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Epicuro
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Busto de Epicuro. Copia rom del siglo II de un original griego de la primera mitad del siglo III a. C. Museo Metropolitano de Arte de Nueva Yor.
Información personal
Nombre completo Epicuro de Samos
Nombre nativo Επίκουρος
Nacimiento 341 a. C.
Samos
Fallecimiento 270 a. C. (71 años)
Antigua Atenas
Causa de muerte Cálculo renal
Sepultura Atenas Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacionalidad Ateniense
Religión Religión de la Antigua Grecia Ver y modificar los datos en Wikidata
Familia
Padres Neocles
Querestrata
Educación
Alumno de Nausífanes
Información profesional
Ocupación Filósofo
Cargos ocupados Scholarch of the Epicurean school (desde 311 a. C., hasta 270 a. C.) Ver y modificar los datos en Wikidata
Alumnos Hermarco de Mitilene
Leontion
Movimiento Epicureismo

Epicuro (en griego: Επίκουρος, Epikouros, «aliado» o «camarada») (Samos, aproximadamente 341 a. C. - Atenas, 270 a. C.)[1]​, también conocido como Epicuro de Samos, fue un filósofo griego fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo). Los aspectos más destacados de su doctrina son el hedonismo racional y el atomismo.

Defendió una doctrina basada en la búsqueda del placer, la cual debería ser dirigida por la prudencia. Se manifestó en contra del destino, la necesidad y el recurrente sentido griego de fatalidad. La naturaleza, según Epicuro, está regida por el azar, entendiendo este como ausencia de causalidad. Solo así es posible la libertad, sin la cual el hedonismo no tiene motivo de ser. Manifestó que los mitos religiosos amargan la vida de los hombres. El fin de la vida humana es procurar el placer y evadir el dolor; siempre de una manera racional y evitando los excesos, pues estos provocan un sufrimiento posterior. Los placeres del espíritu son superiores a los del cuerpo, y ambos deben satisfacerse con inteligencia, procurando llegar a un estado de bienestar corporal y espiritual al que denominó ataraxia (ἀταραξία). Criticaba tanto el desenfreno como la renuncia a los placeres de la carne, y argüía que debería buscarse un término medio y que los goces carnales deberían satisfacerse, siempre y cuando no conllevaran un dolor en el futuro. La filosofía epicúrea afirma que la filosofía debe ser un instrumento al servicio de la vida de los hombres, y que el conocimiento por sí mismo no tiene ninguna utilidad si no se emplea en la búsqueda de la felicidad.

Aunque la mayor parte de su obra se ha perdido, conocemos bien sus enseñanzas a través de la obra De rerum natura, del poeta latino Lucrecio (un homenaje a Epicuro y una exposición amplia de sus ideas), así como a través de algunas cartas recogidas por Diógenes Laercio y fragmentos rescatados.

Biografía

Familia

Epicuro, el segundo de los cuatro hijos de una familia pobre, nació en el año 341 a. C. en una de las islas Espóradas griegas, Samos, lugar en el que los atenienses habían establecido una cleruquía y en el que su padre, Neocles, un maestro de escuela a quien probablemente Epicuro ayudaba, se había asentado como colono gracias a una ayuda estatal.[2]​ Epicuro heredó la ciudadanía ateniense de su padre, pese a haber nacido en Samos.[3]​ Su madre, Querestrata,[4]​ era adivina.

Formación

Epicuro tuvo ya desde joven un gran espíritu crítico y un gran deseo de conocimientos, y es probable que, al no querer aceptar exclusivamente las enseñanzas tradicionales de las escuelas, se dedicara a leer a distintos filósofos.[5]​ Así, comenzó a estudiar filosofía a edad temprana y ya con catorce años fue alumno de un hombre llamado Pánfilo (discípulo de Platón), que vivía en la isla y de quien Epicuro aprendió las bases del idealismo platónico, que posteriormente consideraría un fraude y rechazaría en su filosofía.[6][7]

En el año 323 a. C., con dieciocho años, marchó a Atenas para cumplir el servicio militar.[2][4]​ Terminado este, regresó con su familia en el 321 a. C., aunque en esta ocasión lo hizo a la ciudad de Colofón.[4]​ Allí se habían trasladado tras entrar en vigor el año anterior un decreto de amnistía política, gracias al cual los desterrados pudieron recuperar sus tierras en Samos; por tanto, los colonos como la familia de Epicuro, hubieron de abandonarlas.[8]

En dicha ciudad permaneció durante una década, hasta el 311 a. C. Allí estudió con Nausífanes, un filósofo atomista discípulo de Demócrito y de Pirrón, con quien tuvo una relación decisiva en su formación, a pesar de que posteriormente Epicuro dirigió contra él duras críticas e improperios.[8][4]

