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Revisión del 18:02 15 dic 2017

Antonio Maceo
Información personal
Nombre de nacimiento Antonio Maceo y José Antonio de la Caridad Maceo y Grajales Ver y modificar los datos en Wikidata
Nacimiento 14 de junio de 1845
villa de San Luis,
provincia de Santiago de Cuba
(entonces provincia de Oriente),
capitanía de Cuba,
Reino de España
Fallecimiento 7 de diciembre de 1896 (51 años)
cerca de la aldea de Punta Brava,
provincia de La Habana,
capitanía de Cuba,
Reino de España
Nacionalidad Cubana
Familia
Padres Marcos Maceo y Mariana Grajales Coello
Cónyuge María Cabrales
Información profesional
Ocupación mambí (militar independentista)
Rama militar Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba Ver y modificar los datos en Wikidata
Rango militar
Conflictos Guerra de los Diez Años, Guerra de Independencia cubana y Batalla de Peralejo Ver y modificar los datos en Wikidata

Antonio Maceo y Grajales (Santiago de Cuba, 14 de junio de 1845-Punta Brava, 7 de diciembre de 1896) fue un general cubano, segundo jefe militar del Ejército Libertador de Cuba, apodado «El Titán de Bronce».

Padres

Su padre Marcos Maceo fue un mulato venezolano que prestó servicio en las fuerzas armadas realistas como soldado del Batallón de Leales Corianos que se batió contra las fuerzas patriotas al mando del general libertador Simon Bolívar. Ironías del destino, el padre lucha a favor de España y el hijo en contra de España.

Al culminar la guerra de independencia de Venezuela, con tránsito por Santo Domingo, Marcos Maceo llegó a Santiago de Cuba en 1825, en compañía de su madre, Clara Maceo y de sus hermanos Doroteo, Bárbara y María del Rosario. Logran este objetivo por la corrupción imperante en la isla ―característica de la monarquía española de la época― puesto que la Real Cédula de 1817 prohibía el ingreso a Cuba de personas no blancas.

Marcos Maceo se casó primero con Amparo Téllez, con quien tuvo seis hijos. Su primogénito fue Antonio Maceo Téllez. De posición económica desahogada, llegó a poseer una finca de nueve caballerías.

Tras enviudar se casó en segundas nupcias con la mulata liberta de origen dominicano Mariana Grajales el 6 de julio de 1851 en la iglesia de San Nicolás de Morón y de San Luis (provincia de Oriente). Tuvo con ella nueve hijos: Antonio, María Baldomera, José Marcelino, Rafael, Miguel, Julio, Dominga de la Calzada, José Tomás y Marcos.

Cada uno de los diecinueve hijos (se incluyen los Regüeiferos y los Téllez) tenía definida su responsabilidad en la finca; los educó sobre la base del ejemplo cotidiano de rectitud y bondad haciendo énfasis sobre sus experiencias de vida militar en Venezuela.

Aunque Marcos Maceo le enseñó a su hijo Antonio la destreza en el manejo de las armas y habilidades en la administración de propiedades, además de educarle en un código de honor inflexible, fue su madre, Mariana Grajales, quien le inculcó una férrea disciplina, al punto de ocasionarle una pasajera tartamudez en su infancia y que superaría en la adolescencia. Esta disciplina sería fundamental en la forja de su carácter y se vería reflejada en sus actos como líder militar.

Mariana Grajales, ante el altar familiar, conminó a su esposo y sus seis hijos a luchar por la independencia de Cuba o morir en el intento, lanzándose ella misma a la «manigua redentora» para apoyar desde la retaguardia las acciones de los mambises (como se conocía a los independentistas cubanos). Casi todos sus hijos, además de su esposo, caerían en la lucha por la independencia de Cuba. Marco cayó en combate cuando participaba del ataque al fuerte español de San Agustín de Aguarás, a 34 km de Las Tunas, siendo comandado por su hijo, el teniente coronel Antonio Maceo Grajales, primogénito de su segundo matrimonio. Cuentan que al morir su padre exclamó: «He cumplido con Mariana».

