Usuario:Kordas/Período helenístico

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La época helenística (IV-I adC), exceptuando las figuras de Alejandro Magno y Cleopatra, es, relativamente, poco conocida. Está considerada como un período de transición sucedido entre su declive o decadencia y entre el estallido de la época clásica griega y la pujanza del Imperio Romano. Sin embargo, el esplendor de ciudades como: Alejandría, Antioquia, Pérgamo, la importancia de los cambios económicos, el mestizaje cultural, el papel dominante del idioma griego y su difusión, modificarán, profundamente, el antiguo Oriente Medio integrado, más tarde, en el Imperio Romano.

La època helenística ha sido definida por los historiadores del siglo XIX (el término helenístico se empleado por primera vez por el historiador Johann Gustav Droysen en Geschichte des Hellenismus (1836 y 1843) a partir de un criterio lingüístico y cultural, a saber: el cruce espectacular de las regiones en las que se hablaba el griego (ἑλληνίζειν / hellênizein) así como el fenómeno de la expansión del helenismo. Sin embargo, este fenómeno de helenización de los pueblos y de reencuentro entre las antiguas civilizaciones orientales y griegas, prosiguió y mantuvo bajo el Imperio Romano. Queda patente que los límites cronológicos del período de helenístico son, ante todo, políticos y comienza con las conquistas de Alejandro Magno, para terminar con el suicidio de la última y gran soberana helenística, la reina de Egipto, Cleopatra VII.

Los trabajos arqueológicos e históricos recientes conducen a la revalorización de este período y, en particular, dos aspectos característicos de la época, la existencia y el peso de los grandes reinos dirigidos por las dinastías de origen griego o macedónico (Lágidas, Seléucidas, Antigónidas, Atálidas, etc.) como, también, el cometido determinante de centenares de de ciudades cuya importancia, contrariamente a una idea rebatida durante mucho tiempo, están lejos de su declive.


La evolución política del mundo helenístico[editar]

La conquista de Alejandro[editar]

Rey de Macedonia a los 20 años y soberano de Grecia dos años más tarde, Alejandro Magno emprende, durante su breve reinado – apenas 13 años entre 336 a. C. y 323 a. C.-, la conquista más rápida y espectacular de la Antigüedad. Un reino, más bien pequeño, asociado a algunas ciudades griegas, se convirtió, de pronto, en el imperio más grande de la época: el Imperio Persa de Darío III. El soberano aqueménida fue derrotado en cuatro años (334-330) y en tres batallas: Batalla del Gránico, Batalla de Isso y Batalla de Gaugamela. Los tres años siguientes, hasta 327, se dedicaron a la lenta y difícil conquista de los sátrapas de Asia Central, además de asegurar, en 325 la dominación macedónica en el nordeste de la India. En ese momento, Alejandro, presionado por sus tropas agotadas, debe renunciar a proseguir con su epopeya y regresar a lo que se había convertido en el centro de su imperio, Mesopotamia.

A fin de asegurar su poder en todo el territorio, trató de asociar la clase dirigente del antiguo Imperio aqueménida a la estructura administrativa de su reino. Intentó crear una monarquía que asumiera, a la vez, la herencia macedónica y griega y, por otro, la herencia persa y, en términos generales, la asiática. La muerte inesperada del rey, a la edad de 33 años, puso fin a esta tentativa original, aunque criticada por el entorno macedónico del soberano.

El período de los diadocos (323-281 a. C.)[editar]

Alejandro Magno no dejó sucesores con capacidad de reinar y, sobre todo, para imponerse a los diadocos (nombre dado a los generales sucesores de Alejandro), oficiales en todas las batallas del soberano, que lucharán, entre ellos, durante 40 años. Las guerras en las que se sumergen Perdiccas, Ptolomeo, Casandro, Lisímaco, Antígono y Seleuco el Tuerto, por citar a los más importantes, hasta casi el 281 a. C., hicieron desaparecer a todos los parientes de Alejandro así como el Imperio. No faltaba mucho, sin embargo, para que Antígono, un viejo oficial vagamente emparentado con la dinastía macedónica, consiguiese reconstruir el imperio, pero una coalición de sus rivales le condujo a la Batalla de Ipsos en 301 a. C.

Grecia, Macedonia y Asia Menor, estaban profundamente agitadas por las incesantes batallas militares entre los diadocos, sin embargo, la parte oriental del imperio se emancipó de su tutela rápidamente con la creación de los reinos griegos de Bactriana. Poco les importaba, a estos generales, la parte del imperio que les correspondiera, lo esencial, para ellos, era gobernar. Así, Demetrio I Poliorcetes, hijo de Antígono dirigió, con su padre, la parte correspondiente de Asia después, tras la derrota y la muerte de Antígono, intentó apoderarse de Macedonia y, provisionalmente lo consiguió, antes de fracasar y terminar sus días miserablemente. El hijo mayor de Ptolomeo I, Ptolomeo Cerauno, fue expulsado de Egipto por su padre, y se refugió en casa de su cuñado Lisímaco, en Tracia, se apoderó de su reino y, después, de Macedonia, antes de asesinar a Seleuco que se enfrentaba a él. El Medio Oriente estaba, por consiguiente, dominado por las ambiciones de estos generales que, con presteza, se coronaban reyes, y por sus tropas constituídas, generalmente, por mercenarios griegos y macedonios.

