Mar Cantábrico

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Mar Cantábrico
"Cantabricus Oceanus / Mar Cantábrico / "Mer Cantabrique / Mar Cantábricu / Kantauri itsasoa'

Costa cantábrica vista desde los acantilados de Alfoz de Lloredo
Mapa del mar Cantábrico
Ubicación geográfica
Continente Europa
Cuenca cuenca hidrográfica del Cantábrico
Coordenadas 44°01′56″N 4°21′02″O / 44.0323, -4.35059
Ubicación administrativa
País EspañaBandera de España España
Bandera de Francia Francia
Accidentes geográficos
Golfos y bahías Bahía de Santander, bahía de Santoña, bahía de La Concha
Cabos Estaca de Bares, cabo de Ajo, cabo Higuer, cabo Machichaco, cabo de Peñas, cabo Vidio
Cuerpo de agua
Mares próximos Océano Atlántico, Golfo de Vizcaya, Mar Céltico, Canal de la Mancha
Ríos drenados Sor, Landro, Ouro, Masma, Eo, Porcía, Navia, Negro, Esva, Nalón-Narcea, Piles, Sella-Piloña, Cares-Deva, Nansa, Escudo, Saja-Besaya, Pas, Miera, Asón-Agüera, Nervión-Ibaizabal, Deba, Urola, Oria, Urumea, Bidasoa y Adur.
Longitud 800 km
Profundidad Máxima: 4750 m
Ciudades ribereñas Mañón, Gijón, Santander, Bilbao, San Sebastián, Bayona
Mapa de localización
El mar Cantábrico en el océano Atlántico
Vista de satélite del mar Cantábrico.

El mar Cantábrico es el mar litoral del océano Atlántico que baña parte de la costa norte de España y el extremo suroeste de la costa atlántica de Francia; supone la zona sur del golfo de Vizcaya. Se extiende desde el cabo Ortegal, en la provincia de A Coruña, hasta la desembocadura del río Adur, cerca de la ciudad de Bayona, en la costa del departamento de Pirineos Atlánticos, en el País Vasco Francés. Baña 800 kilómetros de costa compartida por las provincias de A Coruña y Lugo (Galicia), Asturias, Cantabria, Vizcaya y Guipúzcoa (País Vasco), y el departamento francés de Pirineos Atlánticos.

Características

Constituye un mar de transición entre los mares fríos del norte y los templados del trópico, lo que hace que sea ecotono de especies vegetales y animales de aguas frías. El afloramiento de aguas profundas y frías existente frente a las costas gallegas hace que la temperatura del agua aumente conforme nos desplazamos hacia el Este. Esa temperatura del agua superficial presenta una acusada estacionalidad, así durante el invierno la temperatura del agua puede bajar hasta los 11 °C, mientras que en verano alcanza los 22 °C aproximadamente. A partir de 35 o 40 m de profundidad la temperatura del agua se mantiene prácticamente estable durante todo el año. Estas temperaturas son inusualmente altas dada la región geográfica que ocupa el mar Cantábrico, y se deben a los efectos cálidos de la corriente del Golfo.

Los fuertes vientos, del Noroeste preferentemente, que soplan sobre el mar Cantábrico tienen su origen en las bajas presiones centradas sobre las islas británicas y el mar del Norte en combinación con el anticiclón de las Azores. La distancia recorrida por el viento y el mantenimiento de su dirección y velocidad constantes hacen que se generen olas de 2 a 3 m de altura, lo que origina un mar bastante agitado. En condiciones muy particulares, más propicias en los meses de abril-mayo y septiembre-octubre, los vientos del Oeste pueden alcanzar magnitudes de galerna con olas que llegan a superar los 7 m de altura.

La salinidad media del Cantábrico es de 35 g/L, aunque varía ligeramente en función del régimen de lluvias, la mayor o menor cercanía a la costa y la presencia de desembocaduras de ríos caudalosos.

Tiene una significativa amplitud de marea, pudiendo ser de 4,5 m como máximo, especialmente en las mareas vivas de marzo.

