Diferencia entre revisiones de «Historia de la decadencia y caída del Imperio romano»

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== Introducción ==
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La ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano'' narra la historia del [[Imperio romano]] en el período que abarca desde la muerte del emperador [[Marco Aurelio]] hasta la [[Caída de Constantinopla]] (entre los años [[180]] y [[1453]]), y concluye con una retrospectiva de la ciudad de [[Roma]] en [[1590]]. A parte de describir los hechos históricos que acontecieron durante esos mil años, el libro aborda las causas, las decisiones y los hechos históricos que condujeron a la disolución del Imperio romano tanto en Occidente como en Oriente, ofreciendo una de las primeras teorías explicativas de por qué cayó el [[Imperio romano]].
La ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano'' narra la historia del [[Imperio romano]] en el período que abarca desde la muerte del emperador [[Marco Aurelio]] hasta la [[caída de Constantinopla]] (entre los años [[180]] y [[1453]]), y concluye con una retrospectiva de la ciudad de [[Roma]] en [[1590]]. A parte de describir los hechos históricos que acontecieron durante esos mil años, el libro aborda las causas, las decisiones y los hechos históricos que condujeron a la disolución del Imperio romano tanto en Occidente como en Oriente, ofreciendo una de las primeras teorías explicativas de por qué cayó el [[Imperio romano]]. Según Gibbon, el Imperio Romano sucumbió a las invasiones bárbaras en buena medida debido a la continuada pérdida de virtudes cívicas de sus ciudadanos.


La obra, muy detallada y precisa, hace que Gibbon sea considerado como el primer historiador moderno de la [[Antigua Roma]].<ref>Ver David Potter, ''A Companion To The Roman Empire''. (Malden, Mass.: Blackwell Pub., 2006), [http://books.google.com/books?vid=ISBN0631226443&id=xuekmwMwiBgC&pg=PA100&lpg=PA100&ots=8DcY1yJ06U&dq=%22first+modern+historian%22+gibbon&ie=ISO-8859-1&sig=1Cjq2voCMkbr8JaYA0qO7TXXK_0 p. 100].</ref> Así, su ''[[opus magnum]]'' se caracteriza por el enfoque objetivo con que trata a los hechos y por el enormemente preciso y exigente empleo de las fuentes históricas,<ref name="94851d92">A principios del siglo XX, el biógrafo [[Sir Leslie Stephen]] ["Gibbon, Edward (1737-1794)," ''Dictionary of National Biography'', vol. 7, (Oxford, 1921), 1134] apuntó la reputación de ''The History''<nowiki/>' como la de una obra de erudición inigualable, algo que el ámbito académico reconoce tan válido entonces como en la actualidad:
Al tiempo, la obra señala un paralelismo implícito entre dos imperios en declive, el [[Imperio romano]] y el propio [[Imperio Británico]], que en la época de publicación del libro se hallaba inmerso en plena [[Guerra de Independencia de los Estados Unidos]], y que en su historia reciente había sufrido sonadas derrotas ([[Guerra del Asiento]], pérdidas territoriales europeas en la [[Guerra de los Siete Años]],...). Estas derrotas, junto con una percepción muy negativa de la Administración británica de la época (corruptelas, sinecuras, crisis de liderazgo en el Parlamento Británico, la [[crisis de 1772]],...) habían acabado por convencer a la opinión pública británica de la decadencia de su propio imperio.<ref>Vid. Peter Burke, ''El Renacimiento''</ref> Gibbon examinó la disolución del Imperio Romano desde un marco teórico muy próximo al debate público británico de esa época, centrado en criticar los vicios, la tiranía y la corrupción del gobierno británico.<ref>{{Cita libro|título=Between Machiavelli and Hume: Gibbon as Civic Humanist and Philosophical Historian|url=http://dx.doi.org/10.4159/harvard.9780674733695.c10|editorial=Harvard University Press|fecha=1977-12-31|fechaacceso=2022-06-27|páginas=103–120}}</ref> De hecho, los temas de la '''[[virtud]]''' —que según Gibbon la sociedad romana perdió tras los [[Antoninos]], a consecuencia en parte del [[cristianismo]]—, la '''[[libertad]]''' —perdida con la instauración del régimen imperial de la mano de ''"el taimado [[Augusto|Octaviano]]"''— y la '''[[corrupción política|corrupción]]''' —surgida por la pérdida de las anteriores—, que constituyen el núcleo temático central de la ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano'', son auténticos legados de la [[antigua Roma]] que el [[Renacimiento]] y sobre todo la [[Ilustración]] vinieron a recuperar y reformular, y eran muy frecuentes no ya en los círculos intelectuales ilustrados de la [[Inglaterra]] de la época a los que Gibbon pertenecía, sino que estaban en boca de buena parte del público. Ello, entre otros aspectos, sitúa a la obra en plena [[Ilustración]], dentro de la cual, por otro lado, vendría a ser una de las obras más representativas. En efecto, ''La Historia'' destacará por abordar y juzgar la historia romana empleando los ideales ilustrados (agnosticismo, escepticismo, racionalismo,...), planteando un enfoque histórico-filosófico inédito hasta entonces.

La obra, muy detallada y precisa, hace que Gibbon sea considerado como el primer historiador moderno de la [[Antigua Roma]].<ref>Ver David Potter, ''A Companion To The Roman Empire''. (Malden, Mass.: Blackwell Pub., 2006), [http://books.google.com/books?vid=ISBN0631226443&id=xuekmwMwiBgC&pg=PA100&lpg=PA100&ots=8DcY1yJ06U&dq=%22first+modern+historian%22+gibbon&ie=ISO-8859-1&sig=1Cjq2voCMkbr8JaYA0qO7TXXK_0 p. 100].</ref> Así, su ''[[opus magnum]]'' se caracteriza por el enfoque objetivo con que trata a los hechos y por el enormemente preciso y exigente empleo de las fuentes históricas,<ref name="94851d92">A principios del siglo XX, el biógrafo [[Sir Leslie Stephen]] ["Gibbon, Edward (1737-1794)," ''Dictionary of National Biography'', vol. 7, (Oxford, 1921), 1134] apuntó la reputación de ''The History''<nowiki>'</nowiki> como la de una obra de erudición inigualable, algo que el ámbito académico reconoce tan válido entonces como en la actualidad:
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Las críticas vertidas sobre su libro (...) son casi unánimes. En precisión, meticulosidad, lucidez, y en abarcar de forma extensiva tan vasto tema, la Historia es insuperable. Es el único libro de Historia escrito en inglés que puede considerarse como definitivo. (...) A pesar de sus defectos, el libro es a la vez artísticamente imponente e históricamente irreprochable como un vasto panorama de un período inmensamente largo.</blockquote>
Las críticas vertidas sobre su libro (...) son casi unánimes. En precisión, meticulosidad, lucidez, y en abarcar de forma extensiva tan vasto tema, la Historia es insuperable. Es el único libro de Historia escrito en inglés que puede considerarse como definitivo. (...) A pesar de sus defectos, el libro es a la vez artísticamente imponente e históricamente irreprochable como un vasto panorama de un período inmensamente largo.</blockquote>
</ref> y por ello fue tomado como modelo metodológico por los historiadores de los siglos [[siglo XIX|XIX]] y [[siglo XX|XX]].<ref name="94851d92" /> El pesimismo y la fina ironía de la que hace gala era común en los escritos históricos de su época, que, influidos por los moralistas griegos como [[Plutarco]], pretendían transcender la mera descripción histórica.{{cita requerida}} La redacción de la obra es, a juzgar de muchos, impecable, y escrita con un característico estilo dieciochesco, preciso, elegante y formal, muy propio de una época dominada por el crítico, poeta y lexicógrafo [[Samuel Johnson]]; efectivamente, [[James Boswell]] señaló, ya en 1789, la profunda influencia del estilo del Dr. [[Samuel Johnson]] en la redacción de la ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano''.<ref>Ver [[La vida de Samuel Johnson]] (1791), de [[James Boswell]]. En el elogio final a Johnson, Boswell, pese a su enemistad personal con Gibbon, lo cita como un excelente ejemplo de la influencia de Johnson en el estilo literario de la época, e incluso ofrece un fragmento de ''The History'' a modo ilustrativo. </ref>
</ref> y por ello fue tomado como modelo metodológico por los historiadores de los siglos [[siglo XIX|XIX]] y [[siglo XX|XX]].<ref name="94851d92" /> La obra está escrita con un característico estilo dieciochesco, preciso, elegante y formal, muy propio de una época dominada por el crítico, poeta y lexicógrafo [[Samuel Johnson]]; efectivamente, [[James Boswell]] señaló, ya en 1789, la profunda influencia del estilo del Dr. [[Samuel Johnson]] en la redacción de la ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano''.<ref>Ver [[La vida de Samuel Johnson]] (1791), de [[James Boswell]]. En el elogio final a Johnson, Boswell, pese a su enemistad personal con Gibbon, lo cita como un excelente ejemplo de la influencia de Johnson en el estilo literario de la época, e incluso ofrece un fragmento de ''The History'' a modo ilustrativo. </ref> Su refinado estilo literario convirtieron a Gibbon en un ejemplo a imitar. Por ejemplo [[Winston Churchill]] afirmó: «''Empecé el Decline and Fall (y) fui inmediatamente dominado tanto por la historia como por el estilo. Devoré a Gibbon. Lo seguí triunfalmente de principio a fin''».<ref>Winston Churchill, ''My Early Life: A Roving Commission'' (New York: Charles Scribner's Sons, 1958), p. 111.</ref> Más tarde, en sus propios escritos tendería a imitar el estilo de su prosa.<ref>Roland Quinault, "Winston Churchill and Gibbon," in ''Edward Gibbon and Empire'', eds. R. McKitterick and R. Quinault (Cambridge: 1997), 317–332, p. 331</ref>