Magisterio

Tras esos años de formación, comenzó una etapa magisterial estableciendo en el año 311 a. C. su primera escuela de filosofía en la ciudad de Mitilene, en Lesbos.[4]​ Sin embargo, dicha escuela tuvo una corta duración, pues Epicuro tuvo que abandonarla debido a rivalidades con los aristotélicos de la ciudad.[9][8]​ Aunque se desconocen los motivos exactos de dichas rivalidades, aquel enfrentamiento bien podría haber sido una de las primeras reacciones antiepicúrea, aunque se debe tener en cuenta que el carácter de juventud de Epicuro también podría distar de su posterior mansedumbre.[9]

Posteriormente se estableció en Lámpsaco, donde permaneció durante cuatro años en los cuales tuvo gran actividad.[9]​Allí estableció nuevamente una escuela gracias a amigos influyentes y consiguió un círculo de discípulos y seguidores,[8]​ entre los que se encontraban Idomeneo, Metrodoro, Leonteo y su mujer Themista, Colotes, Pitocles y Timócrates; posiblemente también en Lámpsaco conociera a Hermarco, quien le acabaría sucediendo al frente de la dirección del Jardín.[9]

El Jardín

En el año 306 a. C., a los 35 años, regresó a Atenas, donde permanecería hasta su muerte, para fundar su escuela de filosofía. Compró una casa y un pequeño terreno en sus cercanías, a las afueras de Atenas, de camino al Pireo; allí fundó el Jardín, su escuela.[8][9]​ El Jardín ofrecía un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la urbe, en el que tenían lugar desde charlas y convivencias hasta comidas y celebraciones. Se trataba, pues, de un lugar más destinado al retiro intelectual de un grupo de amigos que de un lugar para la investigación científica y a la paideía superior, a diferencia de la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles.[10]

Eran admitidas al Jardín personas de toda condición y clase, por lo que llegó a ser causa de escándalo. Incluía a personas respetables, pero igualmente a gentes de vida disoluta. También a mujeres y a esclavos, lo que en aquella época constituía un hecho inusual para una escuela filosófica.[10]

Fue maestro de la misma hasta su fallecimiento en el año 270 a.C., a la edad de 72 años. Dejó la dirección de su escuela a Hermarco de Mitilene, quien afirmó que su maestro, después de verse atormentado por crueles dolores durante catorce días, sucumbió víctima de una retención de orina causada por el mal de la piedra. En su testamento, conservado por Diógenes Laercio, otorgó la libertad a cuatro de sus esclavos.[11]

Obras

La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio. Epicuro aparece a la izquierda, leyendo un libro, junto a Zenón de Citio.

A su muerte, dejó más de 300 manuscritos, incluyendo 37 tratados sobre física y numerosas obras sobre el amor, la justicia, los dioses y otros temas, según refiere Diógenes Laercio en el siglo III.

De todo ello, solo se han conservado tres cartas y cuarenta máximas (las llamadas Máximas capitales), transcritas por Diógenes Laercio, y algunos fragmentos breves citados por otros autores.

Las cartas son las siguientes:

Las máximas son de contenido fundamentalmente ético y gnoseológico.[12]

Se han recuperado desde la biblioteca calcinada del filósofo epicúreo Filodemo de Gadara en Herculano fragmentos de algunas otras obras, entre ellas el tratado Sobre la Naturaleza (Περὶ Φύσεως). Gracias a otro epicúreo, Diógenes de Enoanda (mediados del siglo II d.c), que mandó a grabar una inscripción monumental en la ciudad licia de Enoanda se conservaron otros fragmentos incluyendo una carta de Epicuro a su madre.

El filólogo alemán Hermann Usener compiló en su Epicurea (1887) los fragmentos y testimonios conservados por los autores de la Antigüedad con un apartado crítico.

Además se conserva el texto de las Sentencias Vaticanas (Gnomologio Vaticano), descubierto y publicado en 1888 por Karl Wotke, y que contiene citas escogidas de Epicuro incluyendo algunas que ya aparecían en las Máximas Capitales.

Filosofía

La filosofía de Epicuro consta de tres partes: la Gnoseología o Canónica, que se ocupa de los criterios por los cuales llegamos a distinguir lo verdadero de lo falso; la Física, que estudia la naturaleza; y la Ética, que supone la culminación del sistema y a la que se subordinan las dos primeras partes.

Canónica

La canónica es la parte de la filosofía que examina la forma en la que conocemos y la manera de distinguir lo verdadero de lo falso.

