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Diferencia entre revisiones de «Incendio de la Iglesia de la Compañía»

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{{cita|La iglesia estaba repleta desde temprano, en gran parte con la porción más escogida de nuestra sociedad femenina. Se comenzó a encender la extraordinaria y brillante iluminación que dejaba al templo como de día y parece que el incendio comenzó por unas colgaduras del presbiterio. La gente más próxima se alarmó y comenzó a remolinarse; unos decían incendio; los más lejanos creyeron que era temblor, pero unos pocos se dieron cuenta exacta del caso. Pronto todo era confusión y desorden. Muchos tocaron retirada, pero los más, creyendo que era un alboroto inmotivado se internaban más en la iglesia para tomar mejor lugar y allí fué [sic] Troya.<ref name=ace/>|Abdón Cifuentes, ''Memorias'', 1936.}}
{{cita|La iglesia estaba repleta desde temprano, en gran parte con la porción más escogida de nuestra sociedad femenina. Se comenzó a encender la extraordinaria y brillante iluminación que dejaba al templo como de día y parece que el incendio comenzó por unas colgaduras del presbiterio. La gente más próxima se alarmó y comenzó a remolinarse; unos decían incendio; los más lejanos creyeron que era temblor, pero unos pocos se dieron cuenta exacta del caso. Pronto todo era confusión y desorden. Muchos tocaron retirada, pero los más, creyendo que era un alboroto inmotivado se internaban más en la iglesia para tomar mejor lugar y allí fué [sic] Troya.<ref name=ace/>|Abdón Cifuentes, ''Memorias'', 1936.}}


{{cita|Las llamas no aparecieron en un principio; por la cúpula se escapaba un humo negro solamente, que después se tiñó de reflejos rojos que se pronunciaban más a medida que obscurecía [sic] el día, largo en esa parte del año.<br />De repente, y como rompiendo obstáculos, subieron las llamas, inquietas y enormes, abrazando la cúpula entera, construída [sic] de pura madera; aumentándose y alzándose con nuevo pábulo, parecían llegar a una gran altura en el cielo que se mantenía en toda tranquilidad.<br />Avanzando el fuego por dentro, desde el coro hasta la fachada, el humo iba traspasando sucesivamente los tejados del templo, precediendo a las llamaradas que no tardaron en asomar en pos de él. La única torre del frente vió [sic] así llegar su turno; primeramente la envolvió el humo que se hacía denso poco a poco, que luego arrastraba fuegos de materias que volaban con él, y que se tornó en nueva llama que lamía la torre entera hasta más arriba de su empinada flecha.<br />El fuego más vivo y voraz, hecho por las gruesas vigas y los maderos, llegaba hasta la parte angosta de la torre que formaba como un talle o cintura encima de la cual venía la linterna y la punta que sostenía la cruz. Linterna y flecha, devoradas ya en su base, se inclinaron entonces ligeramente, crujieron, y en seguida [sic], como un tizón ardiente arrojado desde el cielo, cayeron juntas envueltas en humo y fuego y marcando el trayecto con chispas y destellos como de pirotécnica.<br />Voces se oían de todos lados. Algunos hombres pasaban por la calle gritando y gesticulando, sin sombrero; corrían mujeres de vestido abultado, pues en esa época se usaba la crinolina, sin manto en la cabeza, y con todo el pelo en desgreño.<br />En todas las esquinas se había colocado un piquete de policía y tropa de línea; los coches solían, sin embargo, pasar, corriendo y aumentando con su sonajera los clamores de la calle. Desde la plazuela de la Compañía se sentían levantarse también voces y otros ruidos que se mezclaban con el chisporroteo sordo del hogar encendido.<ref name=rsv/>|Ramón Subercaseaux, ''Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas'', 1936.}}
{{cita|Las llamas no aparecieron en un principio; por la cúpula se escapaba un humo negro solamente, que después se tiñó de reflejos rojos que se pronunciaban más a medida que obscurecía [sic] el día, largo en esa parte del año.<br />De repente, y como rompiendo obstáculos, subieron las llamas, inquietas y enormes, abrazando la cúpula entera, construí<!--sic-->da [sic] de pura madera; aumentándose y alzándose con nuevo pábulo, parecían llegar a una gran altura en el cielo que se mantenía en toda tranquilidad.<br />Avanzando el fuego por dentro, desde el coro hasta la fachada, el humo iba traspasando sucesivamente los tejados del templo, precediendo a las llamaradas que no tardaron en asomar en pos de él. La única torre del frente vió [sic] así llegar su turno; primeramente la envolvió el humo que se hacía denso poco a poco, que luego arrastraba fuegos de materias que volaban con él, y que se tornó en nueva llama que lamía la torre entera hasta más arriba de su empinada flecha.<br />El fuego más vivo y voraz, hecho por las gruesas vigas y los maderos, llegaba hasta la parte angosta de la torre que formaba como un talle o cintura encima de la cual venía la linterna y la punta que sostenía la cruz. Linterna y flecha, devoradas ya en su base, se inclinaron entonces ligeramente, crujieron, y en seguida [sic], como un tizón ardiente arrojado desde el cielo, cayeron juntas envueltas en humo y fuego y marcando el trayecto con chispas y destellos como de pirotécnica.<br />Voces se oían de todos lados. Algunos hombres pasaban por la calle gritando y gesticulando, sin sombrero; corrían mujeres de vestido abultado, pues en esa época se usaba la crinolina, sin manto en la cabeza, y con todo el pelo en desgreño.<br />En todas las esquinas se había colocado un piquete de policía y tropa de línea; los coches solían, sin embargo, pasar, corriendo y aumentando con su sonajera los clamores de la calle. Desde la plazuela de la Compañía se sentían levantarse también voces y otros ruidos que se mezclaban con el chisporroteo sordo del hogar encendido.<ref name=rsv/>|Ramón Subercaseaux, ''Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas'', 1936.}}