El soberano más lúcido era Ptolomeo I, uno de los compañeros de infancia de Alejandro, del que, algunos autores aventuran que era un hijo adulterino de Filipo II. Se apoderó en seguida de Egipto y se apresuró a crear un Estado duradero, renunciando a las ambiciones imperiales que consideraba poco realistas. Sin duda fue uno de los sepultureros de la idea imperial, pero se convirtió, sin embargo, en uno de los fundadores del mundo helenístico.

El equilibrio del siglo III[editar]

En el siglo III a. C., un precario equilibrio se estableció entre las tres dinastías procedentes de los diadocos. Macedonia fue gobernada por los descendientes de Antígono (Antigónidas), Egipto, por los Lágidas, y el imperio más vasto pero menos homogéneo (Asia Menor, Siria, Mesopotamia), por los Seléucidas. Pero la división del mundo helenístico resultaba muy forzada. Al lado de las tres monarquías principales, coexistían reinos más pequeños que no por ello dejaban de desempeñar un cometido primordial. Por ejemplo el reino de los Atálidas, alrededor de Pérgamo, los reinos de Pont de Bitínia, o el que fundó Hierón en Siracusa, en Magna Grecia.

La intervención romana y la desaparición política del mundo helenístico[editar]

A últimos del siglo III a. C., la Magna Grecia –es decir, Italia del sur y de Sicilia- cayerón bajo la dominación romana tras un siglo de enfrentamientos, ya fueran con Pirro de Epiro o en el ámbito de las Guerras Púnicas. Pero es a principios del siglo II a. C., cuando Roma interviene, realmente, en Oriente. En principio dominó, militarmente, a los Antigónidas, sobre todo a Antíoco, el último y más importante personaje político de los soberanos helenísticos antes de Mithridate y Cleopatra. Después, durante un lento y complejo proceso de desgaste que se extendió durante casi dos siglos, con la complicidad de ciudades y del reino de Pérgamo, Roma aseguró el completo dominio del Mediterráneo oriental. El acto final de esta conquista fue la lucha que enfrentó a Octavio y Marco Antonio, aliado de la última soberana de Egipto, Cleopatra VII, y la derrota, tras el suicidio de Cleopatra, en 30 a. C.

No obstante, esta penetración romana en el Oriente helenístico no se produjo sin resistencia y se precisaron no menos de tres guerras de los Romanos para abatir al rey de Pont, Mithridate VI en el siglo I a. C. Pompeyo suprimió en 63 a. C. el reino seléucida y reorganizó Oriente según el orden romano. El mundo helenístico se convirtió, entonces, en el campo de enfrentamiento de las ambiciones de los diversos generales de la República romana (batalla de Farsalia, batalla de Filipos, batalla de Actium) hasta la batalla final de Octavio.

Paralelamente, la influencia política de los seléucidas se desvaneció bruscamente en Asia Central, en Persia y, por último en Mesopotamia, tras el reinado de Antíoco III (223-187 a. C.) Éste último poseía, todavía, los medios para dirigir una expedición hasta los límites de la India. Durante el reinado de su hijo, los Seléucidas no consiguieron dominar la insurrección de los Macabeos en Judea. La irrupción de los partos aceleró esta descomposición política y, a principios del siglo I a. C., los soberanos seléucidas ya sólo gobernaron en Siria.

Los cuadros políticos permanentes: reinos y ciudades[editar]

El reino helenístico, una monarquía absoluta[editar]

La monarquía helenística era personal. Lo que significa que es soberano del reino aquél que, por su mérito individual, sus acciones, generalmente militares y su conducta, podçia aspirar al título de basileus (rey). En consecuencia, la victoria militar era, la mayoría de las veces, el acto que legitimaba el acceso al trono, permitiendo reinar sobre una provincia o un estado. Los Seléucidas utilizaron la toma de Babilonia por Seleuco I, en 312 para legitimar su presencia en Mesopotamia, o su victoria de 281, venciendo a Lisímaco, para justificar sus reivindicaciones sobre la región de los estrechos y sobre Tracia. Los reyes de Bitínia sacaron, asimismo, provecho de la pseudos-victoria en 277 de su ancestro Nicomedes I (que, en realidad, cedió sus territorios y se alió con ellos) sobre los Galatos para afirmar sus pretensiones territoriales.

Esta monarquía personal no tenía reglas de sucesión precisas ( por lo cual se suscitaban querellas incesantes y numerosos asesinatos entre los muchos herederos), ni leyes fundamentales, ni textos que determinaran los poderes del soberano. Todo procedía del rey y, en particular, las leyes. Este carácter absoluto y personal era, a la vez, la fuerza y la debilidad de estas monarquías helenísticas en función de las características y la personalidad del soberano. Por tanto, era necesario que, alrededor de Macedonia, donde la monarquía era una institución antigua, crear ideologías que justificaran la dominación de las dinastías de origen macedonio y de cultura griega sobre los pueblos totalmente ignorantes de esta civilización. Los Lágidas pasaron, de este modo, a ser faraones ante los egipcios y tenían derecho a aliarse con el clero autóctono dando espléndidas donaciones a los templos.

