Diferencia entre revisiones de «Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya»

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Plantilla:Ficha de accidente aéreo

El accidente del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, conocido popularmente como el Milagro de los Andes, ocurrió el 13 de octubre de 1972, cuando el avión militar con 40 pasajeros y cinco tripulantes que conducía al equipo de rugby Old Christians, formado por alumnos del colegio uruguayo Stella Maris, se estrelló en la Cordillera de los Andes en ruta hacia Santiago de Chile.

El accidente

El Fairchild Hiller 227 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes.
Archivo:Alive-andes-6.jpg
El equipo de rugby Old Christians del colegio Stella Maris de Montevideo; Fernando Parrado es el séptimo en pie desde la derecha.

El 12 de octubre el avión Fairchild Fokker F27 perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya partió del Aeropuerto Internacional de Carrasco transportando al equipo de rugby del club Old Christians (Viejos Cristianos) de Montevideo, que se dirigía a jugar un partido contra el Old Boys de Santiago de Chile. Se desarrollaba en ese momento un frente de inestabilidad en todo el sector cordillerano central.

El mal tiempo les obligó a detenerse en el aeropuerto El Plumerillo, en la ciudad de Mendoza, Argentina, donde pasaron la noche. Al día siguiente, el frente persistía, pero debido a la premura del viaje y hechas las consultas pertinentes, se esperó sólo hasta la tarde, cuando amainaron levemente las condiciones de tormenta.

El vuelo continuó por la tarde del 13 de octubre con destino a Santiago de Chile. La ruta a seguir era vía Paso del Planchón entre las ciudades de Malargüe, Argentina y Curicó, Chile.

Debido a un fatal error del navegante, teniente Ramón Saúl Mártinez, el piloto notificó a los controladores aéreos de Santiago de Chile que se encontraba sobre el Paso del Planchón en Curicó, cuando en realidad se encontraban más al norte, en las cercanías del cerro El Sosneado y del volcán Tinguiririca en la provincia de San Fernando, Chile. Este error de más de 100 km dificultó posteriormente las tareas de rescate.

Archivo:Alive-andes-1.jpg
La ruta del Fokker. La cruz señala el lugar del impacto.

Al comando del avión estaba el coronel Julio César Ferradas y su copiloto, el teniente coronel Dante Lagurara, al mando de los controles del avión. Además, completando la tripulación, iban el navegante, teniente Ramón Saúl Martínez, el sobrecargo Ovidio Ramirez y el mecánico llamado Carlos Roque.

Este tipo de avión tiene la particularidad de volar con la cola más baja que la nariz, como el vuelo de un ganso. Su techo máximo es de 6.800 m y su velocidad de 437 km/h.

Al momento de iniciarse el accidente, el Fairchild iba a unos 6.000 m de altitud por lo que no sobrevolaba los Andes, sino que los atravesaba por una ruta de alturas intermedias en un corredor aéreo.

El avión comenzó el descenso por instrumentos entre la niebla de una tormenta en desarrollo. Mientras todavía se encontraba sobre las montañas, el piloto creyó, debido a un nuevo error de navegación, que habían ya traspasado el cordón montañoso, siendo que apenas habían traspuesto las primeras corridas de altas cumbres; viró entonces hacia el norte.

El aparato descendió varios cientos de metros de golpe al atravesar sendas bolsas de aire. Ante esta situación, no faltó quien hiciera chistes sobre el incidente, o quien alzara los brazos y vitoreara como en una montaña rusa, o se aventara un balón de rugby. La serie de descensos bruscos hicieron que el avión perdiera más altitud en medio de una nube (perdió casi 1.500 m).

Poco después, muchos de los pasajeros cayeron en la cuenta de que el ala del avión estaba muy cerca de la montaña. Dudaron si aquello era normal. Unos momentos después, los pasajeros se miraban unos a otros con terror, otros rezaban, al ver que estaban a unas decenas de metros de las laderas de un encajonado, esperando el inevitable choque del avión.

El Fairchild descendió aún más y se metió en un largo cajón de elevados riscos en medio de una nube neblinosa. Repentinamente, la niebla se abrió, al tiempo de que los pilotos vieron cómo su avión estaba en rumbo frontal de colisión, con la parte final del cajón cerrada por un alto farellón, el Cerro Seler. La alarma de colisión dentro de la cabina se activó, lo que alarmó a pasajeros y tripulación.

