Mitología cántabra

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Parece ser que la mitología autóctona de Cantabria, desde sus orígenes más remotos y con el paso del tiempo, se ha ido entroncado con los mitos celtas y romanos, emparentándose en parte con leyendas y tradiciones del resto de la Cornisa Cantábrica. En la mayoría de los casos su significado más profundo, trasmitido de padres a hijos a través de la tradición oral, ha quedado diluido bien porque este se ha ido perdiendo, bien porque los escritores clásicos nos la han trasmitido cercenadamente al no recoger toda la riqueza y mentalidad popular, fijándose únicamente en los cultos y divinidades que guardaban semejanza con los suyos. Por otro lado la romanización en un primer momento y la incursión del cristianismo posteriormente han ido transformando el sentido y representación de estos ritos paganos, alcanzándose en muchos casos un sincretismo religioso.

Aún así, todavía se conservan en el pueblo cántabro apólogos y leyendas con una mayor componente ritual o de comportamiento que como relatos significativos.

El culto al fuego siempre ha estado presente en la mitología.

Divinidades

Una de las estelas cántabras de Barros, datadas entre los siglos IV y I adC. Sus bajorrelieves de anillos, aureolas de triángulos y el tetrasquel se relacionan con símbolos solares y crecientes lunares.

Entre los restos de mitos que aún persisten como sustrato en la tradición cántabra se encuentran el culto a las grandes divinidades protectoras, como es la adoración al Sol, lo cual queda atestiguado en las estelas cántabras encontradas, y en relación con el culto al fuego.[1]​ Así mismo, se idolatra a una divinidad-padre suprema que en época romana se asocia con Júpiter y el culto solar y posteriormente con el Dios cristiano.[2]

Adjunto al marcado carácter guerrero de los cántabros aparece un dios de la guerra, posteriormente identificado como el Marte romano, al que se le ofrecían sacrificios de machos cabríos, caballos y prisioneros en gran número, según señala Estrabón, Horacio y Silio Itálico.[3][4][5]​ Estas hecatombes iban acompañadas de la bebida de la sangre aún caliente de los caballos[6]​, como menciona Horacio al respecto de los concanos, y sería una verdadera comunión.

et laetum equino sanguine Concanum
Horacio. Carm. III 4. v29-36

Para los antiguos cántabros estas prácticas poseían un origen místico ligado a la creencia en la sacralidad de estos animales[7]​ que algunos vinculan muy estrechamente con la variante del dios Marte céltico solar y que serían su reencarnación.[8][9]

Los sacrificios humanos entre los pueblos del norte son citados también por San Martín Dumiense[10]​ y tendrían el mismo carácter de redención y vaticinio que el resto de los celtas de la Galia, donde eran muy frecuentes. Así Estrabón cuenta que examinaban las vísceras de los prisioneros, cubriéndolas con sayos, les amputaban las manos derechas y las consagraban a los dioses. El modo de vaticinar el futuro dependía de la caída de la víctima.[11]

Unido a esta divinidad guerrera aparecen las diosas-madres germinadoras vinculadas a la Luna con evocaciones casi hasta el presente en la que hasta hoy en día posee un clara influencia en el medio rural en las fases de siembra y recogida de cultivos.

Del mismo modo el culto a un dios del mar fue asimilado en épocas romana a través del dios Neptuno (una estatuilla de esta deidad pero con rasgos de la divinidad cántabra original fue encontrada en Castro Urdiales).

Estos antiguos cántabros creían en la inmortalidad del espíritu. Así lo demostraban en sus ritos funerarios donde predominaba la cremación, a excepción de aquellos que morían en combate, que debían de reposar en el campo de batalla hasta que los buitres abrieran sus entrañas para llevarse al más allá su alma y unirse a la gloria de sus antepasados. Esta práctica queda atestiguada en los grabados de la Estela de Zurita.