Pero estos soberanos gobernaban, también, los pueblos de origen griego y macedónico ante los que tenían que mostrar la imagen de un rey justiciero, asegurando la paz y el bienestar del pueblo. Era la noción de evergete (bienhechor) lo que hacía del monarca helenístico el benefactor de sus vasallos. La consecuencia, ya iniciada por Alejandro Magno fue la divinización de un gran número de soberanos, los honores que les eran rendidos por sus vasallos, o por las ciudades autónomas o independientes a los que ellos habían prestado servicio. Esto permitió reforzar la cohesión del reino en torno a la dinastía.

La fragilidad del poder de los soberanos helenísticos les obligaba a una incesante actividad. En primer lugar era necesario vencer, militarmente, a sus adversarios, este período se significaba por una serie de conflictos entre soberanos o contra los adversarios exteriores: Partos, Roma, etc. Los soberanos se veían obligados a viajar constantemente a fin de instalar guarniciones, y construir ciudades para dividir en zonas sus Estados. Antíoco III fue, sin duda, el que más viajó entre Siria, Egipto, Mesopotamia, Persia, las fronteras de India y Asia Menor, Grecia, antes de morir cerca de la ciudad de Susa en 187 a. C. A fin de mantener sus armadas y financiar la construcción de las ciudades, fue indispensable que los soberanos elaboraran unas administraciones sólidas y, ante todo, fiscales. Los reinos helenísticos se convirtieron, principalmente, en gigantescas estructuras de explotación fiscal erigiéndose en herederos directos del Imperio Aqueménida. Este trabajo agotador, al que se unían las incesantes quejas y recriminaciones- porque el rey era también un rey justiciero, hicieron exclamar a Seleuco I: "Si las gentes supieran cuánto trabajo conlleva el escribir y leer todas las cartas, nadie querría ostentar una diadema, aunque se arrastrara por el suelo".
(Plutarco, Moralia "Si la política es el quehacer de los ancianos”", II)

Alrededor de estos soberanos gravitaba una corte en la que, el cometido de los favoritos se tornaba, rápidamente, preponderante. Por regla general, eran los Griegos y los Macedonios los que, casi siempre, ostentaban el título de amigos del rey (philoi). El deseo de Alejandro Magno de asociar las elites asiáticas al poder fue abandonado y esta dominación política greco-macedónica adquirió, en muchos aspectos, la apariencia de una dominación colonial. Para conseguir unos colaboradores fieles y eficaces, el rey tenía que enriquecerlos con donaciones y dominios pertenecientes al dominio real. Lo que no impidió que algunos favoritos mantuvieran una dudosa fidelidad y, en ocasiones, especialmente en el caso de una minoría real, ejercer, realmente, el poder, como el caso de Hermias, del que Antíoco III no pudo deshacerse fácilmente, o Sosibios en Egipto, al que, Polibio, achacó una reputación siniestra.

Estos reyes disponían de un poder absoluto, pero estaban sometidos a múltiples obligaciones, asegurar su entorno, vencer a sus enemigos, poner a prueba su naturaleza real por medio de su comportamiento, legitimar su función por la divinización de su persona. En la época clásica, el modelo de la monarquía, rechazada por los filósofos griegos, era asiático; en la época helenística, era griego.

¿La edad de oro de las ciudades?[editar]

De la comparación con el período clásico de Grecia, es frecuente deducir el declive de la ciudad durante el período helenístico. Sin embargo se debe matizar. Así, Esparta, Atenas y Tebas eran un caso aislado de ciudades imperialistas, pero la inmensa mayoría de las ciudades griegas en el siglo VIV a. C. debían integrase a ellas y someterse a su autoridad o a la de los reyes aqueménidas. Esta situación era idéntica en la època helenística salvo que el poder de las ciudades imperialistas ya no existía (Atenas), o había sido definitivamente eliminado como en Esparta en 222 a. C. Un determinado número de ciudades se convirtieron en poderosas federaciones, sobre todo Grecia, como la Liga achéenne o la Liga etoliana. Otras, conservaron, con éxito y durante un tiempo su independencia, como Rodas o Héraclée du Pont, en el Mar Negro. Muchas fueron la ciudades que mantuvieron conflictos entre los soberanos para preservar, provisionalmente, una independencia a la cual estaban fuertemente ligados.

En realidad, el número de ciudades aumentó considerablemente durante ese período. Los monarcas helenísticos fundaron decenas de villas en sus reinos, empezando por: Alejandría, Antioquia, Seléucia y Pérgamo. Los Seléucidas fundaron ciudades en la meseta iraní (Apamea, Laodicée), en Mesopotamia (Neápolis) y otros en Siria; los Lágidas en Chipre (Nea-Paphos, Arsínoe) y en Asia Menor. Se trataba de una ciudad griega refundada por un monarca, como la ciudad de Sición, que fue desplazada y fundada de nuevo por Demetrio I Poliorcetes, en Démetrias, también podía tratarse de una ciudad indígena transformada en villa griega –Damasco pasó a ser, por este sistema, Arsinoéia et Kélainai transformándose en Apamea de Phrygie. En realidad pocas ciudades fueron realmente fundadas ex nihilo, pero la mayoría ocuparon el lugar de un establecimiento indígena anterior o se instalaron en sus cercanías.

