Abderramán III

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Abderramán III
Emir de Córdoba
Califa de Córdoba
Archivo:AbderramanIII.jpg
Grabado del siglo XIX de Abderramán III
Emir de Córdoba
16 de octubre de 912[1]​-16 de enero de 929
Predecesor Abd Alláh
Sucesor Proclamación del Califato
Califa de Córdoba
16 de enero de 929-15 de octubre de 961
Predecesor Él mismo, como Emir de Córdoba
Sucesor Alhakén II
Información personal
Nombre completo Abd ar-Rahman ibn Muhammad al-Nāṣir li-dīn Allah
الناصر لدين الله عبد الرحمن بن محمد
Nacimiento 7 de enero de 891[2]
Córdoba
Fallecimiento 15 de octubre de 961 (70 años)
Medina Azahara (Córdoba)
Sepultura Rawda del Alcázar de Córdoba
Familia
Casa real Dinastía Omeya
Dinastía Íñiga
Consorte
  • Fatima al-Qurasiyya
  • Maryam, Maryana o Muryana.
  • Mustaq
  • La hermana de Nayda ibn Hussein.
Hijos
  • Alhakén II
  • Abd ar-Rahman ibn Muhammad[nota 1]​ (en árabe: عبد الرحمن بن محمد) Córdoba (Qurduba), 7 de enero de 891[4][2]​-Medina Azahara, 15 de octubre de 961,[5][6]​ más conocido como Abderramán o Abd al-Rahman III, fue el octavo emir independiente (912-929) y primer califa omeya de Córdoba (929-961), con el sobrenombre de al-Nāir li-dīn Allah (الناصر لدين الله),[6]​ 'aquel que hace triunfar la religión de Dios' ('de Alá').

    El califa Abderramán vivió setenta años y reinó cincuenta.[7]​ Fundó la ciudad palatina de Medina Azahara, cuya fastuosidad aún es proverbial, y condujo al emirato cordobés de su nadir al esplendor califal. De él dijo su cortesano Ibn Abd Rabbihi que «la unión del Estado rehízo, de él arrancó los velos de tinieblas. El reino que destrozado estaba reparó, firmes y seguras quedaron sus bases (…) Con su luz amaneció el país. Corrupción y desorden acabaron tras un tiempo en que la hipocresía dominaba, tras imperar rebeldes y contumaces». Bajo su mandato, Córdoba se convirtió en un verdadero faro de la civilización y la cultura, que la abadesa germana Hroswitha de Gandersheim llamó «Ornamento del Mundo» y «Perla de Occidente».

    La Crónica anónima de al-Nasir resume así su reinado:

    Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes.

    El periodo califal (929-961) fue el más brillante de su reinado: logró someter a las marcas fronterizas a su autoridad, derrotar en diversas ocasiones a los fatimíes en el Magreb —aunque no eliminar esta amenaza— y dominar a los Estados cristianos del norte de la península, a pesar de los descalabros militares, en especial la grave derrota en Simancas.[8]​ Si durante los veinte primeros años de su reinado mantuvo una intensa actividad militar, tras la derrota de Simancas no volvió a participar en persona en las campañas.[9]​ El califato, convertido en un importante Estado a finales del reinado de Abderramán, mantuvo relaciones diplomáticas con el Imperio bizantino y el Sacro Imperio Romano Germánico.[nota 2][8]

    Derrotado en la batalla de Simancas por Ramiro II de León (939), fue incapaz de reducir a los reinos cristianos del norte de España. A su muerte dejó por legado un poderoso califato forjado por la fuerza de las armas, uno de los Estados más poderosos del Occidente europeo, que, sin embargo, se derrumbó en poco más de medio siglo.

    Juventud

    El futuro emir Abderramán —en árabe, «siervo de Dios»—, tercero de su nombre, era nieto de Abd Allah,[6]​ séptimo emir independiente de Córdoba,[6]​ descendiente de los omeyas que antaño habían regido el Califato de Damasco (661-750) que había restaurado el poder de la familia en la península ibérica.[10]​ Era hijo de Muhammad, primogénito de Abd Allah, y de Muzna[2]​ o Muzayna (que significa lluvia o nube), una concubina cristiana probablemente de origen vascón[2]​ que pasó a ser considerada una umm walad o «madre de infante» por haber dado a su señor un hijo.[11][12]​ Una de sus abuelas, Onneca —compañera de Abd Allah—, era también de origen vascón, pues era hija de un caudillo pamplonés, Fortún Garcés.[13][14][2]​ Así, su origen era principalmente hispanovasco y solo en una cuarta parte árabe.[14]​ Abderramán nació el 7 de enero del 891.[10][12]​ Se convirtió pronto en el nieto favorito de su abuelo el emir.[10][15]

    El nieto del emir cordobés recibió el nombre de Abderramán y la kunya de Abul-Mutarrif, los mismos que tuvieron su tatarabuelo Abderramán II y el fundador del emirato omeya en al-Andalus, Abderramán I.[3]​ El nombre Abd al-Rahman significa «el siervo del Dios misericordioso», y Mutarrif quiere decir, entre otras cosas, «el combatiente o héroe que ataca valientemente a los enemigos y los rechaza», en suma «caballero noble», «distinguido» y «campeón». La kunya Abul-Mutarrif, impuesta a un niño que recibía intencionadamente el nombre de Abd al-Rahman, podría entenderse como una esperanza de que fuera un campeón al servicio de Alá y restaurara el poder de la declinante dinastía omeya.

    Veinte días después del feliz nacimiento de Abderramán,[2]​ el infante Muhammad murió asesinado a manos de su propio hermano, Al-Mutarrif.[10][3]​ Al parecer, el emir había escogido a Muhammad como heredero por sus méritos pero, sospechando que conspiraba contra él confabulado con el rebelde Omar ibn Hafsún, lo mandó encerrar.[3][16]​ Poco antes o poco después de su liberación, Abd Allah permitió que Mutarrif asesinase a golpes a Muhammad,[16]​ muerte que justificó por la rebeldía de este.[3]​ En el 895 y tras varios años como persona de confianza de Abd Allah, Mutarrif corrió la misma suerte: sospechoso de traición a ojos del emir, fue asesinado.[3][15]

    En cualquier caso, la primera infancia de Abderramán III debió de transcurrir en el harén de su abuelo el emir Abd Allah conviviendo con su madre y sus tíos menores de edad, con las esposas y concubinas de su abuelo y con un buen número de servidores, esclavas, amas de cría, comadronas y eunucos.[17]​ Al frente del harén en un momento determinado estaba su tía, llamada al-Sayyida, es decir, la Señora. Era hermana uterina del infante Mutarrif, el asesino de su padre. Se encargó esta infanta de la crianza y educación de éste; lo trató con bastante rigor, y llegó a maltratarlo.[nota 3]​ En todo caso, Abderramán llevó una juventud silenciosa, entregado a los estudios.[1]​ Al ascender al trono, su experiencia militar y administrativa era prácticamente nula.[1]

    Características de Abderramán y vida familiar

    Físicamente se lo describió como atractivo, de piel blanca, pelo rubio rojizo y ojos azules oscuros,[14]​ corpulento y relativamente bajo —tenía las piernas cortas—.[10][12][2]​ Se teñía[2]​ la barba de negro, para parecer más árabe.[12][14]​ De carácter cortés, benévolo y generoso,[2]​ inteligente y perspicaz,[2]​ con intensos escrúpulos morales, se lo tachó asimismo de inclinado a los placeres —en especial a la bebida— y dispuesto a usar de extrema crueldad para con sus enemigos.[18]

    Puntilloso en el recargado protocolo que percibía como esencial para la majestad de su cargo como califa era, por otra parte, llano en el trato cotidiano.[17][1]​ Era poco devoto, nada fanático y fue el omeya cordobés más tolerante en asuntos religiosos de todos los que ocuparon el cargo califal, lo que permitió que algunos cristianos y judíos desempeñasen destacados papeles durante su reinado.[17][1]​ Ambos grupos religiosos prosperaron durante su reinado y le fueron en general fieles.[1]

    Familia

    Tres fueron sus principales esposas: Maryan, esclava de origen cristiano, circunspecta, intrigante y madre del sucesor al trono Alhakén II; Fátima, libre e hija de un tío abuelo de Abderramán, y Mustad, su última favorita una vez fallecidas las dos primeras.[19]​ En las disputas entre Maryan y Fátima por el favor del califa, la primera se alzó con el triunfo y Abderramán acabó por abandonar a la segunda.[19]

    Fatima al-Qurasiyya era hija de su tío abuelo el emir al-Mundir;[20]​ debido a su rango llevaba el título de al-Sayyida al-Kubra, «la Gran Señora».[21]​ Fue la primera y única libre de entre sus esposas.[20]​ Su abuelo Abd Allah había sido su tutor, por lo que se supone que se conocían desde la infancia, pasada en común en el alcázar cordobés.[21]​ El casamiento se produjo cuando Abderramán fue nombrado emir.[21]

    Maryam, Maryan, Maryana o Muryana era cristiana y madre de[22]Alhakén II.[21][23]​ Se afirma que se ganó el puesto favorita del emir gracias a un ardidː compró a Fátima una noche con Abderramán y, a continuación, le contó a este cómo su esposa había aceptado dinero por permitir que la sustituyese.[21]​ Convertida en favorita de su señor, recibió grandes cantidades de dinero, que empleó en parte en obras piadosas —entre ellas, la construcción y mantenimiento de una mezquita—.[24]​ Manumitida al tener hijos con el emir, le dio cinco en total, dos mujeres y tres varones.[25]

    Mustaq fue la favorita del califa en los últimos años de su vida y le dio el último de sus hijos, al-Mughira —asesinado más tarde durante el ascenso al trono de Hisham II, del que se consideraba podía ser rival—.[26][25]

    Se conoce a otra mujer del emir, posible concubina, aunque no su nombre:[25]​ la hermana de Nayda ibn Hussein (un maula que llegó a jefe del ejército gracias al parentesco y a su habilidad),[27]​ de oficio lavandera,[27]​ a la que vio junto a un río; se la conoce con la kunya de Umm Qurays, «la Madre de Qurays», por ser la madre de los qurayshíes —miembros del clan de Mahoma, por serlo el padre, Abderramán—.[28]

    La célebre historia de la concubina al-Zahra, que presuntamente habría incitado al califa a fundar la ciudad de Madinat al-Zahra, parece pura leyenda creada muy posteriormente, para explicar la etimología de la ciudad residencial de Abderramán III.

