Persecución de Diocleciano

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Esta es una versión antigua de esta página, editada a las 17:28 6 oct 2011 por Alelapenya (discusión · contribs.). La dirección URL es un enlace permanente a esta versión, que puede ser diferente de la versión actual.
La última oración de los mártires cristianos, por Jean-Léon Gérôme (1883). La Persecución de Diocleciano tenía el único fin de frenar la rápida expansión del cristianismo, esta persecución fue la más violenta de todas.

La persecución de Diocleciano,[nota 1]​ también llamada "Gran Persecución", fue el último y quizá más sangriento acometimiento a los cristianos en el Imperio Romano.[nota 2][8]​ En 303, el emperador Diocleciano y sus colegas Maximiano, Galerio y Constancio emitieron una serie de edictos donde revocaban los derechos legales de los cristianos y exigían a la vez que cumplieran con las prácticas religiosas tradicionales.[nota 3]​ Posteriores decretos encaminados al clero demandaron el sacrificio universal, ordenando a los habitantes realizar sacrificios a los dioses. La persecución varió en intensidad a lo largo del imperio —las represiones más débiles se presentaron en Galia y Britania, donde únicamente se aplicó el primer edicto, mientras que las más violentas se dieron en las provincias orientales—. Aunque las leyes persecutorias serían anuladas por diferentes emperadores en distintas épocas, tradicionalmente el fin de las persecuciones a los cristianos fue marcado por el edicto de Milán de Valerio Licinio y Constantino el Grande.[10]

Los cristianos habían sido objeto de discriminación a nivel local en el Imperio, aunque los primeros emperadores se mostraron reacios a la posibilidad de formular leyes directamente contra ellos. Sin embargo, desde el principio el propio cristianismo había sido visto como una amenaza para las tradiciones del Imperio romano.[11]​ De igual forma, los cristianos eran vistos como parte de una "sociedad secreta", de la cual siempre se sospechaba y que por estrictas razones era mantenida al margen de la sociedad.[11]​ A pesar de esto, en los dos primeros siglos de la era cristiana, ningún emperador emitió leyes contra la fe o su Iglesia. Durante este periodo, la mayoría de las persecuciones realizadas hacia estos fueron hechas por funcionarios del gobierno local. Todo esta desconfianza se reafirmaba más puesto que los cristianos rechazaban los festejos públicos, se negaban a participar en el culto relacionado a las deidas tradicionales romanas, evitaban los cargos públicos y criticaban airadamente, y muy a menudo, las tradiciones y costumbres del propio imperio.[12]​ Hacia la década de 250, durante los reinados de Decio y Valeriano, comenzaron a aprobarse determinadas leyes contra la práctica del cristianismo.[13]​ Este tipo de legislación obligaba a los cristianos a realizar sacrificios a los dioses paganos (acción vedada por su religión), o de lo contrario, afrontar la prisión y la pena de muerte.[14]​ Después de la llegada al trono de Galieno en 260, estas leyes cayeron en desuso.[15]​ La llegada al trono de Diocleciano en 284 no marcó una reversión inmediata de la política de tolerancia del cristianismo, pero sí anunciaba un cambio gradual en las actitudes oficiales hacia las minorías religiosas.[16]​ En los primeros quince años de su reinado, Diocleciano purgó el ejército de cristianos, condenó a los maniqueos a muerte, y se rodeó de oponentes públicos a la cristiandad. La preferencia de Diocleciano por un gobierno activista, combinado con su autoimagen como restaurador del glorioso pasado de Roma, presagió la más profunda persecución en la historia de Roma. En el invierno de 302, Galerio presionó a Diocleciano para comenzar una persecución general de los cristianos. Diocleciano no estaba del todo convencido, y preguntó al oráculo de Apolo para guiarle. La respuesta del oráculo fue entendida como un apoyo a la posición de Galerio, y la persecución generalizada se inició el 24 de febrero de 303.[17]

Las políticas persecutorias variaron en intensidad a lo largo del Imperio.[5]​ Mientras que Galerio y Diocleciano fueron ávidos persecutores, Constancio no era muy entusiasta al respecto.[5]​ Edictos persecutorios posteriores, incluyendo la llamada al sacrificio universal, no fueron aplicados en sus dominios. Su hijo, Constantino, tras ser proclamado augusto en 306, restauró a los cristianos a la completa igualdad legal y les retornó las propiedades que les habían sido confiscadas durante la persecución, como también la promesa de emendar cada uno de los daños sufridos hacia estos. Ese mismo año, en Italia, el usurpador Majencio desplazó al sucesor de Maximiano, Severo, prometiendo una total tolerancia religiosa.[18]​ Galerio dio por finalizada la persecución en Oriente en 311, pero fue reanudada en Egipto, Palestina y Asia Menor por su sucesor, Maximino.[19]​ Constantino y Licinio, el sucesor de Severo, firmaron el "Edicto de Milán" en 313,[20]​ que ofrecía una aceptación más profunda y comprensiva del cristianismo de lo que proponía el edicto de Galerio.[21]​ Cuando Licinio derrotó a Maximino en 313 se dio por finalizada definitivamente la persecución en Oriente.

La persecución en ningún momento sirvió para detener el crecimiento de la iglesia cristiana. En 324, Constantino era el único gobernante del Imperio, y el cristianismo se había convertido en su religión predilecta. Aunque la persecución resultó en las muertes —de acuerdo con estimaciones actuales— de entre 3000 y 3500 cristianos, así como en la tortura, encarcelamiento, o destierro de muchos otros, la mayoría de los cristianos evitaron el castigo. La persecución causó, sin embargo, que muchas iglesias se dividiesen entre aquellos que habían cumplido con las imposiciones de las autoridades (los "traditores") y habían realizado sacrificios, y aquellos que se habían mantenido "puros". Algunos cismas, como el de los Donatistas en el norte de África y los Melecianos en Egipto, persistieron largo tiempo tras las persecuciones. Los Donatistas no se reconciliarían con la iglesia católica sino hasta después de 411. En los siglos posteriores, algunos cristianos crearon un "culto a los mártires", y exageraron las barbaridades de la era de las persecuciones. Estos relatos fueron criticadas a partir de la época del Renacimiento y, de forma notable, por Edward Gibbon.[22]​ Por otra parte, historiadores modernos como G.E.M. de Ste. Croix han intentado determinar si las fuentes cristianas exageraron realmente el alcance de la persecución de Diocleciano.[23]

Contexto

Diocleciano fue el iniciador de una persecución que tuvo lugar entre los años 303 y 311 se convertiría en la mayor y más sangrienta persecución oficial del imperio contra la Cristiandad, pero no logró su objetivo de destruir la comunidad cristiana. Es más, a partir del año 324 el cristianismo se convirtió en la religión dominante del imperio bajo el gobierno de Constantino I. Sin embargo, a pesar de sus fracasos, las reformas de Diocleciano cambiaron de forma fundamental la estructura del gobierno imperial y ayudaron a estabilizarlo económica y militarmente, permitiendo que el Imperio perdurase unos cien años más, cuando había estado a punto de colapsarse pocos años antes.

Antecedentes

Desde su primera aparición hasta su legalización bajo el mandato de Constantino, el cristianismo era considerado como una religión ilegal ante los ojos del Estado romano.[11]​ Durante sus dos primeros siglos de existencia, el cristianismo y sus practicantes habían demostrado ser impopulares con el público en general.[24]​ De esta forma, los cristianos eran siempre sospechosos habituales,[11]​ debido a que eran percibidos por el resto de la sociedad como miembros de una "sociedad secreta", que se comunicaban a través de códigos confidenciales[25]​ manteniéndose al margen de la esfera social.[26]​ Con certeza, se puede entonces afirmar que no fueron las acciones legales la causa de las primeras persecuciones, sino más bien la hostilidad popular, reflejada en la ira del propio populacho.[24]​ En Lyon en 177, sólo la intervención de las autoridades civiles detuvo a una horda pagana cuyo propósito era sacar a los cristianos de sus casas y matarlos a golpes. El gobernador de Bitinia-Ponto, Plinio, recibió numerosas listas de denuncias por parte de ciudadanos anónimos, las cuales el emperador Trajano le recomendó ignorar.[27]

Para los seguidores de los cultos tradicionales, los cristianos eran como "criaturas extrañas": no se comportaban como verdaderos romanos, aunque tampoco como bárbaros.[28]​ Sus prácticas representaban, en gran medida, una amenaza para los ritos más tradicionales del pueblo romano: Los cristianos rechazaban las fiestas públicas, se negaban a participar en el culto imperial, evitaban ocupar cargos públicos y criticaban públicamente las tradiciones antiguas del imperio.[12]​ Las conversiones desgarraban a las familias: Justino Mártir habla de un hombre pagano que denunció a su esposa cristiana, y Tertuliano hace mención a la existencia de hijos que fueron desheredados por convertirse en cristianos.[29]​ La religión tradicional romana se hallaba entrelazada íntimamente en el tejido de la sociedad y el estado romano, pero los cristianos se negaron a observar sus prácticas.[nota 4][31]​ En palabras de Tácito, los cristianos mostraban "odio hacia la raza humana" (odium generis humani).[32]​ Entre los más crédulos, se creía que los cristianos hacían uso de magia negra en la consecución de objetivos revolucionarios,[33]​ y que llegaban a desarrollar prácticas de incesto y canibalismo.[34]

A pesar de ello, durante los dos primeros siglos de la era cristiana ningún emperador emitió leyes contra su fe o su Iglesia. Las persecuciones que tuvieron lugar en esta época se llevaron a cabo bajo la autoridad de los funcionarios del gobierno local.[35]​ Así, en Bitinia-Ponto en 111, el gobernador imperial, Plinio fue el responsable de llevar a cabo el hostigamiento,[36]​ mientras que en Esmirna (Izmir) en 156 y Sicilia, cerca de Cartago, en 180, fue el procónsul el encargado;[37]​ finalmente, en Lyon en 177, el gobernador de la provincia fue quien se encargó de semejante oficio.[38]​ Ciertamente, el hecho de que el emperador Nerón ejecutara a cristianos por su supuesta implicación en el incendio del año 64 —un asunto puramente local—, no significó que la serie de ejecuciones necesariamente debía extenderse más allá de los límites de la ciudad de Roma.[39]​ Si bien estas primeras persecuciones fueron violentas, al mismo tiempo resultaron ser esporádicas, breves y de alcance limitado.[40]​ En conjunto, no eran más que una amenaza limitada para el cristianismo.[41]​ La inseguridad jurídica y la dependencia de la arbitrariedad de los oficiales imperiales, sin embargo, hicieron que la amenaza de la coacción del estado cobrara mayor importancia en la imaginación cristiana.[42]

En el siglo III, la situación cambió. Los emperadores se volvieron más activos y los representantes gubernamentales comenzaron a perseguir activamente a cristianos, en vez de simplemente responder al albedrío de la muchedumbre.[43]​ No obstante, el cristianismo también reflejó cambios. Por ejemplo, sus practicantes ya no eran las simples "clases bajas que fomentaban descontento"; de hecho, algunos cristianos eran ahora ricos, o de alto linaje. Orígenes, en un escrito que data aproximadamente del año 248, cuenta acerca de "la multitud de personas convertiéndose a la fe, incluso hombres ricos y personas con posiciones de honor, y damas de refinamiento y orígenes superiores".[44]​ De forma paralela, la reacción legal no tardó en aumentar de forma gradual. En el 202, según la Historia Augusta (un texto de fiabilidad dudosa qe abarca un total de cuatro siglos), Septimio Severo (r. 193–211) publicó un rescripto general prohibiendo la conversión al judaísmo o al cristianismo.[45]Maximino (r. 235-38), por otra parte, tenía como objetivo a los líderes cristianos.[nota 5][48]​ Finalmente, Decio (r. 249-51), exigiendo una muestra de apoyo a la fe tradicional pagana, proclamó que todos los habitantes del Imperio debían realizar sacrificios para los dioses, comer carne sacrificada y que la realización de estos actos quedase verificada ante testigos.[49]​ Cabe señalarse que los cristianos eran obstinados en cuanto a su incumplimiento. Los líderes de la iglesia, como Fabián, el obispo de Roma, y Babylas, obispo de Antioquía, fueron detenidos y ejecutados por ser miembros de la laicidad cristiana,[50]​ de igual forma que Pionio de Smyrna.[nota 6][52]​ El teólogo cristiano Orígenes fue torturado durante la persecución y murió aproximadamente un año después por las heridas recibidas.[53]

La persecución Deciana fue un duro golpe para la Iglesia.[54]​ En Cartago, hubo apostasía masiva (renuncia de fe).[55]​ En Smyrna, el obispo Euctemon realizó los obligados sacrificios y animó a otros a hacer lo mismo.[56]​ Debido a que la Iglesia fue en gran parte urbana, debió haber sido fácil de identificar, aislar y destruir la jerarquía de ésta. Sin embargo, esto no sucedió; en junio de 251, Decio murió en batalla, dejando su persecución incompleta. Sus persecuciones no continuaron en, por lo menos, seis años, permitiendo así que la Iglesia retomase su funcionamiento.[57]Valeriano, amigo de Decio, tomó el mando imperial en 253; aunque demostró en primera instancia ser un "excepcional amigo" de los cristianos,[58]​ sus acciones pronto demostraron lo contrario. En julio de 257, proclamó un nuevo edicto persecutorio. Como castigo por seguir la fe cristiana, los cristianos encararon el exilio o la condena a trabajo forzado en las minas. En agosto de 258, emitió un segundo edicto, haciendo que el castigo fuese la muerte. Sin embargo, esta persecución también se vio minimizada en junio de 260, cuando Valeriano fue capturado en batalla y, posteriormente, asesinado. Su hijo, Galieno (r. 260–68), finalizó la persecución[59]​ e inauguró una "pequeña paz para la Iglesia".[60]​ La paz no sería perturbada, salvo por persecuciones aisladas y ocasionales, hasta que Diocleciano se convirtió en emperador.[61]

Ideología de la tetrarquía y su relación con la persecución

Participantes de la Diarquía y Tetrarquía
Diocleciano y Maximiano formaron parte de una diarquía. Sin embargo, esta forma de gobierno no resultó suficiente para afrontar la totalidad de los problemas del imperio y se tuvo que optar por una tetrarquía, nombrando a Galieno y a Constancio I.

Diocleciano, proclamado emperador el 20 de noviembre de 284,[62]​ era de carácter conservador en relación con la religión, es decir fue siempre fiel al tradicional culto romano.[63]

Inició un periodo de administración y reformas políticas tanto sociales como propiamente culturales; viéndose como una figura de autoridad cuya obligación era regresar la paz y el orden que el imperio había perdido, recrear la estabilidad y la justicia donde ya no existía.[64]​ Impuso una autoridad política, un sistema imperial de valores y configuró la historia de esos tiempos al minimizar el efecto de los logros alcanzados por las personas para presentar a los tetrarcas como héroes.[65]​ Diocleciano fue nombrado como el "fundador de la paz eterna".[66]​ El motivo principal por el que inició la persecución, era que ese nuevo culto, de Dios único en el cristianismo, representaba un peligro a la adoración de su persona, que ya no podría justificarse. Eusebio de Cesárea, Lactancio y Constantino afirman que era Galerio, y no Diocleciano, el principal impulsor de la purga, y su principal beneficiario.[67]​ Sin embargo, Diocleciano vio en esta persecución una oportunidad para reavivar el culto tradicional y reforzar la integración política del imperio al considerar las religiones foráneas como "un disolvente de la moralidad romana tradicional".[68]​ Los expertos afirman que Diocleciano nunca fue un anticristiano; por el contrario, Galerio veía una ventaja tanto política como gubernamental en las persecuciones, y deseaba acabar con la política de inacción que se había mantenido sobre este tema en el Imperio.[69]​ A pesar de esto, Diocleciano encontró con el tiempo los motivos suficientes para continuar con las persecuciones en todo el territorio romano;[70]​ añadiéndoles temas políticos a los puramente religiosos, morales o incluso sociales.[71]​ Primeramente, el maniqueísmo fue atacado por Diocleciano y las razones para exterminar a los cristianos vinieron luego de la tortura y asesinato de Román el Diácono y de la consulta al oráculo.[72]

A diferencia de Aureliano (r. 270–75), Diocleciano no adoptó ningún nuevo culto; de hecho, prefirió siempre a los dioses más antiguos, esto es a las deidades olímpicas.[73]​ De hecho, Diocleciano deseaba inspirar un resurgimiento religioso a nivel general.[74]​ Como el panegirista de Maximiano declaró: "Tienes que colmar a los dioses con altares y estatuas, templos y ofrendas, y dedicarlos con tu propio nombre e imagen, cuya santidad se incrementa por el ejemplo que tú des, de veneración por los dioses. Seguramente, los hombres ahora entienden que el poder reside en los dioses, cuando los adoras con tanto fervor".[75]​ Como parte de sus planes para el resurgimiento, Diocleciano invirtió en edificaciones de tipo religioso. Un cuarto de todas las inscripciones que hacen referencia a reparaciones en los templos del norte de África entre el 276 y 395 datan, en realidad, de tiempos de su reinado.[76]​ Diocleciano buscaba asociar su imagen con la del líder del partenón romano, Júpiter, mientras que su coemperador, Maximiano, se asociaba a Hércules.[77]​ Esta conexión entre dios y emperador ayudó a legitimar el poder absoluto de los emperadores, y ligaba el gobierno imperial al culto tradicional.[78]

Diocleciano no favorecía sólo a Júpiter y Hércules, lo que habría sido un cambio drástico en la tradición pagana (Heliogábalo, un emperador anterior, que había intentado fomentar su propia divinidad, dejando de lado las demás, pero fracasó de forma estrepitosa). Construyó templos a Isis y Serapis en Roma y un templo del Sol en Italia.[74]​ Diocleciano mostró una mayor preferencia por los dioses que se encargaban de la seguridad de todo el Imperio, en lugar de las deidades locales de las provincias. En África, el resurgimiento de Diocleciano se centró en Júpiter, Hércules, Mercurio, Apolo y el culto imperial. A su vez, el culto a Saturno, el Baal-Hammon romano, fue dejado a un lado.[79]​ También en la iconografía imperial, Júpiter y Hércules lo abarcaban todo.[80]​ El mismo patrón de favoritismo afectó a Egipto; las deidades nativas egipcias no vieron ningún tipo de resurgimiento, ni se utilizó la sagrada escritura jeroglífica en esa época. La unidad en la adoración era una aspecto clave de la política religiosa dioclecianas.[79]