El Titán de Bronce

Su carrera militar con el Ejército Libertador Cubano comenzó cuando su padre, junto a él y varios de sus hermanos, se unieron al alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes como soldados.

Por su valentía en el combate, sus habilidades estratégicas y su ejemplar disciplina ascendió por toda la escala militar del Ejército Mambí, desde el grado de sargento, obtenido tras su primer combate, hasta el del Mayor General, este último demorado por demasiado tiempo, a causa del racismo aún existente entre muchos civiles del gobierno de la República de Cuba en Armas. A su preclara inteligencia y virtudes personales unía un excepcional vigor físico, en una estatura de más de seis pies, lo que le permitió,junto a sus excepcionales cualidades como combatiente, resistir y sobrevivir a 27 heridas, sumando las de bala y de arma blanca. Su fortaleza y coraje excepcionales le valieron el sobrenombre de «Titán de Bronce», que ha quedado hasta el día de hoy como el apelativo preferido de los cubanos para nombrar al prócer.

Revolución de Yara

Reconoció especialmente como jefe y maestro al gran estratega dominicano Máximo Gómez, quien con el correr de los años se convertiría en el general en jefe del Ejército Libertador de Cuba.

El uso del machete como arma de guerra por parte de Gómez, como sustituto más cómodo del sable español y por la escasez de armas de fuego y municiones de los mambises, fue adoptado por Maceo y sus tropas, en las que cargaba en la caballería como uno más.

Fue el responsable, junto al propio Gómez, de encender la campaña rebelde en el extremo oriental de Cuba, en Guantánamo, región conocida por su españolismo y supuesta mansedumbre de sus esclavos. Sin embargo, en tan solo cuatro meses toda la provincia estaba alzada en armas y los españoles solo eran capaces de controlar la propia ciudad de Guantánamo, Imías y Caimanera, perdiendo sobre todo el control de las ricas zonas cafetaleras de la región.

Jefe del oriente cubano

Al caer en combate el caudillo camagúeyano Ignacio Agramonte y partir Gómez para tomar el mando del Camagüey, quedaron Antonio Maceo y Calixto García como los máximos responsables de la guerra liberadora en la provincia de Oriente. Siendo capturado Calixto García en un combate desafortunado para las armas mambisas, Maceo quedó prácticamente a cargo de todo el departamento oriental, salvo quizás la región de Las Tunas, donde el caudillo regionalista y mayor general Vicente García era prácticamente el amo absoluto de los campos.

Rechazo a la sedición de García

Fue precisamente Vicente García quien comenzó una serie de acciones políticas e intercambios epistolares que sembraron la división en las filas independentistas, hacia el último bienio de la Guerra de los Diez Años. Las sediciones militares de Lagunas de Varona y Santa Rita, dirigidas por García, conocido también como el «León de las Tunas», minaron la unidad de las tropas independentistas y favorecieron el clima regionalista de la región de Las Villas, impidiendo a la larga la imprescindible invasión militar al Occidente de Cuba. A todos estos eventos se opuso firmemente el entonces Brigadier General Antonio Maceo, adalid de la disciplina militar y obediencia al gobierno revolucionario. Las intenciones divisionistas y los propósitos imprecisos y oscuros de Vicente García fueron rechazadas de plano por Maceo cuando García, ansioso de protagonismo pero sin objetivos claros en su conducta, buscó su apoyo para el establecimiento de un supuesto nuevo gobierno revolucionario.

El estancamiento político y la no invasión a Occidente propiciaron un languidecimiento de la Revolución, de lo cual se aprovechó el general español Arsenio Martínez Campos, militar de honor que ofreció garantías de paz, amnistía para los revolucionarios y reformas legales a cambio del cese de las hostilidades, que para 1878 cumplían diez años. Al mismo tiempo, el gobierno español de Cuba seguía concentrando fuerzas para cercar a las huestes mambisas, cada vez más escasas.

