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Plantilla:Ficha de gobernador Juan Manuel de Rosas (n. en Buenos Aires, 30 de marzo de 1793 - † Southampton, Hampshire, 14 de marzo de 1877) fue un militar y político argentino, gobernador de Buenos Aires.

En 1829, tras derrotar al general Juan Lavalle, accedió al gobierno de la provincia de Buenos Aires. Durante veinticuatro años procuró ejercer mando absoluto, y logró constituirse en el principal dirigente de la denominada Confederación Argentina (1835-1852).

Datos biográficos

Casa donde nació Rosas.

Conocido como Juan Manuel de Rosas, fue bautizado como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas y López de Osornio. Pertenecía al linaje de los Ortiz de Rozas, que tiene origen en el pueblo de Rozas, Valle de Soba, Cantabria, España, pero el mismo Juan Manuel, en su juventud y debido a un entredicho que tuvo con su madre, prefirió apellidarse "de Rosas". Ingresó a los 8 años de edad en el colegio privado que dirigía Francisco Javier Argerich, si bien desde joven demostró vocación por las actividades rurales. Interrumpió sus estudios para enrolarse en la compañía de niños del Regimiento de Migueletes, que participó en la defensa frente a las invasiones inglesas (1806-1807).

Más tarde, retirado al campo, se convirtió en un gran estanciero de la Pampa bonaerense, manteniéndose alejado de los sucesos revolucionarios de 1810. En 1813, pese a la oposición materna — que venció al hacer creer a su madre que la joven estaba embarazada — se casó con Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres hijos: Juan, María, muerta de niña, y Manuelita, nacida en 1817, que luego sería su compañera inseparable.

Al poco tiempo devolvió a sus padres los campos que administraba para formar sus propios emprendimientos ganaderos y comerciales. Fue administrador de los campos de sus primos , Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena, al segundo de los cuales siempre le tuvo un especial respeto y admiración, y quien ocuparía cargos importantes dentro de su gobierno. En sociedad con Luis Dorrego, hermano del coronel Manuel Dorrego, fundó un saladero; era el negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la única exportación de la joven nación. Acumuló una gran fortuna como ganadero y exportador de carne vacuna, distante de los acontecimientos emergentes que conducirían al virreinato del Río de la Plata a la emancipación del dominio español en 1816.

Por esos años conoció al doctor Manuel Vicente Maza, quien se convirtió en su patrocinador legal, en especial en una causa que sus propios padres habían entablado contra él. Más tarde sería un excelente consejero político.

En 1818, por presión de los abastecedores de carne de la capital, el director Juan Martín de Pueyrredón tomó una serie de medidas en contra de los saladeros. Rápidamente, Rosas cambió de rubro: se dedicó a la producción agropecuaria en sociedad con Dorrego y los Anchorena, que también le encargaron la dirección de su estancia "Camarones", al sur del río Salado.

Al año siguiente compró la estancia "Los Cerrillos", en San Miguel del Monte. En su estancia en la Laguna de Monte organizó una compañía (aumentada al poco tiempo a regimiento) de caballería, los "Colorados del Monte", para combatir a los indígenas de la zona pampeana. Fue nombrado su comandante, y alcanzó el grado de teniente coronel.

Por esos años escribió sus famosas "Instrucciones a los mayordomos de estancias", en la que detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los administradores, capataces y peones. Allí demostraba su capacidad para administrar simultáneamente varias explotaciones, con métodos muy efectivos, en un anticipo de su futura capacidad para administrar el estado provincial.

Hasta 1820 se dedicó a sus actividades privadas. Desde ese año hasta la batalla de Caseros, en 1852, consagraría su vida a la actividad política, liderando —ya en el gobierno o fuera de él— la provincia de Buenos Aires, que contaba no sólo con el territorio productivo más rico de la naciente Argentina, sino con la metrópolis más importante (la ciudad de Buenos Aires) y el puerto que concentraba el comercio exterior de las restantes provincias, así como el control de la aduana. En relación a estos recursos se desarrollaron gran parte de los conflictos institucionales y las guerras civiles del siglo XIX en la Argentina, controlados hasta la caída de Rosas por la provincia de Buenos Aires.

Luego de la batalla de Caseros, Rosas se exilió en Gran Bretaña, en una granja en las cercanías de la ciudad de Southampton. Murió en el exilio el 14 de marzo de 1877, acompañado por su hija Manuelita. Sus restos fueron repatriados a la Argentina el 1 de octubre de 1989 y reposan actualmente en el panteón familiar del Cementerio de la Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires.

Inicios de su participación política

En 1820 concluyó la etapa del Directorio con la renuncia de José Rondeau a consecuencia de la Batalla de Cepeda. Fue en esa época que Rosas comenzó a involucrarse en la política, al contribuir a rechazar la invasión del caudillo Estanislao López al frente de sus “Colorados del Monte”. Participó en la victoria de Dorrego en Pavón, pero junto a su amigo Martín Rodríguez se negó a continuar la invasión hacia Santa Fe, donde Dorrego fue derrotado completamente en la Batalla de Gamonal.

Con apoyo de Rosas y otros estancieros, fue electo gobernador su colega Martín Rodríguez. El 1ro de octubre estalló una revolución, dirigida por el coronel Manuel Pagola, que ocupó el centro de la ciudad. Rosas se puso a disposición de Rodríguez, y el día 5 inició el ataque, derrotando completamente a los rebeldes. Los cronistas de esos días recordaron la disciplina que reinaba entre los gauchos de Rosas,[1]​ que fue ascendido al grado de coronel. Con Rodríguez, el grupo de los estancieros empezó a tener un papel público.

También fue parte de las negociaciones que concluyeron con el Tratado de Benegas, que ponía fin al conflicto entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Fue el responsable del cumplimiento de una de las cláusulas secretas del mismo: entregar al gobernador Estanislao López 30.000 cabezas de ganado como reparación de los daños causados por las tropas bonaerenses en su territorio. La cláusula era secreta, para no "manchar el honor" de Buenos Aires. Así se iniciaba la alianza permanente que tendría esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.

Los primeros años después de la disolución de los poderes nacionales fueron un período de paz y prosperidad en Buenos Aires, principalmente debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo provecho las rentas de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la provincia decidió no compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.[2]

Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido del virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el partido de La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del general.

También aprovechó la ley de enfiteusis promovida por el ministro Bernardino Rivadavia para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a los pequeños hacendados, esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos grandes terratenientes cerca de la mitad de la superficie de la provincia.

Los desórdenes del año 20 habían dejado desguarnecida la frontera sur, por lo que habían recrudecido los malones. Martín Rodríguez dirigió entonces tres campañas al desierto, usando una extraña mezcla de diálogos de paz y genocidio. En 1823 fundó las actuales ciudades de Azul y Tandil. En casi todas estas campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una expedición en que el agrimensor Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales de los pueblos del sur de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el coronel Juan Lavalle.

Durante la guerra del Brasil, el presidente Rivadavia lo nombró comandante de los ejércitos de campaña a fin de mantener pacificada la frontera con la población indígena de la región pampeana, cargo que volvió a ejercer después, durante el gobierno provincial del coronel Dorrego.

En 1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 1828, Rosas era un dirigente militar, representante de la aristocracia rural, socialmente conservadora. Estaba alineado a la corriente federalista, adversa a la influencia foránea y a las iniciativas de corte liberal preconizadas por la tendencia unitaria.

La revolución de diciembre

Terminada la guerra del Brasil, Dorrego fue obligado — por una intensa presión diplomática y financiera — a firmar la paz y la independencia de Uruguay, y la libre navegación de los ríos; lo que fue visto por los miembros del ejército en operaciones como una traición. En repuesta, la madrugada del 1ro de diciembre de 1828, el general unitario Juan Lavalle tomó el Fuerte de Buenos Aires y reunió a los unitarios en la iglesia de San Francisco, donde — a nombre del pueblo — eligieron gobernador a Lavalle, utilizando un concepto restrictivo del término "pueblo". Siguiendo la misma lógica, disolvió la legislatura.

Dorrego se retiró al interior de la provincia, y buscó la protección del comandante de campaña, Rosas. Éste lo ayudó a reunir un pequeño ejército, pero fueron atacados sorpresivamente en la batalla de Navarro, siendo derrotados.

Rosas aconsejó a Dorrego que huyera hacia Santa Fe, pero el gobernador se negó,[3]​ por lo que aquél lo abandonó, marchándose hacia la provincia de Santa Fe. Dorrego se refugió en Salto, en el regimiento del coronel Ángel Pacheco; pero, traicionado por dos oficiales de éste — Bernardino Escribano y Mariano Acha — fue enviado prisionero a Lavalle. Éste, influido por el deseo de venganza de los ideólogos unitarios, fusiló a Dorrego — y se hizo cargo de toda la responsabilidad. En su última carta, escrita a Estanislao López, Dorrego pedía que su muerte no fuera causa de derramamiento de sangre. Eso es exactamente lo que fue, y por muchos años.

