en los cementerios militares alemanes fueron erradicadas durante el nazismo y restauradas tras la II Guerra Mundial.
Algunos recordatorios de la participación judía en el bando alemán en la IGM se encuentran fuera de las fronteras germanas. En la foto, la tumba en Jarosław, (Polonia) de un soldado judío caído en 1915.

En esta época de proliferación de toda clase de movimientos sociales y políticos, de distintas ideologías (desde las fraternidades universitarias nacionalistas a los grupos comunistas), también se vieron revitalizados los movimientos identitarios judíos, muchos de ellos fundados, entera o parcialmente, por exmilitares.[106]​ En muchos judíos volvió a brotar el deseo de tener un «lugar propio entre las naciones», reemplazando el concepto de patria alemana por uno de patria judía. La ideología del sionismo como garante de una identidad histórica volvió a ganar adeptos entre los veteranos judíos, entre otros también como una forma de rechazo a Alemania, al entender que su integración, a pesar de su histórico arraigo a esa tierra, resultaba imposible y que la discriminación siempre estaría ahí.[20]

Pese a que desde 1918 abundaron las crónicas de veteranos judíos de la guerra, el antisemitismo se había convertido en una parte de la realidad alemana, a tal punto que incluso asociaciones de veteranos empezaron a rechazar la admisión de judíos. En los años 1920 se difundió con mucho ímpetu la conspiración de la puñalada por la espalda.[107][108]​ Desarrollada en el seno del Alto Mando alemán, empezó como una forma de trasladar la responsabilidad de la derrota del campo militar al campo político («el soldado alemán podía haber ganado si no por los políticos»), agitando el odio hacia figuras políticas de la República de Weimar, con los partidos de izquierdas (SPD, USPD, Demócratas Liberales y espartaquistas) acusados de haber promovido una «agitación política de izquierda» en plena guerra (con la famosa imagen del socialdemócrata clavando un puñal en la espalda de un soldado alemán, que cae al suelo agarrando la bandera negra, blanca y roja).[108]​ Para la calle alemana, convencida hasta el último momento de una victoria final en la guerra (debido a una propaganda muy activa hasta los últimos días de la contienda), resultaba fácil creer que una tal ingrata sorpresa tenía un fundamento de traición. A continuación, elementos radicales —empezando por el propio DNVP— lo irían vinculando a una supuesta «judería internacional» que, «acaparando el poder, se beneficiaba de la derrota alemana» (los nacionalsocialistas lo llevarían luego a un nivel más profundo). La puñalada por la espalda como justificación del debacle alemán en 1918 formaría parte del repertorio habitual de la derecha nacional durante toda la República de Weimar.[108]

SI bien, hasta la toma del poder por el partido nazi, e incluso hasta la legislación antijudía de Núremberg, las organizaciones judías aún ejercían cierto poder, y sus académicos e intelectuales formaban una importante parte del tejido económico, industrial y científico del país.[105]​ En la década de 1920 y hasta comienzos de la de 1930, muchos de los catedráticos de disciplinas científicas y sociales eran judíos.[49]​ Es cuando se funda el Instituto de Investigación Social, precursor de la escuela de Fráncfort. Para 1933, la mitad de los médicos berlineses eran judíos (en la capital austríaca, Viena, su proporción alcanzaría los 60 %).[109]​ Estas cifras indican que a pesar del antisemitismo, su reputación (sobre todo en pos de la guerra) aún quedaba relativamente intacta. Muchos de los médicos militares judíos que no se desempeñaban en la academia habían establecido sus propias consultas, a las que atendían también otros veteranos de la guerra.[20]​ El gran esfuerzo de los nazis por eliminar la intimidad médico-paciente entre judíos y no judíos chocó en un principio con el escollo de los soldados alemanes que fueron salvados por sus compatriotas judíos en la guerra.[109]