    Abderramán tuvo en total dieciocho o diecinueve hijos varones y dieciséis hijas.[29]​ De los varones solo once o doce llegaron a adultos.[25]​ Los varones, por orden de nacimiento eran: su sucesor al-Hakam —heredero desde el 921—,[30]​ al-Mundir, Abd Allah, Ubayd Allah, Abd al-Yabbar, Sulayman, Abd al-Malik, Marwan, al-Asbag, al-Zubayr y al-Mughira. Cinco de ellos le sobrevivieron: el califa Alhakén II, con cuarenta y seis años, y los infantes Abd al-Aziz, al-Mundir, al-Asbag y al-Mughira. Este último tenía entonces unos diez años de edad. Los otros siete hijos murieron prematuramente. Entre sus hijas por lo menos le sobrevivió Hind, que recibió el sobrenombre de Ayuzal-Mulk «La Anciana del Reino», por su extraordinaria longevidad, pues murió cuarenta y nueve años después de la muerte de su padre. Tanto Hind como la infanta Wallada eran hermanas uterinas de Alhakén II. Otras dos hijas recibieron los nombres de Saniya y Salama. A imitación de su antepasado el emir Muhammad, no permitió que los hijos varones, a excepción del heredero y del benjamín, residiesen en el alcázar real pasada la infancia, para evitar las conspiraciones.[29]​ Al crecer, se los enviaba a lujosas residencias y se les concedían asignaciones para que pudiesen vivir opulentamente.[29]

    Alhakén aparece ya a los cuatro años designado como heredero —tras la muerte en el 915, el de su nacimiento, del primoǵenito Hisham—, y quedó en representación de su padre en el Alcázar cordobés cada vez que este salía de campaña en los primeros años de reinado; luego empezó a acompañarlo en sus expediciones militares.[30][23]​ A los doce años, llegó a estar al frente de las tropas, por orden paterna.[30]​ En el 941, se le nombró responsable de la recaudación, del Tesoro califal y de la acuñación de moneda.[30]​ La designación de Alhakén como heredero tuvo, sin embargo, penosas consecuencias personales para el joven.[23]​ Durante cuatro décadas, su padre lo obligó a vivir encerrado en el Alcázar y lo mantuvo alejado del trato con mujeres —corrían rumores sobre relaciones con efebos—.[30][23]​ Las fuentes vinculan este insólito trato al hecho de que fuera el heredero elegido por su padre para sucederlo.[23]​ Probablemente Abderramán sentía temor ante la posibilidad de que su hijo tuviera trato con mujeres ambiciosas y se formara una camarilla en torno suyo para destronarlo.[31]​ El cronista palatino al-Razi hace la siguiente referencia la desdichada existencia de Alhakén:[23]

    …a quien [su padre] no permitió salir del Alcázar ni un día, ni dicha ocasión de tornar mujer de más o menos edad, llevando al colmo una actitud celosa (…) que al-Hakam soportó con prudencia que le impusiera, aunque ello fue una carga que, al prolongarse el reinado de su padre, agotó los mejores días de su vida, privándole de los placeres íntimos de la vida por mor de la herencia interior del califato, que alcanzó en edad tardía y con escasos apetitos…
    Ibn Hayyan, Muqtabis V, ed. Zaragoza 1981, pp. 8 y 9

    El que Alhakén no tuviese hijos hasta muy entrado en años —ascendió al trono con cuarenta y ocho, aún sin vástagos— conllevó más tarde problemas políticos,[23]​ ya que su hijo Hisham, nacido en el 965, ascendió al trono siendo todavía un niño.[30][32]

    Abderramán mandó ejecutar a otro de sus hijos, hermano uterino del heredero Alhakén, Abd Allah, que gozaba de fama de virtuoso, piadoso y culto, acusado de rebelión contra el califa (en el 950 o 951).[33]​ La misma suerte corrieron los supuestos conspiradores, entre los que se contaba el eminente jurista Abu ibn 'Abd al-Barr.[33]​ El joven infante era hombre de saber, inteligente, noble de espíritu y piadoso.[33]​ Según Ibn Hazm había estudiado la doctrina jurídica shafi'i y no la malikí, vigente en al-Andalus, y precisa que fue condenado a muerte porque desaprobaba la mala conducta de su padre y sus acciones despóticas y contrarias a la justicia.[33]​ Parece ser que fue degollado durante la fiesta del sacrificio y, según algunas fuentes hostiles, que lo hizo el propio Abderramán.[34]

    El ascenso al poder

    Abderramán III accede al trono emiral:
    «Se sentó en el trono para recibir el juramento de fidelidad de los súbditos el jueves 1º del mencionado mes de rabi en el Maylis al-Kamil de Córdoba. Los primeros que le juraron fueron sus tíos paternos, hijos del imam Abd Allah, que eran: Aban, al-Así, Abderramán, Muhammad y Ahmad; los cuales vinieron a verle con mantos y túnicas exteriores blancas, en señal de luto. Siguieron a éstos los hermanos de su abuelo, que eran al-Así, Sulayman, Sa'id y Ahmad, de los cuales fue Ahmad el que tomó la palabra y el que, después de jurado, lo alabó diciendo: ¡Por Dios! Sabedor de lo que hacía te escogió Dios para gobernamos a todos, altos y bajos. Yo esperaba esto del favor que Dios nos concede y como prueba de que vela por nosotros. Lo que pido a Dios es que nos inspire la gratitud debida, nos complete sus beneficios y nos enseñe a alabarlo. Tras los miembros de la familia califal se fueron sucediendo los individuos y personajes notables de Qurays, uno por uno, más los mawlas. Luego lo hicieron los personajes más importantes entre los moradores de Córdoba: alfaquíes, gentes de relieve, magnates y miembros de las clases nobles.
    Terminó la ceremonia de la jura para las clases elevadas a la hora de la oración meridiana de ese día, en la que Aberramán, acompañado de los visires y de los altos funcionarios del Estado, dejó el trono para hacer la oración fúnebre por su abuelo e inhumarlo en su sepulcro de la Rawdat al-julafa de Córdoba».
    Una Crónica anónima de Abderramán al-Nasir. Ed. y trad. cits., pp. 91-93.

    Cuando el viejo emir Abd Allah murió a los setenta y dos años de edad,[nota 4]​ la sucesión tomó un cariz inédito, puesto que no recayó en ninguno de los hijos del difunto, sino en su nieto Abderramán.[6][1][36]​ A pesar de los temores de que los tíos de Abderramán pudiesen estorbar su ascenso al trono del emirato, la sucesión se produjo sin problemas el jueves 15 de octubre del 912, tras morir Abd Allah.[35][37][14][1]​ En una serie de ceremonias, tanto la corte como el pueblo juraron fidelidad al nuevo emir; los primeros en hacerlo fueron sus propios tíos, hermanos de su padre fallecido.[35][38]​ Aunque las fuentes presentan el hecho como algo normal, dada la preferencia del difunto emir por el hijo de su primogénito, el asunto debió de ser algo más complejo.[15]​ Ibn Hazm señala que el nuevo emir fue designado por una asamblea, aunque omite los detalles y algunos de sus tíos, que se sometieron sin reservas en un principio según las crónicas, pocos años después conspiraron para derrocarlo.[15]​ Es muy probable, por tanto, que en la designación de Abderramán como heredero desempeñaran un papel importante las intrigas palaciegas urdidas en torno al lecho del emir moribundo.[15]

    En cualquier caso, Abderramán III sucedió a su abuelo el 16 de octubre de 912[39][40][1]​ cuando tenía poco más de veintiún años.[6]​ Heredaba un emirato al borde de la disolución,[6][40]​ y su poder no iba mucho más allá de los arrabales de Córdoba.[41]​ Desde mediados del siglo ix, los conflictos políticos, sociales y entre los distintos grupos culturales minaban la unidad del emirato y la autoridad de los emires apenas cubría la capital y su región.[41]​ De inmediato, el mismo día de su entronización, Abderramán proclamó su intención de recuperar el prestigio y la autoridad perdida por los anteriores emires omeyas.[42][43]

    Retos de Abderramán

    El primer paso para recuperar el poder político en al-Ándalus era someter a las regiones que se habían convertido en cuasiindependientes de la autoridad del emir y en aplastar la larga rebelión de Omar ibn Hafsún.[42][43]​ Para ello, Abderramán puso en marcha casi inmediatamente una enérgica política de campañas militares y perdón a aquellos que se doblegaban sin resistencia.[44]​ Las amenazas para el emirato, sin embargo, eran tres:

    • La autonomía o cuasiindependencia de las marcas fronterizas y de otros territorios del emirato, que se regían por sí mismas ante la debilidad del poder cordobés.[45]​ A estas se unía la peligrosa y larga rebelión de Ibn Hafsún.[45]
    • La presencia en el Magreb de la dinastía rival, tanto en lo político como en lo religioso, fatimí.[45]
    • La amenaza de los Estados cristianos del norte de la península.[45]

    En el norte, el reino asturleonés continuaba la Reconquista, dominando ya la frontera del Duero[46]​ con el concurso de los mozárabes que habían huido del cruel dominio andalusí. En el sur, en Ifriqiya, los fatimíes habían proclamado un califato independiente, susceptible de atraer la lealtad de los muchos musulmanes justificadamente molestos con el yugo omeya. En el interior, por último, los muladíes descontentos continuaban siendo un peligro incesante para el emir cordobés, por más que alguno de los focos de rebeldía se hubieran ido debilitando. El más destacado de los rebeldes era Omar ibn Hafsún,[47]​ quien desde su inexpugnable fortaleza de Bobastro,[47]​ en la serranía de Ronda, controlaba gran parte de las coras de Takurunna, Istiyya, Rayyah, Ilbīrah y Jayyān.[48]

    Desde el primer momento, Abderramán mostró la firme decisión y una constante tenacidad para acabar con los rebeldes de al-Andalus, consolidar el poder central y restablecer el orden interno del emirato.[49]​ Para ello, una de las medidas que tomó fue introducir en la corte cordobesa a los saqalibah o eslavos, esclavos de origen europeo, con la intención de introducir un tercer grupo étnico y neutralizar así las continuas disputas que enfrentaban a sus súbditos de origen árabe con los de origen bereber.

    En un principio, mantuvo en sus cargos a los principales figuras de la administración heredada de su abuelo, entre ellos el zalmedina[nota 5]​ Musa ibn Muhammad ibn Said ibn Musa ibn Hudayr —chambelán a partir del 921—, el secretario personal y el principal comandante militar Ahmad ibn Muhammad iban Abi Abda, un veterano militar.[50][43]​ Casi todos ellos sirvieron a Abderramán en distintos puestos a lo largo de su reinado.[51]

    Periodo como emir

    Durante los primeros veinte años de su reinado, Abderramán III emprendió victoriosas aceifas contra Omar ibn Hafsún y sus hijos y aliados en Andalucía, y contra los señores de Extremadura, Levante y Toledo. Años después, en la cuarta década del siglo (937), sometió al señor de Zaragoza.[52]​ Su primer objetivo fue romper la coalición antiomeya formada por los grupos árabes de Sevilla y Elvira y por los muladíes, bereberes y cristianos. Contó con el apoyo eficaz de su hayib, el eunuco Badr, que se había criado en el Alcázar cordobés y que, como un nuevo Moisés salvado de las aguas, fue encontrado recién nacido cerca del mismo, en el Guadalquivir. En cada circunstancia Abderramán, de acuerdo con sus colaboradores, tanteó la situación, negociando, pactando y ofreciendo privilegios, prebendas y cargos políticos y militares; pero también recurrió a la astucia, al engaño, a la amenaza y a la crueldad más extremada para recuperar el poderío pretérito de la dinastía y proseguir sin descanso su misión pacificadora. Si bien hubo casos en los que se encerró e incluso se ajustició a los rebeldes, lo más habitual fue que se sometiesen por la presión de las sucesivas campañas y que recibiesen a cambio cargos y favores de Abderramán, que a menudo los incluía junto a sus hombres en el ejército cordobés.[53]​ En algunos casos, generalmente de territorios fronterizos —Zaragoza, Huesca, Daroca, Albarracín—, los rebeldes continuaron ejerciendo el poder, pero ya como súbditos del califa.[54]​ Tras veinticinco años de campañas, consiguió someter a todos los rebeldes que habían amenazado el poder cordobés.[55]

    Política interior

    Campañas contra los territorios rebeldes

    Bereberes del Campo de Calatrava
    La península ibérica al advenimiento de Abderramán III. Este logró someter de nuevo los territorios musulmanes a la obediencia cordobesa, acabar con las rebeliones internas y limitar las conquistas de los Estados cristianos del norte, pero no recuperar los territorios perdidos a manos de estos.

