Diferencia entre revisiones de «Campaña de la Breña»

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{{Ficha de conflicto militar
CAMPAÑA DE LA BREÑA - SÍNTESIS
|nombre = Campaña de la Sierra
|imagen =
|descripción_imagen =
|conflicto = Guerra del Pacífico
|fecha = Febrero de 1881 a octubre de 1884
|lugar = Sierra norte, centro y sur del Perú
|coordenadas =
|resultado = ''Victoria Peruana. Firma del [[Tratado de Ancón]]. Fin de la Guerra del Pacífico.''
|descripción =
|casus =
|territorio =
|combatientes1 = [[Archivo:Flag of Chile.svg|25px]] [[Ejército de Chile]]
|combatientes2 = [[Archivo:Flag of Peru (1825 - 1950).svg|25px]] [[Ejército de Perú]]
|comandante1 = [[Patricio Lynch]]
|comandante2 = [[Andrés Avelino Cáceres]]<br />[[Miguel Iglesias]]<br />[[Lizardo Montero]]
|campaña =
|color = DarkSeaGreen
}}
La '''Campaña de la Sierra''' o '''Campaña de la Breña''' es la última etapa de la [[Guerra del Pacífico]]. Una vez tomada la capital peruana luego de las victorias en Chorrillos y Miraflores, el alto mando chileno envía diversas expediciones desde Lima hacia la sierra peruana desde abril de 1881 hasta junio de 1884, donde combatió contra el ejército organizado principalmente por [[Andrés Avelino Cáceres]], apoyado por guerrillas compuestas por campesinos.


== Situación inicial ==
Luis Guzmán Palomino – Jader Miranda Guerra
Academia de Historia del Perú Andino
Universidad Nacional de Educación La Cantuta
Orden de la Legión Mariscal Cáceres


[[Archivo:Patricio_Lynch.jpg|thumb|left|150px|Contralmirante Patricio Lynch, el "Príncipe Rojo"]]
“Poseo, pues, la firme convicción que de haber encontrado la campaña de la resistencia apoyo decisivo y unánime de todos los sectores del país, especialmente de la clase social acomodada, el invasor hubiérase visto compelido a renunciar sus pretensiones. Y de ello estaba seguramente persuadido el enemigo. Lo cual explica el afán y apresuramiento de la política chilena y los ajetreos de su avispada diplomacia de llegar cuanto antes a la conclusión de la paz, impidiendo así el desarrollo de la renovada resistencia armada, que habría conducido a una paz que, por cierto, no habría sido jamás, nunca, la de Ancón… Ojalá que las nuevas generaciones se compenetren de los múltiples ejemplos de patriotismo y de valor en que abunda esta campaña y consideren de cuánto eran capaces y cuánto hubieran podido alcanzar nuestros soldados y guerrilleros si la desunión de los peruanos y la ninguna voluntad de sus dirigentes, de proseguir la resistencia armada, no hubiera hecho desastrosa crisis en aquellos trances terribles y decisivos”. (Andrés Avelino Cáceres. “Memorias. La Guerra del 79 y sus campañas”. Editorial Milla Batres. Lima, 1980. Tomo II, págs. 22 y 23).


Después de las victorias chilenas en las batallas de [[Batalla de San Juan y Chorrillos|San Juan]] y [[Batalla de Miraflores|Miraflores]] que iniciaron la [[Ocupación de Lima]], el coronel peruano [[Andrés Avelino Cáceres]] y otros como el [[capitán]] [[José Miguel Pérez (militar)|José Miguel Pérez]] decidieron llegar a los [[Cordillera de los Andes|Andes Centrales]] para organizar y reiniciar la resistencia al ejército de ocupación chileno; para ello, el [[15 de abril]] de [[1881]], se embarcaron en el [[Ferrocarril|tren]] de la estación de Viterbo (evadiendo la vigilancia de los soldados chilenos), con destino final la ciudad de [[Jauja]]. Así Cáceres, quien era quechuablante, organizó la defensa entre la población civil de la sierra central, el Coronel [[Gregorio Albarracín]] y el cubano [[Pacheco Céspedes]] en la sierra sur, y el coronel [[Miguel Iglesias]] en la sierra norte.
Introducción


[[Archivo:Andrés Avelino Cáceres.jpg|thumb|right|150px|General Avelino Cáceres, el "Brujo de los Andes"]]
Esta investigación se fija como objetivo principal fundamentar documentadamente las si-guientes aseveraciones:


En la situación chilena se generó una crisis civil-militar, entre el General [[Manuel Baquedano]] y el Ministro de Guerra en campaña, José Francisco Vergara. Baquedano fue el primero en retornar a Chile, mientras que Vergara volvió luego de no lograr establecer conversaciones de paz con el gobierno provisional de García Calderón; dejando al mando de las fuerzas de ocupación al Coronel Pedro Lagos.
1) que en la campaña de La Breña los diversos estratos de la sociedad peruana pusieron de manifiesto actitudes distintas frente a la ocupación extranjera, carecién-dose de unidad nacional;


En abril de 1881, Lagos envía al Comandante José Miguel Alcérreca, al mando de una fuerza compuesta por tropas del ''Carabineros de Yungay'' y del ''Buin'' al interior.
2) que mientras se libraba la heroica resistencia patriota en el interior, continuó la lucha política interna, agravándose la anarquía con la existencia de gobiernos, presidentes y congresos paralelos y enfrentados;


Ese mes en San Jerónimo, cerca a Santa Eulalia, se inicia la campaña de la Breña con las fuerzas organizadas por el coronel José Agustín Bedoya que se enfrentan a las fuerzas de Alcérreca, las cuales luego de un tiroteo dispersan a los hombres de Bedoya, para luego incendiar el lugar y retornar a Lima.<ref>[http://www.laguerradelpacifico.cl/Campanas%20terrestres/Combate%20de%20San%20Jeronimo/combate%20de%20san%20jeronimo.htm Combate de San Jerónimo en www.laguerradelpacifico.cl]</ref>
3) que los sectores económicamente podero-sos, dueños del Estado y usufructuarios de las riquezas del país desde los inicios de la re-pública, defeccionaron en los momentos cruciales y llegaron incluso a cometer traición a la patria, al pactar alianza con el invasor extranjero;


En Lima se organiza un comité patriótico presidido por el obispo [[Pedro José Tordoya]] que abastecieron de dinero y armas a los combatientes peruanos de la resistencia, así como informaron de los movimientos chilenos en Lima.
4) que la causa de la resistencia patriota, sacrificada, heroica y gloriosa, fue asumida por una selecta elite del ejército que supo captar el apoyo de las masas campesinas, no claudicando jamás en la lucha contra los chilenos y contra los traidores, incluso después del desastre de Huamachuco;


== Enfrentamientos en la sierra central ==
5) que esa causa fue también de-fendida por algunos sectores medios, figurando en el Ejército de La Breña connotados escritores, poetas, profesores, ingenieros, médicos, periodistas y artesanos;
=== Expedición Letelier. Marcha de Cáceres hacia Ayacucho ===
La primera expedición chilena de importancia a la sierra fue enviada por el Coronel Pedro Lagos, entonces al mando de las fuerzas de ocupación, el 15 de abril de 1881 y comandada por el Teniente Coronel Ambrosio Letelier, fuerte en 1.932 efectivos y conformada por tropas de los batallones [[Regimiento "Buin" 1 de Línea|''"Buin" 1° de Línea'']], ''Curicó'', ''Zapadores'', ''"Pisagua" 3º de Línea'', ''" Esmeralda" 7º de Línea'', 200 hombres de caballería de los regimentos ''Granaderos'' y ''Carabineros de Yungay'' y 2 cañones. Esta expedición fue enviada al [[Departamento de Junín]] con la orden de eliminar las fuerzas peruanas en ese sector.


El [[26 de abril]], en Jauja, el dictador [[Nicolás de Piérola]] nombra a Cáceres jefe político y militar del centro. A fines de abril Cáceres contaba con dos batallones ''Constancia'' y ''Junín'' y el apoyo del coronel [[Máximo Tafur]]. A fines de mayo conformaba un nuevo batallón llamado ''Jauja''. [[Lizardo Montero]] se estableció en [[Huaraz]] como el jefe político y militar del norte.
6) que en los tra-mos finales de la guerra, en salvaguarda de sus intereses económicos, las diversas facciones de la clase dominante acordaron suspender su pugna y terminaron coludiéndose para aprobar en bloque el nefasto tratado de Ancón;


Lamentablemente, el cometido de la expedición Letelier fue empañado por los abusos de poder de Letelier en Cerro de Pasco, Vilcabamba, Cuchis, Viscas.
7) que la masa campesina vio en la lucha de Cáceres una esperanza de plasmar paralelamente su redención social, identificando a los ricos como “mistes traicioneros“ luego de que éstos denunciaran la “guerra de razas”;


Entretanto, [[Patricio Lynch Solo de Zaldívar|Patricio Lynch]] había sido designado por el Senado chileno como Contralmirante de la Armada. Lynch llega a Lima en mayo de 1881, como nuevo comandante de las fuerzas de ocupación, reemplazando al Coronel Lagos. Al llegar a Lima, tiene noticias de las tropelías de Letelier, ordenándole regresar inmediatamente. Lynch estableció su cuartel militar en el [[Palacio de Gobierno del Perú|Palacio de Pizarro]] en [[Lima]].
8) que el conflicto social alcanzó impensadas proporciones, radicalizándose un minoritario sector de campesinos cuyos líderes renovaron la utopía incaica;


Cáceres se encontraba en Tarma cuando se entera de la proximidad de Letelier, así recorre Jauja y Huancayo para establecerse en Quebrada Honda. Letelier decide no marchar hacia Huancayo sino regresar a Lima. En la región Cáceres crea un nuevo batallón llamado ''Huancayo''.
9) que la defección de la clase dominante tuvo excepciones notabilísimas, al luchar por la causa patriota el rico hacendado José Mercedes Puga o el próspero empresario minero Ricardo Bentín, entre otros;


En mayo las guerrillas peruanas de Pasco y Junín hicieron retroceder a las fuerzas chilenas. Entre mayo y agosto de 1881 Gregorio Albarracín realiza acciones contra fuerzas chilenas en Chicla y San Bartolomé al mando de 60 jinetes capturando las confiscaciones que los chilenos realizaron en los poblados de la sierra central.
10) que aunque la iglesia en bloque optó por una difícil neutralidad, hubo sectores que se entendieron con los chilenos, en tanto que otros lucharon a favor de la causa patriota, como los curas guerrilleros Buenaventura Mendoza y Eugenio Ríos y los obispos Del Valle y Tordoya;


El 8 de agosto las guerrillas de sargento mayor José Osambela obtienen otra victoria en el puente Verrugas. El [[15 de agosto]] se libra el combate del puente Purhuay, saliendo de Chosica donde el nuevo batallón ''Zepita'' comandado por el teniente coronel Villegas y las guerrillas del coronel Manuel Tafur triunfan sobre las fuerzas chilenas.<ref>[http://andresavelinocaceres.iespana.es/paginas/6campana_de_la_brena/pdf/6campana003.pdf Purhuay, 15 de agosto de 1881. La primera gran victoria de La Breña]</ref>
11) que hubo clara identificación entre Piérola e Iglesias, ligados desde el golpe contra Prado, luchando ambos, con los mismos cómplices, en contra de la causa defendida por Cáceres en La Breña;


Con la derrota de Purhuay las fuerzas chilenas abandonan Chosica retornando a Lima y así las guerrillas ocupan Huachipa y Santa Ana.
12) que, por igual, meses antes de librarse la batalla de Huamachuco, García Calderón se entendió con Iglesias, lo que explica el por qué su vicepresidente Montero negó apoyo a la resistencia patriota;


El gobierno del Perú estaba dividido entre Francisco García Calderón en Lima y Nicolás de Piérola en Huamanga quienes buscaban mantenerse en el poder y no prestaron ningún apoyo a la campaña organizada por Cáceres.
13) que la resistencia a chilenos y traidores se dio de uno a otro confín del país, desde Tumbes a Tacna, manifestándose en todas partes actitudes contrapuestas de las clases sociales y


Gregorio Albarracín en [[Canta]] organiza el batallón ''Canta'' de 200 soldados, con lo cual los chilenos deciden proteger el ferrocarril entre [[Distrito de Lurigancho-Chosica|Chosica]] y Chicla. El coronel Agustín Bedoya organiza a los ''Cazadores del Rímac'' en Sayán y Huaura, pero es asesinado por hombres de [[Nicolás de Piérola]].
14) que, además de la mención a la “guerra de razas”, hubo por parte de los chilenófilos una continua mención a la Comuna, acusándose a Cáceres y a varios jefes patriotas de propiciar la conmoción social y la destrucción de la propiedad privada, lo que obligó al Jefe de La Breña fijar con claridad su visión de estos sucesos, criticando el radicalismo pero denunciando con meridiana claridad a las clases pudientes como responsables del desastre nacional.


El [[19 de junio]] Letelier envía una nota a las autoridades de Canta para deponer las armas, con lo cual el coronel Manuel de la Encarnación Vento y guerrillas canteñas se preparan para enfrentarlos. El [[21 de junio]] Letelier parte a Lima en dos columnas, una por Canta y otra por Casapalca a su mando.
En el planteamiento y desarrollo de nuestra investigación hemos contado con el invalorable apoyo de los historiadores de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres, quienes tuvieron la gentileza de permitirnos examinar la colección documental, en gran parte inédita, que guarda esa institución, absolviendo además varias de nuestras interrogantes en conversaciones direc-tas que sirvieron para despejar varias de nuestras dudas y encausar adecuadamente nuestro trabajo. Esa gentileza compromete nuestra gratitud. Por igual, obtuvimos el motivador apoyo de varios de nuestros profesores que nos facilitaron el acceso a la bibliografía especializada, complementando lo obtenido en los repositorios de la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Militar.


==== Combate de Sangra ====
Nuestras aseveraciones marcan solamente el marco inicial para una investigación de largo aliento y de mayor envergadura, que necesariamente debe realizarse en equipo, pues sobre el tema existen millares de documentos a la espera de ser examinados y cotejados con especial dedicación. Sin embargo, consideramos que nutren varias de las hipótesis ya planteadas desde 1983 en el voluminoso ensayo publicado por el entonces Ministerio de Guerra, que inició el tratamiento del tema con una nueva perspectiva, desde que sus asertos se sostenían en pruebas documentales. Trascurridas más de dos décadas, contamos hoy con sendas colecciones documentales en parte publicadas y en parte inéditas, que abren un amplio campo a la inves-tigación, orientando novedosos trabajos que aportan nuevos e interesantes datos para la re-construcción de ese importante período de nuestra historia.
{{AP|Combate de Sangra}}


El [[26 de junio]] de 1881 se libra el [[Combate de Sangra]] o [[Combate de Sangrar]], donde una compañía del batallón [[Regimiento "Buin" 1 de Línea|''Buin'']] al mando del Capitán José Luis Araneda, que iba a proteger el regreso de Letelier, se enfrenta a guerrillas superiores en número pero mal armados al mando del coronel Manuel de la Encarnación Vento, en la hacienda Sangrar en la sierra de Lima.
De los especialistas esperamos comprensión porque pudiera ser que algunos de nuestros aser-tos requieran mayor sustento documental, mas en todo caso nos guía la búsqueda de la verdad que aunque objetiva, no puede estar exenta de subjetividad sobre todo al estudiar un tema que concierne a nuestro ser nacional y a nuestro pasado, presente y futuro.


El [[2 de julio]] la expedición Letelier cruzó la cordillera por Casapalca, llegando el 4 de ese mes las primeras tropas a Lima. Al momento de entregar su reporte, Lynch lo despoja de su comisión y lo envía a Santiago para un consejo de guerra. Posteriormente sería absuelto de los cargos.
UNA SOCIEDAD DESINTEGRADA


El [[31 de agosto]] Cáceres establece su cuartel de [[Matucana]] luego avanza a Chosica aproximándose a Vitarte. Su ejército estaba compuesto por los batallones ''Tarapacá'', ''Zepita'', ''Junín'', ''Tarma'', ''Ica N 4'', ''Huancayo'', un escuadrón de caballería y una brigada de artillería. Allí espera al coronel [[Remigio Morales Bermúdez]] y el batallón Lima provenientes desde [[Arequipa]].
La república, al heredar casi sin cambios los males de la colonia, consolidó en el Perú una sociedad notoriamente dividida en clases. Los científicos sociales tipifican este período como feudal semicolonial, con gérmenes de capitalismo recién desde finales del siglo XIX. Bolivia, en tanto, era aun más feudal que el Perú y por igual se vio siempre sumido en la anarquía política. En cambio Chile, si bien con una sociedad claramente dividida en clases, tenía secto-res dirigentes con claros objetivos nacionales, las que a partir del triunfo sobre la confedera-ción peruano-boliviana, impulsaron un capitalismo voraz y expansionista, bajo las orientacio-nes del ideólogo y estadista Diego Portales.


Ante la negativa de firmar un tratado de paz que proponía cesión territorial a Chile, Lynch disolvió el gobierno provisional de [[Francisco García Calderón]] el deportándolo a Santiago el [[6 de noviembre]]. [[Lizardo Montero]] que había sido nombrado primer vicepresidente, se convirtió en presidente provisorio. Ante estos hechos, el estado mayor del ejército del centro desconoce el gobierno de [[Nicolás de Piérola]] y propone a Cáceres como nuevo gobernante del Perú. Cáceres declina el nombramiento y prefiere fortalecer el gobierno de Montero. En Tarma se encontraba Piérola quien decide dimitir el [[28 de noviembre]] de 1881, para evitar una guerra civil.
La anarquía política en el Perú enfrentó a los sectores representativos de las diversas facciones de la clase dominante. Aquí no hubo revolución alguna; simplemente, rebeliones, motines y golpes de estado. Los grandes hacendados controlaron el Estado casi con exclusividad hasta la década de 1870, en que insurgieron los aprendices de burgueses con Manuel Pardo a la cabeza. Unos y otros desgraciaron al país con sus gobiernos corruptos, conduciéndolo a la bancarrota económica precisamente cuando la clase dominante mostraba a las claras actitudes expansionistas. El Estado peruano descuidó de manera suicida su defensa nacional, no obs-tante ser notorio el armamentismo chileno. Pardo, que redujo el ejército y la marina a su más mínima expresión, llegó a decir que no debía temerse los preparativos bélicos de Chile, pues el Perú tenía dos grandes blindados: Bolivia y Argentina. Demagogia pura, como los hechos demostrarían muy pronto.


En [[octubre]] de 1881 una epidemia de tifus diezmó a la mitad de los hombres de Cáceres, quien decide marchar hacia Ayacucho.
Pardo firmó un tratado “secreto” –que de tal no tuvo nada pues de inmediato fue conocido por la diplomacia chilena- con Bolivia, país que, sin exageraciones, no tenía ni un modesto barco para las defensa de su mar y que, además, era gobernado por dictadores que en increíbles borracheras cedieron a Chile grados de su territorio, precisamente el que guardaba la riqueza del salitre. El otro “blindado” de Pardo, Argentina, no se plegó a ese tratado “secreto” de alianza defensiva, pues Chile supo superar a tiempo los diferendos limítrofes que tenía con ese país. De forma tal que al dejar el gobierno en 1876, Pardo, líder del “partido civil”, dejaba al Perú indefenso y desprestigiado a nivel internacional.
En ese “partido civil” alinearon los aprendices de burgueses, los grandes comerciantes, los guaneros y salitreros, los dueños de las haciendas agroexportadoras de la costa, los laneros del sur, un sector del alto clero y algunos militares ambiciosos. Estos hombres de levita y sombrero tomaron el poder tras azuzar a las masas para la matanza de los hermanos Gutiérrez, quienes en 1872 dieron un golpe precisamente para evitar el pacto entre Balta y Pardo. Los “civilistas” buscaron el poder absoluto para recuperar el control del guano, luego de que Nicolás de Piérola, como ministro de hacienda de Balta, firmara un negociado con la Casa Dreyffus para el comercio internacional del entonces valioso fertilizante, que era una de las principales riquezas del país. Los “civilistas”, además, se hicieron del control del salitre, al crear la Compañía Nacional del Salitre de Tarapacá cuyo presidente fue Francisco García Calderón.


Montero inició negociaciones con el gobierno chileno, la negativa de Montero a la cesión de territorios, lo obligó a trasladar el Congreso a [[Arequipa]].
Piérola fue el líder político de los aristócratas provincianos, vale decir de los grandes hacen-dados que a lo largo del siglo XIX extendieron sus propiedades a costa de las comunidades campesinas. Piérola no se contentó con pasar de boticario a ministro sino que tuvo siempre la ambición de convertirse en presidente de la república. Para él sólo cabían dos alternativas: el poder o la locura; y por eso se convirtió en un rebelde consuetudinario, envolviéndose en aventuras golpistas que siempre fracasaron, para buscar asilo en Chile cuyos gobernantes vieron en él al ambicioso político que necesitaban para agravar la anarquía en el Perú. Además del latifundismo, Piérola contó siempre con el apoyo de gran parte del alto clero; había sido seminarista y estuvo rodeado en todo momento de una escolta de curas. El Vaticano, a la larga, iba a tener injerencia directa para su llegada al poder.


Cáceres pasa por Tarma y Jauja y el [[5 de febrero]] ocurre el [[Primer Combate de Pucará]] con las fuerzas chilenas al mando de Del Canto. Cáceres continúa su marcha ocupando Izcuchaca, Acostambo, Huancavelica, Acobamba. El [[18 de febrero]] una tempestad en Julcamarca diezma sus tropas quedando con 368 soldados. El [[22 de febrero]], en el [[Combate de Acuchimay]], Cáceres vence a las fuerzas rebeldes del coronel [[Arnaldo Panizo]] que contaba con 1.500 hombres, tomando sus tropas. Luego de este suceso Cáceres ingresa a [[Ayacucho]].
Hacendados y aprendices de burgueses formaron la mayoría de los congresos, que legisló invariablemente a favor de sus intereses de clase. Varios historiadores han dicho con acierto que en el Perú no cuajó una clase dirigente sino sólo una clase dominante. Por eso estuvo siempre a la deriva, carente de objetivo nacional y pese a sus riquezas, endeudado cada vez más interna y externamente. A poco de desatarse la guerra con Chile, muchos miembros de la clase dominante sacaron al extranjero el fruto de sus rapiñas. Esos grupos de poder estaban integrados por los “criollos” que hacían gala de pertenecer a la raza blanca, aunque muchos de ellos lograron “blanquearse” gracias a su fortuna. Pero en ellos había también no pocos extranjeros, que en la guerra sacaron a relucir su nacionalidad de origen en salvaguarda de sus intereses económicos.