En su autobiografía, ''Memorias de mi vida y escritos'', Gibbon deja claro cómo la redacción de dicha obra prácticamente se convirtió en su vida Gibbon comparó la publicación de su Historia a dar a luz a un niño.<ref name=":7">Patricia B. Craddock, ''Edward Gibbon, Luminous Historian''. (Baltimore: Johns Hopkins Univ. Press, 1989), 249-266.</ref> Su proceso de redacción fue muy laborioso, al requerir la revisión de un sinnúmero de materiales frecuentemente muy oscuros o difíciles de acceder. Gibbon trabajaba así: «''doy forma a un párrafo entero de la nada, repetirlo en voz alta, memorizarlo, pero suspender la acción de la pluma hasta que hubiera dado a la obra sus últimos toques»''. El propio Gibbon señaló una cierta diferencia de estilo entre los distintos volúmenes que componían su obra: el primero era, en su opinión, «''un poco tosco y elaborado''", el segundo y el tercero «''maduraron en naturalidad y precisión''», mientras que en los tres últimos, compuestos en su mayor parte en [[Lausana]], temía que «''el uso constante de hablar en una lengua y escribir en otra infundiera una cierta mezcla de modismos galos''».<ref name=":7" />

=== Historia editorial ===
Gibbon escribió la obra entre 1772 y 1789, en dos fases. Durante la primera fase, entre 1772 y 1776, Gibbon compuso el Libro I y recopiló material para los Libros II y III, que publicó en 1781. Estos tres libros abordan la historia del [[Bajo Imperio romano|Bajo Imperio Romano]] desde el reinado de [[Marco Aurelio]] en 180 hasta la [[Caída del Imperio romano|caída de Roma]] en el 476 y la muerte de [[Julio Nepote]] en 480.

El primer volumen de la obra tuvo un enorme éxito de crítica y público. Alabado públicamente por [[David Hume]]<ref>{{Cita publicación|url=https://books.google.co.uk/books?id=o5fcBQAAQBAJ&pg=PA16&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false|título=Melancholy Duty: The Hume-Gibbon Attack on Christianity|apellidos=Foster|nombre=S. P.|fecha=2016|publicación=|editorial=Springer|issn=978-9401722353}}</ref> y [[Adam Smith]], durante el año de 1777 la obra tuvo tres ediciones más. Su éxito estuvo ayudado tanto por el magistral estilo de Gibbon, su erudición y precisión, como por el escándalo que causaron algunas de las tesis de la obra. En los capítulos XV y XVI del Libro I, Gibbon abordó la historia del cristianismo temprano, en la que rechazó muchos de los mitos y exageraciones de los apologistas cristianos, y atribuyó al cristianismo parte de las causas de la decadencia cívica romana.

En la segunda fase de la obra, redactada entre 1783 y 1789, Gibbon escribió los Libros IV, V y VI, en los que aborda la historia del [[Imperio bizantino|Imperio romano de Oriente]] hasta la caída de Constantinopla en 1453. Para entonces, con un prestigio cimentado, la ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano'' tenía el éxito garantizado.

Desde el momento de su publicación, el ''Decline and Fall'' de Gibbon se convirtió en un clásico historiográfico y literario. A lo largo del siglo XIX conoció numerosas ediciones, y su estatus de clásico literario estaba tan cimentado que en [[Nuestro común amigo|''Nuestro común amigo'']] (1864-1865) [[Charles Dickens]] hace que uno de sus personajes contrate a otro a fin de educarse con la lectura del ''Decline and Fall'', que emplea como paradigma de obra erudita y alta cultura''.''<ref>Allen, Brooke. "The Man Who Didn't Like Dickens: Evelyn Waugh and Boz." ''Dickens Quarterly'' 8, no. 4 (1991): 155-162.</ref> La obra fue traducida rápidamente a otros idiomas: alemán (1800), francés (1819), italiano (1820-1824), castellano (1842), portugués (1842). Desde entonces, ha conocido numerosas ediciones y re-impresiones en multitud de idiomas. Las primera edición crítica en inglés, preparada por el historiador [[Henry Hart Milman]], apareció en 1838.<ref>Disponible en [[gutenberg:25717|Project Gutenberg]]</ref> Entre 1898 y 1925 [[John Bagnell Bury|John Bury]] preparó una versión anotada completa de la obra,<ref>J.B. Bury, ed., seven volumes, seven editions, London: Methuen, 1898 to 1925, reprinted New York: AMS Press, 1974. <nowiki>ISBN 0-404-02820-9</nowiki>.</ref> que ha servido de base otras ediciones modernas como la editada por [[Hugh Trevor-Roper]] en 1993–1994.<ref>[[Hugh Trevor-Roper]], ed., seis volumes, New York: Everyman's Library, 1993–1994. El texto, incluyendo las notas de Gibbon, procede de Bury, pero sin las notas del mismo. <nowiki>ISBN 0-679-42308-7</nowiki> (vols. 1–3); <nowiki>ISBN 0-679-43593-X</nowiki> (vols. 4–6).</ref>


=== Temas ===
Aunque publicó otras obras, Gibbon dedicó gran parte de su vida (1772–1789) a redactar la ''Historia de la Decadencia y Caída del Imperio romano''. En su autobiografía, ''Memorias de mi vida y escritos'', Gibbon deja claro cómo la redacción de dicha obra prácticamente se convirtió en su vida, y compara la publicación de cada uno de los seis volúmenes al nacimiento de un hijo.<ref>Patricia B. Craddock, ''Edward Gibbon, Luminous Historian''. (Baltimore: Johns Hopkins Univ. Press, 1989), 249-266.</ref> Un estudio atento de la obra, y sobre todo de sus notas, demuestra el profundo conocimiento que Gibbon tenía del período descrito, y la maestría con la que empleaba una infinidad de fuentes históricas.
La obra señala un paralelismo implícito entre dos imperios en declive, el [[Imperio romano]] y el propio [[Imperio Británico]], que en la época de publicación del libro se hallaba inmerso en plena [[Guerra de Independencia de los Estados Unidos]], y que en su historia reciente había sufrido sonadas derrotas ([[Guerra del Asiento]], pérdidas territoriales europeas en la [[Guerra de los Siete Años]],...). Estas derrotas, junto con una percepción muy negativa de la Administración británica de la época (corruptelas, sinecuras, crisis de liderazgo en el Parlamento Británico, la [[crisis de 1772]],...) habían acabado por convencer a la opinión pública británica de la decadencia de su propio imperio.<ref>Vid. Peter Burke, ''El Renacimiento''</ref> Gibbon examinó la disolución del Imperio Romano desde un marco teórico muy próximo al debate público británico de esa época, centrado en criticar los vicios, la tiranía y la corrupción del gobierno británico.<ref>{{Cita libro|título=Between Machiavelli and Hume: Gibbon as Civic Humanist and Philosophical Historian|url=http://dx.doi.org/10.4159/harvard.9780674733695.c10|editorial=Harvard University Press|fecha=1977-12-31|fechaacceso=2022-06-27|páginas=103–120}}</ref> De hecho, los temas de la '''[[virtud]]''' —que según Gibbon la sociedad romana perdió tras los [[Antoninos]], a consecuencia en parte del [[cristianismo]]—, la '''[[libertad]]''' —perdida con la instauración del régimen imperial de la mano de ''"el taimado [[Augusto|Octaviano]]"''— y la '''[[corrupción política|corrupción]]''' —surgida por la pérdida de las anteriores—, que constituyen el núcleo temático central de la ''Historia de la decadencia y caída del Imperio romano'', son auténticos legados de la [[antigua Roma]] que el [[Renacimiento]] y sobre todo la [[Ilustración]] vinieron a recuperar y reformular, y eran muy frecuentes no ya en los círculos intelectuales ilustrados de la [[Inglaterra]] de la época a los que Gibbon pertenecía, sino que estaban en boca de buena parte del público. Ello, entre otros aspectos, sitúa a la obra en plena [[Ilustración]], dentro de la cual, por otro lado, vendría a ser una de las obras más representativas. En efecto, ''La Historia'' destacará por abordar y juzgar la historia romana empleando los ideales ilustrados (agnosticismo, escepticismo, racionalismo,...), planteando un enfoque histórico-filosófico inédito hasta entonces.


== Características de la obra ==
== Características de la obra ==

Revisión del 10:39 30 jun 2022

Historia de la decadencia y caída del Imperio romano
de Edward Gibbon

Página de título de la copia de la tercera edición de John Quincy Adams (1777).
Género Historiografía
Subgénero récit historique (fr) Ver y modificar los datos en Wikidata
Tema(s) Decadencia del Imperio romano
Edición original en inglés
Título original The History of the Decline and Fall of the Roman Empire
Editorial Strahan & Cadell
Ciudad Londres
País Reino Unido
Fecha de publicación 1776
Texto original The History of the Decline and Fall of the Roman Empire en Wikisource
Edición traducida al español
Título Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano
Traducido por José Mor de Fuentes
Fecha de publicación 1842

La Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (en inglés original, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, conocida popularmente como The History) es una obra histórica escrita por el británico Edward Gibbon (1737-1794), que describe la civilización occidental, así como las conquistas islámicas y mongolas, desde el apogeo del Imperio romano hasta la caída de Constantinopla. Consta de seis volúmenes publicados por primera vez en cuartos entre 1776 y 1789: el Libro I fue publicado en 1776, los Libros II y III en 1781, y los libros IV, V, y VI en 1788-1789. Está considerada como una de los mayores logros literarios del siglo XVIII, y como uno de los libros de historia más influyentes de todos los tiempos.[1]

Doscientos años después de su publicación, el libro perdura sobre todo como hito y obra literaria, pero queda al margen de las corrientes historiográficas actuales, dado que el estudio del fin del Imperio romano en el tiempo transcurrido desde su publicación ha cambiado y evolucionado considerablemente; aun así, por su inmensa erudición, suele recurrirse a ella para recabar referencias históricas del período en cuestión. Además, la obra está considerada como una crítica argumentada y juiciosa sobre la fragilidad de la condición humana, y es por ello que sigue inspirando a historiadores y estudiantes de literatura inglesa, manteniendo un sólido prestigio que garantiza su reedición de continuo en la actualidad.