    La primera campaña de su reinado tuvo lugar al mes de ascender al trono.[56][51]​ Las fuerzas del emir derrotaron a los bereberes del Campo de Calatrava[51]​ y tomaron Caracuel tras un duro combate.[56][43]​ A continuación, la siguiente ofensiva de las fuerzas cordobesas se dirigió contra Écija, a cincuenta kilómetros al oeste de la capital.[56][51][43]​ El 1 de enero del 913,[43]​ el hayib Badr entró en ella, sin que hubiese derramamiento de sangre en la conquista.[56][51]​ Derribó las murallas de la ciudad y todas las fortificaciones,[51][43]​ excepto el alcázar, que reservó para residencia de los gobernadores y guarnición del ejército emiral.[57]​ Concedió el amán[nota 6]​ a sus habitantes.[56][58]

    Andalucía oriental

    En la primavera de ese mismo año y tras veintitrés de minuciosos preparativos, Abderramán III dirigió personalmente[51]​ la primera aceifa por tierras de Andalucía oriental en abril.[59][60][61]​ El objetivo fueron Jaén y Granada, regiones controladas parcialmente por Ibn Hafsún y otros rebeldes.[51]​ Esta campaña es denominada «de Monteleón» en todas las crónicas,[62]​ porque el primer objetivo de ella fue un castillo de este nombre y que debía de estar cerca de Mancha Real, en la provincia de Jaén.[59]​ El emir tomó este castillo el 27 de abril, gracias a la rendición de su señor, que recibió el perdón real.[63][60]​ En esta importante expedición las tropas omeyas recorrieron las coras de Jaén y Elvira, donde sometieron a los cabecillas rebeldes de estas regiones; al mismo tiempo, desde Martos tuvo que enviar un destacamento de caballería para liberar Málaga del asedio de Omar ibn Hafsún,[60]​ el mayor enemigo de la dinastía.[59]​ En su avance, Abderramán otorgó el perdón a aquellos señores rebeldes que se le sometieron sin oponer resistencia.[63][60]​ Aceptó a los vencidos en sus fuerzas pero, para asegurarse su lealtad, dispuso guarniciones en su alcazabas y envió a sus familias a Córdoba.[64]​ Después se someter sin violencia las fortalezas en torno a Baza en la cora de Elvira, marchó hacia en nordeste de Guadix.[65]​ En Fiñana, tras incendiar su arrabal, Abderramán III consiguió que sus defensores capitulasen ventajosamente con la condición de entregar a los aliados del rebelde de Bobastro.[66]​ En la misma cora de Granada, capturó también Baza y Tijola.[63]​ Poco después, el 25 de mayo,[63]​ el ejército omeya se dirigió a Juviles,[66][67]​ en las Alpujarras de Granada, y después de arrasar sus campos sembrados de trigo y cebada, talar sus árboles y destruir todos sus recursos sitió el castillo, que se defendió eficazmente, porque quedaba fuera del radio de tiro de las catapultas. Entonces el emir de Córdoba hizo construir una plataforma donde instaló un gran almajaneque que bombardeaba sin cesar con sus proyectiles de piedra la fortaleza, además de cortarle el agua. Al cabo de quince días, los muladíes consiguieron salvar sus vidas a cambio de entregar a los jefes cristianos y aliados de Omar Ibn Hafsún, unos cincuenta y cinco, que fueron decapitados.[68][67]​ Se dirigió entonces a la costa, donde conquistó Salobreña y regresó desde allí a la capital, no sin antes tomar otros dos castillos tenidos por inexpugnables.[67]​ En esta campaña, que duró noventa y dos días, conquistó o destruyó setenta castillos y cerca de trescientas torres fortificadas.[66][69][67]​ El objetivo de la incursión, acabar con las zonas rebeldes al este del territorio dominado por Ibn Hafsún, se alcanzó.[62]

    Sometimiento de Sevilla

    También en este primer año de su reinado, aprovechó Abderramán III las rivalidades internas existentes entre los Banu Hayyay, señores árabes de Sevilla[nota 7]​ y Carmona, para someterlos.[66][69][62]​ La muerte del señor de Sevilla en agosto hizo que su hijo y sucesor se enfrentase con su tío, que dominaba Carmona; las rencillas familiares favorecían los deseos de Abderramán de recuperar el control de la ciudad.[66][69]​ El emir envió en primer lugar al caíd y visir Ahmad ibn Muhammad ibn Hudayr, que había sido nombrado por Badr gobernador militar de Écija, al frente de un destacamento de tropas especiales (hasam), para tratar de atraerse a los sevillanos sin iniciar las hostilidades. Fracasó en sus intentos, pero obtuvo la inesperada y valiosa colaboración, por supuesto interesada, de Muhammad ibn Ibrahim ibn Hayyay, señor de Carmona y primo de Ahmad ibn Maslama, señor de Sevilla.[66][71]​ Cuando la ciudad hispalense fue cercada por las tropas omeyas, Ibn Maslama recurrió a Omar ibn Hafsún,[69]​ quien acudió presurosamente y se enfrentó a las tropas del emir y a sus aliados de Carmona en Cabra, pero fue derrotado por los sitiadores, retirándose a Bobastro.[72][71]​ Ante este revés, Ahmad ibn Maslama retomó los intentos de congraciarse con los cordobeses.[72][71]​ Fracasó en las negociaciones que entabló con las autoridades omeyas,[72]​ pero simuló lo contrario, mostrando a sus seguidores más notables un supuesto documento del emir Abderramán III. En diciembre de 913, de nuevo negoció con el hayib Badr a través de Omar ibn Abd al-Aziz ibn al-Qutiyya, descendiente de Sara la Goda, nieta del rey Witiza, y padre del célebre historiador Ibn al-Qutiyya.[73]​ El embajador recurrió a una estratagema que entusiasmó al emir y convenció a medias a Badr: «cuando Ahmad ibn Maslama salga de la ciudad de Sevilla para recibir al cogobernador o delegado omeya, serán cerradas las puertas de la ciudad dejándole fuera de la misma con su séquito, mientras que los adictos quedarán dentro». El caso es que, finalmente, el señor de Sevilla tuvo que capitular en diciembre[69]​ y Badr,[71]​ en nombre del emir, concedió el amán a unos mil caballeros del jund o ejército de Sevilla y que se habían manifestado hostiles a la dinastía omeya, dándoles a cada uno el rango y soldada que les correspondía en el ejército del emir.[72][58]​ Nombró gobernador de la ciudad hispalense a Said ibn al-Mundir al-Qurays,[72]​ miembro de la familia real, que convenció al hayib de que derribase[74]​ las murallas de la ciudad —construidas por Abderramán II para protegerla[74]​ de los ataques vikingos—.[69]​ El señor de Carmona, que había colaborado en el sometimiento de Sevilla, rompió pronto la alianza con Abderramán, descontento por no haber conseguido la ciudad,[71]​ pero resultó derrotado en febrero del 914.[72][69]​ En abril acudió a Córdoba a someterse nuevamente y Abderramán le concedió el rango de visir; el emir se lo llevó consigo a la expedición primaveral de ese año contra Iban Hafsún, pero luego se probó su deslealtad y connivencia con el gobernador de Carmona, que se había sublevado.[75]​ Apresado y encerrado en Córdoba, falleció al año siguiente; la ciudad, sin embargo, mantuvo su rebeldía hasta finales de septiembre del 917, cuando el chambelán Badr la tomó finalmente al asalto tras un duro asedio.[72][75]

    Levante y Poniente

    En el 916 las fuerzas del emir se dirigieron tanto al Algarve como al Levante, nuevamente con el objetivo de sojuzgar territorios rebeldes.[76]​ El chambelán tomó Niebla,[77]​ no sin antes doblegar la enconada resistencia del caudillo local y sus partidarios, que fueron enviados a la capital.[76]​ La población, como en otros lugares, recibió el perdón real de Abderramán.[76]​ Al mismo tiempo, uno de los visires cordobeses dirigió otra campaña por las coras de Tudmir y Valencia,[77]​ que llevó a la conquista del castillo de Orihuela.[76]

    Últimas campañas

    En el 917, la mayoría del territorio andalusí había vuelto a quedar sometido a la autoridad cordobesa, a excepción de ciertos territorios de las marcas fronterizas y a las zonas bajo control de Ibn Hafsún.[76]​ Aun así, en el 921 tuvo lugar otra campaña en la que se tomó Turrush, Torre Cardela, Esparraguera, Priego y Alhama.[78]​ De Pechina, gobernada por sus marineros, Abderramán logró el sometimiento gracias a su habilidad diplomática.[78]​ Las últimas campañas de recuperación del dominio de al-Ándalus durante su periodo como emir fueron las que Abderramán lanzó en el 924 y 925.[78]​ Durante el primer año, recuperó el control de la cora de Santaver; durante la primavera del segundo, se aplastaron algunos focos de rebeldía que aún quedaban en las coras de Elvira y Jaén.[78][79][46]

    La resistencia de Omar ibn Hafsún y sus hijos

    La segunda aceifa omeya contra Ibn Hafsún salió de Córdoba el 8 de mayo[62]​ de 914 y unos días después el ejército cordobés acampó ante los muros de Belda.[nota 8]​ Allí la caballería se dedicó a talar sus árboles y a devastar el territorio próximo,[80]​ mientras el resto de las fuerzas se dirige a Turrus,[nota 9]​ castillo situado en el actual municipio de Algarinejo, Granada, que es sitiado por espacio cinco días mientras se devastaban sus alrededores. La alcazaba de la localidad resistió los embates de las fuerzas del emir, que habían derrotado a los defensores en los arrabales.[81][62]​ El objetivo del emir era arrasar los territorios rebeldes y privar a su caudillo de sus bases, proteger Málaga y aislarlo.[80]

    Después, el ejército emiral se trasladó a Bobastro, aunque el cronista no lo cita por su nombre, y desde allí el emir envió a la caballería contra el castillo de Sant Batir (Santopitar),[80]​ cuyos defensores lo abandonaron en manos de los soldados omeyas, que consiguieron un cuantioso botín. A continuación atacaron el castillo de Olías y desde esta fortaleza lanzó Abderramán su caballería contra el castillo de Reina o Rayyina.[nota 10]​ Tras violentos combates, es conquistado el castillo rebelde, que amenazaba a la ciudad de Málaga. La siguiente etapa es la capital de la provincia, donde el emir acampa unos días para resolver los asuntos de la ciudad. Abderramán emprende el regreso por la costa pasando por Montemayor, cerca de Benahavís, Suhayl o Fuengirola y otro castillo llamado Turrus o Turrus Jusayn y que Lévi-Provençal identifica con Ojén, para llegar finalmente a Algeciras el jueves 1 de junio de 914.[80][62]​ Por la costa patrullaban barcos de Omar ibn Hafsún, que se abastecían habitualmente en el norte de África, pero fueron capturados e incendiados delante del emir.[80][81][62]​ Ante la presencia del imponente ejército cordobés los castillos rebeldes, próximos a Algeciras, se someten a su poder.