Protesta de Baraguá

Antonio Maceo fue uno de los líderes cubanos que rechazó la firma del Pacto del Zanjón, que puso fin a la Guerra de los Diez Años. Él y algunos otros mambises (soldados independentistas) se reunieron con Arsenio Martínez Campos el 15 de marzo de 1878 para discutir los términos de la paz, pero Maceo protestó estos términos porque no cumplían con ninguno de los objetivos de los independentistas: la abolición de la esclavitud y la independencia de Cuba. El único beneficio era la amnistía para los que habían luchado y la manumisión para los esclavos que habían peleado en el Ejército Libertador. Maceo no reconoció este tratado y no se acogió a la amnistía. Este encuentro, considerado una de las páginas más dignas de la historia de Cuba, fue reconocido como la protesta de Baraguá. Como detalle anecdótico puede añadirse que a sus oídos llegaron tímidas propuestas de hacer una encerrona al general español, de reconocidas aptitudes militares y diplomáticas, para atentar contra su vida, pero las rechazó con tal energía que los «comunicadores» de la idea prácticamente huyeron de su campamento. Luego de respetar el tiempo de tregua para la entrevista (unos pocos días), Maceo reinició las hostilidades.

Exilio

Para salvar su vida, el gobierno de la República de Cuba en Armas le encomendó entonces la casi imposible tarea de recaudar fondos, armas y soldados para una supuesta expedición armada, pero su gestión fue prácticamente nula, por el desaliento creado incluso entre los emigrados a causa de la Paz del Zanjón.

Más tarde Maceo y Calixto García en Nueva York planearon una invasión a Cuba que dio inicio a la también fracasada Guerra Chiquita en 1879, en la cual no peleó directamente por haber sido enviado Calixto García delante como jefe principal, con vistas a evitar la exacerbación de los prejuicios raciales que actuaban contra Maceo, fundamentalmente a causa de la propaganda española, que lo acusaba de buscar una guerra de razas, calumnias que rechazó dignamente en repetidas ocasiones.

En Haití y Jamaica

Luego de cortas estadías en Haití ―donde se le persiguió y se le trató de asesinar por gestiones del consulado español allí radicado― y Jamaica ―en 1879, donde Maceo no fue perseguido sino que disfrutó del salvoconducto que le ofreció Martínez Campos y fue trasladado a esta isla por el buque de guerra español Fernando el Católico, acompañado por el general mambí Bembeta (Bernabé Varona)―.

En Honduras

El máximo jefe del Ejército Mambí, arribó a tierras hondureñas el 20 de julio de 1881. Durante la administración del presidente Marco Aurelio Soto fue general de división en el Estado Mayor General del Ejército de Honduras[1]​ y en el Ministerio de Guerra, al mismo tiempo asumió la comandancia militar de Tegucigalpa. También desempeñó el cargo de Juez Suplente del Tribunal Supremo de Guerra y en julio de 1882 lo nombraron comandante de Armas de Puerto Cortés y Omoa con residencia en el primero.[2]​ Con la caída del gobierno de Soto en 1883, Maceo se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos, primero, y luego a Costa Rica.

El 13 de junio de 1884, desde San Pedro Sula (en Honduras), Maceo escribió una carta al patriota cubano José Dolores Poyo, director del periódico independentista El Yara, de Cayo Hueso, en la que afirmó:[3]

General Antonio Maceo en uniforme.
Cuba será libre cuando la espada redentora arroje al mar sus contrarios. […] Pero quien intente apropiarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha.
Antonio Maceo[3]

En Costa Rica

Finalmente se radicó en Costa Rica (desde febrero de 1891 a marzo de 1895), en la provincia de Guanacaste, donde el presidente de esa nación le asignó labores de organización militar y una pequeña finca para residir. La historia de que el presidente de Costa Rica otorgara una finca a un extranjero y labores militares no se ajusta a lo que otros textos señalan y es que Maceo compró una hacienda (La Mansión, cerca de la villa de Nicoya), tierra y un central azucarero. Allí fue contactado por el patriota José Martí, para iniciar la Guerra del 95, llamada por Martí la Guerra Necesaria.

