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Diferencia entre revisiones de «Novela histórica»

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=== Evolución del género ===
=== Evolución del género ===
La novela histórica sólo llega a configurarse definitivamente como género en el siglo XIX a través de la veintena de novelas del erudito escocés [[Walter Scott]] ([[1771]]-[[1832]]) sobre la [[Edad Media]] [[Inglaterra|inglesa]], la primera de las cuales fue ''Waverley'' ([[1814]]). Como señala Lukacs, este autor era un noble empobrecido que mitificó sus orígenes sociales como una especie de [[don Quijote de la Mancha]]. La novela histórica nace pues como expresión artística del [[nacionalismo]] de los románticos y de su nostalgia ante los cambios brutales en las costumbres y los valores que impone la transformación burguesa del [[mundo]]. El pasado se configura así como una especie de refugio o evasión, pero, por otra parte, permite leer en el pasado una crítica a la historia del presente, por lo que es frecuente en las novelas históricas encontrar una doble lectura o interpretación no sólo de una época pasada, sino de la época actual. Durante el [[siglo XVIII]], sin embargo, se escribieron novelas pseudohistóricas cuya discutible verosimilitud, su propósito abiertamente moral y educativo y su lenguaje poco respetuoso con la época reflejada impedía considerar estrictamente novelas históricas, como por ejemplo ''Les incas'' de [[Jean-François Marmontel]], en Francia, o ''El Rodrigo'' de [[Pedro de Montengón]], en [[España]].
La novela histórica sólo llega a tener un definitivamente como género en el siglo xxx a través de la veintena de novelas del erudito escocés [[Walter Scott]] ([[1771]]-[[1832]]) sobre la [[Edad Media]] [[Inglaterra|inglesa]], la primera de las cuales fue ''Waverley'' ([[1814]]). Como señala Lukacs, este autor era un noble empobrecido que mitificó sus orígenes sociales como una especie de [[don Quijote de la Mancha]]. La novela histórica nace pues como expresión artística del [[nacionalismo]] de los románticos y de su nostalgia ante los cambios brutales en las costumbres y los valores que impone la transformación burguesa del [[mundo]]. El pasado se configura así como una especie de refugio o evasión, pero, por otra parte, permite leer en el pasado una crítica a la historia del presente, por lo que es frecuente en las novelas históricas encontrar una doble lectura o interpretación no sólo de una época pasada, sino de la época actual. Durante el [[siglo XVIII]], sin embargo, se escribieron novelas pseudohistóricas cuya discutible verosimilitud, su propósito abiertamente moral y educativo y su lenguaje poco respetuoso con la época reflejada impedía considerar estrictamente novelas históricas, como por ejemplo ''Les incas'' de [[Jean-François Marmontel]], en Francia, o ''El Rodrigo'' de [[Pedro de Montengón]], en [[España]].


El éxito de la fórmula literaria de Walter Scott fue inmenso y su influjo se extendió con el [[Romanticismo]] como uno de los símbolos principales de la nueva estética. Discípulos de Walter Scott fueron, en [[Estados Unidos de América]], [[James Fenimore Cooper]] ([[1789]]-[[1851]]), quien escribió ''El último mohicano'' en [[1826]] y continuó con otras novelas históricas.
El éxito de la fórmula literaria de Walter Scott fue inmenso y su influjo se extendió con el [[Romanticismo]] como uno de los símbolos principales de la nueva estética. Discípulos de Walter Scott fueron, en [[Estados Unidos de América]], [[James Fenimore Cooper]] ([[1789]]-[[1851]]), quien escribió ''El último mohicano'' en [[1826]] y continuó con otras novelas históricas.

Revisión del 23:18 27 jul 2009

La novela histórica es un subgénero narrativo propio de romanticismo en el siglo XIX, pero con una gran vitalidad aún durante el siglo XX. Según György Lukács, toma por propósito principal ofrecer una visión verosímil de una época histórica preferiblemente lejana, de forma que aparezca una cosmovisión realista e incluso costumbrista de su sistema de valores y creencias. En este tipo de novelas han de utilizarse hechos verídicos aunque los personajes principales sean inventados.