A principios de enero de 1829, el general José María Paz, aliado de Lavalle, iniciaba la invasión de la provincia de Córdoba, donde derrocaría al gobernador Juan Bautista Bustos. De ese modo se generalizó la guerra civil en todo el país.

Lavalle envió ejércitos en todas direcciones, pero varios pequeños caudillos aliados de Rosas organizaron la resistencia. Los jefes unitarios recurrieron a toda clase de crímenes para aplastarla. No se ha difundido la memoria de estos hechos, pues ocurrieron en el campo y sus víctimas fueron gauchos y personas pertenecientes a clases sociales más humildes.[4]

El gobernador intruso envió al coronel Federico Rauch hacia el sur, y una de sus columnas, al mando del coronel Isidoro Suárez, derrotó y capturó al mayor Mesa, que fue enviado a Buenos Aires y ejecutado. Al frente del grueso de su ejército, Lavalle avanzó hasta ocupar Rosario. Pero, poco después, López dejó sin caballos a Lavalle, que se vio obligado a retroceder. López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta cerca de Buenos Aires, derrotándolo en la batalla de Puente de Márquez, librada el 26 de abril de 1829.

Mientras López regresaba a Santa Fe, Rosas sitió la ciudad de Buenos Aires. Allí crecía la oposición a Lavalle (a pesar de que los aliados de Dorrego habían sido expulsados), sobre todo por el crimen sobre el gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los críticos, lo que le llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue la capital del unitarismo.

Lavalle, desesperado, se lanzó a hacer algo insólito: se dirigió, completamente solo, al cuartel general de Rosas, la Estancia del Pino. Como éste no se encontraba, se acostó en su catre de campaña a esperarlo. Al día siguiente, 24 de junio, Lavalle y Rosas firmaron el Pacto de Cañuelas, que estipulaba que se llamaría a elecciones, en las que sólo se presentaría una lista de unidad de federales y unitarios, y que el candidato a gobernador sería Félix de Álzaga.

Lavalle presentó el tratado con un mensaje que incluía una inesperada opinión sobre su enemigo:

“Mi honor y mi corazón me imponen remover por mi parte todos los inconvenientes para una perfecta reconciliación...Y sobre todo ha llegado el caso de que veamos, tratemos y conozcamos de cerca de Juan Manuel de Rosas como a un verdadero patriota y amante del orden.”

Pero los unitarios presentaron la candidatura de Alvear, y al precio de treinta muertos ganaron las elecciones. Las relaciones quedaron rotas nuevamente, obligando a Lavalle a un nuevo tratado, el pacto de Barracas, del 24 de agosto. Pero, ahora más que antes, la fuerza estaba del lado de Rosas. A través de este pacto se nombró gobernador a Juan José Viamonte. Éste llamó a la legislatura derrocada por Lavalle, allanándole a Rosas el camino al poder.

Primer gobierno

Bandera usada en las provincias del Pacto Federal.

La Legislatura de Buenos Aires proclamó a Juan Manuel de Rosas como Gobernador de Buenos Aires el 8 de diciembre de 1829, honrándolo además con el título de "Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires" y en el mismo acto le otorgó "todas las facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la reunión de una nueva legislatura". No era algo excepcional: las facultades extraordinarias ya les habían sido conferidas a Sarratea y a Rodríguez en 1820, y a los gobernadores de muchas otras provincias en los últimos años; también Viamonte las había tenido.

El mismo día en que juró su cargo, declaró al diplomático uruguayo Santiago Vázquez:

“Creen que soy federal; no señor, no soy de partido alguno sino de la Patria... En fin, todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me hayan traído a este puesto.”

Lo primero que hizo Rosas fue realizar un extraordinario funeral, trayendo los restos de Dorrego a la capital; con eso se captó la voluntad de los seguidores del fallecido líder del partido federal, sumando automáticamente el apoyo del pueblo humilde de la capital al que ya tenía de la población rural.[5]

La guerra civil en el interior

Paz había ocupado Córdoba y había derrotado a Facundo Quiroga. Rosas envió una comisión a mediar entre Paz y Quiroga, pero éste fue derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo dar un recibimiento triunfal — como si hubiese sido el vencedor — aunque el caudillo consideraba que la guerra había terminado para él.

Paz aprovechó la victoria para invadir las provincias de los aliados de Quiroga, colocando en ellos gobiernos unitarios. Los bandos quedaban definidos: las cuatro provincias del litoral, federales; las nueve del interior, unitarias y unidas desde agosto de 1830 en una Liga Unitaria, cuyo "supremo jefe militar" era Paz.

A los pocos meses, en enero de 1831, Rosas y Estanislao López impulsaron el Pacto Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Éste, que sería uno de los "pactos preexistentes" mencionados en la Constitución de la Nación Argentina, tenía como objetivo poner un freno a la expansión del unitarismo encarnado en el general Paz. Corrientes se adheriría más tarde al Pacto, porque el diputado correntino Pedro Ferré intentó convencer a Rosas de nacionalizar los ingresos de la Aduana de Buenos Aires e imponer protecciones aduaneras a la industria local. En este punto, Rosas sería tan inflexible como sus antecesores unitarios: la fuente principal de la riqueza y del poder de Buenos Aires provenía de la aduana.

El caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, refugiado en Santa Fe, logró que López iniciara acciones contra Córdoba. Serían acciones guerrilleras, porque en ese tipo de acciones tenía ventaja sobre las disciplinadas tropas de Paz. A principios de 1831, el ejército porteño inició también las operaciones, al mando de Juan Ramón Balcarce; pero el ejército porteño nunca llegó a unirse al santafesino.

Cuando el coronel Ángel Pacheco derrotó a Juan Esteban Pedernera en la batalla de Fraile Muerto, Paz decidió hacerse cargo personalmente del frente Este.

Por su lado, Quiroga decidió volver a la lucha. Pidió fuerzas a Rosas, pero éste sólo le ofreció los presos de las cárceles. Quiroga instaló un campo de entrenamiento y, cuando se consideró listo, avanzó sobre el sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le entregó los pasados de Fraile Muerto: con ellos conquistó Cuyo y La Rioja en poco más de un mes.

La inesperada captura de Paz por un tiro de boleadoras de un soldado de López, el 10 de mayo, provocó un repentino cambio: Lamadrid se hizo cargo del ejército unitario, con el que se retiró hacia el norte y fue vencido por Quiroga en la batalla de La Ciudadela, el 4 de noviembre, junto a la ciudad de Tucumán. Así terminó la Liga del Interior.

La Constitución que no fue

En los meses siguientes, las provincias restantes se irían adhiriendo al Pacto Federal: Mendoza, provincia de Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja en 1831. Al año siguiente, Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca.

En cuanto terminó la guerra, los representantes de varias provincias anunciaron que, con la pacificación interior, había llegado la ocasión esperada para la organización constitucional del país. Pero Rosas argumentaba que primero se tenían que organizar las provincias y luego el país, ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del diputado correntino Manuel Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su representante de la convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros veinte años. Este hecho (muy criticado por la Historia Oficial) se debió tal vez al deseo de Rosas de evitar que sucediera lo qué sucedió en el país cuando finalmente fue sancionada la Constitución.

Por el momento, el país quedaba dividido en tres áreas de influencia: Cuyo y el noroeste, de Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y Buenos Aires, de Rosas. Por unos años, este triunvirato virtual gobernaría el país, aunque las relaciones entre ellos nunca fueron muy buenas.[6]

El gobierno de la provincia

El primer gobierno de Rosas fue un gobierno "de orden"; no fue una tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores harían extensivas a su primer gobierno algunas características del segundo. En este primer momento, se apoyó en algunos de los dirigentes del "Partido del Orden" de la década anterior, lo cual ha permitido que fuera acusado de ser el continuador del Partido Unitario,[6]​ aunque con el tiempo se distanciaría de ellos.

La administración de Rosas fue, también, un gobierno "progresista": se fundaron pueblos, se reformaron el Código de Comercio y el de Disciplina Militar, se reglamentó la autoridad de los jueces de paz de los pueblos del interior y se firmaron tratados de paz con los caciques, con lo que se obtuvo una cierta tranquilidad en la frontera.

Entre los hechos negativos, se produjo la invasión inglesa de las islas Malvinas, que desde hacía tiempo estaban en disputa entre Inglaterra y España, pero que desde hacía pocos años había empezado a ser poblada desde Buenos Aires. Según diversos historiadores, Rosas habría ofrecido a Inglaterra las islas Malvinas como pago, en concepto de una deuda que la Provincia de Buenos Aires tenía con aquel país. Inglaterra nunca contestó aquella carta, aunque, aparentemente no hizo caso omiso de la misma, y procedió a ocupar las islas.

