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La filosofía en Chile refiere a la actividad y las obras propias del ámbito de la filosofía, realizadas ya sea en el territorio chileno o por ciudadanos de dicha nacionalidad y/o que desarrollaron su vida intelectual en Chile. Esta comienza su desarrollo, como en el resto de Iberoamérica, desde el periodo de conquista española a principios del siglo XVI y se extiende hasta nuestros días.[1]​Salvo excepciones, pocos filósofos desarrollaron su actividad al margen de las instituciones académicas y/o religiosas durante el período de dominación español. Incluso después de la Independencia de Chile, la filosofía siguió siendo un esfuerzo fundamentalmente académico, y con excepción de los años de dictadura militar, la disciplina ha mostrado una notable continuidad institucional.[2]

Archivo:Anuario de filosofía jurídica y social, número 1, 1983.jpg
Anuario de filosofía jurídica y social: número 1, 1983. Edición dedicada a "La filosofía del derecho en Chile".

Sin perjuicio de lo anterior, no deja de ser cierto que las y los filósofos en Chile se han involucrado en actividades de naturaleza social y política, con especial impacto en cuestiones históricas y culturales. Ya fuese en albores de la república[3]​o en los procesos de profesionalización, institucionalización y reforma universitaria,[4]​los filósofos se han desempeñado como importantes figuras políticas. Mismamente, entre 1973 y 1990, varios se convirtieron en importantes opositores al régimen militar, situación que les valió en muchos casos la persecución, el ostracismo y el exilio.[5][6]

En lo que respecta al desarrollo mismo de las temáticas de la disciplina, los gremios filosóficos chilenos han mantenido un enfoque tradicionalmente recepcionista y doxográfico, centrando su interés en el estudio de tradiciones filosóficas foráneas (predominantemente europeas). Muchos de sus referentes más importantes tomaron a la lógica[7][8]​y la metafísica[9][10]​(cuando no directamente propuestas sistemáticas, especialmente en el campo de la filosofía de la ciencia)[11][12][13]​como sus disciplinas preferentes, mientras que otros centraron su atención en cuestiones de orden público, enmarcándose en el desarrollo de una filosofía social preocupada por asuntos tales como el papel de la religión en el Estado,[14]​el impacto cultural de la modernidad[15]​y el papel de las universidades en el desarrollo de la nación.[16]​Tal y como señala Iván Jaksić:[17]

La filosofía chilena se caracteriza por una tensión constante entre la actividad académica, que se nutre exclusivamente de los desarrollos propios de la disciplina, y las perspectivas críticas, que exigen un compromiso filosófico más estrecho con la política y la sociedad.

Antecedentes coloniales

La influencia de la escolástica fue sustantiva en los inicios de la labor filosófica en Chile, siendo el puente de entrada para el aristotelismo y el tomismo.

Toda filosofía nacionalmente implantada presupone una codeterminación con el Estado concreto al que esta se circunscribe. En razón de ello, puede resultar ciertamente problemático conjurar históricamente el sintagma filosofía chilena para referirnos a la actividad filosófica llevada acabo antes del nacimiento propiamente tal de la República de Chile en 1818. Sin embargo, ignorar tales desarrollos también implicaría un desconocimiento de su influencia en los pensadores noveles de la nación que emergería tras el derrumbe del gobierno español en la zona, por lo que resulta fundamental revisar el origen de la enseñanza de la disciplina en el territorio.

La actividad filosófica en Chile inicia en 1594, con el arribo al país del dominico P. Cristóbal de Valdespino, siendo el primer catedrático de filosofía del país.[18][19]​Se instalaría en el convento dominico de Santo Domingo en 1595. Sus enseñanzas, centradas en los clásicos grecorromanos y medievales (Aristóteles y Santo Tomás, respectivamente), se extenderían a otros institutos durante el siglo XVII y cobraría mayor impulso con la futura creación de la Real Universidad de San Felipe en 1758. La impronta teológica que guardó la enseñanza de la filosofía en este periodo no es para nada accidental, sino que es síntoma de la realidad hispana de la época:[20]

Las primeras clases comenzaron a impartirse en el año 1595 y estuvieron orientadas al estudio escolástico de las áreas de lógica, metafísica y física, con estricta prohibición de acceder y enseñar el pensamiento de autores modernos como el de René Descartes. En efecto, mientras en Europa afloraba la filosofía moderna y la Ciencia Nueva, en las colonias españolas se mantenía aisladamente el estudio de un tipo de pensamiento que ya había sido puesto en jaque por el surgimiento de nuevos intereses que ocupaban a la reflexión científica y filosófica, porque no sólo había cambiado la manera de comprender al hombre sino también, y particularmente, la manera de comprender al mundo y la naturaleza.
Memoria Chilena

El germen filosófico plantado por Valdespino no tardaría en dar sus frutos, consiguiendo epígonos y continuadores entre los miembros de la iglesia. Algunos de los autores más destables de este periodo fueron los clérigos Alonso Briseño, Miguel de Viñas, Manuel Ovalle y Manuel Antonio Talavera; autores de tratados filosóficos significativos dentro de la tradición escolástica.[21]

Tras la promulgación del edicto de expulsión de los jesuitas por parte de Carlos III, estos se vieron en la obligación de abandonar todos los territorios de la corona española, siendo una de sus múltiples consecuencias la retirada de prominentes intelectuales de todas las tierras hispanas.

En 1767, tomaría lugar la expulsión de los jesuitas de Chile,[22]​hecho que implicó que autores de la talla de Miguel de Olivares, Felipe Gómez de Vidaurre, Juan Ignacio Molina y Manuel Lacunza publicaran sus obras fuera de la nación. La principal diferencia entre dominicos y jesuitas reside en que los primeros veían a la filosofía como un instrumento servil a la teología, mientras que los segundas concebían los espacios de especulación filosófica como destinados a preocupaciones prácticas, con especial énfasis en la comprensión de las condiciones del "Nuevo Mundo".[23]

