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Traducción literaria[editar]

La traducción de obras literarias (novelas, cuentos cortos, obras de teatro, poemas, etc.) se considera una actividad literaria en sí mismo. Algunas figuras de la literatura canadiense, como Sheila Fischman, Robert Dickson y Linda Gaboriau, destacan por su papel como traductores. Asimismo, los Governor General's Awards premia anualmente las mejores traducciones literarias entre el francés y el inglés.

Otros escritores que también se han hecho un nombre como traductores incluyen Vasili Zhukovski, Tadeusz Boy-Żeleński, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Robert Stiller y Haruki Murakami.

Historia[editar]

La primera traducción importante en Occidente fue la de la Septuaginta, una colección de escrituras judías traducidas a la koiné temprana en Alejandría entre los siglos III y I a. C.. Los judíos dispersados habían olvidado su idioma ancestral y necesitaban de versiones griegas (traducciones) para entender sus escrituras.[1]

A lo largo de la Edad Media, el latín era la lingua franca, o lengua vehicular, del Occidente conocido. Durante el siglo IX, Alfredo el Grande, rey de Wessex, Inglaterra, se avanzó a su tiempo al encargar traducciones en anglosajón vernáculo de la Historia eclesiástica de Beda y de la Consolación de la filosofía de Boecio. Mientras tanto, la Iglesia Católica rechazó incluso las adaptaciones parciales de la Biblia Vulgata de San Jerónimo del 384 d. C. aproximadamente,[2]​ la Biblia estándar en latín.

En Asia, la difusión del Budismo llevó a continuos esfuerzos de traducción que abarcaron más de mil años. El Imperio tangut era particularmente eficiente en dichos esfuerzos; valiéndose de la recién inventada xilografía, y con pleno apoyo del gobierno (algunas fuentes contemporáneas describen al Emperador y a su madre contribuyendo a las traducciones, así como a eruditos de nacionalidades diversas), los tanguts consiguieron traducir, en apenas unas décadas, tomos que a los chinos les había llevado siglos producir.

Los árabes emprendieron esfuerzos a gran escala en la traducción. Tras haber conquistado el mundo griego, hicieron versiones en árabe de sus obras filosóficas y científicas. Durante la Edad Media, las traducciones de algunas de estas versiones árabes se pasaron al latín, principalmente en Córdoba, España.[3]​ El rey Alfonso X el Sabio promovió está tendencia en el siglo XIII con la fundación de la Escuela de Traductores en Toledo. Los textos árabes, hebreos y latinos se tradujeron hacia otra lenguas a cargo de eruditos musulmanes, judíos y cristianos, quienes también debatieron los méritos de sus respectivas religiones. Las traducciones al latín de las obras de erudición y ciencia griegas y árabes ayudaron a que la escolástica europea y, por ende, la ciencia y cultura europea avanzaran.

Geoffrey Chaucer

Las amplias tendencias históricas en la práctica de la traducción occidental se ilustran en el ejemplo de la traducción hacia el inglés.

Las primeras traducciones de calidad hacia el inglés corrieron a cargo de Geoffrey Chaucer en el siglo XIV, que adaptó del italiano de Giovanni Boccaccio sus propios Knight's Tale y Troilo y Crésida; también empezó una traducción del francés de Roman de la Rose; y completó la traducción de Boecio del latín. Chaucer fundó una tradición poética inglesa mediante adaptaciones y traducciones de estos primeros idiomas literarios.[3]

La primera gran traducción al inglés fue la Biblia de Wiclef (alrededor del 1382), que mostraba la fragilidad de una prosa inglesa subdesarrollada. Solo al final del siglo XV empezaría la gran época de la traducción de prosa al inglés, con la traducción de La muerte de Arturo de Thomas Malory, una adaptación de romances artúricos tan libre que, de hecho, apenas puede denominarse una verdadera traducción. Las primeras grandes traducciones del periodo Tudor son la Biblia de Tyndale (1525), que influyó a la Versión Autorizada (1611), y la versión de Lord Berners de las Crónicas de Jean Froissart (1523-25).[3]