=== El rescate de las víctimas ===
=== El rescate de las víctimas ===

Revisión del 07:19 3 jul 2016

Litografía del incendio de la Iglesia de la Compañía.

El incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús es el mayor siniestro que haya ocurrido en la ciudad de Santiago,[1]​ la capital de Chile. Afectó al antiguo templo de los jesuitas —originalmente construido entre 1595 y 1631—[2]​ y ocurrió el martes 8 de diciembre de 1863.[2]

Más de 2000 personas, principalmente mujeres y niños, fallecieron a causa del incendio de la céntrica iglesia durante la clausura de la festividad religiosa conocida como «mes de María».[3]​ Por su magnitud, ha sido considerado uno de los peores siniestros de la historia moderna.[4]

Tras el incendio, se ordenó la demolición de los restos del templo[2][5]​ y se creó el Cuerpo de Bomberos de Santiago.[2]​ Posteriormente, en el lugar de la iglesia, se plantó un jardín donde se erigió un monumento en recuerdo de las víctimas que fue inaugurado el 8 de diciembre de 1873.[6][7]

Antecedentes

Nota: En las citas a lo largo del artículo, se ha conservado cuidadosamente la ortografía original, con sus contradicciones o errores de léxico, redacción o tipografía.
Litografía de la Iglesia de la Compañía (1857).

La iglesia de la Compañía de Jesús, estrechamente asociada con el culto mariano, estaba ubicada una cuadra al poniente de la Plaza de Armas de Santiago, en la esquina norponiente de las actuales calles Compañía y Bandera, donde hoy se encuentran los jardines del ex-Congreso Nacional.[7]

Originalmente construida entre 1595 y 1631, la iglesia de la Compañía reemplazó la capilla provisoria levantada por los jesuitas en 1593.[2]​ En los siglos posteriores, y debido a los diversos daños sufridos, el templo debió ser reconstruido, tras el terremoto de 1647, o reparado, luego del terremoto de 1730.[2]​ Tras la expulsión de los jesuitas del Imperio español en 1767, ordenada por el rey Carlos III, la iglesia quedó abandonada hasta el siglo XIX, cuando el sacerdote Manuel Vicuña Larraín se hizo su capellán y la habilitó para el culto. Posteriormente, fue afectada por un incendio el 31 de mayo de 1841.[2]