    En el verano del 914 y en el 915, el emir no pudo enviar grandes fuerzas contra Ibn Hafsún por la intensa sequía que sufrió el territorio y que impedía el despliegue de grandes unidades, circunstancia que favoreció al rebelde.[82]

    Tras diversas campañas el emir consiguió cercar y aislar a Ibn Hafsún en Bobastro donde falleció el 1 de febrero del 918.[83]​ Sus hijos, no obstante, continuaron la rebelión paterna.[84]​ En mayo de 1919, Córdoba lanzó una nueva campaña contra ellos. Se tomó Belda[nota 11]​ tras doblegar una tenaz resistencia —los defensores musulmanes aceptaron finalmente el perdón real a cambio de la rendición; los cristianos fueron pasados por las armas después de la toma de la fortaleza— y meses después,[77]​ en una ofensiva, se conquistaron Alora y Talyayra.[84]​ Uno de los cuatro hijos de Ibn Hafsún, Yáfar, el único cristiano, solicitó una tregua al emir a cambio del pago de un tributo,[77]​ mientras otro tuvo que rendirse en Ojén ante la llegada de una columna cordobesa a la que no puso oponerse.[84]​ En junio, Abderramán estaba de vuelta en Córdoba.[77]​ En octubre de 920, Cháfar murió asesinado en Bobastro, quizá por instigación de su hermano Sulaymán o a manos de cristianos locales; Sulaymán marchó a la fortaleza y tomó el mando de la rebelión anticordobesa.[85][77]​ Retomó Ojén, pero la volvió a perder en el 921. En el 922, los cordobeses tomaron el castillo de Monterrubio, importante fortaleza fronteriza entre Jaén y Elvira.[85]​ En el 923, el ejército cordobés arrasó las tierras de Bobastro y tomó luego la fortaleza de Cámara, pasó por Jete y tomó Fuengirola.[86][79]​ Los cordobeses dañaron varias fortalezas cercanas a Bobastro.[79]​ El acoso de los rebeldes se retomó en el 926, tras un periodo de calma debido a las aceifas contra los cristianos del norte.[87]​ En el 927 Sulaymán fue capturado por casualidad y ejecutado,[79]​ y el mando de los rebeldes pasó al último y más joven hijo de Ibn Hafsún, Hafs, que quedó cercado en Bobastro mientras las fuerzas del emir tomaban los castillos cercanos (Olías, Santopitar, Comares y Jotrón, todas ellas pobladas exclusivamente por cristianos).[87][88]​ El 17 de enero del 928,[47]​ Hafs rindió finalmente su impresionante fortaleza a cambio del perdón.[87][88]​ Abderramán visitó en persona la localidad en marzo,[89]​ antes de ordenar que fuese completamente arrasada.[90]​ El cadáver de Ibn Hasfún fue desenterrado y crucificado en una de las puertas de Córdoba como castigo a su larga rebelión.[91][nota 12]

    Los rebeldes de Levante y el Algarve

    Las continuadas expediciones dirigidas contra Omar ibn Hafsún, sus hijos y sus aliados no hacían olvidar al emir Abderramán III la situación de otras comarcas de al-Andalus que le reconocían nominalmente o estaban en abierta rebeldía. En la mayoría de los casos el gobernador leal de una ciudad se mantenía en precarias condiciones como el de Évora, pues no pudo impedir el ataque del rey de Galicia y futuro rey de León, Ordoño, que en el verano de 913 ocupó la ciudad, acabó con su guarnición y se llevó cuatro mil prisioneros y un cuantioso botín.

    En otros casos, tanto al este como al oeste los jefes locales no reconocían en absoluto la autoridad del nuevo emir de Córdoba. El señor de Badajoz, Abd Allah ibn Muhammad, nieto de Abd al-Rahman ibn Marwan al-Yilliqi, ante una posible incursión del rey leonés, fortificó su ciudad y rehízo la muralla, que era de adobe y tapial, construyendo un muro encofrado con una sola hilera de sillares de diez palmos de anchura y que fue rematado el mismo año. Pero Abd Allah al-Yilliqi actuaba con completa independencia de Córdoba e incluso para que Évora no cayera en poder de grupos beréberes de la región, ordenó destruir sus torres defensivas y abatió lo que quedaba de sus murallas hasta que un año después decidió reconstruirla para entregársela a su aliado Masud ibn Sa'dun al-Surunbaqi. El Algarve estaba dominado completamente por una coalición muladí dirigida por Sa'id ibn Malik, que había expulsado a los árabes de Beja, y los señores de Ocsónoba, Yahya ibn Bakr y de Niebla, Ibn Ufayr. Abderramán tomó Mérida y Beja en el 929 y Santarem, una de las últimas zonas rebeldes, en el 938.[46]

    La segunda campaña de Ordoño II por esta zona tuvo como objetivo la ciudad de Mérida en el verano de 915. Tampoco encontró la reacción del emir de Córdoba y solamente los jefes locales beréberes ofrecieron una resistencia inútil.

    Política exterior

    Los reinos cristianos

    Abderramán estaba emparentado desde el nacimiento con la casa real Arista-Iñiga de Navarra, y, a través de ésta, con los reyes de León, lo que justificaría de alguna manera su intervención en los reinos hispánicos. En general, sus campañas fueron defensivas, puestas en marcha para castigar anteriores incursiones cristianas en el territorio andalusí o para desbaratar los preparativos de estas, y no lograron extender el dominio del emirato.[93]

    Ordoño II de León, destacado rival de Abderramán hasta su muerte en el 924.

    El caos en que los anteriores emires habían sumido el reino, había posibilitado que leoneses, castellanos, aragoneses, catalanes y navarros debilitaran la frontera norte de al-Ándalus y, ya bajo el mandato de Abderramán, el rey leonés Ordoño II de León[nota 13]​ saqueó Évora en agosto del 913 y atacó Mérida en el 915.[94][95]​ Ordoño tomó la primera tras un duro combate en el que perecieron unas setecientas personas y se llevó a otras cuatro mil cautivas.[94]​ El grave revés obligó a los musulmanes a reparar las murallas de las ciudades del occidente peninsular.[96]​ La segunda fue asediada en la campaña del 915; el alcaide de la imponente fortaleza disuadió con regalos al monarca leonés de intentar el asalto.[96][95]​ El mismo año, Sancho Garcés I de Pamplona corrió las tierras de Tudela, conquistando las fortalezas de Falces y Caparroso.[96]

    Ante estos reveses militares en los primeros años al frente del emirato, cuando se hallaba enfrascado en el sometimiento de los territorios independizados del dominio cordobés y en sus primeras ofensivas contra Ibn Hafsún, Abderramán decidió tomar las armas contra los Estados septentrionales a partir del 916.[96]​ Desde ese año, se sucedieron las aceifas en el norte, casi cada año; estas debían servir tanto para poner freno a los ataques cristianos como para obtener botín en sus territorios.[97]​ Para recuperar los territorios perdidos, Abderraman envió a su general Ahmad ibn Abi Abda al mando de un ejército a hacer frente al rey leonés, con escasa fortuna.[98]​ En septiembre del 917,[46]​ los cordobeses, que trataban de tomar San Esteban de Gormaz, sufrieron una total derrota en la batalla de Castromoros.[98][95]​ En el 918 la suerte de los cordobeses y sus enemigos fue pareja: si bien en junio Ordoño y Sancho Garcés realizaron una fructífera correría del Ebro alto y medio y tomaron Nájera, Tudela y Valtierra,[95]​ el chambelán Badr llevó a cabo un victorioso contraataque al mes siguiente, en el que venció a Ordoño en Mitonia.[98]​ En el 919, la concentración de fuerzas cordobesas persuadió a Ordoño de abandonar la campaña que preparaba; los cordobeses, por su parte, sí lanzaron una aceifa durante el verano, en la que resultaron victoriosos.[98]

    En el 920, con los territorios cercanos a la capital ya controlados gracias a la actividad militar de los primeros años de reinado,[99]​ Abderramán decidió dirigir en persona la campaña de ese año.[98][100]​ Marchó a Toledo, donde recibió el apoyo de las fuerzas del señor local y, tras pasar por Guadalajara y Medinaceli, se dirigió al Duero.[101][100]Osma fue arrasada antes de que Abderramán continuase hacia Carcar y Calahorra.[102]​ Tratando de detener el avance cordobés, los soberanos cristianos se enfrentaron a las huestes de Abderramán al suroeste de Pamplona, en la batalla de Valdejunquera el 25 de julio, en la que resultaron vencidos.[102][100]​ Los que sobrevivieron a la aplastante victoria cordobesa se refugiaron en vano en el cercano castillo de Muez, que las fuerzas del emir conquistaron el día 29.[103][100]​ Los cordobeses pasaron por las armas a unos quinientos defensores, entre ellos a algunas figuras principales de los Estados cristianos.[103][100]

    Reconociendo el error que había cometido al minusvalorar el poderío de Ordoño II, Abderramán organizó un poderoso ejército que en el 920 recuperó los territorios perdidos en la anterior campaña y tras derrotar, el 26 de julio, al rey Sancho Garcés I de Navarra en Valdejunquera,[46]​ penetró en Navarra remontando el Aragón por la vía clásica de las invasiones del sur. Abderramán siguió hasta Pamplona a donde llegó al cabo de cuatro días. La ciudad abandonada sufrió el saqueo y la destrucción, destacando el derribo de su iglesia catedral.

    Entre el 921 y el 924 se sucedieron una serie de campañas menores: en el 921 una pequeña incursión de Ordoño; en el 922, una aceifa del señor de Tudela que capturó temporalmente Nájera y Viguera antes de retroceder debido al contraataque de Sancho Garcés, que recuperó Viguera y capturó al tudelano y a sus aliados bereberes; una correría cordobesa en la Marca Superior sin trascendencia y, finalmente, en el 923, el monarca pamplonés atacó Valtierra y capturó efímeramente Calahorra, forzando a Abderramán a enviar tropas al norte para proteger Tudela.[104][105]

    En el 924 Abderramán volvió a organizar una importante campaña contra Pamplona.[104][105]​ Partió al frente de sus tropas en abril, atravesó las coras de Turmir y Valencia y pasó por Tortosa antes de remontar el Ebro.[106][105]​ Los tuyibíes que dominaban Zaragoza se unieron a sus fuerzas,[105]​ que saquearon varias fortalezas de la cuenca del Ebro y atravesaron distintas localidades, como Alcañiz, Tudela, Calahorra Falces, Tafalla y Sangüesa.[106]​ La batalla culminante de la campaña tuvo lugar a orillas del río Ega y la victoria se decantó claramente del lado cordobés.[106]​ Abderramán continuó avanzando hasta Pamplona, que arrasó.[106][105]​ Durante la retirada se libraron varios combates más, de los que las tropas del emir salieron victoriosas.[107]​ En agosto, tras pasar por Calahorra, Valtierra y Azafra, Abderramán acampó en Tudela.[107]​ Los resultados de la campaña fueron ambiguos: el botín fue grande y se contuvieron los avances de los Estado cristianos, pero no se recuperó el territorio perdido a manos de los navarros en el 923.[107]​ El mismo año de 924, se desató una grave crisis sucesoria en León al morir Ordoño, que favoreció a Abderramán.[107][105]​ Primero le sucedió brevemente su hermano Fruela II, que murió en el 925, cuando se desencadenó una dura rivalidad entre los pretendientes al trono.[107]​ Finalmente se hizo con este Alfonso IV, hijo de Ordoño y yerno de Sancho Garcés, quien reinó hasta el 931, sin inquietar al emir.[107]​ En el 925 murió Sancho Garcés, al que sucedió su hijo García Sánchez I.[107]​ Entre el 924 y el 928, Abderramán, sin abandonar del todo la lucha con los Estados del norte, se dedicó principalmente a aplastar definitivamente la rebelión de los hijos de Ibn Hafsún.[105]

    Periodo como califa

    Proclamación califal de Abderramán III:
    «En el nombre de Dios Clemente y Misericordioso.

    Bendiga Dios a nuestro honrado Profeta Mahoma.

