Diferencia entre revisiones de «Historiografía soviética»

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Antes
Después
En la versión original de esta fotografía (arriba),Nikolai Yezhov, el joven hombre paseando a la izquierda de Iósif Stalin, fue fusilado sumariamente en 1940. En la versión trucada de la foto su imagen fue eliminada por los censores soviéticos.[1]

La historiografía soviética es la la forma cómo la historia fue escrita por académicos oficiales de la antigua Unión Soviética.[2]​ El principal factor que influenció la obra de los historiadores soviéticos fue el control estricto ejercido por las autoridades que aspiraban a difundir la propaganda de la ideología comunista y el poder del Sóviet.[3]

Algunas generalidades

El principal factor que influenciaba el trabajo realizado por los historiadores soviéticos era estricto control ejercido por las autoridades, destinada a potenciar la ya de por sí dominante propaganda a favor de la ideología comunista y del poder soviético establecido.

Además, se declaró formal y oficialmente que la “Gran Revolución Socialista de Octubre había dado inicio a una nueva época en la civilización humana”, al igual que la Revolución francesa lo había hecho a partir de 1789.[4][5]

La denominada lucha de clases (según la concepción marxista de la misma) y la historia del Partido Comunista de la URSS desde los tiempos de Lenin, se convirtieron en los temas recurrentes, dominantes e inexcusables dentro de la historiografía soviética.[6]

Evolución histórica

Hasta la muerte del dictador Iósif Stalin en 1953 prácticamente no existía ningún escrito oficial sobre la convulsionada historia política reciente del país, y la mayoría de los líderes que habían participado de la revolución rusa de 1917, comenzando por León Trotsky, se habían transformado en “no personas” (innombrables) durante el régimen estalinista, por lo que no podían ser mencionados en ningún impreso ni en ningún artículo de prensa.[7]

En el histórico XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, a fines de febrero de 1956, Nikita Jrushchov denunció los graves excesos cometidos durante el régimen de Stalin, así como el culto a la personalidad de éste último. Así se abría la puerta para realizar una actividad de investigación historiográfica académica un poco más sincera acerca del cruento pasado soviético inmediatamente anterior. Así fue que Jrushchov desacopló a Lenin y a Stalin, permitiendo a los historiadores soviéticos escribir libros y artículos de mayor diversidad que los publicados durante la anterior era de Stalin. Las reformas implementadas en la narración y escritura de la historia fueron oficialmente presentadas como un intento de volver a las “normas leninistas”.[8]​. No obstante, las propias limitaciones impuestas por el dogma comunista (por ejemplo, el PCUS como supuesta vanguardia de la clase obrera), siguieron en pie o se mantuvieron en su lugar, por lo que el relajamiento de la censura derivado del denominado deshielo de Jrushchov nunca alcanzaría a ser total. Sin embargo, a partir de entonces fue posible hacer referencia -aunque todavía debía hacerse de forma despectiva o peyorativa- a las “no personas” como León Trotsky y Grigori Zinóviev.

Por su parte, la posterior era de Brézhnev vio el surgimiento del fenómeno samizdat (la circulación de copias manuscritas o mecanografiadas de obras oficialmente prohibidas en la URSS) y del tamizdat (la publicación ilegal en el extranjero de obras ideológicamente sensibles para el régimen soviético). Los tres principales disidentes soviéticos de esa época fueron Aleksandr Solzhenitsyn, Andréi Sájarov y Roy Medvedev.[9]​ Entre los autores de la variante tamizdat, Solzhenitsyn llegó a convertirse en el más famoso, habiendo publicado clandestinamente su provocativa obra “Archipiélago Gulag” en Occidente a partir de 1973. Por su parte, la obra de Medvedev “Dejemos que la Historia juzgue: Los orígenes y las consecuencias del estalinismo” ya había sido publicada en el extranjero en 1971.[10]​ Ninguno de ellos pudo publicar sus obras dentro de la Unión Soviética hasta el advenimiento de las políticas de glásnost y perestroika, lanzadas por el líder Mijaíl Gorbachov en la segunda mitad de la década de 1980.

