Diferencia entre revisiones de «Deuterocanónicos»

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Todos estos textos fueron redactados por primera vez en al menos alguna de las lenguas bíblicas —las cuales incluyen el [[Idioma griego|griego]], el [[Idioma hebreo|hebreo]] y el [[Idioma arameo|arameo]], con todas sus variantes dialectales, como el [[Idioma caldeo|caldeo]] y el [[Idioma siríaco|siríaco]]—. Ciertos otros textos, en cambio, carecen totalmente del sustento de alguna redacción original en un idioma bíblico inmediato. A esta categoría pertenecen ciertas peculiares formas prolongadas al texto de libros como Enoc, Jubileos, los Paralipómenos de Baruc, y 1, 2 y 3 Macabeos —versiones extensas solamente halladas en el texto en [[Idioma ge'ez|ge'ez]] de la Biblia, seguido por la iglesia de Etiopía—.
Todos estos textos fueron redactados por primera vez en al menos alguna de las lenguas bíblicas —las cuales incluyen el [[Idioma griego|griego]], el [[Idioma hebreo|hebreo]] y el [[Idioma arameo|arameo]], con todas sus variantes dialectales, como el [[Idioma caldeo|caldeo]] y el [[Idioma siríaco|siríaco]]—. Ciertos otros textos, en cambio, carecen totalmente del sustento de alguna redacción original en un idioma bíblico inmediato. A esta categoría pertenecen ciertas peculiares formas prolongadas al texto de libros como Enoc, Jubileos, los Paralipómenos de Baruc, y 1, 2 y 3 Macabeos —versiones extensas solamente halladas en el texto en [[Idioma ge'ez|ge'ez]] de la Biblia, seguido por la iglesia de Etiopía—.


==Advertencia==
==Advertencias==
Durante los Siglos XIX y XX, grupos de iniciados, así como algunos credos protestantes, han reivindicado ciertas convicciones de que los escritos fueron “agregados” de manera espuria al canon de la Biblia por '''[a]''' '''judíos''' blandos, flojos, relajados, y, por consiguiente, carentes de celo por Dios y sus Leyes, o que habían cedido a la seducción de doctrinas paganas; o bien por '''[b]''' cristianos imperseverantes, apóstatas e infieles, a los cuales Dios había destinado a la perdición; o tal vez por '''[c]''' mentes endebles, o rudimentarias, no ''evolucionadas'', faltas de ''consciencia'', de ''visión interna'', o bien, de ''sentido de la transcendencia''; o tal vez acaso por '''[d]''' reinos o imperios paganos con planes de contaminar con errores la Alianza, de acabar con ella, o de conquistarla para sus ''demonios''. '''[e]''' Muchos fieles y adeptos de todos estos grupos aún suelen asociarlos, de formas indebidas, a procesos de “paganización”, “descristianización” y “apostasía” masivas por parte de la iglesia católica romana.

Mas, a pesar de todo, todas estas nociones e ideas preconcebidas tienen como transfondo el desconocimiento de múltiples aspectos y detalles de la historia del pueblo '''israelita'''. Un desconocimiento que ha dado lugar a una distorsión sumamente arraigada en la mentalidad de naciones enteras, de acuerdo a la cual, a través de los siglos, se ha confundido, de forma abusiva, los términos históricos '''“judíos”''' e '''“israelitas”'''. Ésta es una práctica sumamente arraigada que mucha gente ejerce, de forma irresponsable, aun a través de medios, y de fuentes textuales de múltiples niveles de credibilidad.

Con el fin expreso de optimizar la comprensión y la asimilación de múltiples aspectos y detalles sobre estos temas, en el presente artículo, se ha seguido el criterio constante de hacer un intenso '''énfasis''', cada vez que se juzga oportuno hacer las distinciones pertinentes de fondo de estos dos conceptos ('''judíos''' e '''israelitas'''). Originariamente, la expresión '''judíos''' hace referencia tan sólo a la parte '''judía''' del pueblo '''israelita'''. Y, en virtud de ello, de forma constante, la expresión '''judíos''' no debe entenderse como '''israelitas''' de cualquier clan tribal, ni debe entenderse como '''israelitas''' en contraposición a los '''cristianos'''.


Debe quedar en claro que estos documentos nunca jamás han sido patrimonio exclusivo de la iglesia católica romana, así como tampoco de las comunidades cristianas ortodoxas y orientales; aun cuando estos grupos representen una parte importante de quienes reivindican el valor e importancia de estos documentos: De hecho, hay importantes iglesias protestantes que han reivindicado la inclusión de estos libros en los escritos bíblicos.
Debe quedar en claro que estos documentos nunca jamás han sido patrimonio exclusivo de la iglesia católica romana, así como tampoco de las comunidades cristianas ortodoxas y orientales; aun cuando estos grupos representen una parte importante de quienes reivindican el valor e importancia de estos documentos: De hecho, hay importantes iglesias protestantes que han reivindicado la inclusión de estos libros en los escritos bíblicos.
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A pesar de lo cual, debe quedar en claro que, antes que a la iglesia católica romana, o cristiana ortodoxa, o a tal o cual iglesia protestante, los libros representan a grupos marginados y desdignificados del antiguo [[Israel]], que fueron rechazados por [[judaísmo ortodoxo|judíos ortodoxos]] en siglos muy tempranos, y a muchos de los cuales Jesús de Nazaret, llamado [[Cristo]], buscó reivindicar de múltiples maneras, tal como se verá más adelante.
A pesar de lo cual, debe quedar en claro que, antes que a la iglesia católica romana, o cristiana ortodoxa, o a tal o cual iglesia protestante, los libros representan a grupos marginados y desdignificados del antiguo [[Israel]], que fueron rechazados por [[judaísmo ortodoxo|judíos ortodoxos]] en siglos muy tempranos, y a muchos de los cuales Jesús de Nazaret, llamado [[Cristo]], buscó reivindicar de múltiples maneras, tal como se verá más adelante.


Por ello, la inclusión de estos documentos bajo el término “Biblia” no es una decisión de la iglesia católica, ni de ninguna otra facción del cristianismo; sino de los antiguos israelitas de habla y cultura helénica; quienes los compilaron en tiempos anteriores a cualquier decisión, facción o división dentro del cristianismo. Y, consecuentemente, cualquier noción o idea, presente en este artículo, que pueda parecer favorable a la misma, no debe ser tenida como una apología de la postura confesional concreta de la iglesia católica romana sobre el particular.
Por ello, la inclusión de estos documentos bajo el término helénico “Biblia” '''no''' es una decisión de la iglesia católica, ni de ninguna otra facción del cristianismo; sino de los antiguos israelitas de habla y cultura helénica; quienes los compilaron en tiempos anteriores a cualquier decisión, facción o división dentro del cristianismo. Y, consecuentemente, cualquier noción o idea, presente en este artículo, que pueda parecer favorable a la misma, '''no''' debe ser tenida como una apología de la postura confesional concreta de la iglesia católica romana sobre el particular.


Independientemente de todo lo anterior, y en adición a ello, se puede comprender que todos los pasajes de los escritos bíblicos que han sido citados en el presente artículo son partes esenciales del discurso. Pues todas estas citas de pasajes desempeñan, de hecho, una doble función como fuentes primarias, a más de referencias de orden contextual.
Independientemente de todo lo anterior, y en adición a ello, se puede comprender que todos los pasajes de los escritos bíblicos que han sido citados en el presente artículo son partes esenciales del discurso. Pues todas estas citas de pasajes desempeñan, de hecho, una doble función como fuentes primarias, a más de referencias de orden contextual.

Revisión del 23:23 28 jul 2010

Detalle de una página de la Biblia del Oso (Basilea, 1569), de Casiodoro de Reina, reformador protestante español del Siglo XVI, conteniendo el principio y los encabezados del Libro de Tobías, uno de los libros deuterocanónicos.

Deuterocanónicos son las series de textos, pasajes y escritos del Viejo Testamento de la Biblia cristiana que nunca formaron parte del Tanaj propiamente judío; que por este hecho han sido impugnados por judíos puristas, y por protestantes; y que, en consecuencia, hay múltiples detalles sobre la realidad de estos documentos cuyo conocimiento de hecho contribuye a mejorar de forma substancial la comprensión de múltiples aspectos y detalles del árbol genealógico y la historia de múltiples facciones históricas y actuales del judeocristianismo. Por lo que aportan claves de una gran importancia para la comprensión de series de sucesos que inciden plenamente en la teoría organizacional en torno al surgimiento, decurso y devenir histórico de los sistemas de ideas y creencias.

Etimología

La voz castellana deuterocanónicos es la traducción de la expresión latina deuterocanónica, transliteración de la expresión helénica δευτεροκανονικά, voz que se compone de las raíces griegas “δεύτερος” (segundo) y “κανόνας” (norma). A partir de este breve antecedente etimológico, puede definirse como: adj.s.m.pl. Término genérico aplicado al conjunto de textos y escritos propios de la “segunda norma” o prescripción de textos sagrados de la Biblia, es decir, del llamado Canon Alejandrino de la Biblia.

Historia del término

Como hoy se sabe, distintos subgrupos de tribus israelitas poseían distintas colecciones de textos tenidos por sagrados; como se verá, de forma detallada, en el presente artículo. Durante los Siglos III al V, algunos veían las listas de textos propios de la Biblia Septuaginta griega (véase) sólo como una norma o prescripción alterna de textos sagrados de la Antigua Alianza. Ya que, para algunos padres de la iglesia de esas tres centurias, el llamado Canon Palestinense llegó a ser tenido como la primera norma o prescripción de textos de la Antigua Alianza.

A partir de ello, el uso frecuente de estos conceptos por parte de la iglesia católica ha dado motivo a especulaciones en muchos sentidos. Algunos suponen que, al usar el término, la iglesia católica ha reconocido, de manera tácita, que estos escritos revisten tan sólo interés “secundario”. Sin embargo, esta idea carece de sustento a la luz de los hechos. Ya que una lectura atenta de las Actas propias de los trabajos del Concilio de Trento (1546), por citar un ejemplo, revela que el Concilio define sin ambages que los libros deuterocanónicos deben ser tratados con igual devoción y reverencia.[1]

Los grupos de cristianos que acogen estos textos, nunca han concordado en asignar a ellos el nombre de “deuterocanónicos”. Como ejemplo de ello, las iglesias cristianas ortodoxas de oriente, y muchos tratadistas católicos romanos, evitan este nombre; que para mucha gente resulta muy extraño e impreciso. Mientras, por otra parte, una gran proporción de grupos protestantes, que no han acogido estos textos sagrados, los han llamado “apócrifos”. Ya que los consideran “no canónicos”, “no inspirados por Dios”, y, además, “extrabíblicos”. Sin embargo, los fieles católicos romanos, así como cristianos ortodoxos, y amantes y estudiosos seculares —o no confesionales— de estos documentos, y de sus circunstancias geográficas e históricas, opinan que esta voz, además de incorrecta,[2]​ es reduccionista,[3]​ sectaria,[4]​ excluyente,[5]​ y, por consiguiente, altamente ofensiva.[6]

Algunas tradiciones protestantes también los han llamado libros eclesiásticos, bajo la premisa de que algunos padres los reconocieron como “eclesiásticos, aunque no canónicos”. Con el fin expreso de hacer más comprensibles aspectos y detalles de algunas realidades de interés general concernientes a ellos, en el presente artículo, de manera constante, se ha seguido el criterio de asumir un lenguaje que sea comprensible para todo lector.

Catálogos de textos

Varias de las llamadas cristiandades tempranas, y de los cristianismos históricos y actuales, como son las iglesias cristianas ortodoxas, las llamadas iglesias cristianas orientales (de todo el Medio Oriente y Norte de África), y la iglesia católica latina occidental, incluyen en sus Biblias estos textos tomados de la Biblia israelita griega de los LXX, llamada Septuaginta:[7]

  1. El Libro de Tobit —en algunas versiones llamado “Libro de Tobías”—
  2. El Libro de Judit
  3. El Libro de la Sabiduría de Salomón
  4. El Libro de la Sabiduría de Sirácides —en algunas versiones llamado “Libro de Sirácides”, o bien, “del Sirácida”, o “del Eclesiástico”—, junto a su respectivo “Prólogo del traductor griego” (Capítulo 1a)[8]
  5. El Libro de Baruc propiamente dicho (Baruc 1:15'—5:9), junto a su respectivo Exordio (Baruc 1:1-15')
  6. La Epístola de Jeremias —nomenclaturada, en la Biblia Latina, “Capítulo 6” del Libro de Baruc—, junto a su respectivo Epígrafe (Verso 1a, ó 1bis)
  7. La Historia de Susana —nomenclaturada, en la Biblia Latina, “Capítulo 13” del Libro de Daniel—, junto a su respectivo Epílogo (Verso 63 OG, o bien 64 Teodoción, según el numeral de Alfred Rahlfs)
  8. La Historia de Bel y el Dragón —nomenclaturada, en la Biblia Latina, “Capítulo 14” del Libro de Daniel—, junto a su respectivo Epígrafe (Verso 1 OG, o 1 Teodoción, según el numeral de Alfred Rahlfs)
  9. Los Libros I y II de los Macabeos
  10. Múltiples variantes aditivas, substractivas y substitutivas mayores a los Libros de Ester y Daniel (de manera especial, los pasajes comúnmente agrupados bajo el nombre conjunto de “Resto de Ester”, y el pasaje Daniel 3:24bis-90, entre ciertos otros pasajes menores)

Las iglesias cristianas ortodoxas y orientales incluyen en sus Biblias, asimismo, algunos otros libros y pasajes; asimismo tomados a partir de la Biblia Septuaginta griega:

  1. El Libro III de Esdras[9]
  2. El Libro III de los Macabeos
  3. La Oración de Manasés, junto a su respectivo Epígrafe (Verso 1a)
  4. Numerosas variantes aditivas, substractivas y ordinales a varios de los libros protocanónicos del Viejo Testamento, más o menos mayores en el caso del texto de los Libros de Samuel, los Reyes, Job, los Salmos de David, los Proverbios, Isaías, Jeremías, y las Lamentaciones

Entre estas variantes, se destaca, de manera especial:

  1. El Resto del Epílogo del Libro de Job (Job 42:17a-17e, o bien, 42:18-22)
  2. Varios de los Epígrafes propios de los Capítulos del Libro de los Salmos de David[10]
  3. El Capítulo 151 del Libro de los Salmos de David —común y familiarmente llamado Salmo 151—, junto a su respectivo Epígrafe (Salmos 151:1a)
  4. El Introito del Libro de las Lamentaciones (Lamentaciones 1:1a)

También, por otra parte, algunos ciertos códices, versiones y ediciones de la Biblia, incluyen, asimismo, si bien con divergentes criterios de valor canónico o sagrado:

  1. El Libro IV de Esdras[11]
  2. El Libro IV de los Macabeos[12]
  3. El Libro de Enoc
  4. El Libro de los Jubileos
  5. La Asunción de Moisés
  6. El Testamento de los Doce Patriarcas
  7. Las Apocalipsis de Baruc
  8. Los Paralipómenos de Baruc
  9. El Libro de las Odas; que incluye la Oración de Manasés y el Himno Matutino, y otros 13 textos retomados de otros libros bíblicos canónicos, junto con sus epígrafes
  10. El Libro de los Salmos de Salomón, junto con sus Epígrafes
  11. Los Capítulos 152-155 del texto siríaco del Libro de los Salmos de David
  12. El Salmo de Alabanza del texto hebreo del Libro de Sirácides 51:12a-12p

Todos estos textos fueron redactados por primera vez en al menos alguna de las lenguas bíblicas —las cuales incluyen el griego, el hebreo y el arameo, con todas sus variantes dialectales, como el caldeo y el siríaco—. Ciertos otros textos, en cambio, carecen totalmente del sustento de alguna redacción original en un idioma bíblico inmediato. A esta categoría pertenecen ciertas peculiares formas prolongadas al texto de libros como Enoc, Jubileos, los Paralipómenos de Baruc, y 1, 2 y 3 Macabeos —versiones extensas solamente halladas en el texto en ge'ez de la Biblia, seguido por la iglesia de Etiopía—.

Advertencias

Durante los Siglos XIX y XX, grupos de iniciados, así como algunos credos protestantes, han reivindicado ciertas convicciones de que los escritos fueron “agregados” de manera espuria al canon de la Biblia por [a] judíos blandos, flojos, relajados, y, por consiguiente, carentes de celo por Dios y sus Leyes, o que habían cedido a la seducción de doctrinas paganas; o bien por [b] cristianos imperseverantes, apóstatas e infieles, a los cuales Dios había destinado a la perdición; o tal vez por [c] mentes endebles, o rudimentarias, no evolucionadas, faltas de consciencia, de visión interna, o bien, de sentido de la transcendencia; o tal vez acaso por [d] reinos o imperios paganos con planes de contaminar con errores la Alianza, de acabar con ella, o de conquistarla para sus demonios. [e] Muchos fieles y adeptos de todos estos grupos aún suelen asociarlos, de formas indebidas, a procesos de “paganización”, “descristianización” y “apostasía” masivas por parte de la iglesia católica romana.

Mas, a pesar de todo, todas estas nociones e ideas preconcebidas tienen como transfondo el desconocimiento de múltiples aspectos y detalles de la historia del pueblo israelita. Un desconocimiento que ha dado lugar a una distorsión sumamente arraigada en la mentalidad de naciones enteras, de acuerdo a la cual, a través de los siglos, se ha confundido, de forma abusiva, los términos históricos “judíos” e “israelitas”. Ésta es una práctica sumamente arraigada que mucha gente ejerce, de forma irresponsable, aun a través de medios, y de fuentes textuales de múltiples niveles de credibilidad.

Con el fin expreso de optimizar la comprensión y la asimilación de múltiples aspectos y detalles sobre estos temas, en el presente artículo, se ha seguido el criterio constante de hacer un intenso énfasis, cada vez que se juzga oportuno hacer las distinciones pertinentes de fondo de estos dos conceptos (judíos e israelitas). Originariamente, la expresión judíos hace referencia tan sólo a la parte judía del pueblo israelita. Y, en virtud de ello, de forma constante, la expresión judíos no debe entenderse como israelitas de cualquier clan tribal, ni debe entenderse como israelitas en contraposición a los cristianos.

Debe quedar en claro que estos documentos nunca jamás han sido patrimonio exclusivo de la iglesia católica romana, así como tampoco de las comunidades cristianas ortodoxas y orientales; aun cuando estos grupos representen una parte importante de quienes reivindican el valor e importancia de estos documentos: De hecho, hay importantes iglesias protestantes que han reivindicado la inclusión de estos libros en los escritos bíblicos.

A pesar de lo cual, debe quedar en claro que, antes que a la iglesia católica romana, o cristiana ortodoxa, o a tal o cual iglesia protestante, los libros representan a grupos marginados y desdignificados del antiguo Israel, que fueron rechazados por judíos ortodoxos en siglos muy tempranos, y a muchos de los cuales Jesús de Nazaret, llamado Cristo, buscó reivindicar de múltiples maneras, tal como se verá más adelante.

Por ello, la inclusión de estos documentos bajo el término helénico “Biblia” no es una decisión de la iglesia católica, ni de ninguna otra facción del cristianismo; sino de los antiguos israelitas de habla y cultura helénica; quienes los compilaron en tiempos anteriores a cualquier decisión, facción o división dentro del cristianismo. Y, consecuentemente, cualquier noción o idea, presente en este artículo, que pueda parecer favorable a la misma, no debe ser tenida como una apología de la postura confesional concreta de la iglesia católica romana sobre el particular.

Independientemente de todo lo anterior, y en adición a ello, se puede comprender que todos los pasajes de los escritos bíblicos que han sido citados en el presente artículo son partes esenciales del discurso. Pues todas estas citas de pasajes desempeñan, de hecho, una doble función como fuentes primarias, a más de referencias de orden contextual.

Antecedentes históricos

De la unidad perdida

Los entecedentes de estas familias de textos y escritos tuvieron su origen en ciertos sucesos sumamente antiguos; como la temprana pérdida de la antigua unidad nacional de diferentes grupos de tribus israelitas; primero provocada por la escisión del Reino de Israel, bajo Jeroboam y Roboam, dos líderes tribales israelitas (1 Reyes 12), y que fue sancionándose, de forma sucesiva, bajo la intervención y el auge expansionista de imperios como Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia-Macedonia, Siria y Roma.

Al paso de los siglos, desde la perspectiva de la comunidad propiamente judía, es decir, de Judea, el resquebrajamiento de toda comunión e identidad común con las comunidades israelitas dispersas más allá de Judea, ya estaba consumado de forma irreversible. Pues ya desde la vuelta del exilio —como puede apreciarse en el texto de los libros 1 Crónicas, 2 Crónicas, Esdras y Nehemías—, y en siglos sucesivos, las tribus de Judea no verían ya más como parte del “pueblo elegido” a los restos dispersos de las antiguas tribus perdidas israelitas que habían de subsistir hasta el Siglo I de la Era Cristiana por todos los rincones de Perea, Samaria y Galilea.