La novela histórica exige del autor una gran preparación documental y erudita, ya que de lo contrario ésta pasaría a ser otra cosa: una novela de aventuras, subgénero en la que la historia se convierte solamente en un pretexto para la acción, como sucede, por ejemplo, en la mayor parte de las novelas de Alexandre Dumas padre. Por el otro extremo se llega también a desnaturalizar el género con lo que se llama historia novelada, en la que los hechos históricos predominan claramente sobre los hechos inventados, que es lo que ocurre por ejemplo con Hernán Pérez del Pulgar, el de las Hazañas, de Francisco Martínez de la Rosa. La historia novelada da pábulo a disquisiciones del autor y la historia es sólo un pretexto para exponer sus teorías, de forma que con frecuencia posee un carácter casi ensayístico.

Evolución del género

La novela histórica sólo llega a tener un definitivamente como género en el siglo xxx a través de la veintena de novelas del erudito escocés Walter Scott (1771-1832) sobre la Edad Media inglesa, la primera de las cuales fue Waverley (1814). Como señala Lukacs, este autor era un noble empobrecido que mitificó sus orígenes sociales como una especie de don Quijote de la Mancha. La novela histórica nace pues como expresión artística del nacionalismo de los románticos y de su nostalgia ante los cambios brutales en las costumbres y los valores que impone la transformación burguesa del mundo. El pasado se configura así como una especie de refugio o evasión, pero, por otra parte, permite leer en el pasado una crítica a la historia del presente, por lo que es frecuente en las novelas históricas encontrar una doble lectura o interpretación no sólo de una época pasada, sino de la época actual. Durante el siglo XVIII, sin embargo, se escribieron novelas pseudohistóricas cuya discutible verosimilitud, su propósito abiertamente moral y educativo y su lenguaje poco respetuoso con la época reflejada impedía considerar estrictamente novelas históricas, como por ejemplo Les incas de Jean-François Marmontel, en Francia, o El Rodrigo de Pedro de Montengón, en España.

El éxito de la fórmula literaria de Walter Scott fue inmenso y su influjo se extendió con el Romanticismo como uno de los símbolos principales de la nueva estética. Discípulos de Walter Scott fueron, en Estados Unidos de América, James Fenimore Cooper (1789-1851), quien escribió El último mohicano en 1826 y continuó con otras novelas históricas.

En Francia, Alfred de Vigny (1797-1863), autor de la primera novela histórica francesa, Cinq-mars (1826), y después Víctor Hugo Nuestra Señora de París o Alexandre Dumas (padre), al que importaba sobre todo la amenidad de la narración en obras como Los tres mosqueteros.

En Italia surgió una auténtica obra maestra del género, I promessi sposi (o Los novios editada primeramente en 1823 y reformada después en dos entregas de 1840 y 1842), de Alessandro Manzoni, donde se narra la vida en Milán bajo la tiránica dominación española durante el siglo XVII, aunque este argumento encubre una crítica de la dominación austriaca sobre Italia en su época. En Alemania, Theodor Fontane escribió su monumental Antes de la tormenta (1878).

En Rusia, el romántico Aleksandr Pushkin compuso notables novelas históricas en verso y la más ortodoxa La hija del capitán (1836). Allí se escribió también otra cima del género, la monumental Guerra y paz de León o Lev Tolstói (1828-1910), epopeya de dos emperadores, Napoleón y Alejandro, donde aparecen estrechamente entrelazados los grandes epifenómenos históricos y la intrahistoria cotidiana de cientos de personajes.

En Polonia la novela histórica fue un género muy popular; lo cultivó en el Romanticismo Józef Ignacy Kraszewski y después Aleksander Glowacki (Faraón, en 1897) y, sobre todo el premio Nóbel Henryk Sienkiewicz, que compuso una trilogía sobre el siglo XVII formada por A sangre y fuego (1884) El diluvio (1886) y El señor Wolodyjowski (1888). Continuó con Los caballeros teutones (1900), ambientada en el siglo XV, y con la algo anterior y considerada su obra maestra, Quo vadis? (1896) en que se evocan los comienzos del cristianismo en la Roma pagana.

Los escritores realistas no se dejaron influir por el origen romántico del género y lo utilizaron, como Gustave Flaubert (Salambô, 1862) o Benito Pérez Galdós con sus Epidodios nacionales. En el siglo XX la novela histórica tampoco decayó y sintieron predilección por el género escritores como el finés Mika Waltari (Sinuhé, el egipcio o Marco, el romano); Robert Graves, (Yo, Claudio, Claudio el Dios y su esposa Mesalina, Belisario, Rey Jesús...); Winston Graham, quien compuso una docena de novelas sobre Cornualles a finales del siglo XVIII; Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano); Noah Gordon, (El último judío); Naguib Mahfouz (Ajenatón el hereje), Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino), Valerio Massimo Manfredi, los españoles Juan Eslava Galán y Arturo Pérez-Reverte y muchos otros que han cultivado el género de forma más ocasional.