Por estas épocas, asistimos a un doble encorsetamiento de la filosofía. Por un lado, estaba terminantemente prohibido para la población laica el estudio de disciplina y, en paralelo, quienes podían acceder a ella circunscribían sus estudios exclusivamente a cuestiones escolásticas, quedando vedado el conocimiento de los nuevos descubrimientos científicos y de las nuevas propuestas filosóficas que inundaban Europa.[24]​No sería hasta mediados del siglo XVIII que se anuló la prohibición de estudiar filosofía a la población secular, precisamente tras la inauguración de la Universidad de San Felipe. Asimismo, a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, el pensamiento ilustrado comenzó a introducirse en el país, instancia posible principalmente gracias a la importación de obras desde Europa. Desde Francia e Inglaterra, se introducen las ideas de Voltaire, Nicolas de Condorcet, Denis Diderot, Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu, Félicité Robert de Lamennais, entre muchos otros. Entre los autores laicos que cubrieron temáticas próximas a las preocupaciones filosóficas de la Ilustración europea durante el ocaso del poder colonial español incluye a figuras como Manuel de Salas y Juan Egaña, precursores de una modo de practicar la filosofía que se volvería transversal una vez concretada la independencia.[25]

Periodo de Independencia

Tras la declaración de Chile como república independiente, la filosofía chilena comenzó a cultivarse de manera sistemática dentro de instituciones de educación superior, en tanto que instituciones encargadas de catalizar los esfuerzos por edificar de propósito nacional deliberado.

La pregnancia de las ideas europeas fue importante durante el periodo inmediatamente posterior a la independencia de Chile, especialmente las de origen anglosajón. Buena parte de los fundamentos políticos que dan base a la República de Chile ven en la Ilustración escocesa su origen y fundamento.

La filosofía de este periodo, que comprende desde el período posindependentista hasta la llegada del positivismo en la década de 1860, se vio marcada por las polémicas respecto de la relación entre la Iglesia y el Estado. Durante los primeros años de construcción de la nación, la Iglesia católica jugó un papel importantísimo como aliado a la hora de construir las instituciones republicanas.[26]​Siendo así, no resulta baladí que todos los documentos constitucionales chilenos del siglo XIX proclamaran el catolicismo como religión oficial del Estado.[27]​En tanto que agente configurador del espacio social, la Iglesia ajustó a su doctrina al conjunto de las instituciones públicas, incluidas las instituciones educativas. La mayoría de los filósofos eran creyentes en el Chile decimonónico, de modo que esta limitación no significaba un problema mayúsculo. Sin embargo, esto comenzó a afectar negativamente la investigación filosófica cuando, al examinar doctrinas y escuelas que eran seculares o incluso antagónicas al catolicismo, se debía suprimir cualquier comentario que pusiera en cuestión la preservación de la institución eclesiástica y su relación de imbricación con el Estado. Todo cuando era publicado en materia filosófica debía contar con el visto bueno de la autoridad religiosa, generando una intelectualidad limitada en su ejercicio reflexivo. Los pocos casos de disidencia, como lo fue la publicación de Sociabilidad chilena (1844) de Francisco Bilbao, acabaron con este siendo acusado del delito de blasfemia y obligado a pagar una gruesa suma de dinero como multa, mientras que los ejemplares de su obra fueron requisados y quemados.[28][29]

Sin perjuicio de lo anterior, el gremio filosófico buscó activamente coligar la "búsqueda de la verdad" con el respeto a la iglesia. Egregio ejemplo de esto fue el trabajo ecléctico de Andrés Bello, cuya obra monumental contó con la presencia de múltiples fuentes filosóficas, especialmente las de la Ilustración escocesa (particularmente David Hume) y la filosofía del sentido común (Particularmente Thomas Reid).[30]​Sin embargo, nunca cuestionó la importancia de la religión en general, y del catolicismo en particular. Sería esta pervivencia de su religiosidad lo que le impediría asumir el pensamiento de autores críticos de tales ideas, por John Stuart Mill. Su Filosofía del entendimiento, donde resultaba más palpable el acercamiento al empirismo inglés en su forma de concebir la psicología mental y la lógica, sería publicada póstumamente en 1881, pero partes sustanciales de esta obra aparecieron en la década de 1840.

Andrés Bello es uno de los más importantes representantes de la intelectualidad chilena desarrollada durante el siglo XIX, llegando a ser recepcionado y reconocido tanto en Hispanoamérica como en el contexto europeo. No obstante, esto se dio principalmente por la magnitud de su obra jurídica, política y pedagógica, mientras que sus aportes en materia filosófica tuvieron un reconocimiento más bien tardío.

Claramente deudora de su formación londinense, La Filosofía del entendimiento de Bello muestra un conocimiento (y adhesión) del trabajo de intelectuales ingleses tales como Thomas Reid, Jeremy Bentham, Thomas Brown y Duralde Stewart. Para Bello, la tarea de la filosofía era la comprensión adecuada del origen de las ideas y la guía de las acciones humanas. En el proceso, abordó críticamente el pensamiento de John Locke y George Berkeley. Con un impacto inicial más bien limitado, las ideas contenidas en esta obra no tardarían en extenderse por la región, particularmente en el siglo XX,[31]​llegando a ser traducida íntegramente al inglés.[32]​Su obra puede ser entendida como el estudio y construcción de una teoría general del conocimiento, en la que es posible encontrar las influencias ejercidas por obras de autores modernos como René Descartes, Isaac Newton, Immanuel Kant o Johann Gottlieb Fichte, que Bello recoge, critica o rechaza.[33]

Por contraposición a la fama tardía de Bello, el filósofo más importante durante el propio periodo independista fue Ramón Briseño, cuyo Curso de filosofía moderna fue publicado en dos volúmenes entre 1845 y 1846, siendo el texto filosófico más utilizado en Chile en la época (contando con numerosas ediciones). Este trabajo mostró abundante complacencia para con el catolicismo, instancia que benefició su difusión. Para Briseño, había una clara continuidad entre moral y religión, pues el fundamento de lo moral era, en ultimado caso, Dios:[34]

Los verdaderos fundamentos de la moral se derivan de la esencia misma de las cosas, esto es, de la naturaleza de Dios, de la naturaleza humana, i de la naturaleza de las relaciones entre Dios i el hombre, i entre este i sus semejantes : relaciones todas inalienables e indestructibles, que nada puede anular. En último resultado la voluntad de Dios, autor i legislador supremo, remunerador del bien i vengador del mal ; tal es la base de la moral, tal su apoyo, motivos i sancion, i todo lo que puede hacerla venerable entre los hombres. Sin ella, seria una lei especulativa con alguna bellezas si se quiere, pero sin sancion o sin autoridad suficiente para mandar al hombre e imponerle un deber rigoroso.
Ramón Briceño