    Los más dignos de reivindicar enteramente su derecho y los más merecedores de completar su fortuna y de revestirse de las mercedes con que Dios Altísimo los ha revestido, somos Nosotros, por cuanto Dios Altísimo nos ha favorecido con ello, ha mostrado su preferencia por nosotros, ha elevado nuestra autoridad hasta ese punto, nos ha permitido obtenerlo por nuestro esfuerzo, nos ha facilitado logrado con nuestro gobierno, ha extendido nuestra fama por el mundo, ha ensalzado nuestra autoridad por las tierras, ha hecho que la esperanza de los mundos estuviera pendiente de Nosotros, ha dispuesto que los extraviados a nosotros volvieran y que nuestros súbditos se regocijaran por verse a la sombra de nuestro gobierno (todo ello por la voluntad de Dios; loado sea Dios, otorgador de los beneficios, por el que nos ha otorgado, pues Él merece la máxima loa por la gracia que nos ha concedido. En consecuencia, hemos decidido que se nos llame con el título de Príncipe de los Creyentes, y que en las cartas, tanto las que expidamos como las que recibamos, se nos dé dicho título, puesto que todo el que lo usa, fuera de nosotros, se lo apropia indebidamente, es un intruso en él, y se arroga una denominación que no merece. Además, hemos comprendido que seguir sin usar ese título, que se nos debe, es hacer decaer un derecho que tenemos y dejarse perder una designación firme. Ordena, por tanto, al predicador de tu jurisdicción que emplee dicho título, y úsalo tú de ahora en adelante cuando nos escribas. Si Dios quiere».
    Una Crónica anónima de Abderramán al-Nasir. Ed. y trad. cits., pp. 152-153.

    Después de someter a la mayoría de los rebeldes, el viernes 16 de enero de 929,[108][14]​ Abderramán III, a semejanza de sus antepasados, se proclamó Jalifa rasul-Allah (sucesor del enviado de Dios) y amir al-muminin («príncipe de los creyentes»),[14]​ presumiendo de tener derechos más legítimos que el califa fatimí de Qayrawan y que el califa abasí de Bagdad para asumir dicho título, como descendiente de los omeyas de Damasco.[47][92]​ Adoptó asimismo el título de an-nasir li-din Allah («el que obtiene la victoria para la religión de Dios»),[14]​ característico del «príncipe de los creyentes» (califa).[109]​ Los objetivos de Abderramán al proclamarse califa incluían tanto la oposición a la autoridad fatimí como la recuperación del prestigio omeya o la puesta en marcha de una gran reforma política y cultural.[110][111]​ Dos meses y medio antes, como paso previo, el 1 de noviembre de 928, Abderramán había fundado la ceca para la emisión de dinares de oro y dirhemes de plata, una prerrogativa más de la autoridad suprema.[112][nota 14]​ Hasta entonces en la península solo[114]​ se había acuñado moneda de plata —la última acuñación de monedas de oro en la península tuvo había tenido lugar en el 744—[114]​ y los dinares provenían del emirato aglabí.[112]​ La emisión de moneda de oro marcó el fin de una larga crisis monetaria omeya, reflejo de la política y fiscal en la que había estado sumido el emirato desde finales del siglo anterior.[112]​ En el 947, la ceca se trasladó al nuevo palacio real de Medina Azahara.[113]

    Dírham de Abderramán III emitido en Medina Azahara. Aunque su predecesores en el trono del emirato habían acuñado monedas de plata, él fue el primero en hacerlo también en oro, a partir de su entronización como califa.

    Como califa, Abderramán III sería el jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes de al-Ándalus y las provincias africanas, así como protector de las comunidades cristiana y judía. Por todo ello, debía velar por la unidad religiosa combatiendo con rigor todo lo que significara cualquier oposición a la ortodoxia oficial, dar las órdenes oportunas para erradicar las corrientes heterodoxas y perseguir las actividades de los discípulos de Ibn Masarra, por entonces muy importantes. Como imán de la comunidad musulmana su nombre debía ser citado en el jutba (sermón del viernes) en señal de reconocimiento de su soberanías, e incluido en las monedas acuñadas en la ceca real. También sería jefe de los ejércitos, y de hecho participará en numerosas campañas militares, al menos hasta el desastre de Simancas.

    Los ornamentos de su nueva soberanía eran el sello real, el cetro o jayzuran y el trono o sarir. Su sello real, como el de sus antecesores Abderramán I y Abderramán II, tenía la siguiente inscripción o lema: Abderramán está satisfecho con la decisión de Dios, pero su sello anular rezaba, se entiende que tras su proclamación como califa: Por la gracia de Dios alcanza la victoria Abderramán al-Nasir.

    La proclamación del califato conllevó un alejamiento de Abderramán de sus súbditos: el ceremonial palaciego se complicó —copiado del abasí—, la construcción de Medina Azahara convirtió al monarca en más lejano y potenció el fasto cortesano y la formación de cuerpos de saqalibas aseguró la existencia de una guardia que cuidaba de la seguridad del nuevo califa.[115]


    Política interior

    Sometimiento de las marcas

    Las acciones para sojuzgar a los señores de las marcas fronterizas comenzaron el mismo año de proclamación del califato.[116]​ La primera acometida se realizó contra la Marca Inferior, por entonces alzada en armas contra Córdoba.[116][117]​ Las fuerzas califales arrasaron las tierra de Badajoz y se hicieron con las principales poblaciones de la región.[116]Mérida[117]​ se rindió a cambio del perdón real; a continuación los cordobeses tomaron Beja, Santarém y Ocsobona.[116][117]​ En el 930, recuperó el control sobre la ciudad y el territorio de Badajoz.[118][117][119]​ Abderramán, que dirigió parte de la campaña personalmente,[117]​ conjugó hábilmente la agresión militar con el perdón del caudillo local y la rebaja de impuestos a los habitantes de algunas localidades de la región para acabar dominándola.[116]​ Parte las tropas vencidas se unieron además al ejército califal, robusteciéndolo.[116]​ Desde este territorio se lanzaron a partir de entonces incursiones tanto contra el reino asturleonés como contra los núcleos bereberes fronterizos, escasamente sometidos a la autoridad cordobesa.[119]

    Sometida la Marca Inferior, Abderramán se concentró en doblegar a continuación a los señores de la Marca Media.[116]​ Esta, a pesar de su tendencia revoltosa, era de gran importancia para las comunicaciones cordobesas.[117]​ En este caso, contaba con la ventaja de dominar ya importantes comarcas de la marca, en manos de gobernadores leales.[120][117]​ Los primeros intentos de acuerdo con Toledo fracasaron, lo que llevó a que se lanzase un ataque contra la ciudad en mayo del 930.[121][117]​ A pesar de perder diversas fortalezas y de sufrir el estrecho cerco de las huestes califales, la ciudad resistió el asedio.[121]​ Aplastó finalmente la rebelión de la ciudad de Toledo, que se rindió el 2 de agosto[118]​ de 932[46][122][123]​ tras un asedio de dos[117]​ años.[118][121]​ La situación desesperada de la ciudad, que sufrió una gran hambruna, y la disposición magnánima del califa, inclinado a conceder el perdón real y a reducir los tributos,[123]​ facilitaron el fin del sitio y el sometimiento final de la ciudad.[121][124]​ Abderramán logró rendir la ciudad, pero no sin concederle una amplia autonomía.[124][123]

    Aunque el califa había confirmado como señor de Zaragoza a Muhhamad ibn Hasim al-Tuyibí en el 931, este se negó a participar en la campaña cordobesa contra Osma en el 934, lo que agrió las relaciones con Abderramán.[125]​ Al-Tuyibí recibió el apoyo de sus vecinos los señores de Huesca y Barbastro, lo que alarmó al califa, que hizo que sus huestes destituyesen al caudillo oscense y hostigasen las tierras zaragozanas antes de marchar contra Osma.[125]​ En la primavera siguiente, se lanzó una campaña contra los zaragozanos y el ejército califal rodeó la ciudad en junio del 935.[126]​ La campaña resultó un fracaso para Abderramán: en noviembre regresó a Córdoba sin haber tomado Zaragoza y habiendo sufrido la extensión de la rebelión.[127]​ No solo Huesca y Santaver apoyaban a los tuyibíes, sino que también calatayud y Daroca se habían pasado al bando rebelde.[127]​ En el verano del 936 el comandante del asedio, Ahmad ben Ishaq al-Qurasí, miembro de una rama menor de los omeyas, fue destituido y meses más tarde ajusticiado, probablemente por sedición.[127][128][129]​ Su eliminación coincidió con un momento de peligro para Abderramán: Ramiro II había roto el pacto que le obligaba a no prestar ayuda a los rebeldes zaragozanos, estos recibieron el socorro de los señores de Daroca y Calatayud —hasta ese momento fieles a Córdoba—, el conde de Barcelona había atacado la frontera califal y una tribu bereber asentada en la Marca Media se rebeló[130]​ contra él.[128]​ El califa logró pronto someter a la mayoría de las ciudades aliadas con Zaragoza y en la primavera del 937 marchó de nuevo a dirigir el asedio de esta.[127][128]​ El 25 de julio tomó Calatayud,[118]​ aliada con Zaragoza y auxiliada por los cristianos.[131][132]​ Daroca cayó al poco y en agosto el califá llegó a las afueras de Zaragoza.[131]​ Incapaz de resistir por más tiempo el cerco, los zaragozanos iniciaron conversaciones con Abderramán que condujeron a la rendición pactada de la ciudad en noviembre.[131][118][nota 15]​ El califa otorgó el perdón a al-Tuyibí a cambio de su sometimiento[46]​ y la ruptura de sus relaciones con los Estados cristianos del norte.[134][133][135]​ Aunque al-Tuyibí se comprometía a pagar tributo, someterse expresamente al califa, auxiliarlo en sus campañas militares y no acoger a los proscritos obtenía a cambio el control vitalicio de la ciudad y la potestad para nombrar a su heredero como gobernador de la urbe.[136]​ Después de la entrada triunfal en la ciudad el 21 de noviembre, acontecimiento que marcó el sometimiento de las marcas fronterizas a Córdoba, marchó con al-Tuyibí a hostigar a los navarros antes de regresar a Córdoba en enero del 938.[137]​ También en el 937, uno de los caídes había machado a las tierra de Talavera para aplastar una revuelta de los bereberes Nafza.[138]​ En el 939 y tras unas campañas menores —el aplastamiento de la rebeldía de Santarém[139][nota 16]​ y el sofocamiento de un conato rebelde en Huesca—, las marcas y el resto de al-Ándalus quedaron sujetas[140]​ al poder del califa.[141]

    Estas victorias permitieron la reorganización de las fronteras en marcas, lo que permitió consolidarlas.[118]​ Por otro lado, Abderramán no logró aniquilar completamente el poder de los linajes fronterizos, que no solo conservaron sus señoríos —si bien como súbditos—, sino que en algunos casos llegaron a sobrevivir a los omeyas.[140]

    Situación del Estado durante el reinado de Abderramán

    Reformas administrativas y militares

    En el 955, coincidiendo con el grave revés que supuso el asalto fatimí a Almería, el califa reformó la Administración Pública, creando cuatro departamentos, cada uno con un visir al frente: el encargado de la correspondencia interdepartamental, el de la correspondencia con las regiones fronterizas, el de la transmisión de órdenes y decretos y el destinado a la atención a las quejas a la Administración.[142]​ Para mantener el control de los territorios recuperados mediante su astuto uso de magnanimidad y violencia, puso en marcha un sistema por el que los cargos se renovaban continua y frecuentemente —salvo en las marcas—,[143]​ de manera que ninguno de ellos dudase de su dependencia del favor del soberano y no tuviese tiempo de establecer una base de poder que le sirviese para amenazar la autoridad cordobesa.[144]​ A diferencia de su predecesor y abuelo Abd Allah, supo delegar el ejercicio del poder, para lo que se rodeó de un grupo de figuras capaces en la Administración del Estado.[145]​ Reformó además el sistema provincial, creando nuevas coras, con el fin de reducir el poder de sus gobernadores —que controlaban un territorio más limitado— y de optimizar su aportación a las fuerzas armadas.[146]​ Al final de su vida, los eunucos cobraron gran importancia en la Administración Pública y arrinconaron temporalmente a las familias de maulas que la habían controlado hasta entonces.[147]