La aeronave se enfrentó a un alto farellón que el comandante Lagurara a duras penas y mediante un extraordinario esfuerzo físico pudo salvar por un par de metros; pero golpeó la cola en la orilla del farellón en un pico sin nombre (posteriormente denominado Cerro Seler, por Fernando Parrado), situado entre el cerro El Sosneado y el volcán Tinguiririca, cerca de la frontera entre Argentina y Chile.

El aparato golpeó una segunda vez un risco del pico a 4.200 msnm, perdiendo el ala derecha, que fue lanzada hacia atrás con tal fuerza que cortó la cola del aparato a la altura de la ventanilla Nº 8 de 10 por el lado de babor y Nº 7 por el lado de estribor. Al desprenderse su cola con el estabilizador vertical, dejó abierto tras sí el interior en la parte posterior del fuselaje. De este desprendimiento, salieron al menos dos filas de asientos y al impactar contra la montaña, murieron instantáneamente cinco personas, incluido el sobrecargo, que iban todavía atadas a sus asientos de la cola.

Al golpear el avión por tercera vez en un segundo pico, perdió el ala izquierda, quedando en vuelo únicamente su fuselaje, a manera de proyectil. Éste, aún con velocidad, golpeó tangencialmente el terreno nevado y resbaló por una amplia ladera nevada y empinada de más de 4 km de largo hasta detenerse en un banco de nieve. Dos pasajeros más, atados aún a sus asientos, salieron despedidos por el boquete de atrás.

El golpe de la nariz del avión contra el banco de nieve resultó fatal para los tripulantes de cabina. La fuerza del golpe hizo que el tren de aterrizaje delantero, todavía en su pozo, comprimiera fuertemente la cabina del avión hacia atrás, atrapando a sus ocupantes contra el panel de instrumentos.

Los pasajeros que quedaron dentro del fuselaje fueron comprimidos en sus asientos hacia la parte frontal de éste, que se elevó hasta casi tocar el techo. Muchos pasajeros sufrieron traumatismo encefalo-craneano (TEC), lo que provocó su muerte, mientras que otros quedaron atrapados en sus asientos sin posibilidad de zafarse. Para el resto, el golpe fue amortiguado. Increíblemente, algunos pasajeros resultaron ilesos o con tan sólo heridas leves. Hubo otros pasajeros con heridas internas graves que fallecieron en horas posteriores. De inmediato, Marcelo Pérez, el capitán del equipo de rugby, organizó a los ilesos para ayudar a liberar a los que seguían atrapados y a los heridos, despejando el fuselaje para prepararse para la noche. El piloto Julio Ferradas murió víctima de un TEC y el copiloto Dante Lagurara murió al amanecer del día siguiente.

Existe una extraña coincidencia entre la latitud del accidente de los Andes, (la ubicación de los restos del avión 34º45'48" S) y la de la Sierra de las Animas en Uruguay. La Sierra de las Animas (34º45'48" S 55°19'0.52" O) , otrora mirador uruguayo, fue punto oficial mas elevado de aquel país cuando transcurría el año 1972, pero varios años después fue destronado por apenas 13 metros por el actual Cerro Catedral, ubicado más al norte, en la sierras de Carapé. La Sierra de las Animas (1368 km hacia el este) se constituyó varios millones de años atrás como la única de origen volcánico en territorio uruguayo, justo cuando la Cordillera de los Andes comienza a elevarse entre Argentina y Chile hasta la altura de 6500 metros

Supervivencia de 72 días

De las 45 personas en el avión, doce murieron en el accidente o poco después (entre ellos miembros de la tripulación); otros cinco habían fallecido a la mañana siguiente, y el octavo día, murió un pasajero de sexo femenino, de nombre Susana Parrado debido a sus lesiones. Muchos de los fallecidos quedaron comprimidos entre asientos o atrapados por ellos mismos.