Era la iglesia de moda de la alta clase social. La regentaba en 1863 el clérigo don Juan Ugarte que gustaba dar gran esplendor a las funciones que allí se celebraban. Fué [ sic ] uno de los primeros que introdujo en Chile la celebración del Mes de María que comenzaba el 8 de noviembre para terminarlo el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y por ser ese el mes de las flores entre nosotros.[3]
Abdón Cifuentes, Memorias, 1936.
La iglesia era más bien pequeña, de una sola nave y sin más puertas de salida que una grande en la fachada y una pequeña [...] que permitía salir a un callejón que separaba la iglesia del edificio del Congreso, entonces en construcción.[8]
Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi vida, 1942.

El incendio

Los preparativos

A las 19:45 del martes 8 de diciembre de 1863, debía celebrarse en la iglesia la misa en conmemoración de la Inmaculada Concepción con la que se daría por finalizada la celebración del mes de María, una de las festividades religiosas más populares del catolicismo chileno.

El señor Ugarte adornaba el templo con una profusión de colgaduras, cenefas y flores naturales y artificiales que eran un primor. Durante ese mes la concurrencia se desbordaba. El 8 de diciembre por la mañana más de tres mil personas habían recibido la Santa Comunión y el señor Ugarte invitó al concurso para que volviera a la noche, a la última distribución de la clausura del Mes de María.[3]
Abdón Cifuentes, Memorias, 1936.

Ya al atardecer, el templo estaba iluminado por miles de velas, lámparas de aceite y parafina, y adornado con cortinajes, globos de colores, cintas de papel y flores artificiales y naturales.

En los días de novena había yo estado en la Iglesia [...], de suerte que conocía las disposiciones interiores del adorno y alumbrado que fueron causa del siniestro.
El altar mayor era, hasta la misma bóveda del edificio, un monumento de velas y flores que sobrecubría las columnas y demás miembros del mismo altar. Una cantidad de arañas de diferentes portes colgaban en disposiciones de simetría, aumentando por los aires el número incalculable de las luces colocadas sobre candeleros. Cortinajes con orladuras de oropel adornaban las cornisas de todo el templo, cuyas líneas generales eran acentuadas por nuevas filas de velas encendidas que seguían al mismo tiempo los arcos de las naves y el círculo desde donde se levantaba la cúpula. Las llamas del gas, más vivas y claras que las de las velas y cirios, habían sido dispuestas en media luna bajo la imagen de la Purísima, en el centro de aquella apoteosis.
Se dijo que allí estuvo el origen del fuego [...].[9]
Ramón Subercaseaux, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936.
La iglesia ostentaba en ese día todo el ornato de que era capaz. El altar mayor se veía enriquecido con primorosos adornos, ricos candelabros de bronce, de mármol y de alabastro, innumerables ramilletes de flores naturales y artificiales, numerosas arañas de cristal y de bronce, algunas gasas transparentes de diferentes colores que también caían simétricamente de los grandes arcos de la cúpula, formando vistosos pabellones. El presbiterio estaba en buena parte ocupado por grandes maceteros de flores y árboles de luces de gracioso efecto, ánjeles [sic] y otros adornos de gusto y valor.
Llamaba sobre todo la atención la más sorprendente iluminación que hasta entonces se había visto en Chile y que cubría el altar mayor, los altares colaterales y principalmente la nave del medio. Un cordón de luz recorría toda la cornisa superior de la nave y formaba bajo la cúpula caprichosos emblemas. Importa mucho decir que no había en la iluminación gas hidrójeno [sic], sino las siguientes sustancias y en la manera que aquí indicamos; así será fácil comprender bien el oríjen [sic] verdadero del incendio. La iglesia se iluminaba con cera, estearina y parafina. La araña del medio del crucero tenía 80 luces de estearina y 16 lámparas de parafina. En cada arco de la nave principal había una araña de ocho velas de estearina y cuatro lámparas de parafina.
El Tabernáculo del altar mayor en que se hacía la esposición [sic] del Sacramento ocupaba la parte central del altar. Cubríale un gran velo de terciopelo bordado. Al pié [sic] de este Tabernáculo se había colocado pocos días antes una media luna como de tres metros de largo, formada por el lado visible con vidrio pavonado y con lata por el reverso. Contenía unos vasitos de cristal en número de 50 con parafina, tapados con lata, saliendo la luz por un cañoncito también de lata, que se alzaba de la tapa del vaso como dos pulgadas. No todos los vasos estaban dentro de la media luna entre el vidrio y la lata, sino que, para producir el efecto deseado, algunos quedaban fuera, en los estremos [sic]. Esta media luna se colocaba un metro 30 centímetros distante del Tabernáculo y un metro 70 centímetros del altar, en una mesa especial, sobre la cual descansaba el poste redondo que le servía de pié [sic]. Alzábase del suelo unos cuatro metros; y como este aparato fué [sic] trabajado a la lijera [sic], para aumentar su adorno se colocaron en todos sus bordes, entre el vidrio y la lata, unas pequeñas flores de lienzo, bastante separadas de los vasos. Habiendo provenido el fuego de esta media luna, estas circunstancias se hacen importantes.
Las luces de las cornisas de la iglesia eran de estearina. Cada vela era colocada en una plancha de lata y cubierta con un globo de cristal de color.
En el momento del incendio, mui [sic] pocas eran las luces que se hallaban encendidas, por faltar todavía mucho tiempo para empezar la función. En el altar mayor solo se veía la media luna encendida, pues siendo mui difícil el iluminarla, se hacía esta operación desde temprano. En este día se prendió a las seis y media. En las naves se veían con luz las arañas de los arcos y la grande araña del crucero.
Las demas [sic] luces estaban apagadas, y el número de todas las que debían encenderse más tarde ascendía a 2.200.[10]
Mariano Casanova, Historia del templo de la Compañía de Santiago de Chile, 1871.

