Guerra Grande

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Plantilla:Infobox Batallas

Plantilla:Infobox Campañas

Es el nombre que contemporaneos de los hechos e historiadores posteriores han dado al conflicto que se produjo en el area del Río de la Plata entre 1839 y 1851. Los beligerantes fueron, de un lado, los federales argentinos, liderados entonces por Juan Manuel de Rosas y aliados de los blancos del Uruguay encabezados por Manuel Oribe; y del otro, los unitarios aliados de los colorados. El conflicto trascendió ampliamente la colectividad propia de las republicas platenses, y contó con la intervención, diplomática y militar, del Imperio del Brasil, Francia e Inglaterra, además de la participación de fuerzas extranjeras (italianos de Garibalidi, vascos, franceses) algunos de los cuales actuaron en condición de mercenarios. Se jugaron en ella intereses e ideas diversas, lo que hace cabal comprensión del hecho sea compleja.

Las primeras presidencias y los primeros conflictos

Empieza la década de 1830. La provincia Oriental deviene en Republica y los viejos caudillos orientales en presidentes y opositores. Fructuoso Rivera y Juan Antonio Lavalleja primero, Manuel Oribe después, que asume en 1835. Son años de forja de las nacionalidades aun embrionarias. Y las visiones son naturalmente cambiantes. Es que en la retina de muchos aun esta en el virreinato, en la Liga Federal o la Cisplatina. En 1838, y con la ayuda de la armada de la Francia Imperialista, Rivera derroca al segundo presidente constitucional de la historia del Uruguay. Se inicia la Guerra Grande, y con ella las consignas cambian. Los actores políticos siembran los campos con el sufrimiento de la guerra fraticida, Todos esos muertos, para el beneficio de unos, o para alimentar la ambición y el orgullo de otros. Más allá de las divisas, las decisiones tomadas durante aquel triste periodo estuvieron casi siempre reñidas con la delicada ciencia de gobernar países. En agosto de 1830, unas ves jurada la Constitución, se convoco a las elecciones nacionales que designarían el cuerpo electoral para nombrar al primer presidente de la joven Republica. El nuevo Estado surgía a la independencia con creencias señaladas en diversos e importantes campos. Sus límites con el poderoso Imperio Brasileño no estaban acordados en forma definitiva. Su población era escasa y dispersa. Se estimaba entre unos 74.000 [1]​o 100.000 habitantes[2]​ en total, de los cuales ¾ vivían en las ciudades de Montevideo, Colonia del Sacramento y Maldonado[3]​, o en sus cercanías, El resto se desperdigaba en el litoral y en el norte, En la capital y alrededores pueden estimarse unos 20.000 habitantes.

Presidencia de Rivera

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Rivera era un caudillo muy popular entre la población campesina de Uruguay

El elegido fue el brigadier general Fructuoso Rivera, en unas primeras elecciones electorales que a pesar de estar signadas con un alto grado de fraude electoral, el General Rivera, contaba con un gran prestigio adquirido en las diversas acciones militares en las que participo, combinaba este perfil con un enorme carisma en grandes sectores de la población, particularmente la rural. Era un caudillo por naturaleza. La elección resulto no obstante poco apropiada, Rivera asumió el gobierno el 6 de noviembre y el 11 del mismo mes designo su gabinete y principales autoridades judiciales. En el se destacaba un grupo de cuñados y concuñados: José Ellauri, Julián Álvarez, Nicolás de Herrera y Juan Andrés Gelly, todos casados con hermanas de Lucas Obes. Tenían además otras cosas en común, que eran letrados, y habían apoyado a la Cisplatina conformando el llamado grupo político denominado el “Club del Barón”, haciendo referencia al Barón de la Laguna, Carlos Federico Lecor. Esta relación de parentesco recibió en seguida el mote popular por el que se los conocía: “Los cinco hermanos”. Rivera por su parte se desentendido del gobierno y practico y se dedico a recorrer la campaña aduciendo diversos motivos, entre otros la lucha contra los Los Charrúas, pero la verdad era que el se sentía mas cómodo en la tranquilidad de Durazno que afrontando la burocracia cotidiana de la labor gubernamental. Casi inmediatamente de iniciado el gobierno, la disidida del presidente ambiento los resurgimientos de viejas rivalidades. Los dos caudillos de la Cruzada Libertadora ya se habían distanciado. Ahora, Lavalleja se haría eco en los reclamos de diversos grupos sociales (pequeños propietarios rurales y comerciantes). Mientras los primeros se quejaban por la política implementada por Rivera en lo que hacia respecto a las tierras, fuente de continua discordia para la sociedad oriental en todo el siglo XIX, los segundos lo hacían por la política administrativa y el gobierno que era conducido verdaderamente por “los cinco hermanos”. Esta realidad estimulo a Juan Antonio Lavalleja a procurar la destitución de Rivera levantándose en armas en repetidas ocasiones, siendo en todas finalmente derrotado. Una de las figuras que apoyo a Rivera, pese a discrepar con el personalmente, fue Manuel Oribe. Para este ultimo, el respeto a la constitucionalidad va a ser la norma a seguir.