Los 27 restantes hicieron frente a las duras condiciones ambientales (-25 a -42 °C) de supervivencia en las montañas congeladas, aún en plena época de nevadas, en medio de la primavera austral. Durante varios días las partidas de rescate intentaron localizar los restos del avión sin éxito. Incluso algunos aviones estuvieron cerca del lugar, pero muy alto.

Muchos de los supervivientes habían sufrido diversas lesiones cortantes o moretones y carecían de calzado y ropa adecuada para el frío y la nieve. Se organizaron para resistir las duras condiciones imperantes.

A pesar de las condiciones y el grado de debilidad y aletargamiento, los sobrevivientes liderados por Roberto Canessa, quien propuso soluciones para todo, fabricó además elementos y utensilios ingeniosos tales como alambiques, guantes (con los forros de los asientos del avión, que se desprendían con facilidad), botas (con los cojines de los mismos) para evitar hundirse en la nieve al querer trasladarse, y anteojos (con el plástico tintado) para resistir el frío y el encandilamiento de la nieve.

La mayoría de los supervivientes dormían con un par de pantalones, tres o cuatro suéteres, tres pares de calcetines, y algunos se tapaban la cabeza con una camisa para conservar el aliento. Para evitar la hipotermia, en las noches más frías, se daban masajes para reactivar la circulación e intentaban mantener la temperatura corporal en contacto entre si. Algunos preferían dormir descalzos para evitar pegar a alguien con sus zapatos.

La búsqueda se suspendió ocho días después del accidente. En el undécimo día en la montaña los supervivientes escucharon por una radio de pilas, con consternación que se había abandonado la búsqueda.

La noche del 29 de octubre, a 16 días ya de la caída, una nueva tragedia se cernió sobre el resto del avión y los muchachos, en la noche a eso de las 23:00 una avalancha se deslizó y sepultó los restos del Fairchild FH-227D, ingresando por la parte posterior, arrasando el muro provisional y sepultando a quienes dormían en su interior, salvo a un joven, Roy Harley, quien desesperadamente comenzó a cavar en busca de los que yacían bajo la nieve. Pese a los desesperados intentos de rescate por sus compañeros, ocho personas murieron ahogadas bajo la nieve, incluyendo al capitán del equipo Marcelo Pérez y al último pasajero de sexo femenino, Liliana Navarro de Methol. No obstante, el enterramiento del fuselaje permitió al resto de los sobrevivientes no morir congelados más adelante.

A mediados de noviembre, fallecieron dos chicos más (Arturo Nogueira y Numa Turcatti) a causa de la infección de sus heridas.

Los supervivientes disponían apenas de alimentos. A pesar de que durante los días posteriores al accidente racionaron la comida de que disponían, pronto se mostró insuficiente. En el lugar donde se habían estrellado no había vegetación ni animales de los que pudieran alimentarse, el terreno era suelo desnudo de nieves perpetuas.

El grupo pudo sobrevivir durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión grupal de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos (práctica denominada antropofagia), quienes estaban enterrados en las afueras. No fue una decisión fácil de tomar, y en un principio algunos rechazaron hacerlo, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir, muchas consideraciones pasaron por el tema religioso cristiano. Pronto se impuso la regla (o exigencia) de no utilizar como alimento a ningún familiar cercano, ni tampoco a algún fallecido de sexo femenino, como el caso de las dos mujeres Parrado.

En un primer momento quisieron utilizar la radio de la cabina para pedir auxilio, pero carecía de energía, pues la batería estaba en la cola que ellos habían creído divisar como 2 km más arriba. Varios de los supervivientes intentaron localizar la sección de cola que había sido arrancada a raíz del primer impacto, esperando poder recuperar las baterías que se encontraban en esa parte del avión. Cuando por fin llegaron a la sección de cola, unos 2 km más arriba, vieron que las baterías resultaban excesivamente pesadas (cerca de 23 kg cada una) para trasportarlas hasta el fuselaje del avión, por lo que decidieron desmontar la radio de la cabina y llevarla hasta la cola del avión; la batería estaba en buen estado. Además en algunas valijas hallaron chocolates y licores.

