Patriarcado (sociología)

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Cineastas femeninas protestan por la brecha salarial y otras desigualdades en la industria del cine, durante el Festival de Cannes de 2018.
El patriarcado está ligado a la religión cristiana,[1][2]​ ejemplo de religión fuertemente patriarcal. En la imagen, el Concilio Vaticano II (1959), uno de los eventos más importantes del siglo XX, con 2450 sacerdotes asistentes pero ni una mujer.[3][nota 1]
Manifestación por los derechos de las mujeres en la Plaça Sant Jaume de Barcelona (2019)

Se denomina patriarcado a toda forma de organización social cuya autoridad se reserva exclusivamente al hombre o sexo masculino. En una estructura social patriarcal, la mujer no asume liderazgo político, ni autoridad moral, ni privilegio social ni control sobre la propiedad. Deriva del término «patriarca»,[4]​ que ya desde la antigüedad europea se entiende como un jefe varón de una familia o comunidad. Su opuesto lingüístico es «matriarcado». Las sociedades patriarcales generalmente son también patrilineales. El concepto puede asociarse a todas las organizaciones sociales, políticas, económicas y religiosas en las que existe un desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, en favor de los primeros.[5]

Esta idea de dominio y liderazgo por parte de los hombres ha implantado, simultáneamente, un orden simbólico mediante los mitos y la religión, que reproducirán aquella superioridad como única estructura posible.[6]

El término ha ido ampliando su significado con el transcurso del tiempo. Especialmente desde fines del siglo XX, a partir de las teorías feministas surgidas en Occidente en la década de 1970.

Al igual que muchos otros conceptos correspondientes a las ciencias sociales, no tiene una definición precisa con la que generalmente todo el mundo esté de acuerdo.[7]

En el feminismo radical, el término patriarcado es utilizado para describir un sistema de opresión en el que el que los varones se sitúan como la parte opresora y las mujeres como la parte oprimida.[8]

Antes de los años setenta, se hacía referencia a estas ideas alusivas a la dominación a través de expresiones como “subordinación” o “sujeción” de las mujeres, o también de “condición femenina".[7]

Etimología, otros usos y palabras relacionadas

La palabra «patriarca» proviene de las palabras griegas ἄρχειν árchein, que significa mandar, y πατήρ patḗr, que significa padre. En su sentido literal, el patriarcado es la autoridad del padre.[7]

Fueron patriarcas los jefes de las primeras familias hebreas. Luego pasó a ser el nombre de una jerarquía eclesiástica de la iglesia cristiana primitiva. Varias iglesias cristianas modernas siguen usando la palabra patriarcado para designar un grupo de diócesis.[cita requerida]

En la antropología de la organización social se suelen considerar tres criterios: la filiación ―relacionada con la descendencia―, la autoridad y el patrón de residencia posnupcial. La filiación unilineal puede ser patrilineal o matrilineal, la autoridad puede ser patriarcal o matriarcal y la residencia postmarital puede ser patrilocal o matrilocal. Estos conceptos teóricamente pueden combinarse de diversas manera (por ejemplo, una sociedad puede ser matrilineal y al mismo tiempo patrilocal, etc.). Sin embargo, en la pràctica, la documentación existente sobre sociedades humanas muestra que algunas combinaciones son mucho menos frecuentes que otras, en concreto no se conoce ningún ejemplo documentado de un genuino matriarcado.[9]

Uno de los objetivos principales de parte del movimiento feminista es terminar con la asimetría de poder entre hombres y mujeres en sus múltiples formas. El patriarcado, en este marco, es entendido como el sistema contra el que hay que luchar. Para la definición feminista, padre o marido son lo mismo.[7]

Para el feminismo, en una sociedad completamente democrática no puede haber un sexo superior al otro, legitimado y promovido por los propios Estados en leyes que, por ejemplo, obligan a la mujer a adquirir el apellido del marido cambiando su nombre en todos los aspectos legales. Este hecho es justificado como un resto atávico de las sociedades patriarcales, pero que provoca un abandono de la identidad de las mujeres en la actualidad, donde ya ha adquirido formalmente todos los derechos correspondientes a cualquier ciudadano.[cita requerida]

Se cuestiona de este vocablo su pretenciosa ambición de comprenderlo todo, resultando demasiado general. A menudo se objeta su intención universalizadora.[7]