Así mismo un papel importante en la compleja sociedad cántabra era el sacrifico en sus dos aspectos: como medio de conformar la voluntad divina y como prevalencia de la abnegación a la colectividad frente al individuo. Así pues en una sociedad guerrera como la cántabra la inmolación no era considerada como símbolo de primitivismo o barbarie sino que la difícil determinación que requería a la persona que lo llevase a cabo conllevaba que tuviese un alto grado de importancia. Tal era el caso de la denominada devotio, un singular y extremo sacrificio practicado por los cántabros mediante el cual las comunidades guerreras unían su destino al de su líder.[12]

Mitología telúrica y arbórea

Vista de Torre Bermeja (2.400 m) y Peña Santa (2.596 m), en el Macizo Occidental de los Picos de Europa.

Al mismo tiempo existe una mitología terrenal de adoración a Gaya, la Madre Tierra, a través de la divinización de los animales, árboles, montañas y aguas como espíritus elementales. Creencias, por otro lado, comunes a todos los pueblos que reciben la influencia celta.

Lugares como el Pico Dobra, en el valle del Besaya, han dejado constancia de su sacralizado desde época prerromana a través del ara dedicada al dios cántabro Erudinus fechado en el año 399, lo que demuestra que estos ritos se extendieron más allá de la instauración del cristianismo en el Imperio Romano como religión oficial. Del mismo modo topónimos como Peña Sagra, Peña Santa, Mozagro (montem sacrum = monte sagrado), Montehano (montem fanum = monte del santuario)[13]​ indican que han sido considerados lugares sagrados desde la antigüedad más remota.

Se divinizaban así mismo aguas de ríos y fuentes. En el Monte Cildá apareció una ara dedicada a la diosa madre Mater Deva, conocida en el mundo céltico y personificada en el río Deva. En Otañes se encontró una pátera dedicada a la ninfa de una fuente con propiedades medicinales. Plinio el Viejo[14]​ cita la existencia en Cantabria de unas fuentes intermitentes veneradas por los cántabros tamáricos que tenían valor augurio y que correspondería a la actual Velilla del Río Carrión.[15]Suetonio en su relato sobre la vida de Galba, señala como símbolo de buen augurio el haber encontrado durante su estancia en Cantabria doce hachas en un lago.[16]​ Estos eran sin duda exvotos depositados allí según costumbre también de otros pueblos europeos, lo que sugiere un culto a los lagos.[17]​ Así mismo la ofrenda a las aguas de stipes, o monedas de bronce de escaso valor, así como de otras piezas de mayor valía, como denarios, áureos y sólidos, queda manifiesta en la presencia de algunas de estas piezas en La Hermida, Peña Cutral, Alceda y en el río Híjar.

Bayas carnosas del tejo o arilos. Este árbol mítico quizá sea el más representativo de Cantabria y ha sido plantado con frecuencia junto a edificios singulares. Antiguamente al terminar de construirse una de estas edificaciones se plantaba próximo un tejo como árbol testigo.

De igual manera se divinizó la foresta, un culto con clara influencia celta a través de su mitología arbórea. Algunas especies de árboles eran especialmente respetados; el tejo y el roble. El primero es la especie más emblemática y simbólica de Cantabria y ha sido venerado por los cántabros de la antigüedad, formando parte de algunos de sus rituales. Por Silio Itálico, Floro, Plinio y San Isidoro de Sevilla sabemos que se suicidaban con veneno extraído de las hojas de este árbol[18]​, pues preferían la muerte a ser esclavizados, y de igual forma sacrificaban a los ancianos no aptos para la guerra.[19][20][21][22]​ Es habitual encontrarlos en las plazas de los pueblos, en cementerios, iglesias, ermitas, palacios y casonas al considerarse un árbol testigo, lo que ha permitido perpetuar ese halo de misterio y sacralidad que envuelve todo lo relacionado con esta especie.[23]

El roble es el árbol céltico por excelencia ya que quizá sea la especie más sacra para los druidas, del cual recolectaban el muérdago. Es una especie que arrastra muchas connotaciones folclóricas, simbólicas y mágicas en Cantabria y era frecuente utilizarlo como "árbol de mayo", la maya que aún hoy preside los festejos en algunos pueblos, alrededor del cual bailaban los mayos para celebrar el renacer de la vida vegetal. Las cagigas simbolizan la unión del cielo y la tierra, imagen que le confería el valor de eje del mundo. Tienden a atraer al rayo, por lo que jugaban un importante papel preponderante en las ceremonias para conseguir lluvia y fuego en toda Europa.