=== Expedición Lynch-Gana. La contraofensiva de Cáceres ===
Poco antes de declararse la guerra, Pardo estuvo en Chile y al volver al Perú en 1878 se pre-sentó ante el presidente Prado para alertarlo sobre la inminente agresión chilena, ofreciendo sus servicios para trazar planes de defensa. Pocos días después moría asesinado en la puerta del Senado, del cual era presidente, sospechándose que en el magnicidio estuvieron involu-crados chilenos y pierolistas. Así, en medio de una severa crisis que abarcaba todos los ámbi-tos, el Perú se vio inmerso en la guerra que Chile inició invadiendo el litoral boliviano. Prado tuvo que dar cumplimiento al nefasto tratado “secreto” y en abril de 1879 entró en la guerra, sin estar preparado para ella. Lo prueba, por citar un caso, que tardó más de un mes en poner en movilización a la escuadra, que poco pudo hacer frente a la superioridad del enemigo.


[[Archivo:Gral del Canto.JPG|thumb|left|150px|General Estanislao del Canto.]]
Además, lo prueba el hecho de que carecíamos de material bélico básico para armar para los miles de reclutas que desde diversas partes del país se enviaron al frente sur. Bien sabemos que la extraordinaria epopeya naval fue obra casi exclusiva de un hombre singular, el almirante Miguel Grau, quien supo desde siempre que su destino sería el sacrificio, sin embargo de lo cual se batió con heroísmo hasta su glorioso holocausto en Angamos, el 8 de octubre de 1879.
Siguió a ello la campaña del Sur, que se inició con la defensa de Piragua, el desastre de San Francisco y la inopinada victoria de Tarapacá, donde empezó a brillar el talento militar del entonces joven coronel Andrés Avelino Cáceres. Aunque impresionante, esa victoria fue pírrica, puyes carente de recursos el ejército del Sur continuó su repliegue, hacia Tacna. La situación era en extremo difícil pues el gobierno peruano no recibía el armamento que inten-taba adquirir en el extranjero. Fue por ello que el presidente Prado decidió viajar al extranjero para conseguirlo, apoyándose en la autorización que para ello tenía del congreso y en el pare-cer a favor que por escrito le manifestaron varios jefes, entre ellos Cáceres. Antes de su parti-da Prado intentó la unidad política interna, ofreciendo un ministerio a Piérola, que desde su llegada procedente de Chile le hacía abierta oposición; no aceptó Piérola un simple ministerio sino que exigió la dirección de todo el gabinete, lo que no fue consentido por el presidente. Prado salió finalmente, en secreto como lógicamente tenía que hacerlo para evadir el bloqueo naval impuesto por el enemigo.


A inicios de [[1882]], Lynch comanda una expedición en persona hacia Canta, mientras que otra división al mando de Pedro Gana fue enviada hacia [[Chosica]], buscando envolver a Cáceres, movimento que falló debido a que el general peruano retrocedió hacia [[Tarma]], evitando ser rodeado. Las tropas de Cáceres estaban conformadas por los batallones ''Zepita'', ''Tarapacá'', ''América'', ''Huancayo'', 90 artilleros y 40 jinetes de caballería.
Y entonces Piérola vio la oportunidad que tanto había espe-rado para llegar al poder, derrocando al débil general La Puerta e instalándose en el palacio de gobierno, con título de dictador al que luego sumó el de “Protector de la Raza Indígena”, algo inconcebible pues la historia registra documentadamente que sus adláteres fueron decla-rados racistas y porque él mismo fue un sanguinario represor de la masa campesina. Los “ci-vilistas”, aunque despreciándolo, no hicieron nada por oponerse al cambio de mando, aunque en su fuero interior empezaron a esperanzarse en que Chile liquidaría al odiado seminarista, haciéndose famosa la frase que pronunciaban en corrillos: “Preferible los chilenos que el zambo ladrón de Piérola”.


Lynch y Gana vuelven a Lima, pero el Presidente [[Domingo Santa María]] ordena continuar con la expedición, debido a lo cual, Lynch envía a Gana al mando de 2.300 efectivos hacia el [[Departamento de Junín]], compuesta por tropas de las unidades [[Regimiento 2 de Línea|''"Tacna" 2º de Línea'']], ''Lautaro'', ''"Chacabuco" 6° de Línea'', 1 escuadrón del ''Carabineros de Yungay'' y 1 brigada del Regimiento de Artillería ''Nº1''.


La expedición se divide en tres columnas, una de las cuales compuesta por la mitad del ''Chacabuco'' más la artillería y el ''Carabineros de Yungay'' tiene un enfrentamiento en el puente de la Oroya con guerrillas peruanas tomando el control del puente.<ref>[http://www.geocities.com/blautz_9000/articulos/canto.htm La expedición al departamento de Junín (23 de Enero - 31 de Julio de 1882)]</ref> Las otras dos columnas no tienen mayores inconvenientes, llegando a Tarma el [[25 de enero]]. El [[1 de febrero]], el mando de la división se reasigna al Coronel [[Estanislao del Canto Arteaga|Estanislao del Canto]], Comandante del ''2º de Línea''. Del Canto divide en 2 grupos a sus fuerzas y el [[28 de febrero]], la división chilena ocupa Jauja.
Lo sabía el dictador y por eso en vez de prestar apoyo al ejército del sur que se disponía a librar las batallas decisivas, lo partió en dos, como si se hubiese fijado como primer objetivo destruir lo que consideraba “el último bastión del civilismo”, vale decir, el ejército, varios de cuyos jefes, efectivamente, habían servido al partido de la plutocracia urbana. Creó así el primer ejército del sur, que sucumbiría en Tacna y Arica, en mayo y junio de 1880; y el se-gundo ejército del sur, que se estacionaría en Arequipa para desgraciar a Bolognesi, quien antes de quemar el último cartucho que alumbró su paso a la inmortalidad, clamó varias veces la dramática frase “¡Apure Leyva!”, en alusión a los refuerzos que nunca llegarían.
Se ignora aún por qué Chile no atacó Lima a pesar de tener el total control del mar y sabiendo de su incontestable superioridad bélica. En el Perú existían sólo restos del ejército de línea y hubo de organizarse uno nuevo con reclutas que los hacendados enviaron casi forzados a la capital. González Prada anota que esos reclutas ignoraban que se les alistaba para luchar con-tra el invasor extranjero y alguno de ellos creyó que Chile era “un animal grande, con botas”. Otros pensaban que se les había reclutado, como antes ocurriera a menudo, para disputas entre sus patrones. Incluso en plena campaña de La Breña los chilenos darían testimonio de que pobladores de una aldea de la serranía hablaban de “Don Chile”, como si se tratase de algún hacendado (Guzmán, 1990: 167).


==== Primer Combate de Pucará ====
Hablemos entonces de las otras clases sociales. Debajo de los hacendados y burgueses había sectores medios, formados por burócratas, profesionales, gremios de artesanos, practicantes de diversos oficios, etc. Si quitamos a los burócratas, serviles a la clase dominante, los otros sectores asumieron con dignidad la defensa de la patria, alistándose fundamentalmente en los batallones de la Reserva.
{{AP|Primer Combate de Pucará}}


Cáceres entretanto llegaba a [[Provincia de Concepción (Perú)|Concepción]], para luego salir hacia [[Huancayo]]. El [[5 de febrero]] se realiza el [[Primer Combate de Pucará]] entre fuerzas peruanas al mando de Cáceres y fuerzas chilenas al mando de Del Canto en el pueblo de Pucará y las alturas de Marcavalle. Luego del enfrentamiento Cáceres continúa su marcha hacia [[Izcuchaca]], mientras que Del Canto regresa a [[Huancayo]], dejando fuerzas en [[La Oroya]] y Junín.
Y en la base social estaba el campesinado, grupo mayoritario, en especial millones de seres humanos condenados a la servidumbre y a la tributación, fuesen peones de las haciendas o integrantes de las comunidades indígenas, a todos los cuales la clase dominante llamaba “in-dios”, racista y despreciativamente. Como “indios” se consideraba también a millones de mestizos, los de madre nativa nunca reconocidos por sus padres. Y otras mixturas raciales, como los triginios o trigueños, que llevaban algunos genes negros. La denominación de “cho-los” se refería a los que en la colonia fueron considerados “indios ladinos”, vale decir aque-llos de alguna forma contactados con los sectores occidentalizados. Pero durante la guerra, los chilenos, tan racistas como los criollos peruanos, hablarían indistintamente de “indios” y “cholos”.


El [[18 de febrero]] una tempestad en Julcamarca diezma sus tropas quedando con 368 soldados. El [[22 de febrero]], en el [[Combate de Acuchimay]], Cáceres vence a las fuerzas rebeldes del coronel [[Arnaldo Panizo]] que contaba con 1.500 hombres, tomando sus tropas. Luego de este suceso Cáceres ingresa a [[Ayacucho]].
José María Amat, al parecer un intelectual afincado en el altiplano, dejó un dramático testi-monio de la situación de la masa campesina, cuando arreció su rebeldía en plena guerra con Chile: “Sería preciso no ser peruano –dijo en carta dirigida a “El Comercio”, desde Puno, el 15 de junio de 1884- para desconocer el estado de ignorancia y abyección en que se halla la desgraciada casta indígena, destinada a ser el degradante instrumento de los caudillos polí-ticos, de los mandatarios de alto y bajo rango, de los propietarios o sucesores de los antiguos caballeros feudales, y hasta del más desvalido mistecastellanista, convertido en gestos de negocios judiciales o sea tinterillo explotador e la ignorancia de aquella raza” (Guzmán, 1990: 377).


De marzo a mayo de [[1882]] suceden diversos enfrentamientos como el [[Combate de Sierralumi]], [[Combate de Huaripampa|Huaripampa]], [[Combate de Huancaní|Huancaní]], [[Combate de Llocllapampa|Llocllapampa]], [[Combate de Sicaya|Sicaya]], [[Combate de Chupaca|Chupaca]], [[Combate de Pazos|Pazos]], [[Combate de Acostambo|Acostambo]], [[Combate de Ñahuimpuquio|Ñahuimpuquio]]
Recuérdese que sólo doce años antes de la guerra del guano y del salitre, el altiplano collavi-no fue escenario de una tremenda rebelión campesina, cuya jefatura recayó finalmente en el coronel del ejército Juan Bustamante, considerado por Edmundo Guillén el Thupa Amaro del siglo XIX, inmolado salvajemente en enero de 1868: “Bustamante y el grueso del liderazgo del movimiento (fueron) brutalmente eliminados por fuerzas comandadas por Andrés Re-charte. Los líderes rebeldes habían sido capturados en la pampa de Urcunimuni tras cuatro horas de ardua contienda… En el poblado de Pusi, Recharte ordenó encerrarlos y prenderles fuego en una vivienda… Bustamante, en particular, fue sometido a tormentos, siendo final-mente decapitado” (Rénique, 2004: 38).
<ref>[http://andresavelinocaceres.iespana.es/paginas/6campana_de_la_brena/pdf/6campana005.pdf 1881-1884: La Campaña de La Breña]</ref>


Las fuerzas chilenas estaban diezmadas por el tifus y la viruela, así Lynch autoriza a Del Canto a volver a Lima con el ''2º de Línea'' trayendo a los heridos y a los enfermos. Los batallones ''"Pisagua" 3º de Línea'' y ''"Santiago" 5º de Línea'' son enviados como refuerzos.
La masa campesina en todo el país, explotada secularmente, hacía acumulado odio hacia sus opresores, contradicción que halló cauce para su plena expresión en la fase final de la campaña de La Breña, como veremos con detalle más adelante.


El [[3 de junio]] y el [[28 de junio]] se enfrentan guerrillas peruanas con el batallón chileno ''Santiago'' destacado en Marcavalle.
Integraban también las clases oprimidas los peones negros y sus mixturas como mulatos y zambos, que especialmente en las haciendas agroexportadoras de la costa padecían cruel ser-vidumbre muy cercana a la esclavitud. De allí que en diciembre de 1879, poco después del golpe de Piérola, conmocionaran el Sur Chico con una gran sublevación, luchando en alianza con los siervos “indios” contra los hacendados, que debieron buscar refugio en las ciudades. Muchos de esos negros, mulatos y zambos iban a plegarse a la resistencia patriota, formando guerrillas que apoyaron a Cáceres durante toda la campaña. En tanto que casi todos los hacendados demandaron la presencia de las tropas chilenas, cuyas correrías punitivas costea-ron en el afán de recuperar sus posesiones.


Cáceres ya organizado deja Ayacucho y marcha hacia Izcuchaca donde establece su cuartel general el [[1 de junio]]. Allí Cáceres planea atacar a la expedición chilena al mismo tiempo desde Huancayo a La Oroya. Organiza tres columnas: a La Oroya envía al coronel Máximo Tafur, a Concepción envía al coronel Juan Gastó y a la columna a Huancayo estaba bajo su mando.
Como siervos del campo había también una numerosa población traída con engaños desde Macao y China. Varios oligarcas labraron sus fortunas en el tráfico de estos semiesclavos a los que se llamó “coolíes”. Adeudados casi de por vida, gran parte de esos chinos terminaba su vida mendigando en las ciudades. Fueron varios sus alzamientos, reprimidos sangrientamente. El alto mando chileno conoció puntualmente esta situación y uno de sus jefes, el almirante Patricio Lynch, veterano de guerra en la China, tuvo el acierto de liberar a los “coolíes” en su tránsito por el Sur Chico, logrando una adhesión en tal número que los chinos formaron un batallón con banderas propias en el ejército chileno que marchó sobre Lima. Cabe empero mencionar que en la capital del Perú y en algunas otras ciudades del interior, hubo chinos potentados, como aquellos que en plena guerra costearon una corrida de toros en Lima. Unos y otros, coolíes liberados y chinos potentados, terminaron proclamando a Lynch como “padre de la raza amarilla”. Esta alianza determinó que en varios lugares, principalmente en el Sur Chico, se produjeran matanzas de chinos. El caso es que ninguno de éstos militó en la causa de la Breña.


La columna de Tafur debería pasar por [[Distrito de Chongos Alto|Chongos]] y [[Chupaca]] y atacar la guarnición chilena de [[Distrito de La Oroya|La Oroya]]. El general Cáceres iria a combatir la posición chilena de [[Marcavalle]] y [[Pucará]]. La orden del coronel Gasto eran avanzar por las alturas de los cerros del valle hasta Comas donde se reuniría con los guerrilleros de Ambrosio Salazar para atacar al destacamento chileno de Concepción.<ref name="Campo">{{cita web|
Casi un año tuvo Piérola para preparar la defensa de Lima, tiempo que empleó sólo en ma-niobras desatinadas, desoyendo los consejos de los militares de carrera, como Cáceres, y dan-do título de coroneles a todos sus amigos hacendados. Creyó o fingió creer que los chilenos caerían sobre Lima desde la sierra y por eso colocó un cañón en el Cerro San Cristóbal apun-tando en esa dirección. Y con su principal cómplice, Miguel Iglesias, señor feudal de Caja-marca al que hizo su ministro de guerra, preparó con sus desaciertos la hecatombe de San Juan y Miraflores, ocurrida en enero de 1881.
|apellido = del Campo Rodríguez
|nombre = Juan
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|título = La Batalla de Concepción
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}}</ref> Las columnas de Cáceres y Gasto deberían de atacar las posiciones enemigas el 9 de julio y la columna de Tafur una semana antes. Juan Gasto marchaba hacia Comas con las columnas "Pucará N.4" al mando de Andres Freyre y la columna ''Libres de Ayacucho'' al mando de Francisco Carbajal.


==== Segundo Combate de La Oroya ====
Aún se combatía en Miraflores cuando él y su comitiva tomaban el camino de la sierra, por Canta, disolviendo en el camino a las pocas tro-pas que hasta allí lo acompañaban. Por cierto, su guerrerismo parecía haber dejado de existir, pero resucitaría pronto al saber que sus enemigos políticos, los “civilistas”, habían salido de sus escondites de Lima convocados por los chilenos para derrocarlo y formar un nuevo go-bierno.
{{AP|Segundo Combate de La Oroya}}


El [[10 de julio]] se enfrentan las fuerzas peruanas de Máximo Tafur y las chilenas del ''3º de Línea'', al mando del Teniente Francisco Meyer en el [[Segundo Combate de La Oroya|puente de La Oroya]]. La guarnición chilena mantiene el control del lugar.
En efecto, en febrero de 1881 un pequeño grupo de potentados se reunió en Lima, a solicitud del alto mando chileno que urgía la formación de un nuevo gobierno con el cual entenderse. Ese grupo de “notables”, así se llamaba entonces a los potentados de cualquier región, eligió como “presidente provisorio” a Francisco García Calderón, citado antes como Presidente de la Compañía del Salitre de Tarapacá y por tanto directamente comprometido con lo que estaba en disputa. Creyendo que se allanaría a firmar un tratado de paz con cesión de territorio, los chilenos reconocieron al nuevo mandatario y le dieron como residencia el palacete de La Magdalena; además, le proporcionaron armamento para que organizara una fuerza en Chorri-llos, teniendo proyectado enfrentarlo con el “dictador” Nicolás de Piérola. Éste, en su pere-grinaje de Canta a Jauja, fue recibido con entusiasmo por los hacendados, los gamonales civi-les y religiosos, pero el guerrerismo de éstos había decaído notoriamente, al prever que sus posesiones pronto serían atacadas por los invasores chilenos.