Introducción

La Historia de la decadencia y caída del Imperio romano narra la historia del Imperio romano en el período que abarca desde la muerte del emperador Marco Aurelio hasta la caída de Constantinopla (entre los años 180 y 1453), y concluye con una retrospectiva de la ciudad de Roma en 1590. A parte de describir los hechos históricos que acontecieron durante esos mil años, el libro aborda las causas, las decisiones y los hechos históricos que condujeron a la disolución del Imperio romano tanto en Occidente como en Oriente, ofreciendo una de las primeras teorías explicativas de por qué cayó el Imperio romano. Según Gibbon, el Imperio Romano sucumbió a las invasiones bárbaras en buena medida debido a la continuada pérdida de virtudes cívicas de sus ciudadanos.

La obra, muy detallada y precisa, hace que Gibbon sea considerado como el primer historiador moderno de la Antigua Roma.[2]​ Así, su opus magnum se caracteriza por el enfoque objetivo con que trata a los hechos y por el enormemente preciso y exigente empleo de las fuentes históricas,[3]​ y por ello fue tomado como modelo metodológico por los historiadores de los siglos XIX y XX.[3]​ La obra está escrita con un característico estilo dieciochesco, preciso, elegante y formal, muy propio de una época dominada por el crítico, poeta y lexicógrafo Samuel Johnson; efectivamente, James Boswell señaló, ya en 1789, la profunda influencia del estilo del Dr. Samuel Johnson en la redacción de la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano.[4]​ Su refinado estilo literario convirtieron a Gibbon en un ejemplo a imitar. Por ejemplo Winston Churchill afirmó: «Empecé el Decline and Fall (y) fui inmediatamente dominado tanto por la historia como por el estilo. Devoré a Gibbon. Lo seguí triunfalmente de principio a fin».[5]​ Más tarde, en sus propios escritos tendería a imitar el estilo de su prosa.[6]

En su autobiografía, Memorias de mi vida y escritos, Gibbon deja claro cómo la redacción de dicha obra prácticamente se convirtió en su vida Gibbon comparó la publicación de su Historia a dar a luz a un niño.[7]​ Su proceso de redacción fue muy laborioso, al requerir la revisión de un sinnúmero de materiales frecuentemente muy oscuros o difíciles de acceder. Gibbon trabajaba así: «doy forma a un párrafo entero de la nada, repetirlo en voz alta, memorizarlo, pero suspender la acción de la pluma hasta que hubiera dado a la obra sus últimos toques». El propio Gibbon señaló una cierta diferencia de estilo entre los distintos volúmenes que componían su obra: el primero era, en su opinión, «un poco tosco y elaborado", el segundo y el tercero «maduraron en naturalidad y precisión», mientras que en los tres últimos, compuestos en su mayor parte en Lausana, temía que «el uso constante de hablar en una lengua y escribir en otra infundiera una cierta mezcla de modismos galos».[7]

Historia editorial

Gibbon escribió la obra entre 1772 y 1789, en dos fases. Durante la primera fase, entre 1772 y 1776, Gibbon compuso el Libro I y recopiló material para los Libros II y III, que publicó en 1781. Estos tres libros abordan la historia del Bajo Imperio Romano desde el reinado de Marco Aurelio en 180 hasta la caída de Roma en el 476 y la muerte de Julio Nepote en 480.

El primer volumen de la obra tuvo un enorme éxito de crítica y público. Alabado públicamente por David Hume[8]​ y Adam Smith, durante el año de 1777 la obra tuvo tres ediciones más. Su éxito estuvo ayudado tanto por el magistral estilo de Gibbon, su erudición y precisión, como por el escándalo que causaron algunas de las tesis de la obra. En los capítulos XV y XVI del Libro I, Gibbon abordó la historia del cristianismo temprano, en la que rechazó muchos de los mitos y exageraciones de los apologistas cristianos, y atribuyó al cristianismo parte de las causas de la decadencia cívica romana.

En la segunda fase de la obra, redactada entre 1783 y 1789, Gibbon escribió los Libros IV, V y VI, en los que aborda la historia del Imperio romano de Oriente hasta la caída de Constantinopla en 1453. Para entonces, con un prestigio cimentado, la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano tenía el éxito garantizado.

Desde el momento de su publicación, el Decline and Fall de Gibbon se convirtió en un clásico historiográfico y literario. A lo largo del siglo XIX conoció numerosas ediciones, y su estatus de clásico literario estaba tan cimentado que en Nuestro común amigo (1864-1865) Charles Dickens hace que uno de sus personajes contrate a otro a fin de educarse con la lectura del Decline and Fall, que emplea como paradigma de obra erudita y alta cultura.[9]​ La obra fue traducida rápidamente a otros idiomas: alemán (1800), francés (1819), italiano (1820-1824), castellano (1842), portugués (1842). Desde entonces, ha conocido numerosas ediciones y re-impresiones en multitud de idiomas. Las primera edición crítica en inglés, preparada por el historiador Henry Hart Milman, apareció en 1838.[10]​ Entre 1898 y 1925 John Bury preparó una versión anotada completa de la obra,[11]​ que ha servido de base otras ediciones modernas como la editada por Hugh Trevor-Roper en 1993–1994.[12]

Temas

La obra señala un paralelismo implícito entre dos imperios en declive, el Imperio romano y el propio Imperio Británico, que en la época de publicación del libro se hallaba inmerso en plena Guerra de Independencia de los Estados Unidos, y que en su historia reciente había sufrido sonadas derrotas (Guerra del Asiento, pérdidas territoriales europeas en la Guerra de los Siete Años,...). Estas derrotas, junto con una percepción muy negativa de la Administración británica de la época (corruptelas, sinecuras, crisis de liderazgo en el Parlamento Británico, la crisis de 1772,...) habían acabado por convencer a la opinión pública británica de la decadencia de su propio imperio.[13]​ Gibbon examinó la disolución del Imperio Romano desde un marco teórico muy próximo al debate público británico de esa época, centrado en criticar los vicios, la tiranía y la corrupción del gobierno británico.[14]​ De hecho, los temas de la virtud —que según Gibbon la sociedad romana perdió tras los Antoninos, a consecuencia en parte del cristianismo—, la libertad —perdida con la instauración del régimen imperial de la mano de "el taimado Octaviano"— y la corrupción —surgida por la pérdida de las anteriores—, que constituyen el núcleo temático central de la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, son auténticos legados de la antigua Roma que el Renacimiento y sobre todo la Ilustración vinieron a recuperar y reformular, y eran muy frecuentes no ya en los círculos intelectuales ilustrados de la Inglaterra de la época a los que Gibbon pertenecía, sino que estaban en boca de buena parte del público. Ello, entre otros aspectos, sitúa a la obra en plena Ilustración, dentro de la cual, por otro lado, vendría a ser una de las obras más representativas. En efecto, La Historia destacará por abordar y juzgar la historia romana empleando los ideales ilustrados (agnosticismo, escepticismo, racionalismo,...), planteando un enfoque histórico-filosófico inédito hasta entonces.

Características de la obra

A lo largo de la obra, Gibbon ofrece un estudio pormenorizado de la evolución política, militar, social y económica del Imperio Romano desde la etapa Antonina hasta la caída de Constantinopla. Gibbon escribió la obra en dos fases que se refleja en la estructura de su Historia: la primera entre 1776 y 1781, y la segunda entre 1788 y 1789. En la primera fase de su redacción, Gibbon abarca un período de unos 300 años, desde la dinastía Antonina en torno al año 180 hasta el final del imperio de Occidente, hacia el año 480. Esta parte es la más celebrada de la obra, y la más detallada.[15]​ En la segunda mitad, Gibbon estudia la historia del imperio de Oriente desde la caída de Roma en el 476 hasta la caída de Constantinopla en 1453, un período que abarca casi 1.000 años. En esta parte Gibbon, menos cómodo con las fuentes griegas que con las latinas,[16]​ y con acceso limitado a muchas fuentes medievales escritas en otros idiomas que investigaciones posteriores han revelado, se ve a menudo obligado a resumir u omitir muchos detalles históricos. Pese a todo, Gibbon concibió la obra como un todo coherente, insistiendo en la legitimidad del Imperio Bizantino como la continuación del Imperio Romano. Igualmente, a lo largo de las dos partes, Gibbon ofrece una narrativa unificada: concibe tanto la caída del imperio de Occidente como la historia subsiguiente del Imperio bizantino como una continua e inevitable decadencia social, cultural y militar.[17][18]

Influencias

La tesis decadentista de Gibbon se vio motivada en buena parte por consideraciones culturales que abundaban en el siglo XVIII.[15]​ Como muchos contemporáneos, Gibbon era un admirador de las letras clásicas; al examinar los escritos de la antigüedad tardía, Gibbon percibía una carencia de originalidad y una pobreza estilística que asociaba a una supuesta decadencia intelectual del Imperio Romano:[16]​ por ejemplo, al comparar la obra histórica de Tácito con la de Amiano Marcelino remarca que «el lápiz tosco y poco distinguido de Amiano ha delineado sus sangrientas figuras con una precisión tediosa y repugnante»[19]​, y al comparar la correspondencia de Plinio el Joven con la de Símaco, afirma que «la exuberancia de Símaco consiste en hojas estériles, sin frutos, e incluso sin flores. Pocos hechos, y pocos sentimientos, se pueden extraer de su verbosa correspondencia».[20]​ Esta decadencia de las letras habría sido acompañada por la de las artes plásticas: por ejemplo, al describir el Arco de Constantino, construido rápidamente con fragmentos de otros monumentos, Gibbon lamenta que para el reinado de Constantino no hubiera ya en Roma un escultor capaz de ejecutar un arco triunfal en estilo clásico, y lo describe como "un melancólico ejemplo de la decadencia de las artes".[21]​ La aparente decadencia cultural de Roma había sido señalada por otros escritores previamente, y había engendrado la noción entre muchos intelectuales contemporáneos de que se debía a una decadencia moral de la sociedad romana.[22]​ Esta tesis había sido articulada previamente por Montesquieu en su Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence (1734), y Montesquieu seguía en ello las tesis decadentistas presentadas previamente por Bossuet en su Discours sur l'histoire universelle (1681), quien a su vez había basado sus opiniones en percepciones similares que se encuentran en las obras de humanistas y clasicistas como Boileau, Budé, o Poliziano. Gibbon había leído las obras de Montesquieu y de Bossuet, que defendían que la decadencia de Roma se debía a un patrón de continuo declive moral en la sociedad romana desde la instauración del Imperio.[23]