Diocleciano, al igual que sus predecesores César Augusto y Trajano, se presentaba como "el restaurador".[81]​ Incitaba al pueblo para que vieran su reinado y su forma de gobierno, la tetrarquía (gobierno por cuatro emperadores), como una forma de renovación de los valores tradicionales romanos y, tras el anárquico siglo III, como un retorno a la "edad de oro de Roma".[82]​ Bajo esta visión reforzó la preferencia romana por las costumbres antiguas, así como la oposición imperial a las sociedades independientes. Sin embargo, Diocleciano fue un peronaje muy inusual en comparación con emperadores anteriores si se tiene en cuenta la postura activista de su régimen, así como la creencia en un gobierno central poderoso dirigido a impulsar un cambio en la sociedad y en la moral. La mayoría de los emperadores anteriores habían intentado ser muy precavidos en sus políticas administrativas, prefiriendo trabajar sobre estructuras preestablecidas en lugar de reformularlas.[83]​ Por el contrario, Diocleciano estaba completamente dispuesto a reformar todos los aspectos de la vida pública para llegar a sus objetivos. Bajo su gobierno, temas como la acuñación de monedas, la fiscalidad, la arquitectura, el derecho y la propia historia pasaron por un proceso radical de reformas, de modo que quedara plasmada la nueva ideología tradicionalista y autoritaria. La modificación de la "arraigada moral" del Imperio, así como la erradicación de las minorías religiosas, pasaron a ser solamente un primer paso de este proceso.[84]

Las posiciones especiales de los cristianos y judíos del Imperio comenzaron a volverse cada vez más evidentes. Los judíos habían logrado obtener una cierta tolerancia imperial en atención a la gran antigüedad de su fe.[85]​ Quedaron al margen de la persecución de Decio,[86]​ y disfrutaron de una posición de igual libertad de culto durante el hostigamiento del gobierno tetrárquico.[nota 7]​ Por el contrario, debido a que practicaban una fe novedosa y, por ende, desconocida,[85]​ además de no estar identificados de forma típica con el judaísmo por esta época, los cristianos no gozaron de tal privilegio.[88]​ Además, los cristianos se habían estado distanciado de su herencia judía desde su propia concepción.[89]

En realidad, la persecución no era la única manifestación del fervor moral de la tetrarquía. En 295, ya fuera por acción de Diocleciano o de su César (emperador subordinado), Galerio,[90]​ se promulgó un edicto desde Damasco en el que se proscribían los matrimonios incestuosos, y se afirmaba la supremacía de las leyes romanas sobre los decretos regionales.[91]​ Su preámbulo insiste en que es tarea del emperador hacer cumplir los preceptos sagrados de las leyes romanas, porque "los propios dioses inmortales favorecerán y estarán en paz con Roma[...] si nos hemos asegurado de que todos los sujetos a nuestra autoridad lleven una vida piadosa, religiosa, pacífica e incorrupta en todos los aspectos".[92]​ Estos principios, llevados a sus últimas instancias, habrían de obligar, lógicamente, a que los emperadores romanos forzasen el cumplimiento de todos los deberes religiosos.[93]

Apoyo público

Vista panorámica del palacio de Diocleciano.

Las comunidades cristianas crecieron rápidamente en muchas regiones del Imperio (especialmente en la región oriental) a partir del año 260, cuando Galieno trajo la paz a la Iglesia.[94]​ Las fuentes para calcular las cifras de conversos son casi inexistentes, aunque la historiadora y socióloga Keith Hopkins ha dado gruesas estimaciones sobre la población cristiana en el siglo III. Hobkins estima que la comunidad cristiana creció de una población de 1,1 millones en el año 250, a una población de 6 millones en el año 300, lo que representaría cerca del 10% de la población total del Imperio en esa época.[nota 8][96]​ La religión cristiana se extendió incluso al campo, donde nunca antes se había establecido de forma importante.[97]​ A finales del siglo III, las iglesias ya no eran tan discretas, como lo habían sido anteriormente en los siglos I y II. Las grandes iglesias eran ahora prominentes en algunas de las mayores ciudades del imperio.[98]​ La iglesia en Nicomedia se llegó incluso a edificar sobre una colina, con vista panorámica del palacio imperial.[99]​ Estas nuevas iglesias probablemente representaban, no sólo el crecimiento absoluto de la población cristiana, sino también aumentaron la mayor afluencia de la comunidad ferviente.[nota 9][101]​ En algunas zonas donde los cristianos eran influyentes, como el norte de África y Egipto, las deidades tradicionales comenzaron a perder credibilidad.[97]

Se desconoce hasta qué punto la aristocracia apoyó las persecuciones.[102]​ Después de la paz de Galieno, los cristianos alcanzaron altos cargos en el gobierno romano. Incluso, el propio Diocleciano eligió a varios cristianos para asumir destacadas posiciones gubernamentales,[103]​ y es posible que su esposa e hija llegaran incluso a simpatizar con la Iglesia.[104]​ Hubo varios sujetos que deseaban ser mártires, así como muchos gobernadores provinciales dispuestos a ignorar cualquier edicto persecutorio de los emperadores. De hecho, se sabe que Constantino desaprobó las políticas de persecución. Por otra parte, las clases bajas demostraron menos entusiasmo por las persecuciones de esta época del que habían mostrado durante los persecuciones más tempranas.[105]​ Ya no creían en las calumnias que habían sido tan populares en los primeros dos siglos.[106][nota 10]​ Quizá, como el historiador Timothy Barnes sugiere, para entonces la Iglesia ya había sido aceptada como parte de sus vidas.[105]

Por otro lado, entre los más altos rangos de la administración imperial sí que hubieron hombres que ideológicamente se oponían a la tolerancia de los cristianos, destacando entre ellos personalidades como el filósofo Porfirio de Tiro y Sosiano Hierocles, gobernador de Bitinia.[108]​ Para E. R. Dodds, los trabajos de estos hombres demostraron "la alianza de los intelectuales paganos con el orden establecido".[109]​ Hierocles consideraba que las creencias cristianas eran absurdas: Argumentaba que si los cristianos aplicasen sus propios principios de modo consistente rezarían a Apolonio de Tiana en lugar de Jesús. Los milagros de Apolonio habían sido mucho más impresionantes y Apolonio nunca tuvo la temeridad de autoproclamarse "Dios".[110]​ Además, desde su perspectiva, las escrituras estaban llenas de "mentiras y contradicciones"; Pedro y Pablo habían propagado solamente falsedades.[111]​ A comienzos del siglo IV, un filósofo anónimo publicó un panfleto atacando a los cristianos. Este personaje, que pudo haber sido un discípulo del neoplatónico Jámblico, solía ser invitado a cenar en la corte imperial.[112]​ El propio Diocleciano estaba rodeado de una facción anticristiana.[nota 11]

Porfirio se contuvo en cierta medida en su crítica del cristianismo, al menos en sus primeras obras, Sobre el retorno del alma y Filosofía de los oráculos. Tenía pocas quejas acerca de Jesús, a quien elogió como un individuo santo y un hombre "humilde". A los seguidores de Cristo, sin embargo, los tildaba de "arrogantes".[115]​ Alrededor de 290, Porfirio escribió una obra de quince volúmenes titulada Contra los cristianos.[nota 12][117]​ Ahí, expresó su conmoción por la rápida expansión del cristianismo.[118]​ También revisó sus opiniones anteriores, cuestionando la exclusión que Jesús hacía a los ricos de la posibilidad de entrar en el Reino de los Cielos,[119]​ y su permisividad con respecto a los demonios que residen en los cuerpos de los cerdos.[120]​ Al igual que Hierocles, comparó desfavorablemente a Jesús con Apolonio de Tiana.[121]​ Adicionalmente, sostuvo que los cristianos blasfemaban al adorar a un ser humano y no al Dios Supremo, y que cometían un acto de traición prohibiendo la práctica del tradicional culto romano. "¿A qué tipo de penalidades no someteríamos justamente a los individuos que son prófugos de las costumbres de sus padres?" se preguntó Porfirio.[122]

Los sacerdotes paganos también estaban interesados en la represión de toda amenaza a la religión tradicional.[123]​ El cristiano Arnobio, quien escribió durante el reinado de Diocleciano, atribuye razones financieras a los prestatarios de servicios paganos:

Los augures, los intérpretes de sueños, los adivinos, los profetas, y la prestidigitación, nunca vanos... por temor a que sus propias artes se redujeran a nada, y para que pudieran extorsionar las escasas contribuciones de los devotos, ahora pocos e infrecuentes, gritan alto: "Los dioses están desatendidos, y en los templos hay ahora una presencia muy escasa. Las antiguas ceremonias están expuestas a la burla, y los ritos alguna vez consagrados por la tradición de las instituciones se han hundido ante las supersticiones de nuevas religiones.[124]

Creían que sus ceremonias se habían obstaculizado por la presencia de los cristianos, de quienes se pensaba que nublaban la vista de los oráculos y entorpecían el reconocimiento de los dioses a sus sacrificios.[123]

Primeras persecuciones

Cristianos en el ejército

Catacumba de los santos Marcelino y Pedro en la Vía Labicana. En la imagen aparece Cristo entre San Pedro y San Pablo. A los lados aparecen los mártires Gorgonio, Pedro, Marcelino y Tiburcio.
San Jorge antes de Diocleciano. Un mural que data del siglo XIV de Ubisi, Georgia. La tradición cristiana coloca el martirio de Jorge, un oficial de la armada romana, en el reino de Diocleciano.[125]

Al concluir las guerras persas en 299, los coemperadores Diocleciano y Galerio viajaron de Persia a la ciudad de Antioquía, en Siria. Lactancio cuenta que en Antioquía, en algún momento de 299, los emperadores realizaron sacrificios y adivinaciones como intento de predecir el futuro. Los arúspices, lectores de augurios en animales sacrificados, fueron incapaces de obtener una lectura clara, y siguieron fallando después de varios intentos. El maestro arúspice finalmente concluyó que este fallo se debía a las interrupciones en el proceso ocasionadas por hombres profanos. Se había observado que algunos cristianos en la casa imperial habían realizado la señal de la cruz durante dichas ceremonias, por lo que fueron culpados de haber interrumpido la adivinación de los auspicios. Diocleciano, enfurecido por estos acontecimientos, declaró que todos los miembros de la corte debían realizar un sacrificio por sí mismos. Diocleciano y Galerio enviaron cartas a los mandos militares, exigiendo que todo el ejército realizase sacrificios, bajo pena de expulsión.[nota 13][130]​ Dado que no hay notas sobre derramamiento de sangre en la narrativa de Lactancio, los cristianos del hogar imperial debieron haber sobrevivido a estos acontecimientos.[131]

Eusebio de Cesárea, un historiador eclesiástico contemporáneo, cuenta una historia similar: a los comandantes se les ordenó darle a sus tropas a elegir entre el sacrificio o la pérdida de rango. Si bien estas condiciones resultaban duras —el soldado perdería su carrera militar, su pensión estatal y sus ahorros personales— por lo menos no eran mortales. De acuerdo a Eusebio, la purga fue ampliamente exitosa, aunque el texto de Eusebio es confuso en cuanto a determinados aspectos técnicos de los hechos y su caracterización del tamaño general de la apostasía resulta ambiguo.[132]​ El historiador también atribuye la iniciativa de la purga a Galerio, en lugar de a Diocleciano.[133]

El historiador Peter Davies supone que Eusebio se refiere al mismo acto que Lactancio, pero que tuvo conocimiento de los hechos a través de rumores, por lo que no sabía nada de la discusión suscitada durnate la ceremonia religiosa privada del emperador, a la cual Lactancio sí que había tenido acceso. Dado que fue el ejército de Galerio el purgado —Diocleciano había dejado el suyo en Egipto para sofocar una revuelta—, lógicamente los antioqueños habrían creído que Galerio era el instigador.[133]​ El historiador David Woods opina en cambio que Eusebio y Lactancio se referían a dos hechos completamente distintos; según él, Eusebio descirbe los comienzos de la purga del ejército en Palestina, mientras que Lactancio describe los sucesos acaecidos en la corte.[134]​ Woods afirma además que el pasaje en la obra Chronicon, de Eusebio, fue corrompido en su traducción al latín, y que el texto de Eusebio situaba originalmente los inicios de la persecución del ejército en un fuerte radicado en Betthoro (hoy en día Leyún, Jordania).[135]

Eusebio, Lactancio,[136]​ y Constantino coinciden en alegar que Galerio fue el impulsor de la purga militar, así como su principal beneficiario.[nota 14][138]​ Diocleciano, a pesar de su conservadurismo religioso,[139]​ todavía tenía tendencia a la tolerancia religiosa.[nota 15]​ Galerio, en contraste, era un pagano devoto y apasionado. De acuerdo a fuentes cristianas, él era por lo tanto el principal defensor de la persecución.[143]​ Además deseaba explotar esta postura en su propio beneficio político. Siendo el emperador de menor rango, Galerio siempre era listado al último en documentos imperiales. De hecho, no fue sino hasta la conclusión de la guerra persa en 299, que tuvo su propio gran palacio.[144]​ Lactancio afirma que Galerio estaba ansioso por alcanzar un rango más alto en la jerarquía imperial.[145]​ La madre de Galerio, Rómula, era una enconada anticristiana, pues había sido una sacerdotisa pagana en Dacia y odiaba a los cristianos porque estos evitaban acudir a sus festivales.[146]​ Prestigioso e influyente tras sus victorias en la guerra persa, Galerio podría haber deseado compensar su humillación previa en Antioquía, cuando Diocleciano lo obligó a caminar en la parte delantera de la caravana imperial en lugar de en su interior. Su resentimiento pasó a alimentar su descontento con las políticas oficiales de la tolerancia; desde el 302, probablemente instó a Diocleciano a promulgar una ley general contra los cristianos.[147]​ Dado que Diocleciano ya estaba rodeado por una camarilla anticristiana de consejeros, sus sugerencias debieron verse muy fortalecidas.[148]

Persecución maniquea

Los asuntos se calmaron después de la persecución inicial. Durante los tres años siguientes Diocleciano permaneció en Antioquía. Visitó Egipto una vez, durante el invierno de 301-302, en el que comenzó el reparto de grano en Alejandría.[147]​ Durante su estancia en Egipto, algunos maniqueístas, seguidores del profeta Mani, fueron denunciados en la presencia del procónsul de África. El 31 de marzo del año 302, en un rescripto de Alejandría, Diocleciano, después de consultarlo con el procónsul de Egipto, ordenó que se quemaran vivos a los líderes maniqueístas junto con sus escrituras.[149]​ Esta fue la primera vez que una persecución imperial obligaba a la destrucción de textos sagrados.[150]​ Los maniqueístas de bajo estatus social debían ser ejecutados; los maniqueístas de estatus social alto debían ser enviados a trabajar en las canteras de Proconnesus (Isla de Marmara) o en las minas de Phaeno. Toda la propiedad maniquea debía ser confiscada y depositada en la tesorería imperial.[149]

Diocleciano encontró mucho de lo que ofenderse en la religión maniqueísta. Su defensa de los cultos romanos tradicionales lo impulsó a utilizar el lenguaje del fervor religioso.[151]​ El procónsul de África envió a Diocleciano un informe sobre los maniqueístas. A finales de marzo de 302, Diocleciano respondió: los maniqueístas "han establecido nuevas sectas de las que nunca antes se había oído, en oposición a los credos antiguos para poder expulsar las doctrinas que nos han sido concedidas en el pasado por el favor divino, para el beneficio de su propia depravada doctrina".[152]​ Continuó dicendo " [...] nuestro miedo es que con el paso del tiempo, ellos procurarán... infectar... nuestro imperio completamente... como con el veneno de una serpiente maligna". "Las religiones antiguas no deben ser criticadas por las nuevas y de última moda", escribió.[152]​ Los cristianos del imperio eran vulnerables frente a esta misma línea de pensamiento.[153]

Diocleciano y Galerio, 302–303

Diocleciano estaba en Antioquía en el otoño de 302, cuando tuvo lugar la siguiente instancia de la persecución. El diácono Román visitó la corte mientras se efectuaban sacrificios preliminares e interrumpió la ceremonia, denunciando el acto en voz alta. Fue arrestado y condenado a que se le quemase, pero Diocleciano revocó la decisión, y ordenó que se le amputara la lengua para que no siguiese exhortando a convertirse a los paganos. Román fue ejecutado el 17 de noviembre de 303. La audacia de este cristiano disgustó a Diocleciano, y salió de la ciudad y se dirigió a Nicomedia para pasar el invierno, acompañado de Galerio.[154]

A través de los años, el didacticismo religioso y moral de los emperadores alcanzó el paroxismo; ahora, a instancias de un oráculo, ese paroxismo llegaría a su punto culminante.[155]​ Según Lactancio, Diocleciano y Galerio entraron en una discusión acerca de qué política imperial tomar hacia los cristianos mientras se encontraba en Nicomedia en 302. Diocleciano argumentó que vetar a los cristianos la participación en la burocracia y el ejército bastaría para apaciguar a los dioses, mientras que Galerio buscaba su exterminación. Trataron de resolver su disputa mediante el envío de un mensajero para que consultaste al oráculo de Apolo en Dídima.[156]​ Porfirio también pudo haber estado presente en esta reunión.[157]​ A su regreso, el mensajero le dijo a la corte que "los justos en la tierra"[158]​ dificultaban la habilidad de Apolo para hablar. Diocleciano fue informado por miembros de la corte de que los "justos" era una referencia a los cristianos del imperio. A instancias de su corte, Diocleciano accedió a las demandas de una persecución universal.[159]

Gran persecución

Primer edicto

El 23 de febrero de 303 Diocleciano ordenó que la iglesia cristiana recientemente construida en Nicomedia fuera arrasada, sus escrituras quemadas y sus tesoros confiscados.[160]​ El 23 de febrero era la fiesta de la Terminalia, en honor a Término, el dios de las fronteras. Los emperadores pensaron que sería apropiado que fuera el día que marcara el fin del cristianismo.[161]​ Al día siguiente Diocleciano publicó el "Edicto contra los cristianos".[nota 16][165]​ Los principales objetivos de la norma eran, como lo habían sido durante la persecución de Valeriano, la propiedad cristiana y los clérigos.[166]​ El decreto ordenó la destrucción de las escrituras cristianas, de los libros litúrgicos, y de los lugares de culto en todo el imperio,[nota 17][168]​ y prohibió a los cristianos reunirse con el fin de celebrar su culto.[169]​ Asimismo, se privó a los cristianos del derecho de petición ante los tribunales,[170]​ haciéndolos sujetos potenciales de la tortura judicial;[171]​ los cristianos no podían responder a las acciones interpuestas en contra de ellos en el tribunal;[172]​ y los senadores, equites, decuriones, veteranos y soldados cristianos fueron privados de sus rangos, y los libertos fueron reesclavizados.[173]

Diocleciano pidió que el edicto se ejerciera "sin derramamiento de sangre",[174]​ contra las exigencias de Galerio de que todos los que se negaran a hacer los sacrificios obligatorios fueran condenados a ser quemados vivos.[175]​ En cualquier caso, y a pesar de la solicitud de Diocleciano, los jueces locales a menudo aplicaban ejecuciones durante la persecución, dado que la pena capital era uno de sus poderes discrecionales.[7]​ La recomendación de Galerio —quemar vivos a los cristianos— se convirtió en un método común de ejecución de los cristianos en el Oriente.[176]​ Después de que el edicto fuera publicado en Nicomedia, un hombre llamado Eurius lo arrancó y rompió, gritando "aquí están tus triunfos góticos y sármatas". Fue arrestado por traición, torturado y quemado vivo poco después, convirtiéndose en el primer mártir del edicto.[nota 18][178]​ Las medidas del edicto fueron conocidas e impuestas en Palestina en marzo o abril (justo antes de la Pascua), y estaba siendo aplicado por los cargos oficiales locales de África del Norte entre mayo y junio.[179]​ El primer mártir en Cesárea fue ejecutado el 7 de junio;[180]​ el edicto entró en vigor en Creta a partir del 19 de mayo.[181]​ El primer edicto fue el único edicto legalmente obligatorio en el Oeste.[182]​ En el Este, sin embargo, se desarrolló progresivamente una legislación cada vez más dura.