Andrés Bello, al momento de valorar esta obra, no mostraría especial desacuerdo con su apologética religiosa, sino que destinaría su crítica acérrima contra su tratamiento de la lógica, limitaba a la lógica deductiva; invisibilizando la lógica inductiva tan valorada dentro de la filosofía anglosajona, de la que Bello era deudor. Mediante la dialéctica de estos dos proyectos filosóficos, se puede observar que la polémica más amplia sobre el papel de la religión se concentró en la elección de los subcampos que serían materia de estudio y enseñanza en la disciplina.[35]

A la vez que la filosofía se desarrolló en un contexto académico al punto de que encontrarse presente en la formulación de la misión de la Universidad de Chile (fundada en 1842), siendo Bello quien redactaría sus estatutos y quien la dirigiría durante los próximos 23 años; asistimos en este periodo a la politización de la disciplina. Tenemos el caso de José Victorino Lastarria, quien abogó por la eliminación de los legados coloniales aun pervivientes en la Iglesia católica luego de la independencia, y la defensa de la libre iniciativa y expresión individual.[36]​Ya sea a fuese como diputado, senador o ministro (siendo él fundador del Partido Liberal), o mediante la publicación de numerosos escritos políticamente comprometidos, Lastarria realizó una apología liberal, muy en línea con el ideal civilizatorio propio de la Ilustración:[37]

La América i la Europa, aunque en general estan pobladas de distinta jente, de condiciones sociales profundamente diversas, tienen sin embargo tradiciones, sentimientos i costumbres procedentes de un mismo oríjen, i sobre todo se encaminan a un mismo fin social. Ambos continentes estan al frente de la civilización moderna i ambos son enteramente solidarios en la empresa de propagar esa civilización i de realizarla hasta sus últimos resultados.
José Victorino Lastarria

Esta defensa del liberalismo en Chile contaría con el apoyo de los exiliados argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi quienes, como Lastarria, difundieron sus ideas mediante la acción política y la difusión de escritos, algunos de ellos de naturaleza filosófica.[38][39][40]

Periodo positivista

Es un lugar común a nivel histórico asociar el término positivismo a la obra del francés Auguste Comte. Sin embargo, sus raíces se hunden en la Edad Media, sobre todo en el siglo XIV, que es cuando se empieza a considerar como objeto de conocimiento científico sólo lo dado a escala de los sentidos. Según el propio Comte, la filosofía positiva puede ser encontrada en la obra del filósofo inglés Francis Bacon.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, buena parte de los países de América Latina (especialmente México)[41]​vivieron el auge del positivismo, asociado a la obra del filósofo francés Auguste Comte. Chile no fue la excepción.[42]​Su arribo, además, coincidió con la naciente ola de anticlericalismo en el país (la cuál ya venía desarrollándose desde el establecimiento de la república),[43]​fungiendo como herramienta de crítica contra la importarte influencia que la iglesia católica mantenía sobre la sociedad chilena; y al igual que esta, aquellos que fueron seguidores de la doctrina positivista buscaron ganar influencia y poder en el ámbito educativo, siendo agentes de vital importancia en la transformación que sufriría el plan de estudios en los niveles de educación secundaria y superior. El atractivo fundamental del positivismo era su noción del "progreso" de la realidad, siendo un elemento clave dentro de su proyecto filosófico:[44]

La misión de la filosofía, según Comte, es la de precisar el desarrollo de cada ciencia y captar, desde su interior, la línea directriz. La ley de los tres estados, el elemento más conocido de la doctrina comtiana, permite llevar a término aquella misión. Esta ley afirma que la historia del espíritu humano evoluciona, en todos los campos de actividad, pasando por tres fases sucesivas: teológica, metafísica y científica.
Joan López i Carrera

El positivismo sirvió como base filosófica para los pensadores anticlericales a la hora de descartar la etapa "teológica" como un estado primitivo en la evolución de la humanidad, el cuál debía verse reemplazado por las etapas "metafísica" y "científica".[45]​Esto claramente implicada el fin de la influencia religiosa de la Iglesia católica en Chile. El positivismo fue, a grandes, la evolución de la labor intelectual previa, viéndose impulsado por la mayor parte de los intelectuales liberales del siglo XIX, ahora serviles al ideario positivista. Tal fue el caso de quien sería el principal defensor temprano del positivismo, José Victorino Lastarria, quien abdicó sus compromisos liberales por su justificación metafísica, defendiendo que la ciencia era la herramienta más efectiva para dar solución que asolaban a los problemas de la sociedad chilena.

Ya en el plano estrictamente educativo, el historiador liberal Diego Barros Arana realizó importantes reformas del plan de estudios en el Instituto Nacional, orientadas hacia el establecimiento de una educación de base científica y basada en principios laicos,[46][47]​al igual que Miguel Luis Amunátegui, quien, en calidad de Ministro de Educación, en 1879 introdujo formalmente la enseñanza de la ciencia en las escuelas públicas.

La reacción negativa de los conservadores no se haría esperar, llevando a importantes polémicas contra los positivistas. Tal fue el caso de Diego Barros Arana, quien entró en duros combates con la intelectualidad católica de la época. Este debate se articularía mediante la contestación mutua, siendo sus trincheras La Revista Católica para la iglesia y El Ferrocarril para Barros Arana.

Empero, la figura positivista más significativa fue Valentín Letelier. Estudioso de las obras de Comte, Mill, Friedrich Karl von Savigny, Rudolf von Ihering y Émile Littré, su Filosofía de la educación (1892) sirvió de base para una profunda reorientación de los estudios filosóficos en Chile. Frente a obras previas, la obra de Letelier conjugaba sistematicidad y un compromiso político claro, estableciendo una sistematización de los regímenes fundamentales de enseñanza (así como una crítica a las propuestas vigentes) y una defensa de la educación positivista (acompañada de una clasificación comtiana de los conocimientos, rehuyendo de las propuestas escolásticas). En su opinión, los énfasis teológicos y metafísicos que habían dominado la educación chilena desde la independencia de España habían hecho más bien poco para unificar al país en torno a un núcleo de creencias compartidas. A su juicio, y por contraste la Religión de la Humanidad planteada por el último Comte (y abrazada por sus connacionales, los hermanos Juan Enrique Lagarrigue, Jorge Lagarrigue y Luis Lagarrigue), este papel podía ser cumplido por las ciencias. Letelier creía que el instrumento para alcanzar esta etapa superior fue la lógica, que introdujo con éxito en el plan educativo de 1893, a expensas de la ética y la teodicea.[48]​En esta misma línea, Juan Serapio Lois, quien más tarde sería reconocido como el padre de la psicología científica en Chile,[49]​publicaría los Elementos de filosofía positiva (1887), el tratamiento más completo de la lógica desde una perspectiva comtiana, en la que se aplica el análisis lógico a la metodología de múltiples ciencias. En suma, Lois fundaría en Copiapó la Sociedad Escuela Augusto Comte y en ella nacería el periódico de divulgación El Positivista. Los hermanos Lagarrigue fundarían 1892 la Sociedad Positivista de Chile (el cual cerraría sus puertas en 1949).[50]