Puede hablarse asimismo de una novela histórica hispanoamericana que —con los precedentes de Enrique Rodríguez Larreta (La gloria de don Ramiro, 1908) y el argentino Manuel Gálvez— se halla representada por el cubano Alejo Carpentier (El siglo de las luces o El reino de este mundo, entre otras), el argentino Manuel Mújica Láinez con Bomarzo, El unicornio y El escarabajo, el colombiano Gabriel García Márquez El general en su laberinto, acerca de Simón Bolívar, el peruano Mario Vargas Llosa La fiesta del chivo, sobre el dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo, El paraíso en la otra esquina, sobre la escritora peruana del siglo XIX Flora Tristán la chilena Isabel Allende La casa de los espíritus, los puertorriqueños Luis López Nieves El corazón de Voltaire y Mayra Santos-Febres "Nuestra Señora de la Noche", etc.

Una clase particular de obras dentro de la novela histórica hispanoamericana la constituye la novela de dictadores, representada por El señor presidente, del premio Nóbel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos o La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, entre otras.

La novela histórica en España e Hispanoamérica

Fuera de la pretensión de Miguel de Cervantes de escribir una novela histórica sobre Bernardo del Carpio, El Bernardo, que la muerte frustró, y de las novelas pseudohistóricas de intención didáctica y moral de Pedro de Montengón (1745-1824): El Rodrigo (acerca de la pérdida de España por los visigodos) y Eudoxia, puede decirse que la primera novela histórica escrita en español fue escrita por Rafael Húmara, Ramiro, conde de Lucena publicada en París en 1823 y con un importante prólogo sobre el género; en América la primera novela histórica publicada en castellano fue la anónima publicada en Filadelfia Jicotencal, sobre la conquista de Tlaxcala por Hernán Cortés en 1826, atribuida erróneamente a los cubanos Félix Varela o a José María de Heredia y que recientemente ha sido atribuida definitivamente a su verdadero autor, el revolucionario liberal, periodista e historiador español Félix Mejía. Existía, sin embargo, una novela histórica un poco anterior escrita en inglés por españoles emigrados: Vargas (1822), atribuida a José María Blanco White; Don Esteban y Sandoval or the Freemason (ambas de 1826), de Valentín Llanos; o Gomez Arias or the Moors of the Alpujarras (1826) y 'The Castilian' (1829) de Telesforo de Trueba y Cossío.

Mucho más recordadas son las aportaciones de Mariano José de Larra (1809-1837, El doncel don Enrique el Doliente) y José de Espronceda (1808-1842, Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar). Con El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil y Carrasco, donde se narran los amores de Álvaro y Beatriz sobre el telón de fondo de la extinción de la Orden del Temple y se recrea un mundo onírico y legendario. Amaya o Los vascos en el siglo VIII, del escritor carlista Francisco Navarro Villoslada obedece igualmente a un nacionalismo típicamente romántico, mientras que las obras anteriores obedecen más bien a la nostalgia burguesa por la desaparición del pasado, vinculable al nacimiento de otros géneros del Romanticismo como el artículo de costumbres.

Sin embargo, la novela histórica más popular fue la escrita por entregas por el fecundo literato Manuel Fernández y González (1821-1888), quien, a caballo entre el Romanticismo y el Realismo, se hizo famoso por obras consagradas a un público más amante del sensacionalismo como El cocinero de Su Majestad, La muerte de Cisneros o Miguel de Mañara.

El novelista del Realismo Luis Coloma sintió una especial inclinación al género, al cual ofreció las obras Pequeñeces (1891), sobre la sociedad madrileña de la Restauración, Retratos de antaño (1895), La reina mártir (1902), El marqués de Mora (1903) y Jeromín (1909), esta última sobre don Juan de Austria.