No obstante, la supremacía lograda no estuvo asociada a un apoyo incondicional de toda la población. Rosas debió enfrentar, por el contrario, una dura resistencia durante el curso de su gobierno.

Interregno

A fines de 1832, la legislatura reeligió a Rosas. Se dijo durante muchos años que rechazó su reelección porque no se le concedían las facultades extraordinarias, lo que no es exacto: no se sentía capaz de gobernar —ni quería hacerlo— sin la unanimidad de la opinión pública en su favor. Esperaría que lo llamaran desesperadamente, mientras buscaba la forma de hacerse imprescindible.

En su lugar fue electo Juan Ramón Balcarce, importante militar de la época de la guerra de independencia y jefe de un grupo federal no totalmente rosista. Rosas terminó su gobierno el 18 de diciembre de 1832.

Campaña al desierto

La llanura pampeana bonaerense había estado sometida al dominio blanco apenas en una franja estrecha junto al Paraná y el Río de la Plata, por lo menos hasta la década de 1810. Desde entonces, la frontera se había adelantado hasta una línea que pasaba aproximadamente por las actuales ciudades de Balcarce, Tandil y Las Flores.

En cuanto bajó del gobierno, coordinó la campaña con los Mendoza, de San Luis y de Córdoba para hacer una batida general, que además sería acompañada por otra que realizara el general Manuel Bulnes en Chile. La comandancia general le fue ofrecida a Facundo Quiroga, pero éste no participó en ella. Concentró y adiestró la tropa en su estancia de Los Cerrillos, en Monte, y partieron de allí en marzo de 1833.

La columna oeste, al mando de José Félix Aldao, recorrió un territorio que había sido "limpiado" de indios recientemente, por lo que se limitó a llegar al río Colorado. La del centro venció al cacique ranquel Yanquetruz y regresó rápidamente. La que hizo la mayor parte de la campaña fue la del este, al mando del propio Rosas. Éste se estableció a orillas del río Colorado — cerca de la actual localidad de Pedro Luro — y envió cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron derrotar a los caciques más importantes. A continuación firmó tratados de paz con otros, secundarios hasta entonces, que se convirtieron en útiles aliados. Al año siguiente se sumaría el más importante de ellos, Calfucurá.

Durante los primeros años de su segundo gobierno, la política de Rosas para con los indios alternaría tratados de paz y donaciones con campañas de exterminio. Sólo después de la crisis que comenzó en 1839 la cambió por una política de paz permanente.

La campaña también incorporó científicos que reunieron información sobre la zona recorrida,[7]​ pero las regiones desérticas quedaron en manos de los indios. Se aseguró la tranquilidad para los campos y pueblos ya formados, y se logró un relativo avance en el sudoeste de la provincia, pero los adelantos de la frontera serían mucho menos espectaculares que los de la campaña de Roca en 1879.

Lo más importante que logró Rosas fue poner de su lado al ejército, a los estancieros y la opinión pública. Y el eterno agradecimiento de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, que se vieron libres de saqueos importantes por muchos años. Sin embargo, el único grupo de indios que no fue totalmente dominado, los Ranqueles, siguieron siendo la pesadilla de estas provincias.

El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus amigas con entregas anuales de ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente. A partir de este momento, las tribus cazadoras dependieron de las entregas de alimentos, y fueron considerados por los bonaerenses como costosos parásitos del erario público, olvidando que — desde el punto de vista de Rosas — los pagos eran un precio a pagar por el uso de territorios que ellos consideraban suyos.

Más tarde, el propio Rosas dirigiría la redacción de una Gramática de la lengua pampa.

En esta campaña se destacaron algunos oficiales que formarían la siguiente generación de militares porteños: Pedro Ramos, Ángel Pacheco, Domingo Sosa, Hilario Lagos, Mariano Maza, Jerónimo Costa, Pedro Castelli y Vicente González (el Carancho del Monte).

La revolución "de los Restauradores"

Mientras Rosas el estaba en su campamento del río Colorado, los desacuerdos internos del partido federal iban en aumento. Una de las fracciones era ideológicamente liberal, y deseaba la organización constitucional; en sus filas militaban el gobernador Balcarce y sus ministros Enrique Martínez y Félix Olazábal. Sus adversarios, leales a Rosas, los llamaban lomos negros, debido a que el reverso de la lista en la cual se postulaban era de color negro. En el partido de Rosas figuraban estancieros, militares y comerciantes minoristas.

El enfrentamiento se condujo principalmente en la prensa, dividida en dos bandos, que se atacaban escandalosamente; el gobierno decidió procesar a varios periódicos opositores y uno o dos oficialista. Entonces se puso en acción Encarnación Ezcurra, esposa y consejera de Rosas, que reunía diariamente a sus aliados en su casa, y organizaba las manifestaciones y agresiones contra los opositores.

Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos era llamado "El Restaurador de las Leyes". Encarnación hizo empapelar la ciudad con la noticia de que iba a ser enjuiciado el Restaurador, lo que la gente interpretó como un juicio al jefe del partido federal. Se produjo una gran manifestación, y sus participantes se reunieron en las afueras de la ciudad; en su ayuda vino el general Agustín Pinedo, que puso a sitio a la ciudad, provocando unos días más tarde la renuncia de Balcarce.

En su lugar fue nombrado nuevamente Viamonte, y en los días siguientes abundaron las agresiones de los partidarios de Rosas, organizados en la Sociedad Popular Restauradora, formada por las clases medias no educadas de la ciudad y parte de los oficiales de origen humilde. Su brazo armado era La Mazorca, un grupo de agitadores que también atacaban las casas de los opositores a Rosas y causaban desmanes. Por el momento, casi no hubo asesinatos.

Unos meses después llegaba Rosas de regreso a Buenos Aires, y Viamonte se vio obligado a renunciar. En su lugar fue electo Rosas, pero no aceptó porque no se le concedían las facultades extraordinarias. No se sentía capaz de gobernar — ni le interesaba hacerlo — bajo las limitaciones de un "estado de derecho". Fue electo gobernador su amigo Manuel Vicente Maza, presidente de la legislatura.

Segundo gobierno

Bandera militar argentina usada por los regimientos federales.

Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y Tucumán, Rosas logró que Maza enviara como mediador al general Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto fue emboscado y asesinado en Barranca Yaco (provincia de Córdoba) por Santos Pérez, un sicario vinculado a los hermanos Reynafé, que gobernaban Córdoba.

Esta muerte provocó la renuncia de Maza; el clima de inestabilidad y violencia obligó a la legislatura a llamar de regreso al gobierno a Rosas, que asumió el 13 de abril de 1835, y a otorgarle la condición que exigió: la "suma del poder público", esto es, la representación y ejercicio de los tres poderes del Estado, sin necesidad de rendir cuenta de su ejercicio. Por otro lado, todo este asunto le dio a Rosas la oportunidad única de no compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había repartido con Quiroga y López. Éste, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy debilitado; y moriría a mediados de 1838. Incluso los caudillos con poder propio cayeron en su órbita, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza.

La suma del poder público se le otorgó con el compromiso de:

  1. Conservar, defender y proteger la religión Católica Apostólica Romana.
  2. Sostener la causa nacional de la Federación.
  3. El ejercicio de la suma del poder público duraría "todo el tiempo que el Gobernador considere necesario".

No disolvió la legislatura ni los tribunales, por lo que era apenas una forma de poner más claro el carácter excepcional que tenía su mandato. La diferencia aparecería después, cuando Rosas hiciera uso de todo ese poder.

Una vez conseguidos estos nuevos poderes, impuso los criterios federales y formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la Confederación.

La Sala de Representantes nombró gobernador a Juan Manuel de Rosas por el quinquenio que comprende de 1835 a 1840. Antes de asumir semejante responsabilidad, el Restaurador exigió que se realizara un plebiscito, cuyo resultado fue 9.713 votos a favor y 7 en contra. Cabe destacar que por esos tiempos la provincia de Buenos Aires contaba con 60.000 habitantes, de los cuales no accedían al sufragio las mujeres ni los niños.