Presidencia de Oribe

Finalizado el caótico periodo de gobierno de Rivera, fue elegido por unanimidad en las Cámaras Manuel Oribe, el primero de Marzo de 1835, como presidente de la Republica. Austero, profundamente imbuido en una visión de la función pública que tenia en su esencia un componente de servicio a la sociedad, su gobierno se destaco por la austeridad en los gastos y el saneamiento de las finanzas publicas, manteniendo a si, una diplomacia, de corte altamente nacionalista. Las primeras escisiones entre Partido Nacional y colorados. A pesar, de que el gobierno de Oribe se destacara altamente, por conservar los ordenes institucionales, bajar notablemente la corrupción, la implementación de centros de higiene, tratar de construir un sistema educativo mejor (Creación de la Universidad de Montevideo, implementación del sistema lancasteriano, etc.), controlar el despilfarro y establecer un registro de gastos y recaudo de impuestos, en otros aspectos el gobierno de Oribe fue bastante torpe.

Factores Externos que provocaron la guerra

La Diplomacia con Inglaterra

Juan Francisco Giró que era agente confidencial ante el gobierno de Inglaterra, fue hacia Londres, donde firmo un acuerdo de amistad, comercio y navegación y un empresito de tres millones de pesos. Los ingleses pusieron condiciones leoninas, que inculcan toda clase de privilegios para su comercio y un tratado “perpetuo” de alianza. El gobierno de Oribe rechazo este préstamo, que hubiese sido fundamental para ganar la guerra contra Rivera:

“ No dudo que el gobierno ingles – escribía al ministro Juan Maria Pérez al propio Giro – coadyuvaría a la negociación de ese empresito y aun nos regalaría la cantidad perdida a cambio de un tratado degradante; pero entiendo que nosotros no debemos vender el país, y que seremos pobres, pero decentes.”[4]

Este tratado con Inglaterra hubiera significado, una ingente cantidad de dinero, para comprar armas, mantener y obtener un mayor número de tropas, perfectamente equipadas, que pudieran contener cualquier aventura de Rivera u otro caudillo que se atreviera a quitarle el poder legal. Además el “tratado perpetuo de alianza”, signaría la entrada directa, de tropas y ejercito del Imperio Británico, este apoyo tanto financiero como militar], dejaría desbaratada en poco tiempo a la revolución de Rivera, impidiendo así que este se concretara en el poder del Uruguay y evitando que le declarase la guerra a Rosas. Pero la diplomacia del gobierno de Oribe fue signada por un alto elemento de nacionalismo y neutralismo, un gobierno reacio a “vender al país” a cualquier poder extranjero, una política que lo acabaría llevando a la perdición. Al suceder esto el gobierno ingles apoyo a Rivera durante el transcurso de la Guerra Grande.

La Intervención Francesa

En el segundo periodo de gobierno de Juan Manuel de Rosas en la Confederación Argentina se inicio la intervención francesa en el Río de la Plata. En esta oportunidad, la prepotencia de los agentes consulares, falsamente investidos de atribuciones diplomáticas que no poseían, y a la presión de la marina de guerra y sus fuerzas de desembarco, se sumo el método que se haría clásico en el imperialismo colonial de las grandes potencias: utilizar los antagonismos de las diversas facciones en que se dividían los patriciados dominantes en cada uno de los endebles Estados Americanos, contra la obstinada resistencia de Rosas a “abrir el mercado interno” de la Confederación Argentina a el libre mercado y a la entrada de de cualquier mercancía extranjera. En este esquema Francia busca pretextos – ofensas diversas a súbditos franceses radicados en Argentina – para bloquear el Puerto de Buenos Aires, Solicita a Oribe que se le permita usar Montevideo como base naval, a lo que este, celoso de su neutralidad, se niega. En consecuencia, en forma casi natural, comienza a apoyar a Fructuoso Rivera. Este ultimo, por otra parte, contaba en sus filas con numerosos elementos unitarios, entre los que se destacaba el general Juan Lavalle, elementos unitarios, que estaban exiliados en el Uruguay, y que estaban en constante contacto con Rivera, conspirando con el para derrocar al gobierno constitucional de Manuel Oribe.