Las organizaciones judías, encabezadas por la RjF, reunieron esfuerzos para mantener vivo el relato del soldado judío, tanto dentro la comunidad como cara a la sociedad en general.[104]​ La RjF tenía su propia publicación periódica llamada Der Schild (‘El Escudo’), donde se denunciaban incidentes antisemitas y se informaba de las medidas tomadas para hacerles frente, denunciar las mentiras y divulgar la perspectiva judía de la guerra.[35][110]​ La publicación fue también donde se organizaban los eventos conmemorativos a los soldados caídos y las ayudas a los heridos en acción.[111]​ Periódicamente se publicaban relatos sobre acciones heroicas y detalles sobre condecoraciones concedidas por figuras importantes de la época a miembros de la comunidad.[110]​ Pronto, la publicación se convirtió en el medio representativo de los soldados judeoalemanes y su historia, librando batallas editoriales con los medios antisemitas, cada vez más comunes.[49]

Sin embargo, los eventos conmemorativos de la comunidad, que, en vista de la realidad de la época, fueron con el tiempo atendidos por cada vez menos excompañeros de armas no-judíos, pasando a enfocarse más en el dolor propio y un destino comunitario compartido,[111]​ tenían sus días contados. En 1932, un año antes de la Machtergreifung, se celebró en Fráncfort la última ceremonia conmemorativa a los judíos caídos en la guerra;[1]​ tuvo lugar en el Antiguo Cementerio Judío de la ciudad, frente al cenotafio erigido en 1925 a tal fin, el cual sufriría graves daños en 1938 durante la noche de los cristales rotos, cuyas huellas aún son visibles a día de hoy.[49]​ Antaño lugar de recuerdo de los soldados judíos caídos en la Gran Guerra, hoy simboliza la tragedia del judaísmo en Alemania en general.[1]​ Algunos autores han expresado su desacuerdo con que este símbolo del soldado judío alemán se haya convertido en otro de muchos monumentos dedicados al destino de los judíos durante el nazismo, aduciendo que el Holocausto está acaparando todo el relato histórico del judaísmo alemán, eclipsando su papel anterior al nazismo.[111]

Bajo los nazis[editar]

Promulgación de la concesión de la Cruz de Honor al exsoldado judío Willy Hilbronner, expedida «en nombre del Führer y canciller del Reich», 1935.

Incluso en los meses posteriores a la toma de poder por los nazis, ser veterano de guerra aún era motivo de protección también de miembros de la comunidad judía, en lo que se conocía como Frontkämpferprivileg (‘Privilegio del combatiente del frente’), un concepto defendido sobre todo por el presidente alemán Paul von Hindenburg, quien consideraba a los combatientes alemanes héroes de la patria.[111]​ En los siguientes veinte meses, por ejemplo (incluso después del fallecimiento de Hindenburg), los reconocimientos concedidos a exsoldados alemanes no excluían a los veteranos judíos,[87]​ estando hasta 1935 incluidos entre los receptores de la Insignia del Soldado del Frente (Frontkämpferabzeichen), conocida como la Cruz de Honor (Ehrenkreuz für Frontkämpfer). Concebida por Hindenburg pocos meses antes de fallecer, fue entregada en nombre del propio Hitler («Im Namen des Führers und Reichskanzlers»), irónicamente también a los veteranos judíos.[87]​ Sin embargo, estas distinciones significarían bien poco conforme se arraigaba el antisemitismo nacionalsocialista, y sobre todo a partir de la noche de los cristales rotos. Los veteranos judíos que lucían sus medallas durante la noche del pogromo fueron agredidos, y sus insignias arrancadas de sus uniformes y arrojadas al suelo (como el caso del cirujano suabo Emil Treitel, quien salió a la calle luciendo su Cruz de Hierro de 1.ª clase).[112]​ El día siguiente, la RjF, que en ese momento contaba con 40 000 miembros, suspendió sus actividades recomendando a todos sus afiliados a emigrar de Alemania. De hecho, ya después de la aprobación de las Leyes de Núremberg y la expulsión de los judíos de las fuerzas armadas, esta organización judía de carácter militar había establecido una oficina central para la emigración, que prestaba ayuda con los trámites a los interesados.[110][35]​ Cabe destacar que aunque parte de los arrestados durante esa noche fueron enviados a Dachau, los veteranos de guerra judíos en su mayoría fueron soltados con cierta presteza.[110]​ Es posible que a finales de 1938, muchos funcionarios aún consideraban que el judío a detener era aquel de izquierdas o con aspecto religioso (encajando con la propaganda nazi en este respecto); los veteranos de guerra, en cambio, con su jerga militar y su forma de desenvolverse, no se habrían ajustado a dicho perfil.[49]

La conspiración de la puñalada por la espalda fue ganando terreno rápidamente en una nación al borde del colapso. Lo que empezó como un argumento contra la clase política y los partidos de izquierdas acabó siendo elemento principal en el relato antisemita de la época.