Esencialmente estas fundaciones se remontan a los principios de la época helenística, entre la conquista de Alejandro y la mitad del siglo III a. C., los más importantes constructores fueron los Seléucidas. El primer objetivo no era la helenización, que era más bien una consecuencia del fenómeno de la expansión urbana, pero era, no obstante, un objetivo militar y estratégico: instalar una guarnición con el fin de controlar un territorio o una ruta comercial. En Grecia se añade la voluntad de reunir pequeñas ciudades a fin de constituir una entidad más sólida. Hay, por último, una voluntad política de los soberanos helenísticos en la fundación de sus capitales: imponer con fuerza su arraigamiento en las tierras que gobernaban. Y aunque no era primordial, los objetivos económicos no estaban ausentes en la construcción de estas ciudades. Su fundación permitía la distribución de los soldados, o de los colonos pobres para explotar, así, una región en provecho de un monarca que percibía importantes tasas.

Algunas ciudades ya eran importantes desde su origen (Antioquia, Alejandría, Pérgamo, Seléucide, e incluso Aï Khanaoum, en Asia Central, pero muchas de ellas tenían su origen en simples fuertes militares y no se transformaron en ciudades hasta el siglo II a. C., como: Doura Europos, o Zeugma-Seléucide en Éufrates. Algunas fundaciones eran un fracaso y las ciudades se abandonaban, como Apamea de Ëufrates.

En estas ciudades, el modelo cívico adquirió una vitalidad verdaderamente firme. Los reyes no fundaron más que simples villas, más bien las poleis siguiendo el modelo griego clásico. Este modelo se extendió por las comunidades que se helenizaron, Asia Central y Fenicia. La vida cívica, conocida por una documentación más importante que por el período anterior, era rica. Parece ser que el régimen oligárquico iba perdiendo importancia y que la democracia, según los criterios de la época, era la norma más difundida en el mundo helenístico. Un consenso global se iba estableciendo, a veces interrumpido por las Guerras civiles, frecuentes en las comunidades frágiles e inestables, de modo que los notables condujeran la política de la ciudad, pero bajo el control soberano del resto de los ciudadanos. El apego a su ciudad, a su patria era, casi siempre, muy fuerte y los ejemplos de ciudadanos tomando las armas para defender su independencia amenazada, son numerosos.

Las relaciones complejas entre soberanos y ciudades[editar]

Las relaciones entre los soberanos helenísticos y las ciudades que dominaban, o intentaban dominar, eran muy complejas. En general, las ciudades griegas rechazaban el total sometimiento a la autoridad de los soberanos. Pero la realidad es más fluctuante y dependía de la relación de fuerzas que se impusiera. En términos generales, un soberano que se apoderaba de una ciudad tenía todo el derecho para someterla pero, frecuentemente, se llegaba a un acuerdo y la ciudad pasaba a ser una aliada (por obligación). De hecho, se producía una gama infinita de alianzas entre las ciudades sometidas, sobre las cuales el control real era limitado (presencia de tropas reales, de funcionarios reales, pagos de un tributo, etc.) que podían ser, a veces, cedidas como parte de un dominio real, y las ciudades subordinadas que eran nominalmente libres conservaban una gran autonomía Este caso era frecuente en las ciudades del mundo egeo, a menudo fundadas mucho antes de la creación de los reinos helenísticos.

Las relaciones entre dos entidades políticas estaban, frecuentemente, dominadas por un modelo político que se conocía como el cambio evergético: favores contra honores. Inspirándose en el modelo habitual entre las ciudades y los ciudadanos bienhechores, se convirtió en la norma para las relaciones entre las ciudades y los monarcas. El rey era presentado como un soberano poderoso, benevolente con la ciudad (ya fuera por sus donativos o por las exenciones de los impuestos), protector (contra un eventual ataque exterior) y garante de la prosperidad. A cambio, la ciudad, proclamaba su abnegación (lo que significaba, para el rey, el medio para asegurar su legitimidad), le aseguraba los honores para la erección de estatuas o, en todo caso, los honores cultos. El evergetismo era, por tanto, el principal marco ideológico de las relaciones políticas entre los soberanos y las ciudades. Asimismo era frecuente que el evergismo se manifestara hacia las ciudades que no pertenecían a la zona de influencia de los soberanos. De esta forma Rodas fue sostenida por el conjunto de los monarcas helenísticos tras el terrible terremoto de 227 a. C. Los atálidas financiaron numerosos monumentos en Atenas, como la famosa stoa d’Attale, reconstruida en el siglo XX por la Escuela arqueológica americana de Atenas.

En su conjunto, las ciudades fueron, raramente, las representantes, en primer plano, de éste período, pero mantuvieron, en el mundo helenístico –lo que es un factor suplementario de unidad- sus identidades, sus tradiciones y sus modelos de funcionamiento frente a los soberanos. Esta relativa unidad se explica por las interacciones y los cambios internos en el espacio helenístico.

Factores de unidad y de diversidad de la civilización helenística[editar]

Lo que sorprende a los historiadores contemporáneos es la extensión del espacio en el que se hablaba y comprendía el griego, y se adoptaran las costumbres griegas, asociadas a la división política del espacio helenístico, no supone mucho en la evolución cultural divergente según las regiones. Al contrario, la unidad de esta civilización no parece muy destacable. En cuestión se pone el problema de las relaciones entre civilización greco-macedónica y la preexistente. ¿Hay en ello una realización únicamente colonial, o verdaderos cambios e interacciones?