Tanto hombres como mujeres de diversas opiniones políticas sostienen que el sometimiento de la mujer es una consecuencia directa del capitalismo. Las militantes integrantes de ciertos sectores del movimiento feminista se enfrentan fuertemente a esta visión. Muchas feministas separan los conceptos de capitalismo y patriarcado, mientras otras tantas consideran que la lucha no debe ser autónoma sino adherida a consignas anticapitalistas. Estos debates pierden intensidad al comienzo de 1980. Sin embargo, la discusión teórica permanece hasta nuestros días.[7]

Características en la sociedad occidental contemporánea

Las maneras en que el patriarcado podría manifestarse son distintas para las diversas sociedades, y han cambiado a lo largo de la historia. Algunos autores resumen las características con las que se presentan en la actualidad para las sociedades europeas ―se toman ejemplos de España a comienzos del siglo XXI―. Algunas de ellas son:

  • Falta de autonomía económica: por falta de ingresos o ingresos bajos por trabajos precarios, inestables o de tiempo parcial.
  • División sexual del trabajo: las mujeres cargan con todo o a mayor parte del trabajo no remunerado (trabajo doméstico y cuidado de personas).
  • Preponderancia masculina en el trabajo: para las mujeres se reservan los puestos de «bajo perfil» o de «perfil asistencial». Los salarios de las mujeres son más bajos y ellas ocupan la mayoría de los contratos de trabajo parcial.
  • Expectativas del mundo laboral: muchos asumen que, entre los trabajadores, los varones tendrán una disponibilidad hacia el trabajo diferente a la de las mujeres, quienes presumiblemente tendrán mayor preferencia por encargarse de sus hijos y su hogar que sus parejas masculinas.
  • El «techo de cristal», entendido como un conjunto de prácticas socialmente incorporadas que reproducen la situación de discriminación de la mujer en todos los espacios. Este entramado nos hace imposible acceder a la igualdad pues configura un muro implícito e indeterminado para alcanzarla.[10]​ Aun cuando algunas mujeres logren ascender a altas jerarquías, en general quedan a un paso de los verdaderos puestos de decisión. Las que consiguen superar ese techo son la minoría.[11]
  • Violencia doméstica, acoso sexual y violación: a pesar de la igualdad jurídica de las mujeres en muchos países, siguen existiendo numerosos casos de violencia doméstica, acoso sexual y violación. Algunos de estos actos cuentan con apologías y justificaciones, e incluso han existido actuaciones de tribunales que encuentran atenuantes en supuestas provocaciones por parte de la víctima.[12]
  • La sexualidad: escaso respeto de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.[13]

Patriarcado según autores

Una definición completa del término que integra distintas corrientes del feminismo fue elaborada por Marta Fontenla:

El patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.
Marta Fontenla

En su artículo, Fontenla repasa los aportes que utilizó para su definición:

Cuando dice que son relaciones «sexuales y políticas», está refriéndose a los postulados del feminismo radical establecidos por Kate Millett, según la cual las relaciones sexuales son relaciones políticas, a través de las cuales los varones dominan a las mujeres.

Cuando dice que «están basadas en diferentes instituciones públicas y privadas», se refiere a la familia, dado que Gerda Lerner habla del dominio masculino sobre las mujeres y niños/niñas de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general. Otra de estas Instituciones opresoras es el Estado, ya que, en su formación, este recibe, de manos del padre el poder sobre los demás miembros de su familia. A partir de ahora el Estado garantiza, principalmente a través de la ley y la economía, la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos. También se refiere al feminismo marxista de Heidi Hartmann, cuando dice que el patriarcado no descansa solo en la familia, sino en todas las estructuras que posibilitan control sobre la fuerza de trabajo de las mujeres.

Cuando habla de la «solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones», hace referencia a Celia Amorós, quien habla de una fratría ―hermandad― entre varones que tiene lugar en la constitución del patriarcado moderno. También se refiere a Heidi Hartmann, quien dice que los varones crean o establecen interdependencia y solidaridad entre ellos, lo que los capacita para dominar a las mujeres.

Cuando habla de la «apropiación de la fuerza reproductiva de las mujeres» se refiere a los postulados del feminismo radical. Es el feminismo materialista el que integra la fuerza productiva a la reproductiva y los productos al cuerpo de las mujeres. Como parte de esta corriente, Lidia Falcón considera a las mujeres como clase social y econòmica, y es el padre y/o el marido en favor de quien se produce la apropiación. Según Christine Delphy, además, existe una relación de producción entre marido y mujer en la familia nuclear moderna, que identifica como la relación entre en un jefe y una subordinada. Esta subordinación tiene lugar porque la producción del jefe integra el circuito mercantil, mientras que la de la subordinada no lo hace, motivo por el que se invisibiliza.