Un dato curioso es que el 15 de septiembre de 1891, el general Antonio Maceo asistió a la inauguración del monumento al patriota costarricense Juan Santamaría en la ciudad de Alajuela (a 30 km al noroeste de la ciudad de San José). A ese homenaje asistieron también el poeta nicaragüense Ruben Darío (quien escribió un artículo sobre el monumento), el poeta costarricense Francisco Gavidia y el general ecuatoriano Eloy Alfaro.[4]

En diciembre de 1893, Maceo recibió la triste noticia del fallecimiento de una hermana y de su madre, Mariana Grajales, ocurrida en la villa de Kingston (Jamaica), el 23 de noviembre de 1893.

En noviembre de 1894 enfrentó revólver en mano otra intentona de asesinarle a la salida de un teatro en San José, que terminó fatalmente para uno de sus agresores.

Todos los que conocieron a Maceo, desde Rubén Darío o don Ricardo Jiménez, hasta don Federico Apéstegui, el comerciante vasco radicado en Nicoya quien escribió un libro de memorias sobre la época, coinciden en describirlo como un hombre reservado, de pocas palabras, gentil, culto y refinado.

Maceo, escarmentado de lo inadecuado de poner impedimentos leguleyos civiles a las acciones militares en condiciones de guerra, tuvo un breve pero intenso intercambio epistolar con Martí en el que advertía de esos males que habían dañado la Revolución de Yara (1868-1878), pero Martí le informó de su fórmula de «el Ejército, libre, pero el país, como país y con toda su dignidad representado» y le convenció de las amplias probabilidades de éxito si la contienda se preparaba cuidadosamente. Como condición demandó que la jefatura militar máxima estuviese en manos de Máximo Gómez, lo cual fue aprobado sin reservas por el Delegado del ya constituido Partido Revolucionario Cubano.

Desembarco en Baracoa

En 1895, junto a Flor Crombet y otros oficiales de menor rango, Maceo desembarcó en las inmediaciones de Baracoa (extremo oriental de Cuba) y luego de rechazar un intento español de capturarle o matarle, se internó en las montañas de esa región. Luego de muchas vicisitudes logró reunir un pequeño contingente de hombres, que rápidamente creció con los grupos ya alzados en armas en la región de Santiago de Cuba. En la finca de La Mejorana, Maceo se entrevistó con Gómez y Martí, en lo que evidentemente fue una reunión desafortunada por los fuertes desacuerdos entre Martí y él respecto a la constitución de gobierno civil, por la que Maceo no se pronunciaba a favor. Poco después el Héroe Nacional de Cuba (Martí) caería en combate en Dos Ríos (confluencia de los ríos Contramaestre y Cauto).

Invasión de occidente

Partiendo de Mangos de Baraguá (lugar de la histórica protesta ante Martínez Campos), Maceo y Gómez, al mando de dos largas columnas mambisas, llevaron brillantemente la hazaña de la invasión militar del occidente de Cuba, llegando Maceo a Mantua a finales de 1896. Esta proeza estratégica la hicieron Maceo y Gómez luchando contra fuerzas numéricamente muy superiores (en ocasiones les quintuplicaban). Utilizando alternadamente tácticas de guerrillas y combates abiertos, agotaron al ejército español, que no pudo contener la Invasión a pesar de las dos sólidas Trochas Militares construidas para ello y la superioridad abrumadora en hombres y técnica militar.

Las ansias de independencia y la crueldad de la oficialidad española hicieron que los habitantes rurales del occidente respondieran con un entusiasta apoyo económico y en hombres para las tropas independentistas. Esto provocó la puesta en vigor del plan del Capitán General Español, Valeriano Weyler, para la Reconcentración de Weyler. En estos campos de concentración perdió la vida casi un tercio de la población rural del país.

Al contrario de lo esperado por Weyler, la Reconcentración engrosó rápidamente las filas de los mambises, prefiriendo muchos campesinos una probable muerte en combate a una segura muerte por hambre.

En 1896, luego de reunirse con Gómez en La Habana, cruzando la Trocha de Mariel a Majana por la bahía del Mariel, retornó a tierras de Pinar del Río, donde sostuvo cruentos combates contra tropas numéricamente muy superiores, mandadas por generales españoles famosos por sus éxitos militares en África y las Filipinas y con artillería y las armas más modernas de infantería disponibles en la época.