La helenización: lenguas, coexistencia de las culturas[editar]

La Koiné[editar]

La cuestión de las relaciones entre griegos o macedonios por un lado, y pueblos no griegos por otro, no se sitúa, exactamente, en Grecia o en el reino de Macedonia, dominado por los Antigónidas. Pero en Asia, en los territorios seléucidas, en Egipto, la gran mayoría de los habitantes estaba constituida por campesinos indígenas. Estos campesinos, en conjunto, eran libres pero bajo la sombra de las administraciones reales, en particular fiscales. En esto, los reinos helenísticos no se diferenciaban mucho de los imperios que les habían precedido en el antiguo Oriente Próximo, salvo en un punto: las dinastías reinantes son, a partir de ahora, extrañas por su origen, su modo de vida y, sobre todo, por su lengua.

Los dirigentes griegos se niegan a aprender las lenguas locales e imponen el griego como útil de comunicación en los dominios fiscales, administrativos, militares y políticos. Cleopatra, que hablaba varios idiomas, parece ser que fue una excepción con los lágidas. Mucho más revelador, en el proceso de helenización, fue el uso precoz del griego, en las elites egipcias de Asia Menor y judías (la koiné, el idioma griego común). Este fenómeno ya había sido observado a principios del siglo IV a. C., en Asia Menor antes, incluso, de que se produjera la conquista de Alejandro Magno. En los reinos periféricos del mundo helenístico (Capadocia, Pont, Commagéne), los soberanos trataban, con frecuencia, de probar su filelenismo comunicándose, en griego, con sus súbditos helenistas. Algunas lenguas anatolienses desaparecieron, o así consta en los documentos escritos. De esta forma el griego fue, progresivamente, el idioma utilizado en la comunicación política, administrativa, diplomática y cultural.

Llegó a mantenerse, incluso, durante algún tiempo, en aquellos lugares en los que la dominación política del mundo helenístico ya no era más que un recuerdo, como en el noroeste de la India, o de Asia Central. En Aï Khanoum, en Oxus (Amu Daria), en Bactriana, se encuentran los restos de una tesorería real y archivos redactados en griego. Otro ejemplo revelador, en Alejandría d’Arachoise (actual Kandahar) existió una población muy cosmopolita que desapareció, a finales del siglo IV a. C., bajo la dominación de la dinastía de los Mauryas, primeros unificadores de la India. El recuerdo más importante de esta dinastía Ashoka: hacer grabar sus edictos en el conjunto de su imperio. Muchos de ellos han sido encontrados en Alejandría d’Arachoise, en arameo pero, sobre todo, en griego, en los que un emperador expuso sus principios budistas.

Si la adaptación de los edictos de Ashoka se dirige a los griegos que vivían en su reino, otros textos traducidos en griego están destinados a los no griegos. Así sucede con la Torah (conocida también como la Biblia de los Setenta por estar atribuida a 70 traductores) que fue traducida del hebreo al griego hacia el siglo III a. C., iniciativa atribuida al rey Ptolomeo II que quería que los tribunales tuvieran un código en griego para impartir justicia a los judíos de sus Estados conforme a su Ley. El hecho de que el Torah fuera leído en griego en las sinagogas es un excelente índice de la penetración de este idioma entre los judíos de la diáspora.

En la época clásica, el idioma griego se fragmentó en numerosos dialectos a menudo adaptados a la identidad de una región (beocio, ionien, arcadien, etc.) pero, durante el período helenístico, el dialecto que se impuso en el Mediterráneo, en el Indo, fue el koiné derivado del ionien-attique. Los antiguos dialectos perduraron, no obstante, en Grecia en los documentos oficiales, pero el koiné fue el dialecto que se impuso en todas partes. En esta lengua están redactadas las obras de los autores, ya sean de origen griego o no, del período helenístico. El griego llamado "clásico" era, de hecho, una creación de la época helenística heredera ateniense de la época clásica.

¿Existió la mezcla de culturas?[editar]

Si la lengua griega se impuso ¿ocurrió lo mismo con el modelo de vida griego? Los grieos ¿no fueron permeables a ciertos aspectos de las culturas multiseculares de los países en los que gobernaron?

Hay una respuesta muy precisa para Egipto, cuya civilización fue tan prestigiosa incluso para los griegos. La cultura egipcia se extendía por toda la orilla mediterránea durante este período. El culto a Isis en el siglo I a. C., era patente en Fenicia, Asia Menor, Grecia, Cirenaica, Sicilia y Roma. En 70 d. C., llegaba hasta la Galia y Bética. Esta difusión de cultos orientales, en que era frecuente adaptar las divinidades orientales a las griegas (Serapis, por ejemplo, que es el dios Osiris de los egipcios) se efectuaba tanto por parte de los griegos originarios de Egipto, como por parte de los egipcios instalados en los alrededores de la cuenca mediterránea.