En el segundo siglo de la era cristiana, el imperio de Roma comprendía la parte más bella de la tierra, y la porción más civilizada de la humanidad. Las fronteras de esa extensa monarquía estaban custodiadas por un antiguo renombre y un disciplinado valor. La suave pero poderosa influencia de las leyes y las costumbres había cimentado gradualmente la unión de las provincias. Sus pacíficos habitantes disfrutaban y abusaban de las ventajas de la riqueza y el lujo. La pretensión de una constitución libre se conservaba con relativa reverencia: el Senado romano parecía poseer la autoridad soberana, y delegaba en los emperadores todos los poderes ejecutivos del gobierno. Durante un feliz período de más de ochenta años, la administración pública fue dirigida por la virtud y las habilidades de Nerva, Trajano, Adriano y los dos Antoninos.
—Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, Capítulo 1 "La extensión del Imperio en la época de los Antoninos"

A diferencia de estas dos obras, Gibbon no abunda en la supuesta decadencia de las artes, y centra la mayoría de sus conclusiones en el estudio de los registros históricos y las crónicas que tenían a su disposición de los historiadores del siglo XVIII: principalmente, de las obras de los historiadores y moralistas romanos de los siglos IV y V. Estas últimas obras, entre cuyos autores se encuentran Amiano Marcelino, Macrobio, Vegecio, Aurelio Víctor, Zósimo, Hidacio o Jornandes, están caracterizadas por el pesimismo con el que veían desaparecer el orden romano de los siglos anteriores.[24]​ Las opiniones de autores influirían directamente en Gibbon, que retrató la historia del Bajo Imperio romano como un descenso gradual a la barbarie.[17]

La teoría decadentista de Gibbon estuvo asimismo muy influenciada por las opiniones morales y políticas de la Ilustración en lo concerniente al Medioevo.[25]​ Como la mayor parte de los ilustrados, Gibbon suscribía las tesis de Voltaire, quien expresó abiertamente la teoría imperante en la Ilustración de que la Edad Media fue una "edad oscura" dominada por la superstición y la barbarie,[18]​ e insistía que sólo a su término con el Renacimiento resurgieron las artes y las letras. Voltaire y otros ilustrados achacaban esto a la desmedida influencia de la iglesia cristiana durante la Edad Media, que habría impuesto sobre Europa el gobierno de la ignorancia y el oscurantismo dominado por el clero, que la Ilustración de la que ellos eran miembros estaba en ese momento combatiendo.[18]​ Gibbon, influido por estas tesis, se predispuso contra la religión organizada y analizó su influencia en la caída de Roma bajo el punto de vista que sus continuas luchas internas contra resultó en el triunfo de la barbarie y de la ignorancia ("He descrito el triunfo de la barbarie y el cristianismo"[26]​). Por contraposición, Gibbon idealizaba el período republicano y el alto imperio como "el período más feliz de la historia de la humanidad,"[27]​ y atribuía esto al predominio de la moderación y de la libertad de una sociedad libre de ataduras doctrinales.[28]

Sus prejuicios ilustrados contra la Edad Media se exponen sobre todo en la segunda parte de la obra, donde aborda la historia del Imperio Bizantino. Gibbon describe la historia de Bizancio como un proceso de gradual pero continua decadencia.[29]​ Aunque las tesis decadentistas de Gibbon pudieran adaptarse a la historia del imperio de Occidente, cuando las aplica a la historia del imperio de Oriente Gibbon se ve inmerso en profundas contradicciones. Fundamentalmente, Gibbon no es capaz de explicar satisfactoriamente por qué el imperio de Oriente perduró 1000 años más, y hasta experimentó períodos de gran prosperidad al tiempo que se erigía en el principal estado de la Europa cristiana.[30]​ Tampoco podía explicar la abundante literatura bizantina, que frecuentemente ignora.[29]​ Como muchos otros escritores de la Ilustración, Gibbon no simpatizaba con el imperio bizantino, que percibía como corrupto y extemporáneo. Forzado a depender en exceso de las crónicas de historiadores bizantinos como Procopio, Teófanes, Ana Comneno o Nicetas Coniata, Gibbon solo tenía una visión parcial de la historia bizantina, basada en los relatos sensacionalizados de las numerosas conspiraciones e intrigas cortesanas urdidas en la cúpula política del imperio de Oriente en distintos períodos de su historia.[29]​ Esto reflejaba las carencias del propio Gibbon, que se sentía más cómodo con las fuentes latinas que con las griegas, y no tenía acceso a los numerosos registros y crónicas en otras lenguas cuyo estudio han contribuido posteriormente a revalorizar el Imperio Bizantino. Dependiendo sobre todo de obras latinas o de traducciones, a menudo de obras secundarias, la segunda parte de la obra de Gibbon es mucho menos detallada, y contiene numerosas omisiones y simplificaciones.[29]

Finalmente, el marco teórico del que se vale Gibbon es producto de su propio tiempo. Influenciado por sus amigos Adam Smith y David Hume y otros intelectuales de su círculo como Samuel Johnson, sus percepciones históricas están casi siempre motivadas por consideraciones morales:[25]​ valora a los sucesivos emperadores y estadistas en base a sus virtudes y vicios públicos y privados, que contrapone a los éxitos o fracasos de sus políticas, y supedita la economía, la sociedad y la cultura a los asuntos cortesanos y militares. Presta mucha atención a los eventos militares y políticos, y aunque trata de evaluar las condiciones económicas y demográficas del Imperio, tarea muy complicada en el siglo XVIII por la falta de estudios técnicos al respecto. Igualmente, Gibbon está muy interesado en aspectos culturales y etnográficos, y dedica varios capítulos a estudiar las condiciones de vida y costumbres de los distintos pueblos bárbaros, desde escitas y hunos (cuyas condiciones de vida extrapola a las de las tribus turcas y mongolas que habitaban la estepa asiática en el siglo XVIII[31]​), pasando por las costumbres sociales de partos y sasánidas, las de las distintas tribus germanas y eslavas, hasta las de las tribus árabes, que aborda al estudiar el surgimiento del islam en la segunda parte de la obra.[31]

Manejo de las fuentes históricas

No es sino con el más sincero pesar que debo despedirme de un guía preciso y fiel, que ha compuesto la historia de su propia época sin dar rienda suelta a los prejuicios y pasiones que suelen afectar a las mentes de los contemporáneos. Amiano Marcelino, que termina su útil obra con la derrota y muerte de Valente, recomienda el tema más glorioso del siguiente reinado al vigor juvenil y a la elocuencia de la nueva generación. La generación naciente no estaba dispuesta a aceptar sus consejos ni a imitar su ejemplo, y en el estudio del reinado de Teodosio, nos vemos reducidos a ilustrar la parcial narración de Zósimo con las oscuras insinuaciones de fragmentos y de crónicas, con el estilo figurado de la poesía o el panegírico, y con la precaria ayuda de los escritores eclesiásticos que, al calor de la facción religiosa, son propensos a despreciar las virtudes profanas de la sinceridad y la moderación. Consciente de estos inconvenientes, que seguirán envolviendo una parte considerable de la decadencia y caída del Imperio Romano, procederé con pasos inciertos y cautelosos.
—Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, Capítulo XXVI, 112-114 "Progreso de los Hunos - Primera Parte"

Pese a sus prejuicios, Gibbon intenta ofrecer una visión equilibrada de la historia de Roma, tratando con cautela las diferentes fuentes históricas, que a menudo critica por falta de rigor.[7]​ Favorece siempre que puede fuentes primarias como documentos, edictos o registros históricos, y prefiere recurrir cuando es posible a autores que fueron testigos o vivieron el período que relatan.[7]​ Tiende a preferir las obras de historiadores o escritores moderados como Amiano Marcelino u Orígenes frente a las afirmaciones oblicuas y a menudo exageradas que se encuentran en las obras de apologistas o panegiristas como Teodoreto de Ciro, Sozomeno, Sócrates de Constantinopla o Eusebio de Cesarea.[32]​ Es siempre abiertamente consciente de las limitaciones de sus fuentes,[33]​ sobre todo cuando se ve obligado a recurrir a obras de cuestionable veracidad como la Historia Augusta, a los escritos de partes interesadas en los hechos, como las obras del emperador Juliano, del pagano Zósimo, o del apologista Eusebio de Cesarea, o a obras escritas muchos siglos después de los hechos, como las de Constantino Porfirogéneta, la Suda, o las crónicas de Teófanes. Trata de contrastar sus fuentes en todo momento, señalando contradicciones o hechos improbables. Por ejemplo, al discutir la invasión goda de Crimea en el siglo IV, afirma:

Tal vez deba disculparme por haber utilizado, sin escrúpulos, la autoridad de Constantino Porfirogéneta en todo lo relativo a las guerras y negociaciones de los quersonitas. Soy consciente de que se trata de un griego del siglo X y de que sus relatos de la historia antigua son a menudo confusos y fabulosos. Pero en esta ocasión su narración es, en su mayor parte, coherente y probable, y no hay mucha dificultad en concebir que un emperador pudiera tener acceso a archivos secretos, que habían escapado a la diligencia de los historiadores más mezquinos.
Edward Gibbon, Decline and Fall of the Roman Empire, Chapter XVIII: Character Of Constantine And His Sons.