Después de diezmar las tropas españolas contra él enviadas, volvió a cruzar la Trocha militar con vistas a marchar hacia Las Villas o Camagüey, donde planeaba reunirse con Gómez para planificar el curso ulterior de la guerra y con el gobierno para disminuir las diferencias entre el gobierno de Cuba en Armas (presidido por Salvador Cisneros Betancourt) y los altos mandos militares del Ejército Libertador, relacionadas con dos aspectos: los nombramientos de mandos militares intermedios y el reconocimiento de la beligerancia por las potencias extranjeras y la aceptación o no de ayuda militar directa. La posición de Maceo, en esos momentos, era aceptar la ayuda económica y alijos de armas por parte de potencias europeas y aún de los Estados Unidos, pero se oponía enérgicamente a la ayuda militar directa por parte de los norteamericanos.

Muerte

La muerte de Maceo, cuadro de Armando Menocal (1863-1942).

Sus planes de reunión con Gómez y el gobierno en armas no llegaron a cumplirse. Hacia el otoño de 1896, se habían agudizado las contradicciones entre el gobierno de la República en Armas y el general en jefe del Ejército Mambí, Máximo Gómez. La petulancia de Rafael M. Portuondo Tamayo, secretario interino de la Guerra, llevó el conflicto hasta un punto de no retorno y Gómez convocó a Maceo para encontrarse en Las Villas. Llevaba una determinación: renunciar.

Con impasible indiferencia el gobierno observaba el sacrificio en Pinar del Río, sin socorros ni otro auxilio que su propio esfuerzo; pero Maceo no daba tregua al general Valeriano Weyler ni margen a Estados Unidos, que acechaba a la sombra, a la espera de que se debilitara el empuje revolucionario. En el segundo semestre, el Titán de Bronce había conseguido reactivar la campaña tras los desembarcos de Leyte Vidal, con 200 fusiles y 300 000 cartuchos, y Juan Rius Rivera, con 920 fusiles, 450 000 cartuchos y un cañón neumático. Entre los expedicionarios se hallaba Panchito Gómez Toro, el hijo de Gómez que Martí llevó consigo en su viaje a Costa Rica, aquel que con apenas 14 años de edad impresionó al Apóstol durante su estancia en La Reforma por su profunda vocación bolivariana y sentido quijotesco de la justicia. Tenía 20 años. Maceo lo abrazó como a un hijo.

El 2 de noviembre, Maceo recibió la nota de Gómez. Dos cartas de Eusebio Hernández y el coronel Juan Masó Parra, le permitieron comprender la gravedad de la situación. No podía creerlo. Preocupado, acudió de inmediato al llamado del Generalísimo pese a que su permanencia en Pinar del Río resultaba vital.

Para trasladarse a Las Villas, en repetidas ocasiones intentó atravesar la trocha Mariel-Majana, de 32 km de largo. En uno de los intentos cayó desplomado del caballo; poco tiempo después abrió los ojos. “Dijo que había sido un vahído, y se lo achacó a la humedad de la noche y a que había dormitado unos minutos después de haber chupado una caña. Alguien ha especulado que el motivo fue un sueño premonitorio en el que había visto a su esposa cubierta por un velo y a todos sus hermanos muertos en la guerra”.

Consiguió un bote para cruzar por la boca del Mariel con 20 compañeros, el 4 de diciembre. Dejó atrás su escolta y 150 hombres que lo acompañaron hasta la trocha. Hosco y taciturno, prosiguió por aquella ruta incierta. Nunca le pareció una noche tan corta, ni imaginó que del otro lado lo esperaba el comandante Francisco Cirujeda, jefe del batallón no. 7 de San Quintín, quien operaba entre Punta Brava y el Camino a Vueltabajo, en los límites con el Mariel: “Acaban de asegurarme que Maceo intenta pasar solo por la trocha inmediata a Mariel […]” —había notificado el 1ro de diciembre Cirujeda a su superioridad.