    La extensión del control estatal favoreció además el enorme aumento de los ingresos del Tesoro: si durante la segunda mitad del siglo viii y la primera mitad del ix los emires ingresaban alrededor de seiscientos mil dinares en tributos, durante el reinado de Abderramán estos alcanzaron los cinco millones ochocientos mil dinares, a los que había que sumar los ingresos privados del califa, que llegaban a los setecientos sesenta y cinco mil.[148]​ La extensión de la eficaz Administración a todo el territorio y la miríada de impuestos aseguraban grandes rentas al califa.[149]​ La acuñación de moneda también fue pareja con el dominio del territorio y la cantidad de ingresos: prácticamente había cesado durante las últimas dos décadas del reinado de Abd Allah y solo se recuperó en la segunda del reinado de Abderramán, una vez que este logró el sometimiento de las rebeliones andalusíes.[150]​ En todo momento, como durante el resto de la historia del emirato y luego del califato, la moneda principal fue el dirhem, pieza de plata mucho más común que el dinar de oro, que solo se acuñó y, nunca en grandes cantidades, durante los reinados de Abderramán y de su hijo, gracias a la expansión en el Magreb que facilitaba la llegada de más cantidad de materia prima.[150]

    En cuanto a los asuntos militares, reforzó extraordinariamente uno de los pilares de las tropas de tierra, el de los mercenarios,[151]​ de origen bereber[152]​ —traídos por primera vez por su abuelo Abd Allah y muy importantes en el posterior reinado de Alhakén II—,[151]​ sudanés o cristiano que, junto con las huestes aportadas por cada cora y los voluntarios yihadistas, formaban las fuerzas omeyas.[153][154]​ Si al comienzo del reinado, hasta la derrota de Simancas, mantuvo el sistema tribal de regimientos sirios (yund), más tarde se apoyó claramente en las unidades mercenarias.[151][155]​ A mediados de siglo, el ejército permanente, formado por los profesionales mercenarios conocidos como «los silenciosos» por su desconocimiento del árabe, englobaba a sesenta mil soldados.[156]​ Mantuvo el predominio de la caballería sobre la infantería —en una proporción de tres a uno—, lo que forzó a realizar la mayoría de las campañas militares durante el verano, para garantizar el forraje de las monturas.[157]​ El armamento de los soldados cordobeses era similar al de sus enemigos cristianos del norte.[157]​ La impedimenta de las tropas se transportaba a lomos de camellos y mulas, lo que permitía el rápido movimiento de las huestes, que en ocasiones se desplazaban en la flota.[158]​ El mantenimiento del ejército era caro y llegó a suponer un tercio del presupuesto estatal.[157]​ Uno de los objetivos principales de las incursiones militares en el norte era la captura de botín, que servía para lograr ingresos y para pagar a las tropas.[157][159]​ Los cautivos eran una fuente más de ingreso, pues se convertían en esclavos que se podían vender o sujetos por los que pedir rescate.[159]​ Fomentó además el crecimiento de las fuerzas navales,[146]​ ordenando la construcción de más naves —generalmente de pino— y de atarazanas y la mejora de los puertos.[160]​ La flota era necesaria tanto para enfrentarse a los vikingos como con los fatimíes.[146]​ En el 914 se construyeron las atarazanas de Algeciras y en el 944[161]​ se edificaron los muelles de Tortosa, lugar que era además un importante arsenal.[160][146]​ El puerto más importante, no obstante, era el de Almería —ampliada notablemente durante el reinado de Abderramán—,[161]​ que también contaba con un arsenal.[146]

    Tanto en el aumento de las unidades mercenarias de las fuerzas califales como en otros aspectos —el ceremonial cortesano entre ellos—, los omeyas cordobeses imitaron a sus rivales abasíes.[156]

    Política religiosa y social

    Nombró a cadíes de diversas tendencias suníes en Córdoba, en parte como medida para limitar la supremacía de la escuela malikí en la política nacional que, sin embargo, defendió en momentos de crisis.[162]​ La asociación del hijo rebelde Abd Allah con otra de las escuelas jurídicas, la shafi'i, minó el prestigio de esta y limitó su extensión en el califato.[163]​ Favoreció la homogeneización religiosa suní malikí del territorio que durante el califato contó por primera vez con mayoría musulmana y persiguió a los que consideró herejes, pero toleró también otras corrientes suníes.[164]​ Se calcula que fue durante el final de su reinado cuando por primera vez más de la mitad de la población andalusí profesó el islam.[165]

    Los cristianos tuvieron un papel relevante durante su reinado, en parte por si importancia numérica en al-Ándalus: comarcas enteras estaban pobladas por cristianos.[166]​ Como rebeldes, recibieron en general un trato más severo que los muladíes, habitualmente por su mayor resistencia y menor disposición al pacto con Abderramán.[166]​ Además, una vez proclamado califa, mostró gran rigor en el castigo de aquellos que habían apostatado del islam, circunstancia hasta entonces más tolerada.[167]​ En la corte el cristiano más destacado fue el obispo Recemundo, enviado como embajador ante Otón I y los bizantinos.[168]

    Rehuyó identificarse con los árabes para recabar así el apoyo de otros grupos culturales, como los bereberes, los muladíes o los cristianos y judíos que poblaban al-Ándalus.[169]​ Al sospechar de la lealtad de los árabes, trató de controlarlos mediante el nombramiento de los comandantes de los regimientos árabes, la elección de mandos militares entre otros grupos —incluido el de los esclavos— y el otorgamiento del gobierno provincial a otros grupos sociales.[169]​ Debilitó su fuerza, pero no pudo acabar con su primacía.[169]​ A diferencia del caso de los muladíes, cuyas bases de poder eliminó, no puedo hacer lo mismo con las de los árabes y los bereberes, circunstancia que favoreció el surgimiento de taifas regidas por estos dos grupos a la caída del califato.[169]

    Urbanismo, arte y tecnología

    Durante el califato se produjeron importantes cambios en la agricultura peninsular, que favorecieron la mejora de la salud de la población y su aumento:[170]​ se introdujeron y extendieron nuevos cultivos, como los del arroz, el trigo duro —para pasta—, el sorgo, la caña de azúcar, el algodón, las naranjas, las sandías, los plátanos y las berenjenas; se amplió notablemente el cultivo de regadío, lo que mejoró las cosechas —menos dependientes de las lluvias— y redujo las hambrunas.[171]​ La mejora de la agricultura, además de favorecer el aumento de la población, permitió que parte de esta pasase a otras actividades y creciese[161]​ la población urbana.[172]​ Entre las industrias que florecieron durante el califato se contaban la minería, la cerámica, la fabricación de vidrio, de libros, de tallas o la textil y de cueros, dedicadas en parte a la exportación.[172]

    La capital del califato era con mucho la ciudad más grande del occidente europeo, quizá con unos cien mil habitantes, un tamaño similar al de Constantinopla y casi la mitad de Bagdad.[173]​ Abderramán llevó a cabo un amplio programa urbanístico en la urbe:[174]​ amplió la mezquita principal de la capital añadiéndole un original minarete (concluido en el 952, el más alto de Occidente en su época),[174][175]​ remozó la fachada que daba al patio (en el 958)[176]​ y este mismo; abrió una puerta de la muralla —consecuencia de la mayor seguridad por el aplastamiento de las rebeliones—, pavimentó caminos, creó una nueva ceca, reconstruyó el mercado y la casa de correos y realizó otras obras públicas, gracias a la mejora de los ingresos de la Hacienda real.[177][176]​ La ampliación de la mezquita mayor se inició justo el año de su fallecimiento, en el 961.[176]​ Su obra más destacada fue, no obstante, el complejo palaciego de Medina Azahara,[175]​ erigido a las afueras de la capital a partir del 936;[178]​ de gran lujo, quedó destruido durante la guerra civil de comienzos del siglo xi, en el 1010.[174]​ Este se convirtió no solo la residencia del califa, sino en sede también de la Administración Pública, que se instaló en él.[179]

    Política exterior

    La política exterior de Abderramán III tuvo que hacer frente a dos problemas: los reinos cristianos en su frontera norte,[47]​ y la expansión fatimí en su frontera sur constituida por el Magreb.[180]

    Los reinos cristianos: Simancas y la estabilización fronteriza

    La muerte de Ordoño II en el 924 y las sucesivas crisis que sufrió el Reino de León en materia sucesoria supusieron que las hostilidades prácticamente desaparecieran hasta la subida al trono leonés, en el 931, de Ramiro II quien acudió, en el 932, en ayuda de la rebelión que contra Abderramán se había iniciado en Toledo y, tras conquistar Madrid, infligió a las tropas califales una derrota en Osma en el 933.[181]​ Una vez conquistada Toledo, el califa se centró en contener el avance cristiano al sur del Duero.[124]

    En el 934, Adberramán se puso al frente de una campaña de castigo para poner fin a las correrías cristianas.[181]​ Después de hostigar a los rebeldes zaragozanos,[182]​ el ejército cordobés marchó al reino de Pamplona, donde la reina Toda logró obtener una tregua del califa y el reconocimiento de García Sánchez como rey de Pamplona a cambio de comprometerse a abandonar cualquier alianza contra Abderramán.[183][184]​ El califa atravesó Álava, ocupó Falces y posiblemente quemó el monasterio de San Pedro de Cardeña en agosto.[183]​ De regreso a territorio cordobés tras tomar Clunia y Huerta de Rey venció a Ramino II cerca de Osma, en Alcubilla de Avellaneda.[46][183]

    Puerta de la muralla de Medinaceli, plaza que Abderramán mandó reconstruir a Galib como núcleo de la defensa de la Marca Media en el 946, tras el descalabro de la batalla de Simancas.

    Aunque los años siguientes el califa se centró en someter Zaragoza, no por ello cesaron las campañas contra los territorios cristianos.[185]​ En el 936 uno de sus generales derrotó al conde barcelonés Suniario I.[185][182]​ En el 937, los navarros rompieron la tregua que había solicitado en el 934, aliándose con León y los rebeldes tuyibíes zaragozanos, lo que desencadenó una ofensiva de castigo de los cordobeses.[185]

    A comienzos del 939 Ramiro II corrió, aunque con escasas consecuencias, el occidente andalusí.[185]​ Abderramán de aprestó a lanzara una expedición de represalia con gran número de tropas.[185]​ En agosto Abderramán sufrió su mayor descalabro a manos de los reinos cristianos cuando sus tropas fueron derrotadas en la batalla de Simancas,[186]​ debido quizá a las disensiones entre los jefes militares y donde el propio califa estuvo a punto de perder la vida,[187][nota 17]​ circunstancia que le hizo no[52][118]​ volver a dirigir en persona ninguna otra batalla.[188][189][190][191]​ Las campañas futuras quedaron encomendadas a los caídes; los señores de las marcas fronterizas recuperaron parte de la autonomía perdida y protagonizaron desde entonces la defensa frente a los Estados cristianos.[192][193]​ La reacción de Abderramán a la derrota fue brutal a su regreso a Córdoba: varios cientos de aquellos considerados responsables de la catástrofe fueron crucificados.[194]​ Al año siguiente, y en parte como consecuencia de la falta de confianza del califa en sus tropas, comenzó la construcción de la Medina Azahara, a la vez residencia palaciega y fortaleza.[195]