Segundo, tercer y cuarto edicto

En el verano del 303,[183]​ siguiendo una serie de rebeliones en Malatya y Siria, un segundo edicto fue publicado, ordenando el arresto y encarcelamiento de todos los obispos y sacerdotes.[184]​ En opinión del historiador Roger Rees, no había una necesidad racional para este segundo edicto: que Diocleciano lo emitiese indica que o bien no tenía conocimiento de la aplicación del primer edicto, o que pensaba que aquel no estaba siedno aplicado tan rápido como debía.[185]​ Después de la publicación del segundo decreto, las prisiones se llenaron —el sistema penintenciario subdesarrollado de la época no podía mantener a los diáconos, los lectores, los sacerdotes, los obispos, y los exorcistas forzados sobre ellos. Eusebio escribe que el decreto produjo el encarcelamiento de tantos sacerdotes que los criminales ordinarios se vieron hacinados, y tuvieron que ser liberados.[186]

Anticipando la celebración del vigésimo aniversario de su reinado el 20 de noviembre de 303, Diocleciano declaró una amnistía general por medio de su tercer edicto. Cualquier miembro del clero podría ser liberado, siempre y cuando estuviese de acuerdo en realizar un sacrificio a los dioses paganos.[187]​ Diocleciano pudo haber estado buscando buena prensa para su legislación, e incluso pudo estar intentando fracturar a la comunidad cristiana al dar a conocer la apostasía del clero.[188]​ Aunque la exigencia de sacrificar era algo inaceptable para muchos de los prisioneros, los guardias a menudo lograron un cumplimiento, al menos nominal. Algunos sacerdotes accedieron voluntariamente y otros, en cambio, lo hicieron bajo tortura. Los guardias de las prisiones deseaban quitarse de en medio a los clérigos encarcelados. Eusebio, en sus Mártires de Palestina, registra el caso de un hombre que después de ser conducido a un altar, se le ataron las manos y se le obligó a completar una ofrenda de sacrificio, y fue liberado rápidamente. A otros se les dijo que habían realizado sacrificios cuando en realidad no hicieron nada.[189]

En 304, el cuarto edicto ordenaba que todas las personas, fuesen hombres, mujeres o niños, deberían reunirse en lugares públicos y realizar un sacrificio colectivo. Si se negaban, serían ejecutados.[190]​ La fecha precisa del edicto es desconocida,[191]​ pero es probable que haya sido dictada en enero o febrero de 304, y fue aplicada en la península balcánica en marzo.[192]​ El edicto estuvo en vigor en Salónica en abril de 304,[193]​ y en Palestina poco tiempo después.[194]​ Este último edicto ni siquiera llegó a aplicarse en los dominios de Maximiano y Constancio. En Oriente, en cambio, se aplicó hasta la promulgación del edicto de Milán de Constantino y Licinio en 313.[195]

Abdicaciones, inestabilidad y tolerancias renovadas (305–311)

Diocleciano y Maximiano abdicaron el 1 de mayo de 305. Constancio y Galerio se convirtieron en Augusti (emperadores senior) y se nombró a dos nuevos emperadores, Flavio Severo y Maximino Daya, a quienes se les otorgó el título de Caesaris (emperadores junior).[196]​ Según Lactancio, Galerio manipuló a Diocleciano, logrando que este nombrara como nuevos emperadores a amigos leales a él.[197]​ En esta "segunda tetrarquía", parece que sólo los emperadores orientales, Galerio y Maximino, continuaron con las persecuciones.[198]​ Mientras dejaban el cargo, Diocleciano y Maximiano probablemente supusieron que el cristianismo estaría en sus últimos alientos. Las iglesias estaban destruidas, los jefes y las jerarquías eliminadas, y el ejército y la administración pública habían sido purgados. Eusebio afirma que los apóstatas de fe fueron "innumerables" (μυρίοι).[199]​ En un principio, la nueva tetrarquía parecía más activa que la anterior. Maximino, en particular, era un ávido persecutor.[200]​ En 306 y 309 publicó sus propios edictos en los que exigía sacrificio universal.[201]​ Eusebio también acusó a Galerio de insistir con las persecuciones.[202]

En Occidente, sin embargo, los cabos sueltos de las decisiones dinásticas de Diocleciano estaban a punto de echar abajo la tetraquía. Constantino, hijo de Constancio, y Majencio, hijo de Maximiano, habían sido dejados de lado por la sucesión de Diocleciano, ofendiendo a los padres y provocando el enojo de los hijos.[196]​ Constantino, contra la voluntad de Galerio, sucedió a su padre el 25 de julio de 306. Finalizó de inmediato todas las persecuciones y ofreció a los cristianos la restitución completa de todo lo que habían perdido durante la persecución.[203]​ Esta declaración dio a Constantino la oportunidad de mostrarse a sí mismo como el libertador de los cristianos oprimidos en todo el imperio.[204]​ Entretanto, Majencio se hizo con el poder en Roma en 306, y también concedió a los cristianos una amplia tolerancia.[18]​ Galerio intentó en dos ocasiones destronar a Majencio, pero no tuvo éxito en ninguna de ellas. Durante la primera campaña contra Majencio, Severo fue capturado, hecho prisionero y posteriormente ejecutado.[205]

La paz de Galerio y el Edicto de Milán (311-313)

En Oriente, la persecución finalizó de manera oficial el 30 de abril de 311,[206]​ a pesar de que se produjeron martirios en Gaza cuatro días después. Galerio, en su lecho de muerte, emitió una proclamación para terminar con las hostilidades, y otorgó a los cristianos el derecho de coexistir legalmente y de que se reuniesen pacíficamente. La persecución había finalizado.[207]​ Lactancio guardó un texto en latín de este pronunciamiento, describiéndolo como un edicto. Eusebio ofrece una traducción al griego, versión que incluía títulos imperiales y estaba dirigido a los administradores provinciales, sugiriendo que la proclamación es, de hecho, una carta imperial.[208]​ El documento parece haber sido promulgado solamente en las provincias de Galerio.[209]

Entre las demás disposiciones que siempre tomamos por el bien y el interés del Estado, hemos deseado aquí reparar todas las cosas de acuerdo con las leyes y la disciplina pública de los romanos, y de asegurar que incluso los cristianos, que abandonaron las prácticas de sus ancestros, retornen al buen juicio. En verdad, por algún motivo u otro, a esos cristianos les asedió tal autoindulgencia y les poseyó tal insensatez, que dejaron de seguir las prácticas de los antiguos, costumbres que sus propios ancestros pudieron haber instituido, y en su lugar actuaban como les parecía, dictaban sus propias leyes para sí mismos, y se reunían con personas muy variadas en áreas diversas. Cuando se promulgó nuestra orden estableciendo que debían volver a las prácticas de los antiguos, muchos se vieron en peligro, y muchos incluso murieron. Muchos otros perseveraron en su forma de vida, y vimos que ni prestaban a los dioses el culto y veneración debidos, ni lo hacían al dios de los cristianos. Een virtud de nuestra benevolísima clemencia y de nuestra habitual costumbre de conceder a todos los pueblos clemencia, hemos creído oportuno extenderles también a ellos nuestra muy manifiesta indulgencia, de modo que puedan reconstruir sus lugares de culto, con la condición de que no hagan nada contrario al orden establecido. Mediante otra circular indicaremos a los funcionarios, de una forma detallada, las condiciones que deben respetarse. Consecuentemente, de acuerdo con nuestra indulgencia, deberán rezar a su dios por nuestra salud y por la seguridad del estado, de modo que el estado se vea a salvo por todos los frentes, y que puedan vivir de forma segura en sus propias casas.[210]

Las palabras de Galerio refuerzan la teoría que motiva la persecución con base en las ideas teológicas de la tetrarquía; las leyes promulgadas no hicieron otra cosa que intentar imponer prácticas culturales y religiosas, incluso a pesar de que los propios decretos eran completamente no tradicionales. Galerio no hizo nada para violar el espíritu de la persecución; los cristianos seguían siendo criticados por su inconformismo y sus prácticas insensatas; y Galerio no admitió haber errado.[211]​ La admisión de que el dios de los cristianos pudiera existir se hace incluso de mala gana.[212]​ Algunos historiadores de principios del siglo XX afirmaron que el edicto de Galerio anuló definitivamente la antigua "fórmula legal" non licet esse Christianos,[213]​ haciendo del cristianismo una religio licita, "del mismo modo que el judaísmo",[214]​ y asegurando las propiedades de los cristianos,[213]​ entre otras cosas.[215]

No todos historiadores son tan entusiastas. El historiador eclesiástico del siglo VII, Louis-Sébastien Le Nain de Tillemont, calificó el edicto de "insignificante";[216]​ y, de forma similar, el historiador del siglo XX Timothy Barnes cuestiona que "la novedad o importancia de la medida [de Galerio] no debe ser sobrestimada".[217]​ Barnes señala que las leyes de Galerio sólo otorgaron a los cristianos orientales derechos que ya poseían aquellos que residían en Italia y África. En la Galia, Hispania y Britania, los cristianos contaban con una mayor cantidad de derechos que los ofrecidos por Galerio a los cristianos orientales.[217]​ Otros historiadores del siglo XX, como Graeme Clark y David S. Potter, defienden que pese a las formas, la proclamación del edicto de Galerio es un hito importante en las historias del cristianismo y del Imperio Romano.[218]

La ley de Galerio no se mantuvo en vigor durante mucho tiempo en el área dominada por Maximino. Siete meses después de la proclamación, Maximino retomó la persecución.[219]​ Esta persecución continuaría en este área hasta el año 313, poco antes de la muerte del propio Maximino.[220]​ En un encuentro entre Licinio y Constantino en Milán en febrero de 313, los dos emperadores esbozaron los términos de una paz universal, que fueron publicadas por el victorioso Licinio en Nicomedia el 13 de junio de 313.[20]​ El documento sería posteriormente denominado "Edicto de Milán".[nota 19]

Creemos correcto encomendar estas cosas a su cuidado, para que sepa que hemos dado a los cristianos libertad sin restricciones de culto religioso. Cuando vean que esta les fue concedida por nosotros, su culto sabrá que esta libertad también le será otorgada a otras religiones con el fin de divulgarse abierta y libremente, por el bien de la paz de nuestros tiempos, que cada uno tenga la oportunidad de culto que le plazca; este reglamento se hace para que no se menosprecie ninguna religión o su dignidad.[20]

Variación regional

Martirios en el Oriente
Asia Menor Oriente Danubio
Provincias de Diocleciano (303–305)
26[225]
31[226]
Provincias de Galerio (303–305)
14[227]
Provincias de Galerio (Sin fecha)
8[228]
Provincias de Galerio (305–311)
12[229]
12[230]
Davies, 68–69.[nota 20]

La aplicación de los edictos persecutorios no fue homogénea.[232]​ Dado que los tetrarcas eran más o menos soberanos en sus respectivos territorios,[233]​ cada uno de ellos ejercía un gran control sobre la política de persecuciones. En los dominios de Constancio (Britania y Galia) la persecución fue, como mucho, muy leve;[7]​ en los dominios de Maximiano (Italia, Hispania y África), fue firmemente aplicada; en Oriente, bajo Diocleciano (Capadocia, Siria, Palestina y Egipto) y Galerio (Grecia y los Balcanes), se aplicó con más fervor que en las regiones y provincias restantes.[234]​ En lo que respecta a las provincias orientales, Peter Davies calculó el número total de martirios para un artículo de la revista científica The Journal of Theological Studies.[231]​ Davies defendía que los números, pese a basarse en colecciones de actas que estaban incompletas y solo parcialmente fiables, apuntan a que la persecución fue más severa bajo Diocleciano que bajo Galerio.[3]​ El historiador Simon Corcoran, en un epígrafe sobre los orígenes de los primeros edictos persecutorios, criticó a Davies por su exagerada confianza en estos "dudosos actos de martirio" e hizo caso omiso a sus conclusiones.[235]

Britania y Galia

Las fuentes varían a la hora de describir la extensión de la persecución en los dominios de Constancio, aunque todas lo describen como bastante limitada. Lactancio argumenta que la destrucción de los edificios eclasiásticos fue lo peor a lo que los cristianos de estos territorios se enfrentaron.[236]​ Eusebio niega de manera explícita en su Historia Ecclesiastica y en su Vida de Constantino que ninguna iglesia hubiese sido destruida, pero sí que incluye a la Galia como un área que sufrió los efectos de la persecución en sus Mártires de Palestina.[237]​ Un grupo de obispos declaró que "Galia estuvo inmune" (immunis est Gallia) de las persecuciones durante el gobierno de Constancio.[238]​ La muerte de Alban de Verulamium, el primer mártir cristiano de Inglaterra, fue datada para esa época, pero la mayoría de los estudiosos la asignan ahora a la época del reinado de Septimio Severo.[239]​ El segundo, tercer y cuarto edictos no parecieron haber sido ejecutados en el Oeste en absoluto; o de haber sido proclamados, no cobraron una fuerza considerable.[240]​ Es posible que las políticas relativamente tolerantes de Constancio fuesen el resultado de los celos internos entre los miembros de la tetrarquía; la persecución, después de todo, había sido el proyecto de los emperadores orientales, no de los occidentales.[7]​ Después de que Constantino sucediera a su padre en 306, instó a la recuperación de los bienes que la Iglesia había perdido en la persecución, y legisló la plena libertad para todos los cristianos en sus dominios.[241]

África

Mientras que la persecución bajo Constancio fue relativamente leve, no existe ninguna duda de la fuerza con que se ejerció en los dominios de Maximiano. Sus efectos fueron registrados en Roma, Sicilia, España y África[19]​—de hecho, Maximiano alentó la ejecución estricta de los edictos de manera particular en África. La élite política de África fue insistente en que la persecución se cumpliese,[242]​ y los cristianos de África, especialmente en Numidia, fueron igualmente insistentes en su resistencia. Para los númidas, entregar las escrituras era un acto de apostasía terrible.[243]​ África, durante mucho tiempo, había sido el hogar de las "Iglesias de los Mártires"[244]​—en África, los mártires poseían una autoridad religiosa superior a la del propio clero[245]​—y albergaba una variante particularmente intransigente, fanática y legalista del cristianismo.[246]​ Fue en África, en la región occidental, donde se dieron la mayor cantidad de martirios.[247]

África produjo mártires incluso en los años inmediatamente anteriores a la Gran Persecución. En 298, Maximiliano, un soldado en Tébessa, había sido juzgado por negarse a seguir la disciplina militar;[248]​ en Mauretania, de nuevo en 298, el soldado Marcelo, rechazó su bono del ejército y se quitó el uniforme en público.[249]​ Una vez que comenzaron las persecuciones, las autoridades públicas estaban deseosas de hacer valer su autoridad. Anullinus, procónsul de África, amplió el edicto, al decidir que, además de la destrucción de las escrituras de los cristianos y las iglesias, el gobierno debía obligar a los cristianos a hacer sacrificios a los dioses paganos.[250]​ El gobernador Valerio Floro implementó la misma política en Numidia durante el verano o el otoño de 303, cuando hizo un llamamiento para celebrar el "día de la quema de incienso", durante el cual los cristianos deberían realizar sacrificios o de lo contrario perderían la vida.[251]​ Además de los ya enumerados, los mártires africanos también incluyen a Saturnino y a los mártires de Abitina,[252]​ otro grupo martirizado el 12 de febrero de 304 en Cartago,[253]​ y los mártires de Milevis (Mila, Argelia).[254]