Sobre las 9:00 a.m. del 7 de diciembre de 1896, Maceo llegó a la finca de San Pedro de Punta Brava, en Bauta, donde lo aguardaban unos quinientos habaneros. Llegó enfermo y con fiebre. Desde su hamaca puntualizó un plan dirigido a atacar Marianao y otros suburbios capitalinos. Sobre las 2:55 p.m. fueron sorprendidos. A las voces de “¡Fuego, fuego en San Pedro!”, se sucedió una nutrida balacera que provocó desorden total en el campamento. Encolerizado, Maceo trató de incorporarse de la hamaca y, al no poder hacerlo, pidió a su ayudante que le tendiera la mano. Ante la confusión observada pidió un corneta para ordenar el toque a degüello y levantar la moral combativa. No apareció ninguno. Demoró 10 minutos en vestirse y ensilló su caballo, tal y como acostumbraba a hacer en vísperas de un combate.

La fuerza enemiga se parapetó tras unas cercas de piedra que dominaban el área con su fusilería. Maceo decidió realizar un movimiento envolvente por ambos flancos para desalojarlos del parapeto y batirlos en el potrero aledaño. Se interponía una cerca de alambres y comenzaron a picarla. La maniobra fue descubierta y un aguacero de proyectiles no les dejó terminar la faena. Al inclinarse sobre su caballo, una bala impactó sobre el lado derecho del rostro de Maceo y le seccionó la carótida junto al mentón. Un chorro de sangre brotó por la herida y manchó su chamarreta; se mantuvo dos o tres segundos erguido, soltó las bridas, se le desprendió el machete y se desplomó.

Se acercaron el general de división Pedro Díaz Molina, oficial de máxima graduación en San Pedro, después del Titán de Bronce; el brigadier José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor del 6to cuerpo; los coroneles Máximo Zertucha, médico del lugarteniente general; Alberto Nodarse Bacallao, su ayudante de campo durante la invasión, y el comandante Juan Manuel Sánchez Amat, jefe de la escolta del Cuartel General, quien al verlo desmoronado sostuvo su cuerpo exánime y le preguntó consternado: “¿Qué le pasa, general?”.

No respondió. Había perdido el habla y estaba pálido, sin sangre en el rostro; la condición mortal de la herida segó su vida en apenas un minuto. Miró Argenter salió impulsado del lugar, sin mirar atrás, ignorando los gritos de Zertucha que le pedía ayuda para cargar el cadáver. Tras unos segundos de incertidumbre, el galeno tomó la misma decisión y se retiró asustado, desmoralizado. Tres días más tarde, se acogería al indulto español; luego solicitaría reincorporarse a la contienda. Pedro Díaz igualmente se marchó; los tres con el mismo argumento: iban por refuerzos que nunca llegaron.

Alberto Nodarse, ingeniero, arquitecto de profesión y experimentado agrónomo, que había recibido ya siete heridas de bala, lideró junto a Juan Manuel Sánchez la resistencia que plantó la escolta del Cuartel General a campo descubierto para tratar de retirar el cadáver que pesaba 209 libras. Sus movimientos atrajeron el fuego español y el lugar se convirtió en un infierno. Después de gran esfuerzo, lo montaron en un caballo que fue fusilado enel campo enemigo. Sánchez trajo el suyo e intentaron alzar el cuerpo de Maceo; pero una descarga cerrada hizo impacto en las dos rodillas del bravo comandante y fue neutralizado. Bañado en sangre por la copiosa hemorragia provocada por dos proyectiles que le fracturaron el húmero y las costillas, Nodarse tuvo que desistir, ya casi desfallecido. Agotados todos los recursos tras más de dos horas de combate, se hizo insostenible la posición; los últimos mambises se retiraron gravemente heridos.

Al conocer la tragedia, Panchito, con un brazo en cabestrillo acudió —según expresó— “…a morir al lado del general”.