    La victoria cristiana impuso un cierto equilibrio de fuerzas en la península entre los vencedores y el califato: en el 940, los enviados de Abderramán alcanzaron acuerdos con el conde barcelonés —que favoreció el comercio con el noreste peninsular y el sur de Francia— y con Ramiro II.[196][184]​ Esta derrota permitió al bando cristiano mantener la iniciativa en la península hasta la muerte de Ramiro II en 951 y la derrota que sufrió su sucesor Ordoño III de León en el 956. Ramiro obtuvo el control de la frontera del Duero y pudo fortificar diversos puntos a lo largo del valle del Tormes (Salamanca en el 941 y Ledesma),[196]​ mientras mantenía el centro de su dispositivo fronterizo en Zamora.[118]​ En el 940, ordenó a los castellanos ocupar y fortificar Sepúlveda,[196]​ para controlar los accesos al Sistema Central oriental.[118]​ Más al este, Fernán González obtuvo Osma, San Esteban de Gormaz y otras fortalezas del alto Duero.[118]​ La repoblación del Duero medio fue, sin embargo, pasajera y las nuevas localidades se abandonaron pronto, en parte por las incursiones andalusíes.[196]​ A los señores musulmanes de la Marca Superior —con centro en[197]​ Zaragoza—, el descalabro del califa les aseguró la autonomía frente a Córdoba.[52][198]​ Esta derrota tuvo además otra importante consecuencia: el abandono de los choques en batalla campal y su sustitución por veloces campañas, las aceifas.[118]

    Abderramán ordenó el fortalecimiento de las defensas de la Marca Media.[196]​ En el centro peninsular, encargó el reforzamiento de Medinaceli como núcleo de la Marca Media a su general más prestigioso, Galib, en el 946.[46][199][200]​ La localidad, antes semiabandonada, pasó a ser el centro defensivo de la región, sustituyendo a Toledo.[199]​ Antes y aprovechando las desavenencias entre leoneses y castellanos, se había ocupado Gormaz en julio del 940, como contrapeso a la toma castellana de Osma y San Esteban de Gormaz.[197]

    A pesar de los acuerdos, los enfrentamientos continuaron: en el 940 hubo otra aceifa contra el reino de León; en el 942 el gobernador de Zaragoza se enfrentó con éxito a los navarros y en el 944 la pugna entre Ramiro II y el conde castellano Fernán González facilitó el ataque cordobés a Galicia.[199]​ En el 950 Ramiro II derrotó a los cordobeses en Talvera, pero falleció al año siguiente y el reino se sumió en una grave crisis sucesoria.[199][201]​ Esta situación facilitó las incursiones califales, que se produjeron casi anualmente (en el 953, 955, 956 y 957).[202]​ A estas correrías se opusieron algunas de los señores cristianos: en el 956, Ordoño III batió las cercanías de Lisboa —a pesar de haber solicitado la paz a los cordobeses en año anterior—[203]​ y por las mismas fechas Fernán González venció a los cordobeses en San Esteban de Gormaz.[204]​ En todo caso, las disensiones internas en los Estados del norte facilitaron la contención cordobesa del avance cristiano, que desde la década de 930 se basó más en el hostigamiento continuo que en los grandes enfrentamientos armados.[200]​ Nuevamente, como había sucedido con las primeras campañas antes de proclamarse califa, Adbderramán no logró revertir los avances enemigos: las incursiones proporcionaban cautivos, botín y protección frente a los ataques cristianos, pero no modificaron sustancialmente las fronteras y el territorio perdido no se recuperó.[184]

    En el 950 recibió en Córdoba a una embajada enviada por Borrell II, por la que el conde barcelonés reconocía la superioridad califal y le pedía paz y amistad.

    Entre los años 951 y 961, el Califato intervino activamente en las querellas dinásticas que sufrió la monarquía leonesa durante los reinados de Ordoño III, Sancho I y Ordoño IV. El califa varió su apoyo entre las distintas partes en litigio según la coyuntura política de cada momento, buscando debilitar al más poderoso de los reinos cristianos de la Península. Los reyes leoneses de esta época se volvieron en la práctica clientes políticos de Abderramán y más tarde de su hijo y sucesor, Alhakén II.[201]

    En el 958, Abderramán recibió la visita de Toda de Pamplona acompañada de su nieto el destronado Sancho I, para quien logró el apoyo del califa, que le apoyó para recuperar el trono leonés, aunque esto supusiese el sometimiento tácito al califa.[204][184]​ Curado de su obesidad por Hasdai ibn Shaprut,[205]​ hábil diplomático y médico de Abderramán, Sancho recuperó León en el 960.[204][184]​ Las últimas incursiones en vida de Abderramán se produjeron ese año contra Zamora y contra Tarragona, que el califato recuperó.[204]​ El califa falleció al año siguiente.[204]

    El Magreb

    El segundo eje de la política exterior de Abderramán III fue frenar la expansión en el norte de África del califato fatimí, presente en la región desde 910 y que pretendía expandirse por al-Ándalus.[180]​ Para reforzar el control del Estrecho de Gibraltar, tomó Melilla y Ceuta (en el 926 y 932, respectivamente), levantó el castillo de Tarifa y fortificó la bahía de Algeciras.[46]​ Los fatimíes no solo amenazaban el control omeya en la península ibérica y les disputaban el control del Magreb, sino que estorbaban también las rutas comerciales que desde Tombuctú atravesaban el Sáhara hasta Siyilmasa para traer a al-Ándalus oro y esclavos.[206][111][207]

    Dinares fatimíes del siglo x. Los fatimíes, dinastía chiita, fueron los principales rivales de los omeyas andalusíes en el Magreb, que se disputaron en general a través de sus clientes políticos en la región. Al final del reinado de Adbderramán la situación favorecía a sus enemigos.

    Impulsó con decisión la creación de atarazanas para crear una flota suficiente para protegerse de las incursiones normandas, africanas o de los Estados cristianos del norte peninsular.[46]​ Se conocen al menos seis de ellas, tres en el Atlántico (Alcácer do Sal, Algeciras y Sevilla) y otras tantas en el Mediterráneo (Almería, Pechina y Tarragona).[118]​ La armada cordobesa debía además cortar toda posible ayuda a los rebeldes de Ibn Hafsún proveniente del norte de África.[206][111]​ El propio Abderramán acudió a inspeccionar las nuevas naves ancladas en Algeciras y fomentó el reforzamiento de la flota de Pechina.[208]​ El robustecimiento de la flota permitió a Abderramán intervenir en las luchas que se libraban en el Magreb.[206]​ A esto se le unió el reforzamiento de las defensas costeras mediante la construcción y reforzamiento de fortalezas y atalayas.[111]​ El impulso naval le permitió además controlar el extremo occidental del Mediterráneo, la zona triangular formada por las islas Baleares, Argel y el estrecho de Gibraltar.[209]

    Las medidas adoptadas supusieron la construcción de una flota que convirtió al califato de Córdoba en una potencia marítima con base en Almería —saqueada durante el incendio de la flota por los fatimíes en el 955—[180][203]​ y que le permitirían conquistar las ciudades norteafricanas de Melilla (926),[46]Ceuta (931)[46][210]​ y Tánger (951), y establecer una especie de protectorado sobre el norte y el centro del Magreb apoyando a los soberanos de la dinastía idrísida, que se mantendría hasta 958,[180]​ cuando una ofensiva fatimí le hizo perder toda influencia en el Magreb donde solo mantendría las plazas de[180]​ Ceuta y Tánger. El control directo de algunos puertos estratégicos permitía a los omeyas tanto intervenir política y militarmente en la zona como facilitar el comercio con la región.[210]​ Para asegurar la fidelidad de los clientes omeyas regionales, Abderramán llevó a cabo una amplia política de nombramientos oficiales —que iban acompañados de ricas vestiduras— y de subvenciones monetarias y entrega de regalos a los aliados.[211]​ La rivalidad —tanto política como religiosa, ya que los fatimíes eran chiitas mientras que los omeyas eran suníes—, se dirimió principalmente mediante los clientes de cada dinastía: los fatimíes se apoyaron principalmente en los ziríes y sanhaya, mientras que los omeyas sostuvieron a los bereberes zanata y la dinastía idrisí, ya en decadencia.[206][212]

    Al avance fatimí inicial que les permitió tomar Nekor en el 917 y Fez en el 920, Abderramán reaccionó aliándose con un caudillo zanata de debeló a los fatimíes en el 924 y respaldando a los idrisíes, que recuperaron Fez en el 925.[206]​ Poco después, sin embargo, los idrisíes sufrieron nuevos reveses a manos de los miknasa aliados a los fatimíes.[213]

    El 25 de marzo del 931 y a petición de sus habitantes, la flota omeya ocupó Ceuta, asegurando así el dominio cordobés del estrecho de Gibraltar, aunque esto disgustase a los aliados idrisíes, que trataron de frustrar la maniobra.[214]​ Abderramán continuó su anterior alianza con los zanata y logró el reconocimiento de los miknasa, antes aliados de los fatimíes pero indispuestos con estos.[215]​ Por el contrario, los idrisíes, antiguos aliados, comenzaron a distanciarse del omeya ya acabaron coaligados a los fatimíes.[216]​ Gracias a estos, recuperaron Fez en la gran campaña del 935,[210]​ en la que los fatimíes recuperaron gran cantidad de territorio magrebí, incluyendo Nekor.[216]​ La flota omeya reaccionó corriendo las costas magrebíes, infligiendo varias derrotas a sus enemigos y probablemente tomando Melilla.[217]​ Adbderramán obtuvo el control temporal del Mediterráneo más occidental y aprovechó la extensión del jariyismo de Abū Yazīd por los territorios fatimíes para debilitar a estos.[218]

    La suerte favoreció a Abderramán hasta el 955, cuando los fatimíes reaccionaron a la toma de uno de sus bajeles por los omeyas desencadenando un durísimo ataque a la flota omeya en Almería, que saqueó y arrasó.[219][220]​ En la primavera, Galib recorrió sin grandes victorias la costa tunecina.[220]​ En el 957 hubo un contraataque omeya contra Marsa al-Jaraz, Susa y Tabarca.[219]​ Al año siguiente se produjo una gran[220]​ ofensiva fatimí que expulsó a los omeyas de todo el Magreb salvo de las plazas de Ceuta y Tánger, que retuvieron.[221]​ A la muerte de Abderramán en el 961, la influencia omeya en la región era mínima.[181]​ La recuperación de las armas omeyas en el Magreb se produjo durante el reinado de su sucesor, Alhakén II.[220]

    Relaciones diplomáticas

    Además de con los Estados cristianos del norte y con los jefes del Magreb,[205]​ el Abderramán mantuvo contactos diplomáticos con otros países.[203]​ De Cerdeña llegó una embajada (942) acompañada por comerciantes de Amalfi,[222]​ ciudad con la que se establecieron lazos comerciales.[203]​ En el 953, llegó una embajada del Otón I,[222]​ aunque las relaciones con este fueron tensas al comienzos por las diferencias religiosas entre los dos Estados.[203]​ El califa mantuvo también relaciones con los bizantinos, en especial por su interés por contrarrestar el poder fatimí, que también amenazaba a estos.[203]​ La delegación bizantina que vistió al califa en el 949 trajo entre sus regalos una importante copia de las obras botánicas de Dioscórides, desconocida en al región.[205]

    Muerte

    Murió en Medina Azahara el 15 de octubre del 961, a los setenta y tres años de edad, tras un reinado de cincuenta años, seis meses y dos días.[7]​ Su cuerpo fue trasladado a la rawda del Alcázar de Córdoba, donde fue enterrado, como todos los emires y luego los califas omeyas.[223]

    Su principal logro fue la unificación y pacificación de los territorios andalusíes, que volvió a someter a la autoridad cordobesa.[7]​ Con una hábil combinación de violencia y magnanimidad consiguió someter a los diversos rebeldes que habían desafiado la autoridad de sus antecesores.[144]​ A la larga, sin embargo, los esfuerzos de Abderramán resultaron baldíos: el califato que fundó quedó abolido en el 1031 y los omeyas prácticamente desaparecieron de al-Ándalus.[224]​ Su labor de unificación territorial también quedó más tarde desbaratada por la fragmentación de la zona en el siglo siguiente en reinos de taifas.[225]​ Esta, a su vez, dio al traste con los logros defensivos de Abderramán, que habían permitido frenar considerablemente el avance cristiano en la península.[225]​ Por otra parte, la inclusión de abundantes contingentes bereberes entre las fuerzas del califato, que Abderramán inició y continuaron sus sucesores, tuvo una gran importancia en las luchas internas durante la posterior crisis del califato.[209]

    Logros

    Interior de la Mezquita de Córdoba.
    Cuando los reyes quieren que se hable en la posteridad de sus altos designios —escribió—, ha de ser con la lengua de las edificaciones. ¿No ves cómo han permanecido las pirámides y a cuántos reyes los borraron las vicisitudes de los tiempos?
    — Abderramán III.