No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar. Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica, nunca hubo un gobierno más popular, y deseado, ni más bien sostenido por la opinión. Los unitarios que en nada habían tomado parte, lo recibían al menos con indiferencia, los federales lomos negros, con desdén, pero sin oposición; los ciudadanos pacíficos lo esperaban como una bendicion y un termino a las crueles oscilaciones de dos largos años; la campaña, en fin, como el simbolo de su poder y la humillacion de los cajetillas de la CIUDAD. [...]
"[...] Concibese como ha podido suceder que en una provincia de cuatrocientos mil habitantes, según lo asegura la Gaceta, sólo hubiese tres votos contrarios al gobierno? Seria acaso que los disidentes no votaron? Nada de eso! No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama a ir a dar su asentimiento, temerosos de que sus nombres fueran inscritos en algún negro registro; porque así se había insinuado.
El terror estaba ya en la atmósfera, y aunque el trueno no había estallado aun, todos veían la nube negra y torva que venia cubriendo el cielo." Domingo F. Sarmiento[8]

En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el legado por la pluma de Esteban Echeverría en El matadero, cuento precursor del realismo rioplatense que transcurre en la provincia de Buenos Aires durante los años 30'. Desde la óptica opositora, Echeverría describió las contiendas entre unitarios y federales, y las figuras del caudillo Juan Manuel de Rosas y sus seguidores, atribuyendo a estos últimos cualidades brutales y sanguinarias.

En cuanto asumió, ordenó la captura de Santos Pérez y los Reynafé, y tras un juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y ejecutados. El juicio le dio a Rosas una autoridad nacional en un ámbito inesperado: su provincia tenía un tribunal penal de autoridad nacional. Esa autoridad no era legal pero era real, y aportó cierta unidad a la administración nacional.

Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a todos los empleados públicos que no fueran federales "netos", y borró del escalafón militar a los oficiales sospechosos de opositores, incluyendo a los exiliados. A continuación hizo obligatorio el lema de "Federación o muerte", que sería gradualmente reemplazado por "¡Mueran los salvajes unitarios!", para encabezar todos los documentos públicos; e impuso a los empleados públicos y militares el uso del cintillo punzó, que pronto sería usado por todos.

Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas celestes, lo que tuvo un resultado inesperado: la bandera argentina era, hasta ese momento, de color azul y blanco. Los ejércitos de Rosas la empezaron a usar con un color azul oscuro, casi violeta; para diferenciarse, los unitarios la utilizaron de color celeste y blanco. Dado que - a la larga - triunfaron los unitarios, la bandera nacional tiene hoy un color mucho más suave que el que le había dado Manuel Belgrano.[9]

La Ley de Aduanas

El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, realizó un enérgico planteo reclamando medidas proteccionistas para los productos de origen local, cuya producción se deterioraba debido a la política de libre comercio de Buenos Aires.

El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en respuesta a ese planteo, que determinaba la prohibición de importar algunos productos y el establecimiento de aranceles para otros casos. En cambio mantenía bajos los impuestos de importación a las máquinas y los minerales que no se producían en el país. Con esta medida buscaba ganarse la buena voluntad de las provincias, sin ceder lo esencial, que eran las entradas de la Aduana. Estas medidas impulsaron notablemente el mercado interno y la producción del interior del país. Sin embargo, Buenos Aires continuó siendo la principal ciudad.

Se nacía de un impuesto básico de importación del 17% y se iba aumentando para proteger a los productos más vulnerables. Las importaciones vitales, como el acero, el latón, el carbón y las herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%.

El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado correctamente, era que disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del mercado interno compensó esa caída. De hecho, los impuestos por importación aumentaron significativamente. Más tarde, bajo el efecto de los bloqueos, se redujeron estas tasas de importación, pero nunca volvieron a ser tan bajas como en la época de Rivadavia, ni tanto como serían después de su caída.

Simultáneamente pretendió obligar a Paraguay a incorporarse a la Confederación Argentina ahogándola económicamente, para lo cual impuso una fuerte contribución al tabaco y los cigarros. Como temía que entraran de contrabando por Corrientes, esos impuestos alcanzaron también a los productos correntinos. La medida contra el Paraguay fracasó, pero tendría graves consecuencias respecto de Corrientes.

Su política económica fue decididamente conservadora: controló los gastos al máximo, y mantuvo un equilibrio fiscal precario sin emisiones de moneda ni endeudamiento. Tampoco pagó la deuda externa contraída en tiempos de Rivadavia, salvo en pequeñas sumas durante los pocos años en que el Río de la Plata no estuvo bloqueado. El papel moneda porteño mantuvo muy estable su valor y circuló por todo el país, reemplazando a la moneda metálica boliviana, con lo cual contribuyó a la unificación monetaria del país. El Banco Nacional fundado por Rivadavia estaba controlado por comerciantes ingleses y había provocado una grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel moneda, continuamente depreciado. En 1836, Rosas lo declaró desaparecido, y en su lugar fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires.[10]

Su administración era sumamente prolija, anotando y revisando puntillosamente los gastos e ingresos públicos, y publicándolos casi mensualmente. Incluso, cuando más tarde castigó a sus enemigos con embargos de sus bienes — no realizó confiscaciones, a diferencia de lo que hizo Lavalle antes que él, o Valentín Alsina y Pastor Obligado después — hizo que se les entregaran a los parientes de los así castigados recibos detallados de todo lo embargado.

La política exterior

En el norte, las ambiciones del dictador boliviano Andrés de Santa Cruz, que dominaba la recién fundada Confederación Perú-Boliviana y quiso invadir Jujuy y Salta con el apoyo de algunos emigrados unitarios, llevaron a una guerra entre esos países y Argentina. La guerra estuvo a cargo del "protector" Heredia, gobernador de Tucumán. Éste era el último de los caudillos federales que hizo alguna sombra a Rosas, pero el Restaurador logró disciplinarlo por medio de la financiación de esta guerra. A fines de 1838, con el asesinato de Heredia a manos de uno de sus oficiales, se paralizaron las operaciones y desapareció su último competidor federal; tal vez por eso mismo al año siguiente aparecieron enemigos internos decididamente no federales.

Las relaciones con Brasil fueron muy malas, pero nunca se llegó a la guerra, por lo menos hasta Caseros. Nunca hubo problemas con Chile, aunque en ese país se refugiaban muchos opositores, que llegaron a lanzar algunas expediciones desde allí contra las provincias argentinas. Con Paraguay, la política de Rosas se limitó a pretender reincorporarlo a la Argentina. Aunque nunca se iniciaron acciones directas en ese sentido, mantuvo el bloqueo de los ríos interiores, a fin de forzar al Paraguay a negociar su incorporación a la Confederación, cosa que no consiguió.

En Uruguay, el nuevo presidente Manuel Oribe se libró de la tutoría de su antecesor Fructuoso Rivera. Pero éste, con apoyo de unitarios de Montevideo (entre ellos Lavalle) y de los imperiales brasileños establecidos en Río Grande del Sur, formó el partido “colorado” (al que Oribe le opuso el partido "blanco") y se lanzó a la revolución iniciándose la llamada Guerra Grande. A mediados de 1838 comenzó el sitio de parte de los colorados al gobierno, resguardado tras los muros de Montevideo. Los colorados tuvieron desde el primer momento el apoyo de la flota francesa y el protectorado brasileño. Ante esto, Oribe renunció en octubre de 1838, dejando en claro que lo había obligado una flota extranjera y se retiró a Buenos Aires.

El bloqueo francés

Los peores problemas empezaron con Francia: la política exterior francesa había permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta que el rey Luis Felipe intentó recuperar para Francia su papel de gran potencia, obligando a varios países débiles a hacerle concesiones comerciales y, cuando era posible, reducirlos a protectorados o colonias. Ese fue el caso de Argelia, por sólo citar un ejemplo. Desde 1830, Francia buscaba aumentar su influencia en América Latina y, especialmente, lograr la expansión de su comercio exterior. Consciente del poder inglés, en 1838 el rey Luis Felipe exponía ante el parlamento que “solo con el apoyo de una poderosa marina podrían abrirse nuevos mercados a los productos franceses…”.

Al ver que la Argentina no estaba organizada constitucionalmente, pensaron que podían, al menos, obligarla a concesiones comerciales. En noviembre de 1837, el vicecónsul francés se presentó al ministro de relaciones exteriores, Felipe Arana, exigiéndole la liberación de dos presos de nacionalidad francesa, el grabador César Hipólito Bacle, acusado de espionaje a favor de Santa Cruz, y el contrabandista Lavié. También reclamaba un acuerdo similar al que tenía la Confederación Argentina con Inglaterra y la excepción del servicio militar para sus ciudadanos (que en ese momento eran dos).

Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, la armada francesa bloqueó los puertos de la provincia de Buenos Aires y Montevideo. Y lo extendió a las demás provincias litorales, para debilitar la alianza de Rosas con ellas, ofreciendo levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera con él.

También en octubre de 1838, la escuadra francesa atacó la isla Martín García, derrotando con sus cañones y su numerosa infantería a las fuerzas del coronel Jerónimo Costa y del comandante Juan Bautista Thorne. Conducidos a Buenos Aires, fueron puestos en libertad en honor a la valentía que habían mostrado.

El bloqueo afectó mucho la economía de la provincia, al cerrar las posibilidades de exportar. Eso dejó muy descontentos a los ganaderos y a los comerciantes, muchos de los cuales se pasaron silenciosamente a la oposición.

Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la eximición del servicio de armas para sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires retrasó la respuesta por más de dos años. Rosas no se oponía a reconocer a los residentes franceses en el Río de la Plata el derecho a un trato similar al que se daba a los ingleses, pero sólo estuvo dispuesto a reconocerlo cuando Francia envió un ministro plenipotenciario, con plenos poderes para la firma de un tratado. Eso significaba un trato de igual a igual, y un reconocimiento de la Confederación Argentina como un Estado soberano.

La generación del 37

En 1837 surgió un grupo de jóvenes, entre los que se contaban Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez y Vicente Fidel López, que se identificaban con la clase política que había protagonizado el proceso independentista hasta la organización unitaria de 1824, y adherían a las ideas del romanticismo europeo y la democracia liberal.

Este grupo logró cierta influencia a partir de dos instituciones: el Salón Literario (luego cerrado por orden de Rosas) y "La Joven Argentina", sociedad secreta fundada por Echeverría en 1838.

Intentaron ser una alternativa a federales y unitarios, propiciaron una organización nacional mixta, y sus ideas y acción tendrían gran influencia en el proceso constitucional posterior a la caída de Rosas. Por mucho tiempo, la “historia oficial” los consideró próceres civiles, pero posteriormente se les acusó de considerar todo lo europeo superior a lo americano o español, de querer trasplantar Europa a América sin considerar a los americanos, y de traicionar repetidamente a su propio país.

Se pronunciaron en contra de la política de Rosas respecto de Francia, y fueron perseguidos por la Mazorca — brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora — y, si bien ninguno fue asesinado, terminaron refugiados en Montevideo. Allí se confundieron con los opositores refugiados, los más antiguos de los cuales eran los unitarios, a los que se habían sumado los lomos negros de la época de Balcarce; formarían un grupo más o menos homogéneo, globalmente llamados "unitarios" por los partidarios de Rosas.

La guerra civil del 40

En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro de gobierno santafesino Domingo Cullen, con la misión de obtener un acercamiento entre Rosas y la flota francesa. Pero al parecer se extralimitó en sus órdenes, y negoció con el jefe de la flota el levantamiento de la misma para su provincia, a cambio de ayudar a Francia contra Rosas y suprimir la delegación que su provincia había hecho de las relaciones exteriores en la de Buenos Aires. Pero a mitad de la negociación murió el gobernador Estanislao López, por lo que Cullen huyó a Santa Fe. Allí se hizo elegir gobernador, pero Rosas y el entrerriano Pascual Echagüe lo desconocieron como tal, con la excusa de que era español. Fue depuesto y reemplazado por Juan Pablo López, hermano de su antecesor.

Cullen huyó a Santiago del Estero y se refugió en casa del gobernador Ibarra, desde donde logró organizar una invasión a la provincia de Córdoba por parte de los opositores al gobernador Manuel López. Éstos fueron derrotados, e Ibarra envió a Cullen preso a Buenos Aires. Al llegar al límite de la provincia de Buenos Aires, fue fusilado por el coronel Pedro Ramos en junio de 1839.

Cullen había enviado a su ministro Manuel Leiva a negociar con el gobernador correntino Genaro Berón de Astrada una alianza contra Rosas, que el correntino aceptó. Pero ante la caída de Cullen, buscó apoyo en el uruguayo Rivera, con quien firmó un tratado de alianza, que éste nunca cumplió. Y declaró la guerra contra Buenos Aires y Entre Ríos. El gobernador Echagüe invadió Corrientes y destrozó al ejército enemigo en la batalla de Pago Largo, donde Berón pagó la derrota con su vida.

En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió Uruguay, con apoyo de gran número de militares "blancos", dirigidos por Juan Antonio Lavalleja, Servando Gómez y Eugenio Garzón. Llegó hasta muy cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la batalla de Cagancha.

El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por lo que decidió financiar campañas militares contra Rosas, tanto pagando un fuerte subsidio al gobierno de Rivera, como a los unitarios organizados en la Comisión Argentina, dirigida por Valentín Alsina. Éstos buscaron un jefe militar prestigioso para dirigir la revolución, y la elección cayó en Lavalle, a quien Alberdi convenció de ponerse al frente de las tropas.

En la propia Buenos Aires se gestó un movimiento contra Rosas, cuyo mando militar cayó en al coronel Ramón Maza, hijo del presidente de la legislatura, Manuel Maza. Y en el sur de la provincia se organizó el grupo llamado de los Libres del Sur, cuyos miembros estaban alarmados por la caída de las exportaciones. Y contaban con Lavalle, que debía desembarcar en la bahía de Samborombón.

Pero todo salió mal: el grupo de Maza fue delatado, el ex amigo de Rosas fue asesinado y el propio jefe militar fusilado. Los Libres del Sur, descubiertos, se lanzaron a la insurrección, pero apenas dos semanas más tarde fueron derrotados por Prudencio Rosas, hermano del gobernador, en la batalla de Chascomús.

La derrota se debió a que Lavalle había cambiado de idea: al producirse el ataque de Echagüe a Uruguay, decidió aprovechar para invadir Entre Ríos. Como no consiguió apoyo alguno en esa provincia para su cruzada contra Rosas, se dirigió a Corrientes, donde el gobernador Ferré lo puso al mando de su ejército.

Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al fundador de la autonomía provincial, Mariano Vera, pero éste fue rápidamente derrotado y muerto.

La Coalición del Norte

Desde la muerte de Heredia, los unitarios del norte se habían ido organizando y empezaron a controlar los gobiernos de Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca.

Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado por él para la guerra contra Bolivia, y decidió mandar un emisario para quitárselo antes de que se pronunciaran contra él. La elección fue uno de los más serios y evidentes errores en toda la carrera del Restaurador: el general Gregorio Aráoz de La Madrid, líder unitario tucumano de la década anterior, que al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los rebeldes. Éstos se pronunciaron contra Rosas y formaron la Coalición del Norte, dirigida por el ministro tucumano Marco Avellaneda. Intentaron extender la alianza seduciendo a los gobernadores Tomás Brizuela, de La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero. Ambos eran federales, pero al primero lo convencieron dándole el mando militar supremo; Ibarra se negó.

A fines de 1840, Lamadrid invadió Córdoba, donde un grupo de liberales derrocó a Manuel López. Incluso intentaron revoluciones en San Luis y Mendoza, pero ambas fracasaron.

Campañas de Lavalle

Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos batallas indecisas. Se refugió en la costa sur de la provincia y se embarcó en la flota francesa, desembarcando en el norte de la provincia de Buenos Aires. Esquivó al general Pacheco y se dirigió hacia Buenos Aires, estableciéndose en Merlo, y allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.

Rosas organizó su cuartel general en los Santos Lugares — actualmente San Andrés, Partido de General San Martín — el mismo cuartel que más tarde se haría famoso por los prisioneros recluidos allí y por el fusilamiento de Camila O’Gorman). Le cerró el paso hacia la capital, mientras Pacheco lo rodeaba por el norte. Mientras tanto, el ejército de Lavalle se desarmaba por las deserciones, y la ciudad apoyó incondicionalmente a Rosas.

Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo criticaron mucho por esa decisión, pero realmente no podía hacer otra cosa.

La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la paz con Rosas y levantaran el bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval, ocupó Santa Fe, pero su ejército seguía disminuyendo. Por su parte, Rosas lanzó en su persecución a Pacheco, y poco después puso a Oribe al mando del ejército federal.

El Terror

Cuando se supo que Lavalle huía, estalló el terror general en la ciudad: decenas de personas fueron asesinadas, centenares de casas saqueadas y las calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los unitarios fueron perseguidos, y también los que fueran sospechados de serlo, por cualquier razón. Los símbolos de los unitarios, y hasta los objetos de colores identificados con los unitarios - celeste y verde - fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes, todo lo que pudiera colorearse fue pintado de color rojo.

Rosas no hizo nada para detener la masacre, y posiblemente no hubiera podido controlarla. Sólo a fines de ese año, cuando estuvo seguro de que iba a ser obedecido, anunció que a cualquiera que se lo descubriera violando una casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La violencia se detuvo ese mismo día.

El terror del año 40 fue la culminación del uso político de la violencia por parte de Rosas y su partido. Los historiadores clásicos extendieron la imagen de esas semanas de violencia a todo su gobierno, lo que es falso.[11]​ Hubo varios períodos en los que los opositores fueron perseguidos, pero los crímenes de todos los días sólo ocurrieron a fines de 1840. De hecho, Rosas usó más el terror como idea para presionar las conciencias que para eliminar personas.