En cuestiones de geografía prefiere guiarse por trabajos de viajeros contemporáneos que habían medido distancias o estudiado ruinas, obras que prefiere a los escritos de historiadores antiguos como Amiano Marcelino, que encuentra muy poco precisos pese a tratarlos como fuentes primarias. Es igualmente muy escéptico con las cifras de la demografía antigua y, sobre todo, con las cifras de soldados en las sucesivas batallas, que intenta a menudo estimar en base a consideraciones militares y demográficas. Cuando las tiene a su disposición disponibles, prefiere guiarse por pruebas arqueológicas o materiales como inscripciones, monedas y medallas, aunque los estudios de este tipo eran limitados en su época. En general, Gibbon es extremadamente riguroso, escéptico y detallado, aunque a veces se da a elucubraciones de cuestionable validez, como por ejemplo su identificación de San Jorge con el prelado Jorge de Capadocia.[34]

Las fuentes de las que Gibbon hace uso sobre todo en la primera parte de la obra demuestran un dominio magistral de la literatura del Bajo Imperio Romano,[16]​ que incluyen desde las antes mentadas crónicas moralistas hasta documentos que datan de la época imperial, e incluso, por primera vez en un historiador, monedas para valorar la importancia y las políticas de ciertos emperadores. El detalle y la cautela con las que las trata, valorando la importancia de cada documento en su contexto, señalan a Gibbon como el primer historiador moderno. Además, fue uno de los primeros en emplear la numismática como manera de datar reinados, sobre todo durante la Crisis del siglo III.[34]

Gibbon trató de extender el rigor con el que abordó la caída del Imperio de Occidente y sus fuentes a la historia del Imperio Bizantino. Por ejemplo, persiste constantemente en su insistencia en contrastar fuentes y en valorarlas.[33]​ Sin embargo, en la segunda parte de su obra Gibbon ve sometido a considerables limitaciones. Por un lado, no manejaba con igual comodidad las fuentes griegas y bizantinas, y no tuvo acceso directo a muchas de ellas, dependiendo de traducciones o resúmenes.[35]​ Los estudios bizantinos de su época estaban muy poco avanzados, y Gibbon no tenía acceso a una genealogía de las distintas fuentes de las que dependían grandes crónicas bizantinas como las de Teófanes y Jorge Sincelo, Constantino Porfirogéneta, o Juan Cantacuceno.[36]​ Así, mientras que al estudiar el Bajo Imperio Gibbon podía depender de una extensa literatura secundaria para indagar a fondo en el origen de muchas de las afirmaciones de cronistas posteriores (por ejemplo, las obra de Tillemont), al abordar la historia de Bizancio se ve a menudo obligado a aceptar la narrativa de cronistas e historiadores bizantinos, típicamente centrada en intrigas cortesanas o disputas teológicas.[36]​ Más aún, con frecuencia Gibbon depende de estudios secundarios recientes, sobre todo en lo concerniente a la historia de los pueblos vecinos al propio Imperio Bizantino. Su biografía de Mahoma y muchos de los datos concernientes a la Arabia pre-islámica, por ejemplo, está tomada casi íntegramente de la obra del orientalista Edward Pococke (1604-1691).[37]​ Los prejuicios que Gibbon muestra contra los pueblos árabes están netamente basados en las opiniones de sus contemporáneos, y no en ningún hecho histórico concreto.[38]​ Sus estudios de la historia de Persia están por su parte basados o en crónicas romanas, o en estudios de orientalistas de su época, y en general trata al Imperio Persa con un respeto que no extiende al Imperio Turco.[39]​ Igualmente, es muy limitado su manejo de fuentes eslavas, armenias y búlgaras, y ofrece una imagen muy imprecisa de estos pueblos; al abordar las Cruzadas, depende casi por entero de las obras de cronistas occidentales como Guillermo de Tiro, y desprecia las de bizantinos contemporáneos como Ana Comneno, que le parecía pretenciosa, interesada y arcaizante.[40]​ En general, aunque Gibbon hizo todo lo que pudo para recopilar fuentes primarias, a menudo se ve limitado por su falta de acceso y de conocimiento de lenguas orientales y eslavas.[41]

Pese a estas limitaciones, el historiador John Bury, quien 113 años después escribiría su History of the Later Roman Empire, hizo uso de las investigaciones de Gibbon como punto de partida para su obra, señalando la increíble profundidad y exactitud de Gibbon. Es algo destacable, de hecho, que la obra de Gibbon sea muy habitualmente el punto de partida de las investigaciones históricas del período que tratan: al contrario de muchos historiadores contemporáneos suyos (entre los que destacan David Hume, Montesquieu, incluso Oliver Goldsmith escribió una Historia de Roma,...), Gibbon no quiso contentarse con emplear fuentes secundarias en su obra, y trató en todo momento de recurrir a fuentes primarias, haciendo un uso tan exacto de ellas que muchos historiadores modernos aún citan su obra como la referencia fundamental en lo concerniente al Imperio romano de Occidente. «Siempre he tratado», escribió Gibbon, «de beber de la cabecera del río; mi curiosidad, al igual que mi sentido del deber, siempre me ha urgido a estudiar los originales; y si alguna vez estos han eludido mi búsqueda, he señalado con cuidado esas evidencias secundarias de las que algún pasaje o hecho estaban forzados a depender».[42]

Tesis de Gibbon

Causas de la caída de Roma

Según Gibbon, el Imperio romano sucumbió a las invasiones bárbaras principalmente debido a la pérdida de las virtudes cívicas tradicionales romanas[43]​ por parte de sus ciudadanos. Los romanos se habrían vuelto débiles, delegando la tarea de defender el Imperio en mercenarios bárbaros que se hicieron tan numerosos y arraigados en el Imperio y sus estructuras que fueron capaces de tomarlo al fin. Según Gibbon, tras la caída de la República los romanos habían progresivamente perdido el deseo de vivir una vida militar, más dura y "viril", al modo de sus antepasados. Ello habría llevado al abandono progresivo de sus libertades a favor de la tiranía de los Césares, y habría conducido a la degeneración del ejército romano y de la guardia pretoriana. De hecho, Gibbon ve como primer catalizador de la decadencia del imperio a la propia Guardia Pretoriana, que, instituida como una clase especial y privilegiada de soldados acampada en la propia Roma, no cesó de interferir en la administración del poder. Ofrece continuos ejemplos de la injerencia de esta guardia, que él llamó "las huestes pretorianas", cuya "furia licenciosa fue el primer síntoma y causa primera de la decadencia del Imperio romano", poniendo de manifiesto los calamitosos resultados de dicha injerencia que, al incluir varios asesinatos de emperadores y demandas continuas de mejores soldadas que el erario no podía sobrellevar, habrían desestabilizado al Imperio durante el siglo III.

Al abundar en las causas de la decadencia cívica, Gibbon encuentra un culpable en el cristianismo, que según él predicaba un modo de vida incompatible con el sostenimiento del Imperio. Argumenta que con el auge del cristianismo surgió la creencia en una existencia mejor tras la muerte, lo que fomentó una mayor indiferencia sobre el presente entre los ciudadanos romanos, haciendo que desapareciera su deseo de sacrificarse por el Imperio. El pacifismo cristiano habría acabado con el espíritu marcial que había dominado la sociedad romana, y la intolerancia de los cristianos para consigo mismos y para con los demás habría sido una fuente continua de inestabilidad. Gibbon, como muchos otros intelectuales ilustrados, veía la Edad Media como una edad oscura llena de superstición conducida por el clero, y creía que no había sido hasta la Edad de la Razón cuando la Humanidad pudo recobrar el progreso comenzado en la Edad Antigua. Curiosamente, al plantear el supuesto pacifismo cristiano y su desinterés por la vida terrena, Gibbon y sus coetáneos se estaban haciendo eco de los textos de la apologética cristiana de los siglos III-V d. C., en la que tales puntos de vista son muy frecuentemente justificados y ensalzados: es común hallar apólogos cristianos de la época en los que se compara el belicismo y la violencia de los romanos paganos con el pacifismo y la virtud de los cristianos mártires.

Tesis y críticas

Gibbon plantea principalmente una teoría decadentista, en el sentido de que ve como causas primeras de la caída del Imperio a problemas endógenos (la decadencia cívica de Roma). Sin embargo, su explicación es también decaísta, en el sentido de que ve como causa final de la caída de Roma a problemas exógenos (las invasiones bárbaras).

Según Gibbon, la decadencia de Roma emerge de la propia sociedad romana, incapaz de mantener las virtudes públicas que habían propiciado el auge romano durante la República. Gibbon describe una sociedad con un marcado desinterés por los asuntos públicos, algo que él achaca en primera instancia a la propia constitución del régimen imperial, que limitó la libertad de acción política y que disuadía cualquier intento de oponerse a los intereses del emperador.