    Abderramán III no sólo hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente, sino que la convirtió en la principal ciudad de Europa Occidental, rivalizando a lo largo de un siglo con Bagdad y Constantinopla, las capitales del Califato Abasí y el Imperio bizantino, respectivamente, en poder, prestigio, esplendor y cultura. Según fuentes árabes, bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el millón de habitantes (cifra exagerada probablemente entre 150 000 y 200 000 habitantes lo que la convertía en la ciudad más poblada de Europa),[226]​ que disponían de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e innumerables baños públicos.

    El califa omeya fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de Medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madinat al-Zahra, de la que hizo su residencia hasta su muerte.

    Semblanza del Califa

    Píxide de marfil perteneciente a un hijo del califa Abderramán.

    El primer califa de Córdoba era, según el Kitab al-Bayan de Ibn Idari:

    …de piel blanca, ojos azules y rostro atractivo; de buena facha, aunque algo recio y rechoncho. Sus piernas eran cortas hasta el extremo de que el estribo de su silla de montar bajaba apenas un palmo de ésta. Cuando montaba a caballo parecía alto, pero a pie, resultaba bastante bajo. Se teñía la barba de negro.[227]

    Todos los cronistas árabes subrayaron sus cualidades y méritos, destacadon su sagacidad y diplomacia, su firmeza e intrepidez, su liberalidad y generosidad, sus extraordinarios conocimientos en derecho musulmán y en otras ramas del saber, además de ser excelente poeta y elocuente orador. Sus cronistas relataron minuciosamente sus obras en defensa de la ortodoxia islámica y condena de la herejía, como la persecución de los seguidores de Ibn Masarra y su generosidad con los parientes de un loco que quiso matarle.

    …Y en todo este tiempo, he contado los días de pura y genuina felicidad que he vivido: montan un total de catorce… No cifréis por tanto vuestras esperanzas en las cosas de este mundo.
    —Abderramán III.

    Sin embargo, el Califa también adolecía de numerosos defectos. Apasionado por el lujo y la pompa, fue censurado públicamente por el cadí Mundir ibn Said al-Balluti, porque dejó de cumplir sus deberes religiosos en la Mezquita Aljama tres viernes seguidos cuando dirigía con entusiasmo las obras del «Gran Salón del Califato» en Medina Azahara, cuyos muros quiso revestir de oro y plata. También abusaba de la bebida y en una ocasión, estando borracho, exigió con amenazas de muerte a Muhammad ibn Said ibn al-Salim, que se había enriquecido en el ejercicio de cargos públicos, la entrega de un importante donativo para contribuir a los gastos del reino. El atemorizado Ibn al-Salim se turbó tanto que se emborrachó hasta el punto de vomitar junto al Califa, el cual, caritativamente, le sujetó la cabeza y le ayudó a limpiarse. Días después de la fiesta entregó a su señor cien mil dinares en monedas de plata. Al-Nasir aceptó la prueba de sumisión, y siguió proporcionándole altos cargos y beneficios hasta su muerte.

    A veces le gustaba divertirse a costa de sus visires azuzando a unos contra otros, rematando entre risas los versos procaces con que un visir que satirizaba a otro con unas voces romances malsonantes sin apartarse del metro ni de la rima del verso clásico árabe.

    Cuando tenía un capricho no le importaba pisotear los derechos de sus súbditos: quiso comprar un terreno para una de sus favoritas y le gustó la casa que habían heredado unos niños huérfanos, que como tales estaban bajo la tutoría del cadí Mundir ibn Said. Abderramán ordenó al albacea que se la valorase a la baja. Cuando se enteró el cadí, contestó al califa que la venta de los bienes de los huérfanos sólo era posible por tres motivos: por necesidad, por ruina grave o para obtener un beneficio. Como ninguna de estas tres condiciones se cumplían y conociendo como conocía al Califa, ordenó derribar la casa y obtuvo por el material de derribo más de lo que ofrecía el omeya. Interrogado por éste le respondió con energía: «Tus tasadores no la valoraron sino en tal cantidad y a ti te pareció bien. Se ha obtenido con el material de derribo mucho más y ha quedado además el solar y el baño público, que proporciona muchos beneficios».

    Las mismas fuentes árabes se hacen eco de su crueldad, ya que podía ser sanguinario más allá de todo límite. Quiso ver con sus propios ojos la muerte de su hijo sublevado Abd Allah, y lo mandó ejecutar en el salón del trono, en presencia de todos los dignatarios de la corte, para escarmiento general. Según Ibn Hayyan, llegó a hacer colgar a los hijos de unos negros en la noria de su palacio como si fueran arcaduces hasta que murieron ahogados, e hizo cabalgar a la «vieja y desvergonzada bufona Rasis» en su cortejo, con espada y bonete —símbolos del Ejército y de la judicatura— para escarnecer a su gente.[228]​ Su brutalidad con las mujeres del harén era notoria.[229]​ Estando borracho un día, a solas con una de sus favoritas de extraordinaria hermosura en los jardines de Medina Azahara, quiso besarla y morderla, pero ella se mostró esquiva e hizo un mal gesto.[230]​ Entonces el califa montó en cólera y mandó llamar a los eunucos para que la sujetaran y quemaran la cara, de modo que perdiera su belleza.[230]​ Su verdugo Abu Imran, que no se separaba de su amo, fue requerido por Abderramán III cuando pasaba la velada bebiendo con una esclava en el Palacio de la Noria.[230]​ La hermosa joven estaba sujeta por varios eunucos y pedía clemencia mientras el califa le contestaba con los peores insultos.[230]​ Siguiendo las órdenes de su señor, el verdugo decapitó a la joven y recibió en premio las perlas que se desparramaron del magnífico collar de la concubina, con cuyo valor se compró una casa.[230]​ Remata Ibn Hayyan este rosario de horrores contando que el califa utilizaba los leones que le habían regalado unos nobles africanos para amedrentar a los delincuentes, pero, según el cronista, al final de su vida prescindió de ellos, matándolos.[228]

    Según Ibn Idari, Abderramán III redactó una especie de diario en el que hacía constar los días felices y placenteros marcando el día, mes y año. Pero en su larga vida tan sólo quedaron reflejados en ese diario catorce días felices.

    Véase también

    Notas

    1. Su nombre completo era Abu l-Mutarrif Abderramán ibn Muhammad ibn Abd Allah ibn Muhammad ibn Abderramán II ibn al-Hakam ibn Hisham ibn Abderramán I.[3]
    2. Estrictamente, con Otón I antes de proclamarse emperador, pues Abderremán falleció antes de que aquel obtuviese el título.
    3. Ibn Hazm cuenta que cuando el joven Abderramán sucedió a su abuelo, la expulsó del Alcázar, y hubo de refugiarse en la casa noble de los Banu Hudayr, visires del emirato. Esta princesa murió el 24 de enero de 931 (22 de dulhiyya de 319 H), unos dieciocho años después de la entronización de su sobrino.
    4. Según otras fuentes, con 78 años.[35]
    5. Especie de prefecto o alcalde de la capital, responsable de su gestión.
    6. Paz o amnistía que los musulmanes conceden a quienes se les someten.
    7. La familia, que había tomado el poder en la ciudad en el 891, fue reconocida por el emir Abd Allah y creó su propia corte.[70]
    8. Topónimo que se puede identificar con Belda, despoblado del término malagueño de Cuevas de San Marcos, cerca de Iznájar.
    9. Es difícil identificar este castillo porque las fuentes árabes citan varias fortalezas del mismo nombre en las coras de Málaga (Rayya) y Elvira. Por su proximidad a Belda debería corresponderse al castillo de Turrus, situado al oeste de Loja y muy cerca de Fuentes de Cesna, en el actual municipio de Algarinejo.
    10. Este topónimo se refleja en el nombre de la actual Cuesta de la Reina.
    11. Quizá Antequera.[84]
    12. Según Fierro, para demostrar el rigor de Abderramán, a punto de proclamarse califa, en la persecución de los apóstatas del islam, como se suponía que lo había sido Ibn Hafsún.[92]
    13. Por aquel entonces, aún rey únicamente de Galicia. En el 914, tras la muerte de su hermano García I, obtuvo también los territorios leoneses.[94]
    14. Tanto los fatimíes como los abadíes, el califa bereber de Siyilmasa —proclamado en el 953— o Abu Yazid acuñaron dinares, un acto en general símbolo de autoridad religiosa.[113]
    15. La rendición, en medio de una gran sequía, se produjo el 23 de agosto del 937, pero las negociaciones para estipular las cláusulas de la claudicación duraron hasta noviembre.[133]
    16. Esta rebelión la acaudilló el hermano del ajusticiado Ahmad ben Ishaq al-Qurasí, Umayya. Una vez sofocada, pasó a la corte de Ramiro y participó junto a él en la batalla de Simancas, aunque más tarde se reconcilió con el califa.[128]
    17. Manzano Moreno sugiere que la derrota fue una confabulación de los señores fronterizos recién sometidos, que deseaban deshacerse de Abderramán, y de algunos jefes del ejército, descontentos por la influencia en asuntos militares de un advenedizo favorito del califa, Nayda ibn Hussein.[187]

    Referencias

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    220. a b c d Fierro, 2011, p. 139.
    221. Valdeón Baruque, 2001, p. 159-160.
    222. a b Fletcher, 1999, p. 86.
    223. Manzano Moreno, 2006, p. 220.
    224. Fierro, 2011, p. 30.
    225. a b Fierro, 2011, p. 31.
    226. Más probablemente 100 000.
    227. Para parecer árabe
    228. a b Fierro, 2011, p. 180.
    229. Fierro, 2011, p. 178.
    230. a b c d e Fierro, 2011, p. 179.

    Bibliografía

    Fuentes

    • Anónimo. Una Crónica anónima de Abd al-Rahman III al-Nasir, ed. y trad. de Evaristo Levi-Provençal y Emilio García Gómez. Madrid, 1950.
    • Ibn Hayyân. Muqtabis V, Crónica del Califa Abderrahmân III an-Nâsir entre los años 912 y 942, ed. y trad. de Mª Jesús Viguera y Federico Corriente. Anubar, Zaragoza, 1981. ISBN 84-7013-185-0

    Obras modernas

    Enlaces externos


    Predecesor:
    Abd Alláh
    Emir de Córdoba
    16 de octubre de 912-16 de enero de 929
    Sucesor:
    Él mismo
    (Como Califa de Córdoba)
    Predecesor:
    Él mismo
    (Como Emir de Córdoba)
    Califa de Córdoba
    16 de enero de 929-15 de octubre de 961
    Sucesor:
    Alhakén II