Llegados a tal punto de la historia, los judíos de Judea dejaron de esperar la salvación, o la restauración, del resto de las tribus israelitas. Desde su peculiar, y muy particular punto de vista, era más que evidente que el nombre de israelitas no era ya el más preciso para hacer referencia del “Pueblo de la Alianza”. Así que decidieron desprenderse, definitivamente, del nombre de israelitas; y con él renunciaron a toda relación de parentesco que, a través de los siglos, pudiera vincularlos de forma compartida con las comunidades y grupos israelitas más allá de Judea:

«Judío es el nombre por el que ellos son llamados desde el día en que ellos llegaron de Babilonia.» —Flavio Josefo, en “Sobre la antigüedad de los judíos”.[13]

Ese es el momento preciso en que el pueblo judío, es decir, de Judea, traicionó el ideal nacional de Israel como “pueblo”, y se apropió la historia e identidad conjunta que a través de los siglos había compartido con el resto de tribus israelitas, suplantando a éstas, al desconocerlas como parte integrante del “pueblo elegido”, el “pueblo de la Alianza”, el “pueblo de la Biblia”. Es, a raíz de esto, que la restauración integral de la antigua unidad nacional israelita se llega a convertir en el sueño y clamor en común, cada vez más ansiado, urgente y apremiante, de todos los distintos grupos israelitas más allá de Judea.

Al margen de ello, desde el Siglo III a.C. hasta bien entrada la Era Cristiana, el griego era la única lengua hablada en común por todos los distintos grupos comunitarios israelitas de todo el Mundo Antiguo, así como también, una segunda lengua natural para todos los pueblos asentados en torno a las riberas orientales del Mar Mediterráneo.[14]

En razón de esto, en el año 280 a.C., grupos de israelitas de todo el Mundo Antiguo, habían dado inicio a la labor conjunta de reunir en griego la amplia e incluyente colección de textos religiosos sagrados israelitas que, al paso de los siglos, ha sido llamada “Biblia Septuaginta”, o “de los LXX”, compendio de series de textos sagrados de múltiples orígenes tribales y escolares entre los israelitas, y no sólo de orígenes judíos y ortodoxos.

Debe destacarse que los textos propios de la Biblia griega, en su mayoría, efectivamente, nunca o casi nunca fueron reputados por textos sagrados para los judíos propiamente dichos. A pesar de ello, eran, sin embargo, textos emblemáticos que investían un valor y un carácter sagrado para los distintos subgrupos de tribus israelitas no judías, judías marginales, y judías foráneas (grupos de judíos propiamente dichos, pero avecindados fuera de Judea). Todos estos grupos eran israelitas.

Un hombre que luchó por sus hermanos

Si se toma en serio el Nuevo Testamento, y bajo el supuesto de que el personaje Jesús Nazareno, o de Nazaret, el llamado Cristo, pudiera haber sido real en la historia, puede comprenderse que éste, junto a sus apóstoles, y todos sus primeros seguidores y discípulos, también provenían de varios distintos subgrupos de tribus del pueblo israelita (Mateo 4:25, Marcos 3:7-8). Muchas de estas “gentes” no hablaban hebreo, sino arameo, y, por consecuencia, no tenían acceso a las series de textos y escritos que eran sagrados para sus ancestros, sino a través de los textos en griego de la Septuaginta.

En razón de estas series de detalles, no es desestimable que Cristo y sus discípulos, así como los grupos de tribus israelitas asentadas más allá de Judea —cuya lengua materna nunca fue el hebreo, sino el arameo—, hayan recibido, y aun reconocido, como cuerpo de textos sagrados, la Biblia Septuaginta, con deuterocanónicos, de forma más temprana, directa, digerida y consensual, que los textos hebreos que sólo más tarde fueron compilados como parte del Tanaj judío.

Y, por otra parte, el Nuevo Testamento da cuenta del hecho innegable de que, hacia el primer siglo de la Era Cristiana, muchas de las viejas tribus israelitas se habían agrupado en subgrupos de tribus, y que los judíos, en sentido estricto, eran sólo uno más entre los grupos de tribus de hecho israelitas (Mateo 4:25, Marcos 3:7-8). De hecho, los mismos presuntos paisanos judíos de Cristo no tenían problemas en desconocerlo como uno de ellos, aun cuando ellos sabían y aceptaban, de hecho, que él era al menos un israelita (Juan 7:1, 7:52, 8:48).

Pero si se estudia con detenimiento los textos sagrados, en ellos se aprecia que Cristo nunca o casi nunca dio abundantes muestras de considerarse él mismo un judío, en sentido estricto. En relación a esto, véase Mateo 3:4-9, 12:34-42, 23:29-39; en donde se lee que, a ciertos maestros judíos, Cristo los llamaba: “progenie de equidnas”, que algunos traducen, de forma adecuada por “raza de víboras”. El uso constante de una expresión como ésta por parte de Cristo, da una clara idea que ilustra de forma bastante elocuente la imagen que Cristo tenía del pueblo judío propiamente dicho.

Y, por otra parte, de hecho, el clamor más constante, apremiante y urgente de Cristo, y de sus primeros discípulos cristianos, nunca fue la denuncia del Imperio Romano —que se había enseñoreado de toda la riqueza material y económica (Mateo 22:15-22)—, sino, básicamente, de las autoridades religiosas judías, es decir, de Judea —que durante siglos habían despojado a muchos israelitas de su bien más preciado: su amada identidad, dignidad y derechos de “hijos de Yahveh”, el “Dios de nuestros padres”, y miembros de su pueblo y de su Alianza (Mateo 23:1-15, Lucas 11:37-44∙45-52, Mateo 12:1-13, Lucas 13:10-16)—.

Todos estos hechos, al ser abordados de forma conjunta, echan nuevas luces, y hacen cobrar nueva vida al profundo sentido moral y humanista del duro reclamo de Cristo contra los doctores de la ley judía, que se aprovechaban de que muchos otros grupos israelitas, y toda la gente sencilla del pueblo, no tenían acceso a los textos sagrados (Mateo 23:1-39). Con ello se aclara bastante el sentido de sus enseñanzas a las multitudes desdignificadas, que sólo de oídas sabían de los textos, por lo que ignoraban ser “hijos del Padre”, con todos los deberes y derechos que un hecho como éste implica y significa (Mateo 5:1—7:29, Lucas 6:17-49); así como el hecho de que él gustara brindar su amistad, comprensión y cariño, de forma especial, a los más despreciados y odiados de los israelitas: los recaudadores y los publicanos, que tenían que ganar el sustento y el pan de sus hijos, trabajando en labores serviles a favor del Imperio Romano (Mateo 9:9-13).

Del antiguo Israel a la iglesia cristiana

Con base en estos hechos, la temprana adopción de la Biblia griega de los LXX, con todos sus escritos, por Cristo y sus discípulos, es un hecho claro que quedó asentado en el Nuevo Testamento; donde al menos seis de cada siete citas plenamente explícitas del Viejo Testamento, sumando unas 300 de 350, han sido retomadas, de manera textual, no a partir de los textos hebreos o arameos del Tanaj, sino a partir del texto griego de los LXX. Mientras numerosas ideas y conceptos, antes sólo asentados en deuterocanónicos, fueron incorporados sin problemas entre los contenidos del Nuevo Testamento; tal como se verá más adelante.

Hoy ha quedado en claro, de forma cada vez más sólida y más amplia, que la iglesia cristiana recibió sin problemas estas series de textos de manos de israelitas de múltiples orígenes tribales, que habían sido discípulos de Cristo. De la misma forma que va quedando en claro que la definición del canon del Tanaj, comúnmente llamado Canon Palestinense, de hecho, representa la legitimación de una decisión sumamente tardía (año 95 de la Era Cristiana), y que, además de ello, nunca fue consensual (había sido tomada por rabinos judíos que habían desconocido como parte del pueblo de la alianza a todos los restantes subgrupos de israelitas no judíos).

«Hasta la venida de Jesús, la comunidad judía no se había pronunciado definitivamente respecto de esas dos colecciones. Solamente el año 95 d.C., un congreso de los fariseos, en Jamnia, tomó la decisión última. Aceptaron libros que todavía eran discutidos en Palestina, como [1 y 2 ]Crónicas y Esdras[ y Nehemías], pero rechazaron todos los libros propios de la Biblia griega. En realidad, en ese momento ellos ya no tenían la autoridad que viene de Dios: la iglesia [ya] existía, y a ella le correspondía decidir con la ayuda del Espíritu Santo.» —Ramón Ricciardi & Bernardo Hurault, en “La Nueva Biblia”.[15]

El Sínodo de Jamnia, de hecho, fue un temprano esfuerzo opositor de rabinos judíos ultraconservadores y ultranacionalistas (los fariseos históricos y neotestamentarios), en contra del continuo y constante crecimiento de las comunidades cristianas primitivas a través del decurso de todo el Siglo I de la Era Cristiana. Pero no sólo eso: De hecho, representa la solución final de la nación judía para finiquitar, de forma decisiva, drástica y terminante, las antiguas cuestiones de reivindicaciones denegadas de reconocimiento por parte de los miembros remanentes por toda Palestina de las antiguas tribus perdidas de Israel, que habían recibido de sus padres los deuterocanónicos, y dado a los gentiles el Nuevo Testamento.

El nombre de “israelitas”

Llegados a este punto, es justo hacer notar, por otra parte, que el término israelita solamente aparece hasta en ocho distintos pasajes o episodios del Nuevo Testamento:

[1] En Juan 1:47-51, Jesús de Nazaret lo aplica a un hombre “sin malicia”, mostrando el gran orgullo que le causa el asumir que éste también es su paisano. [2-3] En Hechos 2:22 y 3:12, Simón, llamado Pedro, lo utiliza de forma diplomática para evitar hacer mayores distinciones entre los israelitas de múltiples orígenes a quienes se dirige.

[4] En Hechos 5:35, el maestro judío llamado Gamaliel lo utiliza para dirigirse a un grueso contingente de israelitas de múltiples orígenes tribales, disuadiendo a éstos de atacar a algunos discípulos de Cristo. [5] En Hechos 13:16, Saúl de Tarso lo utiliza para dirigirse a los israelitas de múltiples orígenes tribales presentes en la Sinagoga judía de Antioquía de Pisidia, y evangelizarlos.

[6] En Hechos 21:28, los judíos de Asia utilizan el nombre con el fin de incitar contra Saúl de Tarso a todos los varones israelitas —no sólo a los judíos— presentes en el templo. [7] En 2 Corintios 11:22, Saúl de Tarso lo utiliza de forma melosa para adjudicarse el status de “apóstol” del llamado Cristo, a la par de aquellos hombres galileos que habían recorrido con éste toda Palestina durante los años de su magisterio.

[8] Véase, sin embargo, la vehemente defensa de Saúl de Tarso a sus hermanos judíos de Judea, en Romanos 9—11; en donde utiliza, de forma reiterada, el nombre de Israel, y el término israelita; tratando de enredar a sus destinatarios con el uso ambiguo de tales conceptos, cuando, en realidad, sólo intercedía en pro de los judíos.

Y después de estas series de usos, el término “israelita” dejó de ser usado de forma muy frecuente a través de la historia. A pesar de lo cual, nadie lo echó de menos. De forma poderosamente sugestiva, ni siquiera los mismos israelitas mostraron extrañar este concepto: Habían asumido sin problemas una nueva y mejor razón de identidad… Pronto habían asumido sin mayores problemas el nombre de cristianos. [Un hecho como éste nunca fue muy extraño, ni muy inesperado, para los israelitas (Isaías 65:15).]

De hecho, la adhesión y conversión de grupos israelitas no judíos a las comunidades cristianas primitivas, debió ser más masiva, unánime, conjunta y consensual, y, simultáneamente, discreta y silenciosa, que todo lo anteriormente planteado por los historiadores. Ya que sólo un suceso de tal naturaleza y magnitud podría contribuir a explicar que, a través de la historia de casi veinte siglos transcurridos desde la aparición del cristianismo, se mantuviera el uso, constante y continuado, de la dicotomía “judíos y cristianos”; y nunca, o casi nunca, alguien haya juzgado necesario plantear o formular dicotomías tales como “samaritanos y cristianos”, “galileos y cristianos”, o tal vez “israelitas y cristianos”; que suenan muy extrañas desde la perspectiva de quienquiera que sea.

Los primeros dos siglos

Y, por otra parte, la adopción temprana de todos los textos de la Biblia griega por la iglesia cristiana es atestiguada por múltiples escritos de los apologistas y padres apostólicos de los Siglos I y II de la Era Cristiana, quienes los citaron en todo momento en términos de “escritos sagrados e inspirados”. En virtud de ello, entre sus escritos no existe registro de cuestionamientos, o de impugnaciones, contra los escritos de la Biblia griega.

De hecho, las historias en ellos relatadas ya eran veneradas por la iglesia cristiana de los primeros siglos. Y existen testimonios muy tempranos de la veneración de éstos y otros temas recurrentes en la mentalidad de grupos de cristianos ortodoxos, así como católicos romanos, que han quedado plasmados de manera indeleble en el arte cristiano durante esos siglos.

De forma plenamente inventariada, han sido registrados los hallazgos de al menos: 3 pinturas y 2 esculturas de Tobías; 17 pinturas y 25 esculturas en que se representa a los tres jóvenes en el horno con los brazos levantados en ademán de orar; 6 pinturas y 7 esculturas en que se representa a Susana con los dos viejecillos; 2 pinturas y 1 escultura de Daniel dictándoles sentencia a los dos viejecillos; 39 pinturas y 30 esculturas de Daniel en el lago de los leones. Todas estas obras datan de los Siglos I y II, de los días en que Roma perseguía a los cristianos, y éstos se reunían a compartir su fe dentro de catacumbas.[16]

Las dudas de los padres

A pesar de todo, dada la ignorancia y desconocimiento, así como la falta de una visión más amplia y más abierta, de fondo y de conjunto, de este muy primer cuadro de antecedentes, mientras estos sucesos iban siendo dejados atrás en la línea del tiempo, fueron siendo perdidos de vista, incluso por algunos pensadores cristianos. (En relación a esto, véase Éxodo 1:8.)

Y, a causa de ello, estos documentos se vieron cuestionados de manera tardía —durante los Siglos III al V—, siempre ante el dudoso consejo e influencia de al menos algunos rabinos judíos; quienes consiguieron causar cierto efecto de duda o reserva hacia los escritos en la idiosincrasia y la mentalidad de algunos de los padres de la iglesia durante esos siglos.

Si bien es menester dejar en claro que muchos de los padres de la iglesia que habían entrado al rol de cuestionar la legitimidad de estos documentos, lo hacían bajo el influjo y las presiones de rabinos judíos. Y que, por otra parte, junto a esos apuntes de dudas o reservas, muchos de esos padres de la iglesia dejaron asentadas, en muchos documentos de su misma autoría, posturas más amenas, ambiguas o flexibles, hacia estos escritos (los deuterocanónicos).[17]

La Biblia y los Concilios

Las interdicciones a estos escritos fueron disipadas por las decisiones de muchos Concilios, parciales y ecuménicos, en que se falló, de forma reiterada, a favor incluir los escritos en el canon de textos sagrados; dada la importancia que, desde el principio mismo de la iglesia, habían representado en el proceso de la conformación y consolidación de toda la razón de identidad de la iglesia cristiana, y en la mentalidad, la vida y la cultura de las comunidades eclesiales a través de la historia temprana de la iglesia. De hecho, fueron múltiples y muy reiterativos los foros eclesiales a través de los cuales fue ratificada la inclusión en las listas de textos sagrados de múltiples escritos de ambos testamentos, que habían sido objeto de contradicciones, o tal vez de la ausencia de algún mayor consenso:[17]

  1. Decreto del Concilio II de Roma (382)
  2. Canon XXXVI del Concilio III de Hipona (393)
  3. Canon XXXXVII del Concilio III de Cartago (397)
  4. Canon XXIV del Concilio IV de Cartago (419)[18]

Sólo el Canon LX del Sínodo de Laodicea, un poco más temprano (363-364), había omitido muchos de los libros deuterocanónicos, pero había incluido, de manera enteramente explícita, al menos el Libro de Baruc y la Epístola de Jeremías, y había omitido, de la misma forma, el Apocalipsis.[19]​ Y en virtud de estas series de variantes, no muy reduccionistas, este Canon LX del Sínodo de Laodicea ha sido impugnado, tanto por católicos, como por protestantes.

Nótese que, en todas las listas de libros se incluyó, de manera completamente explícita, y muy reiterativa, “de Esdras Libros, dos”. A través de los siglos, muchos han asumido que se trata de los libros actuales de Esdras y Nehemías. Mas, desde muy antiguo, conforme al testimonio de numerosos códices, éstos ya se encontraban fusionados en un solo volumen bajo el nombre “2 Esdras”. Y, en todos los códices griegos antiguos, ninguno de estos se llama “1 Esdras”. A través de siglos, todas las distintas iglesias de oriente, usan este nombre para designar de manera exclusiva al libro ortodoxo de Esdras. Solamente la iglesia latina manejaba 2 Esdras como dos volúmenes, distinta secuencia al orden de los libros, y distintos números para todos los Libros de Esdras. Esto explicaría ciertas disensiones entre las iglesias sobre este punto concreto del canon de textos sagrados.

Y, por otra parte, algunos asumen que el Canon II del Concilio Quinisexto de Trullo (692) ha representado la admisión sin ambages de las decisiones de “aquellos de Cartago” por parte de toda la iglesia de oriente. Mas, en este canon, lo que ella admite, de manera conjunta, alterna y simultánea, son muchas decisiones, tal vez no previamente digeridas; muchas de las cuales sólo son ideas personales de algunos padres de la iglesia.[20]

Los deuterocanónicos de acuerdo a las distintas tradiciones

Los mil años siguientes, nadie volvió a impugnar la legitimidad de estos documentos. Sólo yendo diez siglos adelante en la línea del tiempo, Carlostadio (1520), Lutero (1534) y Calvino (1540), llegaron a asumir, y a difundir la idea de que la cristiandad, quince siglos atrás, debía haber acatado la decisión judía del canon del Tanaj para el canon cristiano del Viejo Testamento.

Es justo hacer notar que, aun cuando Lutero había recibido el grado de doctor, de hecho, él murió desconociendo numerosos detalles acerca de la historia de la conformación independiente del canon del Tanaj —propiamente judío—, el canon de la Biblia —propiamente israelita—, y el canon del Antiguo Testamento —propiamente cristiano—; tales como: [a] el carácter parcial, escisionista y segregario del canon del Tanaj propiamente judío, [b] la existencia temprana de una Biblia israelita, con un canon más amplio y más flexible (la Biblia Alejandrina), [c] la mutua independencia de ambas selecciones, y [d] la entrega del canon más amplio y más flexible, de manos de israelitas —no sólo de judíos—, a manos de la iglesia cristiana primitiva.

Cuando algunos pensaron que mil quinientos años de adopción de los textos por la iglesia cristiana no eran suficientes para justificar la inclusión de los mismos en las Biblias cristianas, se abrieron más espacios para ratificarla:

  1. Concilio de Florencia (1441)
  2. y Concilio de Trento (1546), en la iglesia católica latina occidental
  3. Sínodo de Jassy (1642)
  4. y Sínodo de Jerusalén (1672), en la iglesia cristiana ortodoxa de oriente

A pesar de lo cual, la tesis de Lutero, Calvino y Carlostadio fue asumida por otros de los reformadores protestantes del Siglo XVI, y luego sostenida de manera dogmática por muchos de los grupos protestantes,[21]​ así como por grupos cristianos más diversos.[22]​ En esto reside la causa de que muchos grupos e iglesias cristianas hayan excluido, de forma sistemática, de muchas de sus propias versiones y ediciones de los escritos bíblicos, todos los escritos deuterocanónicos.

Un hecho deplorable, por sus implicaciones culturales —puesto que, en este espacio, no cabe y no procede referirse a ninguna implicación de tipo doctrinal, confesional, sectario o partidista en materia religiosa—, es que, a raíz de ello, y dada la influencia, tutela y primacía cultural del mundo de habla inglesa, al menos al presente, muchos pueblos del mundo —confesiones aparte—, sólo de forma vaga, basada en referencias retomadas de fundamentalismos puritanos, conocen estos libros por el nombre de “Apocrypha”, y se han visto privados del acceso a muchos inquietantes, y muy interesantes aspectos y detalles, tocantes a la historia de la conformación del canon de la Biblia, el libro más leído, y el menos comprendido, por múltiples culturas de la tierra.

En parte motivados por hechos como éstos, en las últimas décadas, los fundamentalistas de América Latina se han dado a la tarea de desacreditarlos por medio de argumentos teológicos bastante elaborados, en los que se enfatizan aspectos y detalles de algunos de estos libros, que, efectivamente, sí son muy diferentes de algunos otros textos comunes a la Biblia y al Tanaj, y en que, del mismo modo, se reflejan posturas un poco diferentes de las que se reflejan en dichos documentos. Y, alentados por esto, se han dado a la costumbre de llamarlos, de forma reiterada, “ridículos”, “mediocres”, “espurios”, “extrabíblicos”, y epítetos afines.

Véase, por ejemplo:

«Esos libros espurios se los denomina “apócrifos”. Nunca fueron reconocidos por los judíos fieles de Palestina, ni citados por el Señor Jesús ni los apóstoles. Dichos libros apócrifos desde ya contienen al no ser inspirados, errores doctrinales, relatos fantásticos, y herejías.» —“Afectando el Antiguo Testamento”, en Conciencia Bíblica.

Véase, asimismo:

«Esta respuesta es triste porque al ver que los libros apócrifos tienes errores garrafales, y que no los puede defender, se va y le tira pedradas a la palabra de Dios, rebajándola al nivel de esos libros mediocres, hay que recordar que esos libros jamás fueron aceptados por unanimidad nunca por los cristianos, y jamás citados como Escritura por los escritores del NT.» —“José Miguel Arráiz vs la Biblia”, en Respuestas Evangélicas.