[[Archivo:Ignacio Carrera Pinto y los heroes de la Concepcion.jpg|thumb|right|200px|Dibujo que muestra de izquierda a derecha a [[Arturo Pérez Canto]], [[Ignacio Carrera Pinto]], [[Julio Montt Salamanca]] y [[Luis Cruz Martínez]], oficiales chilenos muertos en el combate.]]
Así, en febrero de 1881 había dos “presidentes” peruanos, Piérola y García Calderón, convo-cando cada cual por su lado a sendos congresos o asambleas legislativas, que iban a reunirse en Ayacucho y Chorrillos, respectivamente. Ambos congresos, finalmente, se consumirían en discusiones bizantinas, manteniéndose al margen e incluso socavando la resistencia patriota. García Calderón, al no ser reconocido casi por ningún pueblo, tuvo el atrevimiento de enviar tropas contra Cáceres, las que fueron doblegadas en combate por los Guerrilleros del Rímac. Piérola, por su parte, al demandar la presencia de Cáceres en Jauja, le dio únicamente un papel nombrándolo jefe superior político y militar del Centro, dejándolo sin tropas y sin dinero, pero con la misión de no permitir al enemigo avanzar hacia el interior.
Hubo, cabe señalarlo, excepciones a la regla, vale decir miembros de los sectores económi-camente poderosos que dieron valioso apoyo a la causa patriota; por citar dos casos para-digmáticos, el exitoso empresario minero Ricardo Bentín, que se convertiría en jefe de los Guerrilleros del Rímac y el rico hacendado José Mercedes Puga, llamado con justicia el “Cáceres del Norte”; y varios otros. Pero reiteramos: fueron excepciones a la regla. Porque la clase dominante en bloque, conforme lo denunciarían Cáceres y sus breñeros, no sólo negó apoyo a la causa de la resistencia patriota, sino que se puso al servicio del ejército chileno. Finalmente, las facciones dominantes en pugna terminaron coludiéndose, apoyando ambas la nefasta suscripción del tratado entreguista.
Cáceres recibió de Piérola sólo un papel nombrándolo jefe superior político y militar de los departamentos del centro. Nada más. Ni tropas, pues las había disuelto, ni armas, pues las que existían las envió a Cajamarca o Arequipa, ni dinero, que sí lo empleó en gastos inútiles, como un pomposo viaje por los departamentos del sur hasta Bolivia, país del cual ya no se recibiría apoyo alguno. Prácticamente sólo y lo que es peor, con la oposición política de la facción a la que aún prestaba acatamiento, Cáceres iba a iniciar una obra extraordinaria, organizando el ejército de la resistencia con el apoyo de esforzados militares sobrevivientes de las campañas del Sur y de Lima, con el concurso de un selecto grupo de intelectuales y profesionales que desde la capital marchó a su encuentro, entre ellos poetas, maestros, médicos, ingenieros y escritores, con la participación de los gremios de artesanos que desinteresadamente se plegaron a su causa, con la ayuda valioso de algunos representantes del clero secular y regular, pero sobre todo con la participación decidida de la masa campesina, vasto sector oprimido con el que supo compenetrarse de manera admirable.
LOS NEGOCIADOS DEL CIVILISMO
Como se sabe, en 1881 el ejército de La Breña tuvo en jaque a los chilenos, que debieron permanecer en la capital, sobre la cual Cáceres tendió un cerco de hierro, estacionándose su-cesivamente en Jauja, Chicla, Matucana y Chosica. El “gobierno provisorio” de García Cal-derón no fue reconocido sino en muy contadas localidades, y quiso hacerlo por la fuerza en-viando al interior las tropas que formó con apoyo de los chilenos, fracasando estrepitosamen-te. Los Guerrilleros del Rímac desarmaron a una fuerza que marchaba al centro por Tambo-raque. Fracasaron asimismo las ofertas políticas que hizo García Calderón a Cáceres, quien optó por seguir acatando a Piérola no obstante la inercia de éste.
El grupo de poder representado por García Calderón buscó afanosamente la intervención de los Estados Unidos de Norteamérica a favor del Perú. Para el caso, por medio de un protocolo cedió a esa potencia el puerto de Chimbote, lo que no fue aprobado por el congreso nortea-mericano. Cualquier solución pareció válida a los “magdalenos” (nombre con que se tildó a los partidarios de García Calderón) con tal de conservar aunque sea una parte de sus intereses en Tarapacá y hasta propusieron la anexión del Perú a los Estados Unidos de Norteamérica. Esta aseveración aparece meridianamente clara en una nota que el 4 de mayo de 1881, cuando García Calderón buscaba ser reconocido, dirigió al secretario del Departamento de Estado nada menos que el ministro de los Estados Unidos en el Perú, mister Isaac B. Christiancy, recomendando no sólo loa intervención sino la ocupación y dominio total del Perú, así, con todas sus letras. Siendo tan inverosímil esta propuesta, es de rigor transcribir los párrafos per-tinentes de dicho documento: “La gran mayoría de todas las clases sociales del Perú (ob-viamente se refería a las facciones de la clase dominante) siente un afecto muy grande por los Estados Unidos y un fuerte odio por Inglaterra… Mi conclusión es que el único medio para que los Estados Unidos dominen el comercio del Perú y eviten el predominio británico, es intervenir activamente obligando a los beligerantes a un arreglo de paz en términos razona-bles o gobernar el Perú por medio de un protectorado o de una anexión. Estos proyectos me han sido sugeridos a menudo y fuertemente por peruanos, y creo que el clero católico está a favor de la anexión. En una votación, tres cuartas partes o cuatro partes también la apoyar-ían. Cincuenta mil ciudadanos emprendedores de los Estados Unidos dominarían a toda la población y harían al Perú totalmente norteamericano. Con el Perú bajo gobierno de nuestro país, dominaríamos a todas las repúblicas de Sudamérica y la Doctrina Monroe llegaría a ser una realidad” (cf. Querejazu, 1992: 505). Los estadistas de la potencia del norte no tomaron en serio ese proyecto, sobre todo porque la diplomacia chilena empleaba todos los medios para terminar con la simpatía que aparentemente mostraba el gobierno norteamericano por el Perú.
Ante ello, el gobierno de García Calderón tuvo que emplearse a fondo, planeando un gran negociado para que el salitre de Tarapacá, en vez de caer en manos de Chile, pasase a propie-dad de una sociedad en la que se involucró a la entidad financiera Crédit Industriel, al secre-tario de estado norteamericano y al presidente francés, ni más ni menos, según denuncia de Buenaventura Seoane.
De allí que el gobierno de García Calderón dilatara las conversaciones de paz con los chilenos. Éstos, finalmente, fueron puestos al tanto del negociado en ciernes, amenazando su di-plomacia con hacer un escándalo internacional si los Estados Unidos de Norteamérica no cambiaban de posición. Esta presión surtió efecto, si bien la potencia del norte esperaría aún unos meses para hacer público su decidido apoyo a Chile, confundiendo a los peruanos. El caso es que el gobierno chileno entendió que García Calderón no era de confiar y optó por ordenar su prisión y destierro, en setiembre de 1881, desarmándose de paso y sin oposición alguna a su pequeño ejército. Al partir García Calderón a Chile el “civilismo” reconoció por nuevo mandatario a quien había sido elegido su primer vicepresidente por el Congreso de Chorrillos, almirante Lizardo Montero, el engreído del Club Nacional, asentado por entonces en Cajamarca.
Por entonces, Cáceres ingenuamente creía que Montero podía movilizar sus tropas al Centro para enfrentar a los chilenos: “Sería conveniente –escribió- que el general Montero se aproximase con sus fuerzas por Chancay para estrechar (a los chilenos) junto conmigo y obligarlos a abandonar la capital” (Guzmán, 2000: 140). Ignoraba que Montero, olvidando que estaba en Cajamarca por orden de Piérola, aceptaba suceder al desterrado García Cal-derón del que fuera nombrado vicepresidente por el Congreso de Chorrillos. Así, continuaría en el Perú la anarquía, con dos mandatarios en pugna: el “presidente constitucional” Piérola en Ayacucho y el “vicepresidente provisorio” Montero en Cajamarca. Al reconocer al “go-bierno provisorio” Montero creyó asegurarse el control del Norte y del Sur, viéndose Cáceres se vio en una difícil situación pues varios personajes se dirigieron a él demandándole recono-cer el “nuevo orden”.
Respecto al papel del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, resta consignar aquí algunas de las conclusiones del sabio historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte, quien nos ex-hortó a no confiar jamás en la superpotencia: “El gobierno de aquella nación hubo de censu-rar y desaprobar la conducta de sus representantes y no hizo nada por impedir la devastación del Perú llevada a cabo por el enemigo, contra todas las leyes internacionales… La intervención favorable de los Estados Unidos no se produjo y, más bien, impidió que los go-biernos europeos amigos hubieran podido intervenir… Lo grave es que el Perú hubiese olvi-dado todo esto, porque, años más tarde, cuando se trató de poner término a la situación de Tacna y Arica, D. Augusto B. Leguía acudió al presidente de los Estados Unidos Mr. Coolidge y lo escogió como árbitro. Como es sabido, el laudo de este señor no pudo ser menos fa-vorable al Perú y en todo sentido contrario a todos los más sanos principios del derecho in-ternacional” (Vargas Ugarte, 1979: 163-164.
LA TRAICIÓN DEL PIEROLISMO
Piérola, desde Ayacucho, socavó de continuo las actividades del ejército patriota, descono-ciendo a las autoridades nombradas por Cáceres y nombrada en su lugar a prominentes hacendados entre los cuales pronto se reconocieron a pillos redomados y traidores. Los pri-meros en adoptar esta actitud fueron los Vento, Norberto y Manuel de la Encarnación, padre e hijo, respectivamente, quienes defeccionaron en Canta. Estando en Jauja, el general Cáceres informaba que apenas se había instalado en su jefatura cuando empezaron a mostrarse actitu-des negativas en esos señores feudales y sobre escribía a Piérola el 30 de abril de 1881: “Anoche he recibido un propio de Canta, trayendo comunicaciones del señor Coronel Dn. Ambrosio Negrón. En ellos se avisa que el Sub-Prefecto anterior Dn. Norberto Vento, creyéndose ofendido con el nombramiento de su sucesor, se ha retirado a una hacienda llevándose a su hijo y a su yerno, obligándoles a abandonar los puestos que tenían en los batallones organizados en esa provincia. Además se queja el señor Negrón de que habiendo pedido al mismo Vento los 200 hombres que había organizado para sofocar la insurrección del Cerro de Pasco, se negó a ello bajo diversos pretextos” (Guzmán, 2000: 102). Ante ese torno proceder Cáceres destacó sobre Canta al coronel Tafur, ante cuya cercana presencia los Vento fingieron acatamiento, pero sólo esperando el momento oportuno para hacer traición. Y desde el principio, Cáceres desconfió también del patriotismo de los potentados, tal como lo señaló en Tarma finalizando mayo de aquel año: “He trabajado consiguiendo la promesa de los más influyentes vecinos de cada localidad. Sólo temo que bajo la presión de las fuerzas chilenas les falte valor y violando sus compromisos repitan los escándalos del Cerro” (Guzmán, 2000: 115). Se refería a la resistencia que tuvo en la región para conseguir caballos y bastimentos, por lo que hubo de proceder inflexiblemente. La situación, sin embargo, no mejoraría, al extremo de que Cáceres debió poner en prisión a varios propietarios, sobre lo cual escribía a Piérola en julio de ese año: “El señor Olavegoya, después de haberme ofrecido armas y municiones, se ha negado a entregármelas” (Guzmán, 2000: 128). La cita sirve para decir que cada hacendado tenía a su servicio gente armada; incluso, en plena campaña de La Breña, hubo disputas entre hacendados por cuestiones limítrofes o por posesión de aguas. Algunos meses después, Cáceres concedería pasaporte a Olavegoya, para recorrer sus pose-siones.
En agosto de 1881, estando en Cerro de Pasco, Cáceres impuso un cupo a los ricos propieta-rios de esa localidad, de Tarma, Jauja, Huancayo y Huánuco, con expreso señalamiento de sus nombres y las sumas que debían aportar para el sostenimiento del ejército de la resistencia, llamando incluso delincuentes a los que se mostraban remisos: “Del pago inmediato del impuesto –dijo- responder5án los bienes muebles e inmuebles de los anotados, en proporción a sus fortunas y delincuencia personal… Pesan graves responsabilidades sobre algunos indi-viduos que señaladamente han entrado en alianza con los enemigos de la república; es a ellos a los que (se) debe gravar de preferencia” (Guzmán, 2000: 129).
Así como Cáceres iba reconociendo a los felones y traidores, la masa campesina lo hacía también a su modo y desde el inicio de la campaña de La Breña la justicia popular traería al recuerdo lo sucedido durante la revolución francesa: “A mi llegada (a Cerro, dijo Cáceres) he podido apreciar el encono que hay contra esos malos ciudadanos de parte del pueblo… El cura Lino y tres individuos más fueron tomados por el pueblo y muertos, cortándoles las ca-bezas, que fueron llevadas en procesión a Cerro” (Guzmán, 2000: 133).
Cáceres requería de armas para armar a los voluntarios que en crecido número se presentaban ante él dispuestos a luchar por su causa. Y demandó a Piérola las que Montero se había lleva-do a Cajamarca: “A propósito de armas –dijo-, se me asegura que el general Montero tiene un considerable número y sería muy conveniente que V. E. se dignara ordenar que se me remita una parte de ellas, porque son de indispensable necesidad en estos lugares” (Guzmán, 2000: 133). El jefe patriota estaba lejos de imaginar que esas armas las dejaría Montero a Miguel Iglesias, el supremo traidor.
Con fineza digna de mejor causa, Cáceres se quejaba también del trabajo de zapa que hacían las autoridades nombradas por el dictador: “Me permito manifestar a V. E. –escribió a Piérola- que me hallo muy mortificado con algunas autoridades que, desgraciadamente, más procuran para sí que para el país” (Guzmán, 2000: 134). Días después era más explícito: “Después de mi viaje a Cerro me he convencido de lo poco prestigiosas que son las autoridades que he encontrado allí, las cuales son un elemento contrario a la causa”; añadiendo a ello: “A consecuencia de un parte del prefecto de Lima, en el cual me comunica que el subprefecto de Chancay se hallaba en convivencia con los chilenos, he tenido a bien que lo apresen y se le inicie juicio en consejo de guerra” (Guzmán, 2000: 135). El prefecto de Lima a que hacía alusión era el coronel patriota José Agustín Bedoya, quien poco después iba a ser envenenado. Por entonces, sus comentarios empezarían a ser más agrios al tomar conocimiento de las maledicencias del grupo que rodeaba a Piérola en Ayacucho: “Muy mortificado me tiene V. E. –le escribió el 13 de agosto e 1881- con las calamidades que se levantan contra mí por nuestros enemigos y las dudas que se alimentan en nuestro círculo. Yo, Excmo. Señor, no tengo más deseos que servir a mi patria con la abnegación que acostumbro; y V. E. comprenderá lo triste que es para mí ver tornado en apreciaciones denigrantes los esfuerzos del patriotismo que me domina a favor de la patria y que se ponga en duda la lealtad de mis servicios… Me tiene pues V. E. en una situación difícil y mortificante, pero yo me resigno a soportarla sólo por cooperar con V. E. a la salvación del país” (Guzmán, 2000: 136).
Como se aprecia, Cáceres, pese a no recibir apoyo de Piérola, creía aún en él, sin sospechar que en secreto aquel trataba de comunicarse con el alto mando chileno. Por eso, la Asamblea de Ayacucho transcurrió en discusiones bizantinas, luego de reconocer a su caudillo como “presidente constitucional de la república”, según leemos en el Registro Oficial de Huánuco del lunes 12 de setiembre de 1881. A tal extremo llegaba la confianza, por no decir ingenui-dad, de Cáceres, que por esos días se concilió con el hacendado Manuel de la Encarnación Vento, confiándole otra vez la custodia de Canta. Tremendo error, de consecuencias nefastas. Confiaba en Piérola pese a que éste desconoció el nombramiento de prefecto de Junín que hizo en la persona del esforzado coronel Guillermo Ferreyros, nombrando en su lugar a un despreciable borracho, tal como lo puso de manifiesto, muy compungido, el Jefe de La Breña: “Crece el desaliento –le dijo a Piérola- cuando se lastima a un verdadero patriota por favorecer a un sujeto de mala reputación, que si hoy indebidamente ocupa un puesto en la Asamblea y se le guarda consideración, nunca la ha merecido en su vida de constante beo-dez” (Guzmán, 2000: 139).
No pasaba desapercibido para Cáceres que esa Asamblea era responsable de lesionar su auto-ridad y trabar su accionar, lo que le llevó a declarar que esos cónclaves eran del todo incon-venientes: “Decididamente –escribió- yo no soy nada parlamentario… los Congresos son inconvenientes en todo tiempo y muy especialmente en las presentes circunstancias en que hay necesidad de acción libre y no sirven sino de rémora y embarazo” (Guzmán, 2000: 139-140).
Deploraría también el jefe patriota el que la autoridad designada por Piérola para Cerro de Pasco fuese juguete de “una señora creo que relacionada suya, muy conocida en Cerro y de no buenos antecedentes… siendo de esta suerte ella la que desempeña la prefectura, hasta el punto de tomar la fuerza pública a su disposición y hacer excursiones diurnas y nocturnas” (Guzmán, 2000: 141).
Pero lo que colmó la paciencia de Cáceres fue el proceder del hacendado Manuel Miranda, una verdadera perla: “Ahora voy a hablar a V.E. de Miranda –escribió a Piérola en setiembre de 1881-. Hay pícaros tan pícaros y tan redomados que no sé por qué medios extraordinarios llegan a engañar y fascinar hasta el punto de captarse voluntades y simpatías, haciendo apa-recer como merecimientos lo que en el fondo no son sino iniquidades. A esta clase pertenece indudablemente Miranda. Desde tiempo atrás he venido recibiendo partes en contra de él por sus abusos y expoliaciones, pero no quise darles crédito; y cuando lo trasladé a la sub-prefectura de Chancay aún lo creía hombre recto y competente, traslación que no obedeció apoyado en la orden particular que de V.E. tenía para no dejar ese puesto, de la que sólo ahora tengo conocimiento. Posteriormente recibí un oficio del jefe de una columna de guerri-lleros que tengo en las alturas de Sisicaya en que ponía en mi conocimiento que el hijo de Miranda había vendido en Cieneguilla una cantidad no pequeña de ganado lanar enviado de Jauja. Entonces oficié a Miranda para que me explicara esto, y le pedí además como ya re-iteradas veces lo había hecho, una razón de los ganados y víveres reunidos en su provincia; y sin hacer nunca caso de esta razón que le pedí, hasta últimamente que se vio destituido, se limitó a decirme que había enviado ese ganado para el sostenimiento de fuerzas que tenía por allí, siendo así que esas fuerzas nunca han existido. Examinando con imparcialidad este asunto llegué a adquirir pruebas irrecusables, del comercio inicuo que hacía este funcionario cuya autoridad no servía sino para especular descaradamente. Por una parte vendía y regalaba el ganado que recogía para el sostenimiento, por otra parte surtía su hacienda de bestias que tomada para el servicio público, de las que tengo en mi poder cinco mulas traídas de su hacienda que sobre las antiguas marcas tienen fresca la de Miranda. Últimamente se ha tomado en su hacienda Cieneguilla una cantidad de ganado que probablemente es la última partida enviada para ser negociada. Sólo en el ramo de pasaporte se había creado una renta pingüe, de la que no ha dado cuenta, pues nadie podía salir de la población sin el respectivo pasaporte. El nuevo prefecto C. Vizcarra, me dice que en los dos primeros días que se hizo cargo de la subprefectura, el secretario que desde antes servía, le dio cuenta de ochenta y tantos soles del primer día y cuarenta del segundo hasta el mediodía como producto del ramo de pasaportes de lo que daba una parte y se quedaba con el resto, como la cosa más natural del mundo. Los pleitos con Daniel Mayor, aparte de los cargos que hay contra éste y por lo que se le sigue el correspondiente juicio, eran ocasionados por las bajas que el subprefecto mandaba dar, por dinero, del Batallón de su mando. En fin, muy pronto le remitiré a V.E. al tal Miranda con todos sus robos comprobados en el sumario que se sigue y V.E. se arrepentirá de haber protegido a un bribón semejante, que deshonra al gobierno” (Guzmán, 2000: 141).
Vano intento de Cáceres por ejercer justicia pues Piérola consintió a Miranda pese a conocer sus fechorías; con el tiempo, este sujeto iba a ser uno de los principales consentidos del traidor Iglesias.
Cáceres denunció como traidor a un hacendado de Sayán apellidado Villavicencio, que fungía de subprefecto nombrado por Piérola, culpándolo de ser “otro bribón, pero en mayor grado, pues no sólo cometió robos inauditos sino que había tenido relaciones con chilenos. El Prefecto Bedoya sorprendió una carta dirigida a Lima por un chileno que estaba en Sayán, en que ofrecía darles cuenta minuciosa de todo a los suyos, pues aseguraba contar con el apoyo del subprefecto Villavicencio. De las declaraciones tomadas a dicho chileno, resulta que él ha vivido muchos años en el Perú, que vino en el ejército chileno y que desde tiempo atrás tiene relación con Villavicencio, quien le ofreció que podía vivir con su familia tranquilo en Sayán donde es casado. Cuando Bedoya me dio la noticia de esto y de cantidades que había reunido el subprefecto por cupos impuestos, de los que no había dado cuenta, le ordené que lo aprehendiese y lo sometiera a un Consejo de Guerra. Ahora me comunica que dicho subprefecto habiendo sido llamado a rendir cuentas, ha fugado, y que se han librado las órdenes convenientes para prenderlo. Esto hará ver a V.E. –dijo a Piérola, desengañado de las autoridades por él nombradas- que no hay hombres con quien contar, y que aquellos que nos parecen buenos, porque se valen de distintos medios para engañarnos, suelen ser los peores (Guzmán, 2000: 141).
Los robos por parte de los funcionarios no tenían cuando cesar, pues en otra comunicación, fechada en Matucana el 15 de setiembre de 1881, además de referir haber salvado de varios atentados contra su vida, Cáceres reiteró las acusaciones: “Tengo el sentimiento de insistir sobre la triste administración de las últimas autoridades sobre la triste administración de las últimas autoridades de cerro de Pasco. Aquello es un cuadro que da lástima y subleva. Esas autoridades han cometido tal cúmulo de abusos, extorsiones y latrocinios que supera toda exageración. Prescindiendo de infinitos hechos particulares y concentrándome a lo extraído de las propiedades de Minaya, es infinita la suma a que asciende el valor de las especies y animales que han sido tomados, y muy pequeña aquella de que han dado cuenta. Los cincos de metales que han sido beneficiaos por cuenta del estado, el número de ganado y bestias que se han sacado de las haciendas y hasta los muebles y más insignificantes útiles de casa, todo ha sido saqueado y no se sabe su paradero. Con el fin de establecer estos hechos, que son motivo de la más terrible censura y desprestigio, he mandado que se levante el corres-pondiente sumario. Daré a V.E. cuenta del resultado. Avergüenza autoridades de esto género que aprovechan de las circunstancias calamitosas para explotar en medio de sus más acerbos dolores (Guzmán, 2000: 147).
En ese mismo documento se consigna que había peruanos dedicados a lucrar con la guerra, despreciables aunque necesarios sujetos, dadas las circunstancias: “El señor Gómez Silva me dice que se le ha propuesto, bajo buenos auspicios, entregar 440 rifles, 60 quintales de pólvora y 10,000 tiros por la suma de S/ 30,000 billetes, poniéndolos fuera de Lima. Aunque abrigo desconfianza a este respecto, le he contestado aceptando y haciéndome responsable por la suma” (Guzmán, 2000: 148). Este Gómez Silva, desde Lima, enviaba noticias falsas a Cáceres, como que todas las fuerzas chilenas se movilizaban fuera de Lima por aquellos días, lo cual era absolutamente falso.
Carente de armas, el jefe patriota hubo de ordenar una requisa general en toda la región, por circular dirigida el 2 de noviembre de 1881 a los prefectos de Lima, Ica, Junín, Ayacucho, Huancavelica y Huánuco: “Atendiendo a las circunstancias en que se halla colocada la re-pública y siendo de urgente necesidad la adquisición de todas las armas y municiones que existen en poder de particulares de todas las armas y municiones que existen en poder de particulares, proceda V.S. a dictar todas las medidas necesarias para recogerlas, sin distin-ción alguna de personas y bajo las más severas penas a los que las ocultaren” (Guzmán, 2000: 170).
Contrariando toda lógica, en esos días en que las avanzadas patriotas libraban continuos combates contra los chilenos, Piérola ponía en libertad al cura Huapaya, reponiéndolo como alcalde del cercado de Huánuco pese a que Cáceres lo enjuició por estar en tratos con los chi-lenos: “He recibido una comunicación del Prefecto de Huánuco, en la que me hace saber que el Ministerio General le ordena poner en libertad al cura Huapaya y reponerlo en el cargo de Alcalde Municipal de ese cercado. Como yo ignoro el fundamento de esta disposición, me permito recordar a V.E. que el referido Huapaya, fue enjuiciado por mí, suspendido y sustituido, así como los demás miembros municipales por haber firmado las actas de adhesión a García Calderón. El indujo al pueblo a proceder así, lo amotinó en contra del prefecto Cortés, impidiendo que se sacara una cantidad de plata labrada que debía remitirse a V.E. Estuvo también en íntimas relaciones con los chilenos a quienes entregó espontáneamente y sin exigencia de parte de ellos las alhajas y plata labrada de las iglesias. Por fin, Excmo. Señor, tiene mil acusaciones, hechas generalmente por el pueblo de Huánuco, y no sé si con todas estas circunstancias, pueda ser repuesto al ejercicio de un cargo público; mucho más, desde que muchos otros ciudadanos han sido castigados con destitución de sus empleos por faltas de civismo como las cometidas por Huapaya” (Guzmán, 2000: 173-174).
Ese proceder y la confirmación de que Piérola había enviado secretos emisarios ante Patricio Lynch, general en jefe del ejército de ocupación, provocaron finalmente que los jefes y ofi-ciales del ejército patriota, reunidos en Chosica el 24 de noviembre de 1881, se pronunciaran por su derrocamiento, designando a Cáceres Jefe Supremo de la República. Este pronuncia-miento contó con la aprobación de los pueblos del Centro, a través de sendas actas, pero Cáceres, si bien hizo causa común con sus jefes y oficiales desconociendo la autoridad de Piérola, no aceptó el mando supremo, conservando sólo la jefatura superior política y militar de los departamentos del Centro. Y se cuidó de expresar con reiteración que el pronuncia-miento de su ejército no suponía adhesión al gobierno provisorio, con lo que la situación se mantuvo tensa. En un afán de superarla, Cáceres propuso a Montero la conformación de una Junta de Gobierno de Unidad Nacional, hallando sólo oídos sordos.
Tremendo error de Cáceres fue permitir a Piérola el libre tránsito a Lima, incluso felicitándolo y ofreciéndole garantía por haber aceptado la dimisión. Lo que Piérola quiso fue escapar a como diera lugar, pasando a Lima no sin antes dejar instrucciones precisas a sus correligiona-rios para oponerse a Cáceres. Así, desde noviembre de 1881 Cáceres solicitó la movilización a su encuentro del ejército acantonado en Ayacucho, a las órdenes de Arnaldo Panizo. Pero éste no obedecería su autoridad y, por el contrario, se prepararía para combatirlo. Similar proceder iba a tener el hacendado Vento, sublevando a las tropas que custodiaban Canta con lo que dejaba un paso a los chilenos para movilizarse contra Cáceres.