Historia

Las comunidades humanas del flanco atlántico de la cornisa cantábrica han estado históricamente condicionadas por las restricciones de una orografía y un ecosistema que les ha obligado a depender en materia alimentaria, sobre todo cerealística, de espacios foráneos. Los territorios de los que se abastecían han sido históricamente dos, a cada cual más complicado: de un lado, la meseta Norte, a cuyo acceso se interponía la cadena montañosa de la cordillera Cantábrica; y del otro la Galicia atlántica y especialmente el interior de Aquitania, cuyo acceso se encontraba limitado por la travesía de un mar relativamente difícil.[1]

En este sentido el Cantábrico ha sido considerado tradicionalmente un mare tenebrosum, cerrado, peligroso y de difícil tránsito. No obstante, las investigaciones arqueológicas actualmente están cuestionando esta visión.[2]​ Desde finales del siglo I d. C., de sus resguardadas bahías y ensenadas surgieron asentamientos que con el tiempo llegaron a tener gran importancia, como demuestra el surgimiento de la Hermandad de las Cuatro Villas o de la de las Marismas, federaciones de puertos que conformaron un poder naval y económico de primer orden en el Arco Atlántico.

La navegación durante la Edad del Bronce

El mar Cantábrico fue bautizado por los romanos en el siglo I a. C. como Cantabricus Oceanus en referencia a uno de los pueblos que poblaban sus costas: los cántabros. En otras citas clásicas más antiguas aparece con el nombre de Britannicus Oceanus y Gallicus Oceanus.[3]

Desde antiguo ha existido una idea generalizada de que los conocimientos sobre navegación en la Europa de la prehistoria reciente eran muy rudimentarios en comparación con las grandes civilizaciones comerciales mediterráneas. Por ello se consideraba poco probable que los pueblos atlánticos pudiesen llevar a cabo la navegación de altura con anterioridad a la Edad del Hierro. Esta imagen procede de la noción de la Europa bárbara frente al Oriente civilizado desarrollada por los historiadores coetáneos a la conquista romana. No obstante hay que tener en cuenta que en los países atlánticos las comunicaciones por tierra fueron complicadas hasta la llegada del ferrocarril, y que el transporte marítimo era el más habitual en los desplazamientos.[4]

En las costas del mar Cantábrico surgieron asentamientos humanos de tribus de astures, cántabros, autrigones, caristios y várdulos que hicieron de la pesca su principal actividad económica, aunque esta en esos tiempos primitivos no fue muy importante.

Reconstrucción de un curragh del siglo I d.C. realizado en mimbre y cubierto con tres pieles de vaca, capaz de transportar hasta diez personas.

Julio César, Estrabón o Avieno citan el uso por lusitanos, galaicos y britones de embarcaciones de cuero (similares a los currach irlandeses o los coracles galeses), lo que ha llevado a algunos autores a sostener que las poblaciones indígenas del norte de la península Ibérica también las utilizaban, siempre relacionadas con la pesca, la navegación interior o de pequeños trayectos costeros.[5][4]

No obstante existen factores que juegan en contra de la teoría de que los navegantes de la Edad del Bronce utilizaran embarcaciones de cuero, como es el enorme coste que supone el uso de cubrir el casco de una embarcación con pieles, o la necesidad de recaladas para dejar secar el cuero y volver a impermeabilizarlo (lo que limita seriamente las distancias y duración de los recorridos). Por otro lado, hay evidencias de embarcaciones de madera para la navegación fluvial, lo que hace lógico pensar que también se utilizasen en la navegación marítima por su robustez y capacidad de carga.[4]

La presencia de determinados restos arqueológicos anteriores a la conquista romana, así como investigaciones en el campo de la genética, demuestran la existencia de contactos marítimos más allá de las costas cantábricas.[6]​ Durante el período prerromano la población trasmontana alcanzó cierto nivel de desarrollo y se dejó sentir el problema alimentario. La solución consistió en entrabar contacto con el escenario menos complejo y costoso: el espacio aquitano. A mediados del siglo I a. C. la interrelación con dicho territorio parecía haber alcanzado ya cierta consistencia.[1]​ Hallazgos como el del caldero de Cabárceno, similar a los encontrados cerca de Battersea (Londres) o en Dublín (Irlanda), o la diadema de Moñes, con representaciones de la mitología celta irlandesa y galesa, parecen evidenciar que existieron intercambios comerciales marítimos al menos 600 años antes de la llegada de los romanos entre los pobladores de la zona norte de la Península y los de la zona atlántica europea, especialmente con los habitantes de las Islas Británicas.[7]