Mas, a pesar de ello, no es correcto asumir que todas las iglesias y grupos protestantes hayan representado un frente solidario contra estos escritos. Ya que, por el contrario, algunas importantes iglesias protestantes —algunas de las cuales son muy reconocidas para los estudiosos de las ciencias humanas, geográficas e históricas— encomian los valores humanos y morales contenidos en estos documentos; ya que los consideran “lectura provechosa y moralizadora”. Por otra parte, muchos de estos grupos cristianos, entre los que se cuentan iglesias luteranas, bautistas, metodistas, anglicanas y episcopalianas locales, o semiindependientes, y las comunidades de tipo anabaptista (amish y menonitas, por ejemplo), a través de siglos, incluyen en sus Biblias los deuterocanónicos.

Y es en razón de ello que algunas importantes Biblias protestantes, tales como la Biblia de Lutero (1534), la Biblia de Gustavo Vasa de Suecia (1540), la Biblia de Jacobo I de Inglaterra (1611), la Biblia castellana de Casiodoro de Reina (Basilea, 1569), llamada Biblia del Oso,[23]​ y su hermana menor, la Biblia castellana de Cipriano de Valera (Ámsterdam, 1602), llamada Biblia del Cántaro,[24]​ las dos antecesoras de todas las actuales revisiones modernas de la Reina-Valera, todas ellas incluyen los deuterocanónicos.

De hecho, incluyen todos los libros del Antiguo Testamento de la Biblia Vulgata; que, además de los libros comúnmente aceptados por todas las iglesias católico-ortodoxas, incluye la Oración de Manasés, y los Libros III y IV de Esdras. Casiodoro de Reina, por ejemplo, siempre muy respetuoso hacia las decisiones de la iglesia latina, y, consecuentemente, haciendo concesiones sumamente importantes al Concilio de Trento, por citar un ejemplo, incluyó todos ellos, sin hacer distinciones, en los sitios que ocupan en la Biblia Vulgata, y en muchas otras Biblias católicas modernas.[25]​ Mientras, por su parte, Cipriano de Valera, siempre más radical, los toma y los reúne todos juntos, en medio del Antiguo y del Nuevo Testamento, bajo el rubro de “Apocryphos”, pero sin omitirlos.[26]

A través de los siglos, han sido numerosos los elogios a estos documentos por parte de importantes autores protestantes; que van desde el elogio del Libro de Tobías por parte del mismísimo Lutero, y el veto mitigado de los libros por múltiples autores protestantes, al reconocimiento, sencillo pero cálido, humano y muy hermoso, de estos documentos, por los reformadores que crearon la Biblia de Ginebra (1560):

«Como libros que proceden de hombres piadosos, se les recibe para leerse con objeto de hacer avanzar el conocimiento de la historia y de instruir en las costumbres piadosas.»[27]

Y al reconocimiento, lleno de gratitud, del pastor protestante John Bunyan, a una breve cita de Sirácides que dio luz a su vida en días muy aciagos:

«Refiere éste en su autobiografía, intitulada “Gracia abundante para el primero de los pecadores”, que por el año de 1652 había experimentado una crisis depresiva que lo puso al borde de la muerte. Lo que lo reanimó, dice, fue el texto de Eclesiástico 2.10: “Mirad las generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor que haya quedado defraudado?” Comenta que aunque esas palabras no se hallan en “los textos que llamamos santos y canónicos”, se sintió obligado a recibirlas, pues son “la suma y substancia de muchas de las promesas”. Y concluye: “Bendigo a Dios por esa palabra, pues era de Dios para mí… Esa palabra todavía resplandece a veces ante mi faz.”»[27]

Y en los últimos años, de forma paulatina, va saliendo a la luz, por ejemplo, el hecho de que algunos editores de los escritos bíblicos preferían producir versiones y ediciones de la Biblia sin deuterocanónicos, no tanto por cuestiones de “pureza” de orden doctrinal, sino, sencillamente, por cuestiones de costos productivos, y por cuestiones prácticas, tales como mayor sencillez de manejo, y de asimilación de contenidos, con todo lo que esto significa en términos de tipo intelectual. Y bajo las presiones financieras de algunos extremistas protestantes que, en los últimos siglos, denegaron subsidios importantes a Sociedades Bíblicas inglesas y escocesas, así como europeas continentales, para la producción de ediciones bíblicas con deuterocanónicos.[28]

[Tiene que enfatizarse que, en los tiempos actuales, todas estas cuestiones, finalmente han quedado solventadas, debido al desarrollo de las tecnologías, y de su consecuente disponibilidad para la reducción de costos productivos, y versatilidad para el manejo, y la divulgación y difusión de las ideas, y del conocimiento.]

Y es a raíz de ello que hermosas ediciones en diseño facsímil, lujosa y primorosamente encuadernadas, de estos importantes documentos han sido relanzadas en forma de ediciones especiales, en los años de 1992 y 2002, en conmemoración del quinto centenario del encuentro del Viejo y Nuevo Mundo, y del cuarto centenario de la publicación de la edición Valera, de 1602, de forma respectiva. Y, más recientemente, en el año 2009, en conmemoración del 440 aniversario de la versión de Reina, de 1569, la Sociedad Bíblica de España tuvo a bien presentar formalmente ante todas las instancias culturales de España una nueva edición de la Reina-Valera Actualizada, de 1995, edición en la cual han sido reinsertados parcialmente[29]​ nueve de los doce[30]​ documentos deuterocanónicos incluidos por Reina, de acuerdo con el orden seguido por Valera, y que lleva por título: “La Biblia del Siglo de Oro”.[31]

Series de distintos valores canónicos

En el año 397 d.C., Jerónimo asumió, en su Prólogo a los Libros de Salomón, que la iglesia leía los escritos, mas sin admitirlos como escritura canónica. Estas expresiones han sido tenidas como expresiones de vacilaciones de la iglesia en pleno. Debe precisarse que estas posturas son sólo el reflejo de ideas personales de al menos algunos padres de la iglesia durante los Siglos III al V.[32]

Más allá de ello, otra sorprendente serie de detalles sobre estos libros es que las distintas iglesias de oriente, a través de su historia temprana, fueron recibiendo distintos listados de textos sagrados, en que se contemplan hasta diez distintos tipos de criterios de valor sagrado para los distintos libros de la Biblia; la cual para ellas se halla conformada por nueve distintos subgrupos de libros; que son los siguientes:

  1. Divinos
  2. Inspirados
  3. Sagrados
  4. Venerables
  5. Canónicos
  6. Canonizados
  7. Eclesiásticos
  8. Propuestos
  9. Catecumenales
  10. Genuinos

Dicho de otra forma, todas las distintas iglesias orientales siguen una serie de pautas comunes, de acuerdo a las cuales, todos los escritos propios de la Biblia entran en al menos alguno de estos distintos criterios de valor sagrado, y algunos de ellos entran sin problemas simultáneamente en dos o más de ellos, aun cuando esto no es necesario para que los libros sean admitidos en el canon bíblico.

A pesar de esto, no debe suponerse que los textos propios de la Biblia griega hayan sido asignados a las categorías de menos relevancia de los escritos bíblicos. En torno a este punto, pueden apreciarse series de detalles que pueden sorprender a más de alguno; tales como la ausencia de al menos siete libros del Nuevo Testamento de algunas de las listas revestidas de más categoría e importancia. Se trata de series de textos, pasajes y escritos hoy reconocidos como deuterocanónicos del Nuevo Testamento. (Véase la entrada dedicada a este concepto.)

En vista de estas series de detalles, el Dr. Bruce Metzger (1914-2007), autor de decenas de libros, estudios y ensayos sobre el canon bíblico, colaborador de múltiples versiones y ediciones bíblicas inglesas modernas, y, a raíz de ello, uno de los más prominentes exégetas bíblicos de los últimos tiempos, causó gran revuelo, y hasta enemistades, entre sus colegas, cuando en sus escritos fue dejando en claro progresivamente que él asumía series de posturas propias de la iglesia cristiana ortodoxa sobre el canon bíblico. [Para enfatizar la importancia del hecho, cabe mencionarse que Metzger era un eminente escolar protestante egresado de Princeton.]

Criterios de valor

A fin de propiciar a los lectores alguna perspectiva más extensa sobre estos escritos, aquí se ha procurado bosquejar algunas suaves líneas de argumentos esgrimidos en torno de cuestiones referentes a su “sacralidad” o carácter de “textos sagrados”; puntualizando el hecho del inmenso valor cultural, histórico, antropológico, ético y axiológico que estos documentos de hecho han revestido en la mentalidad de al menos una parte importante del mundo, y de las cristiandades a través de los tiempos, y de las coordenadas geográficas e históricas.

Aunque en occidente, el papado romano llegó a proscribir la lectura de los textos bíblicos entre sus adeptos por algunos siglos, puede comprenderse que, en el oriente, la lectura habitual, asidua y reflexiva de la Biblia —con deuterocanónicos— es una tradición muy ancestral, amada y venerada por las comunidades y núcleos familiares cristianos ortodoxos y orientales a través de los siglos, y, por otra parte, que las enseñanzas, y la historia bíblica —con deuterocanónicos—, jamás fueron ajenas a la mentalidad de los fieles y adeptos católicos romanos, aun sin acudir de manera directa al texto de la Biblia, y que, desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), y aun desde antes, millones de fieles y adeptos católicos romanos hallan familiares múltiples versiones y ediciones bíblicas en las que se incluyen estos documentos, y que, en consecuencia, juzgan incompletas aquellas versiones y ediciones bíblicas desprovistas de ellos.

De la misma forma, más allá y al margen de toda postura contreta del tipo que sea, estos documentos merecen la pena de ser apreciados, no porque se trate de textos que puedan estar revestidos con algún carácter “divino”, “sagrado” o “inspirado” —que no necesitan, en vista de todos los hechos relativos a ellos, así como a su historia, y a los significados a ellos vinculados—, sino por el hecho de que son valiosas expresiones de cultura humana, y auténticas joyas de la literatura universal, sagrada, religiosa, moral y sapiencial; y que, como tales, no pierden vigencia al correr de los siglos.

De Jamnia a Jerónimo

Uno de los mayores argumentos de sus impugnadores —y el único de fondo—, ha sido su omisión del canon del Tanaj, o tal vez su posible supresión de un canon consensual aún más antiguo; que es lo que plantean algunos estudiosos del Canon de la Biblia. (Puede comprenderse que, independientemente de la veracidad y la certeza de este planteamiento secundario, hoy resulta claro que la definición del Canon del Tanaj no fue una decisión universal de todas las distintas familias israelitas.)

Por desconocimiento de la historia de la conformación temprana de la Biblia —acorde al incluyente Canon griego, a pesar de que éste nunca fue definido de manera tajante antes del Siglo IV de la Era Cristiana—, algunos de los padres de la iglesia buscaron apartarse de este Canon —más amplio e incluyente—, y volverse adherentes al Canon del Tanaj —al cual ellos creían delimitada la parte de la Biblia que Cristo y sus discípulos habían recibido de sus “padres” o ancestros “judíos” (nótese las comillas)—.

Sin embargo, hoy se sabe que dicha transición fue mucho más compleja de lo que imaginaban los padres de la iglesia; a pesar de lo cual, para justificar su gran tendencia a la exclusión, los fundamentalistas evocan contra ellos las posturas de aquellos de los padres de la iglesia que habían intentado asimilar el Canon del Antiguo Testamento de la Biblia cristiana al Canon del Tanaj de los judíos, y muy especialmente, de Jerónimo:

«Evite ella [tu nieta] todos los escritos apócrifos. Y, si es inducida a leer los tales, no por la verdad de las doctrinas que contienen, sino por respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda ella que no fueron realmente escritos por aquellos a quienes se los atribuye, que en ellos se han introducido muchos elementos imperfectos, y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria.» —Epístola CVII de Jerónimo a Leta, Párrafo 23.

Un dato relevante que muchos desconocen, sin embargo, es que muchos de ellos (los padres de la iglesia) no basaban sus tesis en argumentos sólidos, de transfondo teológico, sino más bien en tesis que hoy serían tenidas por “espurias”; pues eran concepciones de pensamiento mágico, místico y esotérico.

En su Prólogo al Libro de los Reyes, por ejemplo, Jerónimo diserta una tediosa, y muy reiterativa perorata, para justificar su tesis personal de que los libros del Viejo Testamento —al cual solía llamar la “Antigua Ley”—, debían ser 22, porque ese era el número de letras del alfabeto hebreo, arameo, siríaco y caldeo:

«Hay veintidós letras entre los hebreos, como también es atestiguado por la lengua de los sirios y de los caldeos, que es en general similar al hebreo; porque estos veintidós elementos también tienen el mismo sonido, pero diversos caracteres. Los samaritanos todavía escriben el Pentateuco de Moisés en el mismo número de letras, sólo diferencian en formas y puntos. Y Esdras, el escribano y doctor de la ley, después de la captura de Jerusalén y la reconstrucción del templo bajo Zorobabel, inventa seguramente otras letras, que ahora utilizamos, cuando hasta ese tiempo los caracteres de los samaritanos y de los hebreos eran iguales. En el Libro de los Números este mismo total también místicamente es demostrado por el censo de los levitas y los sacerdotes. Y encontramos en ciertos rollos griegos a este día el nombre de cuatro letras de Dios escrito en las letras antiguas. Pero también el Salmo 36, y el 110, y el 111, y el 118, y el 144, aunque esté escrito con diverso metro. Son, sin embargo, urdidos con un alfabeto del mismo número. Y en las Lamentaciones de Jeremías, y su rezo, también en el final de los Proverbios de Salomón desde ese lugar en el cual él dice “¿Quién puede encontrar a una mujer fuerte?” son contados por el mismo alfabeto o secciones. Además, cinco de las letras entre ellas son dobles: caph, mem, nun, phe, sade. Porque ellos escriben con éstas una forma en el principio y en el medio de las palabras, y otra en el final. Por lo cual también son considerados cinco los libros dobles por la mayoría: Samuel, Malachim, Dabre Iamim, Esdras, Jeremías con Cinoth, que es sus Lamentaciones. Por lo tanto, justo como hay veintidós elementos, por los cuales escribimos en hebreo todo que decimos, y la voz humana está comprendida de sus principios, así veintidós rollos son contados, por cuyas letras y escrituras un hombre justo es instruido en la doctrina de Dios, como tenido en tierna infancia y aún siendo cuidado. Y hay, así, además, veintidós libros en la Antigua Ley, que son cinco de Moisés, ocho de los Profetas, nueve de los Hagiógrafos. Aunque algunos puedan escribir a Ruth y Lamentaciones entre los Hagiógrafos, y piensen en la cuenta de estos libros entre su número, y entonces por esto, para tener veinticuatro libros de la Antigua Ley, que la Apocalipsis de Juan introduce bajo número de veinticuatro ancianos que adoran el cordero y ofreciendo sus coronas, postrados sobre sus rostros, y gritando con voz incesante: “Santo, santo, santo, Señor Dios omnipotente, que era y que es, y que será…”» —Jerónimo de Estridón, en su “Prólogo” a los Libros de los Reyes.

Con base en argumentos como el antes citado, Jerónimo afirmaba que Dios había dispuesto que el número de letras propias del alfabeto hebreo y arameo, con todas sus distintas variantes regionales, debía ser, asimismo, el número de textos necesarios para ilustrar la fe de los judíos piadosos, antes de recibir la luz del cristianismo. Con esta observación, queda de manifiesto que este “Doctor Máximo” veía, de forma exacerbada, y aun supersticiosamente literal, los libros del Antiguo Testamento, como un “ABC” de la fe y la piedad, o un “de la A á la Z”, como se dice ahora.

1,000 años después

Las líneas de argumentos posteriores son mucho más recientes, y, de hecho, en el fondo se trata de intentos de cristianos, en uno y otro bando del debate, en busca de razones para justificar los dogmas y creencias que les han sido impuestos por sus autoridades religiosas. (El hecho es un fenómeno de la psicología social comúnmente llamado “racionalización colectiva”.)

En relación a ellos, muchos de los fieles de grupos cristianos hacen lo que dicta un sistema de tipo doctrinal-confesional. Quienes los acogen, lo hacen por sistema. Como contraparte, quienes los rechazan, lo hacen por defecto. Muy pocos lectores no confesionales se han dedicado a buscar rescatar el auténtico valor de la inmensa riqueza del antiguo legado cultural que estos documentos representan.

Y por todas partes resuenan los ecos de las referencias contrarias a ellos por parte de Jamnia, de Jerónimo, y de algunos otros padres de la iglesia, de Martín Lutero, y de los demás reformadores protestantes del Siglo XVI, y luego posteriormente asumidas por muchos como parte integral del paquete de dogmas y de normas de protestantismos de muchas tendencias. Y, como respuesta, el silencio ultrajante de aquellos que tienen “la Biblia completa” en algún ignorado rincón de su casa.

Más allá de esto, no hay razones sólidas para cuestionar, o desestimar, de manera tajante, el valor o el carácter histórico, moral o sapiencial, de dichos documentos. Aunque queda claro que, a nivel de exégesis, ha sido ciertamente muy laxa y relajada la labor realizada por estudiosos bíblicos de todas las tendencias, en múltiples niveles y contextos.

Sólo para dar una idea del descuido de estos escritos por parte de muchos exégetas bíblicos, debe señalarse que, aun al presente, pocos escolásticos se han dado a estudiar de manera formal, conscienzuda, ordenada, detallada, profunda, y no comprometida con cualquier postura doctrinal concreta, hechos importantes sobre los escritos deuterocanónicos. [De hecho, los más pobres y burdos testimonios contra estos textos, son los asentados en ciertos espacios institucionales católicos romanos, enciclopedias católicas, etc.]

“¡No son de la familia…!”

Los judíos rechazan todos los escritos que fueron compuestos en cualquier idioma fuera del hebreo, y del arameo. Con este criterio se excluye los libros redactados en griego, como Sabiduría, el Resto de Ester, 2 Macabeos, el exordio a Baruc, y el prólogo a Sirácides; y, de forma indirecta, a textos compuestos en lenguas semíticas que no subsistieron en esos idiomas, como son Judit, 1 Macabeos, la Epístola de Jeremías, las porciones hebreas de Baruc, porciones de Sirácides, y al menos algunos escritos adscriptos a Daniel profeta.[33]

Sin embargo:

  1. Aun cuando hasta ahora se ha venido asumiendo que se trata de escritos religiosos “judíos”, desde la perspectiva del Sínodo de Jamnia, hoy resulta evidente que tal no era el caso: no habían sido escritas en hebreo o arameo, ni por manos de buenos judíos ortodoxos del Reino de Judá; que sólo incluía las tribus de Judá y Benjamín, y parte de la tribu de Leví.
  2. En agudo contraste con el uso asentado en los Libros de los Reyes y de algunos Profetas, los últimos dos textos admitidos en el Tanaj judío, [1 y 2 ]Crónicas y Esdras[ y Nehemías], en los que se define, reafirma y consolida la identidad y líneas doctrinales del llamado judaísmo ortodoxo frente a otras escuelas y tribus israelitas, ya no mencionan más como parte integrante del pueblo elegido a las tribus del Reino del Norte, desde su secesión del Reino de Judá, y de la Casa Real de David.
  3. Véase al respecto, por ejemplo, la historia de los reinos y los reyes judíos e israelitas, tal como se presenta en los Libros de los Reyes, con la forma excluyente en que los Libros de las Crónicas, redactados en fechas bastante posteriores, en tiempos de la vuelta del exilio del Reino de Judá, ya no mencionan más, como parte integrante de la “raza elegida”, ni al reino, ni a los reyes israelitas del Norte.
  4. Las tribus de Rubén y Simeón, que, siguiendo con detalle el texto bíblico se habrían asentado en los confines Sudeste y Sudoeste de la “tierra que mana leche y miel” (Josué 13:15-23, 19:1-9), no eran ya tenidas como tribus judías incluso desde varios siglos antes.
  5. Véase al respecto los Libros de las Crónicas; en donde, a los miembros de algunas de las tribus referidas, que se habían adherido a la Casa Real de David, y al Reino de Judá, el texto hebreo los llama “והגרים עמהם”, mientras el texto griego los llama “τους προσηλυτους τους παροικουντας”, los cuales se traducen, de manera precisa, como “los prosélitos, los cohabitantes”, o bien, de una manera digerida, como “los conversos, los vecinos” (2 Crónicas 15:9). [La Biblia Reina-Valera Revisada, de 1960, traduce de manera bastante más enfática: “[…] los extranjeros […] con ellos […]”.]
  6. Con base en estos hechos, es justo enfatizar el desconocimiento de las tribus judías hacia las israelitas no judías, en épocas tempranas previas a la conformación del Canon del Tanaj, que llegó a traducirse en el rechazo sistemático de todos los escritos propios de la Biblia griega alejandrina; ya que representaban valores y creencias de tribus israelitas no judías, e, incluso, de grupos judíos e israelitas foráneos, que se habían asentado fuera de Palestina.
  7. Por ejemplo, el Libro de Judit representa un valioso vestigio literario de la existencia histórica de la —tempranamente perdida y olvidada de todos los contextos geográficos e históricos— tribu de Simeón, en el extremo Sudoeste (Judit 6:14-15 y 9:1-2).
  8. El libro de Tobit, por otra parte, representa expresiones tardías de fe y piedad auténtica y perseverante, aun cuando no ortodoxa, entre las —para entonces ya dispersas, y luego nunca plenamente restauradas— tribus del Reino de Israel, en el Norte (Tobit 1:1-2∙5-6 y 7:1-3); que, al paso de los siglos, no fueron más tenidas como parte integrante del “pueblo elegido”, llegando a ser tan sólo viles samaritanos apóstatas e infieles (Esdras 4:1-24), y sucios galileos gentiles y paganos (Isaías 9:1-21).