En 1842, Rosas se autoproclamó Tirano ungido por Dios para salvar a la patria.[12][13]

La otra idea generalizada sobre Rosas es que sólo él y su partido fueron terroristas, cuando varios otros gobernadores utilizaron la violencia y el miedo como arma política.[14]

Final de la guerra civil

Lavalle se retiró hacia la provincia de Córdoba, pero al entrar en ella fue derrotado en la batalla de Quebracho Herrado, lo que lo obligó a retirarse a Tucumán. Allí se reunió y se separó nuevamente de Lamadrid, que marchó a invadir Cuyo. El jefe de su vanguardia, Mariano Acha (el que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle), venció a José Félix Aldao en la batalla de Angaco, pero fue rápidamente derrotado y ejecutado. Unas semanas más tarde, Lamadrid se hacía nombrar gobernador de Mendoza, munido de las facultades extraordinarias tan criticadas,[15]​ sólo para ser pronto derrotado en Rodeo del Medio. Los sobrevivientes emigraron a Chile.

Lavalle esperó a Oribe en Tucumán, y allí fue derrotado en la batalla de Famaillá, en septiembre de 1841. Su aliado Marco Avellaneda fue ejecutado, y el mismo Lavalle murió en un tiroteo casual en San Salvador de Jujuy. Sus restos fueron llevados a Potosí, donde también se refugiaron los últimos unitarios del norte.

Los antirrosistas, sin embargo, tuvieron un éxito inesperado en Corrientes, donde el general Paz destrozó el ejército de Echagüe en Caaguazú. Desde allí invadió Entre Ríos (simultáneamente con Rivera) y se hizo nombrar gobernador. Un conflicto con Ferré le obligó a huir, dejando sus fuerzas en manos de Rivera.

Por esa época hizo algunas campañas navales el futuro héroe nacional italiano Giuseppe Garibaldi, que en los ríos argentinos y uruguayos asoló las poblaciones y caseríos; y aunque el Almirante Brown resaltó la valentía del italiano,[16]​ consideró la actuación de sus subordinados pirática.[17]

En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó al bando contrario después de la derrota de la Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y lo derrotó fácilmente en abril de 1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de Entre Ríos, donde Oribe los derrotó en Arroyo Grande, en diciembre de 1842.

Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron ejecutados por orden de Oribe o de Rosas. Al menos, por el momento, la guerra civil había terminado en la Argentina.

La década final

Los historiadores argentinos suelen atribuir grandes cambios al período que siguió a la caída de Rosas, cuyo gobierno habría sido un largo período de estancamiento. Pero esa imagen deriva de posturas ideológicas, y no de un examen atento de los hechos.

La ley de aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se derogó y volvió a aplicar según las necesidades y los bloqueos. La combinación de ambos procesos llevó a un gran crecimiento económico en las provincias interiores, siendo el caso de Entre Ríos muy claro, pero no exclusivo.

Hubo una fuerte inmigración europea, aunque sus características fueron completamente distintas de las del período siguiente. Llegaron muchos inmigrantes de Irlanda, Galicia, el País Vasco e incluso de Inglaterra. Pero no se afincaron en colonias agrícolas, sino que debieron integrarse en una sociedad controlada por los criollos. Muchos irlandeses y vascos se dedicaron a la cría de ganado ovino, y en pocos años lograron convertirse en propietarios. La ganadería exclusivamente vacuna fue reemplazada por otra, dominada por las ovejas, y en la cual el principal renglón de las exportaciones fue, cada vez más, la lana. Eso llevó a aumentar la dependencia económica respecto de Inglaterra, principal compradora de lana del mundo.

La sociedad argentina quedó libre de toda disidencia. Quienes no se unieron al partido gobernante ni fueron muertos, simplemente emigraron. En el interior del país, la adhesión automática a Rosas fue impuesta por los ejércitos porteños o por los caudillos locales. Muchos de estos habían surgido como emanaciones de la voluntad de Rosas, como Nazario Benavídez en San Juan, Mariano Iturbe en Jujuy, Manuel Saravia en Salta, Pablo Lucero en San Luis.

Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de Urquiza en Entre Ríos, pero era un caso distinto: éste era el general más capaz del bando federal, sólo comparable a Pacheco. Después de Arroyo Grande, los triunfos más importantes los había obtenido él, con tropas entrerrianas y algunos refuerzos porteños. En segundo lugar, era un hombre muy rico, y aprovechó su situación de poder para enriquecerse aún más. Por último, por su posición militar, Rosas se vio obligado a hacer la vista gorda cuando el entrerriano permitía el contrabando desde y hacia Montevideo.

Política religiosa

Las relaciones con la Iglesia Católica fueron bastante complicadas: Rosas era un católico ferviente, pero siempre reclamó el patronato sobre la Iglesia en la Argentina.

Recibió a los jesuitas en 1836 y les devolvió algunos de sus bienes. Pero como éstos se declararan fieles al Papado en relación al patronato y se negaran a apoyar públicamente a Rosas en su iglesia, pocos años más tarde se enfrentaron al gobernador y hacia 1840 estaban enfrentados al Restaurador y terminaron exiliándose en Montevideo.

En todas las otras iglesias, los curas apoyaron públicamente a Rosas, celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en desagravio a sus fracasos; los santos llevaban insignias de color punzó y el retrato de Rosas figuraba entre los altares a los santos.

Rosas toleró al obispo Mariano Medrano, electo durante el gobierno de Viamonte, pero no habría aceptado ningún otro que no contara con su aprobación. Esto es, se consideraba continuador del patronato eclesiástico que habían tenido los reyes de España. En esto, como en varias otras cosas, Rosas no fue una ruptura, sino un continuador de la política de Rivadavia.

Uno de los hechos más famosos de su gobierno fue la aventura de amor de Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez, que se escaparon juntos para formar una familia. Azuzado por la prensa unitaria desde Montevideo y Chile,[18]​ por los propios federales, e incluso por el padre de la joven, el gobernador ordenó inesperadamente fusilarlos, lo que se cumplió en el campamento de Santos Lugares.

El sitio de Montevideo y una nueva rebelión correntina

Después de la victoria de Arroyo Grande, Oribe todavía tenía una cuenta que saldar: atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a Montevideo, a la que le puso sitio con el apoyo de varios regimientos argentinos. Apoyado por Francia, Gran Bretaña, y posteriormente Brasil, y defendido por refugiados argentinos y mercenarios europeos, Rivera logró que la ciudad resistiera hasta 1851. La flota porteña del Alte. Guillermo Brown estableció el bloqueo del puerto, lo que hubiera significado la inmediata caída de la ciudad pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro Purvis, logró alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía abierta para abastecer a la población.

Rivera fue expulsado de la ciudad, pero Oribe nunca logró capturarla.

Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires quedaron inmovilizadas en el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es conocido como la Guerra Grande.

Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 1843, bajo el mando de los hermanos Joaquín y Juan Madariaga, pero no lograron exportar su rebelión a las demás provincias.[19]

Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador entrerriano Justo José de Urquiza los venció en dos batallas, en Laguna Limpia y en Rincón de Vences. A fines de 1847, la Argentina quedó uniformemente alineada detrás de Rosas.

El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los ríos interiores a fin de reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por el que se comerciaba con el exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra había reclamado la libre navegación por los ríos Paraná y Uruguay para poder vender sus productos. En cierta medida, esto hubiera provocado la destrucción de la pequeña producción local, pero la única provincia beneficiada por esa política fue la de Buenos Aires, ya que se prohibía comerciar por los puertos fluviales.

Debido a esta disputa, el 18 de septiembre de 1845 las flotas inglesas y francesas bloquearon el puerto de Buenos Aires e impidieron que la flota porteña apoyara a Oribe en Montevideo. De hecho, la escuadra del almirante Guillermo Brown fue capturada por la flota británica.

La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando entrar en contacto con el gobierno rebelde de Corrientes y con Paraguay, cuyo nuevo presidente, Carlos Antonio López, pretendía abrir en algo el régimen cerrado heredado del Dr. Francia. Lograron vencer la fuerte defensa que hicieron las tropas de Rosas, dirigidas por su cuñado Lucio Norberto Mansilla en las batallas de Vuelta de Obligado y Quebracho. Pero esas batallas hicieron demasiado costoso el triunfo, por lo que no se volvió a intentar semejante aventura.

Al saber las noticias sobre la defensa de la soberanía argentina en el Plata, el general San Martín, que vivía en Francia, agregó a su testamento que legaba su sable corvo, la espada más preciada que tenía, la que había usado en Chacabuco y Maipú, al gobernador Rosas.

"El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla."[20]

Gran Bretaña levantó el bloqueo en 1847, aunque recién en 1849, con el tratado Arana-Southern, no se concluyó definitivamente este conflicto. Francia tardó un año más, hasta la firma del tratado Arana-Lepredour. Estos tratados reconocían la navegación del río Paraná como una navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado Oriental.