El final de la primavera y toda la estación estival sería el único periodo apto para la navegación de gran cabotaje y de altura. Durante el resto del año los trayectos cubrirían cortas distancias, dedicadas fundamentalmente a la pesca, y nunca lejos de la costa. En las costas del noroeste de Europa, los temporales de fuerza 7 son ocho veces más frecuentes en invierno, y la media de días con mar gruesa es cuatro veces mayor que en verano. Por ello, lo más prudente para los navegantes de la Edad del Bronce era realizar sus viajes en verano. Se ha estimado que una embarcación de cuadernas podría resistir temporales de fuerza 5 (brisa fresca de 20 nudos), y una de cuero, incluso podría manejarse en una tempestad de grado 6 (22 a 27 nudos). [5]

Durante este periodo la navegación sería de tipo no instrumental, fundamentada en la observación de fenómenos naturales -como vientos, corriente y mareas- o el movimiento de estrellas y planetas.[4]

El comercio marítimo durante la época romana

Los datos arqueológicos indican que la evolución cronológica de los puertos cantábricos presenta notables similitudes. Así, ningún dato avala su existencia durante el controvertido período de las Guerras Cántabras y el momento inmediatamente posterior.[2]​ No obstante sí debió existir la disponibilidad de una infraestructura portuaria capaz de acoger en un momento dado nada menos que el desembarco de la Classis Aquitanica, probablemente en un momento en que las vías terrestres eran formalmente inexistentes.[1]​ No sería hasta la época de Tiberio, del año 14 al 37, cuando se puede fijar el comienzo de una actividad comercial constatada.[2]

Durante el período de la dinastía Julio-Claudia tendrá lugar el crecimiento de enclaves como Gijón, un asentamiento indígena romanizado, y la aparición de otros de menor entidad a lo largo del litoral cantábrico. No obstante no será hasta los emperadores flavios cuando se produzca la articulación definitiva de los puertos del Cantábrico, con el despegue o consolidación de asentamientos como Flavium Brigantium, Noega, Portus Samanum-Flaviobriga, Oiasso y Portus Victoriae, emplazamientos estratégicos elegidos bien por estar situados al abrigo del los vientos del norte y noroeste o bien por ser importantes conexiones con calzadas romanas que daban acceso al interior de la península Ibérica. [2]​ Este proceso normalizaría el sistema de navegación de altura y la integración del espacio marítimo cantábrico en el área del dominio naval romano. [8][1]

Durante el siglo II d.C. todos los puertos mencionados disfrutarían de su máximo esplendor. Tras la profunda crisis imperial del siglo III, se produce una recuperación hasta principios del siglo VI, en la que se aprecia una recuperación en la importación de productos foráneos.[2]

La región de Aquitania sería durante el imperio uno de los grandes graneros del mundo romano y, sin lugar a dudas, el más capacitado del entorno litoral cantábrico.[1]​ La génesis y desarrollo comercial de todos estos puertos cantábricos seguiría una expansión de este a oeste si atendemos a la cronología de los materiales arqueológicos encontrados en Oiasso (Irún) y Flaviobriga (Castro Urdiales), lugares próximos al importante puerto exportador aquitano de Burdigala (la actual Burdeos). Así, todos ellos quedarían enlazados desde finales de época julio-claudia y, sin duda, a partir de época flavia, por una ruta marítima específicamente cantábrica, como parte de un sistema de navegación de altura que conectaría el Mediterráneo con el Atlántico Norte.[2]

No obstante la mitad occidental de la región cantábrica —Galicia y Asturias— quedó condicionada por la distancia a la región aquitana para poder abastecerse de alimentos, y se vio obligada a desarrollar en la propia costa un sistema vilicario de cierta importancia sobre el que recaía la producción agraria, parcialmente apoyado en el interior meseteño. Por contra, la mitad oriental —Cantabria y Vasconia— prescindió radicalmente de tal posibilidad por su inmediatez al granero abastecedor de Aquitania. Hasta tal punto llegó a asentarse la interrelación que en época imperial el Sinus Aquitanus funcionó como un auténtico «lago romano».[1]