La línea oficial del Partido Comunista

“Los historiadores son peligrosos y capaces de poner todo cabeza abajo. Deben ser vigilados.”
Nikita JrushchovPrier Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, en 1956.[11]

La historiografía oficial soviética ha sido severamente criticada por parte de algunos especialistas, principalmente -pero no sólo- desde fuera de la URSS. Su status de supuestamente “académica” siempre ha sido cuestionado, y a veces ha sido descalificada como mera ideología y pseudociencia.[12]

El historiador británico Robert Conquest llegó a la conclusión que: “Como un todo, un terror de Estado sin precedentes debían parecer necesarios en los ideológicamente motivados intentos de transformar una sociedad masiva y rápidamente, contra sus posibilidades naturales. Una falsificación paralela tuvo lugar, y en una escala apenas creíble, en virtualmente cada esfera abordada por la historiografía soviética”. Los hechos y estadísticas reales pasaron a formar de una suerte de “reino de fantasía”. La historia soviética en general, en especial la del Partido Comunista fue especialmente reescrita. Las denominadas “no personas” simplemente desaparecían sin más de los registros oficiales. Un nuevo pasado, así como un nuevo presente [distorsionado] fue impuesto en las mentes cautivas de la población soviética, como sería, por supuesto, admitido cuando la verdad emergió a fines de la década de 1980[13]​, como consecuencia directa del relajamiento de la censura derivado de la política de glásnost (“transparencia”) lanzada por el entonces líder soviético Mijaíl Gorbachov. Tal crítica parte del concepto de que, en la Unión Soviética, la ciencia estaba lejos de se independiente.

Desde fines de la década de 1930, la historiografía oficial soviética consideraba que la línea del Partido y la realidad eran una sola (y ante cualquier desaveniencia la ortodoxia partidaria debía necesariamente imponerse y prevalecer).[14]

Como tal, si era una “ciencia”, lo era claramente al servicio de una determinada agenda política e ideológica, usual comúnmente usando el denominado revisionismo histórico negacionista.[15]

Durante la década de 1930, los archivos históricos fueron cerrados y la investigación original fue severamente restringida. En esa época se les comenzó a requerir a los historiadores que complementasen o sazonasen sus obras con referencias -apropiadas o no- a Iósif Stalin y a otros “clásicos marxistas-leninistas”, además de pasar la prueba -tal como lo prescribía el propio Partido- sobre figuras históricas rusas prerrevolucionarias.[16]

Las historia oficial aprobada por el Estado estaba abiertamente sujeta a la manipulación política y propagandística, similar a lo que sucedía con la filosofía, con el denominado realismo socialista y con varios campos dentro de la investigación científica.[11]​ El Partido, fuente de “sabiduría” derivada de los principios supuestamente científicos del marxismo (presentado a su vez como la “ciencia social definitiva”), era infalible y no podía jamás estar equivocado, por lo que la realidad debía conformarse a su línea o a sus principios doctrinarios (y no al revés, como sería mucho más lógico). El mismo Lenin había dicho al respecto “pues lo siento por la realidad”. Cualquier otra historia alternativa y no enteramente conformista con el status quo debía ser totalmente eliminada, además de que el cuestionamiento a la historia oficial era ilegal.[11]

Muchas obras de historiadores occidentales estaban prohibidas o eran parcialmente censuradas. También fue prohibida la realización de investigaciones en varias áreas o campos específicos de la historia, ya que se trataba de hechos que oficialmente “nunca habían sucedido”.[11]​ Como tal, permaneció fuera de la historiografía internacional del período[12]​, es decir fuera de la de “corriente principal” (mainstream). En particular, las traducciones de obras de historiografía extranjera eran frecuentemente editadas de una manera trunca y sesgada, acompañadas de una extensa censura y de notas al pie supuestamente “correctoras”. Por ejemplo, en la traducción soviética de 1976 de la “Historia de la Segunda Guerra Mundial” del historiador británico Basil Liddell Hart, fueron directamente censurados varios importantes hechos históricos, entre los cuales se destacaban: las purgas de oficiales del Ejército Rojo (que les costaron la vida a unos 5/8 de ellos, entre ellos al notable mariscal Mijaíl Tujachevski), el protocolo adicional secreto del Pacto Molotov-Ribbentrop, varios detalles de la Guerra de Invierno de 1940 de la URSS contra Finlandia y la intempestiva anexión estalinista de las repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania (nunca reconocidas como de jure por parte de los sucesivos gobiernos estadounidenses), la ocupación soviética de los territorios de Besarabia y de Bukovina del Norte, la ayuda de los aliados occidentales a la URSS a través del Mar del Norte y el Océano Glacial Ártico, los esfuerzos bélicos de éstos últimos contra los nazis, las críticas hacia la URSS en general y los errores y fracasos cometidos por Stalin y otros dirigentes soviéticos (que llegaron a comprometer por momentos el triunfo de la URSS en la Gran Guerra Patria o el Frente Oriental).[17]