Nada más que llegando a Lima, lo primero que hizo Piérola fue lograr audiencia con Patricio Lynch, informándole que el momento era propicio para movilizar al ejército chileno contra Cáceres, quien estaba en una difícil situación en Chosica, donde se había desatado la epide-mia del tifus, asegurándole el paso por Canta donde defeccionaría el hacendado Vento. El periódico patriota “La Unificación Nacional” daría detalles sobre ese inicuo pacto: “Una vez repuesto el señor de Piérola de su abatimiento y del dolor de su caída, trató de entenderse con el contralmirante Lynch y se valió para ello de cierto personaje conocido con el extraño apodo de ‘querido Patricio’. La casa donde conferenció varias veces con el jefe chileno está situada en la calle de Palacio… De estas visitas nocturnas y estrechos circunloquios entre Piérola y Lynch, salió, lo queda la menor duda, la famosa expedición chilena al departamento de Junín, con el exclusivo objeto de destruir el ejército mandado por el general Cáceres” (Guzmán, 1990: 147).
A tiempo fue prevenido el Jefe de La Breña, que el 5 de enero de 1882 debió emprender la retirada desde Chosica. Al siguiente día se detuvo en Casapalca, para lanzar una encendida proclama al ejército y a la nación denunciando sin ambages la traición pierolista:
“Conciudadanos.- Un hecho escandaloso, sin precedente en nuestra historia se ha realizado en estos días. Cuando el ejército chileno avanzaba por los caminos para cortar nuestras líneas de defensa, parte de nuestras fuerzas se ha dispersado, causando graves desórdenes, impidiendo así el cumplimiento de las medidas dictadas por mí para contener la marcha del ejército invasor. Esto obedece a instigaciones de don Nicolás de Piérola, que desde Lima y de acuerdo con nuestros enemigos, prepara nuevos días de humillación y de vergüenza para el Perú. Despechado, porque merecidamente se le ha arrancado el poder que no supo emplear en la defensa del país, el ex-dictador está hoy cómodamente establecido en la capital al amparo de las bayonetas chilenas y sueña con el restablecimiento de la dictadura para ejercer venganzas indignas, suscribiendo a todo evento una paz deshonrosa.
Soldados:
Vuestros nobles esfuerzos han sido estériles, por los malos elementos adictos al ex-dictador. Libres hoy de ellos, unidos y fuertes, sabréis defender conmigo la bandera querida de la pa-tria. Probemos que nada nos detendrá en la defensa de la integridad de nuestro territorio y de la honra de nuestro nombre.
Pueblos todos del Perú:
Cumplo un deber sagrado declarando ante vosotros, que debido solo a la pérdida influencia de don Nicolás de Piérola, mi ejército no ha defendido, como era su deber y su deseo, las posiciones que cerraban el paso al enemigo.Que la maldición de sus conciudadanos y el ana-tema de la historia caigan sobre los que sacrifican ante su desmedida ambición la honra y el porvenir de la patria” (Guzmán, 1983: 848).
Cáceres se detuvo también en Jauja donde el 24 de enero expidió un decreto rehusando la investidura suprema de la república y reconociendo la autoridad de Lizardo Montero, en el noble afán de unificar al país. Y prosiguió su sacrificada retirada, batiéndose con los chilenos en Pucará, el 5 de febrero de 1882, con singular éxito, pero para padecer trece días después el desastre de Julcamarca, que diezmó a gran parte de sus tropas. Mas gracias al desinteresado apoyo de los pueblos de Huancavelica, la hueste patriota se rehízo, marchando sobre Ayacu-cho donde tuvo que hacer frente al traidor Panizo, pierolista que fue derrotado en Acuchimay y Carmen Alto, el 22 de febrero de aquel año. La traición está documentada por el informe del corresponsal de “La Unificación Nacional” en Lima, quien anotó interesantes detalles como los siguientes: “Piérola contaba como medio de ejecución de sus planes con el ejército de Ayacucho, comandado por un oscuro mozalbete a quien había sacado de la nada, a quien… le ordenó por medio de comisionados especiales, que se mantuviera a la expectativa y se negase, con todo género de pretextos, a moverse de aquella plaza sobre el departamento de Junín en refuerzo del Jefe Superior y a efecto de rechazar la invasión chilena. Tan claro ha sido todo este juego, que los pierolistas manifestaban en los hoteles y parajes públicos su confianza en el ejército de Panizo y en el buen éxito de la reacción por ellos perseguida… Pero el hombre propone y Dios dispone… La noticia de este suceso extraordinario produjo aquí en todos los círculos el efecto de una bomba de precisión… Corrieron rumores de que el general Cáceres había fusilado al traidor Panizo y a sus tenientes, pero pocos días después se desmintió la noticia con notable desagrado para los que conocemos que la causa principal de nuestros desastres está en la impunidad con que siempre han contado los grandes criminales” (Guzmán, 1990: 153-154).
Los chilenos entendieron que tras lo de Acuchimay la figura de Piérola estaba desprestigiada. Éste había auspiciado la reconstitución del “partido nacional”, uno de cuyos secretarios fue Ricardo Palma, con la idea de retomar el poder y entenderse con los chilenos. Pero derrotados sus partidarios, no le quedó más alternativa que embarcarse para Europa con toda su familia, no sin antes dejar instrucciones claras para que su principal lugarteniente, Miguel Iglesias, procediese según sus órdenes, con la bendición de los chilenos.
Cáceres, en Ayacucho, reorganizó su ejército, lanzando en julio de 1882 la gloriosa contra-ofensiva que terminó con las victorias de Marcavalle, Pucará y Concepción, y con la consi-guiente expulsión de los chilenos que debieron encerrarse en Lima, temiendo lo peor. Pero cuando la suerte de la guerra parecía cambiar radicalmente, cuando estando a la defensiva podía exigírsele a Chile la suscripción de un tratado de paz decoroso para el Perú, vino a es-cucharse el Grito de Montán, lanzado por Miguel Iglesias en Cajamarca para beneplácito de los chilenos, pues decía que la guerra estaba perdida y que sólo cabía aceptar la paz con cesión del territorio.
EL INEFABLE MONTERO
Algún tiempo después, Montero emprendería viaje a Arequipa para estar lo más cerca posible a García Calderón, desterrado en Quillota, Chile. Lo hizo por la ruta de Huaraz y los depar-tamentos del Centro, siendo recibido por Cáceres a quien hizo promesa de remitirle ayuda en equipo bélico, lo que nunca cumplió. Numerosos documentos, entre ellos varias cartas de Cáceres, señalan con elocuencia lo indiferente que fue Montero a la causa de la resistencia. Mientras se luchaba en La Breña, Lizardo Montero movilizaba tropas sobre Andahuaylas, no para apoyar a Cáceres sino para cerrarle el paso, en caso quisiera marchar al Sur. Sin hacer caso de la gravedad de la guerra, se preocupaba más por sus gallos de pelea, según comentario de un periodista neutral. Al salir de Cajamarca cometió la insensatez de dejar en su lugar al rico hacendado Miguel Iglesias, quien había actuado como ministro de guerra del dictador Piérola en la desastrosa campaña de Lima. ¿Cómo así el vicepresidente de García Calderón dejaba en su lugar al principal lugarteniente de Piérola? Iglesias, luego de ser tomado prisionero, actuó como emisario de los chilenos y fue liberado tras comprometerse a no volver a tomar las armas contra Chile. Esto último lo cumpliría casi al pie de la letra, pero, en cambio, el nombramiento recibido por Montero le serviría para tomar las armas contra los patriotas, invariablemente al servicio de Piérola, hasta consumar la más infame traición. No tardó mucho Iglesias en desconocer a Montero, proclamándose en Cajamarca “presidente regenerador”, convocando a firmar la paz tal y como la exigía Chile.
Una explicación sobre el proceder de Montero podría ser su fidelidad a García Calderón, quien mucho antes de la batalla de Huamachuco, para ser exactos el 8 de febrero de 1883, dirigió desde Valparaíso una extensa carta a Iglesias, diciéndole que ambos caminaban “por el mismo sendero”. García Calderón, a quien indebidamente se ha llamado “el mártir del cautiverio” y quien para escándalo de quienes conocen la historia es honrado en la Cripta de los Héroes de la Guerra del Pacífico, no escatimó loas para el supremo traidor, calificándolo de patriota e identificándose con el tristemente célebre Grito de Montán. Confiesa que desde su prisión negociaba la paz con los chilenos, tras asegurarse “que el señor contralmirante Montero tenía el firme propósito de no hacer nada” (Vargas Ugarte, 1979: 291). Y cierta-mente, Montero no haría absolutamente nada a favor de la causa patriota, manteniéndose a la expectativa en Arequipa, donde los opositores de Cáceres, a través de los medios de comuni-cación, fueron socavando la causa de la resistencia.
La carta de García Calderón a Iglesias nos señala a las claras que las facciones de la clase dominante del Perú terminaron coludiéndose desde febrero de 1883, sin que lo supiese Cáce-res, quien repetidamente, y en vano, imploraría el apoyo de Montero. Para mayor ilustración, copiemos los párrafos pertinentes de este trascendental documento: “En agosto de 1882, épo-ca de su Manifiesto –le dice García Calderón a Iglesias-, no tenía usted noticia, ni podía te-nerla, de que yo estuviera negociando la tregua con Chile, puesto que ebía suponer usted que seguía yo residiendo en Quillota. .. Así es que veía usted y sentía por una parte los padeci-mientos y males del Perú, y por la otra, no encontraba usted una autoridad resuelta a arros-trar todo para salvar la república. El patriotismo le aconsejó romper la valla, y dijo usted su modo de pensar a la nación… Al tener noticia usted de que yo estaba tratando la paz, así como al leer yo el manifiesto de usted, habría visto usted, como he visto yo, que caminamos por el mismo sendero. Los dos estamos persuadidos de que la paz no puede hacerse sin un sacrificio: los dos hemos tenido valor bastante para decir al Perú nuestra manera de pensar; y también para aconsejarle que salve su autonomía, sin reparar en las concesiones que se vea obligado a hacer. Siendo esto así, y estando como estamos acordes en el fondo, ¿por qué nos hemos de presentar divididos en la apariencia?... Yo por mi parte, estimado general, sé decir a usted que no quiero aparecer contrariando los propósitos de usyed, porque no creo que nacen de ambición sino de patriotismo, al mismo tiempo me persuado de que usted no puede proponerse entorpecer mi acción, puesto que solamente anhela usted el bien de la república” (Vargas Ugarte, 1979: 291-292).
Quedaría así solucionada la incógnita sobre el por qué de la apatía de Montero en Arequipa. Aparentaba estar por la guerra, sobre todo ante Cáceres, pero había recibido orden de García Calderón para mantenerse impasible, a la espera de que Iglesias consiguiera su propósito. Aquí no había nada de patriotismo pues los traidores supieron cobrar con creces la venta del territorio del guano y del salitre. Después de Huamachuco, los iglesistas demandaron la liber-tad de García Calderón, y éste, al obtenerla, no regresó al Perú para plegarse a la resistencia que aún proseguía, sino que se fue a la Argentina, hacia donde huyó también Montero, tras dejar Arequipa a merced de los chilenos.
REVUELTAS INDIAS Y MENCIÓN A LA COMUNA
En Lima, desde 1882, los chilenos editaron el “Diario Oficial”, fuente poco explorada por los historiadores pese a contener información valiosísima sobre diversas facetas de la guerra. Sabedores de que la clase latifundista peruana, perjudicada en sus intereses económicos por la guerra que había dado cauce a las rebeliones campesinas, aplaudía la presencia del ejército chileno, encargándole la represión de los siervos alzados, el editorial de ese periódico, del sábado 17 de junio de 1882, decía que esto salvaba al Perú de caer en poder del comunismo. Léase este párrafo: “Si algo nos retiene aquí, antes que otras consideraciones de casero in-terés –decían los chilenos-, son los sentimientos de humanidad y de hidalguía hacia este país, que sería devorado por sus bandos políticos, y hacia las colonias extranjeras que serían sa-crificadas en la hecatombe comunista, a renglón seguido de nuestro adiós a la capital pe-ruana”. Y para que no quedara duda de quien pagaba la presencia de esas fuerzas punitivas, el mismo periódico, el 21 de agosto del mismo año, decía: “Todos los hacendados de Cañete solicitaron la protección de nuestra fuerza, y contribuyen con una fuerte suma, que pagan mensualmente, para ayudar a los gastos de ocupación… Peruanos y extranjeros, dignos de estimación por su probidad y por la decisión con que se consagran al trabajo, creen que es indispensable la protección de nuestras tropas para poner a salvo sus intereses y sus vidas. Si Cáceres y sus secuaces fueran capaces de vergüenza, si tuvieran algún amor por su país, en vez de fomentar las montoneras que causan la ruina de la única industria que al Perú le resta, les negarían los recursos y las obligarían a retirarse”.
No obstante esa represión, prosiguió tenaz la resistencia patriota en el Sur Chico y el “Diario Oficial”, el sábado 16 de setiembre de 1882, habló una vez más del peligro comunista: “Los montoneros continúan destrozando las propiedades de sus conciudadanos en Ica, Chincha, Cañete y Lunahuaná… La mayor parte de las familias de los dueños de las propiedades rústicas, se ha ido a Ica buscando el amparo de nuestras fuerzas, y las más acomodadas entre ellas, temerosas de que abandonemos esa ciudad, solicitan pasaportes para Lima… Para salvarse de la Comuna los vecinos honrados de Francia no desdeñaron el concurso de los prusianos, y el ejército de Versalles les rogó que obstruyeran las salidas para impedir que se escaparan al castigo que tenían merecido… Pero no se crea que es nuevo lo que sucede en Cañete, Ica, Chincha y Lunahuaná. En todas las revueltas políticas del Perú, y hasta en las elecciones, las tendencias comunistas se han hecho sentir, en los campos y en las ciudades… Como no es posible calcular hasta dónde irá el espíritu comunista de los montoneros, que-remos dejar constancia de los hechos, para que pese sobre el Perú la responsabilidad de su propia imprevisión, desatendencia y falta de moralidad”.
Por supuesto, Cáceres tenía otra opinión de esos guerrilleros, pues en carta a Montero, despa-chada desde Tarma el 10 de octubre de 1882, decía: “Lo que más llama la atención es la va-lerosa actitud de los guerrilleros de Ica. Han tenido varios encuentros, siempre ventajosos, y el entusiasmo acrece cada día” (Guzmán, 1990: 213).
Entre abril y junio de 1883, al tiempo que Cáceres, tras la defección de las tropas que custo-diaban la salida de los chilenos por Canta, emprendía la sacrificada marcha al Norte, que culminaría con el holocausto de Huamachuco, al margen de la Campaña de La Breña estalla-ron varias revueltas indias en diversas localidades de Apurímac y Ayacucho, Poco más tarde también se sublevarían los indios de Huancané, a quienes se les exigió tributar dos soles, cuando la tributación era de un sol. Adviértase que la servidumbre, pese a lo sucedido en el tiempo de Castilla, se perpetuaba. Cáceres solicitó se eximiera de tributación a los indios que integraban sus guerrillas. Uno de los jefes de La Breña, el coronel Remigio Morales Bermú-dez, que permaneció en Ayacucho mientras Cáceres marchaba al Norte, coincidió con los chilenos en mencionar que las revueltas indias mostraban tendencias comunistas, pues en carta a Montero, despachada el 7 de junio de 1883, dijo lo siguiente: “Desde que se retiraron las fuerzas que se organizaban en esta plaza, es decir desde que marcharon sobre Izcuchaca, se nota en la indiada de Huanta, Huamanguilla y Quinua una actitud rebelde que amenaza un conflicto con tendencias al comunismo; en Huanta particularmente no cesan de estar sa-queando casas y amenazando a todo el que no toma parte en sus infames propósitos” (Guzmán, 1990: 248).
El 10 de julio de 1883 se dio la batalla de Huamachuco, apoteosis de dolor y holocausto pa-triota, inmolándose casi un millar de patriotas, entre ellos casi todos sus jefes y oficiales. Con ello, el traidor Iglesias pudo respirar tranquilo y alistar su tránsito a Lima por la vía de Trujillo. A tal extremo llegó la felonía del “presidente regenerador” que ordenó el tañido de las campanas de la ciudad en señal de triunfo, en tanto que sus periódicos vomitaban insultos contra los patriotas. “La Idea” de Cajamarca, dos días después de la batalla, tildó de estúpida a la causa de Cáceres: “Mil de nuestros compatriotas –dijo- han sido sacrificados ben las alturas de Huamachuco, por la estúpida ambición antipatriótica de un caudillo que, con sus farsas, sus nunca cumplidas promesas, inútiles correrías y embriaguez de sangre, ha oca-sionado a su patria desgraciada, en los dos últimos años, quizá mayores males que el enemigo mismo durante el período de la guerra” (Guzmán, 1990: 252).
MISTES TRAICIONEROS Y “GUERRA DE RAZAS”
Líneas arriba vimos a José María Amat hablando en 1884 de los “mistescastellanistas”, en referencia a los opresores de la masa campesina. El término “mistes” había sido acuñado por los pobladores andinos y tenía connotaciones no de temor, sino de odio y desprecio. En los años de la campaña de La Breña se mencionaría a menudo, ahora en relación a todo aquel que hizo traición a la causa patriota. Existió un lógico correlato, pues hicieron traición a la patria precisamente los miembros de la clase dominante. Un testimonio de ello lo hallamos en los “Recuerdos” de doña Antonia Moreno de Cáceres, quien así como fue efusiva en destacar el apoyo que los desposeídos dieron a la causa patriota, por igual hizo un claro señalamiento de aquellos que defeccionaron o hicieron traición en aquellos aciagos días, mencionando, por citar un caso, el artero proceder de un hacendado de Huarmey, que dejó libre nada menos que a un sobrino de Patricio Lynch, general en jefe del ejército chileno. Refiere que los guerrilleros de esa localidad “tomaron prisionero a Lucho Lynch, sobrino del general Lynch. A este joven lo retuvieron en una hacienda para canjearlo, si llegaba el caso, por algún jefe peruano que fuese cogido. Dicho joven, sin embargo, tuvo gran suerte porque el hacendado, cobarde o nada patriota, lo dejó en libertad poco después” (Moreno, 1974: 108). De otro lado, la esposa del general Cáceres mencionó reiteradamente que en los campesinos creció el odio a dichos hacendados y a todo miembro de los grupos de poder, a quienes calificaban de “mistes traicioneros”. Narró lo sucedido en la aldea de Ñahuimpuquio, cuyos pobladores fueron de los más fervientes seguidores de Cáceres. Un grupo de militares, entre ellos el general Echenique, pasó por allí camino de Ayacucho, con el objetivo de reunirse con el traidor Pani-zo. Intuitivamente, los comuneros les negaron comida y posada. Acertó a pasar por esos rum-bos doña Antonia, recibiendo de los pobladores las mejores atenciones y la siguiente explica-ción: “Mamay, a estos mistes traicioneros no hemos querido darles nada, porque no son amigos del Taita. ‘Mistes’ es término despreciativo entre los indígenas, refiriéndose a los blancos cuando son malos amigos” (Moreno, 1974: 47). En otra oportunidad llegaron a Aco-bamba los doctores Arenas y Vélez, que marchaban como representantes al Congreso de Arequipa convocado por Lizardo Montero. Solicitaron alojamiento al gobernador del pueblo, contestándoles éste que nada tenía para ofrecerles; por esas casualidades del destino, a ese mismo tiempo llegaron también doña Antonia y sus niñas, justo cuando los diputados se acomodaban sobre pellones en el suelo. “Tal espectáculo –recuerda la heroína-, para nosotras que llegábamos heladas de frío y desfalleciendo de hambre, nos dejó desorientadas. El gobernador, sin embargo, me llamó aparte y me dijo: ‘Para ti hay todo, mamay; pero para estos mistis traicioneros no hay nada’. Los indios insistían en apodar de tal modo a todos los que no servían en la campaña de La Breña. ‘Mistes’ quería decir ‘señores’ y ellos pensaban que todos los peruanos estaban en la obligación de defender a la patria; por eso calificaban de ‘traicioneros’ a los que no tomaban parte en esta lucha heroica” (Moreno, 1974: 74).
En Junín, Huancavelica y Ayacucho, como también en el Sur Chico, el odio hacia los “mistes traicioneros” creció a medida que se desarrollaba la campaña, y en los finales de La Breña adquirió matices horrendos, denunciando la clase dominante una guerra de razas que apuntaba al exterminio de todos los blancos. Y, en efecto, no pocos propietarios fueron ultimados cuando trataban de sacar los bienes de sus haciendas, como sucedió en Canipaco con Narciso Giráldez y Carlos Whelock, según informó el diario iglesista “La Reacción” el martes 5 de febrero de 1884. Poco antes, el “Herald” de Nueva York publicó una correspondencia remi-tida desde Lima, en la que se hablaba de la guerra de razas, no sólo en el Centro sino también en el Norte, justificando inconscientemente la violenta reacción de las masas secularmente oprimidas: “El interior permanece todavía mal porque no bien dejaron las fuerzas chilenas y peruanas Huancayo y Jauja, cuando el elemento aborigen oprimido y maltratado por muchos años, se levantó declarando indistintamente guerra a todos los blancos que residen en esos populosos lugares. Se han destruido las haciendas, sacrificando vidas, robando los ganados, incendiando las casas y cometido los mil y un excesos que se perpetran en una guerra de razas. Cerca de una de las ciudades del norte se han cometido los más irritantes crímenes. A la salida de la ciudad más de cincuenta astas se clavaron y en cada una de ellas se ofrecía al aterrorizado espectador la cabeza de algún hombre o mujer blancos, asesinados por hombres salvajes. En los lugares en que las mujeres no eran asesinadas, quedaban sujetas a terribles ultrajes y se las obligaba a usar el vestido de sus raptores, que en el interior del Perú se mira casi como un traje de servidumbre. Este peligroso levantamiento está limitado en un distrito a 100 o más millas cuadradas. El gobierno (de Iglesias) se ha propuesto enviar algunos pocos soldados para contener el desorden, pero terribles daños se harán y se han hecho. Las pasiones están excitadas de tal modo, que sólo se calmarán en el lapso de algunos años”. Este informe, que fue reproducido por el periódico patriota “Prensa Libre” el viernes 4 de enero de 1884, posiblemente contenía algunas exageraciones. Pero no se equivocó al vaticinar que la conmoción social en el campo se mantendría por varios años más. En el Norte, funda-mentalmente en Chota, Chulucanas y Frías los guerrilleros patriotas se radicalizaron, al punto que los llamados “Chalacos” enarbolaron la bandera roja, según documento encontrado por Miguel Maticorena Estrada. En el tiempo posterior a la guerra las autoridades políticas del Norte mencionarían varias veces la existencia de partidarios de la Comuna, en memorias publicadas por el diario oficial “El Peruano”. Y no olvidemos que en 1885 el Callejón de Huaylas fue conmovido por la sublevación de campesinos y mineros cuyos líderes fueron Pedro Pablo Atusparia, Pedro Cochachin, el famoso “Ushcu Pedro” y Luis Felipe Montestruque, destacado periodista que antes fuera secretario de la Comandancia del Ejército del Centro en la campaña patriota que terminó en los llanos de Huamachuco (Alba, 1985: 191).
Mas no fue ésa la primera vez que se denunció la guerra de razas. Mucho antes, el 2 de agosto de 1883, vale decir sólo unas semanas después del desastre de Huamachuco, los potentados de la ciudad de Concepción, suscribieron un documento a favor del traidor Iglesias, deplo-rando la muerte de los chilenos en el combate librado allí el 9 y 10 de julio de 1882, culpando a los patriotas de haber incendiado y saqueado esa ciudad y denunciando la guerra de razas cuyo objetivo era “el exterminio de los blancos y el reparto de los intereses del que no fuera indio”. Debe decirse que en esa tierra tenía sus feudos y habitaba un verdadero palacio, con-siderado “la mejor casa de la sierra”, el traidor Luis Milón Duarte, principal lugarteniente del señor feudal de Cajamarca don Miguel Iglesias, quien tras festejar la derrota de Cáceres en Huamachuco había sido aceptado por los chilenos como “presidente regenerador” del Perú, siendo inclusive apoyado por ellos con armamento y dinero para destruir a los patriotas. Bastará citar entre las muchas pruebas que existen al respecto, un párrafo del parte elevado por el coronel Gorostiaga a su general en jefe Patricio Lynch, desde el puerto de Salaverry el 12 de agosto de 1883, en el que se lee: “Cumpliendo las instrucciones de Vuestra Señoría, he puesto a disposición del señor Iglesias 240 rifles y más de 40,00 tiros” (Guzmán, 1983: 395). Y lo mencionado por el heroico periodista Luis Felipe Montestruque en el periódico “La Au-tonomía de Ancash”, el 6 de septiembre de 1883: “La política de Lynch abiertamente patro-cina a este traidor (Iglesias), suministrándole armas, dinero y todo género de elementos que sirven para fomentar la división del país” (Alba, 1985: 191).
El acta de Concepción resulta en extremo ilustrativa. Calificaba a los otros jefes patriotas, entre ellos al “caudillo Cáceres”, como “malos peruanos”, culpándolos de azuzar a “las hordas de los montoneros” para destruir la propiedad privada. Constituye una de las pruebas irrefutables de lo que venimos sosteniendo, lo que justifica que copiemos a la letra su tenor, que fue el siguiente:
“Acta de Concepción a favor de la paz:
En la ciudad de Concepción, a los dos días del mes de agosto de 1883, reunidos en comicio popular para estudiar y deliberar sobre la grave situación actual, y considerando:
Que dejando aparte el triste estado de la república, esta ciudad acaba de sufrir un segundo saqueo de la montonera que ha perpetrado los crímenes más inauditos;
Que ahora un año, con motivo del combate con la guarnición chilena, fue incendiada esta ciudad y después saqueada por la montonera;
Que todos esos males se habrían evitado si el caudillo Cáceres no toma prisionero al señor coronel Duarte en mayo de 1882, pues entonces se habría retirado la guarnición chilena sin más que el acta a favor de la paz;
Que las hordas de los montoneros de Ocopa, Acostambo y Comas, obedeciendo a la consigna que le han dado algunos malos peruanos, han autorizado sus actos vandálicos con el ex-terminio de los blancos y el reparto de los intereses del que no sea indio;
Que al destruir la montonera el molino del doctor Duarte con todas sus maquinarias de fide-lería y tornos, ha hecho un daño positivo a los departamentos de Junín y Huancavelica, desde que ese establecimiento, único en su género, daba riquezas a los trigueros de Huancavelica; así como en el incendio y destrucción de su casa se ha arruinado la mejor casa de la sierra; y por último, arrasando su botica, se ha privado del único establecimiento que surtía todo el centro del valle.
Se declara:
1º Decidirse por la paz ofreciendo nuestra cooperación en servicio activo para reprimir la guerra de razas.
2º Testificar nuestra gratitud a su señoría el Jefe Supremo del Centro señor coronel Duarte, por su acción a favor de la paz, manifestándole que ningún vecindario como el de Concep-ción, que le debe tantos beneficios, contribuirá con júbilo a la medalla de oro cuyo obsequio ha iniciado la municipalidad de Huancayo.
3º Ofrecer nuestras vidas e intereses al ilustre general Iglesias que ha rescatado la patria librándola de la ocupación enemiga.
Y firmamos: José Antonio Párraga.- Domingo Zamudio.- José Miguel Lizárraga.- Francisco I. Pando.- Gregorio Valladares.- Gregorio Peña.- Guillermo Krisner.- Guillermo Schoff.- Reynaldo Párraga.- Daniel J. de la Peña.- Juan B. Zamudio” (Ahumada, 1890: VIII, 288).
Repárese que los firmantes eran miembros prominentes de los grupos de poder regionales y que el contenido de sus frases los desnudaba como traidores a la patria (tanto los peruanos como los extranjeros que aquí se hacían de riquezas) y notorios racistas. Con esta declaración daban cauce a una respuesta cada vez más violenta de parte de los campesinos.