El inicio del fuego

Cerca de las 18:45, comenzó un incendio que se extendió velozmente por el templo: «el fuego tuvo orijen en el altar mayor, por haberse comunicado de una media luna que contenía luces de parafina á algunos adornos de gasa y de flores que allí habían, y de éstos á un cuadro de lienzo que lo transmitió hasta el techo (ortografía original)».[11]

Las primeras llamas provocaron gran pánico entre las personas, principalmente mujeres y niños, quienes se precipitaron a las salidas. Los grandes vestidos con crinolina usados entonces hicieron que el escape fuera difícil, o completamente imposible, provocando que los fieles cayeran y fueran pisoteados por los que venían detrás. Esto provocó un tumulto que bloqueó las puertas impidiendo la huida de las personas, que fallecieron aplastadas por la multitud, calcinadas por las llamas o sofocadas por el humo.

Grabado francés que retrata el incendio dentro de la Iglesia.
Acuarela que retrata el incendio.
Como entonces no había asientos para las mujeres en ninguna iglesia [...] nosotras teníamos que llevar una pequeña alfombra para sentarnos en ella y no sufrir tanto con el frío de los ladrillos. Estas alfombritas parece que enredaron a muchas de las víctimas de esta horrible catástrofe, y lo mismo que la amplitud y resistencia de los vestidos de las señoras, contribuyeron a inmolar a muchas en ese día de lúgubre memoria.
[...] El altar de la Virgen estaba esa tarde muy engalanado con tules y flores artificiales [...] y muy iluminado con profusión de velas, única luz que podía usarse en aquellos días a más de las lámparas de aceite. De improviso comenzaron a quemarse los tules, lo que quizás no se advirtió, por los fieles, desde el primer momento y no pudo sofocarse por eso el incendio, el que fué [sic] cundiendo con rapidez a causa de las flores que, como eran de tela encerada, facilitaban extraordinariamente la propagación del fuego. Por las colgaduras del altar trepó hasta la cúpula que era toda de madera y en poco tiempo abrasó toda la iglesia.
Parece que, en un principio, la gente que estaba bien colocada, no pretendió moverse creyendo que se lograría sofocar en el acto el pequeño fuego; pero, cuando éste se hizo amenazante, se abalanzaron todas a un mismo tiempo hacia la puerta de entrada, con tal empuje y precipitación, que se formó en ella una masa humana y una lucha entre las que desesperadamente querían huír [sic] de la hoguera y los que anhelaban entrar para salvar a los suyos [...] La confusión dicen que era enorme, que el humo no dejaba ver, que era imposible el respirar, que nadie podía conservar la calma y el raciocinio en semejantes momentos de horror; que la puerta quedó materialmente obstruída [sic] con una masa humana hasta una altura considerable.[8]
Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi vida, 1942.