Las fuentes doctrinales del Nuevo Testamento

  1. Un poco más de esto era la percepción que en Judea se tenía de las comunidades judías e israelitas que vivían dispersas fuera de Palestina, por todo el mundo clásico; las cuales ya, sin duda, se habían contaminado con usos y costumbres colmadas de impurezas e inmundicias de los pueblos paganos.
  2. Por otra parte, muchas importantes concepciones teológicas, así como doctrinas cristológicas de muy alto nivel, y múltiples detalles de la vida y la obra, imagen y enseñanzas de Jesús Nazareno, que fueron asentadas en los textos del Nuevo Testamento, jamás tuvieron forma de haber sido tomadas de las fuentes semíticas puristas de la cultura hebrea, las cuales incluyen el Tanaj judío.
  3. En los últimos siglos, muchos grupos cristianos han sido adoctrinados para asumir de lleno, de forma incuestionada, las tesis de los padres judaizantes, seguidas por Jerónimo y Lutero, de que estos escritos, los deuterocanónicos, nunca fueron tenidos por fuentes de doctrinas por Cristo y sus discípulos, y de que, en consecuencia, no pueden o no deber ser tomados como tales por grupos de cristianos. Pero estas posturas ya no son sostenibles, a la luz de las series de hechos ejemplificados en estas secciones.
  4. Los judíos sabían de dónde provenían muchas de las ideas de Cristo y sus discípulos. Y buscaron la forma de extirpar de raíz todas esas ideas; las cuales, además, nunca encajaron mucho en la ortodoxia de la porción judía de tribus israelitas. Pues muchas importantes concepciones teológicas de vital importancia para el dogma cristiano, y que fueron plasmadas por todos los resquicios de múltiples pasajes del Nuevo Testamento, habían sido de lleno retomadas de escritos israelitas no judíos, los deuterocanónicos.

“Maestro, ¿dónde aprendiste esto…?”

  1. La crítica exegética ha hallado cada vez más abundantes y extensas referencias a estos documentos por todos los resquicios del Nuevo Testamento; en donde hay pasajes completos que reflejan ideas y conceptos retomados de ellos de forma sumamente puntual y progresiva.
  2. El Libro de la Sabiduría, por ejemplo, refleja y representa, de forma muy temprana, cierta asimilación de ideas y valores propios de la cultura griega, y del neoplatonismo filosófico, entre los israelitas asentados en Egipto, y en todo el mundo clásico.
  3. Véase, al respecto, pasajes y expresiones de este libro donde se desarrolla la doctrina de la inmortalidad del alma y la consciencia (Sabiduría 3:1—5:23) —la cual es un concepto completamente ajeno a los textos admitidos al Canon del Tanaj (Salmos 146:3-4, Eclesiastés 9:5-6), y que, por otra parte, llegó a ser asumido plenamente por Cristo y sus discípulos cristianos (Lucas 16:19-31)—.
  4. Véase asimismo, por ejemplo, las series de sucesos, doctrinas y enseñanzas, que han sido asentadas en un mismo pasaje de Mateo (Mateo 12:22-37); y que, ostensiblemente, no son sino inferencias o reinterpretaciones tardías de Cristo y sus discípulos, sobre las enseñanzas asentadas en un mismo pasaje retomado del Libro de la Sabiduría (Sabiduría 1:1-11); tal como se concluye de la comparación de estos dos pasajes:
Concepción precristiana sobre la maledicencia

y el espíritu de la sabiduría

Concepción cristiana sobre la blasfemia

contra el Espíritu Santo

Amad la justicia, los que juzgáis la tierra. Pensad rectamente del Señor. Y, con sencillez de corazón, buscadle. Porque se deja hallar de los que no le tientan. Se manifiesta a los que no desconfían de él. Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo. Y le curó. De suerte que el mudo hablaba y veía. Y toda la gente, atónita, decía: «¿No será este el Hijo de David?»
Pues los pensamientos tortuosos apartan de Dios; cuyo Poder, puesto a prueba, redarguye a los insensatos. Mas los fariseos, al oírlo, dijeron: «Éste no expulsa los demonios sino por Beelzebul, príncipe de los demonios.» Mas Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo, queda desolado. Y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no subsistirá.
En efecto, en alma fraudulenta, no entra la sabiduría. Si Satanás expulsa a Satanás, contra sí mismo está dividido. ¿Cómo, pues, va a subsistir su reino? Y si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces.
Ni habita en cuerpo sometido al pecado. Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.
Pues el santo espíritu de la enseñanza huye del engaño. O, ¿cómo puede uno entrar en la casa del fuerte, y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte? Entonces podrá saquear su casa.
Se aleja de los pensamientos insensatos. El que no está conmigo, está contra mí.
Y es redargüido por la sobreviniente iniquidad. Y el que no recoge conmigo, desparrama.
La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres. Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres.
Pero no deja sin castigo los labios del blasfemo. Pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada.
Que Dios es testigo de sus riñones, observador veraz de su corazón. Y oye cuanto dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra. Y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de toda palabra. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará.
Nadie, pues, que profiera iniquidades quedará oculto. Ni le pasará por alto la justicia vengadora. Pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará, ni en esta era, ni en la adviniente.
Las deliberaciones del impío serán examinadas. Suponed un árbol bueno, y su fruto será bueno. Suponed un árbol malo, y su fruto será malo. Porque por el fruto se conoce el árbol. Raza de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas, siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro, saca cosas buenas. Y el hombre malo, del mal tesoro, saca cosas malas.
El eco de sus palabras llegará hasta el Señor para castigo de sus maldades. Un oído celoso lo escucha todo. No se le oculta ni el rumor de la murmuración. Guardaos, pues, de murmuraciones inútiles. Preservad vuestra lengua de la maledicencia. Que, aun palabra oculta, vacía no partirá. Os digo que, de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán cuenta en el Día del Juicio.
Y la boca embustera mata el alma. Porque, por tus palabras, serás justificado. Y, por tus palabras, serás condenado.»
—Sabiduría 1:1-11 —Mateo 12:22-37

Con base en estos hechos, ya no puede dudarse que múltiples doctrinas y enseñanzas de vital importancia para el dogma cristiano —como son [a] el principio de mutua repelencia de las fuerzas del bien y del mal de los cuerpos y almas de los seres humanos (Mateo 12:26-28), [b] la concepción o idea del Espíritu Santo como una entidad personal, o persona, que se puede ofender de forma “irremisible” (Mateo 12:31-32), [c] la noción o idea de que todo mortal deberá rendir cuentas de toda palabra, e incluso de aquellas que son despropósitos (Mateo 12:36), y, del mismo modo, [d] la noción o idea del carácter activo de toda palabra, y de la condena del alma por la lengua (Mateo 12:37)—, de manera puntual, han sido retomados de estos documentos, los cuales han sido impugnados de forma tardía por grupos que afirman ceñirse a los fundamentos de vida cristiana.

“¿Quién dijo los perfiles de tu rostro…?”

Otro buen ejemplo, muy claro y sencillo de ello, es el que representan las largas y exhaustivas series de detalles y aspectos sobre la persona, la vida y la obra de Cristo que fueron retomados, de manera puntual, casi al pie de la letra, ya tan sólo de un breve pasaje de uno de esos escritos espurios, y que es el Retrato del Justo, tan fina y minuciosamente delineado y dejado asentado entre las líneas de la Declaración de los Inicuos, en el Libro de la Sabiduría (Sabiduría 2:12-20), un libro demasiado no judío para el gusto de los judíos puristas; mas nunca así de Cristo, ni de los galileos discípulos de éste; como puede apreciarse al comparar lo expuesto de forma progresiva en estas dos secuencias de conceptos:

Concepción precristiana del justo Concepciones cristianas de Cristo
Asechemos al justo. Jesús era asechado de manera constante por parte de enemigos que intentaban perderlo (Mateo 12:10∙14, 22:15-17, Marcos 3:2, 12:13-14, Lucas 6:7, 11:53-54, 20:20-22, Juan 8:3-7).
Ya que no es provechoso para nosotros. Y se opone a nuestras acciones. Jesús siempre se opuso a las graves injusticias de carácter social a las cuales los malos maestros judíos se hallaban habituados (Mateo 23:13-15∙23-32).
Y afrenta en nosotros desaciertos de ley. Y evidencia en nosotros errores de nuestra formación. Jesús confrontaba a las autoridades religiosas judías echándoles en cara su falta de criterio, así como sus graves incoherencias al aplicar la Ley (Mateo 6:2∙5∙7∙16, 23:16-22).
Profesa poseer ciencia de Dios. Jesús afirmaba el origen divino de sus enseñanzas (Juan 8:12-58, 15:15).
E hijo del Señor se llama a sí mismo. Jesús se declaraba Hijo de Dios (nótese la alternancia minúsculas-mayúsculas) (Mateo 26:63-64, 27:39-43, Lucas 22:70, Juan 1:47-51, 9:35-37, 10:24-38, 11:3-4, 19:6-7).
Se nos ha instituido en censor de nuestros pensamientos. Jesús avergonzaba los malos pensamientos de sus opositores, incluso sin que ellos llegaran a externarlos (Mateo 9:4, 12:25, Marcos 2:8, Lucas 5:22, 6:8, 11:17).
Nos pesa hasta el mirarlo. Jesús les inspiraba a sus contrarios intensos y profundos sentimientos de ira, de rabia y de impotencia, nada más de mirarlo (Lucas 4:29, 20:19, Juan 7:44, 8:59, 10:31∙39).
Ya que su vida es diferente de la de los demás. Y distintas sus sendas. Jesús, con sus actos, y con sus palabras, obras y enseñanzas, solía contravenir sus usos y costumbres, y convencionalismos (Mateo 9:10-13, Marcos 2:15-20, Lucas 5:29-35, 15:1-32).
Nos tiene por escoria. Jesús veía en ellos su corrupción interna, viendo en ellos tan sólo sepulcros blancos por fuera, y por dentro repletos de descomposición y podredumbre (Mateo 23:27, Lucas 11:44).
Y se abstiene de nuestros procesos. Jesús solía abstenerse de seguir tradiciones de los convenencieros, y de los ritualistas (Marcos 7:1-23, especialmente 8-13, Mateo 15:1-20, especialmente 3-6).
Como de impurezas. Jesús comparaba todas esas prácticas con las expresiones de impureza interna de sus practicantes (Marcos 7:1-23, especialmente 14-23, Mateo 15:1-20, especialmente 10-20).
Proclama dichoso el destino de los justos. Jesús se complacía proclamando las dichas venideras que él hallaba justas para todos aquellos que carecen de algo, y también para aquellos que aman la justicia, que luchan a favor de la justicia, o, simple y llanamente, que son gente sencilla y comprensiva (Mateo 5:1-12, Lucas 6:20-23).
Y presume a Dios Padre. Jesús impresionaba a sus contrarios llamando a Dios su Padre (Juan 10:31-36, Mateo 26:65-66, Lucas 22:70-71).
Veamos si son ciertas sus palabras. Y probemos qué hay en su arrebatamiento. Pues, si el justo es hijo de Dios, lo auxiliará. Y lo librará de mano de sus enemigos. Ante la expectativa de su muerte, sus reivindicaciones de ser Hijo de Dios eran vistas con befa, morbo y expectación, por parte de la plebe (nótese nuevamente la alternancia minúsculas-mayúsculas) (Mateo 27:39-43, Marcos 15:29-32, Lucas 23:35-39).
A golpes y tortura interroguémoslo. Para que conozcamos de su ecuanimidad. Y averigüemos su inocencia. Jesús fue sometido a un falso proceso, con averiguaciones e interrogatorios a golpes y tortura (Mateo 26:67-68, Marcos 14:65, Juan 18:22).
A una muerte infame ajusticiémoslo. Los malos decidieron acabar con su vida recurriendo a la forma más cruel y degradante (Mateo 20:19, 26:2, Lucas 24:7, Filipenses 2:8).
Pues será su demostración de sus palabras. Una vez consumada la muerte de Cristo, tuvieron lugar ciertos signos que verificaron todas sus palabras ante sus verdugos (Mateo 27:50-54, Marcos 15:37-39, Lucas 23:44-48, Juan 19:33-35).
—Sabiduría 2:12-20 —Nuevo Testamento (pasajes diversos)

Estas series puntuales de tesis y conceptos paralelos entre ambos testamentos representan tan sólo un sencillo y breve ejemplo de series de conceptos y doctrinas cristianas retomadas de esos documentos, los deuterocanónicos; que, al igual que otros muchos, ilustra claramente el inmenso valor e interés que Cristo y sus discípulos confirieron por siempre a estos documentos; al menos hasta el grado de retomar de ellos las series de modelos y enseñanzas que rigieron su vida… Y también su destino…

Un tremendo valor e interés que ha empezado a salir a la luz, arrojando por tierra, de forma decisiva, rotunda y contundente, viejas pretensiones de desinformados fundamentalistas. Algunos de estos, al ser confrontados por las evidencias del reduccionismo de tales posturas, aducen que, el hecho de que un escrito haya sido fuente de un texto “inspirado”, no implica que sea “inspirada” la fuente. Mas esto es tan torpe y absurdo como conferir un valor fidedigno a algo asentado de forma tardía, mientras se deniega credibilidad a sus fuentes primarias. De hecho, los autores de textos del Nuevo Testamento nunca pretendieron algo como esto.

Los textos del Antiguo Testamento mencionan ciertos textos extrabíblicos sólo como fuentes alternas simultáneas de algunos de los temas asentados en ellos (2 Samuel 1:18, 1 Crónicas 29:29, 2 Crónicas 20:34). Mas, por otra parte, cuando los autores de textos del Nuevo Testamento citaron, aludieron, o simple y llanamente reflejaron, en sus propios textos, ideas o doctrinas tomadas de textos precristianos, estaban asumiendo sin problemas que estos documentos revestían valor o autoridad especial para ellos. Pues, de lo contrario, no habrían retomado de forma profusa y directa, en sus propios textos, doctrinas e ideas tomadas de ellos.

De la continuidad de ambos testamentos

  1. Con base en estos hechos, se puede aseverar que estos documentos, los deuterocanónicos, de hecho, representan un factor primordial de toda la unidad, cohesión, continuidad e integración de todos los distintos contextos reseñados en ambos testamentos.
  2. Y, consecuentemente, representan la pauta para una más correcta y más completa comprensión integral de múltiples sucesos relatados en ambos testamentos…
  3. Una continuidad histórica y geográfica que los desinformados y fundamentalistas jamás consideraron necesaria, porque asumían a ciegas la mal documentada noción o concepción de dos Alianzas, con dos cuerpos de textos terminales, y, consecuentemente, totalmente carentes de toda necesaria continuidad histórica, geográfica y lingüística; y no vieron la Biblia como un solo cuerpo de textos sagrados hecho por israelitas de múltiples escuelas y orígenes tribales, en un solo proceso que fue desarrollándose, de forma paulatina, continua y progresiva, durante sólo una larga saga en el tiempo, ciertamente más amplia, extensa y dilatada, y, simultáneamente, libre de ambigüedades; y que, por otra parte, halló en la lengua griega, finalmente, una gran unidad e integración lingüística que había de permitirle llegar a difundirse por todo el mundo clásico —integración lingüística que, al texto del Tanaj, por otra parte, la nunca solventada pluralidad lingüística, así como la gran rivalidad y arraigo intransigente de sus antiguas fuentes hebreas y arameas, jamás le permitieron llegar a recibir—…
  4. Una continuidad cultural e ideológica que los desinformados y fundamentalistas jamás consideraron necesaria, porque asumían a ciegas la mal documentada noción o concepción de que Cristo venía de aprender de manera directa de su Padre en el Cielo sus dichos y enseñanzas, posturas y actitudes; y no vieron a Cristo como un ser humano dotado de una gran capacidad psicoafectiva, moral, emocional y sensitiva, para interiorizar y comprender los ricos contenidos, profundamente humanos, y llenos de clamores y esperanzas, de reivindicaciones denegadas, de hambre y sed de justicia, de las antiguas tribus perdidas de Israel, ocultos en las letras de los libros propios del texto griego de la Biblia, de los cuales quedaron vestigios muy discretos, mas no por ello inciertos, por todos los resquicios del Nuevo Testamento —lo cual habría sido una visión bastante más real y racional, completa e integral, en múltiples sentidos—…
  5. Una continuidad lógica y necesaria que dio la pauta a Cristo, así como también a sus discípulos, para asumir de lleno que la “Revelación” no había finalizado con los textos escritos al final del exilio (quinientos años antes de Cristo y sus discípulos).
  6. Y que había alentado a Cristo y sus discípulos, a tratar de aportar, primero en forma oral, y luego, finalmente, por escrito, en la “Revelación”, sus propias perspectivas en torno a problemáticas y temas de interés que incidían de lleno en la vida cotidiana de la gente sencilla de múltiples naciones de todo el Mundo Antiguo.
  7. Y, de esta iniciativa, surgió lo que hoy llamamos el Nuevo Testamento.
  8. Cuya compilación y redacción tardía no fue jamás prevista por los compiladores del texto del Tanaj.
  9. Ya que, aun cuando aquéllos incluyeron en éste ciertas series de textos en donde se esbozaban aisladas referencias, implícitas o explícitas, a una “Nueva Alianza” (Jeremías 31:31), los rabinos judíos, es decir, de Judea, como siglos más tarde se registró en la historia, en realidad jamás contemplaron la idea de llegar a agregar al texto del Tanaj, en un futuro próximo o lejano, otra serie de textos dedicados a un tema tan extraño, tan poco deseable a los ojos de ellos como es la noción de una “Nueva Alianza”, a nivel de sucesos, o un “Nuevo Testamento”, a nivel de compendios de escritos sagrados.
  10. Dado que los celosos rabinos de Judea tenían muy en claro las graves amenazas que las aspiraciones de tantos israelitas por una Nueva Alianza más universalista podían representar hacia la hegemonía de la teocracia jerosolimitana de Judea; y que, efectivamente, en los últimos siglos, desde la dispersión, ya habían comenzado a mermar su influencia, y que ahora empezaban a llegar a Judea desde la Galilea.
  11. A la luz de estos hechos, es bastante más fácil comprender la indispuesta actitud de recelo y reserva de los conservadores judíos de Judea hacia todo lo dicho o escrito por ciertos galileos andrajosos, discípulos de aquel pseudoprofeta irrespetuoso y rebelde, defensor de las causas de los desadaptados y proscritos sociales (Marcos 2:15-17), y que de tantas formas, y con tan proverbial vehemencia y elocuencia, defendiera el derecho de los más marginados y desdignificados entre los israelitas de las tribus perdidas —a quienes él llamaba, con inusual cariño, “las ovejas perdidas de la Casa de Israel” (Mateo 10:5-6)— a recibir un trato más digno y más humano, y tal vez más fraterno, por parte de la gente de Judea, y de Jerusalén —a pesar de que había llegado a comprender lo difícil que esto podía llegar a ser (Mateo 23:37)—, en tanto que, a ellos —a los buenos judíos ortodoxos del Reino de Judá, celosos y orgullosos de la eximia pureza de su culto y linaje—, gustaba confrontarlos, echándoles en cara la gran futilidad y vanidad de su acerbo egoísmo, mezquindad y soberbia (Mateo 23:15).
  12. Con este antecedente, los cristianos del Siglo XXI, al margen de cuestiones denominacionales, o interconfesionales, deben tener en cuenta que, en caso de seguir reivindicando las series de criterios y argumentos de rabinos judíos en el momento histórico de la definición del canon del Tanaj, con base en esas mismas series de antecedentes, criterios y argumentos, tendría que asumirse que todos los escritos reunidos en el Nuevo Testamento, de la misma manera, y por las mismas causas, fuesen de hecho apócrifos.

De la sacralidad

“No dice ser sagrado…”

Otros opositores de los libros se fijan en los tipos de argumentos esgrimidos por algunos autores para justificar su iniciativa; citando como ejemplo el Prólogo del Libro de Sirácides (Sirácides 1a:1-36), y algunos pasajes de 2 Macabeos (2 Macabeos 2:19-32 y 15:37-39), a partir de los cuales infieren que los textos brindan “bastantes muestras” de que no son escritos “sagrados” ni “inspirados”; lo cual suena tan raro como plantear la idea: “Si un texto no asevera haber sido inspirado, entonces no reviste autoridad moral o intelectual alguna.” O bien, lo que se antoja bastante más absurdo: “Si un escrito asevera haber sido inspirado, entonces sí reviste autoridad divina.”

Concretamente, en el caso de 2 Macabeos 15:38, se cita, de manera frecuente y abusiva, versiones que transcriben: “mediocre e imperfecto”, “mediocre y vulgar”, “mediocre y sin valor”, e ideas similares. El texto original dice sencillamente: “ευτελως και μετριως”; que debe transcribirse, con toda precisión, simple y sencillamente: “limitado y medido”, es decir, mesurado, parco, o moderado, o corto en sus alcances, o en sus apreciaciones. Un rasgo muy común a todo documento, sagrado o no sagrado.