Marsilio Ficino

Mientras tanto, en la Italia renacentista, se abrió un nuevo periodo en la historia de la traducción en Florencia con la llegada a la corte de Cosme de Médici del erudito bizantino Georgios Gemistos Pletón poco antes de la caída del Constantinopla a manos de los turcos (1453). Marsilio Ficino emprendió la traducción al latín de las obras de Platón. Esto, junto a la traducción latina del Nuevo Testamento de Erasmo de Róterdam, condujo a una nueva actitud frente a la traducción. Por primera vez, los lectores reclamaban rigor en las traducciones, ya que las creencias filosóficas y religiosas dependían de las palabras exactas de Platón, Aristóteles y Jesús.[3]

La literatura no erudita, sin embargo, siguió dependiendo de la adaptación. La Pléyade francesa, los poetas ingleses del período Tudor y los traductores isabelinos adaptaban los temas de Horacio, Ovidio, Petrarca y los escritores latinos modernos, creando un nuevo estilo poético basado en esos modelos. Los poetas y traductores ingleses buscaron proveer al nuevo público, fruto del surgimiento de la clase media y del desarrollo de la imprenta, de obras tales como los autores "las habrían escrito" de haber vivido en Inglaterra por aquel entonces.[3]

Edward Fitzgerald

El período isabelino de la traducción fue testigo del considerable progreso más allá de la mera paráfrasis hacia un ideal de equivalencia estilística, pero, incluso al final de este período, que de hecho se extendió hasta mitades del siglo XVII, no hubo una preocupación por la exactitud verbal.[4]

En la segunda mitad del siglo XVIII, el poeta John Dryden intentó hacer hablar a Virgilio con "las palabras con las que habría escrito de estar vivo y ser inglés". De cualquier manera, Dryden postuló que no había necesidad de emular la sutileza y concisión del poeta romano. De manera similar, Homero sufrió el empeño de Alexander Pope de reducir el "salvaje paraíso" del poeta griego a algo ordenado.[4]

Benjamin Jowett

A lo largo del siglo XVIII, el lema de los traductores fue la facilidad de lectura. Omitían cualquier cosa que no entendían, o que, en su opinión, aburriría al lector. Supusieron alegremente que su estilo propio de expresarse era el mejor, y que los textos debían hacerse de tal manera que su estilo tuviera cabida en la traducción. No se preocuparon por la erudición mucho más que sus predecesores, y no rehuyeron de hacer traducciones de traducciones a terceras lenguas, o de traducir de lenguas que apenas conocían, o como en el caso de la "traducción" de Ossian de James Macpherson, traducir de textos que realmente era obra del propio "traductor".[4]

El siglo XIX trajo consigo los nuevos estándares de exactitud y estilo. En cuanto a exactitud, según J. M. Cohen, la nueva política pasó a ser "el texto, todo el texto y nada más que el texto", a excepción de cualquier pasaje de humor satírico y la inclusión de copiosas notas a pie de página.[5]​ En cuanto a estilo, el objetivo victoriano, conseguido a través de la metáfrasis (literalidad) o pseudometáfrasis de amplio alcance, recordaba constantemente a los lectores que estaban leyendo un clásico ""extranjero". Una excepción durante este período fue la espectacular traducción de Edward Fitzgerald de The Rubaiyat de Omar Jayam (1859), que adquirió su sabor oriental mayoritariamente gracias al uso de nombres persas y discretos ecos bíblicos y que, de hecho, cogió muy poco material del original persa.[4]

Anticipándose al siglo XX, Benjamin Jowett, que tradujo Platón a un idioma simple y directo, sentó un nuevo patrón en 1871. El ejemplo de Jowett, de cualquier manera, no se siguió hasta bien entrado el nuevo siglo, cuando la exactitud, más que el estilo, se convirtió en el criterio principal de la disciplina.[4]

Traducción moderna[editar]

A medida que los idiomas cambian, los textos en una versión anterior del idioma (ya sean textos originales o traducciones antiguas) pueden resultar difíciles de comprender para los lectores modernos. Así pues, los textos se pueden traducir a una lengua más moderna (denominada "traducción moderna" o "traducción modernizada") para adecuarse al público.

Esto se hace, particularmente, con la literatura escrita en los idiomas clásicos (como el latín o el griego), con la Biblia (para la que existen una multitud de traducciones), o para literatura escrita en una versión anterior de un mismo idioma, como por ejemplo las obras de William Shakespeare, (que en su mayoría puede entender un público moderno, pero que presenta algunas dificultades), o los Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer (que en su versión original no es comprensible para los lectores modernos). La traducción moderna se puede aplicar a cualquier idioma con una larga historia literaria: por ejemplo, en japonés, el Romance de Genji, del siglo XI, para la que existen varias traducciones modernas en japonés actual.