A pesar de todos sus esfuerzos no lograron comunicarse con el exterior pues un cortocircuito originado debido al desconocimiento, dañó irreparablemente la radio. Junto con el hallazgo de la cola, también hallaron los cuerpos de dos pasajeros enterrados y unidos a sus asientos. El extremo frío de la alta montaña era el peor enemigo que debían afrontar los sobrevivientes, sin embargo, gracias a estas temperaturas se podía conservar adecuadamente la carne y se impedía por completo el desarrollo de las infecciones producidas por los microorganismos que estaban ausentes bajo estas condiciones aun ya comenzado el verano austral en la última etapa.

El rescate

Archivo:Alive-andes-2.jpg
La ruta de Parrado y Canessa para buscar ayuda.

Para comienzos de diciembre de 1972, el deshielo dejó al descubierto el fuselaje nuevamente y los sobrevivientes pudieron disfrutar de días soleados, bañados con los cálidos rayos del sol. Los supervivientes finalmente vieron que su única esperanza consistía en ir a buscar ayuda. El 12 de diciembre de 1972, Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín parten en busca de ayuda. El tercer día de marcha, Antonio resbala y se crea una lesión, por lo que deciden enviarlo de vuelta. También le pidieron dejara su ración de carne, ya que el trayecto sería más largo de lo calculado.

Diez días y habiendo caminado unos 55 km aprox. después de partir de los restos del fuselaje llegan a la precordillera curicana del sector de Los Maitenes. De haber caminado hacía el lado argentino, habrían tenido que hacer más de 100 km para encontrar un poblado, sin duda habrían perecido.

Recorren un río para vadearlo por casi día y medio y no pueden lograrlo por la crecida del deshielo. Canessa comienza a sentirse enfermo, por lo que Nando debe llevar las dos mochilas. La carne que llevaban consigo comenzó a descomponerse rápidamente debido al aumento significativo de la temperatura de la precordillera. Al amanecer del día siguiente, ven en la otra orilla a un huaso chileno que los observa. Logran hacerle llegar un mensaje escrito donde dicen ser sobrevivientes de un avión siniestrado. El mensaje decía:

Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”

Al reverso, una última nota, con lápiz labial: ¿Cuándo viene?

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La nota escrita para Sergio Catalan.

El arriero quien resulta ser Sergio Catalán, quien entiende el mensaje, les lanza un poco de pan y se dirige al retén de Puente Negro a cargo de Carabineros de Chile con el capitán Courbis al mando, es el más próximo (a diez horas de marcha) y da la noticia. Luego de ello, una patrulla de Carabineros se dirige al sector y le brindan ayuda.

Fernando Parrado y Roberto Canessa junto al arriero Sergio Catalán que los descubrió, después de diez terribles días de caminata

En aquel día del 22 de diciembre, los pilotos chilenos Carlos García, Jorge Massa y Mario Avila se preparaban para volar en un DC-6 a Punta Arenas entonces recibieron incrédulos la noticia de que habían aparecido sobrevivientes del avión uruguayo extraviado hace más de dos meses en la cordillera.

Se habían realizado por parte de la FACH, hasta suspenderse la búsqueda, 66 misiones sin resultados.

Carlos García, solicitó tres helicópteros UH-Bell e inmediatamente se trasladaron hacia el sector Los Maitenes de Curicó para organizar de inmediato el rescate. Había un gran inconveniente, se había levantado una densa niebla y eso en circunstancias normales habría frenado la tarea de rescate, pero se decidió proseguir a pesar de que la visiblidad no era mayor a 100 m.

Una vez en Los Maitenes, los rescatistas interrogaron a Parrado y a Canessa. La niebla se levantó a eso de las 12.00 y Parrado sirvió de guía a los helicópteros, Parrado abordó el UH-89 con García al mando, y fue seguido por el UH-91 a cargo de Massa, con un equipo del SAR (Servicio Aéreo de Rescate). El tercer aparato quedó en reserva en el lugar que ya estaba siendo invadido por periodistas.

El UH-89 y el UH-91 remontaron con gran dificultad las alturas debido a la escasez de corrientes cálidas y falta de aire suficiente para el correcto funcionamiento de los rotores.

Una vez a la vista el sitio del accidente, los pilotos chilenos comprendieron que el rescate iba a ser muy difícil debido a la pendiente del terreno, para mientras los 14 sobrevivientes saltaban jubilosos y gritaban de alegría.