Amantes de los libros, miran estos pasajes como gestos sencillos y expresiones de humildad y humanidad de sus autores; que, en esta forma, afrontaron de antemano probables, y hoy ya suscitadas, reacciones encontradas en torno a sus escritos, y que cualquier escrito podría suscitar, al ser valorizado por distintos grupos de lectores. Y, muy en especial, si el autor de ese escrito aspirase a que éste fuese considerado y recurrido como una autoridad intelectiva en materia de fe o de moral.

Es justo enfatizar que los breves pasajes citados son muy buenos ejemplos de plan o anteproyecto de escritos literarios, bastante adelantados para el tiempo en que fueron redactados. Con el antecedente de que la mayoría de los escritos bíblicos, (con la honrosa excepción de Lucas y de Hechos), carecen del aval de un plan o anteproyecto de trabajo tan rico y substancioso desde una perspectiva antropológica: los fines y objetivos de algunos de esos libros han ido apareciendo sólo en tiempos recientes, con base en minuciosos estudios exegéticos.

A pesar de estos hechos, no hay fundamentalista que afirme que los Libros de Lucas o de Hechos no hayan sido inspirados por el divino espíritu, tan sólo por el hecho de que en ellos su autor brinda algunos detalles ciertamente “indiscretos” de las motivaciones sencillamente humanas de la composición de estos documentos.

“Éstos ya lo eran…”

Llegados a este punto, y ya que viene al caso sacar a relucir detalles más profundos en torno a los criterios más primarios para la selección y la conformación del canon de los textos “sagrados” e “inspirados”, es justo hacer notar, por otra parte, que todos los escritos admitidos al canon del Tanaj fueron “canonizados”, o admitidos en éste, aun sin haber sido sometidos a algún proceso previo de selección de textos basado en la observancia y cumplimiento de series de criterios, o de requisiciones y exigencias de muy alto nivel, debida y ordenadamente registrado, o bien documentado.

Y, por lo que respecta a los Libros de Ester, y de Daniel —que son los dos escritos cuyas dos recensiones, la hebreo-aramea conocida, y la griega, retomada de algún original hebreo-arameo bastante más antiguo, presentan las mayores y más amplias divergencias textuales de todo el canon bíblico—, eran, precisamente, los últimos dos textos admitidos al canon del Tanaj, antes de la admisión, dentro del mismo, del texto hebreo-arameo de [1 y 2 ]Crónicas y Esdras[ y Nehemías]; lo cual ya por sí mismo contribuye a explicar en una gran medida las grandes diferencias existentes entre las dos distintas versiones conocidas de los mismos.

La “cuestión samaritana”

De hecho, las cuestiones a la conformación del canon del Tanaj son una realidad tan clara y tan patente a través de la historia del “pueblo de la Biblia”, que al menos una parte sumamente importante de las antiguas tribus del Reino de Israel —las tribus israelitas asentadas al centro de la “Tierra Prometida”, en la antigua región de Samaria, o los samaritanos—, sólo reconocían como textos sagrados, divinos o inspirados, los cinco documentos integrantes del Libro de la Ley, Torá o Pentateuco, documento que ellos lograron preservar en un estado arcaico, prístino y primigenio, escrito en un dialecto del hebreo transcrito en caracteres bastante más antiguos que el Texto Masorético del Libro de la Ley, tal como éste ha sido retocado en el Tanaj judío. Las tribus israelitas de Samaria jamás reconocieron como textos sagrados, divinos o inspirados, ninguno de los otros escritos del Tanaj, que es el texto sagrado reunido y compilado por los judíos del Reino sureño de Judá.

  1. Los Libros de los Reyes contienen un relato sobre el presunto origen de los samaritanos; de acuerdo con el cual, éstos no fueron nunca israelitas de sangre (2 Reyes 17:24-41). Estas impugnaciones a la genuinidad de estos israelitas lograron hallar eco en la mentalidad de múltiples autores de otros textos bíblicos, que fueron acogidos por muchos israelitas de buena voluntad a través de los siglos. (Véase, al respecto, Sirácides 50:27-28, Mateo 10:5.)
  2. A pesar de lo antes planteado, hoy ninguna de estas versiones puede ser confiable: De hecho, la versión asentada en 2 Reyes nunca fue algo más que un intento temprano de sacar de la historia sagrada a todos aquellos grupos israelitas que, sencillamente, no estaban marchando de forma conjunta de acuerdo a los planes de grupos judíos:
  3. Los grupos judíos propiamente dichos habían comenzado el proceso de “depuración” de las formas externas de todo su culto sagrado, y “deslindamiento” de todo vestigio que les recordase que todas sus fiestas, ritos y creencias habían surgido de los paganismos y los chamanismos comunes a todos los pueblos vecinos con los cuales ellos habían tenido contacto a través de los siglos. Para conseguirlo, contaban ahora con la asesoría de “médiums divinos” —hombres que prestaban a Yahveh sus cuerpos, a fin de que éste hablara o actuara a través de ellos—. (Acerca de estos médiums israelitas llamados los profetas, véase Jueces 3:10, 6:34, 11:29, 14:5-6, 15:14, 1 Samuel 10:6, 11:6, 2 Crónicas 15:1-2, 20:14-15, Daniel 4:8-18, 5:10-16.)
  4. Los samaritanos habían rechazado esta asesoría, y, por consecuencia, no habían aceptado el carácter sagrado de ningún escrito de estos señores. Sólo recibían como textos sagrados los cinco primeros escritos que documentaban la historia y las leyes tempranas de los israelitas (o sea, el Pentateuco). Para estos grupos, Moisés no era sólo uno más entre esos “profetas”. Era su caudillo, su libertador, su legislador, y el autor de su historia. Y, por otra parte, sus formas de culto no eran puristas.
  5. A pesar de todo lo antes expuesto, los samaritanos sí eran, de hecho, israelitas de sangre. De no haberlo sido, como pretendían sus impugnadores, éstos nunca habrían podido explicar las razones por las cuales ellos, los samaritanos, tenían por escritos sagrados los cinco primeros escritos del Tanaj judío, textos en los cuales habían quedado asentadas la historia y las leyes tempranas comunes a todos los grupos de antiguas tribus israelitas.
  6. Por lo que respecta al pasaje 2 Reyes 17:24-41, ya los estudiosos han determinado que éste es tan sólo un ensamble en que se reduce de forma excesiva series de conceptos representativos de varios contextos, y que se desprenden de fuentes diversas.

Aquí sus palabras:

«2 Reyes 17:24 Los versos 24-28∙41 dan una visión simplificada de la repoblación del reino del norte: suponen una deportación total de los habitantes israelitas y engloban diversas colonizaciones sucesivas; la persistencia del culto yahvista en ese ambiente pagano la explica la historia de los versos 25-28. Los detalles de los versos 29-34a han sido añadidos durante el destierro. La exposición de los versos 34b-40 vuelve sobre las faltas que han motivado la ruina de Israel y estaría mejor en la primera parte del capítulo. 2 Reyes 17:34 Ya no se trata de paganos, como en los versos precedentes, sino de israelitas infieles, como en los versos 14-18. Los versos 34b-40 son una adición que acumula fórmulas generales sin conexión con la situación histórica.» —Escuela Bíblica de Jerusalén, en la “Biblia de Jerusalén”.[34]

“Exceso de Palabra del Señor”

Hoy hay quienes pretenden que estos documentos representan una suerte de “exceso”, o “adición excesiva”, a lo que ellos llaman “la Palabra de Dios”. Pero si pretendemos restringir el concepto “la Palabra de Dios” a lo dicho o expuesto en tan sólo 66 escritos, nos veremos situados ante la paradoja de un Dios omnipotentente, omnipresente, omnisciente, y además todo amor, que es sumamente parco al tratar de expresarse, de darse a conocer a los seres humanos para participarlos de su inefable amor, y compartir con ellos su “Plan de Salvación”. También debe pensarse que, con todo lo excesivo que estos documentos pudieren parecer, representan tan sólo ejemplos tan simbólicos como un botón de muestra, de todas las ideas, historias, tradiciones y posturas morales de múltiples escuelas y tribus israelitas que fueron rechazadas de forma tan temprana como unilateral por las tribus judías y escuelas ortodoxas entre los israelitas de múltiples escuelas doctrinales.

La cuestión pseudonímica

Y justamente aquí reside otro punto del debate que alude a la presunta y presupuesta cuestión de pseudonimia que afectaría de lleno la credibilidad del Libro de Baruc, la Epístola de Jeremías, y la Sabiduría “de Salomón”, así como de, al menos, algunos de los breves escritos asociados al Libro de Daniel; cuya totalidad y contenidos han sido cuestionados reiterativamente, como completamente carentes de valor y autoridad moral, con base solamente en la ausencia de elementos concluyentes de que hayan sido escritos por los antecitados personajes. En el caso concreto de la Sabiduría, aunque, históricamente, las iglesias cristianas ortodoxas y orientales, optaron por llamarlo, de forma pseudonímica, “Libro de la Sabiduría de Salomón”, parece haber indicios de que habría sido escrito entre los años 170 y 30 a.C. (Es justo hacer notar en este punto que la Biblia Latina jamás le atribuyó el hoy denegado origen salomónico.) (A pesar de lo cual, algunos detractores por sistema de todos los escritos deuterocanónicos, han llegado a afirmar que este hecho vendría a representar una suerte de caso de “pseudoepigrafía”.)

Mas esta afirmación refleja una ignorancia irresponsable del devenir histórico de la conformación del canon bíblico. Aun cuando, de acuerdo, a la etimología de sus raíces griegas, este término alude a la eventual presencia, en el cuerpo de un escrito, de al menos un epígrafe en el que expresamente se imputa falsamente la redacción del mismo a la autoría de alguien respetado, y, por ende, investido de autoridad moral, la realidad de fondo detrás de este hecho, es que el término ha sido acuñado entre los protestantes y fundamentalistas para hacer referencia a los libros de orígenes judíos y semíticos que nunca fueron parte de versión alguna de la Biblia. Lo cual es, ya en sí mismo, debatible: el término ha sido acuñado entre los protestantes con el expreso fin de continuar justificando su insistencia en calificar de “apócrifos” a los escritos deuterocanónicos, y aun así continuar manteniendo una cierta distancia entre esta categoría de libros, y el resto de los libros religiosos judíos y semíticos. Esto es semejante a plantear lo siguiente: “Diremos que estos textos son espurios. Pero, para que nadie se inconforme, diremos que los otros, que nadie reivindica, son aún más espurios.” Cabe puntualizar que los escrituristas y estudiosos serios evitan el abuso de estos términos, y explican que se trata de consideraciones de orden confesional, denominacional, sectario y partidista.

Lo que sí es patente, es que el autor del Libro de la Sabiduría, implementó el recurso de la “pseudonimia”; el cual, como se sabe, fue un recurso literario profusa y ampliamente socorrido en los contextos bíblicos: hoy los estudiosos tienen muy en claro el hecho de que al menos otros dos escritos bíblicos antiguamente atribuidos al rey Salomón, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, tampoco son escritos salomónicos. Y, por otra parte, se ha determinado, por ejemplo, que el Libro de la Ley, Torá o Pentateuco, y el Libro de Job, antiguamente atribuidos a Moisés, fueron redactados en tiempos muy tardíos respecto de Moisés. Y, entre los escritos del Nuevo Testamento, quedó definitivamente descartada la antigua y largamente atribuida autoría paulina de Hebreos, y hay cuestionamientos muy severos a la autoría petrina de 2 Pedro, y a la autoría juanina de Apocalipsis, sólo por citar los casos más flagrantes de dudosa autoría, y “pseudoepigrafía” o “pseudonimia” autoral, de acuerdo a los más ampliamente detallados y bien documentados estudios exegéticos.[33]

Dataciones tardías para todos los textos

Ya que se menciona la “pseudoepigrafía” que tantos atribuyen a varios de los textos propios del texto griego de la Biblia, debe señalarse que esta “pseudoepigrafía” sólo se sustenta en la muy arbitraria datación tardía que ha sido asignada a todos los textos deuterocanónicos; al darse por hecho que representaban, simple y llanamente, “obras literarias intertestamentarias”.

En vista de ello, puede aseverarse, con gran propiedad, que, en cuanto se refiere a las series de criterios asumidos para las dataciones en exceso tardías de al menos una parte de estos documentos, la labor exegética de muchos escolares y estudiosos de los textos sagrados ha sido, en efecto, muy 'parca' y 'recatada'; ya que muchos de ellos, incluso los católicos, han hecho concesiones excesivas a ciertos estudiosos protestantes del mundo de habla inglesa al abordar el tema de los antecedentes geográficos e históricos de estos documentos.

El caso de los ídolos “tardíos”

El texto de la Carta de Jeremías, del Capítulo 6 del Libro de Baruc, de hecho, representa la serie de argumentos más sistematizada, sólida y elocuente de todo el texto bíblico contra el culto de ídolos y prácticas paganas de amplia difusión en múltiples naciones asentadas por todo el Medio Oriente, y a través de los siglos. De hecho, no se trata de prácticas paganas propias de algún contexto histórico o geográfico concreto o específico; así como, tampoco, de modas pasajeras de carácter local, que no fueran comunes a múltiples contextos.

De hecho, el documento es tan universal, sólido y elocuente, que, de ser asumido bastante más en serio por la iglesia católica, ya desde hace siglos habría representado para ella un útil instrumento para desarraigar de la mentalidad y la consciencia de sus feligresías el “culto relativo” de imágenes tenidas por sagradas. A pesar de lo cual, suele ser impugnado por fundamentalistas con la misma fiereza que un documento herético. Y algunos exponentes aducen que su autor nunca fue Jeremías, sino un autor anónimo de los Siglos I ó II a.C.

Sin embargo, ellos mismos admiten que una datación tan tardía como ésta se ha basado tan sólo en la referencia que al texto se hace en el libro realmente tardío de 2 Macabeos (2 Macabeos 2:1-3); así como en la ausencia de fuentes referentes fidedignas anteriores a éste; y no en estudios serios de tipo antropológico que impidan asociarla de forma más directa e inmediata a hechos enmarcados dentro de los contextos geográficos e históricos de todo el Medio Oriente, al tiempo del exilio babilónico.

El “Libro” de Daniel

A pesar de las formas bastante diferentes de los encabezados de los doce capítulos comúnmente aceptados del Libro de Daniel, así como de una muy incómoda alternancia lingüística de textos en hebreo y en caldeo, que indican claramente que este documento no es sino el ensamble de varios documentos diferentes de orígenes diversos, hoy los escrituristas están reivindicando la idea de que éste sí es una unidad escritural, obra de un solo autor. Sin embargo, esta tesis sólo se fundamenta en algunos estudios de tipo escriturístico del texto masorético de las partes hebreas y caldeas de este documento; que fueron retocadas en fechas muy tardías; y no del texto griego antiguo OG del Libro de Daniel; el cual muestra un estado bastante primitivo de dicho documento, en múltiples sentidos.

En virtud de lo cual, se puede aseverar, de forma plenamente sustentable, que toda la flamante unidad escritural del “Libro” de Daniel, no es ninguna otra cosa que la simple y sencilla unidad escritural del texto resultante de las muy importantes y significativas ediciones tardías hechas al documento por las hábiles manos de un solo masoreta, y no de los distintos documentos hebreos y caldeos primitivos que, a través de los siglos, fueron siendo editados para ser ensamblados como un solo libro; que, por añadidura, debido a sus dudosos contenidos, y a sus connotaciones de tipo apocalíptico, en los últimos siglos, se ha vuelto todo un clásico en las manos de fundamentalistas de múltiples escuelas doctrinales.

Las “adiciones griegas” al “Libro” de Daniel

En las Biblias católicas, y también ortodoxas, el Libro de Daniel incluye dos historias que son consideradas como otros dos capítulos del Libro de Daniel. Se trata de la Historia de Susana y la Historia de Bel y el Dragón. Sin embargo, al leer el texto griego antiguo OG de todos los escritos comúnmente asociados a Daniel, que se ciñe a la antigua versión de los LXX, se aprecia que esos textos, de hecho, nunca fueron partes digeridas de ese libro bíblico. Por desconocimiento del texto griego antiguo OG de todos los escritos comúnmente asociados al Libro de Daniel, flamantes centenares de estudiosos, y millares de legos de todos los contextos ideológicos, se refieren a ellos, simple y sencillamente, como “adiciones griegas” al Libro de Daniel.

A pesar de lo cual, la feliz realidad de estos documentos es mucho más compleja que un sencillo status de simples “adiciones”. Y, de la misma forma, tampoco es muy probable que estos dos escritos hayan sido compuestos de forma original por israelitas de habla y cultura griega. Ya que, cuando se lee el texto griego antiguo de estas dos historias, en él salta a la vista una serie de pautas que indican de manera sumamente concreta, puntual y concluyente, que estos dos escritos, en realidad, son previos a cualquier alusión a la fama de místico y vidente del personaje bíblico comúnmente asociado al nombre de Daniel.

En virtud de lo cual, en estos documentos quedaron asentados importantes indicios de que, en realidad, estos bellos escritos son aún más antiguos que el resto de los cuerpos de texto independientes con los que fue ensamblado —real y literalmente ensamblado— el Libro de Daniel. A partir de estos hechos, se puede aseverar, de forma categórica, que, antes que sencillas “adiciones” al Libro de Daniel, estos dos documentos son dos antecedentes sumamente primarios, a partir de los cuales, el resto de los textos del Libro de Daniel, con sus doce capítulos, no es ninguna otra cosa que una gran adición de numerosas fuentes para complementar a dos rudimentarias fuentes documentales primigenias que hablaban de Daniel.

Para corroborarlo, véase Susana OG 44, y Bel OG 2∙34-35; en donde a Daniel se lo menciona tal como se lo hace con cualquier ser humano que simple y llanamente no es alguien conocido. De la misma manera, véase Susana OG 6∙60-63, y Bel OG 1; donde queda en claro que estos documentos son algo tan previo y tan ajeno a toda referencia de la fama y la gloria tardía del profeta, que, cuando se los lee, puede advertirse en ellos que —a pesar de que en ellos se estaba relatando algunos hechos en los que se refieren acciones de Daniel—, en realidad, en ellos, jamás quedó asentada la menor pretensión de que éste pudiera ser tenido como el protagonista de ninguno de ellos.

Como agudo contraste con estos dos escritos, los nuevos documentos narraban más sucesos alusivos a la vida y la obra del profeta Daniel de forma más explícita, graciosa, elegante y detallada, ya no rudimentaria, como aquellos. Lo que después se hizo con las rudimentarias fuentes documentales primigenias fue bastante monstruoso: Simple y sencillamente, fueron eliminadas del compendio: Ya no eran necesarias. Y había que desecharlas; como todo lo viejo. Pero, por otra parte, los judíos de Judea no contaron jamás con que los dos escritos serían conservados por sabios israelitas que habían de verterlos, como textos sagrados, de manera puntual, con todas sus pobrezas, y sus imperfecciones literarias, al texto de la Biblia griega de Alejandría. Y que ésta llegaría a difundirse entre las cristiandades… Y las posteridades por venir…

La credibilidad de los relatos

Otro de los niveles del debate se ha ubicado en el plano, ciertamente difícil, de la historicidad o carácter histórico de varios de los textos propios del texto griego de la Biblia. Hay muchos estudiosos que afirman sin recato que varios de los textos propios del texto griego carecen de valor historiográfico, que las series de hechos narrados en ellos no deben ser tomados muy en cuenta, o que son tradiciones del folklore popular puestas en los escritos tan sólo con expresos fines moralistas, y algunas otras series de ideas preconcebidas.

A pesar de ello, hay múltiples indicios que atestiguan el carácter completamente a priori de esas percepciones. Y, de la misma forma, hay algunos indicios sumamente felices de la veracidad de muchos de los hechos en ellos relatados; así como de “poses” afectadas por parte de sus críticos. Puesto que, en efecto, para muchos llamados exégetas, es bastante más fácil asumir pretensiones de gran rigor histórico, antes que dedicarse a tratar de desvelar el transfondo real de muchos de los hechos.

Aquí se ha reseñado de forma muy sucinta una serie de ejemplos selectos y representativos de hechos que, a pesar del enorme interés que debían revestir, por lo que representan, y por lo que se puede aprender a partir de su estudio, han sido descuidados de formas garrafales por muchos estudiosos.

Un país doblemente ignorado

En el caso concreto del Libro de Judit, por ejemplo, esta tesis se basa sobre débiles series de argumentos de acuerdo con los cuales este libro menciona “lugares irreales”, o “que nunca existieron”, junto a “imprecisiones geográficas e históricas” más o menos severas. Consecuentemente, muchos estudiosos hallan muy concluyente la noción general de que el libro es sólo una novela, y de que sus autores debieron inventarse toda la geografía reseñada en el libro.