Además se pueden incluir algunas características del patriarcado:

  • Está compuesto de usos, costumbres, tradiciones, normas familiares, hábitos sociales, ideas, prejuicios, símbolos, e incluso leyes cuya enseñanza-aprendizaje asegura su transmisión de generación en generación.[14]
  • Define los roles o estereotipos sexuales y por el mecanismo de la ideología, los hace aparecer como naturales y universales.[15]​El conjunto de la sociedad patriarcal es responsable de ser la gran heterodesignadora, por lo que el problema es de carácter estructural y holístico.[16]
  • Las mujeres están expuestas a distintos grados y tipos de opresión patriarcal, algunas comunes a todas y otras no.[17]
  • Fue la primera estructura de dominación y subordinación de la historia, y aún hoy sigue siendo un sistema básico de la dominación: el más poderoso y duradero de desigualdad y el que menos se percibe como tal.[18]

Historia del patriarcado

En esta sección se describen las distintas formas en que se ha expresado el patriarcado a través del tiempo y las sociedades. Se hace notar que la historia de las mujeres es más amplia e incluye mujeres destacadas, así como sociedades y épocas en que contaron con mejor posición.[cita requerida]

Prehistoria y origen del patriarcado

La Monogamia y la división sexual del trabajo

Las sociedades tradicionales preestatales estudiadas por los antropólogos durante los siglos XIX y XX, muestran gran igualdad social entre individuos de una misma comunidad debido a la ausencia de grandes excedentes de producción y la imposibilidad de acumular riqueza (por esa razón la concepción de propiedad privada moderna está ausente en estas sociedades). Aun así, en casi todas ellas se aprecia división del trabajo por sexos. Siendo la caza, en particular, practicada en mayor medida por los hombres, y dedicándose las mujeres más intesivamente a la recolección. Aun así, en la repartición de alimentos existe mucha equidad pese a haber división del trabajo.[19]​ Se ha discutido hasta qué punto las sociedades preestatales tradicionales (tanto americanas, africanas, asiáticas como oceánicas, que generalmente ocupan regiones periféricas) habrían sido representativas de las sociedades paleolíticas. Si bien la mayor parte de antropólogos acepta que el nivel de complejidad de las sociedades paleolíticas y su organización podrían compartir muchos rasgos con las sociedades preestatales documentadas posteriormente, también coinciden en que se debe ser cauteloso a la hora de extrapolar hechos, debido a las diferencias en las condiciones ecológicas y materiales.

La mayor parte de las sociedades preestatales documentadas por antropólogos y exploradores consiste en una comunidad de centenares o miles de individuos con una jerarquía mínima, en donde destaca más el concepto de espiritualidad comunitaria que de poder temporal individual o autoritario sobre los demás. Al ser una sociedad de autosuficiencia, el objetivo principal era la alimentación, la procreación y la seguridad de la integridad de todos. Esta autoprotección de la comunidad ha sido uno de los principales hechos que propiciaron la calidad de vida y por tanto, la evolución de la especie. Los miembros de comunidades fragmentadas morían pronto y el hecho de estar aislados provocaba que no pudieran llegar a reproducirse, por tanto los miembros aislados no tenían descendencia y no sirvieron para la continuidad de la especie. Por este motivo muchos primates evolucionaron hasta convertirse en especies altamente sociales.