La historia de su ruina es simple y obvia; y, en lugar de preguntarnos por qué fue destruido el Imperio Romano, deberíamos más bien sorprendernos de que hubiera subsistido tanto tiempo. Las legiones victoriosas, que en guerras lejanas adquirieron vicios de extranjeros y mercenarios, oprimieron primero la libertad de la república, y después violaron la majestad de la púrpura. Los emperadores, más preocupados por su seguridad personal y por mantener la paz pública, se vieron forzados al vil recurso de corromper la disciplina que los hacía formidables tanto para su soberano como para el enemigo. El vigor del gobierno militar fue relajado y finalmente disuelto por las instituciones parciales de Constantino, y el mundo romano se vio abrumado por un diluvio de bárbaros.
—Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, Capítulo 38 "Observaciones generales sobre la caída del Imperio Romano en Occidente"

La decadencia cívica se ve acompañada de la creciente influencia militar en el gobierno del imperio. A partir del ascenso de Septimio Severo al trono, Gibbon retrata como los emperadores comenzaron a depender cada vez más abiertamente del apoyo de las legiones y de la guardia pretoriana para establecer su poder, hasta que tras el asesinato de Alejandro Severo las legiones usurparon completamente la potestad de nombrar emperadores del Senado romano. La creciente interferencia militar en el gobierno del Imperio condujo según Gibbon a un desplazamiento de las élites romanas, con un Senado débil, desprestigiado y sometido a continuas purgas políticas, inestabilidad, y a todo tipo de cargas financieras durante la Crisis del Siglo III. Esto convirtió la participación en los asuntos públicos en algo tremendamente arriesgado para la seguridad personal de senadores y magistrados, cuya influencia decayó a favor de militares y señores de la guerra; de hecho, según Gibbon muchos de los estadistas y emperadores del siglo III provenían de familias de "oscuros orígenes." Para el reinado de Diocleciano, el desprestigio de las élites romanas es tal que el emperador abandona toda pretensión de ser un agente del Senado, desplaza la capital política del imperio de la ciudad de Roma, e instaura un régimen caracterizado por el "lujo asiático" y el absolutismo del poder del emperador. El resultado fue una sociedad civil "servil" e interesada sobre todo en obtener los favores del poder, sin ninguna altura de miras ni ímpetu por mejorar el estado. Finalmente, Gibbon asocia esta pérdida de virtudes públicas al triunfo del cristianismo, más interesado en perpetuar su propia influencia y en combatir sus propias controversias doctrinarias que en el bienestar del estado, y que promovía abiertamente el desinterés de sus creyentes por las armas y los asuntos terrenales a favor de las promesas de la salvación del alma. Gibbon asocia esta decadencia cívica a las crecientes dificultades del Imperio para reclutar soldados entre sus propios ciudadanos, lo que lo obligó a depender cada vez más de auxiliares bárbaros de escasa lealtad o de reclutamientos forzosos, todo lo cual tuvo un grandísimo coste para las finanzas públicas.

Igualmente, Gibbon critica las reformas administrativas y las políticas militares de Constantino y sus sucesores. Alarmados por los continuas alzamientos militares y el poderío de las legiones durante el siglo III, los emperadores tardíos decidieron debilitar las legiones fraccionándolas, reduciendo el número de efectivos y limitando la profesionalización del ejército al relajar la disciplina militar. Aunque esta políticas redujo el número de revueltas militares que habían desestabilizado el imperio durante el siglo III y moderó la influencia de la casta militar, Gibbon defiende que a medio plazo debilitaron militarmente al Imperio, y que propiciaron el colapso militar del mismo frente a las tribus germánicas. Las reformas administrativas de Diocleciano y de Constantino reorganizaron el Imperio, dividiéndolo entre varios soberanos, cercenando las provincias en varias diócesis más pequeñas, y aboliendo las antiguas magistraturas romanas a favor de una gran cantidad de cargos burocráticos intermedios nombrados directamente por las distintas cortes imperiales, cuyo número se cuadruplicó durante la Tetrarquía. Gibbon discute el establecimiento una burocracia mucho más extensa y corrupta, puesto que cada gobernador provincial fue dotado con una auténtica corte y numerosos cargos y sinecuras, a la que Constantino añadió además los cargos eclesiásticos. Estas reformas fueron muy onerosas para las provincias y conllevaron un incremento excesivo del gasto público; a fin de sufragar los crecientes gastos del estado, se aprobaron nuevos impuestos agrícolas, comerciales y de capitación que contribuyeron a la despoblación del campo y el empobrecimiento de las ciudades. Igualmente, con una corte sometida a los designios de favoritos, arribistas y eunucos, se generalizó la corrupción por todo el Imperio.

Todo ello habría llevado al gradual abandono de los asuntos públicos y militares, y con el Imperio sometido a continuas invasiones bárbaras, éstas habrían acabado por llevar al Imperio de Occidente a su colapso. Gibbon defiende que así como el imperio de Oriente albergaba las provincias más ricas y pobladas del Imperio y a lo largo del siglo V estuvo gobernado por emperadores relativamente capaces que consiguieron salvaguardar sus fronteras frente las invasiones bárbaras y de los persas, el imperio de Occidente a partir de la muerte de Teodosio estuvo gobernado por una serie de emperadores débiles e incapaces de fortalecer el estado, más centrados en perpetuar su propio poder en el trono que en defender sus dominios, y que disponía de menos recursos para su propia defensa que Oriente.

La teoría de Gibbon no fue completamente novedosa. Una tesis decadentista-social (pérdida de la virtud cívica) de este tipo puede hallarse ya en las obra de Montesquieu y de Bossuet, y estaba bastante aceptada en la época. Sin embargo, Gibbon por primera vez incluye al Cristianismo dentro de la tesis decadentista, lo que causó gran polémica. Irónicamente, la polémica en torno a sus críticas al Cristianismo no se debió tanto al hecho de que atribuyó al mismo parte de la responsabilidad de la caída de Roma: Gibbon fue el blanco de las críticas debido sorbe todo a la polémica que causó sus críticas al martirio cristiano (cuya verosimilitud histórica cuestionó), a su visión negativa del emperador Constantino y, sobre todo, a su negativa a reconocer como totalmente verídicos los datos que los apologistas cristianos ofrecían respecto al cristianismo primitivo (son famosas sus críticas a Eusebio de Cesarea, al que se dice que denostó en privado llamándolo el peor historiador de la Historia). Por otro lado, Gibbon comenta un enfriamiento del clima europeo, al hacer notar cómo los bárbaros del norte cruzaban el Danubio helado en invierno para invadir el imperio, algo de lo que hoy en día jamás se ha oído: hay quien ha querido interpretar en esto que sugirió que el cambio climático pudo tener su parte en la caída de Roma, si bien Gibbon lo menciona como un hecho militar, y no lo investiga más. Finalmente, Gibbon se hace eco de muchas de las opiniones que la sociedad inglesa de la época tenía, sobre todo en lo referido a su concepción pesimista del poder político, la visión negativa del clero católico, el desprecio al arribismo social y al fanatismo religioso, las propias tesis decadentistas, su valoración positiva e idealizada de la época alto-imperial.

Controversia de los capítulos XV y XVI

El primer libro de la obra no se publicó inicialmente en un solo tomo: al publicarse en volúmenes de a cuatro, se dividió en tres tomos. Los dos primeros fueron bien recibidos y hasta admirados. Sin embargo, el tercer y último tomo sembró la polémica desde el momento en que vio la luz, y Gibbon fue denostado como un «pagano» y un «descreído»; a nadie se le olvidó tampoco que había sido anglicano, luego católico, de nuevo protestante, y finalmente agnóstico, y se mofaban sugiriendo que sólo le faltaba hacerse mahometano.[44]

En el tercer volumen de a cuatro, en los capítulos XV y XVI, Gibbon va estudiar el surgimiento del cristianismo y su establecimiento como principal religión del Imperio, pero lo hará atacando virulentamente la historia oficial de la Iglesia católica, en especial uno de sus principales símbolos, a saber, el martirio cristiano, tachándolo de mito interesado. Para Gibbon, no obstante, los escritos de la Iglesia pasarían a ser fuentes secundarias y extremadamente parciales, que despreciaría frente a las fuentes primarias del período que estaba estudiando (ésta es la razón por la que se llama a Gibbon el primer historiador moderno). Además, aparte de reducir el martirio durante las persecuciones cristianas a su justo tamaño, en dichos capítulos Gibbon expone su teoría en virtud de la cual la caída de Roma bien puede achacársele, al menos en parte, al advenimiento del Cristianismo.

Quizá una buena muestra de la fina ironía con la que Gibbon desmonta la imaginería milagrera cristiana, y de su escepticismo en lo que se refiere a la historia oficial de la Iglesia, sea el siguiente párrafo, encontrado en el capítulo XV:

¿Mas cómo podemos perdonar la indiferente negligencia del mundo pagano y filosófico, pese a lo que le fue mostrado, no a su entendimiento, sino a sus sentidos? Durante la época de Cristo y sus apóstoles, y sus dos primeros discípulos, la doctrina que ellos profesaban era confirmada por innumerables prodigios: los cojos caminaban, los ciegos veían, los enfermos eran curados, los muertos resucitaban, los demonios eran exorcizados y las leyes de la Naturaleza eran frecuentemente suspendidas en beneficio de la Iglesia. Y aun así, los sabios de Roma y de Grecia se desinteresaban de este increíble espectáculo y, prosiguiendo con sus ocupaciones normales de vida y estudio, parecían ignorar todas aquellas alteraciones de la moral y del gobierno material del mundo. Durante el principado de Tiberio, el mundo entero, o por lo menos una celebrada provincia del Imperio romano, estuvo envuelta en una oscuridad sobrenatural, y sin embargo, este evento milagroso, que debiera haber despertado la curiosidad y la devoción de toda la humanidad, pasó sin pena ni gloria en una época de ciencia y de historia. Aconteció durante la vida de Séneca y de Plinio el Viejo,[45]​ que deberían de haber experimentado los efectos inmediatos, o haber recibido la información más privilegiada del prodigio. Cualquiera de estos filósofos recogieron detalladamente los más diversos fenómenos de la naturaleza y del clima: terremotos, tormentas, cometas o eclipses, eventos que su curiosidad infatigable no dejó de recopilar. Aun así, ambos omitieron cualquier mención al mayor fenómeno que todo mortal de este mundo desde la Creación jamás haya podido observar.
(Capítulo XV)

También compara los reinados de Diocleciano (284–305) y Carlos V (1519–1556), sosteniendo que ambos eran bastantes similares: ambos reinados estuvieron sometidos a continuas guerras, imponiendo excesivos impuestos; ambos eligieron abdicar a edades parecidas; y ambos eligieron un retiro tranquilo tras dejar el poder.