A pesar de lo cual, algo cierto del hecho es que [a] este libro relata sucesos escenificados en una región sumamente ignorada —en las dos acepciones comunes que la voz “ignorar” reviste en castellano—, por los libros restantes del Viejo Testamento: [b] Durante centurias la historia israelita se centra en los reinos del norte y del sur. Sin embargo, [c] la acción relatada en el Libro de Judit, de hecho, se centra en la tierra de la antigua tribu de Simeón. Y, sobre esta tribu debe señalarse que [d] a pesar del hecho de que era una tribu israelita, [e] no hay pasaje bíblico en el cual se asevere, de forma categórica, la inclusión de esta tribu simeonita en el reino del sur, ni en el reino del norte. Sin embargo, [f] se sabe que se hallaba situada demasiado hacia el sur para ser incluida en el reino del norte. Y, por otra parte, [g] el reino del sur solamente incluía a las antiguas tribus de Judá y Benjamín, y tal vez una parte de Leví. En virtud de lo cual, [h] ya desde muy temprano en la historia judía, fuera de este libro, en ningún otro texto se reseña la historia de los simeonitas como parte integrante del “pueblo del pacto”. De hecho, [i] en los llamados Libros de las Crónicas, ciertos simeonitas fieles a Yahveh, no son mencionados como otra cosa que simples “conversos”, o simples “vecinos” (2 Crónicas 15:9), [j] ya desde tan pronto en la historia judía como el año quinto de Asá de Judá (2 Crónicas 15:10), es decir, hacia el año 896 a.C.

Con base en las series de hechos hasta aquí planteadas, debe apuntalarse que [k] la tribu simeonita fue una tribu israelita que, probablemente, nunca fue tomada demasiado en serio como una parte integrante del pueblo israelita. Y, es muy probable que ella, de hecho, [l] se haya mantenido, a través de los siglos, como una entidad étnica independiente, [m] con todos los hechos que ello, de hecho, pudo conllevar en términos de afinidad e integración política, económica, social, cultural, lingüística y literaria.

A pesar de lo cual, [n] el libro brinda el nombre griego de “Bethulia”, [o] el cual es, con certeza, bastante parecido a la expresión hebrea “Bethul”, o bien, “Bethuel”, [p] el nombre de un antiguo asentamiento de la por demás doblemente ignorada tribu simeonita (Josué 19:4, 1 Crónicas 4:30), [q] patria de Judit (Judit 6:14-15, 9:1-2).

A pesar de estos hechos, [r] muchos estudiosos de los textos bíblicos ya se han conformado con la simple idea de que el nombre “Bethulia” no es el nombre de ninguna ciudad conocida. Y, [s] luego, en en alarde de “crítica exegética del más alto nivel”, se dan a la tarea de tratar de asociar este nombre con la expresión hebrea “bethulah”, que se traduce “virgen”. Y, esto, a pesar de que [t] el libro nunca ha pretendido asociar a Judit con la insólita imagen de una “esposa virgen”, de una “viuda virgen”, o cualquiera otra concepción tardía sobre alguna virgen, cualquiera que fuera.

Y, a partir de esto, [u] nadie, o casi nadie, se dio a la tarea de tratar de abundar en el hecho. Puesto que, de hacerlo, [v] ya desde hace tiempo se habría descubierto que la voz Bethulia, sin lugar a dudas, es sólo la antigua forma helenizada de la forma hebrea, o de alguna forma dialectal o arcaica, del antiguo nombre del asentamiento de los simeonitas llamado Bethul, o Bethuel, y que [w] esta solución tan sencilla es muy útil para esclarecer, de forma sistemática, el resto de los nombres de lugares citados en el libro.

“¿Nabucodonosor…? ¿Cuál de todos ellos…?”

Otra impugnación en contra de este libro se basa en el hecho de que este libro hace referencia a un rey ninivita de Asiria, asignando a este rey de los asirios uno de los nombres más manipulados y vilipendiados, en razón de su uso y abuso, en los escritos bíblicos, y en las relecturas fundamentalistas de esos escritos: el infame nombre real babilonio de Nabucodonosor (Judit 1).

Algunos afirman que esto representa una grave “imprecisión histórica”, impugnando con mucha dureza el carácter histórico de todo el documento. Nadie necesita ser extraordinariamente docto o ilustrado para comprender y tener muy en claro que el Nabucodonosor de los historiadores no fue un rey asirio, sino babilonio. Y, por otra parte, el libro relata la historia de un rey de los medos llamado Arfaxad, quien había construido murallas, atalayas, y portones a la ciudad de Ecbátana, (Judit 1), un rey a quien nadie conoce en la historia. Y, a raíz de todo lo planteado en estas breves líneas, múltiples autores y comentaristas vienen presentando este documento como una simple obra de ficción.

Sin embargo, al menos ciertos estudiosos han hallado el orden de múltiples piezas de un rompecabezas cada vez más completo. Como por ejemplo, que el Nabucodonosor mencionado al principio del libro no ha podido ser otro sino Asurbanipal, rey de los asirios, y que el ignorado Arfaxad de los medos existió en realidad, y que fue conocido en la historia: Se trata de Fraortes, rey fundador de Ecbátana, capital de los medos:

La derrota y captura, así como la muerte de éste personaje a manos de un feroz Asurbanipal es un hecho real que ha quedado asentado en los libros de historia, y que tuvo lugar hacia el año 633 a.C., y que fue asentado en el Libro de Judit, con toda la pobreza y humildad de la visión del mundo que podían tener los habitantes de un obscuro punto enclavado en los desolados parajes y confines del reino simeonita, una tribu israelita que nunca fue tomada muy en cuenta por muchos de los otros redactores de los escritos bíblicos.

Esto ya por sí mismo contribuye a explicar, al menos en teoría parte de las razones por las cuales el libro llama Nabucodonosor a Asurbanipal. Respecto de este punto del debate, ya desde la mitad del Siglo XX, Mons. Juan Straubinger (1883-1956), el autor de la Biblia Platense —una de las mejores versiones anotadas de los escritos bíblicos en lengua castellana— comenta lo siguiente:

«Arfaxad, rey de los medos, identificado por algunos con Fraortes (Fravortis o Fraazad), fundador del Reino de la Media (655-633 a.C.) y contemporáneo del rey Asurbanipal de Asiria (669-626 a.C.). Su residencia era Ecbátana (ver Tobías 6,6). […] Según los últimos descubrimientos hechos en Nínive se trata de la victoria del rey Asurbanipal o Sardanápalo de Asiria (669-626) y no del famoso rey Nabucodonosor de Babilonia, que vivió medio siglo más tarde; aunque Asurbanipal reino también sobre Babilonia y pudo [en calidad de rey conquistador de Babilonia] adoptar el nombre [babilonio] de “Nabucodonosor”, que significa: “Nebo proteja la frontera”. […] Parece que los hebreos llamaban “Nabucodonosor” a todos los reyes de la otra parte del Éufrates: En Tobías 14,17, según los LXX, se da este [mismo] nombre a Nabopolasar [rey de Babilonia]. […] Sabemos, además, que el vocablo “Nabucodonosor” [en Babilonia], como “Asuero” en Persia y “Faraón” en Egipto, se usaba también a manera de un título en lugar del nombre propio del rey.» —Mons. Juan Straubinger, en la “Biblia Comentada”.[35]

Y, para confirmar estas observaciones de Mons. Straubinger sobre el particular, es justo y oportuno comentar que, de hecho, los textos israelitas propios del texto griego de la Biblia, como Tobías y Judit, jamás fueron los únicos en los cuales se hizo menciones abusivas en alusión al nombre de “Nabucodonosor, el rey de Babilonia”. De hecho, hoy se sabe de al menos otros reyes que habrían sido llamados de esa forma en ciertos otros textos y pasajes de los escritos bíblicos, así como en la historia:

  1. El Capítulo 4 del Libro de Daniel llama Nabucodonosor a un desdichado rey de Babilonia que habría sufrido graves crisis emocionales —tal vez, esquizofrenia— durante un período dilatado de unos siete años. Durante muchos siglos, los teólogos y exégetas solían quebrarse la cabeza con esta narración de la psicosis del gran Nabucodonosor de Babilonia: no había forma posible de asociar la extraordinariamente inmensa grandeza del monarca mayormente asociado con tan famoso nombre, con la idea de que éste hubiera sido separado durante tantos años de toda actividad política y social en todos sus dominios; pero estaba en las Biblias de todos los cristianos; y, consecuentemente, había que creerlo.
  2. Hoy se sabe que este desdichado monarca, con el cual se ensañaron los “santos” y los “ángeles custodios” (Daniel 4:14), no fue ninguno otro, sino el rey Nabonido, monarca babilonio autoexiliado durante muchos años en el asentamiento babilonio de Taima. La crónica oficial de este monarca (Crónica de Nabonido), evita dar detalles del porqué de su estadía en Taima, y presenta importantes lagunas al relato de sus actividades, dos hechos que parecen reflejar el silencio oficial babilonio respecto de los hechos relatados con tantos pormenores y detalles en el texto del Capítulo 4 del Libro de Daniel.
  3. El Capítulo 5 del Libro de Daniel presenta a Baltasar, hijo de Nabonido, como “hijo de Nabucodonosor”, a pesar del detalle de que no es ciertamente muy claro o preciso que este Baltasar fuera un descendiente directo de Nabucodonosor II el Grande.
  4. Y para confirmar la legitimidad de este tipo de hechos, es justo hacer notar que, en realidad, de hecho, a través de los siglos tempranos de la historia bíblica, a cualquier monarca o faraón de Egipto, solía llamárselo, de forma machacona, constante y reiterada, por el simple y sencillo título nominal de “Faraón, rey de Egipto”, sin entrar en mayores detalles relativos a nombres de reyes egipcios concretos o específicos.

Al margen de estos usos aislados e informales, casi del todo propios de los escritos bíblicos, la historia universal registra y documenta la existencia de al menos unos cuatro distintos reyes babilonios que habrían sido llamados de manera formal por este mismo nombre de Nabucodonosor.

“¿El muchacho…? ¿Cómo…?”

Mucha gente suele pensar en Baruc como en el eterno secretario y sirviente de Jeremías. Y, efectivamente, por algunos años, Baruc fue el escriba y sirviente de Jeremías. Merced a estos hechos, a algunos cristianos les causa extrañeza la idea que Baruc, siendo sólo un sirviente, hubiese llegado a volverse un profeta de cierto renombre; como lo sugiere el enorme interés que Baruc despertó en contextos judíos tardíos; de donde surgiera toda una serie de textos y escritos adscriptos al nombre de este notable profeta judío del pasado. (Estamos hablando de un hecho datado durante los Siglos I al III de la Era Cristiana.)

Sin embargo, volviendo al Baruc de la historia sagrada, de acuerdo a los usos seguidos por ciertos profetas, puede comprenderse que, más que un sirviente, realmente Baruc era un aprendiz o discípulo de las artes proféticas. Y que esta etapa no duró por siempre. Sólo algunos años. Para comprender más acerca de ello, véase la historia de Elías y Eliseo (2 Reyes 2:1-18). En este pasaje, de forma insistente, se muestra al profeta Eliseo como un sirviente que, a pesar de esto, conocía secretos de suma importancia sobre su señor (Versos 3∙5), y que, además, poseía el poder de tomar decisiones (Versos 2∙4∙6∙16-18). A raíz de esto, hoy ningún creyente, judío o cristiano, duda que Eliseo llegara a volverse un grandioso profeta; a pesar del dudoso carácter moral de sus hechos (2 Reyes 2:23-24).

En el año cuarto del rey Joiacim, es decir, en el año 605 a.C., el libro nos muestra a un frágil y tierno Baruc que se lamentaba todo acongojado ante la dureza de las profecías que, por su trabajo, tenía el deber de asentar por escrito en el libro. Jeremías, entonces, sintió compasión de su pobre muchacho, y buscó la forma de reconfortarlo con estas palabras: “Mira que yo traigo males sobre todos; mas a ti te concedo tu vida como un botín por todo lugar dondequiera que vayas (Jeremías 45:1-5).” Si se es capaz de leer entre líneas, éste fue el momento en que Jeremías dispensaba al joven de toda lealtad laboral hacia él. Estas expresiones pueden traducirse en lenguaje moderno como simplemente: “Ya no te preocupes. Has sido un muchacho muy bueno conmigo. Por ello deseo lo mejor para ti dondequiera que ahora decidas marcharte.” Aun cuando el libro no dice el momento preciso en que se separan, no debe olvidarse que en este episodio se cita un suceso datado en el año 605 a.C.

Dos décadas más tarde en el tiempo, en el año 586 a.C., temiendo posibles represalias de los babilonios por el magnicidio de Godolías, el gobernador babilonio de Jerusalén, los pocos judíos que quedan en Jerusalén huyen hacia Egipto, llevando consigo a la fuerza a Jeremías y a Baruc (Jeremías 41—43). La ira y la impotencia de Jeremías fueron tan tremendas, que éste maldijo con males horribles a todos aquellos judíos que se habían refugiado en Egipto (Jeremías 43—44). (Estas maldiciones eran tan totales que nunca pudieron haberse cumplido. Pues esto habría sido muy incompatible con el posterior desarrollo y progreso de comunidades judías e israelitas en tierras egipcias.) Algunos lectores tienen por un hecho la ruina mortal que tenía que asolar por completo a todos aquellos judíos que se habían refugiado en Egipto. Consecuentemente, tienen por un hecho que ningún judío podría abandonar Egipto, ni ese momento, ni años más tarde. De acuerdo con esto, Baruc fue llevado hacia Egipto y allá se quedó hasta el final de sus días.

Mas, por otra parte, el exordio del libro que lleva su nombre relata que, en algún momento, Baruc se encontraba junto al río Sud, leyendo su libro ante Jeconías —el penúltimo rey de la casa real de David en Judá, y que ahora era sólo un vasallo de Nabucodonosor de Babilonia—, y los desterrados judíos cautivos por los babilonios (Baruc 1:3-4). Ahora bien, la fecha datada en el libro para estos hechos (Baruc 1:2) es la misma fecha que la asentada en 2 Reyes 25:8-9. (Véase.) Si puede leerse con todo detalle, puede comprobarse que salta a la vista prodigiosamente que la datación de los hechos narrados en ambos pasajes, coincide del todo, excepto por un sorprendente detalle: Y es que por algún lamentable error de los copistas, o de los intérpretes, en Baruc 1:2, la expresión “quinto mes” ha sido vertida como “quinto año”.

Este solo hecho ha dado motivo a que muchos autores de todos los tiempos ubiquen el hecho cinco años más tarde de lo que el escrito procura informar. Esto significa que aquel episodio junto al río Sud ha sido datado a través de los siglos en el año 582 a.C., cuando en realidad este hecho debió haber tenido lugar desde cinco años antes, “al tiempo en que los babilonios tomaron e incendiaron Jerusalén”, es decir, en el año 587 a.C. Este error lamentable para la datación de un suceso bíblico importante, ha sido reiterado por numerosas fuentes. Y esto ha dado cabida para contradicciones y entredichos en múltiples niveles a la autenticidad de este documento. En razón de ello, debe apuntalarse que, en todo caso, Jeremías ya había dispensado a su antiguo muchacho de toda lealtad laboral hacia él desde el año cuarto del rey Joiacim, el cual corresponde al 605 a.C., muchos años antes de lo que se piensa de forma frecuente.

En virtud de ello, muchos han pensado que ciertas acciones que el libro atribuye a Baruc nunca fueron posibles, y que, en consecuencua, también este libro es “históricamente impreciso”. Sin embargo, para asumir una actitud como esta, debe cuestionarse la veracidad de la buena promesa divina hecha a Baruc varios años atrás por su antiguo maestro —de acuerdo a la cual, éste “llevaría su vida como un botín dondequiera que fuera”—; lo que significa cuestionar de lleno la lealtad de Dios al cumplir sus promesas.

La cuestión de los vasos sagrados

Hay otra cuestión referente a los vasos del templo. La objeción es simple: En la introducción al Libro de Baruc se brinda unos datos muy breves en torno al destino inmediato dado a ciertos vasos de culto tomados del templo por los babilonios (Baruc 1:8). Algunos aducen que esto es una falacia. Ya que contradice, aparentemente, múltiples pasajes de otros textos bíblicos en donde se menciona de manera expresa que los utensilios o vasos de culto del templo fueron retenidos por ciertos monarcas durante el exilio judío en Babilonia, hasta que le fueron devueltos a Esdras por Ciro de Persia (Daniel 5:2, Esdras 5:14, 6:5).

Sin embargo, esos textos bíblicos se refieren a “vasos de oro y de plata”. (Véase.) Y la introducción del Libro de Baruc, de manera explícita, hace referencia a “vasos de plata que hizo Sedecías, hijo de Josías, rey de Juda, después que Nabucodonosor, rey de Babilonia, deportó de Jerusalén a Jeconías, a los príncipes, a los prisioneros, a los poderosos, y al pueblo de la tierra, llevándolos a Babilonia” (Baruc 1:8-9). Estas precisiones dejan muy en claro que este pasaje hace referencia a vasos de plata forjados en fechas recientes —nunca en fecha antes del año 598 a.C.—, y no se refiere a los vasos de oro y de plata que ya venían siendo servicio del templo desde siglos antes, y que se menciona en los otros escritos.

“No debe ser tomada seriamente…”

El texto de la Historia de Susana relata, en realidad, el crimen y castigo de dos viejos lascivos que intentan seducir a una noble dama que prefiere morir antes que mancillar la casta integridad del tálamo nupcial. El texto expresamente dice que aquellos viejos eran «de los que había dicho el Amo que “salió maldad de Babilonia, de los ancianos jueces que parecían gobernar al pueblo”». Ciertos escrituristas han observado el hecho de que esta expresión no es la cita textual de ningún otro texto bíblico conocido.

Mas, cuando se examina de forma cuidadosa, salta a la vista el hecho de que esta expresión, en realidad, se trata de una forma irónica, o bien parafraseada, del texto en que el profeta Jeremías coloca unas palabras similares en boca de Yahveh: «Vosotros habéis dicho: “Yahveh ha suscitádonos profetas en Babilonia”» (Jeremías 29:15); y, un poco más abajo, procede a denunciar y a maldecir a dos pseudoprofetas que habían dado en seducir a las esposas de sus conciudadanos del exilio (Jeremías 29:21-23).

Acerca de estos hechos, el célebre erudito judío ruso americano Isaac Asimov, en su Guía de la Biblia, declara lo siguiente:

«Los "ancianos", o viejecillos, probaron ser malvados, y la tradición judía los identificó, de ahí en adelante, con dos profetas denunciados como falsos por Jeremías. […] Pero como Susana es generalmente considerada una obra de ficción, una identificación tal no debe ser tomada seriamente.» —Isaac Asimov, en su Guía de la Biblia.[36]

Y, en vista de los hechos, precisamente esa ha sido la actitud de muchos estudiosos hacia todos los textos propios del texto griego de la Biblia. [Actitud que refleja el profundo desprecio hacia todo lo extraño, distinto o ignorado, por una sociedad cuyo espíritu crítico se ha visto ensombrecido por siglos de ignorancia fomentada por fundamentalismos puritanos, como la sociedad americana, la nación adoptiva del Dr. Asimov a su exilio de Rusia durante el Siglo XX.]

“¡No existen los dragones…!”

El texto de la Historia de Bel y el Dragón relata en cierto punto que los babilonios solían adorar un enorme dragón. El rey de Babilonia confronta a Daniel por negarse a adorar esta bestia. Y Daniel le responde que él puede probar que la bestia no es digna de ser adorada. Así que prepara un coctel de substancias muy indigeribles. Las da al animal. Y, éste, al tragarlas, se indigesta y revienta. Y allí mismo termina su culto. Esta historia sería inobjetable. Exceptuando un pequeño detalle: que cualquier ser humano puede percatarse de que no existen los dragones.

Sin embargo, conviene aclarar un sencillo desfase semántico, que ha tenido lugar al verter el texto griego antiguo a las lenguas modernas: y es que la voz griega “δρακών”, que se suele verter por “dragón”, en la Antigüedad nunca fue utilizada para referirse a los seres monstruosos que hoy suele asociarse de forma corriente con esta expresión. Debe apuntalarse que estas creaturas monstruosas no son otra cosa sino el producto de imaginerías medievales surgidas de una incorrecta lectura de la Apocalipsis (Apocalipsis 12:3).

Sin embargo, volviendo al “dragón” de Daniel, debe señalarse que la voz “δρακών”, traducida “dragón”, es utilizada en todo el texto griego de la Antigua Alianza, de forma constante, para referirse, de forma indistinta, a cualquier variedad de creaturas que andan reptando, o que se desplazan por medio de un movimiento de arrastre constante; y que, desde luego, incluye a serpientes, así como a algunos lagartos. Pero aún hay más: el enorme reptil del relato, muy probablemente, era simplemente una cobra de anteojos. Cuya adoración es, de hecho, un antiguo culto milenario en las no muy lejanas tierras de la India, y, probablemente, mucho más allá:

«El escritor pagano Arriano hablaba de un templo babilónico dedicado a una serpiente que daba oráculos a la manera de la Pitia de Delfos. La serpiente ha dejado profundas huellas, no sólo en la Biblia (Gén. 3, Núm. 21,6, Is. 27,1, Apoc. 12,14, etc.), sino también en las mitologías de casi todos los pueblos, especialmente la serpiente alada, en las mitologías americanas (aztecas y mayas), y figura todavía hoy, como dragón, en el escudo de China. También en Palestina se han encontrado restos del culto de la serpiente. Los antiguos le atribuían una ciencia oculta y superior.» —Mons. Juan Straubinger, en la “Biblia Comentada”.[37]

El caso del profeta muerto antes de tiempo

La tardía versión teodociónica de la Historia de Bel y el Dragón, ha ubicado los hechos narrados en ella en la corte de Ciro de Persia en el año primero del reinado de éste (Verso 1 Teodoción). Y, más adelante, el texto relata cierta intervención del profeta Habacuc (Versos 33-39 Teodoción). Cuando se coteja los hechos narrados en estos relatos, salta a la vista que no era posible que este profeta siguiera con vida en el año primero de Ciro. Ya que se calcula que Habacuc había ejercido su labor profética durante los años 616-597 a.C., y tenía que haber fallecido varias décadas antes del ascenso de Ciro al poder, ocurrido hacia el año 538 a.C.