La persecución en África también alentó el desarrollo del donatismo, un movimiento cismático que prohibía cualquier compromiso con el gobierno romano o con los obipos traditores (aquellos que habían entregado las escrituras a las autoridades seculares). Uno de los momentos clave en la ruptura de las relaciones de esta secta con el resto de la iglesia se produjo en Cartago en el año 304. Los cristianos de Abitinae fueron traídos a la ciudad y encarcelados. Los amigos o familiares de los prisioneros vinieron a visitarlos, pero una turba local les opuso resistencia. El grupo de familiares y amigos fue acosado, golpeado y azotado, y la comida que habían traído a sus amigos fue echada por tierra. Este grupo de gente había sido enviado por Mensurio, un obispo de la ciudad, y por Ceciliano, su diácono, por razones que aún siguen sin ser esclarecidas.[255]​ En 311, Ceciliano fue elegido obispo de Cartago. Sus opositores denunciaron que su traditio le hacía indigno del cargo y se negaron a seguir su autoridad, por lo que se declararon a favor de otro candidato, Majorino. Muchos otros en África, incluido los abitinianos, también apoyaron a Majorino sobre Ceciliano. El sucesor de Majorino, Donato, daría al movimiento disidente su nombre.[256]​ Para el momento en que Constantino se hizo cargo de la provincia, la iglesia de África se encontraba profundamente dividida.[257]​ Los donatistas no se reconciliarían con el resto de la Iglesia Católica hasta después del año 411.[258]

Italia y España

Maximiano, quizá, incautó los bienes cristianos en Roma con gran facilidad — los cementerios romanos se encontraban a la vista, y los centros de reunión cristianos eran fáciles de encontrar. Los altos cargos de la Iglesia habrían sido también personas prominentes. Sin embargo, el obispo de la ciudad, Marcelino, no parece haber ido a la cárcel, hecho que ha llevado a algunos a creer que Maximiano nunca cumplió la orden de detención de clérigos en la ciudad.[166]​ Otros afirman que Marcelino fue un traditor.[259]​ Marcelino aparece en el depositio episcoporum del siglo IV pero no su feriale, o calendario de fiestas, donde figuraban todos los predecesores de Marcelino desde Fabián, lo cual es una llamativa ausencia, en opinión del historiador John Curran.[166]​ Durante cuarenta años, los donatistas comenzaron a difundir rumores de que Marcelino había sido un traditor, y que incluso había llegado a hacer sacrificios a los dioses paganos.[260]​ Esta acusación fue tachada de falsedad alrededor del siglo V, por el "Consejo de Sinuessa", en la vita Marcelli del Liber Pontificalis. Este trabajo afirma que en realidad el obispo había apostatado, pero se redimió a través del martirio unos días después.[166]

Los hechos que se sucedieron al supuesto acto de traditio de Marcelino, si es que este ocurrió, son poco claros. Sin embargo, parece haber existido una ruptura en la sucesión episcopal. Marcelino parece haber muerto el 25 de octubre de 304 y (si hubiera apostatado) probablemente fue expulsado de la iglesia a principios de 303,[261]​ pero su sucesor, Marcelo, no fue consagrado hasta noviembre o diciembre de 306.[262]​ Mientras tanto, dos facciones divergían en la iglesia romana; los cristianos que habían cumplido con los edictos para garantizar su propia seguridad, y los rigoristas, que no toleraban ninguna solución de compromiso con la autoridad secular. Ambos grupos se enfrentaron en luchas callejeras y disturbios, llevando eventualmente incluso a casos de asesinato.[262]​ Marcelo, un rigorista, purgó toda mención de Marcelino de los registros de la Iglesia, y eliminó su nombre de la lista oficial de los obispos.[263]​ El propio Marcelo acabaría siendo desterrado de la ciudad y muriendo en el exilio el 16 de enero de 308.[262]

Majencio, mientras tanto, aprovechó la impopularidad de Galerio en Italia (Galerio había introducido los impuestos tanto para la ciudad de Roma como para la provincia italiana por primera vez en la historia del imperio[264]​) para declararse a sí mismo emperador. El 28 de octubre de 306, Majencio convenció a la Guardia Pretoriana de que se le apoyase en su motín, y para que le invistieran con el púrpura imperial.[265]​ Poco después de su proclamación, Majencio declaró el fin de la persecución, y la tolerancia para todos los cristianos en su reino.[266]​ Las noticias viajaron a África, donde en años posteriores un cristiano de Cirta todavía podía recordar la fecha exacta en que "la paz" había sido introducida.[267]​ A pesar de eso, Majencio no permitió la restitución de las propiedades confiscadas.[268]

El 18 de abril de 308, Majencio permitió a los cristianos la celebración de una nueva elección para determinar quién sería el próximo obispo de la ciudad, elección en la que el papa Eusebio resultó victorioso.[269]​ Eusebio era un papa moderado al frente de una iglesia aún dividida. Heraclio, jefe de la facción rigorista, se opuso a la readmisión de los lapsi. Los disturbios continuaron, y Majencio exilió a los dos dirigentes de las respectivas facciones de la ciudad, dejando morir a Eusebio en Sicilia el 21 de octubre.[270]​ El puesto estuvo vacante de nuevo durante casi tres años, hasta que Majencio permitió que se llevase a cabo otra elección. Melquíades fue elegido el 2 de julio de 311, mientras Majencio se preparaba para enfrentarse a Constantino en batalla.[nota 21]​ Majencio, que se enfrentaba a una oposición doméstica cada vez más fuerte contra su gobierno, finalmente aceptó la restitución de los bienes cristianos. Melquíades envió dos diáconos con cartas de Majencio al prefecto de Roma, máxima autoridad de la ciudad, responsable de la publicación de edictos imperiales dentro de la ciudad, para garantizar su cumplimiento.[272]​ Los cristianos africanos recuperaron sus propiedades que habían perdido hacia finales de 312.[273]

Fuera de la ciudad de Roma existen menos detalles sobre el progreso y los efectos de la persecución en Italia; no hay muchas muertes que se aseguren en la región. El Acta Eulpi registra el martirio de Euplio en Catania, Sicilia, un cristiano que se atrevió a portar consigo los santos evangelios, negándose a entregarlos. Euplio fue arrestado el 29 de abril de 304, juzgado, y martirizado el 12 de agosto del mismo año.[274]​ En España[nota 22]​ el obispo Osio de Córdoba se declaró, tiempo después, como confesor.[7]​ Después de 305, año en el que Diocleciano y Maximiamo abdicaron y Constancio se convirtió en Augusto, no hubo más persecuciones en el oeste. Eusebio declaró que la persecución duró "menos de dos años".[276]

Tras un breve enfrentamiento militar,[277]​ Constantino se enfrentó y derrotó a Majencio, matándole en la Batalla de Puente Milvio, en las afueras de Roma, el 28 de octubre de 312. Entró en la ciudad al día siguiente, pero se negó a participar en la tradicional subida a la Colina Capitolina en el Templo de Júpiter.[278]​ El ejército de Constantino había avanzado hacia Roma bajo un signo cristiano. Se había convertido, al menos oficialmente, en un ejército cristiano.[279]​ La aparente conversión de Constantino también fue visible en otros lugares: Los obispos cenaban en la mesa de Constantino,[280]​ y muchos proyectos de construcción cristiana comenzaron poco después de su victoria. El 9 de noviembre de 312, la antigua sede de la Guardia Imperial fue arrasada para hacer lugar a la archibasílica de San Juan de Letrán.[281]​ Bajo el gobierno de Constantino, el cristianismo llegó a ser el objetivo principal de patronazgo oficial.[282]

Nicomedia

Grabado del martirio de Doroteo y Gorgonio.

El 23 de febrero de 303 Diocleciano ordenó que la recién construida iglesia de Nicomedia fuera arrasada. Exigió que se quemaran sus escrituras y que se requisara todo lo de valor para el tesoro imperial.[283]​ A finales de febrero de 303, un incendio destruyó parte del palacio imperial. Galerio convenció a Diocleciano de que los culpables del acto habían sido los cristianos, quienes habían conspirado junto con los eunucos de palacio. Se llevó a cabo una investigación sobre el percance, pero los responsables no fueron encontrados. Según Lactancio, Diocleciano y Galerio discutieron sobre la política imperial hacia los cristianos durante ese invierno: Diocleciano argumentaba que bastaría con prohibir a los cristianos trabajar como funcionarios o en el ejército para recuperar el favor de los dioses, pero Galerio quería ir más allá, y defendía la exterminación;[284]​ gracias a esto, las ejecuciones continuaron.[285]​ Los eunucos Doroteo y Gorgonio fueron eliminados. Un individuo llamado Pedro, fue desnudado, colgado y azotado. Se le echó sal y vinagre sobre sus heridas, y fue poco a poco hervido sobre una llama abierta. Las ejecuciones continuaron al menos hasta el 24 de abril de 303, cuando seis personas, incluyendo al obispo Antimo, fueron decapitados.[286]​ La persecución se intensificó: Los presbíteros y los clérigos fueron detenidos sin ser acusados de ningún crimen, y condenados a muerte.[287]​ Un segundo incendio ocurrió dieciséis días después del primero y Galerio dejó la ciudad, declarándola insegura.[288]​ Diocleciano pronto lo seguiría.[289]​ Lactancio culpó a los aliados de Galerio de provocar el incendio; Constantino, en una reminiscencia posterior, atribuyó el incendio a "un rayo del cielo".[290]

Lactancio, viviendo aún en Nicomedia, vio los comienzos del apocalipsis en la persecución de Diocleciano;[291]​ aunque cabe aclarar que el mismo Lactancio vio en su ascenso al poder la misma destrucción.[292]​ Los escritos de Lactancio durante la persecución presentan tanto la amargura como el triunfalismo cristiano.[293]​ Su escatología es directamente contraria a las reclamaciones tetrárquicas de "renovación". Mientras Diocleciano afirmaba que había iniciado una nueva era de seguridad y paz, Lactancio veía el comienzo de una revolución cósmica.[294]

Palestina

Antes del edicto de tolerancia de Galerio

Fecha Muertes
303–305
13
306–310
34
310–311
44
Mártires palestinos enlistados
en el Mártires de Palestina.
Clarke, 657–58.

Palestina es la única región en la que contamos con un extenso relato local de la persecución: la obra Mártires de Palestina de Eusebio. Eusebio residió en Cesarea, capital de la Palestina Romana, en la época de la persecución, si bien también viajó a Fenicia y Egipto, y quizá también a Arabia.[295]​ Sin embargo, el relato de Eusebio es imperfecto, porque se centra en los mártires que fueron amigos personales suyos antes de que la persecución comenzase, e incluye martirios que tuvieron lugar fuera de Palestina.[296]​ Su cobertura, por lo tanto, es desigual. Por ejemplo, proporciona sólo generalidades en relación al sangriento final de las persecuciones.[297]​ El priopio Eusebio reconoce algunos de sus defectos, y al comienzo de su relato sobre el contexto de la persecución en la Historia Ecclesiae, Eusebio lamenta el carácter incompleto de su reportaje: "¿Cuál podría ser el número de mártires de cada región, y en especial de África y Mauritania, de Tebaida y Egipto?".[298]

Dado que ningún funcionario por debajo del cargo de gobernador tenía poder legal suficiente como para ordenar la pena de muerte, los cristianos más recalcitrantes habrían sido enviados a Cesarea a la espera de su castigo.[299]​ El primer mártir, Procopio, fue enviado a Cesarea desde Escitópolis (Beit She'an, Israel), donde había sido lector y exorcista. Fue llevado ante el gobernador el 7 de junio de 303, donde se le pidió realizar sacrificios a los dioses y realizar una libación para los emperadores. Procopio respondió citando a Homero: "el señorío de muchos no es una cosa buena, deja que haya un gobernante, un rey". Procopio fue decapitado por órdenes del gobernador.[300]

Se sucedieron más martirios durante los meses siguientes,[301]​ con un incremento en la primavera siguiente, cuando el nuevo gobernador, Urbano, publicó el cuarto edicto.[302]​ Eusebio probablemente no ofrece una relación completa de todos los ejecutados bajo el cuarto edicto sino que alude de pasada a otros presos como Tecla, por ejemplo, aunque no los nombra.[303]

Maximino Daya, César de Palestina, Siria y Egipto entre 305 y 312

El grueso del relato de Eusebio hace referencia al gobierno de Maximino.[297]​ Maximino llegó al cargo de emperador (con el rango de césar) en Nicomedia el 1 de mayo de 305, e inmediatamente después se dirigió hacia Cesarea, según alega Lactancio, para oprimir y pisotear a la diócesis de Oriens.[304]​ Inicialmente, Maximino gobernó únicamente Egipto y Levante, y publicó su propio edicto de persecución en la primavera del año 306, ordenando la realización general de sacrificios a los dioses.[305]​ El edicto de 304 fue difícil de aplicar, puesto que el gobierno imperial no tenía registros de los habitantes de la ciudad que poseyesen tierras agrícolas.[306]​ Galerio solventó este problema en 306 al realizar un nuevo censo. Este contenía el nombre de los jefes urbanos y el número de sus dependientes (censos anteriores habían enumerado sólo a las personas que pagaban impuestos sobre la tierra, tales como los propietarios e inquilinos).[307]​ Utilizando estas listas elaboradas por la administración pública, Maximino ordenó a sus heraldos llamar a todos los hombres, mujeres y niños a los templos. Allí, después de que los tribunales llamaran a todos por su nombre, se realizaron los correspondientes sacrificios.[308]

En algún momento posterior a la publicación del primer edicto de Maximino, quizás en 307, Maximino modificó la pena que se debía imponer a los incumplimientos. En lugar de recibir la pena de muerte, los cristianos serían mutilados y condenados a trabajos forzados en las minas del estado.[309]​ Cuando las minas egipcias comenzaron a estar atestadas de trabajadores, especialmente por el ingreso de los prisioneros cristianos, los reos egipcios empezaron a ser enviados a las minas de cobre en Faeno, ubicada en Palestina, y Cilicia, ubicada en Asia Menor. En Diocesárea (Tzippori, Israel) en la primavera de 308, 97 confesores cristianos fueron recibidos por Firmiliano en las minas de pórfido en Tebaida. Firmiliando cortó los tendones de sus pies izquierdos, cegó sus ojos derechos, y los envió a las minas en Palestina.[310][nota 23]​ También se recoge otra ocasión en la que otros 130 cristianos recibieron el mismo castigo: algunos fueron enviados a Faeno y otros a Cilicia.[313]

Eusebio caracteriza a Urbano como un hombre que se divertía variando sus castigos. Un día, poco después de semana santa en 307, ordenó que la virgen Teodosia de Tiro (Ṣūr, Líbano) fuera arrojada al mar por conversar con los cristianos que asistían a un juicio y por por haber rehusado hacer los pertinentes sacrificios; a los cristianos del tribunal, por su parte, los envió a Faeno.[314]​ En un sólo día, 2 de noviembre de 307, Urbano condenó a un hombre llamado Domnino a ser quemado vivo, tres jóvenes a luchar como gladiadores, y un sacerdote a ser arrojado ante una bestia. El mismo día ordenó que algunos jóvenes fueran castrados, envió a tres vírgenes a los burdeles, y encarceló a varios otros, incluyendo a Pánfilo de Cesarea, un sacerdote, estudioso y teólogo.[315]​ Poco después, por razones desconocidas, Urbano fue cesado del rango, hecho prisionero, torturado, y ejecutado, todo en un día de procedimientos acelerados.[316]​ Su remplazo, Firmiliano, era un soldado veterano y uno de los confidentes de confianza de Maximino.[317]

Eusebio nota que este eventó marcó el comienzo de un respiro temporal de la persecución.[318]​ Aunque la datación precisa de este descanso no está especificado en las notas de Eusebio, el texto de los Mártires no registra martirios palestinos entre 25 de julio de 308 y 13 de noviembre de 309.[319]​ El clima político probablemente incidió en la política persecutoria: este fue el período de la conferencia de Carnuntum, que tuvo lugar en noviembre de 308. Maximino probablemente pasó los siguientes meses discutiendo con Galerio su papel en el gobierno imperial, y no tuvo el tiempo suficiente para dedicar al asunto de los cristianos.[320]

En el otoño de 309,[321]​ Maximino reanudó la persecución mediante la emisión de cartas a los gobernadores provinciales y a su prefecto del pretorio, la más alta autoridad en los procedimientos judiciales después del emperador, exigiendo que los cristianos actuasen de conformidad a las costumbres paganas. Su nueva legislación llamó a un nuevo sacrificio general, junto con un ofrecimiento general de libaciones. Fue aún más sistemática que la primera, y no permitió ninguna excepción con respecto a niños o sirvientes. Logistai (curatores), strategoi, duumviri, y tabularii, que mantenían los registros, se encargaron de que no hubiesen evasivas.[322]​ Maximino introdujo algunas innovaciones al proceso, convirtiéndose en el único emperador conocido de la persecución que realizó cambios.[323]​ Este edicto requería de la venta de alimentos en las plazas para que fuesen efectivas las libaciones. Por tal razón, Maximino envió centinelas de guardia en las casas de baños y puertas de la ciudad para asegurar que todos los clientes hicieran los sacrificios.[324]​ Emitió copias de las ficticias Actas de Pilato para fomentar el odio popular de Cristo. Las prostitutas confesaron, bajo tortura judicial, haber participado en orgías con los cristianos. Los obispos fueron reasignados para trabajar como mozos de cuadra de caballos de la guardia imperial o como responsables de los camellos imperiales.[325]

Maximino también trabajó buscando un renacimiento de la religión pagana. Nombró a los sumos sacerdotes para cada provincia, hombres que debían vestir ropas blancas y que debían supervisar el culto diario de los dioses.[326]​ Maximino también exigió un vigoroso trabajo de restauración para los templos que se encontraban en su dominio y que se encontraban en condiciones de decadencia.[327]