Críticas

Tras su publicación, salieron a la luz numerosos tratados criticando la obra, y Gibbon se vio forzado a defender su trabajo con réplicas.[46]​ La presión social a la que se vio sometido lo obligó a acabar los siguientes volúmenes en Lausana, donde podía trabajar en soledad. Los ataques más vigorosos se centraron en el tratamiento que hacía del cristianismo; su obra fue incluida en el Índice de Libros Prohibidos.

Mártires

De acuerdo con Gibbon, los paganos romanos fueron mucho más tolerantes con los cristianos que lo que fueron los cristianos entre ellos, especialmente una vez se convirtieron en la religión oficial. El número de muertos de manos de los cristianos en sus persecuciones internas fue mucho mayor que los que produjeron las persecuciones instigadas por el poder Romano. Gibbon estimó que el número de cristianos ejecutados por otras facciones cristianas excedía el de todos los mártires que durante tres siglos murieron en el martirio a raíz de las sucesivas persecuciones contra los cristianos. Esto además contradecía la historia oficial de la Iglesia, según la cual el cristianismo triunfó en buena medida porque se ganó los corazones y las mentes de la gente gracias sobre todo al inspirador ejemplo ejercido por los mártires. Gibbon demostró que la costumbre de la Iglesia primitiva de tratar de mártir a cualquiera que confesara su fe ayudó a inflar las filas de los mismos: sin más que comparar dichas cifras con las de las persecuciones modernas (guerras de religión,...), Gibbon demostró lo exagerada que era dicha cifra.

El sabio Orígenes, quien, a través de sus propias experiencias y sus amplias lecturas, era un profundo conocedor de la historia de los Cristianos, declara, en los términos más explícitos, que el número de mártires era ridículo. Su propia autoridad, ella sola, debería ser suficiente para acabar con ese imponente ejército de mártires, cuyas reliquias, sacadas en su mayor parte de las catacumbas de Roma, han llenado tantas iglesias, y cuyos maravillosos logros han sido el tema de tantos volúmenes de sagradas historias... Debemos concluir este capítulo con una melancólica verdad que se impone incluso a la mente más reluctante: que, incluso admitiendo, incondicionalmente y sin pregunta alguna, todo lo que la historia ha recogido o todo lo que la devoción ha inventado en lo referido al martirio, aún en ese caso, se ha de admitir que los Cristianos, en el transcurso de sus disensiones intestinas, se han infringido, con mucho, muchas más muertes los unos a los otros que las que experimentaron debido al celo de los infieles.
(Capítulo XVI)

El cristianismo como causa de la caída y de la inestabilidad

En palabras del propio Gibbon:

En tanto en cuanto la felicidad en una vida futura es el gran objetivo de esta religión, podemos aceptar sin sorpresa ni escándalo que la introducción —o al menos el abuso— del Cristianismo tuvo una cierta influencia en la decadencia y caída del Imperio romano. El clero predicó con éxito doctrinas que ensalzaban la paciencia y la pusilanimidad; las antiguas virtudes activas [virtudes republicanas de los romanos] de la sociedad fueron desalentadas; los últimos restos del espíritu militar fueron enterrados en los claustros: una gran proporción de los caudales públicos y privados se consagraron a las engañosas demandas de caridad y devoción; y la soldada de los ejércitos era malgastada en una inútil multitud de ambos sexos [frailes y monjas, esta opinión sobre ellos era habitual en el público inglés del s. XVIII] capaz sólo de alabar los méritos de la abstinencia y la castidad. La fe, el celo, la curiosidad, y pasiones más terrenales como la malicia y la ambición, encendieron la llama de la discordia teológica. La Iglesia —e incluso el estado— fueron distraídas por facciones religiosas cuyos conflictos eran muchas veces sangrientos, y siempre implacables; la atención de los emperadores fue desviada de los campos de batalla a los sínodos. El mundo romano comenzó, pues, a ser oprimido por una nueva especie de tiranía, y las sectas perseguidas se convirtieron en enemigos secretos del estado.
Y sin embargo, un espíritu partidista, no importa cuán absurdo o pernicioso, puede ser tanto un principio de unión como de desunión. Los obispos, desde ochocientos púlpitos, inculcaban al pueblo los deberes de la obediencia pasiva buscada por el legítimo y ortodoxo emperador; sus frecuentes asambleas y su perpetua correspondencia los mantenían en comunión con las más distantes iglesias; y el temperamento benevolente de los Evangelios fue endurecido, aunque confirmado, por la alianza espiritual de los católicos. La sagrada indolencia de los monjes era con frecuencia abrazada en unos tiempos a la vez serviles y afeminados; pero si la superstición no había supuesto el fin de los principios de la República, estos mismos vicios [la servilidad y el afeminamiento] habrían llevado a los indignos romanos a desertar de ellos. Los preceptos religiosos son fácilmente obedecidos por aquellos cuyas inclinaciones naturales les llevan a la indulgencia y la santidad; pero la pura y genuina influencia del Cristianismo puede hallarse, si bien de forma imperfecta, en los efectos que el proselitismo cristiano tuvo sobre los bárbaros del norte. Si la decadencia del Imperio romano se había acelerado con la conversión de Constantino, al menos su religión victoriosa redujo en algo el estrépito de la caída, y rebajó el feroz temperamento de los conquistadores.[cita requerida]
(Capítulo XXXIX)

Historiadores como David S. Potter y Fergus Millar han negado que la caída del imperio se produjera a consecuencia de una especie de letargia producida por la adopción del cristianismo como religión oficial. Según ellos, ese punto de vista es «vago» y carece de gran evidencia que lo sustente. Otros, como J.B. Bury, quien escribió una historia del Bajo Imperio romano (History of the Later Roman Empire, from the Death of Theodosius I to the Death of Justinian; Londres, 1923), afirmaron que no existe evidencia alguna, más allá de los escritos de unos cuantos moralistas de la época, con respecto a la apatía de la que habla Gibbon.

La teoría de Gibbon no es la más popular en los tiempos modernos: en la actualidad, se tiende más a analizar los factores económicos y militares que influyeron en la decadencia y caída, si bien es relativamente habitual mencionar al cristianismo como una causa subyacente, sobre todo por la inmensa corrupción política que supuso.[47]​ Historiadores como Henri-Irénée Marrou en su Décadence romaine ou Antiquité Tardive? (¿Decadencia romana o Antigüedad Tardía?) niegan incluso las tesis decadentistas, al señalar que el así llamado fin del Imperio romano fue una época de renacimiento en los campos espiritual, político y artístico, notablemente con la aparición del arte prerrománico y del primer arte bizantino. Para Pierre Grimal, «La civilización romana no está muerta, sino que da a luz a algo distinto de sí misma, asegurando su supervivencia».

Desprecio del Imperio bizantino

Cosa común en su tiempo, Gibbon estaba cargado de prejuicios en contra del Imperio bizantino, al que veía como una prolongación del «afeminamiento y molicie» del Bajo Imperio, que tanto se despreciaba en los círculos intelectuales ilustrados. Así, su estudio sobre el Imperio de los griegos, aunque brillante en cuanto a contextualización (le llevó a abordar incluso la historia de China para explicar a los mongoles, y realizó un intensivo estudio del mundo árabe), es tenido como la parte más débil de su obra, a la que algunos historiadores como John Julius Norwich[36]​ o Steven Runciman[48]​ acusan de falta de entusiasmo y llena de prejuicios. En la actualidad, frente a la postura de Gibbon, la historiografía ha revalorizado bastante la historia bizantina.

Traducciones al castellano

  • La primera traducción al castellano, a cargo del escritor y traductor José Mor de Fuentes, apareció en 1842 con el título de Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano, editada por la imprenta de Antonio Bergnes de las Casas y Compañía, Barcelona.[49]​ Si bien Mor de Fuentes era un traductor de talento extraordinario, su estilo personal resulta más arcaico y farragoso que el original. La editorial Turner la ha seguido editando hasta fechas recientes en varios volúmenes. Dado que tanto el original como la traducción están ya libres de derechos de autor, se puede descargar libremente.
    • Gibbon, Edward (2006). Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Edición íntegra en cuatro volúmenes, traducción José Mor de Fuentes. Madrid: Editorial Turner. 
      • Tomo I. Desde los Antoninos hasta Diocleciano; Desde la renuncia de Diocleciano a la conversión de Constantino. ISBN 978-84-7506-753-7. 
      • Tomo II. Desde Juliano hasta la partición del Imperio; Invasores bárbaros. ISBN 978-84-7506-754-4. 
      • Tomo III. Invasiones de los bárbaros y revoluciones de Persia; Aparición del Islam. ISBN 978-84-7506-755-1. 
      • Tomo IV. El Imperio de Oriente y las cruzadas; Fin del Imperio de Oriente y coronación de Petrarca. ISBN 978-84-7506-756-8. 
  • Más de un siglo más tarde se publicó la traducción de la edición abreviada de Dero A. Saunders con el título Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Traductora: Carmen Francí. Alba Editorial, Barcelona, 2000. Saunders elimina casi todas las notas a pie de página del autor (que constituyen una cuarta parte del texto original) y algunos capítulos que, desde un punto de vista historiográfico, resultan ya obsoletos. La traducción recupera el estilo de Gibbon perdido en la traducción anterior. Editado también en fechas posteriores por RBA, Círculo de Lectores y Debolsillo, y reeditado por Alba en 2020.
  • Finalmente, en 2012 Ediciones Atalanta publicó una edición íntegra (aunque omite traducir la mayor parte de las notas) en dos tomos en nueva traducción a cargo de José Sánchez de León Menduiña; fue reeditada en su quinta edición en 2021.