Sin embargo, el texto griego antiguo OG de la Historia de Bel y el Dragón —mucho más antiguo que la muy tardía versión Teodoción— en ningún momento hace referencia del nombre concreto del rey babilonio en la corte del cual se habría encontrado sirviendo Daniel por el tiempo en el que se ubica los hechos citados. Y, de la versión Teodoción de los textos y escritos comúnmente asociados al Libro de Daniel, se sabe que esta versión cita datos tardíos que no puede hallarse en las otras versiones antiguas de estos relatos.

Consecuentemente, no hay impedimento serio alguno para ubicar los hechos relatados medio siglo antes, hacia las primeras décadas del Siglo VI a.C., o sea, entre los años 590-580 a.C., cuando Daniel hubiera sido un hombre muy joven, de 20 á 30 años, y un profeta Habacuc sólo un poco mayor, se encontrara prestando servicios sencillos de apoyo, como preparar la comida y bebida de los segadores (Verso 33).

A pesar de ello, la tardía datación de los hechos dada por Teodoción, ha logrado inducir demasiados desfases contextuales, y ha propiciado que muchos exégetas no considerasen necesaria ninguna relación de asociación de la Historia de Bel con ningún otro hecho bíblico o histórico. Sin embargo, el Capítulo 3 de Daniel menciona que el rey levantó una estatua “áurea” de unos 30 metros de alto y proporciones humanas. Tres buenos judíos, amigos de Daniel, fueron arrojados a un horno de fuego por negarse a adorar esta estatua. Esta vez, es el texto griego antiguo OG —bastante más confiable que el texto teodociónico— el que brinda una fecha para estos hechos: estamos hablando del año 18 de Nabucodonosor, es decir, el año 587 a.C.

Vistos estos hechos, no es desestimable que las descripciones de ambas estatuas, a saber, de la estatua dorada de Daniel 3, y del ídolo broncíneo de la Historia de Bel, hayan sido sólo dos distintas formas para referirse a un mismo ídolo. De ratificarse con total certeza esta “mismidad”, ello dataría la Historia de Bel hacia una fecha no anterior al año 18 de Nabucodonosor, que es el año 587 a.C., ni muy posterior. Sólo que, para ello, sería necesario que algunos estudiosos reconsiderasen la necesidad de tomar más en serio, y estudiar más a fondo, muchos de los sucesos relatados en estos documentos (los deuterocanónicos), y no los descartasen a ciegas por defecto.

Historia vs Ética

Marduk e Ishtar también recurren a Yahveh

Algo muy diferente, diametralmente opuesto a lo antes expuesto en relación directa a la historicidad del Libro de Judit, es posible afirmarlo sobre el Libro de Ester. Ya que, por contraparte, [a] la princesa consorte oficial, única y vitalicia, en la corte de Xerxes I el Grande, emperador de Persia (el personaje histórico al cual es habitualmente asociado el personaje bíblico de Asuero, mencionado en los textos hebreos del Libro de Ester), no fue Vasti, ni Ester, sino Amestris; [b] jamás fue repudiada, ni Xerxes desposó a reina otra alguna en lugar de ella; razones por las cuales, [c] en la historia de Persia jamás hubo lugar para ninguna reina con el nombre de Vasti, de Hadasa, o de Ester; [d] donde sí lo hubo, fue en antiguos mitos del folklore popular de pueblos del oriente (donde Ishtar y Marduk —nótese el parecido de los nombres— eran los dioses reyes del panteón babilonio, y Amán y Vasti eran los reyes de los dioses del panteón elamita); y [e] en el relato bíblico, Ester y Mardoqueo, logran vencer a sus rivales y enemigos, alegóricamente presididos por Vasti, (a quien Ester desplaza como reina), y Amán, (que Mardoqueo desplaza como primer ministro), de forma sospechosamente paralela a la forma en que el culto de dioses babilónicos, como Marduk e Ishtar, desplazó en la historia de todos los pueblos del área al culto de dioses elamíticos, como Amán y Vasti.[38]

Consecuentemente, y en razón de ello, a nadie le debe causar extrañeza, [f] que la forma hebrea del Libro de Ester sea considerada por los protestantes como “el único libro en la Biblia que no nombra a Dios”; [g] que entre los manuscritos del Mar Muerto hayan sido hallados ejemplares de todos los textos hebreos y arameos de la Biblia, y aun de los apócrifos y deuterocanónicos, pero no de Ester; [h] que a al menos a algunos judíos piadosos de habla y cultura griega les haya parecido peculiarmente extraña la ausencia de expresiones religiosas judías en esta auténtica teogonía escatológica; [i] que a alguno, o a algunos, de ellos hayan encontrado bastante oportuno agregarle expresiones piadosas con expresos fines moralizadores para los judíos; y [j] que desde entonces todas ellas sean partes integrales de los textos griegos de la Antigua Alianza.

Escritos investidos de riquezas

Independientemente de su valor histórico, estas series de textos invisten otros tipos de riquezas: promueven los valores ancestrales, familiares y humanos, tales como el cariño a los ancestros, el amor en el seno del núcleo familiar, el amor conyugal, el amor y el respeto entre padres e hijos, la solidaridad, la lealtad entre hermanos, el amor y el apoyo entre hermanos de sangre o de raza; además de la fe, la piedad, la oración, la perseverancia, paciencia y constancia, la fidelidad al “Dios de nuestros padres”; y también el valor y entereza de ánimo ante duras pruebas y tribulaciones que ya se han cernido sobre muchos pueblos —como padecer el auge expansionista, o colonialismos de superpotencias, preñados en excesos aberrantes, y crímenes de odio, y crímenes de lesa humanidad: genocidios, campañas de exterminio masivo de personas, “proyectos” de limpieza e ingeniería étnica, o la persecución, el odio o el acoso, la discriminación o intolerancia, o la falta total de respeto ante diferencias y pluralidades de carácter racial, étnico o cultural, o ante divergencias de tipo ideológico—. [Todos estos hechos no son nada nuevo. Ya los han sufrido naciones enteras a través de la historia del mundo.]

Y un poco más de esto puede ser afirmado de los once primeros Capítulos del Libro de la Génesis —cuya historicidad ha sido desechada durante el Siglo XX con base en los avances de las ciencias geográficas e históricas—, de los Libros de Job y Jonás —que ya son asumidos por múltiples exégetas como tan sólo hermosas historias moralistas de amor y redención universales—, y de algunas porciones del Libro de Daniel —sobre el cual los exégetas ya afirman sin reservas que no fue redactado en tiempos del exilio babilónico (del cual presenta datos sumamente imprecisos, vagos y desacordes); sino más bien en tiempos de las campañas bélicas de Antíoco IV Epífanes (y que el autor presenta con desafortunada precisión como si se tratase de sucesos futuros previstos por Daniel desde el pasado)—.[33]

En efecto, son muchas las cosas que han quedado asentadas en los textos comunes al canon de las Biblias de todos los cristianos.

Sin embargo:

  1. En ninguno de ellos ha sido argumentado con mayor solidez y elocuencia el rechazo sistemático del culto de los ídolos, así como de prácticas sociales y sexuales asociadas al mismo, sino en el texto de la Epístola de Jeremías de Baruc 6, y en el de Sabiduría 13—16.
  2. En ninguno de ellos ha sido reseñada de forma más explícita, sólida y elocuente, la forma de sentir y de pensar de los que se complacen en la futilidad de la existencia, sino en la Confesión de los Impíos de Sabiduría 2:1-9.
  3. En ninguno de ellos ha sido delineada de forma más precisa y sistemática la semblanza del Justo, defensor de las causas de todos los más débiles y los desamparados, que en la Declaración de los Inicuos de Sabiduría 2:10-20.
  4. En ninguno de ellos ha sido reseñada con lujo de detalles la bendita esperanza de la seguridad de un destino dichoso para todos los justos, sino en Sabiduría 3—5.
  5. En ninguno de ellos ha quedado asentado un reconocimiento tan digno y elogioso para aquellas señoras que, al costo de sus vidas, conservan su lealtad, y su fidelidad al vínculo nupcial y conyugal, sino en el texto de la Historia de Susana de Daniel 13.
  6. En ninguno de ellos han quedado asentados de forma tan cabal y tan completa los cuadros de valores familiares, ancestrales y humanos, vividos en el seno de las comunidades israelitas, sino en el texto de los Libros de Tobías y Sirácides.
  7. En ninguno de ellos ha sido reseñado el martirio de judíos precristianos por causa de su fe y sus tradiciones piadosas ancestrales, sino los relatados en el texto de 2 Macabeos 6—7.
  8. Y en ninguno de ellos ha sido reseñada con tal preocupación la inquietud de los vivos por el destino eterno de los ya fallecidos, sino en 2 Macabeos 12:38-46.

De la unidad doctrinal

Otro de los niveles del debate se ha centrado en cuestiones doctrinales, implicando muy acres disensiones sobre la concordancia de los textos, y el resto de la Biblia. Aquellos que rechazan por defecto los deuterocanónicos, arguyen en su contra el presupuesto de cierto hipotético “principio de unidad doctrinal”, de acuerdo con el cual “la Biblia no se contradice a sí misma”. Y afirman que, si un libro “no encaja en el conjunto de la Biblia”, no puede ser sagrado o inspirado; ni siquiera confiable, creíble o verosímil.

Mas todos estos tipos de argumentos se pueden revertir en contra de cualquiera de los libros común y universalmente aceptados. De hecho, si se busca ver errores, o bien contradicciónes, casi todos los libros comúnmente aceptados están llenos de ellos. O contienen al menos ideas encontradas en relación a otros. Basta con cotejar un hecho bíblico asentado en dos o más pasajes o textos paralelos. Como las concepciones diametralmente opuestas de Éxodo 20:4 y Éxodo 25:18-20, de Deuteronomio 5:17 y Deuteronomio 13:6-18, de 2 Samuel 24:1 y 1 Crónicas 21:1, o de Romanos 3:28 y Santiago 2:17.

Ejemplos como estos afectan seriamente a muchas concepciones éticas, morales, axiológicas, teleológicas, ontológicas y deontológicas sumamente importantes sobre lo que se debe sentir, pensar, creer, decir o hacer, en relación a esos puntos doctrinales, como parte integral de un proyecto de vida basado en concepciones teológicas concretas, o bien en experiencias de fe y piedad cristiana.

Con base en numerosas disensiones similares a estas, algunos estudiosos han expuesto muy serios planteamientos sobre “contradicciones de la Biblia”. Y esto es debido, en una gran medida, a que, como hoy se sabe, la Biblia es un compendio de textos tan diversos, y que fueron surgiendo en contextos tan de plano distintos y distantes los unos de los otros, que hoy resulta clara para los estudiosos la imposibilidad de atribuir a los escritos bíblicos toda noción utópica de unidad doctrinal.

Olores que conmueven a los dioses

Un ejemplo claro de la impugnación de conceptos e ideas que han sido asentadas en algunos libros deuterocanónicos, ha sido cernido de lleno sobre el bello libro llamado Tobías: Muchos protestantes miran este libro sólo como un defectuoso compendio de mitos paganos y ritos chamánicos, y, en consecuencia, sumamente espurio. Así ha resultado a los ojos de muchos la idea de que el tufo de vísceras de al menos cierta especie de peces, al ser incinerada, pudiera resultar tan repulsiva al olfato de al menos un espíritu malo, que éste hubiera huido, dejando al fin en paz a al menos una joven, tal como se menciona en el Libro de Tobit (Tobías 6:8, 8:2-3). Y, de hecho, en efecto, se trata de una idea chamánica pagana.

Sin embargo, los fieles y adeptos judíos y cristianos jamás se han mostrado inconformes ante la presencia de ideas tan absurdas como la planteada en el Libro de Tobit; muchas de las cuales, al ser asentadas en ciertos escritos comunes a todos los grupos judíos y cristianos, han sido aceptadas por todos los “Pueblos del Libro”. A pesar de esto, puede comprenderse que esta expresión de que “han sido aceptadas”, sólo se refiere al hecho innegable de que forman parte integral del paquete de textos sagrados judíos y cristianos; aun cuando, de hecho, grandes mayorías de fieles y adeptos de grupos judíos y cristianos ignoran, de hecho, que estos conceptos están en sus Biblias, en cierta manera, debido a la falta de una adecuada cultura libraria, y ya ni se hable de cultura crítica sobre textos y medios.

Como por ejemplo, la idea de que el flujo de sangre, o la exhalación del “olor suavizante” que despiden la grasa, grosura o gordura propia de la carne de algunas especies de seres vivientes, al ser consumidos por fuego, sea tan sabrosa al olfato de Dios, que, de hecho, éste haya dado instrucciones para que los hombres puedan ofrecer ante él estas viandas como un sacrificio expiatorio, o propiciatorio, mientras que los frutos de los vegetales no son suficientes en este sentido (Génesis 4:3-5, 8:20-22), refleja el “carácter” de una deidad sumamente golosa, y que, además, suele hacer acepciones, es decir, distinciones injustas, entre los humanos que lo han halagado con guisos sabrosos —como el justo Abel—, y aquellos que sólo le ofrecen legumbres con agua —como el mal Caín—. Estas cualidades son muy contrapuestas a las cualidades que, según la Biblia, Dios valoraría en los seres humanos que son de su agrado (Daniel 1:8-16). Con todos los juegos de ideas en exceso perversas que puede inferirse de estos conceptos al ser asociadas con el sacrificio de Cristo en la cruz… [Por ejemplo: “¿Le habrá parecido sabroso el olor de su Hijo…?”]

De hecho, en el Libro del Éxodo, en el del Levítico, y en el de los Números, fueron asentadas ciertas largas series de textos preceptivos referentes a múltiples tejidos y fluidos de origen animal y vegetal, e incluso aun humanos, con olor agradable al olfato de Dios, e incluso los que no son agradables, o son de plano impuros (Éxodo 29—30, Levítico 1—17, Números 28—29). Todas estas largas series de preceptos son indicativos de los innegables orígenes paganos y chamánicos, de las tradiciones judías y cristianas; cuyos seguidores han ido intentando de muchas maneras irse deslindando de dichos orígenes a través de los siglos.

Consecuentemente, desde la Edad Media, la iglesia latina, seguida por múltiples grupos tardíos, se las ha ingeniado para presentar a los magos de oriente que presuntamente habían acudido a honrar al Mesías en su nacimiento, como cualquier cosa —astrónomos, sabios o reyes, entre muchos otros—, menos como magos en sentido estricto.

Sin embargo, el Libro nunca alegoriza con estas palabras: La voz griega μαγοι, traducida magos, se refiere de forma precisa a aquellos que ejercen la magia (Mateo 2:1∙7∙16); tal como lo muestra la sabia elección de los místicos dones que éstos ofrecen a Cristo (Mateo 2:11), así como el hecho de hallarse habituados a leer los astros (Mateo 2:2∙7∙9-10), y a revelaciones extrasensoriales en forma de ensueños (Mateo 2:12).

Y si se analiza todos estos hechos de forma conjunta, global y objetiva, la noción o idea de ahuyentar demonios con exhalaciones de humo de hiel de pescado, no difiere mucho de la tentativa de halagar a dioses con exhalaciones de humo de incienso (Lucas 1:8-10); excepto por cierto detalle: El Libro de Tobit maneja estos temas en contrasentido… como algunos otros (Tobit 4:15 ó 16, según versiones, Mateo 7:12)…

“Mis ángeles y yo tampoco mentiremos…”

Algunos protestantes han juzgado inmoral el Libro de Tobías porque en él se sugiere que un ángel de Yahveh es capaz de mentir para disimular su identidad u origen. Sin embargo, esta tesis resultó del agrado de grupos israelitas precristianos, así como de muchas de las comunidades cristianas primitivas, incluyendo al anónimo autor de la “Epístola” “Hebreos”; el cual consideraba como un privilegio sumamente especial provenido del cielo la idea de que algunos hubieran sido objeto de una distinción divina como ésta (Hebreos 13:2).

Y, de hecho, a los grupos religiosos cristianos de todas las tendencias, jamás les ha importado o preocupado que algunos de los textos comúnmente aceptados por todos los cristianos reflejen concepciones tan terribles de la imagen de Dios, dudosamente éticas, como las de que éste, deliberadamente, y “en todo su derecho”:

  1. “Bloquea la mente y los sentidos del pueblo” “para que no comprenda los Misterios del Reino”, y, consecuentemente, no pueda “convertirse”, “no sea perdonado”, y deba “no ser salvo” (Isaías 44:18, Mateo 13:15, Marcos 4:11-12, Lucas 8:10, Juan 12:39-40, Hechos 28:25-27, versiones).
  2. “Entrega” a los que “no lo glorifican” a “mentes corrompidas”, para que experimenten “pasiones vergonzosas”, y “hagan puras cosas que no son convenientes”, y “sean degradados en sus cuerpos”, y “expuestos al cochambre de los apetitos de sus corazones”, y “sean castigados en sí mismos por haberse extraviado” (Romanos 1:24-32).
  3. “Hace caer poderes engañosos” “sobre los que se pierden”, a fin de que éstos “confíen en lo falso”, y “puedan ser juzgados”, por “no haber creído en la verdad”, y “haberse complacido en la injusticia” (2 Tesalonicenses 2:11-12).

“¿Guerra espiritual…? ¡Sí…! ¿Judit…? ¡No…!”

Algunos protestantes han juzgado inmoral el relato asentado en el Libro de Judit. Ya que, de acuerdo a éste, ella utilizó sus hermosos encantos para seducir y embriagar con engaños a cierto Holofernes —general asirio que estaba intentando tomar su ciudad, e invadir a su pueblo—, y, después de esto, cortó su cabeza (Judit 11—13).

Sin embargo, una acción similar ha quedado asentada en el Libro de los Jueces; donde se relata la muerte de Sisara, general cananeo, a manos de Jael, mujer de Héber el Cineo (Jueces 4), y las entusiastas manifestaciones de júbilo y gozo de dos jueces santos ante este hecho (Jueces 5); aun cuando en éste medió la traición y el abuso de la hospitalidad. Ya que había paz entre Jabín de Hasor —a quien servía Sisara—, y la casa de Héber el Cineo —marido de Jael—. Y además, Sisara no representaba amenaza alguna para la mujer, sino que había acudido a ella en busca de refugio hospitalario para descansar y reponer sus fuerzas (Jueces 4:17).

Dicho sea de paso, fundamentalistas tampoco han juzgado inmoral la actuación de Jacob y Rebeca, quienes, tras urdir una serie de engaños, lograron “robarse” una bendición sumamente especial (Génesis 27:1-40); aunque aquí se alega que ésta había sido comprada de acuerdo a derechos de pacto (Génesis 25:21-34). Mas, en este caso, ¿para qué “robarla” por medio de engaños, habiendo podido atenerse a derecho (Mateo 3:13-15)?

Y, del mismo modo, tampoco han juzgado inmoral la actuación de Rahab, la ramera, quien, por cobardía, falseó y ocultó información de vital importancia para su ciudad, y, a través de este desvío de recursos logísticos, entregó a su gente en manos de unos perfectos extraños (Josué 2:1-24).

A pesar de estas consideraciones, algunos exaltan la acción de Jael, y la acción de Rahab, como buenos ejemplos de cierta campaña llamada guerra espiritual (véase este hecho), y se desconoce a Judit la entereza y valor de la suya, tan sólo con base en la decisión del Concilio de Jamnia.

Como contraparte, todos los cristianos aceptan como algo sagrado el relato asentado en los textos hebreos del Libro de Ester; en donde se narra una cruenta masacre con un saldo rojo de miles de vidas. Lo más sorprendente de todo el asunto es que, por razones ya antes citadas, y, a diferencia de los textos griegos del Libro de Ester, esos textos hebreos no enuncian siquiera pretextos piadosos que puedan hacer parecer más humano el contexto asociado con esta matanza.

Simple y llanamente, el texto propugna como algo sagrado la idea de lo inapelable de las decisiones de algunos monarcas. De hecho, con esto se muestra el respeto a las leyes de Asuero como un ejemplo para el cumplimiento de todas las leyes divinas; como el conocido “plan de salvación” que aparece esbozado en al menos algunos escritos sagrados…

Como contraparte, el Libro de Judit ha sido encontrado inmoral, a pesar de que en éste se brinda el ejemplo de una batalla ganada de manera incruenta: sin el sacrificio de miles de vidas. A pesar de ello, sus impugnadores invierten los roles de muchos actores en este relato: Judit es juzgada con todo rigor por matar a un tirano que quiso tomar prisionera su patria y su gente. Y el tirano es visto como protomártir del excluyentismo dogmático a ciegas.

“¡No molesten más al maestro…!”

Algunos aducen que 2 Macabeos promueve el error de inducir a la gente a pensar que se puede rezar y ofrecer sacrificios por la salvación de los ya fallecidos (2 Macabeos 12:41-46). A pesar de todo, el texto de 2 Macabeos no difiere mucho de las enseñanzas del Libro de Job; donde se relata que, cada vez que los hijos de éste volvían de un banquete, el santo ofrecía sacrificios por ellos, pensando en que ellos hubieran podido “pecar y maldecir a Dios en sus corazones” (Job 1:5). Y, todos sus hijos, de hecho, murieron durante un banquete (Job 1:18-19).