Los siguientes meses fueron testigos de los peores momentos de la persecución.[328]​ El 13 de diciembre de 309, Firmiliano condenó a algunos egipcios arrestados en Ascalón (Ashkelon, Israel) que se encontraban de camino a visitar a sus confesores en Cilicia. Tres de ellos fueron decapitados; el resto perdieron su pie izquierdo y su ojo derecho. El 10 de enero de 310, Pedro y el obispo Asclepio de la secta dualista cristiana conocida como Marcionismo, ambos de Anaia (Eleuterópolis, Israel), fueron quemados vivos.[329]​ El 16 de febrero, Pánfilo y sus seis compañeros fueron ejecutados. Posteriormente cuatro miembros más de la casa de Pánfilo fueron martirizados por su muestra de solidaridad con los condenados. Los últimos mártires antes del edicto de tolerancia de Galerio fueron ejecutados el 5 y 7 de marzo.[330]​ Tras esto, las ejecuciones se detuvieron. Eusebio no explica este parón repentino, pero coincide con el reemplazo de Firmiliano por Valentiniano, un hombre nombrado en algún momento anterior a la muerte de Galerio.[331]​ La sustitución sólo se atestigua a través de restos epigráficos, como inscripciones en piedra; Eusebio no menciona a Valentiniano en ninguna parte de sus escritos.[332]

Después del edicto de tolerancia de Galerio

Tras la muerte de Galerio, Maximino se hizo con el control de Asia Menor.[333]​ Incluso después del edicto de tolerancia de Galerio en 311, Maximino continuó con la persecución.[334]​ Su nombre no aparece en la lista de emperadores que publicaron oficialmente el edicto de tolerancia de Galerio, aunque quizás eso se deba a una posterior supresión.[335]​ Eusebio afirma que Maximino no cumplió totalmente las disposiciones del edicto.[336]​ Maximino ordenó a su prefecto del pretorio Sabino que escribiese a los gobernadores provinciales, solicitándoles a ellos y a sus subordinados que ignoraran "aquella carta" (en referencia al edicto de Galerio).[337]​ Los cristianos estaban libres de acoso, y su mero cristianismo no supondría la apertura de cargos penales. Sin embargo, a diferencia del edicto de Galerio, la carta de Maximino no establecía normas para las reuniones de cristianos ni tampoco sugería a los cristianos la construcción de más iglesias.[333]

Maximino promulgó nuevas órdenes en otoño de 311 que prohibían a los cristianos congregarse en cementerios.[338]​ Después de publicar estas órdenes, fue abordado por embajadas de las ciudades bajo su gobierno, que solicitaban el comienzo de una nueva persecución general. Lactancio y Eusebio afirman que estas peticiones no fueron voluntarias, sino que se realizaron a instancias del propio Maximino.[339]​ Maximino accedió a las demandas y comenzó a perseguir a los líderes religiosos de las iglesias hacia finales de 311. Pedro de Alejandría fue decapitado el 26 de noviembre de 311.[340]Luciano de Antioquía fue ejecutado en Nicomedia el 7 de enero de 312.[341]​ Según Eusebio, muchos obispos egipcios sufrieron el mismo destino.[342]​ De acuerdo a Lactancio, Maximino ordenó que a los confesores se les "arrancasen los ojos, cortasen las manos, amputasen los pies, y se les cescenasen la nariz o las orejas".[343]​ Antioquía preguntó a Maximino si podría prohibir a los cristianos vivir en la ciudad.[344]​ En respuesta, Maximino emitió un rescripto animando a cada ciudad a que expulsase a los cristianos. Este rescripto fue publicado en Sardis el 6 de abril de 312, y en Tiro alrededor de mayo o junio.[345]​ Hay tres copias sobrevivientes del rescripto de Maximino en Tiro, Arycanda (Aykiriçay, Turquía), y Colbasa, y todos son esencialmente idénticos.[346]​ Para hacer frente a una queja de Licia y Panfilia sobre las "actividades detestables de los ateos [los cristianos]", Maximino prometió a los provinciales lo que quisieran (tal vez una exención del impuesto de capitación).[347]

Cuando Maximino recibió la noticia de que Constantino había triunfado en su guerra contra Majencio, publicó una nueva carta restaurando a los cristianos sus anteriores libertades.[348]​ Sin embargo, el texto de esta carta, el cual está preservado en el Historia Ecclesiastica de Eusebio, sugiere que la iniciativa fue únicamente de Maximino, y no de Constantino o de Licinio. También es el único pasaje en las fuentes antiguas que establece el fundamento de las acciones de Maximino, sin la hostilidad de Lactancio y Eusebio. Maximino argumenta que apoyó la legislación de Diocleciano y Galerio en sus comienzos, pero, al ser nombrado caesar, se dio cuenta de la reducción que estas políticas tendrían sobre la mano de obra disponible, y comenzó a emplear la persuasión en lugar de la coerción.[349]​ afirma que se resistió a las peticiones de los nicomedianos para expulsar a los cristianos de la ciudad (un evento que Eusebio no registra),[350]​ y que cuando aceptó las demandas de las delegaciones de otras ciudades lo hizo siguiendo con las costumbres imperiales ya imperantes.[351]​ Maximino concluye su carta haciendo referencia a la carta que escribió después del edicto de Galerio, pidiendo que sus subordinados fuesen indulgentes. No hace referencia a sus primeras cartas, donde alentó la persecución.[352]

A comienzos de la primavera de 311, a medida que Licinio avanzaba contra Maximino, este último recurrió a la violencia en el trato a sus propios ciudadanos, y a los cristianos en particular.[353]​ En mayo de 313,[354]​ Maximino emitió un nuevo edicto de tolerancia, esperando persuadir con ello a Licinio para que detuviera su avance, y para ganar más apoyo público. Por primera vez, Maximino emitía una ley la cual ofrecía tolerancia comprensiva y los medios para que se pudiera obtener. Al igual que en su carta anterior, Maximino es apologético pero desde un punto de vista unilateral.[355]​ El propio Maximino se absuelve del fracaso de su política, ubicando en su lugar todos los errores en el comportamiento de los jueces locales y demás funcionarios encargados de su puesta en práctica.[356]​ Enmarcó la nueva tolerancia universal como un medio para eliminar toda la ambigüedad y la extorsión. Es entonces cuando Maximino declara la libertad absoluta en la práctica de la religión, alentando a los cristianos a reconstruir sus iglesias, y prometiendo restaurar las propiedades perdidas de los cristianos durante la persecución.[357]​ El edicto, sin embargo, tuvo poco efecto práctico: Licinio derrotó a Maximino en la batalla de Adrianópolis el 30 de abril de 313;[358]​ y un impotente Maximino se suicidó en Tarso en el verano de 313. El 13 de junio, Licinio publicó el edicto de Milán en Nicomedia.[359]

Egipto

La obra de Eusebio Mártires de Palestina tan sólo trata la persecución en Egipto de pasada. Sin embargo, cuando Eusebio hace comentarios sobre la región, escribe sobre decenas, veintenas, e incluso cientos de cristianos condenados a muerte en un solo día, lo cual haría pensar que Egipto fue la región que más sufrió durante las persecuciones.[360]​ De acuerdo a un informe que Barnes describe como "pausible, mas no verificable", 660 cristianos fueron ejecutados sólo en Alejandría entre los años 303 y 311.[361]​ En Egipto, Pedro de Alejandría huyó de la ciudad que le da su nombre a comienzos de la persecución, dejando a la iglesia sin un líder. Melecio, obispo de Licópolis (Asyut), tomó su lugar. Melecio ordenó sacerdores sin el permiso de Pedro, lo que causó que algunos obispos se quejaran al propio Pedro. Melecio pronto se negó a tratar a Pedro como cualquier tipo de autoridad sobre él, y amplió sus operaciones en Alejandría. Según Epifanio de Salamis, la iglesia se dividió en dos secciones: la "Iglesia Católica", bajo Pedro, y, después de la ejecución de Pedro, del papa Alejandro; y la "Iglesia de los Mártires" bajo Melecio.[362]​ Cuando los dos grupos se encontraron en prisión en Alejandría durante la persecución, Pedro de Alejandría colocó una cortina en medio de su celda. Entonces dijo: "Quienes son de mi punto de vista, vénganse a mi lado; y los de la perspectiva de Melecio, quédense con Melecio." Divididas, las dos sectas siguieron con sus asuntos, ignorando deliberadamente la existencia de los demás.[363]​ El cisma continuó creciendo durante la persecución, incluso con sus dirigentes en la cárcel,[364]​ y persistió incluso mucho después de las muertes de Pedro y Melecio.[362]​ Se conoce la existencia de cincuenta y un obispados en Egipto en 325; sólo quince de éstos se conocen como los asientos de la Iglesia cismática.[365]

Legado

La persecución de Diocleciano acabó siendo un fracaso. Tal y como el historiador moderno Robin Fox afirmó, fue simplemente "demasiado pequeña y demasiado tardía".[41]​ Los cristianos nunca fueron purgados de manera sistemática en ninguna parte del imperio, y la continua evasión cristiana minó la aplicación de los edictos.[366]​ Algunos sobornaron para conseguir su libertad.[367]​ Un cristiano llamado Copres escapó de la persecución gracias a un tecnicismo legal: para evitar hacer un sacrificio ante la corte, otorgó a su hermano poder para que lo representara, y fue este quien lo hizo en su lugar.[368]​ Otros simplemente huyeron. Eusebio en su Vita Constantini declaró que "una vez más los campos y los bosques recibieron a los adoradores de Dios".[369]​ Para los teólogos contemporáneos, no había pecado en este comportamiento. Lactancio argumenta que el propio Cristo lo había alentado, y el obispo Pedro de Alejandría citó el Evangelio según San Mateo 10:23 ("Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en esta os persiguen, marchaos a otra."[370]​) en apoyo de esta táctica.[371]

Los paganos también simpatizaban más con los cristianos de lo que lo habían hecho en el pasado.[372]​ Lactancio, Eusebio y Constantino escribieron sobre la repulsión ante los excesos de los perseguidores; Constantino habla de las "preocupaciones, y aversión a la crueldad" que cometieron.[373]​ La fuerza moral de los mártires ante la muerte había ganado cierta respetabilidad a la fe cristiana en el pasado,[374]​ aunque tuviese un saldo de pocas conversiones.[375]​ Sin embargo, la idea del martirio alentaba a los cristianos en juicio o prisión, fortaleciendo su fe.[376]​ Con la promesa de vida eterna, el martirio era seductor para un creciente segmento de la población que estaba, por citar a Dodds, "enamorado de la muerte".[377]​ Según la famosa frase de Tertuliano, la sangre de los mártires era la semilla de la Iglesia.[378]

A partir del año 324, Constantino, cristiano converso, reinó solo en todo el imperio, y el cristianismo fue el gran beneficiario de la generosidad imperial.[379]​ Los perseguidores habían sido derrotados. El historiador J. Liebeschuetz escribió: "El resultado final de la Gran Persecución fue ofrecer al cristianismo un homenaje que no podría haber conseguido de otro modo."[380]​ Después de Constantino, la cristianización del Imperio Romano progresó rápidamente. Bajo el gobierno de Teodosio I (378-395), se convirtió en la religión oficial del estado.[381]​ Para el siglo V, el cristianismo ya era la religión predominante del imperio, y jugaba el mismo papel que el paganismo había ocupado hacia finales del siglo III.[382]​ Sin embargo, a causa de la persecución, ciertas comunidades cristianas quedaron divididas entre las que habían pactado con las autoriades imperiales (traditores) y las que se habían resistido. En África, los donatistas, que se opusieron a la elección del supuesto traditor Ceciliano para el obispado de Cartago, continuaron resistiendo a las autoridades centrales de la Iglesia hasta 411.[383]​ De igual forma, los melicianos en Egipto supusieron un cisma para la Iglesia egipcia.[362]

Retrato de Edward Gibbon hecho por Henry Walton.

Durante las generaciones futuras, tanto cristianos como paganos vieron en Diocleciano, según afirma el teólogo británico Henry Chadwick, "la personificación de la ferocidad irracional".[384]​ Para los cristianos medievales, Diocleciano fue el más aborrecible de todos los emperadores romanos.[385]​ A partir del siglo IV, los cristianos describieron la Gran Persecución del reinado de Diocleciano como un baño de sangre.[386]​ El Liber Pontificalis, una colección de biografías de los Papas, afirma la existencia de 17 000 mártires en un sólo mes.[387]​ En el siglo IV, los cristianos crearon el "culto a los mártires" en honor a los caídos.[388]​ Los hagiógrafos retrataron la persecución de una manera mucho más exagerada de lo que en realidad había sido,[389]​ y los cristianos responsables de estos cultos ignoraron ciertos hechos. Su "Era heroica" de mártires, o "Era de los mártires", comenzaría desde el momento del ascenso al poder de Diocleciano en 284, en lugar de 303, fecha en la que las grandes persecuciones comenzaron en realidad; fabricaron un gran número de relatos de martirios (de hecho, la mayor parte de los relatos sobre martirios son falsos), exagerando los hechos, y meclando las historias reales con detalles milagrosos.[388]​ De los relatos sobre martirios, únicamente los de Inés de Roma, Sebastián (martirizado hacia el siglo III), Félix y Adauto, y Marcelino y Pedro son remotamente históricos.[386]​ Estos relatos traducionales fueron cuestionadas por primera vez durante la Ilustración, cuando Henry Dodwell, Voltaire, y sobre todo Edward Gibbon cuestionaron las narrativas tradicionales sobre los mártires cristianos.[390]

En el capítulo final del primer volumen de su obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (1776), Gibbon afirma que los cristianos exageraron ampliamente la escala de las persecuciones sufridas.[22]

Después de que la Iglesia triunfara sobre todos sus enemigos, el interés y la vanidad de los cautivos los llevó a ampliar el mérito de su propio sufrimiento. Una conveniente distancia temporal y geográfica generó un ámbito para el avance de la ficción; y los casos frecuentes que pudieron ser alegados a los santos mártires, cuyas heridas fueron instantáneamente sanadas, cuya fuerza fue renovada, y cuyos miembros amputados milagrosamente se recuperaron, eran extremadamente convenientes para remover cualquier dificultad, y silenciar cualquier objeción. Las leyendas más extravagantes, que conducen a la alabanza de la Iglesia, fueron aplaudidas por la multitud incrédula, y al mismo tiempo apoyados por el poder clerical, y sancionados por la prueba sospechosa de la historia eclesiástica.[391]

A lo largo de su obra, Gibbon apunta la idea de que la iglesia primitiva subvertía las tradicionales virtudes romanas, y así perjudicaba la estabilidad de la sociedad civil.[22]​ Algunos contemporáneos de Gibbon mostraron su disgusto ante las tendencias antirreligiosas de su obra, y lo criticaron por escrito.[392]​ El académico clásico contemporáneo Richard Porson se burló de Gibbon escribiendo que su humanidad nunca dormiría, "a menos que las mujeres fuesen violadas, y se persiguiese a los cristianos".[393]

Historiadores posteriores, sin embargo, adoptaron la tesis de de Gibbon y la enfatizaron más allá. El historiador marxista[394]Geoffrey de Sainte Croix en 1954, afirmó que "La llamada Gran Persecución fue exagerada en la tradición cristiana a un nivel que ni el propio Gibbon podría apreciar por completo."[23]​ En 1972, el historiador eclesiástico Hermann Dörries admitió avergonzando ante sus colegas que sus simpatías estaban con los cristianos y no con sus perseguidores.[395]W.H.C. Frend estima que entre 3000 y 3500 cristianos fueron ejecutados durante la persecución.[396]​ Sin embargo, y aunque el número de historias verificables de martirios se ha reducido, y las estimaciones totales con respecto al número de víctimas han sido revisadas a la baja, algunos investigadores modernos son menos escépticos que Gibbon en relación a la gravedad de la persecución. Como afirmó el autor Stephen Williams en 1985, "incluso dejando espacio para la imaginación, lo que queda es suficientemente terrible. A diferencia de Gibbon, vivimos en una época que ha experimentado cosas similares y que sabe lo mala que es una civilizada sonrisa de incredulidad ante dichos informes. Las cosas pueden ser, y han sido, tan malas como nuestros peores sueños."[247]

Actas de los Mártires

Las Actas de los Mártires o Acta Martyrum son documentos narrativos del proceso y muerte de los mártires. La mayoría de las ediciones de este tipo de obras fueron realizadas por los bolandistas y que por sostener una idea creciente sobre Cristo afrontaron la muerte.[397]​ El término suele aplicarse a cualquiera de los textos narrativos relacionados con la muerte de los mártires y también a aquellas actas oficiales del proceso y condena. Las antiguas comunidades cristianas tuvieron un gran interés en conservar el recuerdo de sus mártires[398]​—como ejemplo Esmirna; donde se les celebraba anualmente.[399]​ Sin embargo, no resultaba fácil para los cristianos obtener una copia de los procesos verbales que se guardaban en el archivo proconsular y que estuviera relacionado con los martirios, por los que en ocasiones había que pagar fuertes sumas de dinero con el fin de obtener datos e información.[400]​ La escasez de este tipo de documentos puede explicarse en parte por la destrucción ordenada por Diocleciano en el año 303 de los libros sagrados existentes en las iglesias y que habría afectado igualmente a las acta.[401]

Estas actas conservan diversas opiniones latinas y griegas. Según investigadores, las Actas de los Mártires Escilitanos la redacción se presenta como una copia directa de los documentos conservados en los archivos judiciales.[402]​ Estos martirios, según Ramón Teja, "adoptaron la forma de pogrom anticristiano de origen popular".[402]​ El contenido de estas obras son narradas por los compañeros cristianos que presenciaron los hechos y fueron redactadas de forma sencilla y de forma particular con "gran vivacidad y realismo".[402]​ Todas estas narraciones fueron conservadas en la obra del propio Eusebio Historiae Ecclesiastica.[402]

Se puede afirmar que el primer compilador fue Eusebio de Cesarea, de quien se conoce el título del escrito de martyribus[403]​ que desgraciadamente se ha perdido; en cambio, se conserva el de martyribus palestinae.[404]​ Actualmente, algunas obras relacionadas con los martirios suelen ser cuidadosamente estudiadas para evitar datos falsos;[405]​ como el benedictino Theodore Ruinart que recogió y publicó 117 obras que consideró totalmente genuinas y auténticas.[406]​ En 1882 Edmond-Frederic Le Blant continuó con la investigación del propio Ruinart y agregó otro grupo de acta, que consideró auténtico por la adecuación de la narración con las frases jurídicas romanas;[407]​ sin embargo, su criterio no es firme.[408]​ En los últimos años se han expuesto una serie de principios y normas de crítica hagiográfica en relación con las acta por parte de varios especialistas, como H. Achelis, J. Geffken, A. Harnack, en Alemania; P. Allard, J. Leclercq, en Francia; el jesuita F. Grossi-Gondi, Fr. Lanzoni y Pio Franchi de' Cavalieri, en Italia.