La filosofía desarrollada al calor del ideario positivista adquirió un carácter filo-científico, con un énfasis especial en la psicología experimental en aras de comprender adecuadamente el origen de las ideas y las bases de las acciones humanas. Su mayor mérito histórico fue ayudar a consolidar el estudio de la filosofía tanto en el nivel superior, mediante la fundación en 1889 del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, teniendo a Barros Arana y Letelier como figuras fundacionales, como a nivel de la enseñanza media, pasando a ser una asignatura de estudio obligatorio. Aunque fue menos influyente, en paralelo a esta vertiente científica del positivismo podemos encontrar una versión "mistificada" del mismo, encarnada por los hermanos Lagarrigue y su adscripción a la Religión de la Humanidad. Si bien esta postura sobrevivió hasta las década de 1940, su influencia fue escasa en el campo de la filosofía.[51]​ A nivel político, no obstante, destacó por su alineamiento con la administración de José Manuel Balmaceda, un gobierno marcado por el conflicto y el cariz autoritario. Así como ocurrió en Francia con el apoyo de Comte a Luis Bonaparte, el positivismo à la Lagarrigue llegó a asociarse con el autoritarismo, situación que llevaría a su descredito y decadencia.

Periodo antipositivista

Cerrando el siglo XIX, la filosofía chilena mostraría poco a poco reticencia hacia el positivismo. Ejemplo de ello fue la figura de Jenaro Abasolo, considerado el filósofo más importante del siglo XIX chileno,[52]​quien publicó en Bruselas su obra Personnalité (1877), obra de corte antipositivista (próxima al idealismo alemán) en la que expone y comenta parte del pensamiento de Gottfried Leibniz, Immanuel Kant y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, así como su comprensión ética y teológica.[53]

Enrique Molina Garmendia en 1915.

Propiamente tal, la revuelta filosófica contra el positivismo en Chile sería liderada por el educador y filósofo Enrique Molina Garmendia, siendo este un estudiante egresado del Instituto Pedagógico, institución de clara inspiración positivista. A inicios del siglo XX, Molina encontró el estudio de la filosofía académica estancado, viendo como un lastre intelectual el énfasis en la ciencia que esta mantenía.[54]​Luego de un breve periodo de afabilidad hacia el proyecto positivista, y después de encontrarse con el trabajo del filósofo estadounidense William James y del filósofo francés Henri Bergson, este abrazó la idea de establecer la metafísica como la filosofía primera. A su juicio, y siendo esta la tónica que marcaría la filosofía de la técnica en el siglo XX,[55]​el criterio positivista de "progreso" se vio reducido al mero avance tecnológico. En De lo espiritual en la vida humana (1937), argumenta que la ciencia y la tecnología no han resultado ser de ayuda a la hora de promover la felicidad humana, y es en razón de ello que Molina reivindicó un énfasis en el desarrollo de la vida espiritual como meta teórico-práctica de la filosofía, apelando a valores ajenos a los de la dimensión estrictamente material. En lo que respecta a consecuencias políticas, la tesis de Molina entroncaba con el rechazo de los sectores conservadores y liberales hacia el marxismo, el cual se encontraba en pleno florecimiento nacional durante la primera mitad del siglo XX,[56]​siendo visto como una propuesta filosófica cuya inclinación materialista colaboraba con el desencantamiento del mundo y la deshumanización de los individuos:[57]

En el Chile de las décadas centrales del siglo XX, el marxismo había hecho importantes incursiones en el país, y Molina formó parte de una generación de filósofos alarmados por la amenaza que representaba la ideología marxista. Su respuesta fue la promoción de ideas filosóficas que situaban la metafísica en la cima de una jerarquía de campos. Se propuso entonces reorientar el estudio de la filosofía en el país a través de sus escritos y actividades institucionales, incluido el rectorado de la Universidad de Concepción, que fundó en 1919.
Iván Jaksić

Esta línea de argumentación conseguiría generar resonancia tanto en pensadores católicos como Clarence Finlayson, en obras tales como Intuición del ser o experiencia metafísica (1938), Mundo y Dios (1940) y Dios y la filosofía (1945); como en intelectuales seculares, como fue el caso de Jorge Millas, cuya Idea de la individualidad (1943) esta depurada del discurso positivista y centra su atención es establecer la noción de libertad individual como eje del quehacer filosófico e instancia superior inalienable de la vida humana.

Francisco Romero fue de las voces más importantes dentro de las discusiones metafilosóficas en América Latina, siendo quien acuñó el término normalidad filosófica para referirse a cómo las técnicas y métodos de la academia configuraban el propio quehacer filosófico en la región y expresan una determinada fase de madurez de la misma.

Estos nuevos aires tuvieron su correlato institucional, expresado en la paulatina incorporación a los planes de estudio de filosofía de nuevos autores y nuevas escuelas de pensamiento, como la fenomenología,[58]​el existencialismo[59]​y el neotomismo.[60]​En 1922, por iniciativa de monseñor Alfredo Silva Santiago, se comienza a impartir un curso superior de Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Chile. A partir de este hito, se sucederían varias instancias fundacionales: la fundación de la Academia de Filosofía (1923), así como de la Facultad de Filosofía (1924), y la creación de la Escuela de Pedagogía dentro de la Facultad de Filosofía y Letras (1943), que posteriormente se pasará a llamar Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación; ofreciendo cursos sobre ontología, teodicea y ética.[61][62][63]​En 1929 se crea un Centro de Estudios Filosóficos en la Universidad de Chile, un proyecto impulsado por Pedro León Loyola, y en 1935 introduciría el Curso especial para la formación de Profesores de Filosofía en el Instituto Pedagógico.[64]​La filosofía también se comenzó a enseñar en la Universidad de Concepción desde 1958, con cursos sobre epistemología, metafísica y estética.[65][66]​El aumento de la actividad filosófica se tradujo en la creación de la Sociedad Chilena de Filosofía en 1948, y el lanzamiento de la Revista de Filosofía al año siguiente.[67]​Durante la década de 1940 tomaron lugar la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, eventos históricos que llevaron a que muchos intelectuales, entre ellos filósofos, tomaran rumbo a Chile en calidad de refugiados, espesando aún más la creciente variedad de preocupaciones filosóficas.[68][69]