La versión oficial de la historia soviética tendía a ser cambiada luego de los cambios políticos, en particular a partir del deshielo de Jrushchov (1956-1964), peri también durante el posterior régimen de Leonid Brézhnev. Los líderes previos tendían a ser denunciados de alguna u otra forma, mientras que los del momento eran usualmente ensalzados en mayor o menor medida mediante el denominado culto a la personalidad. Los libros de texto eran periódicamente reescritos y readaptados a la ortodoxia ideológica oficial de cada período. Por ejemplo, luego de la expulsión de León Trotsky del Partido y del país, éste virtualmente desapareció de la historia soviética, a pesar de haber sido el organizador del Ejército Rojo inicial y hasta la mano derecha de Lenin durante el período de la Revolución de Octubre. Otro caso, varias décadas posterior, es el del líder comunista chino Mao Tse-tung: luego de la cisma chino-soviético de comienzos de la década de 1960, éste ya no era visto como una gran figura o un aliado sino más bien como un hereje ideológico o “villano”[18][11]​, y así comenzó a constar en la bibliografía oficial soviética.

Algunos períodos de la historia se volvieron poco convenientes por razones políticas, por lo que la información disponible respecto de ellos devino en particularmente poco confiable. Eventos históricos enteros podían ser oficialmente borrados, como si directamente no hubiesen sucedido, si no estaban estrictamente de acuerdo con la línea ideológica trazada por el Partido (la cual usualmente tendía a cambiar a partir del cambio del líder supremo del Estado). Por ejemplo, hasta 1989 los dirigentes e historiadores soviéticos, a diferencia de sus colegas occidentales, habían directamente negado la existencia del protocolo adicional secreto del Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 (la que sólo sería efectivamente reconocida a fines de la década de 1980, en tiempos de Mijaíl Gorbachov). Por lo tanto, se encuentra absolutamente sesgado ya desde su inicio cualquier estudio oficial soviético sobre las causas o los orígenes del estallido de la Segunda Guerra Mundial y sobre las relaciones soviético-alemanas anteriores a 1941 (cuando los ejércitos nazis del dictador Adolf Hitler invadieron la URSS a partir de la Operación Barbarroja).[19]

En otro ejemplo, la guerra polaco-soviética de 1919-1920 y la invasión soviética de Polonia de 1939 fueron muy censuradas o virtualmente eliminadas en la mayoría de las publicaciones específicas, y cualquier investigación al respecto de esos oficialmente inexistentes hechos fue suprimida, para así reforzar la supuesta “fraternidad” ideológica entre el régimen soviético y Polonia[11]​ (el más importante satélite soviético de la posguerra).

De manera similar, la colectivización forzada, las deportaciones masivas y las matanzas de pequeñas minorías nacionales en el Cáucaso o la desaparición de los tártaros de Crimea no son mencionados como “factores dignos de mención”.Error en la cita: Error en la cita: existe un código de apertura <ref> sin su código de cierre </ref>

Otro ejemplo es el caso de los antiguos prisioneros de guerra soviéticos que regresaban desde la vencida y ocupada Alemania nazi; algunos de ellos fueron tratados como (si hubiesen sido) traidores y detenidos en campos de trabajo forzado del sistema Gulag durante varios años, pero esa política fue durante décadas minimizada o directamente negada por parte de los historiadores oficiales soviéticos. Respecto al desconocimiento de este hecho histórico algunos modernos académicos occidentales han notado que “En el pasado, los historiadores soviéticos se involucraron en gran parte en una campaña de desinformación acerca de la [verdadera] extensión del problema de los prisioneros de guerra”.[20]