Por el contrario, no parece que los egipcios fueran sensibles a la usanza del modo de vida de los helenos. Las elites egipcias, principalmente sacerdotales, además del aprendizaje de la lengua tomaban, frecuentemente, un nombre griego y se imbuyeron de las prácticas griegas gubernamentales. Participaban, a veces, en los cultos griegos, por lo menos los soberanos. Pero el pueblo, en su conjunto, permaneció hermético ante la cultura y la religión helénica. Los Lágidas respetaban los privilegios de los templos y los cultos autóctonos, apareciendo, así, como unos soberanos que habían adoptado el modelo faraónico de la monarquía. De hecho, parece que los griegos que vivían en Egipto adoptaron determinados cultos egipcios, algunas prácticas funerarias. Los matrimonios mixtos no eran algo excepcional (salvo en la dinastía real) y muchos de ellos llevaban un doble nombre, egipcio y griego. Cabe citar, por ejemplo, un oficial de Edfou, en el siglo II a. C., conocido con el nombre de Apollonios en los textos griegos, y conocido, en los jeroglíficos, como Pashou. En un país en el que la identidad étnica era dificil de definir, y se encontraba, frecuentemente, determinada por el idioma, la doble cultura estaba bastante generalizada, especialmente entre las clases dirigentes. Los tribunales de derecho egipcio y de derecho griego cohabitaban, recurrir a uno u otro se hacía en función de la lengua en que estuviera redactado el contrato en litigio (comercial, matrimonial, etc,). De manera global, la identidad resultaba, sobre todo, de la forma en que un individuo se comportara, sus prácticas religiosas, políticas, culturales, y la manera en la que él fuera percibido: era griego aquél que estaba así considerado por los griegos. Los judíos de Egipto, que hablaban el griego, eran asimilados a los helenos.

En lo que concierne a Fenicia, Siria, Mesopotamia y Asia Central, nuestro conocimiento es muy somero. Si un determinado número de lenguas indígenas desaparecieron, en especial en los textos escritos, el arameo estuvo vigente. Por otra parte, los seléucidas, en su mayoría, respetaron las religiones locales ( si se exceptúa el episodio ocurrido entre Antíoco IV y los judíos de Palestina) y los conceptos políticos autóctonos (de la monarquía en Mesopotamia, por ejemplo) Es probable, como lo demuestra Aï Khanoum en Bactriana, que las ciudades mantuvieran una cultura mixta y que coexistieran algunos elementos griegos y orientales, especialmente en el caso religioso y arquitectónico. En Palestina, son conocidas las tensiones que provocó la helenización de una parte de la población y la reacción provocada en el siglo II a. C., bajo los Asmoneos.

Es en Siria, en Fenecia y Asia Menor donde la helenización tuvo más consistencia. El modelo de vida a la griega se expandió de forma muy rápida con el desarrollo de las ciudades. La vieja rivalidad comercial entre griegos y fenicios no había desparecido pero la hegemonía política y cultural helénica era tan patente que algunos fenicios enviaban a sus hijos, como efebos, a Atenas, y participaban en los concursos en la propia Grecia, lo que significaba que estaban considerados como griegos. Muchos fenicios de cultura griega o griegos instalados en Sidon, no hacían diferencias entre los parientes míticos de Sidón, Argos y Tebas. En Siria, la construcción de la gran metrópolis de los seléucidas, Antioquia, reforzó, considerablemente, la helenización de esta región, la cual fue el último bastión de la dinastía a principios del siglo I a. C.

En Asia Menor, el desarrollo de muchas ciudades, creadas en Carie y en Lycie en el siglo IV a. C., se desarrollaron en toda la parte occidental y meridional sin penetrar en el interior de la península Anatólica. Estas poblaciones no griegas pedían a sus soberanos, a menudo y de forma espontánea, la autorización para vivir en las ciudades. Ello supone, con el aprendizaje de la lengua, unos hábitos de costumbres políticas y de educación griegas (de aquí la edificación de numerosos gimnasios). Sin embargo, si las ciudades se llenaron de templos, ágoras y teatros, no significa que desaparecieran las tradiciones y cultos indígenas. En Fenicia eran la misma cosa. Es conocido el caso de un habitante de Sidón, llamado Diotimos (hijo de Dyonisos), vencedor en Grecia de los concursos de Argos, que ostentó el nombre de "juez", es decir sophet en la lengua fenicia

Resulta harto difícil generalizar sobre la realidad y la profundidad de la helenización y los cambios culturales. Las situaciones eran tan distintas como los reinos, las provincias e, incluso, los individuos. La gran diversidad de los recursos disponibles y su heterogeneidad, obliga a tener mucha prudencia cuando se habla de helenización y también de la aculturación de los pueblos dominados por la civilización greco-macedónica. La cultura griega permaneció tanto como la cultura dominante y, en este aspecto, durararía hasta bien entrada la conquista romana.

Circulación de las ideas y de los hombres[editar]

El período helenístico corresponde a un cruce de cambios humanos y comerciales en una escala, sin duda inigualable, en esta región del mundo.

Concierne, en primer lugar, a los soldados que se desplazaban por miles de quilómetros. A esta época corresponde, también, el gran aumento de los mercenarios. Así, los habitantes de Sagalassos, en Pisidie, proporcionaron, durante mucho tiempo, mercenarios reputados sobre todo a los lágidas. Los artistas también recorrían largas distancias, como los filósofos –Cléarque de Soles, por ejemplo, un alumno de Aristóteles, cuya presencia en Aí Kanoum está verificada y, quizá también en la India. Los cambios entre las ciudades, ya regulares durante la época clásica, fueron también numerosos. Los hijos de las familias nobles eran, frecuentemente, enviados a las grandes ciudades (Atenas, Delfos, etc,) para recibir clases de retórica, la cual era indispensable para empezar una carrera política o diplomática. Así, el personaje de Moschiôn, ciudadano de Priène, representó a su ciudad en un concurso organizado en las ciudades cercanas, después fue embajador de los seléucidas, en Egipto y, por último en Roma. Parece ser que llegó hasta Petra en Arabia. Carreras idénticas a ésta son numerosas y no eran excepcionales. Las embajadas motivadas, indudablemente, por consideraciones políticas, tenían también motivaciones económicas (obtener, por ejemplo, exenciones o rebajas de las tasas), religiosas y culturales (concursos).