Algunas víctimas de la persecución

Muchas de las víctimas de la persecución fueron canonizadas como mártires:[409]

Notas

  1. Algunos autores se refieren a este suceso como la "persecución de Diocleciano y Maximiano".[1]​ Estas afirmaciones pueden considerarse correctas, ya que tras la muerte de Diocleciano, quien continuó con las persecuciones en la mayor parte del imperio fue Maximiano.[2]​ Aún así, la persecución fue más cruel durante el periodo de Diocleciano.[3]
  2. Hay historiadores que describen esta persecución como "la más grande y la última",[4]​ "la más violenta",[5]​ y hasta dicen que fue "nada menos que el exterminio del nombre de cristiano".[6]​ Sin embargo, algo poco lógico, es que el cristianismo, años después, se convirtió en la religión principal del Imperio Romano; tras años de luchar por evitar la expansión de esta. Basta considerar, también, que la persecución tuvo una mayor repercusión en la parte oriental que en la occidental.[7]
  3. El cristianismo se identificó primero con el judaísmo, pero las personas pronto lo vieron como una religión diferente. A los judíos los dejaban tranquilos, mayormente. A Roma le pareció mejor simplemente confinarlos y no molestarlos. El cristianismo, sin embargo, era una secta extraña y nueva, y comenzó a extenderse a través de grupos de pueblos y fronteras geográficas; por lo tanto, los emperadores romanos tuvieron que tomar medidas con el fin de frenar el avance de una religión, considerada por ellos como "pagana".[9]
  4. Los primeros oponentes paganos de los Cristianos veían a su Dios como un criminal político, ejecutados bajo las órdenes de un gobernador de Judea que se proclamaba asimismo como el "Rey de los Judíos", y creían que sus textos sagrados poseían un ataque alegórico que profetizaba la destrucción inminente del estado romano —Libro de las revelaciones. Estos argumentos fueron menos efectivos con el paso del tiempo, ya que los cristianos tenían una visión apolítica.[30]
  5. Clarke argumenta que otra evidencia que socava la imagen de Eusebio de la política de Maximino, responde en cambio a una persecución menos violenta.[46][47]
  6. Aunque algunos miembros de la laicidad fueron perseguidos, los objetivos principales eran siempre el clero y los más prominentes predicadores cristianos.[51]
  7. El Talmud de Jerusalén argumenta que cuando Diocleciano visitó la región declaró que "los sacrificios debían ser ofrecidos por todos, excepto por los judíos".[87]
  8. Hopkins supone una tasa de crecimiento constante de 3.35% per annum. El estudio de Hopkins se encuentra en Potter, 314. El historiador Robin Lane Fox da una menor estimación de la población cristina en 300—4% o 5% de la población total del imperio—pero admite que los números crecieron como resultado de la dureza del 250 a 280 d. C.[95]
  9. Clarke se muestra contrario a considerar un incremento importante en el número o en el estatus social de los cristianos por esta época.[100]
  10. Clarke advierte, sin embargo, que este cambio de actitud puede ser simplemente un artefacto del material de origen.[107]
  11. Aurelio Víctor describe el círculo alrededor de Diocleciano como un imminentium scrutator;[113]​ Lactancio lo describe como scrutator rerum futurarum.[114]
  12. Posteriormente las fechas son posibles, pero desalentadas por la declaración en el Suda (escrito alrededor del siglo X) donde Porfirio sólo "sobrevivió hasta [el reinado] de Diocleciano".[116]
  13. Helgeland coloca el evento en 301.[126]​ Barnes abogó por una fecha de 302 o "no mucho antes" en 1976;[127]​ aunque posteriormente propuso la fecha de 299 en 1981.[128]​ Woods aboga por una fecha cercana a 297, con la base de que Diocleciano y Galerio estuvieron en el área en el mismo momento, y porque la Chronicle de Eusebio asocia la persecución con la derrota de Galerio por Narseh. (Debido a que, aunque Eusebio fecha la derrota hacia 302, esta realmente ocurrió en 297.)[129]
  14. Davies disputa la identificación de Barnes con respecto al emperador no nombrado de Costantino (Oratio ad Coetum Sanctum 22) con Galerio.[137]
  15. Barnes argumenta que Diocleciano estuvo preparado para tolerar el cristianismo—lo hizo, después de todo, vivió a la vista de la iglesia cristiana de Nicomedia, y su esposa y su hija fueron, si no cristianas (según Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.1.3; Lactancio, De Mortibus Persecutorum 15.1), por lo menos simpatizantes de la fe, pero se presentaron y sucumbieron cada vez más a la intolerancia bajo la influencia de Galerio.[140]​ Davies tiene una visión más escéptica de las mismas pruebas.[141]​ Según Valls, "Su madre adoraba a los dioses de la montaña y, dado que era una mujer sobremanera supersticiosa, ofrecía banquetes casi diariamente y así proporcionaba alimento a sus paisanos. Los cristianos se abstenían de partir y, mientras ella banqueteaba con los paganos, ellos se entregaban al ayuno y a la oración. Concibió por esto odio contra ellos y, con lamentaciones mujeriles, incitaba a su hijo, que no era menos supersticioso que ella, a eliminar a estos hombres [...]"[142]
  16. El edicto en realidad podría no haber sido un "edicto" en el sentido técnico; Eusebio no se refiere a él como tal, y en el epígrafe de Passio Felicis en el cual incluye la palabra edictum ("exiit edictum imperatorum et Caesarum super omnem faciem terrae") pudo haber sido escrito como un eco de Lucas 2:1 ("exiit edictum a Caesare Augusto ut profiteretur universus orbis terrae").[162]​ En otras partes de Passio Felicis, el texto se denomina programma.[163]​ El texto del mismo edicto no ha sobrevivido hasta la actualidad.[164]
  17. Al parecer, esto incluye cualquier casa en la que se encontraran las escrituras.[167]
  18. Gaddis dice que la cita puede ser un insulto en la ascendencia trans-Danubia de Galerio.[177]
  19. El documento no es un edicto, más bien es una carta.[221]​ Estos documentos se distinguen por la presencia de una dirección específicas en la carta, y la ausencia de una en el edicto.[222]​ La versión del documento preservada por Lactancio (De Mortibus Persecutorum 48.2–12) es una carta para el gobernador de Bithynia, supuestamente publicada en Nicomedia después de que Licinio tomara la ciudad de Maximino.[223]​ La versión de Eusebio (Historia Ecclesiastica 10.5.2–14) es probablemente una copia enviada al gobernador de Palestina y publicada en Caesarea.[224]
  20. Estas cifras sólo cuentan el número total de martirios, no el número de las personas martirizadas.[231]​ Davies tiene sus figuras de los actos de los mártires realizadas —y recogidas— por los bolandistas.
  21. Los historiadores cristianos contemporáneos, como Lactancio y Eusebio, atribuyeron la victoria al hecho de haber mandado a inscribir el anagrama de Cristo en los escudos de los soldados, por inspiración divina, tras una visión que habría provocado su conversión al cristianismo.[271]​ Tras esta victoria, inició una serie de reformas en favor de esta religión.
  22. Cabe aclarar que España fue quizá la región del Occidente donde hubo mayor número de mártires, como lo registra en cantos el poeta Aurelio Prudencio.[275]
  23. S. Lieberman localizó este evento en Lida (Lod, Israel).[311]​ Barnes cree errónea esta ubicación y argumenta que, teniendo en cuenta que Eusebio identifica a la ciudad como completamente judía, es poco probable que hubiera sido Lida, en donde consta la existencia de un obispo cristiano hacia el año 325. Diocesárea, sin embargo, sí que se caracterizaba por el judaísmo tanto entonces como durante mucho tiempo después.[312]