Influencia del marxismo teórico

Los problemas de la historiografía soviética son los problemas de nuestra ideología comunista”

Un factor importante que influía en la poca confiabilidad de la historigrafía soviética era que la interpretación oficial de los escritos marxistas predeterminaba en gran medida las investigación de que podían realizar los historiadores. Debido a eso, los historiadores soviéticos no podían ofrecer explicaciones no marxistas en sus teorías, incluso en las ocasiones en los que éstas últimas encajaban (bastante) mejor con la realidad.Error en la cita: Error en la cita: existe un código de apertura <ref> sin su código de cierre </ref>. También se afirmaba que la URSS, en tanto “primer Estado proletario del mundo”, sería el modelo a seguir por los revolucionarios marxistas de todo el mundo, hasta la victoria definitiva e inevitable del comunismo a escala mundial. Toda la investigación histórica o sociológica debía estar basada en esas inconmovibles asunciones previas, no pudiendo divergir en sus eventuales hallazgos.[11]

Este sesgado análisis marxista también ha sido criticado, por ejemplo, por asignarles a las rebeliones romanas las características de una revolución social, o por errores en la comparación de recientes desarrollos en la URSS con aquellos de los países occidentales (por ejemplo, que la Unión Soviética había en gran medida “saltado” el período de desarrollo capitalista requerido por la teoría marxista original antes de que el socialismo y -posteriormente- el comunismo pudiesen ser alcanzados.)[11][12]​ Con frecuencia, la propia tendenciosidad marxista y las demandas de la propaganda política se mezclaban o combinaban: de aquí que las rebeliones campesinas contra el temprano régimen soviético fueron simplemente ignoradas, ya que eran políticamente inconvenientes, al contradecir las teorías marxistas al respecto.[14]

Confiabilidad de los datos estadísticos

“La cifra engañosa”, traducción del nombre del muy citado artículo Lukavaia Tsifra
Periodista Vasilii Seliunin y economista Grigorii Janin (o Khanin), en la revista literaria soviética Novy Mir, febrero de 1987, #2: 181-202.[21]

La calidad de los datos publicados en la Unión Soviética (tanto en relación a la confiabilidad de los mismos como a su precisión) era otro de los temas que solía ser traído a colación por los sovietólogos occidentales, en particular en lo que se refería a la utilización de los mismos parea realizar investigaciones históricas.[22][13][23][24]

El Partido consideraba que la estadística era una ciencia social (a pesar de estar muy emparentada con la matemática), por lo que estaba totalmente abierta a ser infiltrada por los postulados marxistas. Además muchas de las aplicaciones de aquélla estaban restringidas, en particular durante la era de Iósif Stalin.[25]​, ya que bajo el sistema de planificación centralizada, nada podía suceder por accidente[25]​ o ser dejado al azar. Incluso algunos conceptos matemáticos ya para entonces absolutamente aceptados fuera de la URSS, como al la ley de los grandes números y el desvío estándar fueron declaradas por decreto como “falsas teorías”.[25]​ Las publicaciones académicas que versaban sobre la estadística fueron cerradas y algunos estadísticos de fama mundial como Andrey Kolmogorov o Eugen Slutsky se vieron obligados a abandonar sus trabajos o investigaciones en ese campo.[25]

Al igual de lo que solía suceder con la historiografia soviética en general, la confiabilidad de los datos estadísticos oficiales variaba de período en período.[24]

Tanto la primera década revolucionaria y como período de la posterior dictadura estalinista se ven particularmente problemáticos con respecto a la confiabilidad de sus datos estadísticos. En relación a este prolongado último período, muy pocas series estadísticas fueron publicadas entre 1936 y 1956[24]​, años enmarcados entre la Gran Purga estalinista, la invasión nazi de 1941 que desencadenó la Gran Guerra Patria, la muerte del propio Stalin en 1953 y la denuncia que de éste hizo su sucesor Nikita Jrushchov (1956). La confiabilidad de los datos mejoró luego del denominado “deshielo” cultural iniciado en este último año, cuando se publicaron series estadísticas previamente perdidas y algunos expertos soviéticos reajustaron otras correspondientes a la anterior era de Stalin.[24]​ no obstante, la calidad de dicha documentación se ha estado deteriorando[23]​ con el paso del tiempo.