Notas

  1. Ver Enciclopedia Británica
  2. Ver David Potter, A Companion To The Roman Empire. (Malden, Mass.: Blackwell Pub., 2006), p. 100.
  3. a b A principios del siglo XX, el biógrafo Sir Leslie Stephen ["Gibbon, Edward (1737-1794)," Dictionary of National Biography, vol. 7, (Oxford, 1921), 1134] apuntó la reputación de The History' como la de una obra de erudición inigualable, algo que el ámbito académico reconoce tan válido entonces como en la actualidad:

    Las críticas vertidas sobre su libro (...) son casi unánimes. En precisión, meticulosidad, lucidez, y en abarcar de forma extensiva tan vasto tema, la Historia es insuperable. Es el único libro de Historia escrito en inglés que puede considerarse como definitivo. (...) A pesar de sus defectos, el libro es a la vez artísticamente imponente e históricamente irreprochable como un vasto panorama de un período inmensamente largo.

  4. Ver La vida de Samuel Johnson (1791), de James Boswell. En el elogio final a Johnson, Boswell, pese a su enemistad personal con Gibbon, lo cita como un excelente ejemplo de la influencia de Johnson en el estilo literario de la época, e incluso ofrece un fragmento de The History a modo ilustrativo.
  5. Winston Churchill, My Early Life: A Roving Commission (New York: Charles Scribner's Sons, 1958), p. 111.
  6. Roland Quinault, "Winston Churchill and Gibbon," in Edward Gibbon and Empire, eds. R. McKitterick and R. Quinault (Cambridge: 1997), 317–332, p. 331
  7. a b c d Patricia B. Craddock, Edward Gibbon, Luminous Historian. (Baltimore: Johns Hopkins Univ. Press, 1989), 249-266. Error en la cita: Etiqueta <ref> no válida; el nombre «:7» está definido varias veces con contenidos diferentes
  8. Foster, S. P. (2016). Melancholy Duty: The Hume-Gibbon Attack on Christianity. Springer. ISSN 978-9401722353 |issn= incorrecto (ayuda). 
  9. Allen, Brooke. "The Man Who Didn't Like Dickens: Evelyn Waugh and Boz." Dickens Quarterly 8, no. 4 (1991): 155-162.
  10. Disponible en Project Gutenberg
  11. J.B. Bury, ed., seven volumes, seven editions, London: Methuen, 1898 to 1925, reprinted New York: AMS Press, 1974. ISBN 0-404-02820-9.
  12. Hugh Trevor-Roper, ed., seis volumes, New York: Everyman's Library, 1993–1994. El texto, incluyendo las notas de Gibbon, procede de Bury, pero sin las notas del mismo. ISBN 0-679-42308-7 (vols. 1–3); ISBN 0-679-43593-X (vols. 4–6).
  13. Vid. Peter Burke, El Renacimiento
  14. Between Machiavelli and Hume: Gibbon as Civic Humanist and Philosophical Historian. Harvard University Press. 31 de diciembre de 1977. pp. 103-120. Consultado el 27 de junio de 2022. 
  15. a b Manuel, F.E., 2013. Edward Gibbon: Historien-Philosophe. En Edward Gibbon and the Decline and Fall of the Roman Empire (pp. 167-182). Harvard University Press.
  16. a b c Kelly, Gavin. "Edward Gibbon and Late Antique Literature." Blackwell’s Companion to Late Antique Literature, Malden, MA: Wiley-Blackwell (2018): 611-626.
  17. a b Morley, Neville. "Decadence as a Theory of History." New Literary History 35.4 (2004): 573-585.
  18. a b c Bartlett, Robert (2001). "Introduction: Perspectives on the Medieval World", in Medieval Panorama. ISBN 0-89236-642-7.
  19. Gibbon, Edward (1995). «Chapter XXV: Reigns Of Jovian And Valentinian, Division Of The Empire». En J. B. Bury, ed. Decline and Fall of the Roman Empire 1. Random House. ISBN 978-0-679-60148-7. 
  20. Gibbon, Edward. «Chapter XXVIII: Destruction Of Paganism». En J. B. Bury, ed. Decline and Fall of the Roman Empire 1. Random House. ISBN 978-0-679-60148-7. 
  21. Smithey, Lori. "Constructing Decadence." The Oxford Handbook of Decadence (2022): 461.
  22. Ver por ejemplo la famosa tesis de Henri Pirenne (1862–1935), difundada a principios del siglo XX. Con respecto a fuentes más recientes que las antiguas, Gibbon posiblemente recurrió al breve ensayo de Montesquieu, Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence, y a una obra previa al respecto publicada por Bossuet (1627–1704) en su Histoire universelle à Monseigneur le dauphin (1763). Ver Pocock, EEG. para Bousset, pp. 65, 145; para Montesquieu, pp. 85-88, 114, 223.
  23. «The Paradox of Great Powers: Allies and Force in Montesquieu's Considerations on the Causes of the Greatness of the Romans and Their Decline». Orbis 63 (4): 582-597. 2019. ISSN 0030-4387. doi:10.1016/j.orbis.2019.08.005. Consultado el 28 de junio de 2022. 
  24. Edwards, Catharine. "Edward Gibbon and the City of Rome." In Cityscaping, pp. 207-226. De Gruyter, 2015.
  25. a b Windschuttle, Keith. "Edward Gibbon and the Enlightenment." The New Criterion 15, no. 10 (1997).
  26. Edward, Gibbon (1994). «LXXI». En Womersley, David, ed. The History of the Decline and Fall of the Roman Empire 3. Londres: Penguin. p. 1068. 
  27. Grant, Michael. The Antonines: The Roman Empire in Transition. Routledge, 2016.
  28. Gibbon, Edward (1788). The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, Vol. 6, XXXVII, parráfo 619.
  29. a b c d Runciman, Steven (2013). Gibbon and Byzantium. In Edward Gibbon and the Decline and Fall of the Roman Empire (pp. 53-60). Harvard University Press.
  30. Haarer, F. K. (2010). Writing histories of Byzantium: the historiography of Byzantine history. A Companion to Byzantium, 9-21.
  31. a b Morgan, D. O. "Edward Gibbon and the east." Iran 33, no. 1 (1995): 85-92.
  32. Garrison, James D. "Gibbon and the" Treacherous Language of Panegyrics"." Eighteenth-Century Studies 11, no. 1 (1977): 40-62.
  33. a b Roberts, Charlotte. Edward Gibbon and the Shape of History. OUP Oxford, 2014.
  34. a b Bowersock, Glen W. "Gibbon's Historical Imagination." The American Scholar 57, no. 1 (1988): 33-47.
  35. Kelly, Gavin. "Edward Gibbon and Late Antique Literature." Blackwell’s Companion to Late Antique Literature, Malden, MA: Wiley-Blackwell (2018): 611-626.
  36. a b c Ver John Julius Norwich, Byzantium (New York: Knopf, 1989); Byzantium: the Apogee (Londres y Nueva York: Viking Press, 1991).
  37. Lewis, Bernard. "Gibbon on Muhammad." In Edward Gibbon and the Decline and Fall of the Roman Empire, pp. 61-74. Harvard University Press, 2013.
  38. Thomson, Ann. "Eighteenth-Century Images of the Arab." In Beyond Pug's Tour, pp. 145-158. Brill, 1997.
  39. Katz, David S. "Edward Gibbon’s Eastern Question (1776–1788)." In The Shaping of Turkey in the British Imagination, 1776–1923, pp. 9-60. Palgrave Macmillan, Cham, 2016.
  40. Baldwin, Barry. "Photius and poetry." Byzantine and Modern Greek Studies 4 (1978): 9-14.
  41. Morgan, David. Medieval Persia 1040-1797. Routledge, 2014.
  42. Prefacio al Volume the Fourth de Gibbon, en la edición de David Womersley, Edward Gibbon — The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, vol. 2 (New York: Penguin Books, 1994), p. 520.
  43. J.G.A. Pocock, "Between Machiavelli and Hume: Gibbon as Civic Humanist and Philosophical Historian," Daedulus 105,3(1976), 153-169; y en Further reading: Pocock, EEG, 303-304; FDF, 304-306.
  44. Comentado jocosamente por James Boswell en Life of Samuel Johnson. La animadversión que Boswell sentía por Gibbon queda patente en toda la obra. Ver también los diarios de Elizabeth Montagu al respecto.
  45. Plinio el Viejo, en su famosa Historia Natural, describe multitud de fenómenos geológicos y naturales, entre los cuales relata, de manera un tanto arcaica y fantasiosa, fenómenos de oscurecimiento asociados al vulcanismo. Su sobrino Plinio el Joven describirá la erupción del Vesubio que soterró Pompeya, y en la que murió Plinio el Viejo al querer acercarse para poder examinar de cerca el fenómeno. Séneca, por su parte, era toda una autoridad en meteorología y geofísica, describiendo todo tipo de tormentas, ciclones, tornados,..., pero sin hacer nunca mención al oscurecimiento de Judea. Este fenómeno que precedió a la muerte de Jesús de Nazaret es mencionado en el Evangelio según San Mateo, 27,45-50: Y desde la hora sexta hasta la hora nona, grandes tinieblas se extendieron sobre toda la tierra. Y alrededor de la hora nona, Jesús dio un fuerte grito: "¡Eli, Eli, lamma sabathani!", que significa, "Padre, padre, ¿por qué me has abandonado?,..."
  46. «A Vindication, by Edward Gibbon». Consultado el 2009. 
  47. Ramsay MacMullen, Corruption and the Decline of Rome. (New Haven: Yale Univ. Press, 1988); Thomas S. Burns, Barbarians Within the Gates of Rome: Study of Roman Military Policy and the Barbarians, ca. 375-425 AD. (Bloomington: Indiana Univ. Press, 1995).
  48. Ver Steven Runciman, Byzantine Civilization (1933), o también 1453: La caída de Constantinopla. Runciman, en ambas obras, viene a reclamar una revalorización de la historia bizantina, frente a las posturas prejuiciosas de la Ilustración y de Gibbon.
  49. «Saltana, Revista de Traducción». 

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