Robles, hayas, encinas y tejos eran también utilizados como un lugar de encuentro tribal generación tras generación en donde las leyes religiosas y seculares eran impartidas. Aún hoy hasta tiempo muy recientes era habitual celebrar los denominados concejos abiertos bajo árboles centenarios (las juntas de Trasmiera oficiaban sus reuniones en Hoz de Anero, en Ribamontán al Monte, bajo una gran encina que todavía existe).

Fechas significativas

Flor del saúco o sabugo.

Como ocurre en otros pueblos en Cantabria existen fechas que han sido propicias desde antiguo para los rituales y las leyendas. Días cargados de ocultas y antiguas significaciones. Así, por San Juan, en el solsticio de verano, la noche es mágica. Dice la tradición en sus diferentes variantes que los Caballucos del Diablo y las brujas carecen de poderes tras el ocaso y se apoderan de él los curanderos; las plantas como el trébol de cuatro hojas, la flor del saúco, las hojas del sauce, enebro o brezo entre otras curan y dan felicidad si se recogen en esa madrugada. En torno a la Navidad (solsticio de invierno) se realizaban ceremonias rituales, vestigios de antiguos cultos al árbol, el fuego y el agua. En esas fechas se adornaban los manantiales y balcones con flores y se bailaba y saltaba sobre el fuego.

Criaturas mitológicas

A través de los mitos los hombres buscaban respuesta a los hechos de la naturaleza que les parecían inexplicables. En la imagen un bloque errático de origen glaciar. La mitología cántabra justifica la presencia de grandes rocas como estas en brañas y camberas por la acción perversa del Ojáncano.

A la par que las divinidades telúricas y de la naturaleza, en Cantabria ha habido, según la tradición popular y al igual que en otros pueblos, seres fabulosos de aspecto desigual que las gentes temían o adoraban y en torno a los cuales se forjaban historias y leyendas. Existen muchos seres de este tipo dentro de la mitología cántabra, entre los que se pueden destacar los siguientes:

  • El Ojáncanu. Infortunio de Cantabria, esta criatura personifica el mal entre los cántabros y representa la maldad, la crueldad y la brutalidad. Este gigante ciclópeo es la versión cántabra del Polifemo griego que aparece también en otras mitologías indoeuropeas.[24]
  • La Ojáncana o Juáncana. Mujer del anterior. Le gana a aquel en maldad pues entre sus víctimas se encontraban también los niños.
  • La Anjana. Es la antítesis al Ojáncano y la Ojáncana. Hada buena y generosa, protectora de las gentes honradas, de los enamorados y de quienes se extravían en los bosques y caminos.
  • Los duendes. Aquí se engloban a todos los pequeños seres de la mitología cántabra, traviesos y burlones en una gran mayoría. Cabría distinguir entre los duendes domésticos, aquellos que viven en el interior o en los alrededores de las casas de Cantabria, como los Trasgus y Trastolillus; y los que habitan el bosque, como Trentis y Tentirujus.
Brumoso robledal en Cantabria. En la frondosidad de estos bosques la mitología montañesa sitúa a espíritus y seres mitológicos, intentando dar respuestas al miedo a lo desconocido.

Existen otros muchos seres fabulosos que pueblan la rica mitología de Cantabria, como los Ventolines, los Caballucos del Diablo, los Nuberos, el Musgosu, el Culebre, el Ramidreju, etc. O hermosas leyendas como la de la Sirenuca, bella moza desobediente y caprichosa aficionada a trepar por los acantilados más peligrosos de Castro Urdiales para cantar al compás de las olas y por ello convertida en ninfa marina. O la del Hombre Pez, ese joven de Liérganes al que le gustaba nadar y que se perdió en el río Miera, siendo finalmente encontrado en la Bahía de Cádiz, transformado en un extraño ser acuático.