Estos cambios concernían también a los médicos, artistas e, incluso, a los magistrados. En efecto, algunas ciudades preferían confiar sus procesos a los jueces de otras ciudades, más imparciales y menos sometidas a presiones. Éste hábito permitió, sin duda, un acercamiento de las prácticas jurídicas entre los ciudadanos. Cualesquiera que fueran los motivos para la presencia de un griego en otra ciudad diferente a la suya de origen, en caso de éxito, la ciudad de acogimiento honraba, por decreto, su presencia. Estos decretos eran, asimismo, transmitidos a la ciudad de origen por medio de una embajada, lo que estrechaba más las relaciones. A menudo, estas relaciones diplomáticas eran reforzadas por un parentesco mítico. Cada ciudad pretendía descender de un héroe mitológico, lo que era relativamente fácil (dada la complejidad de la mitología griega y la gran cantidad de leyendas y de tradiciones) el encontrar ancestros comunes. Así, cuando la modesta ciudad de Kyténion (Dórida), envió una embajada a la ciudad de Lycie, Xanthos, ésta se apresuró a demostrar un parentesco común (Apolo, que habría nacido en Xanthos por tanto era el ancestro mítico de los Kyténiens). Estas prácticas corrientes eran tomadas muy en serio en una època en la que el mito no se diferenciaba mucho de la Historia en la que era primordial demostrar que uno descendía de los héroes homéricos. El gesto de Alejandro Magno, que apenas llegado a Asia rinde homenaje a Aquiles y a Patroclo, es revelador de este espíritu; esto demostraba la existencia de una comunidad de prácticas y de valores. Las divisiones del mundo helenístico son, de este modo, paralelamente contrabalanceadas por esta circulación de hombres y de prácticas culturales y sociales.

Los cambios económicos[editar]

En el aspecto económico, el período helenístico se distinguió por la enorme extensión de la utilización de la moneda y, en particular, la moneda de plata. Los diadocos adoptaron la moneda de plata emitida por Alejandro Magno (una moneda de plata del mismo peso que las monedas atenienses) fue el patrón monetario del mundo helenístico. Cada soberano acuñó su propia moneda, pero todas tenían un peso idéntico y circulaban, con mucha facilidad, de un territorio al otro sin problemas de cambio. Esta apertura propició los cambios económicos entre los estados. Sin embargo, los lágidos y los atálidas del siglo II a. C. exigían, en su territorio, el uso exclusivo de su moneda. El cambio les suponía importantes beneficios porque su moneda se cambiaba por otra igual (una pieza de plata por una pieza de plata), porque aquélla tenía un peso inferior al patrón internacional de la época. Para los cambios cotidianos de poco valor, los Estados o las ciudades acuñaban una moneda de bronce cuyo uso era solamente local.

El comercio internacional experimentó algunas evoluciones importantes. Si bien los productos a cambiar no evolucionaron mucho (esclavos, trigo, vino, aceite), las distancias aumentaron considerablemente con la necesidad de abastecer a las comunidades griegas o helenísticas dispersas hasta las cercanías del Indo. Egipto importaba el vino de Chíos, Thasos o Gnido antes de desarrollar su propia viticultura. Era preciso transportar el aceite de oliva hasta Asia Central, que no lo producía (y era indispensable para la gimnasia).

Los centros del comercio helenístico se modificaron considerablemente. Alejandría era un enorme almacén para las producciones y la artesanía egipcia, así como la puerta de entrada para otros estados del mercado egipcio. Servía, pues, de intermediario entre Egipto y el mundo mediterráneo. Hasta el 168 a. C., Rodas fue el principal puerto del comercio egeo y un importante centro de redistribución de trigo. Totalmente independiente, políticamente hablando, Rodas no necesitaba defender con las armas la libertad del comercio y la circulación marítima. Tuvo que luchar contra la piratería y, en 220 a. C. desencadenó un conflicto con Bizancio. Para castigar a Rodas por su neutralidad en su conflicto contra Macedonia, Roma hizo, de Delos un puerto franco. Delos se convirtió, así, en el principal centro de redistribución del comercio egeo y en el principal mercado de esclavos de la región hasta su destrucción llevada a cabo por Mithridate en el 88 a. C. La Grecia continental, tras un breve renacimiento durante los años que siguieron a su conquista por Alejandro Magno, pasó por una grave crisis económica, con excepción del mundo egeo. Los diversos reinos helenísticos fabricaban por sí mismos los productos necesarios. Grecia tenía mucha necesidad de cereales, los precios no cesaban de subir tras una baja a principios del siglo III, y no exportaba más que vino y aceite cuyos precios permanecían estables, así como los productos de lujo que aseguraban el mantenimiento de la artesanía, en particular en Atenas y Corintia. Se produjo una depauperación creciente de la población (los salarios disminuyeron en Grecia durante todo ese período) acentuado por el desarrollo de la esclavitud a causa de las guerras incesantes. Para muchos hombres libres el encontrar trabajo les resultaba muy difícil y, como solución, estaba el mercenariado.

