Falacia del alegato especial

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Falacias

En lógica, la falacia del alegato especial, argumento especial o petición especial[1][2]​ es una falacia que tiene lugar cuando alguien, en su argumentación, recurre o hace alusión a una visión o sensibilidad especial del tema objeto de debate y, bien sea de manera implícita o explícita, esta persona mantiene que el oponente posiblemente no puede comprender las sutilezas o complejidades del tema en cuestión, porque no alcanza el nivel de conocimiento o la empatía que supuestamente se requiere.[3]​ Detrás de tal alegato especial o pretensiones de una visión profunda o empatía se presume que las opiniones del sujeto no pueden ser evaluadas por el oponente porque este no tiene la capacidad de hacer ningún juicio válido. Todas estas pretensiones se deben tratar con profundo escepticismo.[3]

Sin embargo, no hay alegato especial cuando la afirmación de no alcanzar el nivel de conocimiento necesario se acompaña con argumentos que demuestran que el oponente no tiene el conocimiento necesario para juzgar el tema o cuando se detalla el conocimiento que se afirma que carece el oponente en la discusión para que el oponente lo evalúe y pueda argumentar en contra. Lo opuesto a la falacia del alegato especial es el efecto Dunning-Kruger, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos en un cierto tema sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real.

Formas y usos de los alegatos especiales

Los alegatos especiales pueden tomar muchas formas y ser empleados en una amplia variedad de contextos, siendo muy comunes en las columnas de opinión de periódicos, discursos políticos, debates televisivos y similares. Las personas que expresan sus convicciones en foros públicos por lo general tratan de influir en las políticas públicas. A menudo también hay un intento de promoción personal a través de una postura moral e intelectual. En tales circunstancias, y cuando los defensores públicos no pueden construir un argumento válido y bien asentado en investigaciones que respalden sus convicciones, a menudo recurren a una serie de recursos retóricos poco profundos, en forma de alegatos especiales. Cualquier declaración en los siguientes términos constituye un argumento especial susceptible de ser ignorado por los escépticos: «No lo entiendes porque eres: un hombre, una mujer, un aborigen, un chico blanco; o usted es ignorante, un filisteo, insensible, falto de sensibilidad cultural o capacidad intelectual, espiritualidad, etc. Si usted fuera como yo o tuviera mis sensibilidades no podría evitar estar de acuerdo conmigo».[3]

Con frecuencia se utiliza esta falacia como recurso retórico o táctica de distracción, para salvar una proposición en un problema retórico profundo,[4]​ anulando las alegaciones de la parte contraria sin llegar a abordarlas en rigor.[5]​ Los ejemplos suelen referirse en estos casos a las doctrinas religiosas o pseudocientíficas que, al carecer eventualmente de argumentos válidos para demostrar o defender sus tesis (por sustentarse estas en premisas no demostradas), recurren a los argumentos especiales.[4][6]​ En estos ejemplos subyacen, por lo común, las apelaciones a la fe o las llamadas a la aceptación literal y acrítica de la doctrina, al sostenerse que la justificación de la afirmación que se defiende se encuentra en un nivel superior de conocimiento, inaccesible para el oponente, de modo que se le niega a este último la posibilidad de discutir en contra.[7]

Ejemplos

Ejemplos de este razonamiento falaz abundan en todo sistema de pensamiento, incluyendo las ciencias experimentales[cita requerida]:


Un ejemplo se refiere a la voluntad de Dios, donde se afirma que no estamos capacitados para entender sus razones para hacer lo que hace. Los argumentos especiales otorgan una suerte de exención o escapatoria ante cualquier crítica que se le pueda hacer a una afirmación o doctrina dogmática, esto es, no basada en la evidencia, ya sea dicha afirmación o doctrina de carácter religioso, pseudocientífico, supersticioso o de cualquier otro tipo. [8]​ A continuación se incluyen algunos de los ejemplos más destacados en la literatura:

  • ¿Cómo puede un Dios compasivo y misericordioso condenar al tormento a las generaciones futuras porque los primeros humanos desobedecieron sus mandatos? Alegato especial: «no comprendes la sutil doctrina del libre albedrío».[4]
  • ¿Cómo puede haber un Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas igualmente divinas en un único ser? Argumento especial: «no comprendes el misterio divino de la Santísima Trinidad».[4]
  • ¿Cómo podía permitir Dios que los seguidores del judaísmo, del cristianismo y del islam -obligados cada uno a su modo a practicar la amabilidad afectuosa y la compasión- perpetraran tanta crueldad durante tanto tiempo? Argumento especial: «otra vez no comprendes el libre albedrío. Y, en todo caso, los caminos de Dios son misteriosos».[4]
  • Otro ejemplo aún más claro es cuando en un diálogo con un ateo refutas el problema lógico del mal, mostrándole que Dios podría tener razones para permitir el mal en la tierra pero nuestro limitado marco epistémico no nos permite tener conocimiento de tales razones (aunque en sí misma esta afirmación hecha por el religioso es una falacia de alegato especial), dejando así una inmensa carga de la prueba al ateo, pues ahora para poder probar que Dios y el mal son lógicamente incompatibles, no bastará con señalar la prevalencia del mal en contraste a la benevolencia y omnipotencia de Dios, pues ya señalamos que fenómenos malos pueden propiciar otros de un bien mayor, sino que ahora tendrá que demostrar que Dios no tiene razones para permitir el mal. Esta afirmación parte del aún no demostrado supuesto de que dios existe. Aunque suele pensarse que el ateo promedio hará caso omiso a la evidencia y argumentación aportada, debe destacarse que aquí no se ha aportado ninguna "evidencia", sino que el religioso ha incurrido en una falacia sin haberlo notado. El religioso siente pensar que el ateo recurrirá a reprochar que no estamos capacitados para comprender razones tan "complejas" como el problema lógico del mal, haciendo uso de epítetos como "religioso", "fanático", "ignorante", remarcando así su rechazo a priori hacia cualquier tipo de opinión que vaya en contra de sus dogmas ateos, aunque esta acusación del religioso solo puede tener validez si se realiza una descripción pormenorizada de lo que es un "dogma ateo". Esto bajo el lema de que solo el ateísmo puede dar una respuesta a este tipo de cuestiones.
  • Carl Sagan explicó en su programa Cosmos: «¡Cómo puede la ascendencia de Marte en el momento de mi nacimiento influir sobre mí, ni entonces ni ahora! Yo nací en una habitación cerrada, la luz de Marte no podía entrar. La única influencia de Marte que podía afectarme era su gravitación. Sin embargo, la influencia gravitatoria del partero era mucho mayor que la influencia gravitatoria de Marte. Marte tiene mayor masa, pero el partero estaba mucho más cerca».[9]​ Argumento especial: «Los horóscopos funcionan, pero tienes que entender la mecánica que hay detrás de estos».
  • La homeopatía debería ser probada con ensayos clínicos. Argumento especial: «Los ensayos clínicos no son adecuados para probar la verdadera naturaleza de la homeopatía» o, lo que además es una falacia ad hominem: «Tú no eres una homeópata cualificada, por lo tanto no se puede esperar que la entiendas».[10]
  • Si, por ejemplo, el juez en un concurso de arte no es capaz de explicar de manera convincente la elección de un ganador, este juez podría replegarse en claros e interesados alegatos especiales a modo de justificación. A continuación se citan textualmente algunos ejemplos de este tipo, de un juez real en una exposición (asistida por Jef). El juez ha comentado sobre el primer galardonado: «Este mamotreto nos dice... es quizás... Tengo la sensación de que el artista está provocando e invitando a un examen de conciencia... el espectador tiene que estar en sintonía con el minimalismo... parece que solo un niño de cuatro años podría hacerlo... eso es tal vez una figura... acaso mirando hacia abajo... quizá atormentada».[3]

Véase también

Notas y referencias

  1. «Falacias lógicas». Consultado el 9 de junio de 2013. 
  2. Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 10 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>
  3. a b c d Clark, J., Clark, T. (2005). Humbug! The skeptic's field guide to spotting fallacies in thinking. Brisbane: Nifty Books. 
  4. a b c d e Sagan, Carl (1997). El mundo y sus demonios. Barcelona: Planeta. p. 236. ISBN 9788408058199. 
  5. Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 16 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>
  6. Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 16 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>
  7. Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 16 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>
  8. Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 16 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>
  9. Sagan, Carl (1980). Cosmos: Un viaje personal. Capítulo 3: La armonía de los mundos. 
  10. Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 16 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>

Bibliografía

  • Clark, J., Clark, T. (2005). Humbug! The skeptic's field guide to spotting fallacies in thinking. Brisbane: Nifty Books.
  • Dunning, B. "A Magical Journey through the Land of Logical Fallacies - Part 1." Skeptoid Podcast. Skeptoid Media, Inc., 6 Nov 2007. Web. 12 Jun 2013. <http://skeptoid.com/episodes/4073>
  • Sagan, Carl. El mundo y sus demonios (traducción de 1997, el original es de 1995). Barcelona: Planeta. pp. 236 y 487. ISBN 9788408058199.