El traidor Luis Milón Duarte, en comunicación fechada en Huancayo el 11 de agosto de 1883 teniendo como destinatario a Mariano Castro Zaldívar, cuñado y agente de Iglesias en Lima, proporcionó detalles sobre la incursión de las guerrillas patriotas contra las propiedades de los traidores en Huancayo: “Una turba de indios armados de lanzas, que seguían al montonero Dávila (se refería al coronel Justo Pastor Dávila), se precipitó sobre la ciudad y con una ferocidad sin ejemplo atacó las casas de las personas que decían ser amigas mías, es decir, del gobierno de la paz. En primer lugar, saquearon y destrozaron las casas de mi familia, no dejando piedra sobre piedra, y mucho menos no dejando ningún objeto por insignificante que fuera. Sufrieron además tan despiadada suerte dos casas de los míos, de la señora Josefa viuda de Valladares, de don Juan Valladares y de don Fernando Valladares. Las tiendas de comercio del subprefecto don Juan Romero fueron saqueadas sin dejar una hilacha de las valiosas mercaderías que contenían por más de 30,000 soles. Las casas de los señores Ceva-llos siguieron la misma suerte. La del señor Terán y la tienda del alcalde municipal José María Vega sufrieron también el saqueo, cometiéndose en la del señor Terán el alevoso ase-sinato del muy honorable joven don Fernando Hugues. Entre tanto, algunas personas carac-terizadas que podían influir en calmar esas masas por haber pertenecido a la camarilla de Ferreyros y Cáceres, eran espectadores fríos de esos cuadros de destrucción” (Guzmán, 1983: 409).
Pese a lo mencionado sobre “el montonero Dávila”, quien a la sazón jefaturara a las fuerzas patriotas que guarnecían el paso de Izcuchaca, un día después, desde Colca, le dirigió una extensa comunicación solicitándole una entrevista, al paso de deplorar lo que llamó “guerra de castas”, culpando a los jefes patriotas de auspiciar el ideal comunista: “Recuerde Ud. –le dijo- que todas las promesas de los caudillos del titulado ejército libertador (se refería al Ejército de La Breña) hasta hoy aparecen como pura superchería. Mientras tanto se miente, se subleva a los indios, se hace práctica la guerra de castas, de la Comuna, de la barbarie, para burlarse de los incautos de un lado y herir al país en su elemento más noble, cual es la vida de los ciudadanos blancos”. Nótese el racismo en toda su magnitud: para este traidor el “elemento más noble” del país lo constituía “la vida de los ciudadanos blancos”. De otro lado, así como llamaba “ejército libertador” al de Cáceres, dijo a Dávila que de continuar en su actitud “pronto sería castigado por el ejército unido pacificador”. Entiéndase bien esto último: hablaba de un “ejército unido pacificador”, que no era otro que el conformado por chilenos y traidores, que ahora luchaban unidos contra los patriotas. En el afán de soliviantar al jefe patriota, Duarte no tuvo escrúpulos en ensartar varias mentiras, como que Puga había sido capturado “con el resto de sus bandoleros” o que había “entusiasmo notable en todos los pueblos por la causa de la paz”. Por entonces, el coronel Puga libraba una lucha exitosa en el Norte y la mayoría de los pueblos de la república se pronunciaban contra la paz implorada de rodillas. Pero en lo que no mintió Duarte fue en señalar que surgían en Lima algunos periódicos a favor de Iglesias, reapareciendo “El Peruano” como “órgano oficial, cuyo re-dactor en jefe –dijo con orgullo- es el distinguido escritor señor Ricardo Palma, de reputación universal” (Ahumada, 1890: VIII, 301). Palma, hay que recalcarlo, era un racista convicto y confeso, que en una de sus cartas a Piérola, de quien era fanático partidario, no tuvo empacho en decir que la caída de Lima se produjo a causa de la cobardía de los indios. Siendo Iglesias el instrumento de Piérola, que en verdad dirigía toda la política chilenófila desde su destierro dorado en París, no hay por qué dudar que Palma se pusiera a su servicio.
No recibiendo contestación del coronel Justo Pastor Dávila, Duarte intentó sobornar al coro-nel Tomás Patiño, organizador de la Columna de Guerrilleros de Izcuchaca, a quien doña Antonia Moreno de Cáceres recordaría como “ayacuchano muy patriota y gran amigo de mi marido” (Moreno, 1974: 69). Como no podía ser de otra manera, Patiño, desde Huancavelica, el 25 de agosto de 1883 respondió al traidor con altiva dignidad: “Debo decirle que, leal por naturaleza y convicción, jamás podré separarme de la causa que sirvo. Reconozco el gobierno constitucional como la autoridad del general Cáceres, Jefe Superior del Centro, y tengo para mí que los principios sostenidos por este orden de cosas son los únicos conformes con la salvación nacional, y en consecuencia, toda entrevista con Ud. tratando de atraerme a la sombra de su bandera política sería inconducente. No me arredra la posibilidad de una caída, porque cuando ella es grande es honrosa y así será la que se realice con nosotros, porque protesto dedicar mi último aliento, mi última gota de sangre a la defensa de mi patria. Envuelto en el infortunado pero no deshonrado pabellón patrio, moriré contento sin verlo jamás entrelazado con el pabellón enemigo” (Ahumada, 1890: VIII, 301). Jefes militares de este temple eran dignos seguidores del legado de Bolognesi, porque lucharon en La Breña hasta quemar muchas veces el último cartucho.
Otro connotado pillo, así denunciado por Cáceres, el hacendado Manuel Miranda, connotado pierolista, nombrado por Iglesias como nuevo prefecto y comandante general de Huánuco, al hacer su entrada en esa ciudad no tuvo escrúpulos en hacer público que la clase social de los latifundistas peruanos era el principal apoyo de los invasores chilenos. En oficio dirigido des-de esa ciudad a Mariano Castro Zaldívar, plenipotenciario de Iglesias ante los chilenos, el 17 de agosto de 1883, dijo con inconcebible desparpajo: “Me encuentro en esta capital (Huánu-co) con el aplauso de sus habitantes, especialmente con el de los hacendados que eran los que contribuían al sostenimiento de las fuerzas de ocupación” (Guzmán, 1983: 397). A confesión de parte, relevo de prueba. Este Miranda, quien entró en Huánuco con un cuadro de oficiales que llevaban la misión de organizar un batallón con los pobladores del lugar, iba a durar muy poco en su puesto. Cursó comunicaciones a los jefes de las guerrillas patriotas estacionadas en Panao, Higueras, El Valle y otras localidades altinas, pretendiendo que acataran su autoridad. Vano intento, pues “cuando creía consolidada su autoridad, diversas partidas de montoneros, azuzadas y dirigidas por los dispersos de Huamachuco, lo obligaron a dejar su puesto”. Estos datos aparecen consignados en la Memoria firmada en Lima por Mariano Castro Zaldívar el 30 de octubre de 1883 (Guzmán, 1983: 418). Datos confirmados por la propia versión de Miranda, quien en oficio dirigido a Andrés Trujillo, prefecto de Junín, desde Ambo el 25 de agosto de ese año, proporcionó detalles sobre su fuga de Huánuco, un día antes: “Amagado constantemente por las montoneras del pueblo de Panao, me he mantenido en Huánuco tres días, a pesar de saber con evidencia que 300 ó 400 hombres de ese pueblo, entre ellos 150 ó 180 con armas de precisión y de diversos sistemas, se habían desprendido para atacarme, desobedeciendo la autoridad del general Iglesias, proclamando a Cáceres y con ánimo de saquear la capital y el pueblo de Ambo… Al saber que la fuerza de Panao se encontraba anoche a las ocho a distancia de una legua, abandoné la población a las diez y media y me trasladé a este punto, donde tendré hoy 25 una reunión con los notables. Si tienen algunas armas para defenderme me quedaré aquí; si no, continuaré mi marcha a Huariaca. Por lo expuesto, se convencerá V. S. de la necesidad en que me encuentro de que apresure su marcha a ésta ya sea la fuerza del señor Vento, o si no la que V. S. tiene a sus órdenes. Si ésta no llegase como lo espero, dejando tomar creces y establecerse en Huánuco las montoneras, cobrarán bríos, aumentarán su personal y el departamento se habrá perdido por no acudir en tiempo oportuno” (Guzmán, 1983: 418-419).
Huánuco quedó en poder de los patriotas, entre cuyos jefes figuraban el prefecto coronel Cer-na, el subprefecto comandante Químper y los jefes guerrilleros N. Blanco y Fermín Lino. En el oficio de Miranda aparece citado Manuel de la Encarnación Vento, quien podía haberle disputado a Miguel Iglesias y Luis Milón Duarte la preeminencia como el más grande traidor. Sobre este personaje y su proterva actitud se puede escribir un tomo entero, que hoy dejamos para mejor ocasión, protestando, eso sí, porque algunos de los actuales funcionarios de la Comisión Permanente de Historia del Ejército, en entrevista concedida a Radio Programas del Perú en la festividad patria del 28 de julio de este año, emitieron el absurdo parecer de que la conducta de Vento debía ser mejor estudiada y que incluso hasta podía reivindicársele, lo cual es un contrasentido en toda la línea y un grave equívoco que es de esperarse no pase a mayores porque sería en verdad de escándalo justificar lo injustificable.
El prefecto iglesista de Junín, Andrés Trujillo, tampoco pudo sostenerse en su puesto. Residía en Cerro de Pasco, que era entonces la capital del departamento, donde por igual se renovó la resistencia guerrillera. Pero ésta arreció sobre todo en el interior, siendo ultimadas varias de las autoridades nombradas por Iglesias. En comunicación que dicho prefecto dirigió a Mariano Castro Zaldívar desde Tarma, consignó lo siguiente: “En los pueblos de Cayna y de Yana-cocha, así como en el de Rocó, se han cometido asesinatos en las personas de los gobernado-res y municipales que estaban por el orden y se oponían a la formación de montoneras” (Guzmán, 1983: 419). Los patriotas de Cerro de Pasco rechazaron la presencia del traidor y reconocieron como prefecto de Junín al periodista Manuel Dianderas Gonzales, quien tuvo como segundo a Rafael Serrano, un veterano de guerra. Conviene señalar que Dianderas asumió ese cargo en ausencia del titular, coronel Guillermo Ferreyros, quien por entonces pasó a Ayacucho. Lo cierto es que el 30 de setiembre de 1883, ya refugiado en Tarma al am-paro de las bayonetas chilenas, Trujillo escribió a Castro Zaldívar: “La prefectura otorgada por la montonera la desempeña un sujeto llamado Manuel Dianderas González, que fue un impresor nombrado por el general Cáceres para correr con ‘El Eco de Junín’, que tenía el oficio de aplaudir todas las arbitrariedades de aquel jefe… El subprefecto es un tal Rafael Serrano, que fue oficial de Cáceres” (Guzmán, 1983: 419).
Pero en esos días, así como aparecían en primer plano periodistas patriotas, como el impresor de “El Eco de Junín”, por igual surgían otros vendiendo su pluma al enemigo, como los que publicaban en Lima el diario “El Pueblo”, que en un editorial de setiembre de 1883 preparaba a la población capitalina para recibir a Iglesias: “A este hombre –decían- se le debe recibir de rodillas porque es el verdadero salvador de la patria y de las industrias”. Repárese en esto último: la salvaguarda de los intereses económicos, y, lo que es peor, avalaban como cosa sin mayor importancia la entrega del territorio del salitre a los chilenos: “Que se lleven enhorabuena el salitre, que sólo ha servido para corromper y oprimir a la nación” (Ahumada, 1890: VIII, 297). Para combatir a esos traidores, poco después empezaría a circular en Lima el diario “Prensa Libre”, que afrontando toda clase de peligros defendería con valentía la causa patriota hasta ser finalmente clausurado.
Para terminar con la mención a los patriotas de Cerro de Pasco, es de justicia mencionar que sus comunidades altinas, en especial Vilcabamba, se convirtieron en bastión de la resistencia patriota, desde 1881 hasta 1884, ofrendando decenas de vidas en su terca lucha contra los chilenos y contra los traidores. El historiador César Pérez Arauco ha reconstruido con detalle los sucesos de junio de 1881 (1991, pp. 154 y ss.), pero continúa aún inédita la gesta posterior que alcanzó su punto culminante con las matanzas de 1884, de las que dio cuenta el diario “El Comercio”. Según informe de los traidores, desde Pasco se apoyó además la lucha guerrillera que se libraba en Canta y Huarochirí: “Los agitadores del Cerro –decía Trujillo a Castro Zaldívar- … se apresuran a incorporarse en las montoneras de Lima y a seducir a los indios para engrosar esas filas” (Guzmán, 1983: 419).
Otro connotado traidor, Manuel T. Torres, nombrado por Iglesias como subprefecto de Huan-cayo, habló de un bando que habría hecho circular el citado coronel Guillermo Ferreyros promoviendo la causa comunista. El 7 de setiembre de 1883 escribió a Milón Duarte que Fe-rreyros había ofrecido a los guerrilleros “el motín y la matanza en grande escala, proclamando la disociación e implantando la Comuna” (Guzmán, 1983: 397). Como no podía ser de otra manera, jefes chilenos como el coronel Martiniano Urriola hicieron coro a esas denuncias, sobre todo cuando los guerrilleros patriotas ocuparon las haciendas de los traidores, responsabilizando de ello al proselitismo efectuado por los oficiales de Cáceres. En parte ele-vado a su general en jefe, fechado en Huancayo el 17 de agosto de 1883, mencionó lo si-guiente: “La mayor parte de estos indios no habla español y viene desde largas distancias, algunos desde treinta leguas, mandados por las autoridades nombradas por Cáceres. Su ob-jeto no es sólo hacer la guerra al chileno y a los partidarios de la paz, sino también a los hombres blancos de todo partido, que ellos en su idioma llaman mistis. En este pueblo, que ha sido saqueado ya dos veces por dichos indios, existen extranjeros e hijos del país despojados por aquellos de sus propiedades rurales que explotan y ocupan tranquilamente sus usurpadores” (Guzmán, 1983: 397).
A decir del periodista Lesmes Garrido, corresponsal del diario iglesista “La Reacción”, la guerra de razas tomó tales proporciones que finalmente “la indiada ya no obedecía a Cáce-res”. Se refería a un minoritario grupo de guerrilleros, que en medio de la conmoción social terminó radicalizándose en extremo. El cronista, estacionado en Pisco, citó como fuente a un personaje extranjero que fugó de Ayacucho finalizando enero de 1884. Según éste, “los indi-os, dueños de su voluntad, sin fuerza que los contenga en la satisfacción de sus malos instintos y sin caudillo a quien obedecer, pues a Cáceres no le tienen respeto, se han entregado a todo género de tropelías y desmanes. Por lo pronto, se han apoderado de casi todas las haciendas del departamento, que explotan por su cuenta, habiendo tenido que huir sus dueños. Los que no lo han hecho, han sido víctimas”.
Al parecer, no se trataba de la tropa que acaudillada por el joven huantino Tomás Laymes, incursionaba por Chongos Alto, Carhuallán, Huasicancha, Colca, Putaca y otros pueblos ve-cinos a Huancayo, haciéndose “tributar homenajes como Inca Emperador”, a decir de un informe que publicó el diario “El Comercio” el 19 de julio de 1884. Porque lo reportado por Lesmes Garrido tenía por escenario Ayacucho, donde a decir de su crónica ocurrió algo por demás sorprendente. Laymes no habría sido el único en presentarse como Inca, pues en Aya-cucho hubo otro que recibió ese tratamiento, de nombre desconocido y de trágico final: “Un considerabilísimo número de indios invadió el lugar llamado La Quinua, sitio donde tuvo lugar la gloriosa batalla de Ayacucho, y después de saquear y asesinar a personas indefensas, proclamaron Inca a uno de los indígenas. El Inca ejerció sus funciones algunos días, pero al cabo se aburrieron y lo acusaron de isca ulla (dos caras), palabras que significan la mayor acusación y que traen consigo la sentencia de muerte. Efectivamente, el titulado Inca fue degollado y su cabeza paseada en triunfo. Con este motivo se cometieron crímenes horrorosos” (“La Reacción”, Lima, sábado 9 de febrero de 1884).
La mayor parte de la población campesina de Ayacucho, sea dicho esto con toda rotundidad, acató disciplinadamente las órdenes dictadas por Cáceres. Recuérdese que en febrero de 1882 colaboró con él para obtener en Acuchimay el triunfo sobre el traidor Panizo; y que luego, hasta junio de 1882, sostuvo al ejército de la resistencia que allí se reorganizó para lanzar en julio la brillante contraofensiva que culminó con las victorias de Marcavalle, Pucará y Con-cepción. Cáceres sabía bien del ardor patriótico que bullía entre los pobladores de su tierra natal y por eso, no sorprendió que hacia allá volviera luego del duro revés sufrido en Huama-chuco. Pero aclaremos: para él no pasó desapercibido que los sectores económicamente pode-rosos, inclusive en Ayacucho, antepusieron sus intereses de clase a los sagrados de la patria.
En el segundo semestre de 1883, al comprobar el alto mando chileno que las autoridades nombradas por Iglesias eran rechazadas en todos los departamentos del Centro, y conociendo que Cáceres se hacía otra vez fuerte en Ayacucho, lo cual se reflejaba en el resto del país donde de Norte a Sur proseguía la resistencia guerrillera, dispuso reforzar a la división del coronel Urriola que tras quemar el pueblo de Pucará, demandó auxilios con urgencia. Así se movilizaron desde Lima dos divisiones más hacia la sierra: una permanecería en Tarma, al mando del coronel León García; la de Urriola continuaría estacionada en Huancayo, en tanto que la tercera, al mando del coronel Antonio Gutiérrez, avanzaría sobre Ayacucho. Este último recibió del general en jefe Patricio Lynch, instrucciones precisas para tomar “con pre-ferencia, recursos de las poblaciones recalcitrantes y que se manifestaren hostiles, sea a nuestras fuerzas, sea al gobierno del general Iglesias”.
Por el mismo documento, fechado en Lima el 28 de agosto de 1883, Lynch instruía a Gutié-rrez para proceder contra el obispo Del Valle, prueba de que un notorio sector del clero estaba a favor de la causa patriota. Del Valle, advirtiendo el peligro, se asiló en el convento de Ocopa, cuyos frailes simpatizaban también con Cáceres, a quien tuvieron alguna vez de huésped. “Puede V. S. –dijo Lynch a Gutiérrez- tomar animales de las propiedades del obispo Del Valle y demás especies de su pertenencia… (porque) el expresado obispo es partidario y alentador de la guerra” (Ahumada, 1890: VIII, 315).
Entre agosto y setiembre de 1883 casi todas las comunidades que rodeaban Huancayo ataca-ron en varios campamentos a las llamadas “fuerzas pacificadoras” y pese a sufrir muchas bajas no cesaron un solo momento en su lucha, provocando el pánico en los traidores y una nueva denuncia contra el obispo Del Valle.
El 7 de setiembre de 1883, el efímero subprefecto iglesista de Huancayo escribía a Luis Milón Duarte: “Por el lado de Huari se ha formado también una gran montonera que se compone de todos los indios de esta provincia hasta Izcuchaca, los cuales han recibido armas de este lugar y oficiales para comandarlos; las avanzadas de esos guerrilleros vienen a la hacienda de Acapalca, y algunas veces se presentan sobre los cerros que dominan la región este de la población; su cuartel general es la hacienda de Huari, perteneciente al señor obispo Del Valle” (Guzmán, 1983: 422).
El ya citado iglesista Manuel Miranda, desde su escondite de Jauja comunicaba su extrañeza y desilusión respecto al accionar de los chilenos, a quien consideraba aliados por ser parte de las llamadas fuerzas pacificadoras: “Señor –le decía a Castro Zaldívar el 7 de octubre de 1883-, llama la atención que casi en las barbas de las fuerzas chilenas se formen y engrosen sus filas las montoneras… Pongo en su conocimiento los hechos, tal cuales son, para que tomándolos en consideración, adopte las medidas que crea más convenientes para que las fuerzas pacificadoras llenen su misión acudiendo al lugar donde sea necesaria su presencia” (Guzmán, 1983: 422).
Y claro que “en las barbas de las fuerzas chilenas” crecía la resistencia guerrillera; por eso los chilenos se replegaban en Huancayo y su jefe el coronel Urriola pedía con urgencia refuerzos a Lima, como queda dicho.
El general en jefe chileno Patricio Lynch optó por corregir lo actuado por Iglesias, reempla-zando autoridades por la fuerza, poniendo especial énfasis en que éstas fuesen escogidas entre las personas de poder económico. El jefe chileno entendió perfectamente que la cusa de la resistencia era rechazada por la clase dominante peruana, tanto en Lima como en el interior, por eso la consideró en todo momento como aliada de sus planes. Esto queda meridianamente claro en un párrafo de las instrucciones que el 7 de setiembre de 1883 trasmitió desde Lima al coronel Urriola: “Los prefectos y subprefectos que se nombren serán personas de buenos antecedentes y acomodadas” (Ahumada, 1890:VIII, p. 315).
EL TESTIMONIO DE CÁCERES
Personalmente y a través de los periódicos patriotas, Cáceres entendió las diversas actitudes asumidas por las distintas clases sociales, llegando en algún momento a emplear un lenguaje bastante radical. “El Perú”, periódico patriota que circuló en Tarma, al arreciar la llamada “guerra de razas”, editorializó el sábado 14 de abril de 1883: “El indio, como todos los de-más hombres, cualquiera que sea la escala que ocupen en la civilización, es capaz de grandes acciones… La heroica actitud de los pueblos de Jauja, Huancayo y Huancavelica, bastan para probar de lo que es capaz el indio en orden a esos sentimientos que se les ha negado por algunos, que acaso no han dado en esta guerra ninguna prueba de superioridad natural, respecto a una raza que con tanto desprecio ha sido por ellos juzgada” (Guzmán, 1990: 234).
Gracias a “Prensa Libre”, otro diario patriota que ya hemos presentado, conocemos la opi-nión que pudo formarse Cáceres, ya al final de la Campaña de La Breña, sobre la actitud asumida por las clases sociales frente a la guerra. Ese diario publicó el siguiente testimonio, probatorio de nuestras principales aseveraciones:
“Ayacucho, 29 de noviembre de 1883.
Al Honorable Cabildo:
Esta jefatura Superior ha tenido la patriótica satisfacción de recibir el oficio colectivo de ese honorable cabildo, de fecha 20 de los corrientes.
Cuando todo en el Perú es desmoralización y desconcierto; cuando la ruina de nuestras ins-tituciones no reconoce otra causa que falta absoluta de sentido moral; cuando los grandes móviles sociales han desaparecido ante el empuje de los innobles propósitos y personales intereses; es ciertamente consolador y de fecunda enseñanza, el glorioso contraste que ofrecen el pueblo de Acostándose con toda la altivez de la desesperación, resueltos a morir com-batiendo contra los enemigos de fuera y dentro del Perú.
La resistencia que hasta el último instante hacen los pueblos por salvar la integridad y el honor nacional, merecerá lugar en las páginas brillantes de la historia del Perú, así como ha merecido ya el aplauso y la admiración sincera del mundo, cuyo alto criterio no juzga de las cosas humanas por le éxito que obtienen sino por la justicia que defienden.
En el trágico poema de nuestra guerra de cuatro años, los que mantenemos nuestra mente y nuestro corazón, tenemos forzosamente de desprender esta verdad que implica el remedio de nuestra regeneración en el porvenir.
Dos clases de elementos ha contado el Perú en la lucha sangrienta a que Chile lo provocara. El elemento de los capitalistas y el de los audaces; compuesto el primero de negociaciones enriquecidos con la fortuna pública, y el segundo de empleados civiles y militares sin talento y sin carácter, encumbrados por su propia miseria a la sombra de revoluciones injustificadas que han desmoralizado la república.
Con bases tan efímeras, con medios de acción tan nulos, el resultado de la contienda tenía que ser finalmente el que ha sido, una serie de derrotas ignominiosas, y de estériles sacrificios individuales que sirven como puntos luminosos en la oscura noche de nuestros infortunios sin ejemplo.
Mas, cuando el vigor del patriotismo parecía haber se extinguido por completo; cuando el hundimiento del Perú amenazaba revestir los oprobiosos caracteres de la cobardía: entonces, las grandes virtudes cívica que no existían en las clases directoras de la sociedad, reaparecen con mas prestigio y esplendor que nunca en el corazón generoso de los pueblos, de esos mismos pueblos a quienes se titulaba masas inconcientes haciendo gravitar obre ellos, en la época de la paz, los horrores del pauperismo y la ignorancia, y en la de la guerra, los des sacrificio y la sangre.
Por mi parte, jamás olvidaré esta lección que puede calificarse de providencial, y desde cualquier punto en que me arroje el destino , tendré un apalabra de aplauso y un sentimiento de admiración para los pueblos del Centro , y especialmente para el distrito de Acostambo que tantas pruebas de grandeza y de valor ha dado en estos últimos años.
Reciba, el honorable cabildo, la expresión de mis respetos y del profundo dolor que experi-mento por las nuevas víctimas de la guerra e esa comunidad, y tenga en todo caso presente que el sacrificio de hoy ha de ser la gloria de mañana.
Andrés Avelino Cáceres”.
Y al arreciar las denuncias contra la matanza de mistis, no vaciló tampoco en fijar su posición, justificando entre líneas a los oprimidos pero anunciando que no consentiría la prosecución de los excesos, con en efecto hizo:
“Ayacucho, Diciembre 3 de 1883
Señor Alcalde del Honorable Concejo Provincial de Tayacaja.
Esta jefatura ha recibido la solicitud de los vecinos de Tayacaja, elevada por le mismo órgano de V.S.
Sensible es ciertamente la actitud hostil de lis indios contra la raza blanca… Ella reclama justicia y la obtendrá completa, pues la moral social y política, así como los intereses per-manentes del país imponen a los gobernadores el deber de sujetar con una mano vigorosa ese torrente que amenaza volcar las instituciones y desquiciar la sociedad bajo el imperio de la barbarie.
No entra en el propósito de este despacho analizar las causas eficientes de tremenda con-moción de los indígenas, pero sin pretender justificarla no es posible desconocer que han dado margen a ella, en mucha parte, el carácter dócil y acomodaticio de las clases superiores por su fortuna y posición, carácter que les ha permitido transigir constantemente con los enemigos del país y con los traidores hasta prestarse a firmar actas contra la causa de la defensa nacional.
Aunque esta conducta tiene honrosísima excepciones que en todo tiempo merecen un aplauso, hay que convenir ñeque la raza indígena no e tan culpable como se la pinta, carecido como se carece del ilustrado criterio que es necesario para establecer distinciones; habiendo sido antes de la guerra, como es notorio, por parte de los mestizos y los blancos, objeto de especulaciones clamorosas y despotismo sin nombre.
La historia de todas las naciones nos presenta a cada paso ejemplos de sucesos que revisten en carácter análogo a los que denuncian los vecinos de Tayacaja.
Cuando la desmoralización política parte de las clases elevadas y los sentimientos del honor y el patriotismo han llegado a ser meras palabras y que solo sirven para trastornar el sentido moral y explotar la buena fe de las multitudes, estas concluyen siempre por estar con grande estrago, arrastrándolo todo en su empuje ciego y fatal, lo malo y lo bueno, lo que merece destruirse de la cólera de un pueblo que sacrificado en masa hiere en masa también.
Con todo, y resuelto a poner un dique a este desborde peligro, he dictado ya las más eficaces para evitar en lo sucesivo la repetición de hechos tan lamentables y que vienen, por decirlo así, a recargar de sombras el ya bastante siniestro cuadro de nuestras miserias y desastres.
Anúncielo así al Honorable Concejo de esa digna provincia y al laborioso vecindario.
Andrés Avelino Cáceres”.
Sobre el tema queda mucho aún por investigar, debiéndose para el caso cotejar la documenta-ción ya ubicada, buscando asimismo nuevas evidencias en los repositorios epistolares de los principales personajes actuantes en este período, así como en los numerosos periódicos que entonces circularon, fuente esta última todavía desdeñada por los especialistas.