Como se ha dicho, dentro de la comunidad sí existía una repartición del trabajo. Las mujeres se dedicaban más a permanecer en la casa, y practicaban la recolección no solo de vegetales sino también de invertebrados y vertebrados pequeños, por su aporte de proteína y grasa. Los machos se dedicaban a la recolección de carne cazando, aunque al principio eran más bien carroñeros y salían al exterior mayormente en busca de alimento. Dicha separación del trabajo se produjo por el papel primordial que la evolución le otorgó a las hembras, ya que mientras ellas cuidaban, organizaban y decidían sobre la vida de los menores cuando estos no estaban, los demás machos ya adultos eran llamados por las mujeres a emplear su tiempo en otras tareas, las cuales siempre tuvieron el fin de la supervivencia de todos los miembros. El sentido de «cabeza» de familia tampoco existía y de la educación de los miembros menores eran encargados todos los miembros de la comunidad. Los linajes de sangre eran apenas valorados. No había familias de pocos miembros, ni emparejamientos a largo plazo, ni redistribución de recursos en virtud de un «contrato sexual» entre machos y hembras. No había rivalidad despiadada entre machos infanticidas, propia del chimpancé común. El término sociológico empleado frecuentemente es «macho alfa», sin embargo es un concepto moderno e inexistente en la evolución de la sociabilización del chimpancé, y por tanto, no heredada por los seres humanos en ninguna etapa. La evolución humana sucedió gracias al desarrollo intelectual y a las motivaciones por conocer, construir, crear, etc, que esto conlleva. Cabe tener en cuenta que los conceptos de evolución y mantenimiento de tradiciones acérrimas son contradictorios. Por tanto, todos los medios que cualquier miembro de la comunidad conseguía eran repartidos entre los demás con el fin de mantener siempre a tantos miembros vivos como fuera posible. En una fase evolutiva en la que el rendimiento de la caza todavía era modesto, la monogamia aún no había sido inventada, ya que el chimpancé, como buen ser curioso, siempre ha sido abierto a mantener relaciones sexuales con todos los miembros de la comunidad, tanto hembras como varones, y también, tanto en épocas de apareamiento como por placer, además de practicar la plurisexualidad. Esta etapa fue considerada la más larga.[cita requerida]

Poco a poco, los ancestros se convirtieron en cazadores de alto rendimiento. La comunidad adquiría, gracias a la carne, la importancia de las proteínas para el desarrollo del cerebro. Esto, entre otros aspectos, fue propiciado por la evolución. Por eso, el papel del hombre tomó más importancia que antes, aunque la educación y formación continuó siendo responsabilidad de toda la comunidad, y en ningún momento esto les otorgó grandes privilegios, ya que la procreación y la crianza de los miembros menores continuaba siendo de la mujer, algo que era visto como un signo de superioridad.[cita requerida]

Pero la situación cambió con el desarrollo muscular mayor en los hombres, que comenzaron a interesarse por tener un papel igual de relevante que el de las mujeres en las decisiones sociales. Por ese motivo, vieron una posibilidad interesante en la permanencia al lado de la mujer para, de esta forma, participar y contribuir de la misma manera en la organización social. Dicha fuerza fue empleada por los hombres en un principio para mejor transporte de los materiales o piezas de caza. No obstante, esto derivó poco a poco en la utilización de la violencia y de la agresividad en todos los aspectos de la vida. Esto justificaría porqué el cerebro de los hombres invierte más en reacciones físicas. Es un resto de la evolución humana, como por ejemplo, el apéndice. En algún momento tuvo su utilidad pero ya no es funcional para ningún fin actualmente. Sin embargo, la imposición de la fuerza fue lo que provocó una amenaza para las mujeres, quienes se vieron obligadas a permitir a los hombres participar en las decisiones que implicaban al grupo. La fuerza física permaneció como una característica plenamente masculina, al igual que la procreación es femenina. Esto provocó la reafirmación entre ellos por reforzar su propia potencia como seres fuertes.

El resultado de este proceso evolutivo habría sido la organización de la comunidad en familias nucleares monógamas. Así, hace 2 millones de años, cuando el género humano se expandió junto a las praderas y colonizó Eurasia, ya había desarrollado pautas de conducta universales, como el vínculo de pareja duradero, los celos y la división sexual del trabajo dentro de la familia nuclear monógama.

Esta división sexual del trabajo primitivo se explica en el hecho de que la caza es una actividad que necesita esfuerzos violentos e implica riesgo para la integridad física, algo poco recomendable para mujeres embarazadas o con hijos lactantes. La caza también podría haber tenido cierta función militar: mantener grupos de varones entrenados y vigilando los territorios de posibles grupos rivales, un fenómeno que también se encuentra en el antecedente chimpancé, cuyas únicas divisiones del trabajo se centran en encomendar a los varones a cuidar del territorio ocupado y a las hembras a formar a las crías.