El periodo antipositivista en Chile sirvió para la instauración de un modo de practicar la filosófica en tanto que labor de dependencia institucional, un esfuerzo académico altamente especializado, en el que elementos externos como los compromisos políticos no tienen cabida salvo marginalmente. Se entró en la fase que el filósofo argentino Francisco Romero denominó normalidad filosófica, caracterizado por establecer como meta vital de los filósofos la obtención de cargos académicos de nivel universitario, aparecer en publicaciones en revistas especializadas, participar en conferencias y congresos nacionales y/o internacionales, pasar por períodos de enseñanza en instituciones extranjeras y establecer una fuerte división entre el quehacer filosófico de las preocupaciones sociales y políticas.[70][71]

Periodo de profesionalización de la filosofía

El modelo filosófico institucional establecido como reacción al positivismo floreció en la década de 1950, como resultado de las actividades de la Sociedad Chilena de Filosofía, la publicación regular de la Revista de Filosofía (siendo hasta el presente el principal órgano de difusión de los más importantes filósofos chilenos) y la internacionalización de la comunidad filosófica.[72]​La Sociedad fue reconocida por la Inter-American Federation of Philosophical Societies, el Institut International de Philosophie y la Fedération International des Sociétés de Philosophie.[73]​Por estos años, gran contingente de profesores extranjeros se encontraba enseñando regularmente en los principales departamentos de filosofía del país, como Johann Rüsh, Ernesto Grassi, José Ferrater Mora, Bogumił Jasinowski, Francisco Soler y Gerold Stahl;[74][75]​y entre el 8 al 15 de julio de 1956 tomaría lugar en Santiago el primer congreso internacional de la Sociedad Interamericana de Filosofía (siendo este el cuarto de los congresos interamericanos).[76]

Entre los participantes de la primera comisión del Congreso, cabe destacar al presencia de importantes figuras de fama internacional, como Quine o Bunge.

Este evento contaría con la presencia de señeros intelectuales nacionales e internacionales como Eugenio Puciarelli, Miguel Reale, Manfredo Kempff, Juan Adolfo Vázquez, Cornelius Krusé, Eduardo Nicol, Carlos Astrada, José Echeverría, Juan Llambías de Azevedo, Alberto Wagner de Reyna, Risieri Frondizi, Juan Adolfo Vásquez, Leopoldo Zea, Ugo Spirito, Pedro Aja y Jorge, Cornelio Fabro, Honorio Delgado, Francisco Romero, Bruno Piccioni, Luis Fuentealba, Gherard Funke, Rodolfo Aggoglia, Francisco Maffei, Karl Heinz Volkmann Schluck,Tulio Lagos, Julio Jiménez, Pedro Zuleta, Roberto Torretti, Francisco Ayala, Domingo Marrero, Osvaldo Robles, Ladislao Tarnoi, Joao Cruz Costa, César Guardia Mayorga, Agustín Álvarez Villablanca, Cástor Narvarte, Manuel Granell, Augusto Salazar Bondy, Herman Leo Van Breda, Humberto Piñera Llera, Luis Recasens, Octavio Derisi, Nelly Festini, Eduardo García Máynez, Augusto Pescador, Máximo Pacheco, Carlos Cossio, José Gaos y José Ferrater Mora, entre otros. Para esta instancia se designó una comisión especial integrada por los profesores Jorge Millas, Luis Oyarzún, Eduardo Rosales, Mario Ciudad, Félix Schwartzmann, Armando Roa, Juan de Dios Vial Larraín, Humberto Díaz Casanueva, Fernando Durán, Santiago Vidal y José M. Valenzuela. Gracias a esta jornada, la comunidad filosófica chilena consiguió reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional.[77][78]​Llaman especialmente la atención las destacables presentaciones circunscritas a los campos de la lógica, la filosofía de la ciencia y la teoría del conocimiento, pues será a mediados del siglo XX que la llamada filosofía analítica irrumpiría en el panorama filosófico chileno.[79]​Entre los ponentes se encontraban Willard Van Orman Quine, Henry Margenau, Bogumił Jasinowski, Félix Schwartzmann, Gerold Stahl, Euryalo Cannabrava, Mario Bunge, Juan Rivano, Francisco Miró-Quesada Rada y Juan David García Bacca. Ese mismo año, el 31 de agosto, se fundaría en Santiago la Asociación Chilena de Lógica y Filosofía de las Ciencias.[80]

Los filósofos de esta generación abrazaron los altos estándares internacionales y el quehacer filosófico académicamente reconocido. Poco a poco, estos agentes comenzaron a destinar sus esfuerzos a la enseñanza y/o crítica de la filosofía europea e iberoamericana. Así mismo, dan inicio los primeros intentos serios por realizar reconstrucciones historiográficas de la disciplina realizada localmente. Además de figuras consagradas como la de Jorge Millas, este periodo vio nuevos nombres aparecer y cimentarse dentro del imaginario de la comunidad filosófica chilena: Félix Schwartzmann, Manuel Atria, Marco Antonio Allendes, Humberto Giannini, Carla Cordua, Roberto Torretti, Patricio Marchant, Juan de Dios Vial Larraín, Gastón Gómez Lasa, Carlos Ossandón Buljevic, José Echeverría y Juan Rivano, entre otros. En 1964, con Carla Cordua y Roberto Torretti como principales agentes instigadores, se fundó el Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, con motivo de incentivar la formación humanista de los estudiantes de ingeniería, el cual resultaría fundamental en la difusión del pensamiento filosófico, especialmente en el área de la filosofía contemporánea (en funcionamiento hasta 2004).[81]

Sin embargo, no todos se hallaron conformes en concebir al modelo profesional como el único posible o, incluso, el más apropiado para las necesidades existentes en el país. El encerramiento y la endogamia académica podían traer consigo graves consecuencias, y estas fueron ampliamente discutidas. Algunos provenían de diversos antecedentes disciplinarios o intereses (Schwartzmann era sociólogo, Atria estudió ingeniería, Giannini fue marino antes de introducirse a la filosofía, etc.), lo que los volvió escépticos de un modelo de actividad filosófica que parecía estar casi omnímodamente subordinado a las corrientes de pensamiento internacionales (principalmente europeas), corriéndose el riesgo de caer en la irrelevancia de cara a las necesidades del país:[82]