==== Combate de Concepción ====
BIBLIOGRAFÍA
{{AP|Combate de Concepción}}
Ahumada Moreno, Pascual. Guerra del Pacífico. Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia. Valparaíso, 1886-1890.

Alayza y Paz Soldán, Luis. La Breña: No venció Chile a La Breña. Editorial Lumen S.A. Lima, 1954.
El [[9 de julio]] de 1882 se realiza el [[Combate de Concepción]] o [[Combate de La Concepción]], donde la 4ª compañía del batallón ''Chacabuco'' al mando del Capitán Ignacio Carrera Pinto fue completamente eliminada por las fuerzas peruanas comandadas por el coronel [[Juan Gastó]] y las guerrillas al mando de [[Ambrosio Salazar]].
Alba Herrera, Augusto. Atusparia y la revolución campesina de 1885 en Ancash. Ediciones Atusparia. Lima, 1985.

Bonilla, Heraclio. “El campesinado indígena y el Perú en el contexto de la guerra con Chile”. Revista Latinoamericana de Historia Económica y Social. Lima, 1984.
==== Segundo Combate de Marcavalle y Pucará ====
Bravo Guzmán, Adolfo. La enseñanza secundaria en el Perú, con algunas revelaciones históricas tocantes a la provincia de Jauja. Jauja, 1971.
{{AP|Segundo Combate de Marcavalle}}
Bulnes, Gonzalo. Guerra del Pacífico. Editorial del Pacífico. Santiago de Chile, 1911-1919.
El [[9 de julio]], la columna de Cáceres ataca a la 4ta. compañía del batallón ''Santiago'' en [[Segundo Combate de Marcavalle|Marcavalle y Pucará]]. Cáceres continuó su marcha hacia Huancayo y luego a Jauja.
Cáceres, Andrés Avelino. Memorias. La Guerra del 79 y sus campañas. Editorial Milla Batres. Lima, 1980.

Cáceres Moreno, Zoila Aurora. La Campaña de La Breña. Memorias del Mariscal del Perú D. Andrés A. Cáceres. Imprenta Americana. Lima, s/f.
La división del Canto dejó Huancayo, saqueó e incendió los poblados de Matahuasi, Ataura y San Lorenzo, y se apostó en Tarma, esperando poder retirarse a Lima. Del Canto despacha el 14 de julio a una compañía del ''Lautaro'' al mando del Subteniente Arturo Benavides Santos con 80 soldados al caserío de Tarmatambo.
Carranza, Luis. Artículos publicados. Imprenta del diario “El Comercio”. Lima, 1887-1888.

Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú. Los Héroes de La Breña. Lima, 1982.
==== Combate de Tarmatambo ====
Comisión Permanente de Historia del Ejército. La Contraofensiva de 1882. Ministerio de Guerra. Lima, 1982.
{{AP|Combate de Tarmatambo}}
Comisión Permanente de Historia del Ejército. Huamachuco y el Alma Nacional. Ministerio de Guerra. Lima, 1983.

Comisión Permanente de Historia del Ejército. Cáceres Conductor Nacional. Ministerio de Guerra. Lima, 1984.
El [[15 de julio]], la compañía del batallón ''Lautaro'' se enfrenta en el caserío de Tarmatambo a las fuerzas dirigidas por el Coronel Juan Gastó y Máximo Tafur en el [[Combate de Tarmatambo]]. Al día siguiente, el [[16 de julio]], las fuerzas de Cáceres se enfrentan con una compañía del batallón ''2° de Línea'' en el [[Combate de San Juan Cruz]]. Cáceres decide no atacar el pueblo, sino apostar la segunda división y los guerrilleros de San Jerónimo en las alturas cercanas a Tarma.
De los Heros, Daniel. Memoria sobre la retirada del Ejército del Centro al Norte de la República. Editorial Milla Batres. Lima, 1980.

Esponda, José Gabino. Memorias del Comandante Esponda. Sinopsis de la Guerra del Pacífico. Apuntes de algunas Guerras Civiles. Lima, 1936.
Con un considerable número de enfermos y heridos Del Canto se retira de Tarma protegido por la neblina en dirección a La Oroya donde llega el [[17 de julio]]. El [[18 de julio]] las fuerzas chilenas dejan el valle del Mantaro con dirección a Chicla en la sierra de Lima y posteriormente arriban a la capital habiendo muerto en campaña el 20% de sus efectivos (534 hombres según cifras oficiales chilenas). Cáceres intenta perseguir a las fuerzas chilenas, pero se entera que Tafur no había destruido el puente de la Oroya, por lo que retorna a Tarma. El [[18 de julio]] Cáceres establece en Tarma su nuevo cuartel de operaciones.
Favre, Henri. La evolución de las haciendas en la región de Huancavelica, Perú. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1966.

Flores Galindo, Alberto. Arequipa y el Sur Andino. Editorial Horizonte. Lima, 1976.
En febrero de 1883, una compañía del ''Lautaro'' se enfrenta en Ungará (Cañete) al sur de Lima a guerrilleros locales, los chilenos son apoyados por un escuadrón de ''Granaderos'' y mantienen su posición.
Gamarra, Abelardo. La Batalla de Huamachuco y sus desastres. Imprenta de “El Nacional”. Lima, 1886.

Guerrero, Julio C. 1879-1883: La guerra de las ocasiones perdidas. Editorial Milla Batres. Lima, 1975.
Cáceres recibe a Montero en Tarma quien se dirigía hacia Arequipa y luego se entera del "Manifiesto de Montán" emitido por Iglesias. En enero de 1883 Iglesias se autoproclama "Presidente Regenerador de la República". Cáceres decide avanzar hacia Lima y ocupar Canta.
Guzmán Palomino, Luis. Las dos guerras de hace un siglo. En: Comisión Permanente de Historia del Ejército. Huamachuco y el Alma Nacional. Ministerio de Guerra. Lima, 1983.

Guzmán Palomino, Luis. La Resistencia Nacional (Julio 1882-Junio 1884). En: Comisión Permanente de Historia del Ejército. Huamachuco y el Alma Nacional. Ministerio de Guerra. Lima, 1983.
El [[31 de marzo]] de 1883 Cáceres llega a Canta, derrotando a las fuerzas de Manuel Encarnación Vento partidario de Iglesias. Cáceres envía a Recavarren a [[Huaraz]] junto al batallón ''Pucará'' de 250 hombres para que organice tropas y luego marchar al norte a deponer el gobierno de Iglesias.
Guzmán Palomino, Luis. Campaña de La Breña. Colección de Documentos Inéditos: 1881-1884. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y Centro de estudios Histórico-Militares del Perú. Lima, 1990.

Guzmán Palomino, Luis. Cáceres Inmortal. Comisión Nacional del Sesquicentenario del Natalicio del Mariscal Andrés Avelino Cáceres. Lima, 1991.
El [[3 de abril]] de 1883 Cáceres llega a la costa de Chancay, para luego atacar a la guarnición del ''Aconcagua''. El coronel Urriola se retira de Chancay y se embarca en la [[Corbeta Chacabuco]] recibiendo luego refuerzos desde Lima del ''3º de Línea'' y del ''Coquimbo'' por lo cual Cáceres se retira hacia Canta.
Guzmán Palomino, Luis. Cáceres y La Breña. Compendio Histórico y Colección Documental. Orden de la Legión Mariscal Cáceres y Universidad Alas Peruanas. Lima, 2000.

Kapsoli, Wilfredo. Los movimientos campesinos en el Perú 1879-1965. Delva Editores. Lima, 1977.
=== Expedición García-Gorostiaga. Marcha de Cáceres hacia el Norte ===
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Manrique, Nelson. Campesinado y nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile. Centro de Investigación y Capa-citación. Lima, 1981.
Lynch planea atacar a Cáceres cercarlo y envía a Leon García con 2.000 hombres por Canta, a Del Canto con 1.500 por Lurín. Las dos fuerzas confluyen en Chicla el [[5 de mayo]] de 1883.
Manrique, Nelson. Yawar Mayu. Sociedades terratenientes serranas: 1879-1910. Instituto Francés de Estudios Andinos. Lima, 1988.

Mendoza Meléndez, Eduardo. La Campaña de La Breña. Edición de Fernando Aliaga. Lima, 1993.
El [[16 de mayo]] de 1883, Cáceres decide marchar hacia el norte. El [[21 de mayo]] de 1883 León García llega a [[Tarma]] y el [[26 de mayo]] llega Del Canto, pero Cáceres ya no se encontraba en el pueblo sino en dirección a Huaraz a reunirse con Recavarren. Cáceres llega a [[Huaraz]] el [[15 de junio]] de 1883.
Moreno de Cáceres, Antonia. Recuerdos de la Campaña de La Breña. Editorial Milla Batres. Lima, 1974.

Orden de la Legión Mariscal Cáceres. Colección de cartas, oficios, telegramas, proclamas, órdenes generales, partes de guerra, sueltos periodísticos y demás documentos referidos a la Campaña de La Breña. Inédita.
Ante los problemas de mando entre García y Del Canto en Tarma, Lynch nombra como nuevo jefe de la expedición a Marco Aurelio Arriagada quien parte de Lima y llega a [[Distrito de La Unión (Dos de Mayo)|Aguamiro]] en [[Departamento de Huánuco|Huánuco]] el [[12 de junio]] de [[1883]], tomando el mando de las tropas de Del Canto y García.
Querejazu Calvo, Roberto. Guano, Salitre, sangre. Historia de la Guerra del Pacífico. Librería Editorial Juventud. La Paz, 1992.

Rodríguez, Pedro Manuel. Diario de la Campaña de La Breña. Boletín Bibliográfico de la Universidad Mayor de San Marcos. Lima, 1924.
Con el fin de proteger a [[Miguel Iglesias]] y su gobierno con una fuerza de 400 hombres en Cajamarca, Patricio Lynch envía a Alejandro Gorostiaga desde [[Trujillo]] a [[Huamachuco]] el [[3 de mayo]] de 1883, para evitar que Recavarren ataque el gobierno de Iglesias. En Trujillo quedaba Herminio González junto a 600 hombres.
Roel, Virgilio. El Perú en el siglo XIX. Ed. Idea, Lima, 1986.