Mientras que algunos investigadores dicen que a veces los antiguos datos estadísticos soviéticos son útiles para realizar investigaciones históricas (como los datos económicos inventados para intentar demostrar los supuestos éxitos de la industrialización soviética) o algunas cifras oficiales publicadas acerca del número (aproximado) de prisioneros en los campos de trabajo forzado del sistema Gulag o las víctimas de la Gran Purga o el Gran Terror, Conquest alega que éstos últimos bien podrían haber sido completamente inventados por las autoridades.[13]​, existe poca evidencia de que las estadistas hayan sido falsificadas con el propósito de confundir a los sovietólogos (analistas occidentales especializados en la URSS).[23]

Los datos eran falsificados tanto durante la etapa de recolección de los mismos -por autoridades locales que serían juzgadas por los planificadores centrales a partir de su supuesto cumplimiento de sus metas locales, respecto de las prescripciones del centralizado plan nacional- y por la propia propaganda interna, con el evidente objetivo de mostrar al Estado soviético de la mejor manera posible ante sus propios ciudadanos.[24][22]

Sin embargo, la política de son publicar -o simple y directamente no recolectar- los datos que se consideraban no convenientes o no deseables por varias razones era mucho más común que la lisa y llana falsificación; de aquí que existiesen varios agujeros en las series estadísticas soviéticas.[23]​La documentación inadecuada -o directamente la falta de la misma- en relación a los datos estadísticos soviéticos era otro problema significativo.[24][22][23]

Mitos de la historiografía soviética

Varias afirmaciones realizadas por los historiadores oficiales soviéticos (y apoyadas por algunos de sus colegas extranjeros) han sido no obstante descritas como ejemplos de “grandes mentiras” por parte de algunos autores occidentales de renombre especializados en la URSS, como Robert Conquest y Richard Pipes.

Entre los grandes mitos falaces de la historiografía soviética se encuentran los siguientes:

  • Realidad: Los bolcheviques tan sólo obtuvieron un cuarto (un 25%) del voto popular en las elecciones que siguieron, y ese fue su pico de máxima popularidad. Las huelgas masivas por parte de los trabajadores rusos fueron reprimidas sin misericordia (como el mismo Lenin diría) durante el denominado “Terror Rojo”.[13]
  • Realidad: El (bastante poblado) imperio ruso ya era la cuarta o quinta economía industrial del mundo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial.[13]​. Por su parte, la propia URSS ya habría sido la segunda de las grandes economías industriales antes de la Segunda Guerra Mundial[26]​ y tercera si se excluye el trabajo forzado de los campos del sistema Gulag (del cual se alega que llegó a responder por aproximadamente un 15% del PIB).[27]​)
  • Teoría: Según Conquest, los avances industriales soviéticos posteriormente exhibidos podrían haber sido logrados sin la necesidad de colectivización forzosa, las hambrunas (incluso deliberadas, como el Holodomor ucraniano) o el terror estatal. Los éxitos industriales soviéticos eran mucho menores que los alegados por la siempre presente propaganda política. De hecho, la industrialización al estilo soviético demostró ser a la larga una suerte de “callejón sin salida hostil a la innovación”[13]​. Por su lado, Paul Gregory, investigador (research fellow) de la Institución Hoover (Hoover Institution), afirma que una Rusia no comunista habría “producido una economía rusa contemporánea no muy lejos respecto de su riqueza que la sus vecinos europeos intermedios”.[28]
  • Realidad: Fue Lenin quien introdujo el denominado “Terror Rojo”, con sus primeros campos de concentración y de trabajos forzados. También fue Lenin quien concibió el infame Artículo 58 del Código Penal de la Rusia soviética que sería posteriormente utilizado durante aquel período represivo. Fue el mismo Lenin el que ya había establecido un régimen autocrático (diseñado a su propia medida) dentro del Partido Comunista.[29]​ Al respecto, cuando se le preguntó a Viacheslav Mólotov, cuál de los dos líderes era más severo, respondió “Lenin, por supuesto... Recuerdo cómo regañaba a Stalin por su suavidad y liberalismo”.[29]El libro negro del comunismo también ataca esta idea del “Stalin malo contra el Lenin bueno”.[30]​ No obstante, es cierto que los posteriores graves excesos represivos (como la Gran Purga de 1936-1938) del régimen de Stalin contribuyeron en cierta medida a limpiar en parte la figura del propio Lenin.