Con esto no queremos decir (muy necio sería) que se deba prescindir del poderoso y decisivo impacto que ha tenido y que sigue teniendo la filosofía europea entre nosotros, lo que criticamos es su uso exclusivo y la no atención de los elementos propios, de los esfuerzos particulares que se han hecho, del ciclo específico de generaciones que se ha dada en Iberoamérica, determinando en cierta medida el desenvolvimiento y los caracteres de nuestra filosofía.
Carlos Ossandón Buljevic

Particular es el caso de Juan Rivano, quien realizó una crítica devastadora de los niveles de abstracción que se manejaban dentro de comunidad filosófica, muchos de ellos siendo mera sofística a la que no se le debía ningún respeto,[83]​llegando a cuestionar rudamente la distancia de sus colegas de las preocupaciones de la nación. Siendo matemático y lógico de formación, cuestionó la falta de consistencia y el uso laxo del aparato conceptual de la disciplina entre sus pares. Tempranamente fue un importante difusor de la obra de intelectuales neohegelianos británicos como Francis Herbert Bradley y Harold Henry Joachim,[84][85][86]​pero pronto pasó al estudio de Hegel y Karl Marx en obras como Entre Hegel y Marx (1962), Desde la religión al humanismo (1965), Enajenación, una clave para comprender el marxismo (1969) o Introducción al pensamiento dialéctico (1972). Rivano defendería una filosofía situada y contextualmente comprometida, que fuera crítica de las condiciones sociales y económicas y que atendiera a los complejos acontecimientos que tenían lugar en Chile y América Latina. Este, así como tantos otros filósofos latinoamericanos (Zea, Romero, Cerutti), entrevió los riesgos que acarreó el academicismo y el ideal de filósofo que pregonaba:[87]

No es difícil sospechar que desde esta visión se cristalizó la imagen contemporánea del filósofo como un sujeto de una seriedad sublime, que se enfrenta al problema más mínimo desde una perspectiva profunda y rigurosa, incluso superior, pero siempre seria. Lejos queda la visión del pensador que puede gozar con y desde el trabajo filosófico, o pensar desde el ocio, desde la creatividad y, por qué no decirlo, desde el riesgo y el atrevimiento, lo que no implica, bajo ningún punto de vista, la negación ni de la disciplina, ni la rigurosidad.
Stefan Vrsalovic Muñoz

La grueso de la comunidad filosófica rechazó las afirmaciones de Rivano. Se reforzaron los fundamentos del profesionalismo filosófico, aumentando la distancia entre el trabajo de los profesionales al interior de las universidades de las demandas de la sociedad en general.[88]​Todo esto toma lugar en un Chile convulsionado políticamente: "La rápida expansión del electorado, el surgimiento de fuertes partidos de izquierda y la expansión de las matrículas de educación superior introdujeron presiones para la reforma universitaria a las que los defensores del profesionalismo filosófico se resistieron".[89]

La fenomenología fue otra de las grandes corrientes filosóficas que se asentaron en Chile durante el siglo XX. Resulta meritorio el trabajo realizado por Raúl Velozo, eminente traductor e intérprete de Edmund Husserl cuyos textos han aparecido en la serie Husserliana Dokumente,[90]​y el caso de Jorge Eduardo Rivera, reconocido internacionalmente por su traducción de Ser y tiempo de Martin Heidegger,[91]​contando además con multitud de textos en los que se ahonda en el pensamiento de Heidegger (ya fuese en solitario o en diálogo con otros pensadores de la tradición, como Hans-Georg Gadamer o Xavier Zubiri).

En términos de escuelas filosóficas, continuaron abordándose temas fenomenológicos, con particular atención a los trabajos de Edmund Husserl y Martin Heidegger, cuya recepción histórico-filológica pasó por las manos de Raúl Velozo Farías, Jorge Eduardo Rivera, Carla Cordua y Luis Flores.[92]​En paralelo, la investigación y crítica de la modernidad (y su relación con la posmodernidad) fue un tema dominante en el ideario filosófico de esta generación.[93][94]

La voz cantante dentro del campo profesionalista la llevó Jorge Millas quien, deudor del elitismo intelectual y cultural de José Ortega y Gasset,[95]​fue un fuerte crítico de la sociedad de masas, reiterando la afirmación de que la espiritualidad ocupaba un lugar más alto que el materialismo (siendo su avatar filosófico en ese momento el marxismo) en la práctica filosófica.[96][97][98]​Lo que marcó filosófica y universitariamente la década de 1960 fue su resistencias a las presiones de la sociedad de masas. Así como Millas, intelectuales como Félix Martínez Bonati y Juan de Dios Vial Larraín secundaron esta posición, enfatizando el papel de la universidad en la formación de una élite intelectual al calor de los objetivos sublimes de la filosofía. Y como marca de este periodo, el quehacer filosófico y el debate político eran instancias lógicamente diferenciables, pero agencialmente imbricadas y conjugadas:[99]

Estos debates sobre la naturaleza de la enseñanza superior y la responsabilidad de los filósofos se fusionaron con la competición política dentro de las universidades más importantes del país. Los filósofos que se declaraban apolíticos o que se oponían a la invasión de la política en los campus universitarios se convirtieron paradójicamente en parte de debates abiertamente políticos. En la segunda mitad de la década de 1960 se introdujeron importantes reformas universitarias, pero los debates sobre la naturaleza de la enseñanza superior y los objetivos de la filosofía no disminuyeron.
Iván Jaksić

Para finales de la década de 1960, el nivel de producción filosófica en chile se encontraba con números rojos, situación que se mantendría durante los años de gobierno del presidente Salvador Allende, con una publicación mínima de textos de filosofía. Jorge Millas fue de los pocos filósofos que logró hacer pública una gran obra durante estos años conflictivos, en concreto, Idea de la filosofía (en dos volúmenes), publicada en 1970. La Revista de Filosofía dejó de publicarse ese mismo año. La convulsión social alcanzó con rudeza las universidades, viéndose las clases interrumpidas con frecuencia, mientras que la comunidad filosófica alcanzó grados de división insalvables. La como resultado de la agitación política y las disputas sobre los objetivos de la universidad.[100]

Periodo dictatorial

En 1973 tomaría lugar en Chile un golpe de Estado, acción militar llevada a cabo por las Fuerzas Armadas de Chile y encabezada por el general Augusto Pinochet, del cual emergería un régimen dictatorial militar establecido en el país entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990, durando 16 años y medio, el que una Junta Militar de Gobierno asumiría el poder fáctico de la nación.