La iglesia estaba repleta desde temprano, en gran parte con la porción más escogida de nuestra sociedad femenina. Se comenzó a encender la extraordinaria y brillante iluminación que dejaba al templo como de día y parece que el incendio comenzó por unas colgaduras del presbiterio. La gente más próxima se alarmó y comenzó a remolinarse; unos decían incendio; los más lejanos creyeron que era temblor, pero unos pocos se dieron cuenta exacta del caso. Pronto todo era confusión y desorden. Muchos tocaron retirada, pero los más, creyendo que era un alboroto inmotivado se internaban más en la iglesia para tomar mejor lugar y allí fué [sic] Troya.[3]
Abdón Cifuentes, Memorias, 1936.
Las llamas no aparecieron en un principio; por la cúpula se escapaba un humo negro solamente, que después se tiñó de reflejos rojos que se pronunciaban más a medida que obscurecía [sic] el día, largo en esa parte del año.
De repente, y como rompiendo obstáculos, subieron las llamas, inquietas y enormes, abrazando la cúpula entera, construída [sic] de pura madera; aumentándose y alzándose con nuevo pábulo, parecían llegar a una gran altura en el cielo que se mantenía en toda tranquilidad.
Avanzando el fuego por dentro, desde el coro hasta la fachada, el humo iba traspasando sucesivamente los tejados del templo, precediendo a las llamaradas que no tardaron en asomar en pos de él. La única torre del frente vió [sic] así llegar su turno; primeramente la envolvió el humo que se hacía denso poco a poco, que luego arrastraba fuegos de materias que volaban con él, y que se tornó en nueva llama que lamía la torre entera hasta más arriba de su empinada flecha.
El fuego más vivo y voraz, hecho por las gruesas vigas y los maderos, llegaba hasta la parte angosta de la torre que formaba como un talle o cintura encima de la cual venía la linterna y la punta que sostenía la cruz. Linterna y flecha, devoradas ya en su base, se inclinaron entonces ligeramente, crujieron, y en seguida [sic], como un tizón ardiente arrojado desde el cielo, cayeron juntas envueltas en humo y fuego y marcando el trayecto con chispas y destellos como de pirotécnica.
Voces se oían de todos lados. Algunos hombres pasaban por la calle gritando y gesticulando, sin sombrero; corrían mujeres de vestido abultado, pues en esa época se usaba la crinolina, sin manto en la cabeza, y con todo el pelo en desgreño.
En todas las esquinas se había colocado un piquete de policía y tropa de línea; los coches solían, sin embargo, pasar, corriendo y aumentando con su sonajera los clamores de la calle. Desde la plazuela de la Compañía se sentían levantarse también voces y otros ruidos que se mezclaban con el chisporroteo sordo del hogar encendido.[9]
Ramón Subercaseaux, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936.

El rescate de las víctimas

Dibujo que retrata el rescate de las víctimas, por Ernest Charton.

El improvisado rescate de las víctimas resultó en su mayor parte infructuoso. Se intentó aplacar el fuego e incluso una bomba a palancas estadounidense, construida en 1821, participó de dicho intento.[12]

En los umbrales mismos han perecido centenares de personas, quemadas a la vista de un pueblo inmenso a que dirijian sus brazos en ademan suplicante i que en esos momentos era impotente para salvarlas.
Diario El Ferrocarril, 10 de diciembre de 1863 (ortografía original).

Cerca de las 20:00 horas, el campanario y la torre con el reloj se desplomaron.