Si bien, a partir de de ese momento, los nazis, más allá de ignorar por completo a los veteranos judíos (que serían tratados de la misma manera que sus correligionarios),[110]​ invertirían amplios recursos a fin de erradicar cualquier evidencia de judíos combatiendo del lado alemán en la Primera Guerra Mundial (y cuando no su participación, al menos sus hazañas).[22][3]​ Su empeño en este sentido se deja patente en una entrevista realizada en la posguerra a un antiguo funcionario de la Oficina de Información de la Dirección del Reich del Partido Nacionalsocialista (NS-Auskunft bei der Reichsleitung der NSDAP), a quien en 1935 se le encargó repasar ficheros de soldados judíos, entre los que reconoció a un cabo con quien había servido en el 145.º Real Regimiento de Infantería en las inmediaciones de Somme:[16]​ «Nuestro pelotón se encontraba atrincherado cerca de un improvisado depósito de municiones, defendido por una escuadra, cuando el enemigo se encontraba al alcance del tiro de granadas... una de las granadas aterrizó cerca de las cajas de municiones, y mientras nos agachábamos para protegernos de la explosión, el cabo judío levantó una de las placas de metal que servían para fortalecer los pasos entre las zanjas y la arrojó encima de la granada, que explotó cuando intentaba zafarse. La placa de metal se dobló como una hoja de papel, pero ningún fragmento alcanzó las municiones... una metralla alcanzó una de las piernas del cabo... Cuando en 1919 se le concedió la Cruz de Hierro, Von Mudra[n 2]​ incluyó en su dedicatoria las palabras "gracias a nuestros valientes judíos"». La Oficina de Informaciones del Reich tenía el cometido de eliminar este tipo de méritos, acudiendo a todo tipo de argumentos. Se le retiró la medalla, explicando que «su acción, como es típico en los judíos, fue un acto de autopreservación», es decir, que solo pensaba en sí mismo al realizar la acción que como consecuencia «pudo o no haber salvado la vida de los soldados arios que allí se hallaban»; y que «pensar que un judío cometa tal acción para salvar a otros es ingenuo en el mejor de los casos... por tanto no debe ser considerado un acto de heroísmo».[16]

Exilio y emigración[editar]

Los judíos huidos de Alemania, y más tarde de Austria, se llevaron consigo sus conocimientos y experiencia, incluidos los adquiridos en la guerra. Con el sionismo cultural en auge, algunos se adhirieron al «retorno a la Tierra de Israel», ahora que el Imperio otomano había perdido la guerra, sobre todo en el marco de la Quinta Aliyá (que coincidía con la expansión del nazismo en Alemania).[113]​ La experiencia combativa de algunos fue instrumental en la creación y preparación de las milicias del Yishuv, sobre todo ante una creciente hostilidad de la población árabe circundante. Un ejemplo es el de Max Haller (antes citado como oficial de la Armada alemana), quien tras trasladarse a Haifa en 1933 sirvió como jefe ingeniero a bordo de varios buques mercantes.[76]​ A la edad de 56 años se prestó voluntario al servicio activo en la recién inaugurada marina de las Fuerzas de Defensa de Israel, donde sirvió hasta su jubilación en 1957, alcanzando el rango de capitán de navío.