La traducción moderna a menudo requiere de erudición literaria y revisiones textuales, ya que frecuentemente no existe un único texto canónico. Esto es el caso de la Biblia y de las obras de Shakespeare, donde la erudición moderna puede resultar en cambios significativos en el texto, razón por la cual los traductores y eruditos tradicionalistas se oponen comúnmente a la traducción moderna. Asimismo, se puede encontrar el proceso inverso, esto es, la traducción de literatura moderna a las lenguas clásicas.

Poesía[editar]

Douglas Hofstadter

La poesía presenta retos especiales para los traductores, dada la importancia de los aspectos formales del texto, además del contenido. En su influyente trabajo de 1959 titulado "On Linguistic Aspects of Translation", el lingüista y semiótico ruso Roman Jakobson declaró que "la poesía, por definición, es intraducible". Robert Frost era igualmente pesimista: "La poesía es aquello que se pierde en las traducciones".

En 1974 el poeta americano James Merrill escribió un poema, "Lost in Translation", que en parte explora esta idea. La cuestión también se debatió en el libro de 1997 Le Ton beau de Marot, de Douglas Hofstadter, donde defiende que una buena traducción de un poema debe transmitir todo lo posible no solo su significado literal, sino también su forma y estructura (métrica, rima, esquema de aliteración, etc.).[6]

Textos religiosos[editar]

San Jerónimo, santo patrón de los traductores y enciclopedistas
Error de traducción: Moisés cornudo, por Miguel Ángel

La traducción de textos religiosos ha jugado un papel muy importante en la historia. Dichas traducciones pueden estar influenciadas por la tensión entre el texto y los valores que los traductores desean transmitir. Por ejemplo, los monjes budistas que tradujeron los sutras indios al chino a veces ajustaron la traducción para reflejar mejor la distintiva cultura china, enfatizando nociones como la piedad filial.

Uno de los primeros textos traducidos del occidente del que se tiene constancia es la traducción del Antiguo Testamento al griego en el siglo III a.C. La traducción se conoce como "Septuaginta", en referencia a los setenta traductores (setenta y dos, según algunas versiones) encargados de traducir la Biblia en Alejandría, Egipto. Cada traductor trabajó solo, confinado en una celda, y según la leyenda sus versiones fueron todas idénticas . La Septuaginta se convirtió en el texto fuente para posteriores traducciones a muchas lenguas, incluyendo el latín, el copto, el armenio y el georgiano.

San Jerónimo, el santo patrón de los traductores, se considera uno de los grandes traductores de la historia por su traducción de la Biblia al latín. Durante siglos, la Iglesia católica utilizó esta traducción, (conocida como Vulgata), aunque en primera instancia causó controversia.

El periodo precedente, y contemporáneo con, la Reforma protestante fue testigo de la traducción de la Biblia a los idiomas europeos. La Reforma protestante contribuyó a la división de la Cristiandad occidental entre la Iglesia católica y el Protestantismo a causa de las disparidades entre las interpretaciones de palabras y pasajes cruciales. El debate y cisma religioso por las diferentes traducciones de textos religiosos sigue hoy en día.

Un famoso error de traducción de la Biblia se da en la palabra hebrea קֶרֶן (keren), que tiene varios significados, como "cuerno" o "haz de luz". Fruto de ello, los artistas representaron durante siglos a Moisés con cuernos saliendo de su frente. Un ejemplo de esto es la famosa escultura de Miguel Ángel.

Referencias[editar]

  1. J.M. Cohen, "Translation", Encyclopedia Americana, 1986, vol. 27, p. 12.
  2. J.M Cohen, pp. 12-13.
  3. a b c d e J.M. Cohen, p. 13.
  4. a b c d e J.M. Cohen, p. 14.
  5. Por ejemplo, la traducción de Henry Benedict Mackey del "Tratado del amor de Dios" de San Francisco de Sales omite constantemente las analogías del santo que comparan a Dios con una madre lactante y referencias a la Biblia, como la violación de Tamar, entre muchas otras.
  6. Se puede encontrar más sobre la visión de la traducción de Hofstadter en Tony Dokoupil, "Translation: Pardon My French: You Suck at This," Newsweek, del 18 de mayo de 2009, p. 10.