La mitología cántabra en la actualidad

Todos estos seres y leyendas son prueba de la mentalidad mística de una época que respondió a la necesidad de los cántabros de expresar sus miedos a internarse en un bello entorno natural, pero a la vez abrupto, hostil y peligroso. A la búsqueda de respuestas que les diesen convencimiento y la conjugación de los poderes para su seguridad.

Aún todavía quedan cántabros en cuyos corazones las Anjanas no han sido sustituidas por santos y vírgenes, pues la siguen atribuyendo ciertas buenaventuras a esta hada buena de La Montaña, y aún se sigue amedrentando a los niños con el Ojáncano. Pero este mundo de significaciones y de valores se ha ido diluyendo poco a poco con la modernidad y el paso de los tiempos, apareciendo nuevos mitos urbanos y olvidándose los antiguos.

Es en lo últimos tiempos cuando la mitología montañesa ha recobrado un significativo interés, en especial a partir de la recopilación llevada a cabo por el escritor Manuel Llano Merino (1898-1938) a lo largo de su obra, nutrida de aportaciones de la tradición oral, y de trabajos de otros autores, como Adriano García-Lomas.

Referencias y notas

  1. Las hogueras de San Juan, coincidente con el solsticio de verano, pudieran ser una reminiscencia.
  2. En Herrera de Camargo se descubrió una bella escultura de bronce que le rendía culto.
  3. Estr. III,3,7
  4. Carm. III,4,34
  5. Silio III, 361
  6. Tácito los considera por los germanos como ministros de los dioses:
    se (sacerdotes) enim ministros deorum, illos (equos) conscios putant
    Germ. X
  7. Julio Caro Baroja sugiere la posibilidad de que exista una deidad ecuestre entre los celtas de Hispania a semejanza de la que existía entre los celtas de otros lugares de Europa y E. Thevenot
  8. E. Thevenot. Sur les traces des Mars Celtiques, Brujas, 1955.
  9. En Numancia estas representaciones del dios-caballo van llenas de signos solares
  10. De correctione rusticorum VIII
  11. José María Blázquez Martínez (1977). «La religiosidad de los pueblos hispanos vista por los autores griegos y latinos». Consultado el 8 de septiembre de 2007. 
  12. Juan Carlos Cabria. Otra Realidad, ed. «Mitos y leyendas de Cantabria. El sacrificio, vía de unión con la divinidad». Consultado el 12 de julio de 2007. 
  13. Actualmente aún existe un antiguo monasterio cuyos orígenes se remontan al siglo XIV y donde ya existía una ermita anterior.
  14. Plin.,NH XXXI 23-24
  15. Según Plinio serían tres fuentes próximas cuyas aguas se reunían en un solo estanque y dejaban de circular de 12 a 20 días, interpretándose esta discontinuidad del caudal como signo negativo.
  16. Suet., Galba, VIII 13
  17. A. Schulten. Los cántabros y astures y su guerra con Roma. Madrid. 1943
  18. Las hojas del tejo y sus semillas, presentes en sus bayas rojas, contienen un alcaloide muy tóxico, la taxina, el cual provoca hipotensión y parada cardiorrespiratoria si se ingieren.
  19. Silio III, 328
  20. Floro II, 33, 50
  21. Plinio XVI, 50
  22. Isidoro Libro XVII, 9, 25
  23. Cabe señalar en este sentido la presencia de tejos milenarios como el que existe junto a la iglesia prerrománica de Santa María de Lebeña y bajo el cual se daba cobijo a los concejos del lugar. Este árbol, presente en el Inventario de Árboles Singulares de Cantabria, ha sido gravemente dañado por un temporal recientemente.
  24. Seres similares al Ojáncano o la Ojáncana los encontramos también en otras mitologías como la extremeña-hurdana (Jáncanu o Pelujáncanu y la Jáncana [1], [2], [3],[4]) o vasca (Tártalo o Torto), entre otras.

Enlaces externos

Bibliografía

  • VV.AA. (Santander. 1985 (8 tomos) y 2002 (tomos IX, X y XI)). «Gran Enciclopedia de Cantabria». Editorial Cantabria S.A. ISBN 84-86420-00-8..