La realidad del comercio internacional es desconocida, faltan documentos en lo concierne al Golfo Pérsico, Mar Rojo o Asia Central. De la misma forma es imposible cuantificar la amplitud real y los volúmenes. Los historiadores contemporáneos tienen tendencia a quitar importancia al gran comercio internacional e insistir en la fragmentación de los mercados (Delos comerciaba, esencialmente, con el resto del mar Egeo y relativamente poco con el Oriente mediterráneo) y sobre la importancia del comercio regional. En resumen, es muy difícil averiguar la realidad de estos cambios. Se puede afirmar, no obstante, que éstos progresaron más que la mayor parte del resto, confinada a una escala local. En cambio, las prácticas comerciales idénticas (utilización de la moneda de plata, tipos de contratos comerciales, etc.) reforzaron en el mundo helenístico una identidad común.

El arte y las ciencias en la època helenística[editar]

Con frecuencia desdeñado en relación con la época clásica, el arte helenístico fue de una riqueza tal que ha llegado hasta nuestros días. La multiplicación de los reinos helenísticos y del mecenazgo correspondiente, permitió la difusión de las prácticas y las técnicas artísticas en los dominios de la arquitectura, a menudo, con unas proporciones semejantes al gigantismo, de la escultura e incluso en la pintura mural.

La innovación artística no fue, sin embargo, exclusiva de la Grecia continental: en Pérgamo nació el "barroco helenístico", caracterizado por la violencia de las expresiones y los movimientos representados; los grupos de Galos y el Gran Hotel de Pérgamo son su mejor ilustración.

Recientes descubrimientos arqueológicos han sacado a la luz a verdaderos maestros de pintura mural o de escultura (en madera, marfil o metal) en Vergina, en Macedonia, e incluso en Panagyuriste, Bulgaria.

En este período también se produce la desaparición de la pintura sobre vasos o jarrones y el desarrollo de las artes denominadas "menores": trabajos en metales, marfil, mosaicos, cristal, etc. Las figuritas de barro cocido se distancian del marco religioso para convertirse en autónomas, son la representación de la vida cotidiana de la època, pero también, con las "grotescas" de Esmirna o de Alejandría, se pone en cuestión la "belleza girega" clásica.

Las grandes ciudades se convirtieron, en este período, en los centros de las artes y de las ciencias. A partir del siglo IV, la mayoría de los artistas fueron griegos de las colonias de Asia. Se experimentó un gran avance en el mundo de las ciencias, medicina, astronomía y matemática.

La matemática, la astronomía y la medicina fueron disciplinas estudiadas y enseñadas por grandes sabios como Euclides, Apolonio, Eratóstenes, Arquímedes, etc.

En lo concerniente a la literatura, se siguieron los modelos clásicos. Son dignos de mención los nombres de Calímaco de Cirene y de su discípulo Apolonio de Rodas.

Respecto a las artes plásticas, el período helenístico alcanzó una grandiosidad y una madurez que no tuvo nada que envidiar al período anterior. Célebres monumentos, entre los que se encuentran dos de las llamadas por los romanos "Siete Maravillas del Mundo", se construyeron en esta época: el Faro de Alejandría y el Coloso de Rodas. Asimismo cabe mencionar otras importantísimas obras como el Templo de Apolo, cerca de Mileto y el Altar de Zeus en Pérgamo.

Hubo también muchos y buenos pintores entre los que se destacó Apeles, el pintor de Alejandro Magno.

En el período comprendido entre el siglo II a. C. y el I a. C., salieron a la luz las esculturas más famosas:

Sin olvidar las de otros siglos como:

El ámbito de las joyas tuvo su estilo propio aunque ligeramente influenciado por la etapa anterior. Se pusieron de moda los colgantes con formas de victorias aladas, palomas, ánforas y cupidos, utilizando para su elaboración las piedras de colores, sobre todo el granate. También se utilizaban otras gemas para hacer figuras en miniatura, como el topacio, ágata y amatista. El vidrio entró en los talleres de los artistas como sustituto de las piedras preciosas y con este material se confeccionaban toda clase de objetos, sobre todo camafeos.


Conclusión[editar]

La desaparición, en Egipto, del reino lágida en 30 a. C., con el suicidio de su última soberana Cleopatra, puso fin a la conquista de Roma del mundo mediterráneo, y cerró el período helenístico. Los romanos tuvieron la habilidad de recuperar y utilizar, para su provecho, la herencia helenística. El modelo de la ciudad continuó su progresión, aunque la independencia política no fuera posible, mientras que la lengua griega fue la lengua dominante en la parte oriental del imperio. La cultura griega impregnó las elites romanas hasta convertirse en una cultura común, procedente del mundo helenístico con aportaciones romanas, se impuso en el imperio. No sucedió lo mismo en los límites orientales del imperio romano. La conquista de Mesopotamia llevada a cabo por los Parthos en el siglo I a. C., y el desmoronamiento de los reinos griegos de Bactria pusieron fin a la dominación política, cultural y económica del mundo griego. Si la herencia helenística perdura en el arte, se debe al hecho de una cultura en la que los elementos asiáticos e indios vuelven a ser preponderantes.