La falsificación de la historia como base para la represión política

Las narraciones históricas deliberadamente falsas eran con frecuencia usadas en conjunción con medidas represivas y a veces utilizadas usadas como pretendido fundamento de teorías jurídicas emanadas de las cortes y organismos de seguridad de la URSS. Por ejemplo, una de las supuestas razones de la eliminación sistemática de los ministros estonios anteriores a la ocupación soviética de 1940 era la idea que el legítimo gobierno de Estonia posterior al Imperio ruso había sido bolchevique, el cual había sido ilegalmente derrocado por reaccionarios con el apoyo de algunos ejércitos extranjeros.[31]​ Sobre esa base, cualquiera que hubiese estado trabajando en una oficina estatal o pública estonia antes de la ocupación soviética de 1940 podía verse sujeto a ser condenado por supuestas “actividades antisoviéticas”.

Credibilidad

No todas las áreas de la historiografía soviética se vieron afectadas por las “anteojeras ideológicas” del régimen soviético, las cuales a su vez solían variar con el paso del tiempo.[24]​ El grado de ideologización de las diferentes áreas de la historia también solía variar. La pero situación se daba naturalmente, respecto de los siglos XIX y XX. El primero correspondía al la época en que vivió Karl Marx, e incluyó el surgimiento de las primeras luchas obreras frente al ya para entonces consolidado capitalismo “burgués” en Europa Occidental. El XX corresponde al del surgimiento de la propia Unión Soviética. No obstante, a pesar de este por momentos extremo sesgo ideológico que incluía distorsiones y omisiones deliberadas, por otro lado la historiografía oficial de la URSS también ha producido un cuerpo (corpus) teórico importante en otras áreas, que aún continúa siendo utilizado en investigaciones actuales.[32]​ Por ejemplo, las obras relacionadas a la historia de Bizancio editadas y publicadas originalmente en la Unión Soviética, aún son estimadas y consideradas de calidad académica aceptable.[cita requerida]

Historiadores soviéticos

Mijaíl Pokrovski (o Pokrovsky, 1862-1932) se encontraba entre los historiadores soviéticos de mayor reputación durante los primeros años de la URSS y fue elegido miembro de la Academia Soviética de Ciencias en 1929. Él enfatizaba la teoría marxista, minimizando el rol del individuo en favor de la economía (y dentro de ella fundamentalmente la lucha de clases) como la principal fuerza del avance de la historia. Sin embargo, póstumamente Pokrovsky fue acusado de haber practicado un “sociologismo vulgar” por el régimen estalinista, y sus libros fueron prohibidos. Luego de la muerte de Iósif Stalin y a partir de la denuncia oficial de los grandes excesos cometidos por el fallecido dictador en 1956 (hecho que daría origen al denominado deshielo de Jrushchov)], los trabajos de Pokrovsky recuperaron un poco de su anterior influencia. No obstante, cuando Burdzhalov, entonces subdirector de la más importante publicación académica soviética de historia, publicó en la primavera de 1956 un gran artículo examinando el rol que habían tenido los principales actores bolcheviques durante las revoluciones de febrero y de octubre de 1917, fue relegado y desplazado hacia un puesto de importancia menor. Resulta que escrito en cuestión demostraba que Stalin había sido una aliado de Kamenev, quien por su parte había sido sumariamente ejecutado como un (supuesto) traidor en 1936, y que el mismísimo Lenin había sido un compañero cercano de Zinoviev; quien había corrido la misma suerte durante ese año.