Ya se había derrumbado con horrible estruendo la cúpula y la torre con su magnífico reloj y sus enormes campanas aplastando a centenares de víctimas. La puerta del costado oriental ofrecía el mismo horripilante espectáculo que las otras. Debajo de los arcos de la nave lateral que quedaban cerca de la puerta, se veían murallas como de metro y medio de altura, de cadáveres carbonizados.[3]
Abdón Cifuentes, Memorias, 1936.

El número de las víctimas

Transporte de los restos de las víctimas, por Ernest Charton.
Fotografía de 1863 que muestra las ruinas de la iglesia y el retiro de los cadáveres en carretas.

En poco más de una hora, la iglesia quedó completamente en ruinas y el retiro de los más de 2000 cadáveres tardó cerca de diez días. El número de víctimas fue abrumador para una ciudad que tenía aproximadamente 100 000 habitantes. Debido a la imposibilidad de reconocer a los fallecidos —sólo se reconocieron siete cadáveres según las fuentes—,[2]​ las víctimas debieron ser sepultadas en una fosa común de «veinticinco varas en cuadro [cavada por] cerca de doscientos hombres»[2]​ frente al Cementerio General.

Las autoridades se ocupaban en hacer conducir los cadáveres al cementerio. Se enterraron más de dos mil, según la cuenta de la policía. Allí pereció una buena parte de la sociedad más aristocrática de Santiago, como luego comenzó a saberse... Casi no quedó familia distinguida que no contase alguna víctima.[3]
Abdón Cifuentes, Memorias, 1936.
El número verdadero de las víctimas no fué [sic] dado sino muchos días después; llegaba a cerca de tres mil.[9]
Ramón Subercaseaux, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936.
Dos días después se pudieron extraer los cadáveres hacinados entre las ruinas del templo y el Intendente comenzó a trasladarlos al Cementerio General. No había carros fúnebres en que hacerlo de modo que hubo que recurrir a los simples carretones que cubrían como se podía, hasta con pasto y hasta el pasto se acabó; el olor a carne quemada se expandió por todos los alrededores de la iglesia hasta hacerse insoportable [...] En este incendio murió tal cantidad de señoras y niñas de nuestra sociedad que puedo asegurar que no quedó familia alguna de la aristocracia de Santiago, que no perdiese algún deudo; las listas de desaparecidos que publicaron los diarios eran interminables.[8]
Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi vida, 1942.

Repercusiones

Creación del Cuerpo de Bomberos de Santiago

Directorio del CBS (1864): J. Besa, A. C. Gallo, A. J. Prieto, M. Recabárren, E. Meiggs, C. Monery, G. Dubord, A. Eastman; M. A. Matta, J. T. Smith y M. A. Argüelles.

El incendio ocurrido en el templo de la Compañía motivó al ciudadano José Luis Claro y Cruz, quien había participado en el rescate de las víctimas, a crear una compañía de bomberos mediante un llamado público en los diarios La Voz de Chile y El Ferrocarril los días 10 y 11 de diciembre, respectivamente, que fue respondido de forma masiva:

Al público. Se cita a los jóvenes que deseen tomar parte en la formación de una Compañía de bomberos, pasen el día 14 del presente, a la una de la tarde, al escritorio del que suscribe. J. Luis Claro.
La Voz de Chile, 10 de diciembre de 1863.[13]

El lunes 14, más de doscientos hombres se reunieron para crear un cuerpo de bomberos; se formó una comisión y, además, se acordó una segunda reunión para aprobar los estatutos y la organización de la institución para el día 20.[14]​ En los salones del casino de la Filarmónica el domingo 20 de diciembre se fundó oficialmente el Cuerpo de Bomberos de Santiago (CBS), que entonces fue organizado en cuatro compañías:[2]​ del Oriente, del Sur, del Poniente, y de Guardias de Propiedad —actuales 1.ª, 2.ª, 3.ª y 6.ª compañías, respectivamente—.[14]

Monumento en recuerdo de las víctimas

Inauguración del monumento a las víctimas (8 de diciembre de 1873), grabado de Gastón Marichal.
Monumento símbolo del dolor de la ciudad, en la plaza de ingreso del Cementerio General de Santiago.
Detalle del monumento «Al dolor».