Fuentes

Referencias

  1. Bernardino Llorca Vives Historia de la Iglesia Católica en sus cuarto grandes edades: Edad Antigua (1-681), cap. II.; o véase también Las verdaderas actas de los mártires de Ruinart, pp. 51.
  2. Lane Fox, 596.
  3. a b Davies, 68–69.
  4. Lane Fox, 598
  5. a b c Clarke, 651
  6. Liebeschuetz, 251- 252
  7. a b c d e Clarke, 651.
  8. Gaddis, 29.
  9. Williams, 177; Barnes, Constantine and Eusebius, 148–50; Clarke, 615.
  10. VV.AA. (1907). «Constantino el Grande». Enciclopedia Católica. ACI Prensa (traducción). Consultado el 14 de julio de 2010. 
  11. a b c d Frend, "Genesis and Legacy", 503.
  12. a b Schott, Making of Religion, 1.
  13. Rives, 135.
  14. Clarke, 632
  15. Frend, "Genesis and Legacy", 516-517
  16. Frend, "Genesis and Legacy", 516-518
  17. Potter, 337; Williams, 176; Clarke, 650.
  18. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 30, 38.
  19. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 23; Clarke, 651.
  20. a b c Lactancio, De Mortibus Persecutorum 45.1, 48.2, citado y traducido en Clarke, 662–63.
  21. Clarke, 656; Corcoran, Empire, 186; Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.1.1.
  22. a b c Womersley, Transformation, 128.
  23. a b de Ste. Croix, "Aspects", 104.
  24. a b Frend, "Genesis and Legacy", 511; de Ste-Croix, "Persecuted?", 15–16.
  25. Dodds, 111.
  26. MacMullen, 35.
  27. Dodds, 110.
  28. Schott, Making of Religion, 2, citando a Eusebio, Praeparatio Evangelica 1.2.1.
  29. Dodds, 115–16, citando a Justino, Apologia 2.2; Tertuliano, Apologia 3.
  30. de Ste-Croix, "Persecuted?", 16–17.
  31. Castelli, 38; Gaddis, 30–31.
  32. Tacitus, Annales 15.44.6, citado en Frend, "Genesis and Legacy", 504; Dodds, 110.
  33. Frend, "Genesis and Legacy", 504, citando a Suetonio, Nero 16.2.
  34. Dodds, 111–12, 112 n.1; de Ste-Croix, "Persecuted?", 20.
  35. Clarke, 616; Frend, "Genesis and Legacy", 510. Véase también: Barnes, "Legislation"; de Sainte-Croix, "Persecuted?"; Musurillo, lviii–lxii; y Sherwin-White, "Early Persecutions."
  36. Drake, Bishops, 87–93; Edwards, 579; Frend, "Genesis and Legacy", 506–8, citando a Pliny, Epistaules 10.96.
  37. Martyrium Polycarpi (Musurillo, 2–21) y Eusebio, Historia Ecclesiastica 4.15; Frend, 509 (Smyrna); Martyrium Scillitanarum acta (= Musurillo, 86–89), citado en Frend, 510 (Scilli).
  38. Eusebio, Historia Ecclesiastica 5.1 (= Musurillo, 62–85); Edwards, 587; Frend, 508.
  39. G.W. Clarke, "The origins and spread of Christianity," en Cambridge Ancient History, Volume X: The Augustan Empire, ed. Alan K. Bowman, Edward Champlin, y Andrew Linott (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), 869–70.
  40. Clarke, 616; Frend, "Genesis and Legacy", 510; de Ste-Croix, "Persecuted?", 7.
  41. a b Robin Lane Fox, The Classical World: An Epic History of Greece and Rome (Toronto: Penguin, 2006), 576.
  42. Castelli, 38.
  43. Drake, Bishops, 113–14; Frend, "Genesis and Legacy", 511.
  44. Origen, Contra Celsum 3.9, qtd. and tr. in Frend, "Genesis and Legacy", 512.
  45. Scriptores Historiae Augustae, Septimius Severus, 17.1; Frend, "Genesis and Legacy", 511. Timothy Barnes, at Tertullian: A Historical and Literary Study (Oxford: Clarendon Press, 1971), 151, llama a este supuesto rescripto una "invención" del autor, que refleja sus propios prejuicios religiosos en lugar de la política imperial bajo la Dinastía Severa.
  46. Clarke, 621–25.
  47. Cyprian, Epistolae 75.10.1f; Origen Contra Celsus 3.15
  48. Eusebio, Historia Ecclesiastica 6.28, citado en Frend, "Genesis and Legacy", 513.
  49. Clarke, 625–27; Frend, "Genesis and Legacy", 513; Rives, 135.
  50. Eusebio, Historia Ecclesiastica 6.39.4; Clarke, 632, 634; Frend, "Genesis and Legacy", 514.
  51. Dodds, 108, 108 n.2.
  52. E. Leigh Gibson, "Jewish Antagonism or Christian Polemic: The Case of the Martyrdom of Pionius," Journal of Early Christian Studies 9:3 (2001): 339–58.
  53. Joseph Wilson Trigg, Origen (New York: Routledge, 1998), 61.
  54. Clarke, 635; Frend, "Genesis and Legacy", 514.
  55. Frend, "Genesis and Legacy", 514, citando a Cyprian, De lapsis 8.
  56. Frend, "Genesis and Legacy", 514, citando Martyrium Pionii 15 (= Musurillo, 156–57).
  57. Frend, "Genesis and Legacy", 514.
  58. Eusebio, Historia Ecclesiastica 7.10.3, citado y traducido en Frend, "Genesis and Legacy", 515.
  59. Frend, "Genesis and Legacy", 516.
  60. Eusebio, Historia Ecclesiastica 7.15; Digeser, Christian Empire, 52; Frend, "Genesis and Legacy", 517.
  61. Frend, "Genesis and Legacy", 517.
  62. Potter, 280.
  63. Barnes, Constantine and Eusebius, 20; Corcoran, "Before Constantine", 51; Odahl, 54–56, 62.
  64. Potter, 294–95.
  65. Potter, 298.
  66. Inscriptiones Latinae Selectae 618, citado en Potter, 296. Véase también Millar, 182, capítulo Tetrarchic triumphalism in the Near East.
  67. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 10.6, 31.1; Eusebio, Historia Ecclesiastica 8, a1, 3; Constantine, Oratio ad Coetum Sanctum 22; Barnes, Constantine and Eusebius, 19, 294.
  68. López, Pedro. "Historia de Roma; pp. 437. ISBN 978-844-6-0122-52
  69. Barnes, Constantine and Eusebius, 19.
  70. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 33.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 20; Williams, 83–84.
  71. Williams, 78–79, 83–84.
  72. Eusebio, Vita Constantini 2.50; Barnes, Constantine and Eusebius, 20–21.
  73. Williams, 161.
  74. a b Williams, 161–62.
  75. Panegyrici Latini 11(3)6, citado y traducido en Williams, 162.
  76. Frend, "Prelude", 3.
  77. Bowman, "Diocletian", 70–71; Corcoran, "Before Constantine", 40; Liebeschuetz, 235–52, 240–43; Odahl, 43–44; Williams, 58–59.
  78. Curran, 47; Williams, 58–59.
  79. a b Frend, "Prelude", 4.
  80. Curran, 47.
  81. Inscriptiones Latinae Selectae 617, citado en Potter, 296.
  82. Potter, 296, citando Inscriptiones Latinae Selectae 617, 641, 618; Frend, "Prelude", 3; Lane Fox, 593. Véase también Millar, 182, en "Tetrarchic triumphalism in the Near East".
  83. Potter, 336.
  84. Potter, 333.
  85. a b Curran, 48.
  86. Clarke, 627.
  87. Palestinian Talmud, Aboda Zara 5.4, qtd. and tr. en Curran, 48. Véase también: Dodd, 111.
  88. Lane Fox, 430.
  89. Martin Goodman, Rome and Jerusalem (New York: Allen Lane, 2007), 499–505.
  90. Barnes, Constantine and Eusebius, 19, 295 n.50; New Empire, 62 n.76.
  91. El edicto ilegalizó el matrimonio entre hermanos, práctica que no estaba fuera de lo común en el Oriente.
  92. Mosiacarum et Romanarum Legum Collatio 6.4, qtd. and tr. in Clarke, 649; Barnes, Constantine and Eusebius, 19–20.
  93. Barnes, Constantine and Eusebius, 20. Véase también: Lane Fox, 594.
  94. Davies, p. 93.
  95. Lane Fox, 590–92. Véase también: Rodney Stark, The Rise of Christianity: A Sociologist Reconsiders History (Princeton: Princeton University Press, 1996).
  96. Hopkins, 191.
  97. a b Frend, "Prelude", 2.
  98. Keresztes, 379; Lane Fox, 587; Potter, 314.
  99. Keresztes, 379; Potter, 314.
  100. Clarke, 615.
  101. Keresztes, 379.
  102. Barnes, Constantine and Eusebius, 21.
  103. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.6.2–4, 8.9.7, 8.11.2, citado en Keresztes, 379; Potter, 337, 661 n.16.
  104. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 15.2, citado en Keresztes, 379; Potter, 337, 661 n.16.
  105. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 21; Clarke, 621–22.
  106. de Ste-Croix, "Persecuted?", 21.
  107. Clarke, 621–22.
  108. Barnes, Constantine and Eusebius, 21–22.
  109. Dodds, 109.
  110. Lactancio, Divinae Institutiones 5.2.12–13; Digeser, Christian Empire, 5.
  111. Lactancio, Divinae Institutiones 5.2.3; Frend, "Prelude", 13.
  112. Lactancio, Divinae Institutiones 5.2.3ff; Barnes, Constantine and Eusebius, 22.
  113. Aurelius Victor, Caes. 39.48, citado en Keresztes, 381.
  114. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 10.1, citado en Keresztes, 381.
  115. Augustine, De Citivae Dei 10.29, citado y traducido en Frend, "Prelude", 9.
  116. Suda, π,2098, citado y traducido en Frend, "Prelude", 10 n.64. Véase también: Barnes, "Porphyry's Against the Christians"; Croke; and Digeser, "Religious Toleration".
  117. Frend, "Prelude", 10.
  118. Frend, "Prelude", 10–11.
  119. Porphyry frg. 58; Frend, "Prelude", 12.
  120. Porphyry frg. 49; Frend, "Prelude", 12.
  121. Porphyry frg. 60, 63; Frend, "Prelude", 12.
  122. Porphyry frg. 1, traducido en Digeser, Christian Empire, 6; Frend, "Prelude", 13 n.89.
  123. a b Davies, 92.
  124. Arnobius, Adversus Nationes, 1.24, qtd. in Davies, 79–80, from a translation by Bryce and Campbell.
  125. Walter, 111
  126. Helgeland, 159.
  127. Barnes, "Sossianus Hierocles", 245.
  128. Barnes, Constantine and Eusebius, 18–19.
  129. Woods, "Two Notes", 128–31.
  130. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 10.1–5; Barnes, "Sossianus Hierocles", 245; Barnes, Constantine and Eusebius, 18–19; Davies, 78–79; Helgeland, 159; Liebeschuetz, 246–8; Odahl, 65.
  131. Keresztes, 380.
  132. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.4.2–3; Barnes, "Sossianus Hierocles", 246; Helgeland, 159.
  133. a b Davies, 89–92.
  134. Woods, "'Veturius'", 588.
  135. Woods, "'Veturius'", 589.
  136. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 10.6, 31.1 y Eusebio, Historia Ecclesiastica 8, app. 1, 3; Barnes, Constantine and Eusebius, 19, 294; Keresztes, 381.
  137. Davies, 82–83.
  138. Barnes, Constantine and Eusebius, 19, 294.
  139. Barnes, Constantine and Eusebius, 20; Corcoran, "Before Constantine", 51; Odahl, 54–56, 62.
  140. Barnes, Constantine and Eusebius, 19–21.
  141. Davies, 66–94.
  142. Navarro-Valls, Rafael. "Estado y religión: textos para una reflexión crítica", pp. 37-38.
  143. Jones, 71; Liebeschuetz, 235–52, 246–48. Contra: Davies, 66–94.
  144. Odahl, 65.
  145. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 9.9–10; Odahl, 303 n.24.
  146. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 11.1–2; Odahl, 66.
  147. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 19.
  148. Corcoran, Empire, 261; Keresztes, 381.
  149. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 20; Clarke, 648, citando Inscriptiones Latinae Selectae 660 y Mosiacarum et Romanarum Legum Collatio 25.36–8.
  150. H.M. Gwatkin, "Notes on Some Chronological Questions Connected with the Persecution of Diocletian," English Historical Review 13:51 (1898): 499.
  151. Barnes, Constantine and Eusebius, 20.
  152. a b Mosiacarum et Romanarum Legum Collatio 15.3.3f, citado y traducido en Clarke, 648.
  153. Clarke, 647–48.
  154. Barnes, Constantine and Eusebius, 20–21.
  155. Lane Fox, 595.
  156. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 10.6–11; Barnes, Constantine and Eusebius, 21; Odahl, 67.
  157. Schott, "Porphyry on Christians", 278; Beatrice, 1–47; Digeser, Christian Empire, passim.
  158. Eusebio, Vita Constantini 2.50. Davies (80 n.75) cree que esto debió haber sido reescrito como "lo profano sobre la tierra".
  159. Barnes, Constantine and Eusebius, 21; Elliott, 35–36; Keresztes, 381; Lane Fox, 595; Liebeschuetz, 235–52, 246–48; Odahl, 67; Potter, 338.
  160. Barnes, Constantine and Eusebius, 22; Clarke, 650; Odahl, 67–69; Potter, 337.
  161. Lactancio, De Mortibus Persecutorum, 12.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 21; Gaddis, 29; Keresztes, 381.
  162. Corcoran, Empire, 179–80.
  163. Corcoran, Empire, 180.
  164. Corcoran, Empire, 179.
  165. Barnes, Constantine and Eusebius, 22; Clarke, 650; Potter, 337; de Ste Croix, "Aspects", 75; Williams, 176.
  166. a b c d Curran, 49.
  167. de Ste Croix, "Aspects", 75.
  168. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.2.4; De Martyribus Palestinae praef. 1; and Optatus, Appendix 2; Barnes, Constantine and Eusebius, 22; Clarke, 650; Liebeschuetz, 249–50; Potter, 337; de Ste Croix, "Aspects", 75.
  169. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.10.8; Barnes, Constantine and Eusebius, 22; De Ste Croix, "Aspects", 75; Liebeschuetz, 249–50.
  170. Clarke, 650–51; Potter, 337; de Ste Croix, "Aspects", 75–76.
  171. Clarke, 650; de Ste Croix, "Aspects", 75–76.
  172. Clarke, 650–51; Potter, 337.
  173. Clarke, 650–51; Potter, 337; de Ste Croix, "Aspects", 75–76.
  174. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 11.8, qtd. in Clarke, 651; Keresztes, 381.
  175. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 11.8, citado en Keresztes, 381.
  176. Keresztes, 381.
  177. Gaddis, 30 n.4.
  178. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 13.2 y Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.5.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 22; Corcoran, Empire, 179; Williams, 176. Cita de Lactancio y traducción de Williams.
  179. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.2.4; De Martyribus Palestinae praef.; and Acta Felicis (= Musurillo, 266–71); Corcoran, Empire, 180; Clarke, 651; Keresztes, 382; Potter, 337.
  180. Eusebio, De Martyribus Palestinae 1.1–2, citado en Corcoran, Empire, 180.
  181. Optatus, Appendix 1; Corcoran, Empire, 180.
  182. Barnes, Constantine and Eusebius, 23; Corcoran, Empire, 181–82.
  183. Corcoran, Empire, 181.
  184. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.2.5; 8.6.8–9 and De Martyribus Palestinae praef. 2; Barnes, Constantine and Eusebius, 24; Corcoran, Empire, 181; de Ste Croix, "Aspects", 76.
  185. Rees, 63.
  186. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.6.8–9; Barnes, Constantine and Eusebius, 24; de Ste Croix, "Aspects", 76.
  187. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.6.10; Barnes, Constantine and Eusebius, 24; Corcoran, Empire, 181–82; de Ste Croix, "Aspects", 76–77.
  188. Rees, 64.
  189. Barnes, Constantine and Eusebius, 24, citando Eusebio, De Martyribus Palestinae (S), praef. 2; (S) 1.3–4; (L) 1.5b; y Historia Ecclesiastica 8.2.5, 6.10; Corcoran, Empire, 181–82; de Ste Croix, "Aspects", 76–77; Keresztes, 383.
  190. Eusebio, De Martyribus Palestinae 3.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 24; Liebeschuetz, 249–50; de Ste Croix, "Aspects", 77.
  191. Baynes, "Two Notes", 189; de Ste Croix, "Aspects", 77.
  192. de Ste Croix, "Aspects", 77.
  193. Barnes, Constantine and Eusebius, 24, citando Martyrion ton hagion Agapes, Eirenes kai Chiones.
  194. Eusebio, De Martyribus Palestinae 3.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 24.
  195. Liebeschuetz, 250–51.
  196. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 26–27; Odahl, 72–74; Southern, 152–53.
  197. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 18; Barnes, Constantine and Eusebius, 25–26; Odahl, 71.
  198. Keresztes, 384.
  199. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.3.1, citado en Clarke, 655.
  200. Clarke, 655.
  201. Eusebio De Martyribus Palestinae 4.8, 9.2; Keresztes, 384.
  202. Clarke, 655, citando a Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.14.9ff.
  203. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 24.9 y Divinae Institutiones 1.1.13; Barnes, Constantine and Eusebius, 28.
  204. Barnes, Constantine and Eusebius, 28.
  205. Barnes, Constantine and Eusebius, 30–31.
  206. Clarke, 656; Corcoran, Empire, 186.
  207. Clarke, 656.
  208. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 33.11–35 y Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.17.1–11; Corcoran, Empire, 186.
  209. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.1.1; Corcoran, Empire, 186, 186 n.68.
  210. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 34.1–5, citado y traducido en Potter, 355–56. Véase Clarke, 656–57, para una traducción de J.L. Creed.
  211. Potter, 356.
  212. Clarke, 657.
  213. a b Knipfing, 705, cited in Keresztes, 390.
  214. Knipfing, 705; K. Bihlmeyer, "Das Toleranzedikt des Galerius von 311", Theol. Quartalschr. 94 (1912) 412; y J. Vogt, "Christenverflolgung", RAC 1199, citado en Keresztes, 390.
  215. Keresztes, 390.
  216. Louis-Sébastien Le Nain de Tillemont, Mémoires pour servir à l'histoire ecclésiastique des six premiers siècles (Paris, 1693), 5.44, citado y traducido en Keresztes, 390.
  217. a b Barnes, Constantine and Eusebius, 39.
  218. Clarke, 657; Potter, 356.
  219. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.2.1; Clarke, 659.
  220. Barnes, Constantine and Eusebius, 149.
  221. Corcoran, Empire, 158–59.
  222. Corcoran, Empire, 2.
  223. Corcoran, Empire, 158–59.
  224. Corcoran, Empire, 158–59.
  225. Davies, 68 n.6.
  226. Davies, 68 n.7.
  227. Davies, 69 n.8.
  228. Davies, 69 n.9.
  229. Davies, 69 n.10.
  230. Davies, 69 n.11.
  231. a b Davies, 68.
  232. Clarke, 651; Keresztes, 384–85.
  233. Corcoran, "Before Constantine", 45–46; Williams, 67.
  234. Lane Fox, 596; Williams, 180.
  235. Corcoran, Empire, 261 n.58.
  236. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 15.7; Clarke, 651.
  237. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.13.13; Vita Constantini 1.13; and De Martyribus Palestinae 13.12; Clarke, 651, 651 n.149.
  238. Optatus, 1.22; Clarke, 651 n.149.
  239. Corcoran, Empire, 180, citing Charles Thomas, Christianity in Roman Britain to AD 500 (London: Batsford, 1981), 48–50.
  240. Corcoran, Empire, 181–82.
  241. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 24.9; Barnes, Constantine and Eusebius, 28; Clarke, 652.
  242. Barnes, Constantine and Eusebius, 23.
  243. Willams, 177.
  244. Frend, "Genesis and Legacy", 510.
  245. Martyrium Perpetuae et Felicitatis 13.1 (= Musurillo, 106–31), cited in Tilley, "North Africa", 391.
  246. Edwards, 585; Tilley, "North Africa", 387, 395; Williams, 179.
  247. a b Williams, 179.
  248. Acta Maximiliani (= Musurillo, 244–49); Tilley, The Bible, 45–46.
  249. Acta Marcelli (= Musurillo, 250–59); Tilley, The Bible, 46.
  250. Optatus, Appendix 1; Barnes, Constantine and Eusebius, 23.
  251. Corpus Inscriptionum Latinarum 8.6700, citado y traducido en Barnes, Constantine and Eusebius, 23.
  252. Tilley, Martyr Stories, 25–49; Clarke, 652 n.153.
  253. Clarke, 652 n.153.
  254. Corpus Inscriptionum Latinarum 8.6700 (19353); Clarke, 652 n.153.
  255. Acts of the Abitinian Martyrs 20 (= Tilley, Martyr Stories, 44–46); Tilley, Martyr Stories, xi; The Bible, 9, 57–66.
  256. Tilley, The Bible, 10.
  257. Barnes, Constantine and Eusebius, 56.
  258. Tilley, Martyr Stories, xi.
  259. Barnes, Constantine and Eusebius, 38; Curran, 49.
  260. Barnes, Constantine and Eusebius, 38, 303 n.100; Curran, 49.
  261. 'Barnes, Constantine and Eusebius, 38, 303 n.103.
  262. a b c Barnes, Constantine and Eusebius, 38, 304 n.106.
  263. Barnes, Constantine and Eusebius, 38, 303–4 n.105.
  264. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 23.5; Barnes, Constantine and Eusebius, 29.
  265. Barnes, Constantine and Eusebius, 30.
  266. Optatus, 1.18; Barnes, Constantine and Eusebius, 38.
  267. Optatus, Appendix 1; Barnes, Constantine and Eusebius, 38.
  268. Barnes, Constantine and Eusebius, 38.
  269. Barnes, Constantine and Eusebius, 38, 304 n.107.
  270. Barnes, Constantine and Eusebius, 38.
  271. Ramón Teja, "El cristianismo primitivo en la sociedad romana". pp. 38.
  272. Barnes, Constantine and Eusebius, 38–39.
  273. Eusebio, Historia Ecclesiastica 10.5.15–17; Barnes, Constantine and Eusebius, 39.
  274. Clarke, 651, 651 n.151.
  275. Orlandis, José. Historia de la Iglesia; vol. 1. pp. 56.
  276. Eusebio, De Martyribus Palestinae 13.12, qtd. in Clarke, 652.
  277. Barnes, Constantine and Eusebius, 40–41; Odahl, 96–101
  278. Barnes, Constantine and Eusebius, 42–44; Odahl, 111. Cf. véase también Curran, 72–75.
  279. Barnes, Constantine and Eusebius, 48. Cf. contra: MacMullen, 45.
  280. Eusebio, Vita Constantini 1.42.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 48.
  281. Curran, 93–96, citing Krautheimer, Corpus Basilicarum Christianarum Romanorum, 5.90.
  282. Barnes, Constantine and Eusebius, 48–49.
  283. Barnes, Constantine and Eusebius, 22; Odahl, 67–69; Potter, 337; Southern, 168.
  284. Eusebio, Vita Constantini 2.50.
  285. Barnes, Constantine and Eusebius, 24.
  286. Barnes, Constantine and Eusebius, 24; Lane Fox, 596; Williams, 178. Véase también: Keresztes, 382.
  287. Williams, 178.
  288. Barnes, Constantine and Eusebius, 24; Southern, 168; Williams, 177.
  289. Barnes, Constantine and Eusebius, 24.
  290. Odahl, 68.
  291. Lactancio, Divinae Institutiones 7; Williams, 178.
  292. Lactancio, Divinae Institutiones 7.16–17; cf. Daniel 7:23–25; Digeser, 149–50.
  293. Trompf, 120.
  294. Williams, 181.
  295. Barnes, Constantine and Eusebius, 148–50.
  296. Barnes, Constantine and Eusebius, 154–55.
  297. a b Keresztes, 389.
  298. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.6.10, citado y traducido en Keresztes, 389.
  299. Barnes, Constantine and Eusebius, 150.
  300. Eusebio, De Martyribus Palestinae (L) 1.1ff; Barnes, Constantine and Eusebius, 150–51.
  301. Eusebio, De Martyribus Palestinae (L) 1.5; Barnes, Constantine and Eusebius, 151.
  302. Eusebio, De Martyribus Palestinae 3.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 151, 356 n.27.
  303. Barnes, Constantine and Eusebius, 151.
  304. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 19.1; Barnes, Constantine and Eusebius, 151.
  305. Eusebio, De Martyribus Palestinae 4.8; Keresztes, 384.
  306. de Ste Croix, "Aspects", 97, 113; Barnes, Constantine and Eusebius, 153.
  307. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 23.1ff; Barnes, Constantine and Eusebius, 151–52.
  308. Eusebio, De Martyribus Palestinae 4.8; Barnes, Constantine and Eusebius, 152; Keresztes, 384; Mitchell, 112.
  309. Eusebio, De Martyribus Palestinae 7.1–4; Keresztes, 388. Osbre la condena a los cristianos a las minas, véase J.G. Davies, "Condemnation to the Mines: A Neglected Chapter in the History of the Persecutions," University of Birmingham Historical Journal 6 (1958), 99–107. El mismo castigo fue usado posteriormente en herejes cristianos, para lo cual véase Mark Gustafson, "Condemnation to the Mines in the Later Roman Empire," Harvard Theological Review 87:4 (1994), 421–33.
  310. Eusebio, De Martyribus Palestinae 8.1–4; Barnes, Constantine and Eusebius, 153; Keresztes, 388.
  311. Annuaire de l'Institut de Philologie et d'Histoire Orientales et Slaves 7 (1939–44), 410ff.
  312. Barnes, Constantine and Eusebius, 357 n.39.
  313. Eusebio, De Martyribus Palestinae 8.13; Barnes, Constantine and Eusebius, 153; Keresztes, 388.
  314. Eusebio, De Martyribus Palestinae 7.1f, cited in Barnes, Constantine and Eusebius, 152.
  315. Eusebio, Historia Ecclesiastica 8.13.5; De Martyribus Palestinae 7.3ff; 13; Barnes, Constantine and Eusebius, 152–53; Keresztes, 388.
  316. Eusebio, De Martyribus Palestinae 7.7; Barnes, Constantine and Eusebius, 153.
  317. Eusebio, De Martyribus Palestinae (L) 8.1; (S) 11.31; Barnes, Constantine and Eusebius, 153.
  318. Eusebio, De Martyribus Palestinae 9.1, citado en Barnes, Constantine and Eusebius, 153.
  319. Barnes, Constantine and Eusebius, 153, 357 n.42.
  320. Barnes, Constantine and Eusebius, 153.
  321. Barnes, Constantine and Eusebius, 153.
  322. Eusebio, De Martyribus Palestinae 9.2; Barnes, Constantine and Eusebius, 153; Keresztes, 384; Mitchell, 112.
  323. Lane Fox, 596.
  324. Eusebio, De Martyribus Palestinae 9.2; Barnes, Constantine and Eusebius, 153; Keresztes, 384; Lane Fox, 596; Mitchell, 112.
  325. Lane Fox, 596. Sobre las Actas de Pilato, véase también: Johannes Quasten, Patrology, volume I: The Beginnings of Patristic Literature (Westminster, MD: Newman, 1950), 116.
  326. Lane Fox, 596–97.
  327. Mitchell, 112.
  328. Barnes, Constantine and Eusebius, 154.
  329. Eusebio, De Martyribus Palestinae 10.1ff, cited in Barnes, Constantine and Eusebius, 154.
  330. Eusebio, De Martyribus Palestinae 11.1ff; Barnes, Constantine and Eusebius, 154.
  331. Barnes, Constantine and Eusebius, 154, 357 n.49.
  332. Barnes, Constantine and Eusebius, 357 n.49.
  333. a b Mitchell, 113.
  334. Clarke, 660; Mitchell, 113.
  335. Barnes, New Empire, 22–23; Michell, 113 n.21.
  336. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.1.1; Mitchell, 113.
  337. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.1.2, 9.1.3–6; Mitchell, 113.
  338. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.2.1; Clarke, 660; Mitchell, 114.
  339. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.2 y Lactancio, De Mortibus Persecutorum 36.3; Mitchell, 114.
  340. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.6.2; Clarke, 660.
  341. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.6.3; Clarke, 660.
  342. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.6.2; Clarke, 660.
  343. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 36.7, citado y traducido en Clarke, 660.
  344. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.7.3–14, cited in Mitchell, 114.
  345. Mitchell, 114.
  346. Mitchell, 117.
  347. Lane Fox, 598.
  348. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.9a.4–9; Mitchell, 114.
  349. Eusebio Historia Ecclesiastica 9.9a.2–3; Mitchell, 114.
  350. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.9a.4; Mitchell, 114.
  351. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.9a.5–6; Mitchell, 114.
  352. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.9a.7–9; Mitchell, 114–15.
  353. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.10.1–2 and Lactancio, De Mortibus Persecutorum 37.3–42; Mitchell, 115.
  354. Barnes, New Empire, 68; Mitchell, 115.
  355. Mitchell, 115.
  356. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.10.8–9; Mitchell, 115.
  357. Eusebio, Historia Ecclesiastica 9.10.10–11; Mitchell, 115.
  358. Lactancio, De Mortibus Persecutorum 46.8–9; Mitchell, 115.
  359. Mitchell, 116.
  360. Keresztes, 389. Sobre la respuesta egipcia a las persecuciones, véase: Annemarie Luijendijk, "Papyri from the Great Persecution: Roman and Christian Perspectives," Journal of Early Christian Studies 16:3 (2008): 341–369.
  361. Timothy Barnes, Athanasius and Constantius: Theology and Politics in the Constantinian Empire (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1993), 10.
  362. a b c Leadbetter, 259.
  363. Epiphanius, Panarion 68.3.3, citado y traducido en MacMullen, 92–93.
  364. MacMullen, 160 n.17.
  365. Lane Fox, 590.
  366. Clarke, 651; Lane Fox, 597–98.
  367. Lane Fox, 597–98.
  368. Oxyrhynchus Papyri 2601, tr. J.R. Rhea, citado en Barnes, "Constantine and the Bishops", 382; Lane Fox, 598.
  369. Eusebio, Vita Constantini 11.2, citado y traducido en Nicholson, 50.
  370. King James Version, citado en Nicholson, 51.
  371. Nicholson, 50–51.
  372. Drake, 149–53; Lane Fox, 598–601.
  373. Constantine, Oratio ad Sanctum Coetum 22, citado y traducido en Drake, 150.
  374. Drake, 98–103.
  375. Lane Fox, 441; MacMullen, 29–30
  376. Lane Fox, 441.
  377. Dodds, 135.
  378. Tertuliano, Apologeticus 50; Dodds, 133; MacMullen, 29–30.
  379. Barnes, Constantine and Eusebius, 48–49, 208–13.
  380. Liebeschuetz, 252.
  381. Iole Fargnoli, "Many Faiths and One Emperor: Remarks about the Religious Legislation of Theodosius the Great," Revue Internationale des Droits de l'Antiquité 53 (2006): 146.
  382. Warren Treadgold, A History of the Byzantine State and Society (Standford: Stanford University Press, 1997), 122. See also: MacMullen, vii, and passim.
  383. Barnes, Constantine and Eusebius, 56; Tilley, Martyr Stories, xi.
  384. Chadwick, 179.
  385. Richard Gerberding, "The later Roman Empire," in The New Cambridge Medieval History I: c.500–c.700, ed. Paul Fouracre (New York: Cambridge University Press, 2005), 21.
  386. a b Curran, 50.
  387. Liber Pontificalis 1.162; Curran, 50.
  388. a b Barnes, New Empire, 177–80; Curran, 50.
  389. de Ste Croix, "Aspects", 103–4.
  390. David Womersley, The Transformation of The Decline and Fall of the Roman Empire, (New York: Cambridge University Press, 1988), 128, 128 n.109.
  391. Gibbon, Decline and Fall, ed. David Womersley (London: Allen Lane, 1994), 1.578.
  392. Patricia B. Craddock, Edward Gibbon: Luminous Historian 1772–1794 (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1989), 60–61, 122.
  393. Porson, Letters to Mr. Archdeacon Travis (1790), xxviii, qtd. in Womersley, Gibbon and the 'Watchmen of the Holy City': The Historian and his Reputation 1776–1815 (New York: Oxford University Press, 2002), 184–85 n.39.
  394. Weekly Worker obituary, retrieved Sept. 26, 2010
  395. Hermann Dörries, Constantine the Great, trans. R.H. Bainton (New York: Harper & Row, 1972), 13 n. 11.
  396. Frend, Martyrdom and Persecution, 393–94; Liebeschuetz, 251–52.
  397. Esteban (Hch 7, 54); Antipas (Ap 2, 13).
  398. Quasten 2004:86.
  399. Cf. Martyrium Polycarpi 18.
  400. Cf. Passio Probi, Tarachi et Andronici, BHG 1574.
  401. Lactancio, Divinae Institutiones 5.2.3; Frend, "Prelude", 13.
  402. a b c d Ramón Teja, "El cristianismo primitivo en la sociedad romana". pp. 63-64.
  403. Cf. Historia ecclesiastica V, proemio en PG 20, 408.
  404. Cf. Hist. eccl., VIII, apéndice.
  405. Curran, 50.
  406. Cf. Acta primorum martyrum sincera, París 1689.
  407. Cf. «Les actes des martyrs. Supplemént aux Acta sincera de dom Ruinart» en Mémoires de l'Academie des Inscriptions et Belles Lettres 30 (1882), parte 2.
  408. Cf. F. Grossi-Gondi, o. c. en bibl., 84; DACL, 1, 409-410.
  409. Foxe, p. 38