Alta Edad Media

Con la decadencia romana se inicia un periodo convulso y con escasas fuentes historiográficas. Hidacio señala que hacia el año 456 d. C. la costa fue devastada por expediciones de hérulos. Durante este periodo el litoral cantábrico eran costas indefensas frente a las razzias de los pueblos del norte de Europa. Aunque el mar probablemente sí estaría abierto a la navegación de cabotaje, no se tiene constancia de la existencia de comercio o intercambios marítimos. Se desconoce si los puertos romanos seguían aun activos, estaban abandonados o únicamente daban servicio a intercambios locales.[9]

Autores como Sean McGrail consideran que la tónica en la Europa occidental no fue la existencia de puertos, que no se generalizaron hasta bien entrada la edad histórica, sino que debieron existir lugares de atraque más informales, por ejemplo playas recogidas, sin apenas modificaciones por la mano del hombre. [4]

Durante este periodo y a pesar de la presencia de piratas, el litoral septentrional cantábrico mantuvo su dependencia del mundo aquitano. Hasta comienzos del siglo VII, la evolución histórica de la región costera cantábrica apenas se puede identificar con la del interior peninsular, cuyo contexto y transformación siguió otros derroteros. Durante ese largo periodo de tiempo la costa oriental cantábrica materializó su peculiar desarrollo histórico, entablando relación directa con los francos, aunque probablemente su dependencia se circunscribiría a una pura tributación como signo de reconocimiento.[1]

Posteriormente se registra la primera llegada de los vikingos a la península ibérica a través del mar Cantábrico en el siglo IX, quienes intentaron asaltar y saquear numerosos pueblos costeros aunque fueron derrotados en numerosas ocasiones e inicialmente por Ramiro I de Asturias.[10]​ La pesca se convirtió en una importante actividad económica en el mar Cantábrico, especialmente las capturas de ballenas, hoy extintas en la región.

Ciudades

Principales municipios a la orilla del mar Cantábrico:

Referencias

  1. a b c d e f g Juan José García González y Ignacio Fernández de Mata (1998). «La Cantabria trasmontana en épocas romana y visigoda» (pdf). ISBN 8489362327. Consultado el 29 de octubre de 2020. 
  2. a b c d e f Carmen Fernández Ochoa; Ángel Morillo Cerdan (2008). «La ruta marítima del Cantábrico en época romana» (pdf). Consultado el 4 de diciembre de 2013. 
  3. Plinio el Viejo, III, 6; y IV, 114
  4. a b c d e Jesús Lavín Martínez (2018). «La metalurgia de la Edad del Bronce en la Región Cantábrica: Tecnología, tipología y significado» (pdf). Consultado el 29 de octubre de 2020. 
  5. a b Ruiz-Gálvez Priego, Marisa (1994). La Europa atlántica en la Edad del Bronce: un viaje a las raíces de la Europa occidental (1º edición). Barcelona: Crítica. p. 390. ISBN 9788474239065. 
  6. «Ramón Sainero: “Los celtas más antiguos se encuentran en la Península Ibérica”». Diario de Ferrol. 10 de agosto de 2014. Consultado el 28 de junio de 2018. 
  7. «El Caldero de Cabárceno». Regio Cantabrorum. Consultado el 28 de junio de 2018. 
  8. Bello Diéguez et al., José María (1991). Ciudad y torre: Roma y la Ilustración en La Coruña (1º edición). La Coruña: Ayuntamiento de La Coruña. p. 389. ISBN mkt0005796922 |isbn= incorrecto (ayuda). 
  9. Javier Arce (2013). Bárbaros y romanos en Hispania: (400-507 A.D.). Marcial Pons Historia. ISBN 9788496467576. 
  10. José Javier Esparza (2009). La gran aventura del Reino de Asturias: Así empezó la Reconquista. La Esfera de los Libros. ISBN 978-84-9734-887-4.