La cima indudable de la novela histórica española la representa una larga serie de 46 novelas, los Episodios nacionales del novelista del Realismo Benito Pérez Galdós, que cubren gran parte del siglo XIX extendiéndose desde Trafalgar y la Guerra de la Independencia española hasta la Restauración y ofrecen una versión didáctica de la historia de España de ese siglo.

Un periodo casi semejante, pero que hace mayor hincapié en las luchas entre liberales y carlistas y contemplado desde un punto de vista más sombrío y pesimista, es el cubierto por las Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja, centradas en la trayectoria de un antepasado suyo, el conspirador Eugenio de Aviraneta.

También Ramón María del Valle-Inclán se aproximó al género a través de dos trilogías: La guerra carlista, compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909). Sobre el reinado de su aborrecida reina Isabel II compuso una segunda trilogía, El ruedo ibérico, compuesta por La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas, que apareció póstuma.

Durante la dictadura franquista la novela histórica española se limitó de forma casi monomaniaca al tema de la Guerra civil española. Quizá la mejor de estas obras en el bando de los vencedores sea la de Agustín de Foxá, Madrid, de corte a checa, aunque fue más popular José María Gironella con obras como Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz, entre otras. Este tema fue obsesivo incluso entre los escritores exiliados, que ofrecieron mejores muestras en este género: (Ramón J. Sender, con su enealogía Crónica del alba, inspirada en sus propios recuerdos y otras muchas no sólo sobre historia de la guerra civil española; Arturo Barea, con su trilogía La forja de un rebelde, formadas por tres novelas que se desarrollan durante la infancia del autor en Madrid antes de la Guerra Civil, la Guerra de Marruecos y la Guerra Civil; Max Aub con las seis novelas del ciclo El laberinto mágico: Campo cerrado (1943), Campo de sangre, (1945), Campo abierto, (1951), Campo del moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1968), o Manuel Andújar, con su trilogía Vísperas y Lares y penares). Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, publicaron varios Episodios Nacionales Contemporáneos, siguiendo la idea de Pérez Galdós y centrándose en el primer tercio del siglo XX.

La restauración democrática supuso una revitalización del género, que se enriqueció con una temática más diversa. Iniciaron esta corriente autores como Jesús Fernández Santos con Extramuros (1978), Cabrera, sobre los prisioneros franceses de la Guerra de la Independencia o El griego, sobre el famoso pintor cretense afincado en Toledo Doménikos Theotokópulos "El Greco", o como José Esteban, que en El himno de Riego (1984) refleja las meditaciones del autor de la revolución española de 1820, horas antes de ser ejecutado y en La España peregrina (1988) escribe el diario de Torrijos y pasa revista a los otros emigrados liberales españoles en Londres bajo el punto de vista de José María Blanco White.

José María Merino, por otra parte, escribió una trilogía de novelas históricas destinadas al público juvenil entre los años 1986 y 1989 formada por El oro de los sueños, La tierra del tiempo perdido y Las lágrimas del sol, en que desarrolla la historia del adolescente mestizo Miguel Villacel Yölotl, hijo de un compañero de Cortés y una india mexicana. Posteriormente, algunos autores se consagraron especialmente al género, como Juan Eslava Galán, Terenci Moix, Arturo Pérez-Reverte, Antonio Gala o Francisco Umbral. La aportación de Fernando Savater fue una novela epistolar sobre una de sus aficiones, Voltaire, titulada El jardín de las dudas. Incluso autores más veteranos echaron su cuarto a espadas, como Miguel Delibes, que se acercó a la inquisición y el protestantismo español en el siglo XVI con la novela El hereje, o Gonzalo Torrente Ballester, que con Crónica del rey pasmado se aproximó humorísticamente a la España del joven rey Felipe IV. Entre la nueva generación de autores de novela histórica españoles podríamos destacar, también, las incursiones en el género de aventuras de León Arsenal, o la extensa biografía dedicada al héroe germano Arminio y a su Batalla del bosque de Teutoburgo, de Artur Balder, reconstrucción con no pocas influencias de Robert Graves y los inevitables anecdotarios de los historiadores romanos como Tácito.

Véase también

Bibliografía

  • Karimi, Kian-Harald, "Die Historie als Vorratskammer der Kostüme. Der zeitgenössische spanische Roman und die Auseinandersetzung mit der Geschichte vor dem Bürgerkrieg" In: Iberoamericana, 1999, No. 3-4, pp. 5-37.
  • Lukács, György, La novela histórica, (1936).

Enlaces externos