Véase también: Batalla de la Vuelta de Obligado

La caída

Después de la retirada de Francia y Gran Bretaña, Montevideo sólo dependía del Imperio del Brasil para sostenerse. Éste, que era garante de la independencia de Uruguay, había abusado de esa condición en provecho propio. Rosas consideró inevitable una guerra con Brasil, y pretendió aprovecharla para reconquistar las Misiones Orientales. Declaró la guerra al Imperio y nombró comandante de su ejército a Urquiza.

Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de lanzarse a esta nueva aventura sólo para eternizar la situación de guerra que éste usaba como excusa para no convocar una convención constituyente. En cierto sentido, ambos bandos tenían razón.

Los más inteligentes de sus opositores se convencieron de que no se podía vencer a Rosas sólo con los unitarios. El general Paz, por ejemplo, creía que alguno de sus caudillos subalternos era quien lo iba a derribar; y pensó en Urquiza.

Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de Rosas, aunque su estilo era distinto en varios aspectos. Pero a fines del año 1850, Rosas le ordenó que cortara el contrabando desde y hacia Montevideo, que había beneficiado enormemente a Entre Ríos en los años anteriores.[21]​ Afectado económicamente, ya que el paso obligado por la Aduana de Buenos Aires para comerciar con el exterior era un problema económico de magnitud para su provincia, Urquiza se preparó a enfrentar a Rosas.

Pero no pretendió derrotar a semejante enemigo a la manera de los unitarios, lanzándose a la aventura; tras varios meses de negociaciones, acordó una alianza secreta con Corrientes y con el Brasil. El gobierno imperial se comprometió a financiar sus campañas y transportar sus tropas en sus buques, además de entregar enormes sumas de dinero al propio Urquiza para su uso personal, podemos creer que destinado a fines políticos.

El 1º de mayo de 1851, lanzó su Pronunciamiento, por el que reasumió la conducción de las relaciones exteriores de su provincia, aceptando inesperadamente la renuncia que todos los años Rosas hacía de las mismas.[22]

Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino que primero atacó a Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar el gobierno a una alianza de los disidentes de su partido con los colorados de Montevideo. A continuación se apoderó del armamento argentino que formaba parte de las fuerzas de Oribe… y de sus soldados, que fueron incorporados al Ejército Grande de Urquiza como si fueran ganado.

Sólo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí a Echagüe y atacó a Rosas. Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército,[23]​ al frente del cual fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852.

Tras la derrota, Rosas abandonó el campo de batalla — acompañado sólo por un ayudante — y firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de Buenos Aires):

" Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido."

Muchos años más tarde, Urquiza declararía, en una correspondencia particular:

"Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores, he colocado en el poder."[24]

Exilio y muerte

Su tumba en el cementerio de la Recoleta.

Rosas se refugió en el consulado británico, la tarde del día siguiente, protegido por el cónsul británico Robert Gore, partió hacia Gran Bretaña en el buque de guerra británico Conflict. Se instaló en las afueras de Southampton.[25]​ Allí vivió en una granja obsequiada por el gobierno inglés, donde intentó reproducir algunas de las características de una estancia de la pampa. Recibió muy pocas visitas, pero escribió un buen número de cartas a quienes habían sido sus amigos. En general, trataban de su situación económica, de testimonios sobre su propia vida y algo sobre política actual.

Complicando aún más su propia imagen, ya bastante controvertida, escribió a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era separarse del resto del país y establecerse como una nación independiente.[26]​ Nunca aprendió a hablar inglés ni ningún otro idioma.[27]

Murió en su estancia de Southampton el 14 de marzo de 1877.

Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el gobierno prohibió hacer ningún funeral ni misa en favor de su alma, y organizó un responso por las víctimas de su "tiranía". Por otro lado, nunca hubo un funeral público por las víctimas de las dictaduras de Lavalle y Paz.

Después de Rosas

Después de la caída de Rosas, Urquiza se apresuró a reunir un Congreso Constituyente en Santa Fe, que sancionó la Constitución Argentina de 1853, del 1ro de mayo de ese año. Y al año siguiente asumió como el primer presidente de la Argentina. Pero la provincia de Buenos Aires, dominada por los unitarios (y muchos antiguos colaboradores de Rosas) se negó a participar en esa Constitución y se separó del país.

Este fracaso, y las largas guerras civiles que siguieron, por lo menos hasta 1880 (en las cuales participaron miembros del partido federal hasta 1873), justificaron el descreimiento de Rosas en la esperada acción pacificadora y modernizadora de la constitución que había combatido. Tampoco hubo un cambio significativo en el respeto de los derechos humanos, y hombres como Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, que se habían quejado amargamente de las persecuciones sufridas, persiguieron con extrema crueldad a sus opositores federales, a quienes negaron los derechos más elementales, ejecutando a muchos de ellos con la excusa de que no eran partidarios en armas, sino simples bandidos.

Algunos de los críticos más emblemáticos de Rosas y su gobierno habían sido políticos de ideología liberal como Juan Bautista Alberdi (aunque este luego cambiaría en parte su opinión), Mitre y Sarmiento. Éstos debieron emigrar hacia países como Uruguay y Chile en ese período. Tras la batalla de Caseros, todos ellos regresaron y el pensamiento de Alberdi y su obra Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, conjuntamente con el modelo estadounidense, y las constituciones anteriores fueron los puntos de partida de la nueva Carta Magna.

Sus restos recién fueron repatriados en el año 1989, y poco después se construyó su primer monumento en Buenos Aires. Algunos pueblos de la Argentina (e incluso una avenida de San Carlos de Bariloche) recuerdan al Restaurador, pero en la ciudad de Buenos Aires no existe ninguna calle con su nombre, ni tampoco hay pueblo alguno que lo lleve.[28]

Actualmente, el Estado Argentino manifiesta el reconocimiento a la figura de Rosas incluyendo su imagen en los billetes de 20 pesos de curso legal.

La imagen de la historia oficial

Los fundadores de la historiografía nacional fueron Sarmiento, Mitre, Vicente Fidel López, todos ellos opositores a Rosas. En sus definiciones presentaron a Rosas como una figura altamente repudiable.

Se lo consideró como un bárbaro, un atrasado. Más adelante se hizo hincapié en otras facetas, tales como la eliminación de toda forma de disenso y la presunta falsedad de su federalismo.

Muchos historiadores hacen hincapié en cosas tales como recordar que se llamaba Rozas y no Rosas, que habría poseído esclavos — lo cual es falso, que no importó la arquitectura europea ni se preocupó por tareas municipales en la ciudad de Buenos Aires.

En algunos textos se llegó a afirmar cosas más absurdas, como de arrojar los cadáveres de sus víctimas al pozo del que se sacaba el agua para los soldados de Santos Lugares. Se llegó a escribir que durante su primer gobierno no llovió jamás, y que cuando bajó del mismo, florecieron todos los árboles de la ciudad.[29]

El revisionismo

El caso de Rosas es realmente extremo, y hasta el día de hoy se sigue discutiendo sobre él. Tras largas décadas de uniformidad antirrosista, la aparición de la Historia de la Confederación Argentina, en que Adolfo Saldías rescató lo positivo de su figura, revolvió todo el ambiente historiográfico argentino. En la segunda y tercera década del siglo XX, la aparición del revisionismo histórico en Argentina rescató la figura del Restaurador, elevándolo al sitial de los mayores próceres de la historia.

En primer lugar, los revisionistas destacaron la acción de Rosas como la de un defensor de la soberanía nacional frente a las dos mayores potencias de su época. También destacaron su papel como organizador de la unión nacional previa a la sanción de la Constitución.

Muchos de estos revisionistas rescataron la figura de Rosas para defender la idea de un gobierno fuerte, autoritario, para su propia época. Entre ellos figuraron muchos personajes que adhirieron al movimiento peronista, aunque no todos veían a Perón como un gobernante fuerte.

Desde mediados del siglo XX apareció una nueva camada de historiadores, entre los que se destacaron Enrique Barba y Félix Luna, que atacaron el sistema de Rosas por haber eliminado toda forma de disenso, por antidemocrático. Y también haber hecho de su gobierno un sistema centrado en el culto a su persona.

La figura de Rosas se ha visto asociada con Yrigoyen y con Perón; primero por sus opositores, y luego, orgullosamente, por sus partidarios. Los partidarios del liberalismo económico atacan hasta el día de hoy la memoria de Rosas, mientras que rescatan su figura los partidarios de alguna manera de proteccionismo o de nacionalismo.

Hoy en día, los historiadores están tratando de llegar a un equilibrio en su análisis de la figura de Rosas, de su sistema político y de su época. Sin embargo, no cabe esperar que ese equilibrio sea alcanzado en los próximos años, ni que sea aceptado por todos.

Lo que debe quedar claro respecto de Rosas no es tanto lo que fue, sino lo que no fue: no fue lo que contaron durante un siglo y medio sus enemigos, no fue la suma de todos los males de la Argentina.