Por demanda popular, el decreto supremo 1383 del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública ordenó el 14 de diciembre la demolición de los muros del templo que habían soportado las llamas.[2][5]

Posteriormente, en el lugar de la iglesia, se plantó un jardín donde se erigió en recuerdo de las víctimas el monumento «Al dolor», obra en bronce del escultor francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse,[6][7]​ que fue inaugurado el 8 de diciembre de 1873 con las inscripciones:

A la memoria
de las víctimas inmoladas por el fuego el
viii de diciembre de mdccclxiii.
El amor y el duelo infatigables
del pueblo de Santiago.
Diciembre viii de mdccclxxiii
.

A las victimas del
incendio
de la
iglesia de la compañia
8 de diciembre de
1863
.

Este monumento, símbolo del dolor de la ciudad, fue transportado más tarde a una de las avenidas interiores del Cementerio General de Santiago. Posteriormente, fue trasladado a la actual plaza de ingreso del cementerio por el escritor y escultor Alberto Ried Silva.[6]

En tanto, en los jardines del antiguo Congreso Nacional, su lugar lo ocupó un monumento que representa la resignación cristiana ante los designios divinos, «La virgen orante», obra en mármol del escultor chileno José Miguel Blanco Gavilán,[15]​ de acuerdo al diseño del artista italiano Ignazio Jacometti.

Controversia

Días después del incendio, se inició una dura polémica entre el presbítero Joaquín Larraín Gandarillas y el intendente de Santiago, Francisco Bascuñán Guerrero —ambos deudos de algunas de las víctimas—, por medio de la publicación de las cartas de uno y otro en la prensa capitalina los días 16, 21 y 22 de diciembre de 1863.

El motivo de la controversia fue el hallazgo de las cartas que las devotas dirigían al cielo en el llamado «Buzón de la Virgen» dentro de la iglesia incendiada. Larraín Gandarillas pidió al intendente la publicación de todas ellas para desvanecer el rumor de que la iglesia era «un foco de inmoralidad y corrupción»; sin embargo, Bascuñán Guerrero contestó al presbítero negando tal rumor aunque lamentó «que la superstición hubiera creado y fomentado prácticas imprudentes».[2]​ Las cartas nunca fueron publicadas.

Las campanas de la Compañía

Las campanas de la iglesia en la Plaza de la Constitución.

Años más tarde, con la cooperación del presidente Federico Errázuriz Zañartu y de su ministro de Guerra y Marina, Aníbal Pinto, una de las campanas de la iglesia fue devuelta a los jesuitas, quienes la fundieron y crearon dos de las tres campanas de la torre derecha de la iglesia de San Ignacio,[16]​ el nuevo templo de la orden.

El resto de ellas se vendió como chatarra al comerciante galés Graham Vivian, cuyo hermano mayor, el anticuario Henry H. Vivian,[n 1]​ supo apreciar la ornamentación y el valor de las campanas y propuso colocarlas en el campanario de la Iglesia de Todos los Santos en Oystermouth, Swansea, Gales, parroquia de la familia.[17]​ Como regalo con ocasión del Bicentenario, estas campanas fueron devueltas a la ciudad de Santiago, donde se levantó un memorial provisorio a las víctimas en la Plaza de la Constitución.[18][19]

A partir de marzo de 2011, las campanas han repicado a mediodía en los jardines del ex Congreso Nacional, en reemplazo del cañonazo de las 12 del cerro Santa Lucía.[20]

Aspectos culturales

Literatura

Varios textos que tratan total o parcialmente del incendio de la iglesia de la Compañía han sido publicados a partir de 1863.

Los primeros fueron aquellos del historiador Benjamín Vicuña Mackenna, Resumen histórico del gran incendio de la Compañía (1863) y Relación del incendio de la Compañía (1864); del sacerdote Mariano Casanova, El incendio de la Iglesia de la Compañía: acontecido en Santiago de Chile el 8 de diciembre de 1863 (1865) e Historia del templo de la Compañía de Santiago de Chile (1871); y del cronista Daniel Riquelme, El incendio de la iglesia de la Compañía: el 8 de diciembre de 1863 (1893).