Vargas Ugarte, Rubén. Historia General del Perú. Editorial Milla Batres. Lima, 1971.
El [[5 de junio]] de 1883 Cáceres es elegido Segundo Vicepresidente de la República por el congreso de [[Arequipa]] y el gobierno de [[Lizardo Montero]].
Vargas Ugarte, Rubén. Historia General de la Guerra del Pacífico. La Toma de Lima y la Campaña de La Breña. Editorial Milla Batres. Lima, 1979.

Gorostiaga deja Huamachuco y marcha en dirección de Huaraz con 1.000 hombres y 4 cañones para enfrentar a Recavarren.

Ante la marcha de Cáceres a Huaraz, Arriagada con 3.000 hombres lo sigue por la sierra sur, mientras Gorostiaga se encontraba en la sierra norte. Arriagada cruza la cordillera de Guaramarca y llega Recuay el [[17 de junio]] de 1883.

El [[20 de junio]] se reúnen las fuerzas de Cáceres y las de Recavarren en Yungay. Cáceres decide rodear la posición de Gorostiaga marchando hacia el oriente y cruzar la cordillera por la [[Laguna de Llanganuco]], llegando a Pomabamba el [[26 de junio]] de 1883. Las inclemencias de la cordillera y la falta de víveres reducen su tropa. [[Archivo:Laguna Llanganuco-Huaraz Peru.jpg|300px|thumb|right|Laguna de Llanganuco a 3860 msnm]]

Cáceres envía falsas noticias a Yungay, que decían replegaría sus fuerzas por la sierra sur, detrás de la [[Cordillera Blanca]]. Arriagada llega a [[Yungay (Perú)|Yungay]] el [[23 de junio]] de 1883, decide dejar la ruta norte y enrumbar hacia el sur, y en Cerro de Pasco se reúne con las tropas de Urriola enviada por Lynch el [[12 de julio]], no encontrando a Cáceres y finalmente llegan a [[Lima]] el [[5 de agosto]] de 1883. Las inclemencias de la cordillera y las enfermedades redujeron su tropa.

Gorostiaga llega a Sihuas el [[25 de junio]] de 1883, pero al ver los caminos y puentes inhabilitados decide retornar a Huamachuco y esperar a González.

Con el fin de apoyar a Gorostiaga, González parte desde Trujillo y llega a Santiago de Chuco con 600 hombres, consigo llevaba suministros y municiones. Pasan por Mollepata, Tres Ríos sin detenerse llegando a Huamachuco el 6 de julio de 1883. A esa fecha las fuerzas chilenas reunidas contaban con 1.500 hombres de las tres armas.

Cáceres pasa por Conchucos y llega a Mollepata y conocido el avance de González decide enviar a Recavarren para atacarlo en Tres Ríos, pero las tropas de González no descansan y continúan su marcha sin encontrarse con Recavarren.

Cáceres llega a Tres Rios el [[7 de julio]] de 1883 donde realiza un consejo de guerra y decide enfrentar las fuerzas chilenas. En esa fecha las fuerzas de Cáceres llegaban a 1.440 hombres armados con fusiles Peabody y Remington, sin bayonetas, con escasez de municiones (30.000 unidades<ref name="pongo">{{cita web|
|apellido = Pongo
|nombre = Carlos
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|título = Huamachuco : 10 de Julio 1883
|año = 09/08/07
|editorial = |ubicación = Perú
|url = http://www.nodo50.org/mariategui/huamachuco10dejulio1883.htm
|fechaacceso = 2007
}}</ref>) y poca caballería. Contaba con 11 cañones de diversas fabricaciones y calibres

==== Batalla de Huamachuco ====

{{AP|Batalla de Huamachuco}}

[[Archivo:Alejando Gorostiaga.jpg|thumb|Coronel Alejandro Gorostiaga]]

Al ver a las fuerzas de Cáceres en el cerro Cuyulga, Gorostiaga deja el poblado de Huamachuco y se posiciona en el cerro Sazón al norte del pueblo. Así transcurren el 8 y el 9 de julio, sin mayores movimientos. El 10 de julio se enfrentan ambos ejércitos en la [[Batalla de Huamachuco]], en la cual Gorostiaga vence a las tropas de Cáceres, quien pierde la mitad de sus hombres. Cáceres retorna a Ayacucho con el fin de organizar un nuevo ejército.

=== Expedición Urriola. Retorno de Cáceres a Ayacucho ===

Después de la batalla Cáceres se retira a Ayacucho donde organizó un nuevo ejército.<ref name="vega">{{cita web|
|apellido = Vega
|nombre = Juan José
|enlaceautor =
|título = Unas líneas mas en torno a la gloria de Cáceres
|año = 2007
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|fechaacceso = 2007
}}</ref> junto a [[Justo Pastor Dávila]] que lo esperaba con 200 hombres.<ref name="pongo" /> Para atacar a Cáceres, Lynch envía una expedición de 1.500 hombres al mando de Martiniano Urriola. Urriola salió de Huancayo el 12 de septiembre de 1883.

Urriola se enfrenta con las guerrillas al mando de Miguel Lanzón el [[26 de septiembre]] de 1883<ref>[http://espanol.geocities.com/marcgrau2002/losiquich.htm Iquichanos y la expedicion Urriola]</ref> en el puente Huarpa. Las fuerzas de Urriola se retiran de Huanta en dirección a Ayacucho. Las tropas de Cáceres se encontraban en Andahuaylas.

El [[20 de octubre]] se firma el [[Tratado de Ancón]].

Cáceres se aproxima a Ayacucho para enfrentar a Urriola. El 12 de noviembre Urriola se retira de [[Ayacucho]] siendo atacado por las guerrillas.<ref>[http://www.cholonautas.edu.pe/PDF/Republica.pdf Instituto de Estudios Peruanos]</ref>

== Enfrentamientos en la sierra sur ==
Después de la Batalla de Arica, las fuerzas chilenas organizan expediciones a la sierra de Tacna, en donde se encuentra organizada las guerrillas de Pacheco Céspedes, Leoncio Prado y Gregorio Albarracin. Así el [[16 de julio]] de 1880 se realiza la [[Combate de Palca]] entre la guerrilla de Pacheco Céspedes contra el Regimiento ''Lautaro''. El [[21 de julio]] en el [[Combate de Tarata]] se enfrentan las fuerzas de Leoncio Prado contra las fuerzas de [[Orozimbo Barbosa]].

[[Gregorio Albarracín]] se dirige a Lima, organizando las guerrillas de Canta, luego regresa a Tacna y el 2 y [[3 de setiembre]] de 1881 en la [[Combate de Calientes]] y [[Combate de Pachía]], Albarracín junto a Pacheco Céspedes se enfrenta a la guarnición chilena de Calientes compuesta por infantería, caballería y artillería. El [[15 de febrero]] de 1883 se realiza el [[Combate de Pampa Blanca]] entre el destacamento chileno de la zona y las guerrillas peruanas del Comandante Nicolas Ortiz.

El 1 y [[2 de agosto]] de 1883 ocurre el [[Combate de Coari]] y el [[Combate de Mirave]], Pacheco Céspedes se enfrenta al destacamento chileno al mando del Mayor Duberli de Oyarzun.

En Arequipa se encontraba [[Lizardo Montero]] con un ejército de 4.000 hombres y una numerosa guardia nacional. Contra ellos parte en octubre de 1883 expediciones chilenas con 5.200 hombres.<ref>[http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0000331.pdf Campaña de Arequipa, Gonzalo Bulnes]</ref>

Las fuerzas chilenas de coronel José Velasquez contaban 2.200 efectivos de los batallones ''Santiago'', ''Carampangue'', ''Rengo'' y ''Ángeles'', más 2 escuadrones de caballería. Esta fuerza llegó a [[Moquegua]] y la ocupó sin resistencia. Otra expedición al mando de del Canto, con 3.000 efectivos, había desembarcado en Ilo y marchaba al interior. Montero envía un primera avanzada para enfrentar a los chilenos en Huasacache.

El [[20 de octubre]] se firma el [[Tratado de Ancón]].

José Velásquez envía una columna con tropas del ''Santiago'' hacia Huasacache, pero ambos bandos no traban combate. Una segunda columna, compuesta por hombres del ''4º de Línea'' y del ''Ángeles'' escala la cuesta de Huasacache el [[22 de octubre]] de [[1883]] en la noche, no siendo descubiertos sino al amanecer, momento en que se enfrentan a los defensores peruanos, quienes se retiran de sus posiciones.

En Arequipa las fuerzas peruanas se sublevan contra la autoridad de Lizardo Montero, así el [[25 de octubre]] una revuelta popular y militar depone el gobierno de [[Lizardo Montero]] en [[Arequipa]] quien se retira a [[La Paz]], con lo cual tropas chilenas al mando de José Velásquez ocupan la ciudad el [[29 de octubre]], siendo ésta entregado por el cuerpo diplomático de la ciudad. Cáceres, como segundo vicepresidente era el nuevo encargado del gobierno del Perú. Pero en Lima [[Miguel Iglesias]] ya se había instalado en Palacio de Gobierno.

El [[Segundo Combate de Pachía]] ocurre el [[11 de noviembre]] de 1883 entre las fuerzas del Capitán Matías López y las guerrillas de Pacheco Céspedes en la sierra de Tacna.

== Enfrentamientos en la sierra norte. Firma del Tratado de Ancón ==
El jefe político militar del norte era [[Lizardo Montero]]. Puesto que García Calderón fue deportado a Chile por no firmar un tratado que incluía sesión territorial. Lizardo Montero se traslada a Arequipa y allí se instala el congreso y asume el gobierno del Perú. En el norte queda como nuevo jefe político militar el coronel Miguel Iglesias en julio de 1882.

En mayo de 1882 envía una expedición al mando del mayor Enrique Salcedo integrada por el ''Talca'', ''Granaderos a Caballo'' y ocupan Santiago de Chuco, Huamachuco y Cajabamba. Otras compañías son enviadas al mando del mayor Luis Saldez por la ruta de San Pablo.

Las acciones del ejército chileno en los poblados que pasaban convencen al coronel Miguel Iglesias para formar una fuerza local por lo que hace un llamamiento a los pobladores de la zona.

==== Batalla de San Pablo ====
{{AP|Batalla de San Pablo}}

Ambas fuerzas se encuentran al pie del cerro ''El Montón'', el [[13 de julio]] de 1882 enfrentándose en la [[Batalla de San Pablo]]. La guarnición chilena en San Pablo estaba al mando de Luis Saldez y los batallones ''Concepción'', ''Talca'' y un escuadrón de Granaderos quien se enfrenta a las fuerzas peruanas al mando del coronel Lorenzo Iglesias. Las fuerzas chilenas se retiran del lugar en dirección a Trujillo.<ref name="Mellafe">{{cita libro
| apellidos = Mellafe Maturana
| nombre = Rafael
| título = La Guerra del Pacífico en imágenes, relatos, testimonios
| año = 2004
| editorial = Santiago: Centro de Estudios Bicentenario
| id = ISBN
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Luego de la derrota de las tropas chilenas en San Pablo, regresan con mayores fuerzas y saquean e incendian los pueblos de Cajamarca. Ante ello el [[31 de agosto]] de 1882, Miguel Iglesias emite el ''Manifiesto de Montán'', manifestando la necesidad de formar un tratado aun con sesión territorial ya que los triunfos peruanos eran inútiles ante las fuerzas chilenas y además los recursos de Tarapacá eran los que iniciaron la guerra.

{{Cita|Quise ganar algún tiempo retirándome a la provincia de Chota, pero desgraciadamente el pueblo inexperto, exaltado por el ultraje que de una pequeña porción del enemigo recibía, exigió combatir y se ensangrentaron las alturas de San Pablo. ¡Cuán caro se ha pagado el estéril triunfo de un instante! Los pocos abnegados voluntarios que me acompañan, no son, ni con mucho, bastantes para oponer seria resistencia a las formidables fuerzas invasoras que asolan en estos momentos, ansiosas de venganza y exterminio, el noble departamento de Cajamarca; conducirlos a un sacrificio estéril provocando mayores iras de parte de un enemigo que las descarga sobre vecindarios indefensos, sería imperdonable.|''' Manifiesto de Montán. Miguel Iglesias a sus conciudadanos'''[http://www.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1883-2.pdf]}}

El [[9 de febrero]] de 1883, Santa Maria decide apoyar a Miguel Iglesias para que organize un gobierno y un congreso con quien firmar un tratado.

El [[3 de mayo]] de 1883 la base del [[Tratado de Ancón]] ya estaba acordada entre Patrico Lynch y Miguel Iglesias quien firma este convenio inicial desde Cajamarca.<ref name="vega">{{cita web|
|apellido = Vega
|nombre = Juan José
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|título = Unas líneas mas entorno a la gloria de Cáceres
|año = 2007
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|fechaacceso = 2007
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El [[20 de octubre]] de 1883 se firma el [[Tratado de Ancón]], al norte de Lima. Con la firma de este acuerdo, Chile recibe a perpetuidad la provincia de Tarapacá. La región de Tacna y Arica estarían en manos chilenas por 10 años, luego de los cuales se realizaría un plebiscito que determinaría a que país quedarían anexadas ambas ciudades.

El [[23 de octubre]] de 1883 Patricio Lynch desocupó Lima llevando sus tropas a Miraflores, Barranco y Chorrillos. El mismo día entraba a Lima el coronel [[Miguel Iglesias]] instalándose en Palacio de Gobierno.

== Bibliografía ==

* ''La Guerra del Pacífico en imágenes, relatos, testimonios. Centro de Estudios Bicentenario.''

== Enlaces externos ==

* [http://www.laguerradelpacifico.cl. Los Héroes Olvidados.]
* [http://paginas.terra.com.br/educacao/historiadochile/a_campanha_da_serra.htm. Campaña de La Sierra.]
* [http://www.guerradelsalitre.com. La Guerra del Salitre.]

== Referencias ==

{{listaref|2}}

[[Categoría:Teatro de operaciones terrestres de la Guerra del Pacífico]]

[[sv:Breñakampanjen]]

Revisión del 05:42 1 may 2009

Campaña de la Sierra
Guerra del Pacífico
Parte de Guerra del Pacífico
Fecha Febrero de 1881 a octubre de 1884
Lugar Sierra norte, centro y sur del Perú
Resultado Victoria Peruana. Firma del Tratado de Ancón. Fin de la Guerra del Pacífico.
Beligerantes
Ejército de Chile Ejército de Perú
Comandantes
Patricio Lynch Andrés Avelino Cáceres
Miguel Iglesias
Lizardo Montero

La Campaña de la Sierra o Campaña de la Breña es la última etapa de la Guerra del Pacífico. Una vez tomada la capital peruana luego de las victorias en Chorrillos y Miraflores, el alto mando chileno envía diversas expediciones desde Lima hacia la sierra peruana desde abril de 1881 hasta junio de 1884, donde combatió contra el ejército organizado principalmente por Andrés Avelino Cáceres, apoyado por guerrillas compuestas por campesinos.

Situación inicial

Contralmirante Patricio Lynch, el "Príncipe Rojo"

Después de las victorias chilenas en las batallas de San Juan y Miraflores que iniciaron la Ocupación de Lima, el coronel peruano Andrés Avelino Cáceres y otros como el capitán José Miguel Pérez decidieron llegar a los Andes Centrales para organizar y reiniciar la resistencia al ejército de ocupación chileno; para ello, el 15 de abril de 1881, se embarcaron en el tren de la estación de Viterbo (evadiendo la vigilancia de los soldados chilenos), con destino final la ciudad de Jauja. Así Cáceres, quien era quechuablante, organizó la defensa entre la población civil de la sierra central, el Coronel Gregorio Albarracín y el cubano Pacheco Céspedes en la sierra sur, y el coronel Miguel Iglesias en la sierra norte.

General Avelino Cáceres, el "Brujo de los Andes"

En la situación chilena se generó una crisis civil-militar, entre el General Manuel Baquedano y el Ministro de Guerra en campaña, José Francisco Vergara. Baquedano fue el primero en retornar a Chile, mientras que Vergara volvió luego de no lograr establecer conversaciones de paz con el gobierno provisional de García Calderón; dejando al mando de las fuerzas de ocupación al Coronel Pedro Lagos.

En abril de 1881, Lagos envía al Comandante José Miguel Alcérreca, al mando de una fuerza compuesta por tropas del Carabineros de Yungay y del Buin al interior.

Ese mes en San Jerónimo, cerca a Santa Eulalia, se inicia la campaña de la Breña con las fuerzas organizadas por el coronel José Agustín Bedoya que se enfrentan a las fuerzas de Alcérreca, las cuales luego de un tiroteo dispersan a los hombres de Bedoya, para luego incendiar el lugar y retornar a Lima.[1]

En Lima se organiza un comité patriótico presidido por el obispo Pedro José Tordoya que abastecieron de dinero y armas a los combatientes peruanos de la resistencia, así como informaron de los movimientos chilenos en Lima.

Enfrentamientos en la sierra central

Expedición Letelier. Marcha de Cáceres hacia Ayacucho

La primera expedición chilena de importancia a la sierra fue enviada por el Coronel Pedro Lagos, entonces al mando de las fuerzas de ocupación, el 15 de abril de 1881 y comandada por el Teniente Coronel Ambrosio Letelier, fuerte en 1.932 efectivos y conformada por tropas de los batallones "Buin" 1° de Línea, Curicó, Zapadores, "Pisagua" 3º de Línea, " Esmeralda" 7º de Línea, 200 hombres de caballería de los regimentos Granaderos y Carabineros de Yungay y 2 cañones. Esta expedición fue enviada al Departamento de Junín con la orden de eliminar las fuerzas peruanas en ese sector.

El 26 de abril, en Jauja, el dictador Nicolás de Piérola nombra a Cáceres jefe político y militar del centro. A fines de abril Cáceres contaba con dos batallones Constancia y Junín y el apoyo del coronel Máximo Tafur. A fines de mayo conformaba un nuevo batallón llamado Jauja. Lizardo Montero se estableció en Huaraz como el jefe político y militar del norte.

Lamentablemente, el cometido de la expedición Letelier fue empañado por los abusos de poder de Letelier en Cerro de Pasco, Vilcabamba, Cuchis, Viscas.

Entretanto, Patricio Lynch había sido designado por el Senado chileno como Contralmirante de la Armada. Lynch llega a Lima en mayo de 1881, como nuevo comandante de las fuerzas de ocupación, reemplazando al Coronel Lagos. Al llegar a Lima, tiene noticias de las tropelías de Letelier, ordenándole regresar inmediatamente. Lynch estableció su cuartel militar en el Palacio de Pizarro en Lima.

Cáceres se encontraba en Tarma cuando se entera de la proximidad de Letelier, así recorre Jauja y Huancayo para establecerse en Quebrada Honda. Letelier decide no marchar hacia Huancayo sino regresar a Lima. En la región Cáceres crea un nuevo batallón llamado Huancayo.

En mayo las guerrillas peruanas de Pasco y Junín hicieron retroceder a las fuerzas chilenas. Entre mayo y agosto de 1881 Gregorio Albarracín realiza acciones contra fuerzas chilenas en Chicla y San Bartolomé al mando de 60 jinetes capturando las confiscaciones que los chilenos realizaron en los poblados de la sierra central.

El 8 de agosto las guerrillas de sargento mayor José Osambela obtienen otra victoria en el puente Verrugas. El 15 de agosto se libra el combate del puente Purhuay, saliendo de Chosica donde el nuevo batallón Zepita comandado por el teniente coronel Villegas y las guerrillas del coronel Manuel Tafur triunfan sobre las fuerzas chilenas.[2]

Con la derrota de Purhuay las fuerzas chilenas abandonan Chosica retornando a Lima y así las guerrillas ocupan Huachipa y Santa Ana.

El gobierno del Perú estaba dividido entre Francisco García Calderón en Lima y Nicolás de Piérola en Huamanga quienes buscaban mantenerse en el poder y no prestaron ningún apoyo a la campaña organizada por Cáceres.

Gregorio Albarracín en Canta organiza el batallón Canta de 200 soldados, con lo cual los chilenos deciden proteger el ferrocarril entre Chosica y Chicla. El coronel Agustín Bedoya organiza a los Cazadores del Rímac en Sayán y Huaura, pero es asesinado por hombres de Nicolás de Piérola.

El 19 de junio Letelier envía una nota a las autoridades de Canta para deponer las armas, con lo cual el coronel Manuel de la Encarnación Vento y guerrillas canteñas se preparan para enfrentarlos. El 21 de junio Letelier parte a Lima en dos columnas, una por Canta y otra por Casapalca a su mando.

Combate de Sangra

El 26 de junio de 1881 se libra el Combate de Sangra o Combate de Sangrar, donde una compañía del batallón Buin al mando del Capitán José Luis Araneda, que iba a proteger el regreso de Letelier, se enfrenta a guerrillas superiores en número pero mal armados al mando del coronel Manuel de la Encarnación Vento, en la hacienda Sangrar en la sierra de Lima.

El 2 de julio la expedición Letelier cruzó la cordillera por Casapalca, llegando el 4 de ese mes las primeras tropas a Lima. Al momento de entregar su reporte, Lynch lo despoja de su comisión y lo envía a Santiago para un consejo de guerra. Posteriormente sería absuelto de los cargos.

El 31 de agosto Cáceres establece su cuartel de Matucana luego avanza a Chosica aproximándose a Vitarte. Su ejército estaba compuesto por los batallones Tarapacá, Zepita, Junín, Tarma, Ica N 4, Huancayo, un escuadrón de caballería y una brigada de artillería. Allí espera al coronel Remigio Morales Bermúdez y el batallón Lima provenientes desde Arequipa.

Ante la negativa de firmar un tratado de paz que proponía cesión territorial a Chile, Lynch disolvió el gobierno provisional de Francisco García Calderón el deportándolo a Santiago el 6 de noviembre. Lizardo Montero que había sido nombrado primer vicepresidente, se convirtió en presidente provisorio. Ante estos hechos, el estado mayor del ejército del centro desconoce el gobierno de Nicolás de Piérola y propone a Cáceres como nuevo gobernante del Perú. Cáceres declina el nombramiento y prefiere fortalecer el gobierno de Montero. En Tarma se encontraba Piérola quien decide dimitir el 28 de noviembre de 1881, para evitar una guerra civil.