El hombre Rosas

El gobernador Rosas era un hombre disciplinado y que exigía disciplina. Con disciplina y autodisciplina había logrado hacerse rico y administrar un sistema complejo de estancias y saladeros, y así era como había logrado organizar a sus Colorados del Monte. Y aplicó ese sistema a su vida y su administración.

Por la mañana concedía audiencias, en las que administraba justicia y tomaba decisiones rápidas, casi como un señor feudal. Por la tarde se dedicaba a contestar la correspondencia y revisar las cuentas públicas, tarea que lo obligaba a concentrar su atención en cada papel producido por la administración pública, aún en los que trataban de minucias. Eso le exigía un esfuerzo enorme, que pagaría más tarde en forma de lentitud en las decisiones claves (como cuando se le viniera encima la batalla de Caseros).

Su relación con Encarnación fue muy estrecha: ella era una consejera política para él; cuando murió, en 1838, ordenó hacerle funerales dignos de un jefe de estado. Su hijo Juan se dedicó a administrar las estancias de su padre y casi no tuvo relaciones con éste. Su hija Manuelita heredó la posición pública de su madre, pero no era una consejera, sino sólo la cara amable, humana de la mansión de Rosas.

A partir de 1840, Rosas tomó como amante a una joven criada, Eugenia Castro, pero esa noticia no se hizo pública hasta después de su caída. Con ella tuvo ocho hijos, con los que compartió su escasa vida familiar en Palermo. Después de su caída quedaron en la pobreza y Rosas no se ocupó de ellos.

La quinta de Palermo era un gran terreno deshabitado, bajo y pantanoso que ocupaba la costa del río de la Plata en una zona que no tenía barrancas. Rosas la convirtió en un hermoso paseo lleno de naranjos y sauces, donde se hizo construir gran edificio pero de estilo híbrido entre criollo e italiano. Allí se mudó definitivamente en 1840 y allí atendía sus obligaciones públicas en primavera y verano. Sarmiento la haría demoler para hacer allí un parque público.

Rosas no tenía esclavos, a pesar de todo lo que escribieron sus opositores. De hecho, era uno de los pocos ricos de Buenos Aires que no tenía esclavos. Lo que sí tenía era bufones, unos locos deformes que usaba para divertirse y humillar a sus adversarios. Uno de ellos llevó el curioso nombre de Eusebio de la Santa Federación.


Predecesor:
Juan José Viamonte
Gobernador de Buenos Aires
1829 – 1832
Sucesor:
Juan Ramón González de Balcarce
Predecesor:
Manuel Vicente Maza
Gobernador de Buenos Aires, en ejercicio del Poder Ejecutivo Nacional
1835 – 1852
Sucesor:
Vicente López y Planes (como gobernador)
Justo José de Urquiza (en el PEN)

Notas

  1. Especialmente Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, op. cit.
  2. Rosas continuaría esa política sin dudarlo; era, antes que nada, porteño.
  3. Cuando Rosas le criticó su falta de previsión ante la revolución unitaria, Dorrego respondió: Señor don Juan Manuel: que usted me quiera dar lecciones de política, es tan avanzado como si yo me propusiera enseñar a usted cómo se gobierna una estancia.
  4. Fradkin, Raúl, ¡Fusilaron a Dorrego!, o cómo un alzamiento rural cambió el curso de la historia, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2008. ISBN 978-950-07-2946-8
  5. Di Meglio, Gabriel, ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política, entre la Revolución de Mayo y el rosismo, Ed. Prometeo, Bs. As., 2006. ISBN 987-574-103-5
  6. a b Barba, Enrique M., Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López. Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1986.
  7. Incluso recibió la visita del naturalista inglés Charles Darwin.
  8. Sarmiento, Domingo Faustino, Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga. Santiago de Chile, 1845. Pag. 311 Sexta edición. Cátedra Letras Hispánicas.
  9. José María Rosa, El revisionismo responde, Ed. Pampa y Cielo, Bs. As., 1964.
  10. Es sintomático que la historia mencione a Rivadavia como fundador del Banco, cuando Rosas lo disolvió y lo reemplazó por otro con una estructura y una distribución accionaria completamente distinta.
  11. Di Meglio, Gabriel, Mueran los salvajes unitarios. La Mazorca y la política en tiempos de Rosas, ed. Sudamericana, Bs. As., 2007. ; Carretero, Andrés M., La santa federación. Memorial de la Patria, tomo VIII, Ed. La Bastilla, Bs. As., 1984. ; Bilbao, Manuel Vindicación y Memorias de don Antonino Reyes, Ed. El Elefante Blanco, Bs. As., 1998.
  12. Biografía de Juan Manuel de Rosas en Biografiasyvidas.com
  13. Biografía de Rosas
  14. Rivadavia utilizó el terror para aplastar a sus enemigos en 1811 y en 1823; Alvear había gobernó como un tirano, y Alsina, Obligado y Mitre lo emplearían contra sus enemigos. Eso, solamente en Buenos Aires. En el interior, el terror desatado por Paz contra los gauchos costó la vida de 2.500 hombres, y las campañas de 1862 a 1868 de Mitre por Cuyo y el noroeste fueron verdaderas campañas de exterminio. La violencia y el terror no fueron monopolio de Rosas ni de los federales.
  15. No fue el único caso, ya que en cada crisis se le concedieron a casi todos los gobernadores, como Martín Rodríguez, Paz, Avellaneda y muchos otros. Lo que nadie había otorgado hasta entonces había sido la suma del poder público.
  16. Romano, Nando: Desafío a la orilla del Paraná
  17. El almirante Brown, textualmente: "La conducta de estos hombres, excelentísimo señor, ha sido bien de piratas, pues que han saqueado y destruido cuanta casa o criatura caía en su poder." Parte del combate naval de Punta Brava, publicado en La Gaceta Mercantil del 20 de septiembre de 1842. Citado en Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, reeditado parcialmente como Por qué se produjo el bloqueo anglofrancés, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1974, pág. 27.
  18. Un claro ejemplo fue una carta escrita por puño y letra de Sarmiento, el cual difamó públicamente la imagen de Rosas, aduciendo que "la tiranía de Rosas era cuplable de corromper la moral de la mujer argentina", inquiriéndole que "fusile a Camila O'Gorman, y a su prohibido amor, un sacerdote de nombre Ladislao Gutiérrez", por haber tenido una relación mal vista socialmente.
  19. Sólo Juan Pablo López logró recuperar Santa Fe por un mes, pero el nuevo gobernador Echagüe lo derrotó vergonzosamente.
  20. Cit. por Font Ezcurra, Correspondencia entre San Martín y Rosas. Buenos Aires: Plus Ultra, 1965. Rosas, a su vez, habría de legar su propio sable a Francisco Solano López en una disposición testamentaria del 17 de febrero de 1869, con estas palabras: "Su excelencia el generalísimo, Capitán General don José de San Martín, me honró con la siguiente manda: la espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia será entregada al general Rosas por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria. Y yo, Juan Manuel de Rosas, a su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a su Excelencia el señor Gran Mariscal, Presidente de la República Paraguaya y Generalísimo de sus ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible defender esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria".
  21. José María Rosa afirma que el verdadero beneficiario del contrabando era Urquiza, no su provincia, y que la mayor parte de ese contrabando era financiado por éste.
  22. Esta renuncia periódica de la representación de las provincias en el exterior estaba destinada a ratificar el poder del gobernador de Buenos Aires.
  23. Esto fue un terrible error: era un gran político y un buen estratega militar, pero como táctico en una batalla no era ni la sombra de Urquiza.
  24. J. J. de Urquiza, 3 de marzo de 1870, publicada a fs. 326, tomo 3, de la Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas, de Antonio Zinny, ed. 192º - cita de Raúl Rivanera Carlés, Rosas, pág. 13.
  25. Actualmente, el sitio se encuentra dentro de la ciudad de Southampton.
  26. Tal vez haya hecho sin querer un gran servicio a su país; los unitarios de Buenos Aires estaban dedicados a hacer exactamente lo contrario de lo que hubiera hecho Rosas, y no valoraron este consejo.
  27. Aunque recientemente ha circulado la versión de que habría escrito una novelita romántica en francés. El uso de este idioma, el tema casi feminista que trataba y el ambiente puramente europeo del texto parecen desmentir tajantemente la autenticidad del mismo.
  28. Para ver cómo se escribe la historia en la Argentina, basta saber que Carlos María de Alvear tiene varios pueblos que llevan su nombre, e incluso hay uno que se llama Manuel José García. Consulte el lector sus biografías y decida si éstos merecen más recuerdo que Rosas.
  29. Beruti, Juan Manuel, Memorias curiosas, Ed. Emecé, Bs. As., 2001.

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Véase también

Enlaces externos

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