Posteriormente, este hecho fue incluido en las memorias del político Abdón Cifuentes, Memorias (1936);[3]​ del pintor y diplomático Ramón Subercaseaux Vicuña, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas (1936);[9]​ y de la escritora Martina Barros Borgoño, Recuerdos de mi vida (1942).[8]

Asimismo, el incendio de la Compañía ha sido reseñado o formado parte de otros textos —como el libro de viajes A Voyage in the 'Sunbeam', our Home on the Ocean for Eleven Months (1878, de Anna Brassey), Francisco Miranda y otros personajes (1970, de Joaquín Edwards Bello), la novela histórica La joven de blanco (2004, de Jorge Marchant Lazcano), ¿Qué hacer con Dios en la República? Política y secularización en Chile (1845-1885) (2008, de Sol Serrano) y la novela Diabolus in anima. El desolado (2014, de Macías Muñiz)—.

Música

En 1960 el conjunto Cuncumén incluyó «Décimas al incendio de la Compañía», canto a lo humano del repertorio del dúo folclórico Las Hermanas Acuña, en su álbum 150 años de historia y música chilena.[21]

Numismática

En 1993 se emitió un sello postal chileno en conmemoración de los «Carros antiguos de bomberos».[22]​ Aunque ninguno de los dos carros bomba representados corresponde al periodo del incendio de la Compañía, en su versión para coleccionistas, las estampillas se encuentran contenidas dentro de una pintura que representa esta catástrofe.[23]

Pintura

El británico Nathan Hughes (fl. 1849-1870) pintó The Destruction by Fire of the Church de la Compania, Santiago, Chile, 8 December 1863, cuadro de 135 × 197 cm que se encuentra en exposición en el Ayuntamiento del municipio de Lambeth (en inglés: Lambeth Town Hall), en Brixton, Londres (Inglaterra).[24]

Véase también

Notas

  1. En realidad, fue el coleccionista de arte y filántropo Richard Glynn Vivian —el cuarto de los hijos del industrial, político y miembro del parlamento John Henry Vivian—; sus hermanos mayores fueron el industrial y político Henry Hussey Vivian, primer barón Swansea; William Graham Vivian, y el industrial y político Arthur Pendarves Vivian.

Referencias

  1. Blanco Abarca, Benjamín (30 de enero de 2011). «Patrimonio urbano: lo que el incendio se llevó» (SHTML). La Tercera. Consultado el 8 de diciembre de 2013. 
  2. a b c d e f g h i j k l Vicuña Mackenna, Benjamín (1997). El incendio del templo de la Compañía de Jesús (3.ª edición). Santiago de Chile: Editorial Francisco de Aguirre. pp. 7, 90, 106, 163-180. ISBN 956-234-041-4. 
  3. a b c d e f g Cifuentes, Abdón (1936). «Capítulo III». Memorias. tomo 1. Santiago: Nascimento. pp. 82-89. 
  4. Lambert, David (2003 [1994]). «Chapter two: Cities on Fire - Blazing buildings». Repairing the Damage. Fires & Floods (en inglés). Bilbao: GRAFO, S.A. p. 12. ISBN 0-237-51798-1. «Perhaps the deadliest of all church fire disasters occurred in 1863, in a Jesuit church in Santiago, Chile. Some records say that 2500 people perished». 
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    Núm. 1383. En vista de lo expuesto en la nota que antecede, he acordado y decreto:
    Art. 1° Procédase a la demolición de las murallas del incendiado templo de la Compañía;
    Art. 2° Concédese un término de diez días para la extracción de los cadáveres que están sepultados en dicho templo.
    Anótese y comuníquese.
    PÉREZ. Miguel María Güemes».
     
  6. a b c Hernández Ponce, Roberto (diciembre de 1994). «Estatuaria y mes de María». Difusión: Arte y Cultura (Santiago): 30-31. 
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Bibliografía

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