Firmas de los integrantes de la Junta Militar en el Libro blanco del cambio de gobierno en Chile.

El objetivo programático de la Junta Militar era, supuestamente, restablecer el orden social tras los caóticos años del gobierno de Allende. Sin embargo, resultaron evidentes sus pretensiones de transformar la realidad política del país, mediante acciones autoritarias como la clausura del Congreso, la prohibiendo de partidos políticos, especialmente los de izquierda y, máximamente, la elaboración de una nueva carta magna: la Constitución Chilena de 1980, ratificada mediante un plebiscito sin registros electorales.[101][102]

En el plano universitario, el intervencionismo militar revirtió años de autonomía, gestionando directamente la administración de las principales universidades del país: "nombró rectores a militares en servicio activo, cerró varias escuelas y facultades y depuró a académicos y estudiantes considerados disidentes o potenciales opositores".[103]​Durante el proceso, la Junta Militar no actuó sólo a base de efectivos de sus respectivas ramas, existiendo un importante número de colaboradores civiles, particularmente de los sectores más conservadores y próximos a la derecha chilena; siendo su discurso apologético tras todas las acciones cometidas la lucha patriótica contra el marxismo y el freno de su avance en la nación:[104]

El marxismo es el desorden de la humanidad vestido con ropajes de justicia. Pero son los marxistas los que acusan al resto del mundo - empezando por la Iglesia Católica - de favorecer la injusticia.

El partido comunista, que es quien realiza el marxismo, es el que despoja al hombre de toda propiedad privada. Pero es él quien acusa de ladrones, a todos los que viven bajo el sistema capitalista. Son los soviéticos los que invaden territorios neutrales y los aplastan bajo su yugo. Pero acusan a Estados Unidos, de "haber pretendido" intervenir países soberanos.

Es el partido comunista el que ordena la violencia para derrocar los Estados que viven en libertad. Pero es él mismo el que impone el Estado más tiránico del orbe.

Los verdaderos derechos humanos, son todos violados por los gobiernos comunistas. Pero son ellos los que reclaman falsos derechos para quienes viven bajo otros regímenes. Son los comunistas los que instalaron sus armas nucleares apuntando al mundo libre. Pero ellos acusan a occidente de poner la paz en peligro.

Chile vivió tres años en los umbrales del comunismo, pero Dios permitió que nos liberáramos.
María Ferrada Cáceres

Sin duda, El Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile fue el más afectado entre los departamentos de filosofía del país. Rivano fue arrestado, permaneciendo como prisionero en el campo de concentración de Puchuncaví, para luego ser enviado al exilio,[105][106]​mientras que figuras no tan públicas como Edison Otero fueron destituidos sin cargos.[107]​Entre 1973-1976, los militares pusieron a la Universidad de Chile bajo su tutela, delegando el rectorado a figuras de confianza. El régimen necesitaba transformar y someter a la universidad chilena, por lo que usaron a la Universidad de Chile como podio para transmitir y legitimar su proyecto refundacional.[108]​Esto quedo transparentado tras el discurso que el rector delegado por la Junta Militar, el General de Brigada Aérea Agustín Rodríguez Pulgar, dio ante la televisión durante la celebración del 132° aniversario de la Universidad de Chile, en noviembre de 1974:[109]

Estamos ahora atravesando la importante etapa de reconstrucción moral y material del país y de nuestra institución. Hemos debido limpiar el terreno de sus ruinas para reedificar nuestra Universidad sobre sólidos cimientos que felizmente no fueron alcanzados, gracias a la resistencia heroica y tenaz de ustedes, a la presión avasalladora de la inmensa mayoría de los chilenos contra el marxismo, y a la oportuna y eficaz intervención de nuestras Fuerza Armadas.
Agustín Rodríguez Pulgar

Una vez ocurrida la depuración de la plantilla de profesores críticos del régimen militar de las universidades, parecería obvio que la Junta Militar buscaría como aliados a los profesionalistas. Pero en lugar de confiar en aquellos que se habían opuesto a la reforma universitaria, decidieron colocar a filósofos desconocidos y simpatizantes en los puestos académicos y administrativos. Poco a poco, el bando profesionalista se fue distanciando del régimen, llegando en algunos casos a ser directamente opositores. Millas es ejemplo de esto último. Originalmente fue optimista con respecto a los militares, confiando en que estos respetarían la autonomía de la educación superior. Para 1976, no obstante, el panorama resultaba de plano desolador e ineludible, con una universidad chilena servil a los poderes fácticos de la Junta Militar. Millas atacó la intervención universitaria y su condición tutelada, convertida esta en una institución "bajo vigilancia".[110]​ Progresivamente fue cediendo mayor atención al estudio filosófico de la violencia y su ejercicio, preocupación que quedó patente en su texto La violencia y sus máscaras: dos ensayos de filosofía (1978), escrito junto con Edison Otero, siendo la reimpresión de su ensayo aparecido en la revista Dilemas en 1976 bajo el título “Las Máscaras Filosóficas de la Violencia”; colaboración que supondría un acercamiento entre profesionalistas y críticos. Blanco de censura y ostracismo, en 1975 Millas renunció públicamente a sus clases de Filosofía del Derecho en la Universidad de Chile, partiendo a la Universidad Austral de Chile, situada en Valdivia, donde tempranamente fue bien acogido, llegando a ejercer como decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Sin embargo y tras una continuada persecución, en 1981 terminaría renunciando por motivos políticos. Vetado socialmente y victima de la enfermedad, moriría a los 65 años en 1982.[111]​La vida agónica que Millas llevó hasta el final de sus días lo consagrarían como uno de los más importantes defensores de la universidad y un mártir de la filosofía chilena:[112]