Si bien comparado con los aportes militares de los judíos que combatieron en el bando aliado de la Segunda Guerra Mundial a la materialización de las fuerzas armadas de Israel tras la creación del Estado hebreo, los judíos alemanes llegados en los años 1930 dejaron su huella sobre todo en la economía, la ciencia y la academia (es cuando el alemán se convierte en lengua de enseñanza e investigación de la región). Un ejemplo es el pintor expresionista Jacob Steinhardt, quien durante la guerra sirvió en el frente oriental y tras la Machtergreifung emigró al Mandato británico. Formó parte de la dirección de la Academia de artes y diseño Bezalel y fundó una escuela de arte en Jerusalén. La mayor parte de sus obras forman parte de colecciones de los museos judíos de Berlín, de Fráncfort y de Basilea. Otros contribuyeron a la organización del Yishuv, como el artista y filósofo Hermann Struck, fundador del Movimiento Sionista Mizraji Mundial. Patriota alemán, sirvió en la guerra como oficial de enlace con el rango de teniente y artista militar (cargo existente en las fuerzas armadas alemanas de la época). En 1917 fue nombrado oficial referente para asuntos judíos en el Alto Mando del Frente Oriental, y un año después recibió la Cruz de Hierro de 1.ª clase por una arriesgada misión tras las líneas enemigas. Otro destino favorito de los judíos exiliados, entre ellos muchos exmilitares, fue Estados Unidos, donde llegarían a formar parte esencial del desarrollo científico del país.

Veteranos de guerra entrando en una sinagoga de Múnich, en un evento de conmemoración de los caídos (1935).

En la República Federal de Alemania hasta la actualidad[editar]

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In 1968 the Jewish authorities in Germany decided to mark the 3,000 known Jewish war graves of the with special markers bearing the and a Hebrew inscription.[3]​ The names of the 12,000 Jewish war dead had been published under the direction of in a book published in 1932, titled Die Jüdischen Gefallenen. A book consisting of letters sent home by Jewish soldiers during the war was published by the West German in 1961.[58]

In 2006, on the eve of the 68th anniversary of the Kristallnacht, soldiers of the Bundeswehr formed the Bund jüdischer Soldaten,[114]​ a federation of Jewish soldiers in the German Army, similar to the former Reichsbund jüdischer Frontsoldaten. While few German Jews joined the West German Army after the Second World War, descendants of people who suffered through the Nazi persecution having been exempt from national service, by 2014 the Bundeswehr had around 250 German Jewish soldiers in its ranks again.[4]


Volkstrauertag Frankfurt [1]

Imperial War Museum [115]


El Museo Judío de Berlín ha publicado recientemente una obra, basada en una llamada 12 de 12 000, que relata las historias de 12 soldados judíos caídos en la guerra, la milésima parte del total. Está basada en la exposición homónima del mismo museo, en la que se han exhibido muchos de los objetos pertenecientes a estos soldados, incluidas cartas, imágenes, retratos, insignias y condecoraciones pertenecientes a estos militares.[104]

Die Mitglieder des „Germanenordens“ hatten für ihre Aufnahme einen „Ariernachweis“ beizubringen. Während Fritsch unmittelbar vor dem Ersten Weltkrieg ab 1910 dreimal hintereinander in den sogenannten Gotteslästerungsprozessen dem Centralverein deutscher Staatsbürger jüdischen Glaubens unterlegen war und zu Geldstrafen verurteilt wurde, entwickelte sich nach dem Krieg aus dem „Germanenorden“ die rechtsradikal-antisemitische Thule-Gesellschaft, deren ideologisches Strandgut von den Nationalsozialisten aufgegriffen wurde.[25]

Destacados militares judíos del Ejército imperial[editar]

A continuación una lista con los nombres de algunos destacados judíos que sirvieron en las fuerzas armadas alemanas durante la guerra (en orden alfabético por el apellido):

Véase también[editar]

Notas[editar]

  1. La asimilación judía en este caso es la integración social y cultural pangermánica antes de la guerra, más secular y nacionalista y menos ligada a la cultura judía (en ocasiones del todo desligada de ella).
  2. El general prusiano Bruno von Mudra, quien estaba a partir de junio de 2016 al mando del Grupo de Ejércitos A, en el frente occidental.

Referencias[editar]

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Bibliografía[editar]

En alemán
En inglés


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