Según Epicuro, la sensación es la base de todo el conocimiento y se produce cuando las imágenes que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos. Ante cada sensación, el ser humano reacciona con placer o con dolor, dando lugar a los sentimientos, que son la base de la moral. Cuando las sensaciones se repiten numerosas veces, se graban en la memoria y forman así lo que Epicuro denomina las "ideas generales" (diferentes a las platónicas). Para que las sensaciones constituyan una base adecuada, sin embargo, deben estar dotadas de la suficiente claridad, al igual que las ideas, o de otro modo nos conducirán al error.

Diógenes Laercio, menciona un cuarto proceso de conocimiento, además de las sensaciones, los sentimientos y las ideas generales: las proyecciones imaginativas, por las cuales podemos concebir o inferir la existencia de elementos como los átomos, aunque éstos no sean captados por los sentidos.

Todos esos aspectos, sin embargo, son sólo los principios que rigen nuestro modo de conocer la realidad. El resultado de su aplicación nos lleva a concluir la concepción de la naturaleza que se detalla en la Física, segunda parte de la filosofía epicúrea.

Física

Busto de Epicuro. Museo de Pérgamo.

Según la Física de Epicuro, toda la realidad está formada por dos elementos fundamentales. De un lado los átomos, que tienen forma, extensión y peso, y de otro el vacío, que no es sino el espacio en el cual se mueven esos átomos.

Las distintas cosas que hay en el mundo son fruto de las distintas combinaciones de átomos. El ser humano, de la misma forma, no es sino un compuesto de átomos. Incluso el alma está formada por un tipo especial de átomos, más sutiles que los que forman el cuerpo, pero no por ello deja el alma de ser material. Debido a ello, cuando el cuerpo muere, el alma muere con él.

Con respecto a la totalidad de la realidad, Epicuro afirma que ésta, como los átomos que la forman, es eterna. No hay un origen a partir del caos o un momento inicial. Tal y como leemos en la Carta a Heródoto: «Desde luego, el todo fue siempre tal como ahora es, y siempre será igual».

Esta concepción atomista procede de Demócrito, pero Epicuro modifica la filosofía de aquél en aspectos importantes, pues no acepta el determinismo que el atomismo conllevaba en su forma original. Por ello, introduce un elemento de azar en el movimiento de los átomos, llamado clinamen, una desviación de los átomos en su caída en el vacío, es decir, una desviación de la cadena de las causas y efectos, con lo que la libertad queda asegurada y se anticipa a la evolución.[13]

Este interés por parte de Epicuro en salvaguardar la libertad es fruto de la consideración de la Ética como la culminación de todo el sistema filosófico, al cual se han de subordinar las restantes partes. Estas son importantes tan solo en la medida en que son necesarias para la ética, tercera y última división de la filosofía.

Ética

La Ética, como ya se ha dicho, es la culminación del sistema filosófico de Epicuro: la filosofía tiene como objetivo llevar a quien la estudia y practica a la felicidad, basada en la autonomía o autarquía y la tranquilidad del ánimo o ataraxia. Puesto que la felicidad es el objetivo de todo ser humano, la filosofía interesa a cualquier persona, independientemente de sus características (edad, condición social, etc.).

La Ética de Epicuro se basa en dos polos opuestos: el miedo, que debe ser evitado, y el placer, que se persigue por considerarse bueno y valioso.

Los cuatro miedos

La lucha contra los miedos que atenazan al ser humano es parte fundamental de la filosofía de Epicuro; no en vano, esta ha sido designada como el "tetrafármaco" o medicina contra los cuatro miedos más generales y significativos: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.

Si bien Epicuro no era ateo, entendía que los dioses eran seres demasiado alejados de nosotros, los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que no tenía sentido temerles. Por el contrario, los dioses deberían ser un modelo de virtud y de excelencia a imitar, pues según el filósofo viven en armonía mutua, manteniendo entre ellos relaciones de amistad.

En cuanto al temor a la muerte, lo consideraba un sin sentido, puesto que “todo bien y todo mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra cosa que la pérdida de sensibilidad”. La muerte en nada nos pertenece pues mientras nosotros vivimos no ha llegado y cuando llegó ya no vivimos.

Por último, carece también de sentido temer al futuro, puesto que: “el futuro ni depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir indefectiblemente ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca”.

El placer y la felicidad

Grabado de un busto de Epicuro en la Villa de los Papiros.

Epicuro consideraba que la felicidad consiste en vivir en continuo placer. Este punto de su doctrina ha sido a menudo objeto de malentendidos, pese a que Epicuro hace una cuidadosa categorización de los placeres, indicando cuáles son recomendables y cuáles no.