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El rescate.

Cuando aterrizaron sobre un solo Skid para afirmarse en la nieve, los rescatistas del SAR descendieron mientras los sobrevivientes intentaban abordar los helicópteros, hubo instantes de angustia ya que el peso de los famélicos sobrevivientes excedía el peso de levante del diseño del UH-Bell, por lo que hubo que bajar a algunos llegando incluso a usarse la fuerza bruta para evitar un nuevo desastre en el lugar.

Se rescataron a siete de ellos en ambos aparatos, el resto se tuvo que quedar una noche más en compañía de los miembros del SAR. No pudieron ser transportados todos ellos debido a que el UH-Bell rescatista había llegado a su máximo peso, obligando a algunos supervivientes a pernoctar una vez más en la montaña. Esa noche algunos de los rescatistas pasaron la noche en el fuselaje destrozado.

Archivo:Alive-andes-4.jpg
Fernando Parrado y sus amigos de aventura.

Uno de los miembros del SAR que estuvo con este resto, contaría más tarde: -" el avión estaba partido y sin alas, el piloto aun estaba en su puesto, pero su cabeza había desaparecido y solo quedaba el muñón de la columna asomándose por la ventanilla, había escenas de canibalismo evidente, ya que alrededor y debido al deshielo, dejaba entrever restos humanos"-

Tras ser rescatados la totalidad por helicópteros son trasladados a Santiago para ser atendidos por médicos. Los equipos de rescate contaron 11 cuerpos descuartizados, y los demás en calidad de reserva. Los rostros de los sobrevivientes muestran las penurias padecidas y un color amarillo-rosado extraño, con la piel pegada a los huesos.

Roberto Canessa describiría así el momento del impacto:

-" Recuerdo un poco el impacto...Me golpeé la cabeza y además me quedó un ojo hinchado, el impacto no fue tan fuerte como debiera haber sido...el avión empezó a deslizarse y se fue frenando, así el golpe no fue tan intenso... Fuente: Roberto Canessa al periodista Jorge Abasolo-El Mercurio (diciembre 2007)

A pesar de las dudas iniciales, los sobrevivientes pronto reconocen y justifican que han debido recurrir al canibalismo para poder sobrevivir. En un principio lo negaron, alegando que en Mendoza adquirieron grandes cantidades de chocolates, conservas, queso y licores. Pero el hecho quedo al descubierto cuando los diarios chilenos El Mercurio y La Tercera de la Hora publicaron fotografías de restos humanos cerca del fuselaje, tomadas por el Cuerpo de Socorro Andino (CSA) y que no se habían dado a conocer. Los supervivientes se vieron obligados a dar una conferencia de prensa para hablar del asunto. Agradecieron profundamente la comprensión de familiares de los fallecidos, quienes los apoyaron en todo momento: "Ellos (los familiares) dijeron que menos mal que había 45 para que podamos tener 16 hijos de vuelta. Nos quieren como hijos. Supongo que en su yo más íntimo cuando nos ven piensan por qué sobrevivimos nosotros y no sus hijos. Es un sentimiento humano lógico" (Fuente: Nando Parrado en http://www.20minutos.es/noticia/125369/0/nando/parrado/viven/)

Sepultura de las víctimas

Un mes más tarde, una expedición por tierra y aire llega al lugar del accidente. La cabeza del piloto no está en su lugar, solo el muñón de la espina dorsal. Los restos de los fallecidos fueron enterrados en un lugar situado a ochocientos metros del avión, sin riesgo de aludes. Sobre la tumba se colocó una cruz de hierro en honor de las víctimas. Sobre ella, escrito en el metal, de un lado aun se puede leer: "El mundo a sus hermanos uruguayos", y por el otro: "Más cerca, oh Dios, de ti." Lo que quedó del fuselaje fue quemado para frustrar a los buscadores de curiosidades, a pesar de eso, todos los veranos cientos de personas visitan el lugar como forma de homenaje.