Influencia de la historiografía soviética en la Rusia post-comunista

Un relativamente nuevo libro, publicado en Rusia durante 2006 y titulado “Historia moderna de Rusia: 1945-2006: Manual para maestros de Historia” ha recibido un significativo grado de atención, luego de haber sido públicamente apoyado por el ex presidente (y posterior primer ministro Vladímir Putin durante una conferencia para maestros de historia. En esa ocasión, Putin afirmó que “no podemos permitir que nadie nos imponga un sentimiento de culpabilidad sobre nosotros”.[cita requerida] y que el nuevo manual ayuda a presentar una más balanceada o equilibrada visión de la historia rusa que aquella promovida por Occidente.[cita requerida] El libro reconoce las represiones llevadas a cabo por Iósif Stalin y por otros líderes soviéticos, pero argumenta que “eran un mal necesario en respuesta a una Guerra Fría comenzada por los Estados Unidos contra la Unión Soviética”.[cita requerida] Por otro lado, la obra también cita una entonces reciente encuesta de opinión realizada en Rusia que le otorgó al fallecido dictador Iósif Stalin un índice de aprobación del orden del 47%, además de afirmar que la “La URSS no era una democracia, pero fue un ejemplo para millones de personas alrededor del mundo de la mejor y más justa sociedad”[cita requerida]

La tradicional revista especializada británica The Economist argumenta que el libero está inspirado en la anterior historiografía soviética en lo que respecta a su tratamiento de la pasada Guerra Fría, al afirmar que éste fue iniciada por los [unos hostiles o agresivos] Estados Unidos y que la Unión Soviética estaba actuando en [legítima] autodefensa, además de que la URSS no perdió ese enfrentamiento bipolar indirecto sino más bien que voluntariamente decidió ponerle fin. Según The Economist, un “rabioso antioccidentalismo es el leitmotiv de la ideología [del libro]”.[33]

En 2009 el presidente Dmitri Medvedev creó la denominada “Comisión de la Verdad Histórica” con el propósito de contrarrestar propaganda antirrusa. Oficialmente la misión de este organismo es “defender a Rusia contra los falsificadores de la historia y aquellos que niegan la contribución soviética a la victoria en la Segunda Guerra Mundial”.[34]

También, el partido Rusia Unida (el de Putin y Medvedev) ha propuesto un proyecto de ley que pretende imponer una pena de 3 a 5 años de prisión “para cualquiera en la antigua Unión Soviética condenado por haber rehabilitado el nazismo[35]

En la cultura popular occidental

El sistema soviético, con su práctica oficial historiográfica de pretender reescribir la historia de manera tendenciosa y omisiva, le sirvió de inspiración al escritor británico George Orwell para concebir el denominado Ministerio de la Verdad y otros conceptos semejantes en su clásica novela distópica 1984 (1948) y para otra de sus obras más conocidas, Rebelión en la granja (Animal farm, “Granja de animales”, 1945).[36][37]

Víktor Suvorov, en su obra [18]satirizó la historiografía soviética al afirmar que que podía ser utilizada para hacer ver a cada líder soviético como un traidor. Por ejemplo, Suvorov escribió que “Lenin era un enemigo”, porque posteriormente “las Cortes soviéticas [estalinistas], las cuales [supuestamente] eran las más democráticas y justas del mundo, probaron que todos sus amigos de. la vieja guardia bolchevique eran enemigo del pueblo”, por lo que valientes chekistas debían matarlos, ya fuese con balas o mediante el uso de algún que otro objeto improvisado (como el picahielos utilizado por el agente hispano-soviético Ramón Mercader para asesinar a León Trotsky en la ciudad de México en agosto de 1940). Además del propio e “innombrable” Trotsky (quien antes de su forzoso exilio interno y luego externo había llegado a ser el principal rival ideológico de Iósif Stalin), estos supuestos “antipopulares enemigos” eran Nikolái Bujarin, Aleksei Rykov y Karl Radek. Pero fue, Lenin quien llevó a esos supuestos “saboteadores” al poder, mencionó Suvorov. Finalmente Stalin también era un enemigo, como sucedería a partir de la difusión del Discurso secreto de Nikita Jrushchov, conocido más formalmente como “Sobre el culto a la personalidad y sus consecuencias”. Éste último fue pronunciado el 25 de febrero de 1956, durante la sesión de clausura del histórico XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Por supuesto, Iósif Stalin quien llevó a estos (supuestos) “saboteadores” al poder, dice Suvorov, y “Stalin mismo destruyó a miles de enemigos y espías de su entorno más cercano, pero no pudo exterminarlos a todos ellos”, por lo que “su más cercano amigo Lavrenty Beria y su infame banda sólo fue ejecutada luego de [la muerte de] Stalin”. Suvorov agrega que “Tristemente, Jrushchov, quien se liberó de Beria, [también] resultó ser un traidor, al igual que su sucesor Leonid Brézhnev, quien [a su vez] resultó ser responsable de una terrible corrupción”.