En octubre de 1881 una epidemia de tifus diezmó a la mitad de los hombres de Cáceres, quien decide marchar hacia Ayacucho.

Montero inició negociaciones con el gobierno chileno, la negativa de Montero a la cesión de territorios, lo obligó a trasladar el Congreso a Arequipa.

Cáceres pasa por Tarma y Jauja y el 5 de febrero ocurre el Primer Combate de Pucará con las fuerzas chilenas al mando de Del Canto. Cáceres continúa su marcha ocupando Izcuchaca, Acostambo, Huancavelica, Acobamba. El 18 de febrero una tempestad en Julcamarca diezma sus tropas quedando con 368 soldados. El 22 de febrero, en el Combate de Acuchimay, Cáceres vence a las fuerzas rebeldes del coronel Arnaldo Panizo que contaba con 1.500 hombres, tomando sus tropas. Luego de este suceso Cáceres ingresa a Ayacucho.

Expedición Lynch-Gana. La contraofensiva de Cáceres

General Estanislao del Canto.

A inicios de 1882, Lynch comanda una expedición en persona hacia Canta, mientras que otra división al mando de Pedro Gana fue enviada hacia Chosica, buscando envolver a Cáceres, movimento que falló debido a que el general peruano retrocedió hacia Tarma, evitando ser rodeado. Las tropas de Cáceres estaban conformadas por los batallones Zepita, Tarapacá, América, Huancayo, 90 artilleros y 40 jinetes de caballería.

Lynch y Gana vuelven a Lima, pero el Presidente Domingo Santa María ordena continuar con la expedición, debido a lo cual, Lynch envía a Gana al mando de 2.300 efectivos hacia el Departamento de Junín, compuesta por tropas de las unidades "Tacna" 2º de Línea, Lautaro, "Chacabuco" 6° de Línea, 1 escuadrón del Carabineros de Yungay y 1 brigada del Regimiento de Artillería Nº1.

La expedición se divide en tres columnas, una de las cuales compuesta por la mitad del Chacabuco más la artillería y el Carabineros de Yungay tiene un enfrentamiento en el puente de la Oroya con guerrillas peruanas tomando el control del puente.[3]​ Las otras dos columnas no tienen mayores inconvenientes, llegando a Tarma el 25 de enero. El 1 de febrero, el mando de la división se reasigna al Coronel Estanislao del Canto, Comandante del 2º de Línea. Del Canto divide en 2 grupos a sus fuerzas y el 28 de febrero, la división chilena ocupa Jauja.

Primer Combate de Pucará

Cáceres entretanto llegaba a Concepción, para luego salir hacia Huancayo. El 5 de febrero se realiza el Primer Combate de Pucará entre fuerzas peruanas al mando de Cáceres y fuerzas chilenas al mando de Del Canto en el pueblo de Pucará y las alturas de Marcavalle. Luego del enfrentamiento Cáceres continúa su marcha hacia Izcuchaca, mientras que Del Canto regresa a Huancayo, dejando fuerzas en La Oroya y Junín.

El 18 de febrero una tempestad en Julcamarca diezma sus tropas quedando con 368 soldados. El 22 de febrero, en el Combate de Acuchimay, Cáceres vence a las fuerzas rebeldes del coronel Arnaldo Panizo que contaba con 1.500 hombres, tomando sus tropas. Luego de este suceso Cáceres ingresa a Ayacucho.

De marzo a mayo de 1882 suceden diversos enfrentamientos como el Combate de Sierralumi, Huaripampa, Huancaní, Llocllapampa, Sicaya, Chupaca, Pazos, Acostambo, Ñahuimpuquio [4]

Las fuerzas chilenas estaban diezmadas por el tifus y la viruela, así Lynch autoriza a Del Canto a volver a Lima con el 2º de Línea trayendo a los heridos y a los enfermos. Los batallones "Pisagua" 3º de Línea y "Santiago" 5º de Línea son enviados como refuerzos.

El 3 de junio y el 28 de junio se enfrentan guerrillas peruanas con el batallón chileno Santiago destacado en Marcavalle.

Cáceres ya organizado deja Ayacucho y marcha hacia Izcuchaca donde establece su cuartel general el 1 de junio. Allí Cáceres planea atacar a la expedición chilena al mismo tiempo desde Huancayo a La Oroya. Organiza tres columnas: a La Oroya envía al coronel Máximo Tafur, a Concepción envía al coronel Juan Gastó y a la columna a Huancayo estaba bajo su mando.

La columna de Tafur debería pasar por Chongos y Chupaca y atacar la guarnición chilena de La Oroya. El general Cáceres iria a combatir la posición chilena de Marcavalle y Pucará. La orden del coronel Gasto eran avanzar por las alturas de los cerros del valle hasta Comas donde se reuniría con los guerrilleros de Ambrosio Salazar para atacar al destacamento chileno de Concepción.[5]​ Las columnas de Cáceres y Gasto deberían de atacar las posiciones enemigas el 9 de julio y la columna de Tafur una semana antes. Juan Gasto marchaba hacia Comas con las columnas "Pucará N.4" al mando de Andres Freyre y la columna Libres de Ayacucho al mando de Francisco Carbajal.

Segundo Combate de La Oroya

El 10 de julio se enfrentan las fuerzas peruanas de Máximo Tafur y las chilenas del 3º de Línea, al mando del Teniente Francisco Meyer en el puente de La Oroya. La guarnición chilena mantiene el control del lugar.

Dibujo que muestra de izquierda a derecha a Arturo Pérez Canto, Ignacio Carrera Pinto, Julio Montt Salamanca y Luis Cruz Martínez, oficiales chilenos muertos en el combate.

Combate de Concepción

El 9 de julio de 1882 se realiza el Combate de Concepción o Combate de La Concepción, donde la 4ª compañía del batallón Chacabuco al mando del Capitán Ignacio Carrera Pinto fue completamente eliminada por las fuerzas peruanas comandadas por el coronel Juan Gastó y las guerrillas al mando de Ambrosio Salazar.

Segundo Combate de Marcavalle y Pucará

El 9 de julio, la columna de Cáceres ataca a la 4ta. compañía del batallón Santiago en Marcavalle y Pucará. Cáceres continuó su marcha hacia Huancayo y luego a Jauja.

La división del Canto dejó Huancayo, saqueó e incendió los poblados de Matahuasi, Ataura y San Lorenzo, y se apostó en Tarma, esperando poder retirarse a Lima. Del Canto despacha el 14 de julio a una compañía del Lautaro al mando del Subteniente Arturo Benavides Santos con 80 soldados al caserío de Tarmatambo.

Combate de Tarmatambo

El 15 de julio, la compañía del batallón Lautaro se enfrenta en el caserío de Tarmatambo a las fuerzas dirigidas por el Coronel Juan Gastó y Máximo Tafur en el Combate de Tarmatambo. Al día siguiente, el 16 de julio, las fuerzas de Cáceres se enfrentan con una compañía del batallón 2° de Línea en el Combate de San Juan Cruz. Cáceres decide no atacar el pueblo, sino apostar la segunda división y los guerrilleros de San Jerónimo en las alturas cercanas a Tarma.

Con un considerable número de enfermos y heridos Del Canto se retira de Tarma protegido por la neblina en dirección a La Oroya donde llega el 17 de julio. El 18 de julio las fuerzas chilenas dejan el valle del Mantaro con dirección a Chicla en la sierra de Lima y posteriormente arriban a la capital habiendo muerto en campaña el 20% de sus efectivos (534 hombres según cifras oficiales chilenas). Cáceres intenta perseguir a las fuerzas chilenas, pero se entera que Tafur no había destruido el puente de la Oroya, por lo que retorna a Tarma. El 18 de julio Cáceres establece en Tarma su nuevo cuartel de operaciones.

En febrero de 1883, una compañía del Lautaro se enfrenta en Ungará (Cañete) al sur de Lima a guerrilleros locales, los chilenos son apoyados por un escuadrón de Granaderos y mantienen su posición.

Cáceres recibe a Montero en Tarma quien se dirigía hacia Arequipa y luego se entera del "Manifiesto de Montán" emitido por Iglesias. En enero de 1883 Iglesias se autoproclama "Presidente Regenerador de la República". Cáceres decide avanzar hacia Lima y ocupar Canta.

El 31 de marzo de 1883 Cáceres llega a Canta, derrotando a las fuerzas de Manuel Encarnación Vento partidario de Iglesias. Cáceres envía a Recavarren a Huaraz junto al batallón Pucará de 250 hombres para que organice tropas y luego marchar al norte a deponer el gobierno de Iglesias.

El 3 de abril de 1883 Cáceres llega a la costa de Chancay, para luego atacar a la guarnición del Aconcagua. El coronel Urriola se retira de Chancay y se embarca en la Corbeta Chacabuco recibiendo luego refuerzos desde Lima del 3º de Línea y del Coquimbo por lo cual Cáceres se retira hacia Canta.

Expedición García-Gorostiaga. Marcha de Cáceres hacia el Norte

Lynch planea atacar a Cáceres cercarlo y envía a Leon García con 2.000 hombres por Canta, a Del Canto con 1.500 por Lurín. Las dos fuerzas confluyen en Chicla el 5 de mayo de 1883.

El 16 de mayo de 1883, Cáceres decide marchar hacia el norte. El 21 de mayo de 1883 León García llega a Tarma y el 26 de mayo llega Del Canto, pero Cáceres ya no se encontraba en el pueblo sino en dirección a Huaraz a reunirse con Recavarren. Cáceres llega a Huaraz el 15 de junio de 1883.

Ante los problemas de mando entre García y Del Canto en Tarma, Lynch nombra como nuevo jefe de la expedición a Marco Aurelio Arriagada quien parte de Lima y llega a Aguamiro en Huánuco el 12 de junio de 1883, tomando el mando de las tropas de Del Canto y García.

Con el fin de proteger a Miguel Iglesias y su gobierno con una fuerza de 400 hombres en Cajamarca, Patricio Lynch envía a Alejandro Gorostiaga desde Trujillo a Huamachuco el 3 de mayo de 1883, para evitar que Recavarren ataque el gobierno de Iglesias. En Trujillo quedaba Herminio González junto a 600 hombres.

El 5 de junio de 1883 Cáceres es elegido Segundo Vicepresidente de la República por el congreso de Arequipa y el gobierno de Lizardo Montero.

Gorostiaga deja Huamachuco y marcha en dirección de Huaraz con 1.000 hombres y 4 cañones para enfrentar a Recavarren.

Ante la marcha de Cáceres a Huaraz, Arriagada con 3.000 hombres lo sigue por la sierra sur, mientras Gorostiaga se encontraba en la sierra norte. Arriagada cruza la cordillera de Guaramarca y llega Recuay el 17 de junio de 1883.

El 20 de junio se reúnen las fuerzas de Cáceres y las de Recavarren en Yungay. Cáceres decide rodear la posición de Gorostiaga marchando hacia el oriente y cruzar la cordillera por la Laguna de Llanganuco, llegando a Pomabamba el 26 de junio de 1883. Las inclemencias de la cordillera y la falta de víveres reducen su tropa.

Laguna de Llanganuco a 3860 msnm

Cáceres envía falsas noticias a Yungay, que decían replegaría sus fuerzas por la sierra sur, detrás de la Cordillera Blanca. Arriagada llega a Yungay el 23 de junio de 1883, decide dejar la ruta norte y enrumbar hacia el sur, y en Cerro de Pasco se reúne con las tropas de Urriola enviada por Lynch el 12 de julio, no encontrando a Cáceres y finalmente llegan a Lima el 5 de agosto de 1883. Las inclemencias de la cordillera y las enfermedades redujeron su tropa.

Gorostiaga llega a Sihuas el 25 de junio de 1883, pero al ver los caminos y puentes inhabilitados decide retornar a Huamachuco y esperar a González.

Con el fin de apoyar a Gorostiaga, González parte desde Trujillo y llega a Santiago de Chuco con 600 hombres, consigo llevaba suministros y municiones. Pasan por Mollepata, Tres Ríos sin detenerse llegando a Huamachuco el 6 de julio de 1883. A esa fecha las fuerzas chilenas reunidas contaban con 1.500 hombres de las tres armas.

Cáceres pasa por Conchucos y llega a Mollepata y conocido el avance de González decide enviar a Recavarren para atacarlo en Tres Ríos, pero las tropas de González no descansan y continúan su marcha sin encontrarse con Recavarren.

Cáceres llega a Tres Rios el 7 de julio de 1883 donde realiza un consejo de guerra y decide enfrentar las fuerzas chilenas. En esa fecha las fuerzas de Cáceres llegaban a 1.440 hombres armados con fusiles Peabody y Remington, sin bayonetas, con escasez de municiones (30.000 unidades[6]​) y poca caballería. Contaba con 11 cañones de diversas fabricaciones y calibres

Batalla de Huamachuco

Coronel Alejandro Gorostiaga

Al ver a las fuerzas de Cáceres en el cerro Cuyulga, Gorostiaga deja el poblado de Huamachuco y se posiciona en el cerro Sazón al norte del pueblo. Así transcurren el 8 y el 9 de julio, sin mayores movimientos. El 10 de julio se enfrentan ambos ejércitos en la Batalla de Huamachuco, en la cual Gorostiaga vence a las tropas de Cáceres, quien pierde la mitad de sus hombres. Cáceres retorna a Ayacucho con el fin de organizar un nuevo ejército.

Expedición Urriola. Retorno de Cáceres a Ayacucho

Después de la batalla Cáceres se retira a Ayacucho donde organizó un nuevo ejército.[7]​ junto a Justo Pastor Dávila que lo esperaba con 200 hombres.[6]​ Para atacar a Cáceres, Lynch envía una expedición de 1.500 hombres al mando de Martiniano Urriola. Urriola salió de Huancayo el 12 de septiembre de 1883.

Urriola se enfrenta con las guerrillas al mando de Miguel Lanzón el 26 de septiembre de 1883[8]​ en el puente Huarpa. Las fuerzas de Urriola se retiran de Huanta en dirección a Ayacucho. Las tropas de Cáceres se encontraban en Andahuaylas.

El 20 de octubre se firma el Tratado de Ancón.

Cáceres se aproxima a Ayacucho para enfrentar a Urriola. El 12 de noviembre Urriola se retira de Ayacucho siendo atacado por las guerrillas.[9]

Enfrentamientos en la sierra sur

Después de la Batalla de Arica, las fuerzas chilenas organizan expediciones a la sierra de Tacna, en donde se encuentra organizada las guerrillas de Pacheco Céspedes, Leoncio Prado y Gregorio Albarracin. Así el 16 de julio de 1880 se realiza la Combate de Palca entre la guerrilla de Pacheco Céspedes contra el Regimiento Lautaro. El 21 de julio en el Combate de Tarata se enfrentan las fuerzas de Leoncio Prado contra las fuerzas de Orozimbo Barbosa.

Gregorio Albarracín se dirige a Lima, organizando las guerrillas de Canta, luego regresa a Tacna y el 2 y 3 de setiembre de 1881 en la Combate de Calientes y Combate de Pachía, Albarracín junto a Pacheco Céspedes se enfrenta a la guarnición chilena de Calientes compuesta por infantería, caballería y artillería. El 15 de febrero de 1883 se realiza el Combate de Pampa Blanca entre el destacamento chileno de la zona y las guerrillas peruanas del Comandante Nicolas Ortiz.

El 1 y 2 de agosto de 1883 ocurre el Combate de Coari y el Combate de Mirave, Pacheco Céspedes se enfrenta al destacamento chileno al mando del Mayor Duberli de Oyarzun.

En Arequipa se encontraba Lizardo Montero con un ejército de 4.000 hombres y una numerosa guardia nacional. Contra ellos parte en octubre de 1883 expediciones chilenas con 5.200 hombres.[10]

Las fuerzas chilenas de coronel José Velasquez contaban 2.200 efectivos de los batallones Santiago, Carampangue, Rengo y Ángeles, más 2 escuadrones de caballería. Esta fuerza llegó a Moquegua y la ocupó sin resistencia. Otra expedición al mando de del Canto, con 3.000 efectivos, había desembarcado en Ilo y marchaba al interior. Montero envía un primera avanzada para enfrentar a los chilenos en Huasacache.

El 20 de octubre se firma el Tratado de Ancón.

José Velásquez envía una columna con tropas del Santiago hacia Huasacache, pero ambos bandos no traban combate. Una segunda columna, compuesta por hombres del 4º de Línea y del Ángeles escala la cuesta de Huasacache el 22 de octubre de 1883 en la noche, no siendo descubiertos sino al amanecer, momento en que se enfrentan a los defensores peruanos, quienes se retiran de sus posiciones.

En Arequipa las fuerzas peruanas se sublevan contra la autoridad de Lizardo Montero, así el 25 de octubre una revuelta popular y militar depone el gobierno de Lizardo Montero en Arequipa quien se retira a La Paz, con lo cual tropas chilenas al mando de José Velásquez ocupan la ciudad el 29 de octubre, siendo ésta entregado por el cuerpo diplomático de la ciudad. Cáceres, como segundo vicepresidente era el nuevo encargado del gobierno del Perú. Pero en Lima Miguel Iglesias ya se había instalado en Palacio de Gobierno.

El Segundo Combate de Pachía ocurre el 11 de noviembre de 1883 entre las fuerzas del Capitán Matías López y las guerrillas de Pacheco Céspedes en la sierra de Tacna.

Enfrentamientos en la sierra norte. Firma del Tratado de Ancón

El jefe político militar del norte era Lizardo Montero. Puesto que García Calderón fue deportado a Chile por no firmar un tratado que incluía sesión territorial. Lizardo Montero se traslada a Arequipa y allí se instala el congreso y asume el gobierno del Perú. En el norte queda como nuevo jefe político militar el coronel Miguel Iglesias en julio de 1882.

En mayo de 1882 envía una expedición al mando del mayor Enrique Salcedo integrada por el Talca, Granaderos a Caballo y ocupan Santiago de Chuco, Huamachuco y Cajabamba. Otras compañías son enviadas al mando del mayor Luis Saldez por la ruta de San Pablo.

Las acciones del ejército chileno en los poblados que pasaban convencen al coronel Miguel Iglesias para formar una fuerza local por lo que hace un llamamiento a los pobladores de la zona.

Batalla de San Pablo

Ambas fuerzas se encuentran al pie del cerro El Montón, el 13 de julio de 1882 enfrentándose en la Batalla de San Pablo. La guarnición chilena en San Pablo estaba al mando de Luis Saldez y los batallones Concepción, Talca y un escuadrón de Granaderos quien se enfrenta a las fuerzas peruanas al mando del coronel Lorenzo Iglesias. Las fuerzas chilenas se retiran del lugar en dirección a Trujillo.[11]

Luego de la derrota de las tropas chilenas en San Pablo, regresan con mayores fuerzas y saquean e incendian los pueblos de Cajamarca. Ante ello el 31 de agosto de 1882, Miguel Iglesias emite el Manifiesto de Montán, manifestando la necesidad de formar un tratado aun con sesión territorial ya que los triunfos peruanos eran inútiles ante las fuerzas chilenas y además los recursos de Tarapacá eran los que iniciaron la guerra.

Quise ganar algún tiempo retirándome a la provincia de Chota, pero desgraciadamente el pueblo inexperto, exaltado por el ultraje que de una pequeña porción del enemigo recibía, exigió combatir y se ensangrentaron las alturas de San Pablo. ¡Cuán caro se ha pagado el estéril triunfo de un instante! Los pocos abnegados voluntarios que me acompañan, no son, ni con mucho, bastantes para oponer seria resistencia a las formidables fuerzas invasoras que asolan en estos momentos, ansiosas de venganza y exterminio, el noble departamento de Cajamarca; conducirlos a un sacrificio estéril provocando mayores iras de parte de un enemigo que las descarga sobre vecindarios indefensos, sería imperdonable.
Manifiesto de Montán. Miguel Iglesias a sus conciudadanos[1]

El 9 de febrero de 1883, Santa Maria decide apoyar a Miguel Iglesias para que organize un gobierno y un congreso con quien firmar un tratado.

El 3 de mayo de 1883 la base del Tratado de Ancón ya estaba acordada entre Patrico Lynch y Miguel Iglesias quien firma este convenio inicial desde Cajamarca.[7]

El 20 de octubre de 1883 se firma el Tratado de Ancón, al norte de Lima. Con la firma de este acuerdo, Chile recibe a perpetuidad la provincia de Tarapacá. La región de Tacna y Arica estarían en manos chilenas por 10 años, luego de los cuales se realizaría un plebiscito que determinaría a que país quedarían anexadas ambas ciudades.

El 23 de octubre de 1883 Patricio Lynch desocupó Lima llevando sus tropas a Miraflores, Barranco y Chorrillos. El mismo día entraba a Lima el coronel Miguel Iglesias instalándose en Palacio de Gobierno.

Bibliografía

  • La Guerra del Pacífico en imágenes, relatos, testimonios. Centro de Estudios Bicentenario.

Enlaces externos

Referencias

  1. Combate de San Jerónimo en www.laguerradelpacifico.cl
  2. Purhuay, 15 de agosto de 1881. La primera gran victoria de La Breña
  3. La expedición al departamento de Junín (23 de Enero - 31 de Julio de 1882)
  4. 1881-1884: La Campaña de La Breña
  5. del Campo Rodríguez, Juan (199). «La Batalla de Concepción». Washington D.C., EE.UU. Consultado el 2007. 
  6. a b Pongo, Carlos (09/08/07). «Huamachuco : 10 de Julio 1883». Perú. Consultado el 2007. 
  7. a b Vega, Juan José (2007). «Unas líneas mas en torno a la gloria de Cáceres». Perú. Consultado el 2007.  Error en la cita: Etiqueta <ref> no válida; el nombre «vega» está definido varias veces con contenidos diferentes
  8. Iquichanos y la expedicion Urriola
  9. Instituto de Estudios Peruanos
  10. Campaña de Arequipa, Gonzalo Bulnes
  11. Mellafe Maturana, Rafael (2004). La Guerra del Pacífico en imágenes, relatos, testimonios. Santiago: Centro de Estudios Bicentenario. ISBN.