La recolección de las mujeres servía como seguro de alimentación de los varones también los días en que la caza era infructuosa, algo que para la caza mayor no es infrecuente. Los varones pudieron especializarse en cazar presas cada vez más grandes cuya caza podía compensar la incertidumbre de su captura, porque contaban con el alimento diario que proveían las mujeres. Este esquema le permitía a la especie explotar eficientemente un amplio abanico de recursos. Así, tenemos un escenario de división sexual del trabajo pero dependencia económica mutua.[20]

El descubrimiento de la paternidad

La antropología ha revelado que la conexión entre sexo y procreación no estaba clara en ciertas sociedades, por lo que se admite que en las primeras culturas humanas esta conexión pasó inicialmente inadvertida. Sin embargo, en la mayoría de sociedades de cazadores-recolectores, el vínculo era conocido. El conocimiento culturalmente añadido de la conexión entre sexo y procreación habría estado relacionado con el concepto socialmente construido de adulterio. Este descubrimiento constituye un hito importante, porque en ninguna otra especie la actividad sexual estaba tan desconectada del acto generativo en sí. Este descubrimiento originó la subordinación forzosa de los intereses reproductivos femeninos a los masculinos.[cita requerida] En cualquier caso, esta constatación tuvo que trastornar profundamente las relaciones naturales entre los sexos. Se convirtió en una amenaza a ojos de las mujeres, para las que el sexo quedó asociado a las penalidades de un embarazo prolongado y un parto difícil y doloroso que, además, era una causa significativa de mortalidad femenina. Para los varones, en cambio, trajo consigo la conciencia de la paternidad. Ahora cada neonato tenía un padre. Si bien ya había un lazo instintivo entre los hombres y los hijos de sus compañeras, ahora el conocimiento consciente del parentesco paternofilial le dio sentido y contribuyó a intensificarlo. También contribuyó a exacerbar los celos y la fobia al adulterio.[20]

El origen del patriarcado

La contribución femenina a la subsistencia en las sociedades protoagrícolas habría continuado siendo lo bastante importante para que las mujeres conservaran cierto poder económico limitador del dominio masculino. Pero la degradación de la condición femenina iba a acentuarse con el desarrollo de sociedades agrícolas sedentarias. La horticultura y la ganadería itinerantes no supusieron el fin del modo de vida nómada, porque la comunidad debía trasladarse a un nuevo emplazamiento cada vez que se agotaba la fertilidad del suelo, lo que obligaba a espaciar los embarazos (a base de prolongar la lactancia) para no cargar con más de una criatura incapaz de seguir la marcha del grupo. Esta limitación dejó de regir en los asentamientos que prosperaron en los deltas de los ríos y otros terrenos cuya fertilidad se renovaba por sí sola; y puesto que una población numerosa era la mejor defensa de estas comunidades sedentarias frente a la presión de los grupos nómadas rivales, ahora resultaba más conveniente que las mujeres se consagraran a la maternidad intensiva y los varones trabajaran duro para mantener familias todo lo numerosas que permitiera el potencial reproductivo femenino. La dedicación exclusiva a la maternidad extremó la dependencia económica femenina y, con ello, el sometimiento forzoso del sexo femenino al masculino. Las tribus con esta mentalidad se demostraron tan competitivas y pujantes que en pocos milenios se propagaron por todo el planeta, desplazando y arrinconando a otras etnias con tasas de natalidad más bajas, hasta convertir el machismo exacerbado y la violencia sexual concomitante en un rasgo casi universal del comportamiento social humano.[20]

Antigüedad en Occidente y Oriente Medio

Las culturas mediterráneas antiguas y de Oriente Medio difieren en gran medida sobre la consideración social de la mujer.[cita requerida] Algunos autores, como Johann Jakob Bachofen, han planteado la hipótesis de que habrían existido en esta región sistemas de organización matrilineales.[cita requerida] En estas sociedades matrilineales, la mujer habría tenido mucho más poder e influencia que en las culturas tradicionalmente patrilineales.[cita requerida] El fortalecimiento de estructuras estatales centralizadas y la consiguiente reorganización del modo de producción hicieron que muchas sociedades matrilineales evolucionaran hacia organización patrilineales en las que la mujer en términos generales tenía menos poder e influencia.[cita requerida]

Historia de las ideas sobre la mujer

A lo largo de la historia, distintos pensadores y líderes elaboraron teorías para justificar la opresión de la mujer.

Antigüedad europea

Aristóteles también mantenía la teoría del sexo único, según la cual la mujer era un varón disminuido, imperfecto. En relación al cuerpo femenino, lo menciona como dependiente del hombre para su salud y maltratado por su matriz, algo inacabado, débil, frío, todo producto un defecto natural. Decía sobre ella: es como «el defecto, la imperfección sistemática respecto a un modelo», el masculino. Con respecto a características sociales, Aristóteles decía que en la administración doméstica el varón tenía que mandar sobre los esclavos, los hijos y la esposa. Y que el varón es, naturalmente, «más apto para el mando que la mujer...».[21]

En la Antigua Roma, se denegaba a las mujeres todo derecho emanado del alumbramiento.[22]​ La mujer recibió voz jurídica activa y el consecuente derecho a participar activamente a la vida pública en tiempos del emperador Teodosio I.