Resulta difícil tratar de inferir las reacciones, o las decisiones del santo en relación al tema de más holocaustos: Ya no tenía hijos, ni más animales qué ofrecer por ellos. Así que quedó aniquilado en su pena. De hecho, el dolor de cualquiera en el sitio del santo, sería indescriptible, y paralizante… A menos que fuese un estoico guerrero fundamentalista… O que, simplemente, los seres queridos no representasen valor o importancia en su escala axiológica…

Sobre este punto, detalles aparte, lo que el Libro enseña es que es legítimo, y de recta intención, molestar al Señor, a tiempo y a destiempo (Mateo 7:7-11, Lucas 11:5-13, 18:1-8), por la salvación de los seres queridos (Mateo 8:5-13, Lucas 7:1-10), más allá de toda expectación de goce del favor divino (Mateo 15:21-28), y con la confianza de ser atendidos, incluso a destiempo (Marcos 5:35-43, Lucas 8:49-56, Juan 11:17-44).

El caso del judío “machista y epicúreo”

Otras impugnaciones, han llegado a alcanzar a un escrito tan pulcramente fiel a la ortodoxia de la piedad judía como el Libro de Sirácides, que, al haber sido escrito en hebreo por un sabio judío jerosolimitano, es mucho más judío y ortodoxo que algunos otros textos deuterocanónicos. Este libro, de hecho, es el único de todo el texto bíblico del cual es conocido con certeza el nombre de su autor.

En vista de estos hechos, algunos ensayistas protestantes lo han reconocido como “el mejor de los apócrifos” (véase), y, en relación a él, el gran divulgador judío ruso americano Isaac Asimov, en su Guía de la Biblia, observa lo siguiente:

«El libro fue compuesto demasiado tarde para calificar para el canon judío, y fue consignado a los apócrifos. […] si el libro hubiese sido escrito en 300 a.C., o poco después, muy probablemente, habría entrado al canon.» —Isaac Asimov, en su Guía de la Biblia.[39]

Mas, a pesar de estos y otros testimonios favorables al libro, los fundamentalistas se han dado a la tarea de hallar a toda costa en este libro errores doctrinales, para justificar el veto de Lutero; y hallaron que contiene posturas ideológicas “machistas” (Sirácides 42:12-14) y “epicúreas” (Sirácides 13:25-26, ó 31-32) “desacordes al canon”. Si bien es menester puntualizar que, al acusar al Libro de Sirácides de promover posturas “epicúreas”, los fundamentalistas, de hecho, se refieren a series de posturas de Jesús de Sirac de acuerdo con las cuales el bien, la rectitud, la justicia y la sabiduría pueden ser una fuente de gozo y de deleite para un ser humano (Sirácides 14:1-7∙11-15∙22-27, 30:14-17 y 51:18-20).

Ya que las concepciones tempranas y ortodoxas dentro del judaísmo jamás consideraron necesario que el conocimiento y cumplimiento de la Ley pudieran ser objeto de gozo o de deleite para sus seguidores: simple y sencillamente, eran obligaciones que todos los judíos debían acatar, independientemente de toda expectativa de gozo o de deleite, que nunca fue juzgada necesaria, pues no venía al caso (Eclesiastés 12:13).

Sin embargo, posturas como éstas, así como posturas contrapuestas, jamás fueron ajenas a los escritos bíblicos: Véase pasajes de otros libros bíblicos que reflejan posturas y actitudes “machistas” (Génesis 19:4-8, y Deuteronomio 25:11-12), “epicúreas” (Salmos 1:1-3, 94:12-13, 119:1-3, Proverbios 3:13-26 y 22:17-18, 1 Juan 4:18), e incluso abiertamente sensualistas, o bien, naturalistas (Eclesiastés 2:24-25, 5:17-19 y 9:7-10).

No es por demás decir que —mientras el “machismo”, a través de los siglos, fue parte natural común a los contextos culturales de todo el Medio Oriente, al seno de los cuales, la imagen femenina jamás fue cotizada como algo substancialmente valioso—, el “epicureísmo” llegó a ser un factor sumamente importante y decisivo para la aparición del cristianismo, y la conformación y consolidación de la mentalidad e idiosincrasia, y de la identidad de las comunidades cristianas primitivas, y aun de las llamadas cristiandades tempranas, y de los cristianismos históricos y actuales.[40]

Síntesis conclusiva

Hoy ya ha venido siendo demostrada la gran pluralidad de los cuerpos de ideas de los distintos grupos de tribus israelitas. Y ya ha quedado en claro que, desde muy antiguo, diferentes subgrupos del “Pueblo Elegido”, a través de los siglos, evolucionaron de forma distinta, como comunidades autocéfalas, que, a través de milenios de historia sagrada, y de tradiciones del rico folklore ancestral de sus propios contextos, fueron compilando, de forma enteramente independiente, diferentes compendios locales de textos y de escritos tenidos por sagrados:

Por ejemplo:

  1. Antiguos remanentes de tribus israelitas que habían permanecido asentados en Samaria, sólo reconocían como textos sagrados los primeros cinco libros del Tanaj, es decir la llamada Torá, a veces llamada Libro de Moisés; y que preservaban en hebreo arcaico, mucho más antiguo que el de la Judea (búsquese, al respecto, información en torno del llamado Pentateuco samaritano).
  2. Las tribus israelitas de Judea, las únicas judías en un sentido estricto, a través de siglos, fueron dando forma a su propia serie de textos sagrados: el actual Tanaj hebreo-arameo.
  3. Y las comunidades solidarias de israelitas dispersos por todo el mundo helénico, de forma paralela independiente —no supeditada, tardía o derivada, como se pensaba—, crearon la Biblia, único compendio de textos sagrados que tempranamente recibió ese nombre de orígenes griegos, en sentido estricto (1 Macabeos 12:9); que, al ser compilada para ser usada por los israelitas de múltiples escuelas, y orígenes tribales —y no solamente para los judíos propiamente dichos—, incluyó una serie de escritos sagrados que habían surgido en distintos contextos —todos israelitas, aunque no judíos—, y, por consiguiente, en algunos casos, bastante distintos de otros escritos sagrados judíos ortodoxos.
  4. El Nuevo Testamento, por su parte, tampoco es producto de mentes judías, en sentido estricto, sino de un grupo muy heterogéneo, pero solidario, de hombres sencillos de la Galilea, que vivían soñando con el día anhelado en que su Maestro iba a restaurar el Reino de Israel, y a reivindicar a todas las antiguas tribus israelitas (Lucas 24:21, Hechos 1:6) —muchas de las cuales, fueron exiliadas en siglos antiguos, y luego nunca plenamente restauradas—, y que se durmieron en esa bendita esperanza.
  5. Y, conforme ellos iban prosperando en poder e importancia, se les agregaron ciertos individuos que no habían surgido entre ellos; dando nuevos giros algo inesperados a su movimiento.
  6. Algunos de ellos son: Saúl de Tarso, el llamado Paulo, autoproclamado “apóstol de Cristo”, único judío dado a la tarea de la difusión de las ideas de Cristo, y también primero en llevar el mensaje de éste a las “gentes” (a los no israelitas); y, por otra parte, Lucas Médico, quien habría llegado a ser el único pagano (único no israelita) al que se reconoce el privilegio de que sus escritos fueran admitidos al canon cristiano, aun cuando éste no se había siquiera autoproclamado como un “apóstol”.

En vista de esto, puede comprenderse que la iniciativa de excluir los textos deuterocanónicos tuvo sus orígenes en la tentativa de algunos judíos de desvincularse y descalificar a grupos israelitas no judíos —algunos de los cuales habían dado la pauta para la aparición del cristianismo—. Y, aun cuando esta cruenta tentativa desvinculatoria falló de momento, la definición del canon del Tanaj judío logró sentar bases para posteriores exclusiones de grupos de cristianos por parte de otros grupos de cristianos:

Como por ejemplo, algunos cristianos fundamentalistas, con sus relecturas de los textos bíblicos, hoy han propugnado la idea de que, antes de la Reforma protestante del Siglo XVI, o más allá de ella, los fieles y adeptos de grupos de entre los llamados cristianismos históricos, y muy especialmente, los fieles y adeptos católicos romanos, no pueden ni deben llamarse “cristianos”, ni “hijos de Dios”, entre algunas otras series de espinosos conceptos de naturaleza más bien doctrinal, confesional, sectaria o partidista.

Este hecho indica que algunos cristianos ya han repetido la historia de las disensiones entre las antiguas tribus israelitas. Como corolario de estos sucesos, véase Sirácides 28:13-23 (15-27 del cómputo latino). Con la diferencia de que hoy se cuenta con el gran apoyo de tecnologías que hacen más fácil la preservación, difusión y manejo de cada vez mayores volúmenes de información, y de que hoy se sabe que casi cualquier argumento esgrimido contra estos libros deuterocanónicos, puede revertirse en contra de cualquiera de los otros textos propios del Tanaj o el Nuevo Testamento.

Un hecho sumamente afortunado en torno al canon bíblico es que, contrariamente a toda postura ideológica dogmática o concreta de cualquiera o cualesquiera facciones o familias de facciones judías o cristianas —incluyendo a los mismos cristianismos históricos—, los textos de la Biblia jamás constituyeron ninguna presupuesta unidad doctrinal; y hoy los estudiosos tienen muy en claro que el “judaísmo” se fue estructurando, de forma paulatina y progresiva, durante un proceso que duró por siglos, evolucionando desde sus orígenes y fuentes primigenias, en las tradiciones chamánicas paganas del folklore popular de los pueblos semitas, e incluso aun camitas, en el Medio Oriente, la Media Luna Fértil, Mesopotamia, Egipto, la Tierra Prometida, el Arab y el Sinaí, hasta consolidarse como una nación con una identidad propia bien definida a la vuelta del exilio babilónico, bajo Zorobabel, infante de la Casa de David, Esdras, sacerdote y escriba, y Nehemías, gobernador asignado a la provincia persa de Judea.

De la misma forma, debe señalarse que algunas variantes y expresiones alternas, dispersas o a destiempo, del inmensamente rico legado cultural de las comunidades israelitas más allá del llamado judaísmo ortodoxo jerosolimitano, consolidado entonces, fueron dando origen a antiguas y ancestrales expresiones religiosas de samaritanos y de galileos, y del hoy llamado “judaísmo” helénico, que de hecho fue una especie de “panisraelismo”,[41]​ reflejado de lleno en la Biblia Alejandrina, y que fue retomado por Cristo (Mateo 15:24), y por al menos ciertos miembros cercanos de su discipulado pastoral (1 Pedro 1:1, Santiago 1:1), por las comunidades cristianas primitivas, y aun por las llamadas cristiandades tempranas, y por los cristianismos históricos y actuales, y, probablemente, por los venideros.

Notas y referencias

  1. GASS, Ildo Bohn; Centro de Estudios Bíblicos; “Una introducción a la Biblia”, Vol. 1 de 8; São Leopoldo, Brasil, 2002; ISBN 970-652-459-2.
  2. La palabra “apócrifos”, por su etimología, y en razón de su origen, busca hacer referencia a los libros “ocultos” que solían ser leídos por los fieles y adeptos de los antiguos cultos herméticos, ocultos e iniciáticos judíos y cristianos; tales como la cábala y el cristianismo gnóstico de los Siglos I y II de la Era Cristiana. En razón de lo cual, no resulta correcta para hacer referencia a los textos y escritos israelitas no ocultos, los deuterocanónicos.
  3. Ya que representa una simplificación excesiva de toda la historia de la conformación del Canon de la Biblia, y de los criterios que han sido seguidos para elaborarlo.
  4. Ya que representa una decisión de cristianos tardíos con fuertes tendencias fundamentalistas.
  5. Busca restringir el concepto de Biblia a sólo las partes comunes de ella, excluyendo el resto.
  6. Debido a los graves desenfoques conceptuales, y connotaciones que la voz reviste en algunos contextos como indicativo de origen espurio, poco genuino, o poco legítimo.
  7. DE JERUSALÉN, Escuela Bíblica; Biblia de Jerusalén; Pág. XIII; Índice de la Biblia Griega; Desclée de Brouwer; Madrid-Bilbao, España, 1975; ISBN 84-330-0022-5.
  8. Algunas ediciones latinas medievales de la Biblia Vulgata asocian a este libro un breve documento de sólo trece versos conteniendo un escrito tardío llamado Oración de Salomón. La Biblia de Jacobo I de Inglaterra agrega a este libro, por su parte, otro curioso texto presentado bajo el nombre de “Prólogo de un autor incierto”. Estos dos documentos, sin embargo, carecen del respaldo de códices antiguos de la Biblia.
  9. La Biblia Latina llama Libros I y II de Esdras a los actualmente llamados Libros de Esdras y Nehemías.
  10. (De acuerdo al texto griego de ese libro bíblico, solamente los dos primeros Salmos —nomenclaturados como los Capítulos 1 y 2 de dicha colección— carecen de un Epígrafe, o Nota descriptiva aclaratoria sobre su contenido y circunstancias.)
  11. La Biblia Latina llama Libros I y II de Esdras a los actualmente llamados Libros de Esdras y Nehemías. El Libro IV de Esdras aparece en algunas importantes versiones y ediciones de la Biblia. Y es considerado de manera habitual como parte del Canon de algunas de las Biblias cristianas ortodoxas, aun cuando no de todas.
  12. Este Libro IV de los Macabeos aparece en algunas importantes versiones y ediciones de la Biblia. Y es considerado de manera habitual como parte del Canon de algunas de las Biblias cristianas ortodoxas, aun cuando no de todas.
  13. JOSEFO, Flavio; Sobre la antigüedad de los judíos; ISBN 84-249-1636-0.
  14. THIEDE, Carsten Peter; “The Dead Sea Scrolls and the Jewish Origins of Christianity”; Acápite “A Greek surprise”; Pp. 124-130; Lion Publishing, Oxford, 2000; ISBN 978-970-777-245-8.
  15. RICCIARDI, Ramón-HURAULT, Bernardo; “La Nueva Biblia” (Biblia Latinoamericana); 46ta. Edición; Pág. 257; “¿Por qué no son iguales todas las Biblias?”; Ediciones Paulinas-Editorial Verbo Divino; Concepción, Chile, 1972; ISBN 84-285-0003-7, e ISBN 84-7151-134-7.
  16. Los datos proceden de las fuentes siguientes:
    • G. Wilpert, Pitture delle catacombe romane (Rorna, 1903) pp. 39, 52, 112, 265, 307-316, 327-337
    • C. Kaufmann, Handbuch der christlichen Archeologie (Paderborn, 1922) pp. 316ss
    • F. Grossa-Gondi, I monumenti crisitiani iconografici e architettonici dei sei primi secoli (Roma, 1923) pp. 12-14
    • O. Marucchi, Manuale de Archeologia cristiana (Roma, 1933) pp. 312-314
    • G. Wilpert, La fede della Chiesa nascente (Cittá del Vaticano, 1938) pp. 121ss
  17. a b Historia del Canon del Antiguo Testamento en Apologética.org
  18. Véase la versión inglesa del texto estas decisiones conciliares en “Defending the Deuterocanonicals”, en Eternal Word Television Network.
  19. Véase la versión inglesa del texto del Canon LX del Sínodo de Laodicea (364 d.C.) en Christian Classics Ethereal Library.
  20. Véase la versión inglesa del texto del Canon II del Concilio Quinisexto de Trullo (692 d.C.) en Christian Classics Ethereal Library.
  21. La expresión “protestantes” incluye a las iglesias angloepiscopalianas, iglesias evangélicas de todas las tendencias, iglesias sabatistas, grupos anabaptistas, pentecostales, neopentecostales, etc.
  22. De estos otros grupos, citamos, como ejemplos, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (comúnmente llamada la Iglesia “de Mormón”, o la Iglesia “Mormona”), o la Federación de Familias por la Paz y la Unificación Mundial (comúnmente llamada la Iglesia de la Unificación, o la Iglesia “de Moon”), o el grupo religioso La Familia (comúnmente llamado los “Niños de Dios”), así como la Sociedad Bíblica y Tratadística de la Torre Vigía (comúnmente llamada “Testigos de Jehová”).
  23. Usted puede tener acceso en línea a los textos completos de la Biblia del Oso en formato compilable de archivo escanográfico en el sitio de la Biblioteca General Digital de la Universidad de Coimbra.
  24. Usted puede tener acceso en línea a los textos completos de la Biblia del Cántaro en formato descargable de archivo PDF en el sitio de Libros de Google.com.
  25. Véase, por ejemplo, BONILLA Acosta, Dr. Plutarco; “La Biblia del Oso, una traducción a la altura de los tiempos”; Tres Ríos, Costa Rica, 2006; en Lupa Protestante.
  26. Véase, por ejemplo, BONILLA Acosta, Dr. Plutarco; “Una ilustre revisión”; Tres Ríos, Costa Rica, 2005; en La Biblia Web.
  27. a b Historia del Canon Bíblico, Parte 6 de 7, Párrafo 5, en Biblia Esfera.
  28. Historia del Canon Bíblico, Parte 6 de 7, Párrafos 19-22, en Biblia Esfera.
  29. Han sido omitidos el Prólogo del Libro de Sirácides, y el Introito del Libro de las Lamentaciones, así como el Epígrafe a la Epístola de Jeremías del Capítulo 6 del Libro de Baruc, a pesar de que estos pasajes pueden leerse al menos en la Biblia de Reina, y al menos el primero y el tercero de estos breves textos han sido respetados por Valera en su Edición de 1602.
  30. Han sido omitidos la Oración de Manasés, junto a su respectivo Epígrafe, y los Libros III y IV de Esdras, a pesar de que estos escritos habían sido incluidos en la Biblia de Reina, y fueron respetados por Valera en su Edición de 1602.
  31. 'La Biblia del Siglo de Oro', 440 aniversario de la joya de Reina y Valera, en la Biblioteca Nacional, Protestante Digital, Madrid, 20 de Junio de 2009.
  32. Véase, por ejemplo, la versión inglesa del texto de la Epístola Festal XXXIX de Atanasio en Christian Classics Ethereal Library.
  33. a b c DE JERUSALÉN, Escuela Bíblica; Biblia de Jerusalén; Pp. varias; notas e introducciones a los textos; Desclée de Brouwer; Madrid-Bilbao, España, 1975; ISBN 84-330-0022-5.
  34. DE JERUSALÉN, Escuela Bíblica; Biblia de Jerusalén; Pág. 417; notas al pasaje “Origen de los samaritanos” (2 Reyes 17:24-41); Desclée de Brouwer; Madrid-Bilbao, España, 1975; ISBN 84-330-0022-5.
  35. STRAUBINGER, Mons. Juan; Biblia Comentada; Notas diversas; La Plata, Argentina, 1951.
  36. ASIMOV, Isaac; Asimov’s Guide to the Bible, Volume 1, Chapter 27; Random House, London-New York-Toronto-Sydney-Auckland, 1981; ISBN 0-517-34582-X.
  37. STRAUBINGER, Mons. Juan; Biblia Comentada; Nota al pasaje Daniel 14:22-26; La Plata, Argentina, 1951.
  38. ASIMOV, Isaac; Asimov’s Guide to the Bible, Volume 1, Chapter 17; Random House, London-New York-Toronto-Sydney-Auckland, 1981; ISBN 0-517-34582-X.
  39. ASIMOV, Isaac; Asimov’s Guide to the Bible, Volume 1, Chapter 21; Random House, London-New York-Toronto-Sydney-Auckland, 1981; ISBN 0-517-34582-X.
  40. ANTOLÍN SÁNCHEZ, Javier; Influencias éticas y sociopolíticas del epicureísmo en el Cristianismo primitivo; Universidad de Valladolid, España, 2000.
  41. Neologismo acuñado por algunos autores para hacer referencia al antiguo ideal israelita de aquellos que aspiraban al rescate y a la restauración de todas las distintas tribus israelitas, y de sus respectivas expresiones culturales; por contraposición al ideal judío, que sólo ha contemplado como parte del “pueblo elegido”, el “pueblo de la Alianza”, a la fracción judía de entre las numerosas tribus israelitas.

Véase también

  1. Antiguo Testamento
  2. Apócrifos
  3. Biblia
  4. Canon
  5. Cristianismo
  6. Historia de Bel y el Dragón
  7. Historia de Susana
  8. Libros de la Biblia
  9. Septuaginta
  10. Tanaj

Enlaces externos

  1. Historia del Canon del Antiguo Testamento en Apologética.org
  2. “Del Antiguo Testamento a la antropología cristiana: la importancia decisiva de los Libros Deuterocanónicos” en el Depósito Académico Digital de la Universidad de Navarra
  3. “¿Qué hay con esos libros ‘extra’ de la Biblia?” en The David MacDonald’s Official Web Site
  4. El Canon de las Escrituras en Apologética Católica
  5. Historia del Canon Bíblico, Parte 3 de 7 en Biblia Esfera
  6. Historia del Canon Bíblico, Parte 4 de 7 en Biblia Esfera
  7. Historia del Canon Bíblico, Parte 5 de 7 en Biblia Esfera
  8. Historia del Canon Bíblico, Parte 6 de 7 en Biblia Esfera
  9. Canon of the Old Testament en New Advent
  10. “Defending the Deuterocanonicals” en Eternal Word Television Network