Bibliografía

  • Harvey Asher, The rise, fall, and resurrection of M. N. Pokrovsky (“El ascenso, caída y resurrección de M.N. Pokrovsky”), Russian Review, 1972, 31 (1), 49-63.
  • John Barber, Soviet historians in crisis, 1928-1932 (“Historiadores soviéticos en crisis, 1928-1932”).
  • C.E. Black, Rewriting Russian History. Soviet interpretations of Russia's past (“Reescribiendo la historia rusa. Interpretaciones soviéticas del pasado de Rusia”).
  • John Keep (ed.),Contemporary History in the Soviet mirror (“Historia contemporánea en el espejo soviético”), Praeger, Nueva York-Londres, 1964.
  • Roger D. Markwick, Rewriting History in Soviet Russia: The politics of revisionist historiography, 1956-1974. “Reescribiendo la historia en la Rusia soviética: La política de la historiografía revisionista”), Palgrave, Nueva York, 2001.
  • Anatole G. Mazour The writing of History in the Soviet Union (“La escritura de la Historia en la Unión Soviética”), Hoover Institution Press, Stanford (California), 1971.
  • Marin Pundeff, History in the USSR. Selected Readings ( “Historia en la URSS. Lecturas seleccionadas”).
  • Jane P. Shapiro, Soviet historiography and the Moscow trials: After thirty years (“La historiografía soviética y los juicios de Moscú: Después de treinta años”), Russian Review, 1968, 27 (1), 68-77.
  • Konstantin Shteppa, Konstantin F. Russian historians and the Soviet State (“Los historiadores rusos y el Estado soviético”).
  • Ito Takayuki (ed.), Facing up to the past: Soviet historiography under Perestroika (“Enfrentando el pasado: La historiografía soviética bajo la perestroika”), Universidad de Hokkaido, Sapporo, Japón, 1989.
  • Nancy Whittier Heer, Politics and history in the Soviet Union (“Política e historia en la Unión Soviética”).

Véase también

Referencias

  1. The Commissar vanishes (“El Comisario [del Pueblo] se desvanece” en The Newseum (“El Museo de Noticias”)
  2. Por lo tanto, no necesariamente se trata de la historia de la Unión Soviética tal cual efectivamente sucedió. Véanse las definiciones de historiografía para mayores detalles.
  3. Véase este artículo para obtener más detalles sobre la historiografía en general.
  4. V.I. Kuzishchina o Kuziščina (Кузищина), Высшая школа, (Vysshaya o Vysšaya shkola), Историография античной истории (transliterado como Istoriografiya antichnoi istorii), Moscú, 1980
  5. А.В.Аdо, Французская революция в советской историографии (Frantsuzkaya Revolyutsiya v Sovietskoy istoriografii)
  6. Yuri Afanasyev, Reclaiming Russian history (“Recuperando la historia rusa”). En particular véase el capítulo The phenomenon of Soviet historiography
  7. Sheila Fitzpatrick, The Russian Revolution, ISBN 0192802046, pág. 6]
  8. Sheila Fitzpatrick, The Russian Revolution, ISBN 0192802046, pág. 7.
  9. Lea Sellers, Soviet dissidents and the Western world (“Los disidentes soviéticos y el mundo occidental”), Fletcher Forum of world affairs, Tufts University, 1976.
  10. Let History Judge by Roy Medvedev; ISBN 0231063504
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