Desde su muerte en 1982, y con decidida fuerza en los últimos años, diversos intelectuales han puesto de relieve la labor intelectual y política de Jorge Millas durante la dictadura militar. En esta labor se ha destacado, entre otros hechos, su participación en la primera Comisión de Derechos Humanos en 1978. También su intervención oral, junto al ex presidente Eduardo Frei Montalva, en el Teatro Caupolicán de Santiago, en vísperas del plebiscito a la Constitución en 1980. Junto con ello, se ha señalado –acaso como su gesto de mayor fuerza o repercusión– su defensa de las universidades frente a la intervención cívico-militar, y su crítica al proyecto de hacer de las mismas entidades competitivas en clave mercado. Éstos y otros sucesos, han llevado a presentar a Millas como uno de los principales intelectuales críticos de la dictadura.
Cristóbal Friz

Por contraposición a Millas, la mayoría de filósofos que aún permanecían en el país y con presencia en las universidades adoptaron un perfil más discreto, aunque esporádicamente dejaban entrever su descontento con el régimen, expresada muchas veces de forma críptica para guardarse las espaldas. El balance del período es mayormente negativo para los filósofos involucrados, con excepción de aquellos que se vieron agasajados durante el gobierno militar e incluso con posterioridad a su término. Un hecho que no se puede dejar de mencionar es que, tras vivir los años de dictadura, aquellos filósofos que se mostraban hostiles a la política y su conexión con el quehacer filosófico abrazaron plenamente el valor de la democracia, rompiendo así con la división fuerte que se hacía de estos dos polos y que caracterizó los fundamentos del campo en el siglo XX.[113]​El clima hostil presente en la universidades durante este periodo llevó a muchos a buscar formas de practicar la filosofía al margen de dichas instituciones, emigrando a centros de investigación independientes, como el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea, el Centro de Estudios Públicos o la Corporación de Estudios para Latinoamérica, entre otros; conectando la filosofía con otras disciplinas y espacios de discusión y reflexión.

Otra consecuencia que tuvo la dictadura fue la fuga de cerebros, habiendo un alto número de filósofos que se mudaron al extranjero ya fuera por propia voluntad, como Roberto Torretti y Carla Cordua (radicándose en Puerto Rico), o debido a la persecución política como en el caso de Juan Rivano y Renato Cristi. Asimismo, hubo gran cantidad de filósofos que se formaron en el extranjero (particularmente universidades europeas y americanas), quienes tendrían un impacto posterior clave en el quehacer filosófico nacional. Sería el plebiscito de 1988 el punto de inflexión que desencadenó el final de este periodo, con la transición a la democracia, cuyo clímax se alcanzó durante las elecciones presidenciales de 1989 y la inauguración del gobierno de Patricio Aylwin en 1990.[114]

Periodo posdictatorial y actualidad

Por la proximidad temporal, resulta en extremo difícil realizar un estudio sistemático de la práctica filosófica de los últimos años, especialmente en lo que refiere a la importancia y trascendencia de determinados textos y/o autores. Por lo pronto, y desde la vuelta de la democracia en 1990, la filosofía en Chile se ha enfrentado a numerosos desafíos: nuevas prioridades nacionales, por motivos tanto endógenos y exógenos al propio país, en materia de derechos,[115][116][117][118][119][120][121]​crecimiento económico,[122][123][124]​reformas constitucionales,[125][126][127][128]​o la defensa de su legitimidad institucional,[129][130][131]​la fragmentación del campo debido a la proliferación de nuevas universidades privadas y un intento infructuoso del Consejo Nacional de Educación de eliminar en 2018 la filosofía del plan de estudios de la escuela secundaria.[132][133][134]

Integrantes de la generación filosófica anterior como Roberto Torretti, Carla Cordua, Renato Cristi y Marcos García de la Huerta han continuado publicando un importante número de obras originales desde 1990 hasta el presente, además de buena cantidad de traducciones de obras clásicas y contemporáneas. Asimismo, tomaron lugar durante estos años las publicaciones de obras póstumas de Jorge Millas,[135]​Juan Rivano[136][137]​y Humberto Giannini.[138]​Hasta su muerte en 2017, Jorge Eduardo Rivera permaneció como uno de los especialistas hispanos más importantes en Heidegger.[139][140][141][142]

En el ámbito artístico, Pablo Oyarzún ha hecho sustantivas contribuciones a la estética y la crítica literaria en obras como De lenguaje, historia y poder. Nueve ensayos sobre filosofía contemporánea (1999), Entre Celan y Heidegger (2013), Arte, Visualidad e Historia (2015) y Baudelaire: La Modernidad y el Destino del Poema (2016). En este mismo campo se ha destacado recientemente Andrés Claro, cuya investigación ahonda en las dimensiones poéticas del lenguaje, en obras como La Inquisición y la Cábala. Un capítulo de la diferencia entre ontología y exilio (2009), Las vasijas quebradas (2012) y Tiempos sin fin (2018). También resulta meritoria la obra de José Solís Opazo, La derrota de lo cotidiano. Elementos para una ontología política del diseño contemporáneo (2013), una de las pocas obras sistemáticas en materia de filosofía del diseño disponibles en habla hispana,[143][144]​además de tener escritos estrictamente dedicados a la teoría arquitectónica, como Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro. Ensayos de teoría de la arquitectura (2017).

En lo que a filosofía de las ciencias respecta, un enorme número filósofos han realizado estudios de posgrado en el extranjero, para luego integrarse a los planteles de las universidades chilenas. Algunos de estos filósofos son Eduardo Fermandois (filosofía del lenguaje, metafilosofía),[145][146]Wilfredo Quezada (lógica, filosofía de las matemáticas),[147][148][149]Andrés Bobenrieth (lógica paraconsistente, pluralismo lógico, filosofía del derecho),[150][151]José Tomás Alvarado (metafísica, debate realismo/antirrealismo, causalidad),[152][153][154][155][156]Claudia Muñoz (filosofía de la mente),[157]​Francisco Pereira (filosofía de la percepción, conciencia),[158][159][160]Pablo López-Silva (filosofía de la mente, filosofía de la psiquiatría),[161][162][163]Leónidas Montes (filosofía de la economía),[164][165]Diana Aurenque Stephan (filosofía de la medicina)[166][167][168]​y Marcelo Díaz Soto (filosofía de la mente, ciencias cognitivas y epistemología).[169][170][171][172]​El creciente interés en la filosofía de las ciencias, la filosofía del lenguaje y la gnoseología entre intelectuales chilenos se refleja en la organización de encuentros filosóficos multitudinarios como lo son las Jornadas Rolando Chuaqui Kettlun y el Coloquio Lenguaje y Cognición.[173]

Véase también

Enlaces externos

Referencias

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