En efecto, Epicuro señala que existen tres tipos de placeres:

  • Los naturales y necesarios: las necesidades físicas básicas, alimentarse, calmar la sed, el abrigo y el sentido de seguridad.
  • Los naturales e innecesarios: la conversación amena, la gratificación sexual y las artes.
  • Los innaturales e innecesarios, que considera superfluos: la fama, el poder político o el prestigio.

Epicuro formuló algunas recomendaciones en torno a todas estas categorías de deseos:

  • El hombre debe satisfacer los deseos naturales necesarios de la forma más económica posible.
  • Se pueden perseguir los deseos naturales innecesarios hasta la satisfacción del corazón, pero no más allá.
  • No se debe arriesgar la salud, la amistad, la economía en la búsqueda de satisfacer un deseo innecesario, pues esto solo conduce a un sufrimiento futuro.
  • Hay que evitar por completo los deseos innaturales innecesarios, pues el placer o satisfacción que producen es efímero.

También distinguía entre dos tipos de placeres, basados en la división del hombre en dos entes diferentes pero unidos, el cuerpo y el alma:

  • placeres del cuerpo: aunque considera que son los más importantes, en el fondo su propuesta es la renuncia de estos placeres y la búsqueda de la carencia de apetito y dolor corporal;
  • placeres del alma: el placer del alma es superior al placer del cuerpo, pues el corporal tiene vigencia en el momento presente, pero es efímero y temporal, mientras que los del alma son más duraderos y además pueden eliminar o atenuar los dolores del cuerpo.

Epicuro dice que “todo placer es un bien en la medida en que tiene por compañera a la naturaleza”. Los placeres vanos no son buenos, porque a la larga acarrearán dolor y no solo son más difíciles de conseguir, sino además más fáciles de perder.

También habla de la importancia de poseer una virtud para elegir y ordenar los placeres: la prudencia.

El discernimiento de los diferentes placeres y la recta prudencia, permiten acercarse a una vida feliz, lo cual constituye el objeto de la filosofía.

Epicuro valoraba como placer fundamental la tranquilidad del alma y la ausencia de dolor: “la ausencia de turbación y de dolor son placeres estables; en cambio, el goce y la alegría resultan placeres en movimiento por su vivacidad. Cuando decimos entonces, que el placer es un fin, no nos referimos a los placeres de los inmoderados, sino en hallarnos libres de sufrimientos del cuerpo y de turbación del alma”.

Una vida plena privada, rodeada de amistades y de placeres moderados con el mínimo de dolores posibles y tranquilidad en el alma, brinda la felicidad.

Problema del mal, o Paradoja de Epicuro

Dentro de la filosofía de la religión, el problema del mal como el problema de reconciliar la existencia del sufrimiento y una deidad omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnibenevolente, ha quedado planteado patentemente en una cita atribuida a Epicuro:

¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De donde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?
Paradoja de Epicuro[14][15]

Véase también

Referencias

  1. Ríos Pedraza, Francisco; Haya Segovia, Fernando (2009). «La filosofía antigua». En Amodeo Escribano, Marisa; Scott Blacud, Elizabeth; López Vera, Eduardo et al., eds. Historia de la Filosofía. San Fernando de Henares: Oxford Univesity Press España, Sociedad Anónima. p. 5. ISBN 9788467351477. Consultado el 10 de mayo de 2017. 
  2. a b García Gual y Ímaz, 2008, p. 53.
  3. Brunschwig, Jacques; Lloyd, Geofrey (22 de marzo de 2000). Diccionario Akal de El saber griego. Ediciones AKAL. p. 404. ISBN 9788446012450. 
  4. a b c d e Lledó, 2003, p. 17.
  5. García Gual y Ímaz, 2008, p. 56.
  6. García Gual y Ímaz, 2008, p. 57.
  7. García Gual y Ímaz, 2008, p. 60.
  8. a b c d e García Gual y Ímaz, 2008, p. 54.
  9. a b c d e Lledó, 2003, p. 18.
  10. a b García Gual y Ímaz, 2008, p. 54-55.
  11. Arrighetti, 1978, p. 297.
  12. Arrighetti, 1978, p. 297-298.
  13. «El Epicureísmo». La Guía. 30 de octubre de 2008. Consultado el 7 de septiembre de 2017. 
  14. Hospers, John (1997). An Introduction to Philosophical Analysis (3ª edición). Psychology Press. p. 310. ISBN 9780415157926. 
  15. Hume, David (1779). Dialogues Concerning Natural Religion. Penguin Books, Limited. p. 264. Consultado el 8 de abril de 2011. «David Hume cita a Tertuliano, quien a su vez lo atribuyó a Epicuro». 

Bibliografía

Enlaces externos

  • Henri Lengrand: Epicuro y el epicureísmo (Épicure et l'épicurisme, 1906). Ed. Bloud (Edmond Bloud, 1876 - 1948).