Bibliografía

Antiguas referencias

  • Arnobius. Adversus Nationes (Against the Heathen) ca. 295–300.
  • Bryce, Hamilton, and Hugh Campbell, trans. Against the Heathen. From Ante-Nicene Fathers, Vol. 6. Edited by Alexander Roberts, James Donaldson, and A. Cleveland Coxe. Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1886. Revised and edited for New Advent by Kevin Knight. Accessed June 9, 2009.
  • Dessau, Hermann. Inscriptiones Latinae Selectae (Berlin: Weidmann, 1892–1916)
  • Eusebio de Cesarea. Historia Ecclesiastica (Church History) first seven books ca. 300, eighth and ninth book ca. 313, tenth book ca. 315, epilogue ca. 325. Books Eight and Nine.
  • Williamson, G.A., trans. Church History. London: Penguin, 1989. ISBN 97801404453350
  • Eusebio de Cesarea. De Martyribus Palestinae (On the Martyrs of Palestine).
  • Eusebio de Cesarea. Vita Constantini (The Life of the Blessed Emperor Constantine) ca. 336–39.
  • Richardson, Ernest Cushing, trans. Life of Constantine. From Nicene and Post-Nicene Fathers, Second Series, Vol. 1. Edited by Philip Schaff and Henry Wace. Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1890. Revised and edited for New Advent by Kevin Knight. Accessed June 9, 2009.
  • Lactancio. Divinae Institutiones (The Divine Institutes) ca. 303–311.
  • Fletcher, William, trans. The Divine Institutes. From Ante-Nicene Fathers, Vol. 7. Edited by Alexander Roberts, James Donaldson, and A. Cleveland Coxe. Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1886. Revised and edited for New Advent by Kevin Knight. Accessed June 9, 2009.
  • Lactancio. De Ira Dei (On the Wrath of God) ca. 313.
  • Fletcher, William, trans. On the Anger of God. From Ante-Nicene Fathers, Vol. 7. Edited by Alexander Roberts, James Donaldson, and A. Cleveland Coxe. Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1886. Revised and edited for New Advent by Kevin Knight. Accessed June 9, 2009.
  • Lactancio. Liber De Mortibus Persecutorum (Book on the Deaths of the Persecutors) ca. 313–15.
  • Fletcher, William, trans. Of the Manner in Which the Persecutors Died. From Ante-Nicene Fathers, Vol. 7. Edited by Alexander Roberts, James Donaldson, and A. Cleveland Coxe. Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1886. Revised and edited for New Advent by Kevin Knight. Accessed June 9, 2009.
  • Musurillo, Herbert, trans. The Acts of the Christian Martyrs. Oxford: Clarendon Press, 1972.
  • Optatus. Contra Parmenianum Donatistam (Against the Donatists) ca. 366–367.
  • Thelwall, S., trans. Apology. From Ante-Nicene Fathers, Vol. 3. Edited by Alexander Roberts, James Donaldson, and A. Cleveland Coxe. (Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1885.) Revised and edited for New Advent by Kevin Knight. Accessed June 16, 2009.
  • Tilley, Maureen A, trans. Donatist Martyr Stories: The Church in Conflict in Roman North Africa. Liverpool: Liverpool University Press, 1996.

Fuentes modernas

  • Barnes, Timothy D. "Legislation Against the Christians." Journal of Roman Studies 58:1–2 (1968): 32–50.
  • Barnes, Timothy D. "Sossianus Hierocles and the Antecedents of the "Great Persecution"." Journal of Roman Studies 80 (1976): 239–252.
  • Barnes, Timothy D. Constantine and Eusebius. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1981. ISBN 978-0-674-16531-1
  • Barnes, Timothy D. The New Empire of Diocletian and Constantine. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1982. ISBN 0-7837-2221-4
  • Barnes, Timothy D. "Scholarship or Propaganda? Poprphyry Against the Christians and its Historical Setting." Bulletin of the Institute of Classical Studies 39 (1994): 53–65.
  • Barnes, Timothy D. "Review: Constantine and the Bishops: The Politics of Intolerance." Phoenix 54:3–4 (2000): 381–383.
  • Barnes, Timothy D. "Monotheists All?" Phoenix 55:1–2 (2001): 142–162.
  • Baynes, Norman H. "Two Notes on the Great Persecution." The Classical Quarterly 18:3–4 (1924): 189–194.
  • Beatrice, Pier Franco. "Antistes Philosophiae. Ein Christenfeindlicher Propagandist am Hofe Diokletians nach dem Zeugnis des Laktanz." Aug 33 (1993): 1–47. (In German)
  • Castelli, Elizabeth A. Martyrdom and Memory: Early Christian Culture Making. New York: Columbia University Press, 2004.
  • Chadwick, Henry. The Church in Ancient Society: From Galilee to Gregory the Great. New York: Oxford University Press, 2001.
  • Clarke, Graeme. "Third-Century Christianity." In The Cambridge Ancient History, Volume XII: The Crisis of Empire, edited by Alan Bowman, Averil Cameron, and Peter Garnsey, 589–671. New York: Cambridge University Press, 2005. ISBN 0-521-30199-8
  • Corcoran, Simon. The Empire of the Tetrarchs, Imperial Pronouncements and Government AD 284–324. Oxford: Clarendon Press, 1996. ISBN 0-19-814984-0
  • Corcoran, Simon. "Before Constantine." In The Cambridge Companion to the Age of Constantine, edited by Noel Lenski, 35–58. New York: Cambridge University Press, 2006. Hardcover ISBN 0-521-81838-9 Paperback ISBN 0-521-52157-2
  • Curran, John. Pagan City and Christian Capital: Rome in the Fourth Century. Oxford: Clarendon Press, 2000. ISBN 0-19-815278-7
  • Davies, P.S. "The Origin and Purpose of the Persecution of AD 303." Journal of Theological Studies 40:1 (1989): 66–94.
  • Digeser, Elizabeth DePalma. The Making of a Christian Empire: Lactantius and Rome. Ithaca: Cornell University Press, 2000. ISBN 0-8014-3594-3
  • Dodds, E.R. Pagan and Christian in an Age of Anxiety: Some Aspects of Religious Experience from Marcus Aurelius to Constantine. New York: Norton, 1970.
  • Drake, H.A. Constantine and the Bishops: The Politics of Intolerance. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2000. ISBN 0-8018-6218-3
  • Edwards, Mark. "Christianity, A.D. 70–192." In The Cambridge Ancient History, Volume XII: The Crisis of Empire, edited by Alan Bowman, Averil Cameron, and Peter Garnsey, 573–588. New York: Cambridge University Press, 2005. ISBN 0-521-30199-8
  • Elliott, T. G. The Christianity of Constantine the Great. Scranton, PA: University of Scranton Press, 1996. ISBN 0-940866-59-5
  • Frend, W.H.C. "Prelude to the Great Persecution: The Propaganda War." Journal of Ecclesiastical History 38:1 (1987): 1–18.
  • Frend, W.H.C. "Persecutions: Genesis and Legacy." In The Cambridge History of Christianity, Volume I: Origins to Constantine, edited by Margaret M. Mitchell and Frances M. Young, 503–523. New York: Cambridge University Press, 2006. ISBN 978-0-521-81239-9
  • Fox, see Lane Fox, Robin
  • Gaddis, Michael. There Is No Crime for Those Who Have Christ: Religious Violence in the Christian Roman Empire. Berkeley, Los Angeles, and London: University of California Press, 2005. ISBN 0-520-24104-5
  • Helgeland, John. "Christians and the Roman Army A.D. 173–337." Church History 43:2 (1974): 149–163, 200.
  • Hopkins, Keith. "Christian Number and Its Implications." Journal of Early Christian Studies 6:2 (1998): 185–226.
  • Jones, A.H.M. The Later Roman Empire, 284–602: A Social, Economic and Administrative Survey. Oxford: Basil Blackwell, 1964.
  • Keresztes, Paul. "From the Great Persecution To the Peace of Galerius." Vigiliae Christianae 37:4 (1983): 379–399.
  • Knipfing, J.R. "The Edict of Galerius (311 A.D.) re-considered." Revue Belge de Philologie et d'Histoire 1 (1922): 693–705.
  • Lane Fox, Robin. Pagans and Christians. New York: Alfred A. Knopf, 1986. ISBN 0-394-55495-7
  • Leadbetter, William. "From Constantine to Theodosius (and Beyond)." In The Early Christian World, ed. Philip Francis Esler, 258–292. London: Routledge, 2004. ISBN 978-0-415-16496-2
  • Liebeschuetz, J. H. W. G. Continuity and Change in Roman Religion. Oxford: Oxford University Press, 1979. ISBN 0-19-814822-4
  • Löhr, Winrich. "Some Observations on Karl-Heinz Schwarte's 'Diokletians Christengesetz'." Vigiliae Christianae 56:1 (2002): 75–95
  • MacMullen, Ramsay. Christianizing the Roman Empire. New Haven: Yale University Press. ISBN 0-300-03642-6
  • Millar, Fergus. The Roman Near East, 31 B.C.–A.D. 337. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1993. Hardcover ISBN 0-674-77885-5 Paperback ISBN 0-674-77886-3
  • Mitchell, Stephen. "Maximinus and the Christians in A.D. 312: A New Latin Inscription." Journal of Roman Studies 78 (1988): 105–124.
  • Nicholson, Oliver. "Flight from Persecution as Imitation of Christ: Lactantius' Divine Institutes IV. 18, 1–2." Journal of Theological Studies 40:1 (1989): 48–65.
  • Odahl, Charles Matson. Constantine and the Christian Empire. New York: Routledge, 2004. Hardcover ISBN 0-415-17485-6 Paperback ISBN 0-415-38655-1
  • Potter, David S. The Roman Empire at Bay: AD 180–395. New York: Routledge, 2005. Hardcover ISBN 0-415-10057-7 Paperback ISBN 0-415-10058-5
  • Rees, Roger. Diocletian and the Tetrarchy. Edinburgh: Edinburgh University Press, 2004. ISBN 0-7486-1661-6
  • Rives, J.B. "The Decree of Decius and the Religion of the Empire." Journal of Roman Studies 89 (1999): 135–154.
  • de Sainte-Croix, G.E.M. "Aspects of the Great Persecution." Harvard Theological Review 47 (1954): 75–113.
  • de Sainte-Croix, G.E.M. "Why Were the Early Christians Persecuted?" Past & Present 26 (1963): 6–38.
  • Schott, Jeremy M. "Porphyry on Christians and Others: "Barbarian Wisdom," Identity Politics, and Anti-Christian Polemics on the Eve of the Great Persecution." Journal of Early Christian Studies 13:3 (2005): 277–314.
  • Schott, Jeremy M. Christianity, Empire, and the Making of Religion in Late Antiquity. Philadelphia: University of Philadelphia Press, 2008. ISBN 978-0-8122-4092-4
  • Sherwin-White, A.N. "The Early Persecutions and Roman Law Again." Journal of Theological Studies 3:2 (1952), 199–213.
  • Tilley, Maureen A. The Bible in Christian North Africa: The Donatist World. Minneapolis: Fortress Press, 1997. ISBN 0-8006-2880-2
  • Tilley, Maureen A. "North Africa." In The Cambridge History of Christianity, Volume I: Origins to Constantine, edited by Margaret M. Mitchell and Frances M. Young, 381–396. New York: Cambridge University Press, 2006. ISBN 978-0-521-81239-9
  • Trompf, G.W. Early Christian Historiography: Narratives of redistributive justice. New York: Continuum, 2000. ISBN 0-8264-5294-9
  • Williams, Stephen. Diocletian and the Roman Recovery. New York: Routledge, 1997. ISBN 0-415-91827-8
  • Woods, David. "Two Notes on the Great Persecution." Journal of Theological Studies 43:1 (1992): 128–134.
  • Woods, David. "'Veturius' and the Beginning of the Diocletianic Persecution." Mnemosyne 54:5 (2001): 587–591.