Caía la tarde, cuando en medio del clima de abatimiento y confusión reinante, el teniente coronel Juan Delgado —joven de Bejucal que se unió al contingente invasor a las órdenes de Gómez y ascendió hasta mandar el regimiento de Caballería de Santiago de las Vegas—le preguntó qué hacer al coronel Ricardo Sartorio Leal, jefe de la brigada Oeste de La Habana: “Delgado, los generales se han marchado, nuestra responsabilidad ha cesado” —fue la respuesta que recibió. Indignado y resuelto, el habanero arengó a los presentes: “Es una vergüenza para las fuerzas cubanas que los españoles se lleven el cadáver del general Maceo, sin hacer nada por rescatarlo. Prefiero la muerte antes de que el general Máximo Gómez sepa que estando yo aquí, los españoles se han llevado el cadáver del general. El que sea cubano y tenga valor, que me siga”.

Dieciocho valientes, entre ellos Ricardo Sartorio, quien acompañaba a Maceo desde Mangos de Baraguá, y el coronel Alberto Rodríguez Acosta, joven matancero que mandaba el regimiento de infantería de la brigada Oeste de La Habana, se sumaron a Delgado en la hombrada de rescatar de territorio enemigo al Titán de Bronce y a Panchito. Fue tan fuerte su embestida, que la guerrilla que despojaba a sus cadáveres de las pertenencias, abandonó el lugar sin imaginar la prenda que dejaban. Esa noche los insurrectos lavaron los cuerpos de los dos héroes y los velaron. Decidieron esconderlos en la finca Cacahual, propiedad de Pedro Pérez, tío del teniente coronel Juan Delgado.

Cabalgaron toda la noche. Sobre las 4:00 a.m. llegaron a Santiago de las Vegas. Delgado llamó a la puerta. Creyendo que eran los españoles, Pedro Pérez abrió con cierto temor. En voz baja, con los dos cadáveres depositados sobre la yerba, su sobrino le dio la encomienda: “Aquí te entrego estos dos cadáveres. Ellos son Antonio Maceo y el hijo de Máximo Gómez. Entiérralos secretamente antes de que llegue el día y no digas a nadie dónde están hasta que no se termine la guerra; entonces, si Cuba es libre, lo comunicas al presidente de la República, si no, al general Máximo Gómez”.

Pedro Pérez cumplió su promesa y guardó el secreto con celo extraordinario, aún en medio de las penurias que debió sufrir durante la reconcentración.

Paradójicamente, Pedro Díaz tuvo la bochornosa actitud de aceptar el ascenso al grado de mayor general que —a propuesta de José Miró Argenter, quien tergiversó los hechos— Gómez aceptó conferirle “…como gracia especialísima y por el hecho de haber rescatado con valor heroico […] el cadáver del ilustre Lugarteniente General Antonio Maceo”.

Fue un golpe terrible. Entre 1895 y 1896, habían muerto seis de los jefes más valiosos y radicales de la revolución: José Martí, Guillermón Moncada, Flor Crombet, Francisco Borrero, José Maceo y Serafín Sánchez. Para cerrar este año fatal perecían el lugarteniente general y, muy poco después, José María Aguirre. Varios de los nuevos cuadros, en algunos casos de probada competencia militar, estuvieron muy por debajo de la entereza y proyecciones ideológicas demandadas para la construcción de una patria nueva o, peor aún, distantes del sufrimiento y la miseria del pueblo humilde del que se nutrieron las filas del Ejército Mambí.

“José Miguel Gómez, Mario García Menocal, Gerardo Machado o José de Jesús Monteagudo, que demostraron su capacidad militar en la revolución, fueron el reverso ideológico de Antonio y José Maceo, Crombet, Moncada, Borrero, Sánchez y Aguirre. Sin ellos al general en jefe le esperaba una tarea de titanes: expulsar a España de Cuba”.

Gómez quedó destrozado. Al efecto ultrajante de la actitud del Consejo de Gobierno, se sumaba la muerte de Panchito y de su viejo compañero. Y aquel viejo soldado con el pellejo curtido por tanta pelea; de pronto, comenzó a llorar. “Otra gran desgracia, la más terrible que podía caer sobre mí. Cuánta verdad expresó el que tuvo la ocurrencia de decir: ‘Nunca los males vienen solos’” —registró el 16 de diciembre en su diario. Y el 28, en la intimidad de su hamaca, vertió su dolor: “¡Triste, muy triste, más que triste desgraciado ha sido para mí el año 96! Me deja acongojado y maltrecho. […] hoy, en este día, en estos instantes, siento en mi alma la más honda pena y casi me siento abrumado por una pesadumbre que hago esfuerzo por soportar”.