Edad Media europea

En las zonas del Sur de Europa, debido a las invasiones y conquistas islámicas, la situación de la mujer empeora, ya que en el islam una mujer vale como la cuarta parte de un varón. Por contraste, en la Europa cristiana, debido a la antropología equitativa propia del cristianismo, asistimos a una progresiva emancipación feminina, así llegan haber mujeres soberanas, autoras, investigadoras e profesoras de escuelas catedralicias. Las mujeres frecuentemente acompañan a sus maridos en las Cruzadas, y emplean actividades como la caza. Según la nueva antropología cristiana la mujer ya no está sujeta a su varón en lo referente a su propio cuerpo como era en la Antigüedad Romana, si bien se mantiene, por herencia grecoromana el dominio del varón en decisiones sobre el patrimonio. Santo Tomás de Aquino en la Suma contra los Gentiles afirma en defensa de la monogamia que el matrimonio es una unión basada en la amistad, y esta puede darse solamente entre iguales, y por esto el matrimonio puede ser solamente monógamo.

El patriarcado y los varones

Algunos teóricos, entre los que se destacan Michael Kimmel, Robert Connel y Michael Kaufman, también han escrito sobre el rol de los varones en el patriarcado. Los tópicos que suelen emplearse son «masculinidad hegemónica», realzada por el patriarcado, y «nuevas masculinidades», búsqueda de nuevas identidades asociadas a los procesos de liberación de las mujeres.[23]

Nuevas ideas. «Neopatriarcalismo», «Neomachismo»

Blanca Muñoz, socióloga y profesora universitaria española, alude al término “neopatriarcalismo”. Se refiere a él para contrastarlo con la idea del patriarcalismo tradicional histórico, lo que define hoy en día como una etapa primitiva de la humanidad. Agrega que en la eterna pelea de las mujeres por intentar ser consideradas personas y no simplemente hembras se han presentado escollos de toda clase. Entre ellos, destaca a los de carácter ideológico, por entender que son los más difíciles de superar. Es en este contexto en el que la autora introduce el nuevo modelo de patriarcalismo del que hablamos, al que también denomina “neomachismo”. Este fenómeno se caracteriza por la reacción defensiva que muestran los hombres ante el progresivo cambio del rol social y cultural de la mujer. Los hombres, habituados a ciertos prototipos, responden irracionalmente frente al ascenso de la mujer.[24]

Sin embargo, estos procesos de dominación que mencionamos se enfrentan hace ya largo tiempo a las organizaciones de resistencia y disidencia ante el poder. El movimiento global de mujeres cuenta con elementos teóricos fuertes para trascender en este camino de desarmar incluso la “dominación simbólica”, es decir, el machismo cultural que funciona como transmisor de la enfermedad e impacta en los diferentes tipos de dominación.

Esta clase de subordinación, la simbólica, es compleja, pues tiene un pilar en lo más profundo de nuestro inconsciente, ya que a lo largo de la vida de todas las personas se han introducido esos mecanismos, consiguiendo que sean asumidos con naturalidad. Así, esta dominación que oprime a las mujeres se evidencia tanto en los cánones estéticos como en el hábito-manía de muchas de ellas por limpiar, en el espíritu de entrega desmedida que frecuentemente las caracteriza, como en el interés extremo por agradar a los demás. Vencer esta dominación simbólica liberará a las mujeres y las empoderará, brindándoles autoridad personal.[25]

Llegados a este punto, es posible concluir, tal como hacen los estudios feministas que indagan acerca de la compleja noción de patriarcado, que al verificarse que se trata de una construcción histórica y social, es posible modificarlo por un modelo social justo e igualitario.[26]

Toda posición de poder implica, constantemente, la posibilidad de ser derrocado. Es por eso que la pelea por preservar el lugar de privilegio y aquella lucha por alcanzarlo se perpetuarán.[27]

El machismo, en todas sus variantes, necesita rechazar el feminismo, pues de lo contrario, si lo toma como un movimiento legítimo que tiende a la justicia social, debería reconocerse a sí mismo como el causante de la injusticia.[28]

Véase también

Notas

  1. De hecho, sí hubo una mujer invitada al Concilio: la hermana Mary Luke Tobin (como observadora)

Referencias

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Bibliografía