Sobrevivientes

Fueron 16 los sobrevivientes, ninguno de ellos tripulante, y solo cinco jugadores del Club Old Christians:

  • Pedro Algorta, 21 años al momento del rescate
  • Roberto Jorge Canessa Urta, 19
  • Alfredo Daniel "Pancho" Delgado Salaberri, 25, cumplidos en la cordillera
  • Daniel Fernández Strauch, 26
  • Roberto Fernando Jorge "Bobby" François Álvarez, 21, cumplidos en la cordillera
  • Roy Alex Harley Sánchez, 20
  • José Luis Nicolas "Coche" Inciarte Vázquez, 24
  • Álvaro Mangino Schmid, 19
  • Javier Alfredo Methol Abal, 38
  • Carlos Miguel "Carlitos" Páez Rodríguez, 19, cumplidos en la cordillera
  • Fernando Seler "Nando" Parrado Dolgay, 23, cumplidos en la cordillera
  • Ramón Mario "Moncho" Sabella Barreiro, 21
  • Adolfo Luis "Fito" Strauch Urioste, 24
  • Eduardo José Strauch Urioste, 25
  • Antonio José "Tintin" Vizíntin Brandi, 19
  • Gustavo Zerbino Stajano, 19

Viven: El Accidente de los Andes

Fallecidos

Fueron 29 los fallecidos, incluyendo a los 5 tripulantes.

  • Francisco Domingo Abal Guerault, 21
  • Gaston Costemalle Jardi, 23
  • Rafael Echavarren Vázquez, 22
  • Coronel Julio César Ferradás Benítez, 39, Piloto
  • Guido José Magri Belsi, 23
  • Jorge Alexis Hounié Sere, 20
  • Teniente Coronel Dante Hector Lagurara Guiado, 41, Copiloto
  • Felipe Horacio Maquirriain Ibarburu, 22
  • Graciela Obdulia Augusto Gumila de Mariani, 43
  • Julio Martínez Lamas, 24
  • Teniente Ramon Martínez Rezende, 30, Navegador
  • Daniel Agustín Maspons Rosso, 20
  • Juan Carlos Menéndez Villaseca, 22
  • Liliana Beatriz Navarro Petraglia de Methol, 34
  • Esther Horta Pérez de Nicola, 40
  • Dr. Francisco Nicola Brusco, 40
  • Gustavo Diego Nicolich Arocena, 20
  • Arturo Eduardo Nogueira Paullier, 21
  • Eugenia Dolgay Diedug de Parrado, 50
  • Susana Elena Alicia Parrado Dolgay, 20
  • Marcelo Pérez Ferreira, 25
  • Enrique Platero Riet, 22
  • Sargento Ovidio Joaquín Ramírez Barreto, 26, Asistente de vuelo
  • Sargento Carlos Roque González, 24, Mecánico
  • Daniel Gonzalo Shaw Urioste, 24
  • Diego Storm Cornah, 20
  • Numa Turcatti Pesquera, 24
  • Carlos Alberto Valeta Vallendor, 18
  • Fernando Vásquez Nebel, 20

Adaptaciones

Libros

Películas

Referencias

  • (El rescate): Reportaje El Mercurio-16/12-2007:-"Lo que falta saber sobre la tragedia"- Cuerpo D, páginas D-20 y D-21.
  • Fernando Seler Parrado: Milagro en los Andes.

Los supervivientes hoy en día

En el año 2007, el arriero chileno Sergio Catalán fue entrevistado por la televisión chilena acerca de una dolencia a su pierna (artrosis de cadera) que le dejaría inválido, pero gracias a la prensa, el ahora doctor Canessa y el círculo de sobrevivientes de los Andes acudieron en ayuda de el como un modo de agradecimiento por su valiosa ayuda.[1]

Roberto Canessa es hoy en día un reconocido cardiólogo. Jamás ha dejado de expresar sus agradecimientos por el rescate.

El lugar y los restos hoy en día.

El lugar denominado Valle de la Lágrimas, contiene aún evidencias físicas del accidente aéreo y aún es posible encontrar restos del fuselaje, partes del tren de aterrizaje, restos de las alas y una de las hélices, además de una cruz conmemorativa en el lugar de los hechos.

Enlaces externos

Referencias

  1. «Viven: El Accidente de Los Andes 1972».  Texto « Sitio Oficial » ignorado (ayuda)

Véase también