Actualmente, los restos mortales de Antonio Maceo y Grajales y Panchito Gómez Toro descansan en el monumento del Cacahual, cercano a los límites de la antigua finca de San Pedro, y es lugar de peregrinación de los cubanos. Es ya una tradición que las graduaciones de las academias militares cubanas se realicen junto al Cacahual.

Antonio Maceo y Grajales no solamente fue una figura clave en el movimiento independentista cubano de la segunda mitad del siglo XIX, además de un genial estratega militar. Su pensamiento libertario, basado en el honor y la virtud, marcó el pensamiento de la generación que le siguió, junto al pensamiento vasto y abarcador de José Martí y puede decirse que continúa viviendo entre lo mejor de la juventud cubana. Siendo masón, en su epistolario se puede leer más de una vez su credo basado en «Dios, la Razón y la Virtud».

De filiación política democrática, expresó muchas veces su simpatía por la forma de gobierno republicana, pero hizo hincapié en buscar la fórmula para la «libertad, igualdad y fraternidad», aludiendo a los tres principios básicos de la Revolución Francesa y definiendo la búsqueda de la justicia social. Cuando se le intentó reclutar para la causa anexionista, respondió a un interlocutor: «Creo, joven, que esa sería la única forma en que mi espada estaría al lado de la de los españoles...» y previendo las ansias de expansión de los Estados Unidos (daba por sentado que Cuba alcanzaría la independencia), expresó su frase más conocida, en una carta a un patriota y amigo:

El que intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la contienda.

Legado y monumentos

Monumento a Maceo en Santiago de Cuba

Hay dos figuras excepcionales en la historia cubana y latinoamericana que con sus palabras supieron expresar la grandeza de Maceo.

Máximo Gómez le dijo a María Cabrales, la leal compañera de Maceo:

Hospital Hermanos Ameijeras, en La Habana; a la izquierda, el monumento a Antonio Maceo.
Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted al dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y al más bravo de mis amigos y pierde en fin el ejército libertador a la figura más excelsa de la Revolución.

Las otras palabras provienen de José Martí:[5]

No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca, ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el sol y amanece el otro, y el primer fulgor da por la ventana que mira al campo de Marte, sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándole caminos a la Patria. Su columna será él, jamás puñal suyo. Con el pensamiento le servirá más aún que con el valor.
José Martí

Monumentos a Maceo están ubicados, entre otros, en Santiago de Cuba, tanto como en La Habana entre el Malecón habanero y al frente del Hospital Hermanos Ameijeiras en Centro Habana.

Antonio Maceo aparece en este original, prueba del artista, del certificado de plata de 20 pesos cubano de 1936.

Su retrato apareció en los certificados de plata de veinte pesos cubanos de 1936, y actualmente figura en los billetes cubanos de cinco pesos.

Referencias

http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/12/07/el-que-sea-cubano-y-tenga-valor-que-me-siga/#.WjQMEnnatQ8

  1. Rodríguez La O, Raúl: «¿De dónde surgió esa frase histórica de Antonio Maceo de lo que sucederá a quien intente apoderarse de Cuba?», artículo publicado en Infodir, Revista de Información a Directivos de la Red de Salud de Cuba (Infomed). Consultado el 3 de enero de 2017.
  2. Zelaya, Gustavo (2014): «Antonio Maceo en Honduras. A 118 años de su muerte», artículo del 7 de diciembre de 2014 publicado en la revista Conexión Honduras, en la sección Opiniones.
  3. a b Artículo en el diario Granma del 16 de diciembre de 2011.
  4. Vargas Araya, Armando (2002): Idearium maceísta: hazañas del general Antonio Maceo y sus mambises en Costa Rica. San José de Costa Rica, 2002.
  5. Tomado de la revista Bohemia (versión digital), haciendo referencia al desaparecido periódico Patria en su edición del 6 de octubre de 1893.

Enlaces externos

Bibliografía