Factores Internos que provocaron la guerra

Cuando el presidente Manuel Oribe empezó a dar amnistías e indultos a los “lavallejistas” que fraguaron planes en contra de Rivera, y luego cuando los “Riverismo” se sintieron amenazados por la decidida investigación que el gobierno de Oribe estaba realizando de la labor administraba del gobierno posterior (gobierno de Rivera), La Comisión designada para analizar la administración de Rivera llego rápidamente a conclusiones irrebatibles; había habido despilfarro y fraude. El creciente nerviosismo de Rivera alteraba cada ves mas los planes de Oribe, que observaba con preocupación los contactos del caudillo con los jefes riograndeses (lo que le significaría con certeza problemas diplomáticos con el Imperio), y al compincheo abierto que tenia con los unitarios argentinos refugiados en Montevideo (lo que era preludio cierto de conflictos con Rosas). Al estallar un movimiento revolucionario en Río Grande do Sul, cerca de la frontera uruguaya (cercanía relativa, pues dicha frontera solo se conocía muy aproximadamente), Oribe se hizo cargo de la jefatura del ejército y marcho al norte, a vigilar la estricta neutralidad del país. Pese a que en los documentos tuvo la precaución de anotar que la tarea se había realizado “en acuerdo con el Comandante General de la Campaña”; Rivera se sintió desplazado y bajo sospecha, y así se lo hizo saber al presidente:

“Si ya no le soy a usted necesario, no por esto, mi amigo, se me desaire ni se me quiera faltar, porque no es lo que yo deseo esperar de la política de usted [...]. Primero dejare el puesto que ocupo que consentir ser juguete de miras o proyectos que no comprendo”.[5]

Oribe le contesto en términos conciliadores:

“Nuestras relaciones, en efecto de algún tiempo a esta parte han variado de carácter, pero no tiene usted razón de culparme de mi, que he dispensado a su persona y a sus Amigos toda clase de consideración. Fíjese usted que estos últimos hace algún tiempo que se han propuesto en una guerra abierta con el Gobierno y para ello invocan en secreto su nombre, y solo ellos son los qué agitan las pasiones de los demás. Será falso lo que dicen; yo lo creo y me lisonjeo de creerlo [...] Yo, amigo, necesito de todos, y [...] cualquiera sea el motivo que en algo nos haga discordar, no por eso debemos dejar de cooperar al bien común y a la paz interior. Usted, pues, debe conservarse, porque lejos de estorbarme, cuento con su patriotismo y buenos deseos.”[6]

Las palabras, tensas pero aun cordiales, ocultaban un enfrentamiento de personalidades que venia de lejos. Los hechos se precipitaron; Oribe clausuro “El Moderador”, un diario que publicaban los unitarios porteños instalados en Montevideo y que atacaba duramente a Rosas. Rivera protesto y el 9 de enero de 1836, el presidente suprimió la Comandancia General de la Campaña. Rivera acato la medida y se fue para su estancia de Durazno, los que motivo la sorpresa de Juan Maria Pérez (“todos, como yo, creíamos que [...], Rivera saltaría y que provocaría un movimiento anárquico, pero les pago un chasco, pues se ha portado mas subordinado que un veterano del virrey de la India”, dice en una carta a Giro). Pero esta pasividad se rompería estrepitosamente ante dos nuevas decisiones del gobierno: una era inevitable: la publicación de las conclusiones de la comisión investigadora de la administración anterior, que firmaron Juan Pedro Ramírez, Antonio Costa y Ramón Artagveytia en Junio de 1836. Pero la segunda fue una torpeza sin límites: restituyo la Comandancia General de la Campaña y nombro para desempeñar ese cargo a su hermano Ignacio Oribe. Ante esas dos bofetadas, Rivera se alzo en armas. “Las rigideces del general Oribe, que no cabían dentro del marco primitivo de aquellas horas, originarían la revolución de 1836”[7]​.

Conclusión

Cabe consignar que la guerra civil que inició Rivera el 18 de julio de 1836 no obedeció, en profundidad, el avatar de las relaciones entre ambos caudillos, sino a una serie de intereses internacionales que actuaron sobre ambos caudillos, Oribe estaba fuertemente presionado por Rosas, que por entonces no procedía como una aliado sino como un gobierno amenazador y prepotente ( el embajador Correa Morales fue muy firme y casi grosero, frente a Oribe al exigirle garantías de que los unitarios, aliados de Rivera, no seguirían conspirando contra el gobierno de la Confederación Argentina). Rivera, a su vez, se sometía – bien que con gusto, según todos los indicios – a las presiones de los unitarios porteños, que querían que tomase el poder y declarase la guerra a Rosas, y de los caudillos riograndenses, que veían en el un potencial aliado para sus proyectos independentistas. Se sumaban las pretensiones de Francia, Inglaterra e incluso Estados Unidos, todos en plena expansión colonial y tratando de sentar sus reales en esa zona del planeta. Sin la consideración de este carácter internacional no se puede entender por que este conflicto, inicialmente un combate más entre caudillos, tuvo las impensables consecuencias que tuvo.

La destrucción de Oribe y la llegada al poder de Rivera

Rivera se alzo en armas en Durazno y contó con el apoyo del general unitario Juan Lavalle, a quien Oribe odiaba por ser el que ordeno la ejecución de su amigo el caudillo federal Manuel Dorrego. Rosas envió de inmediato tropas – 3.000 hombres – al mando de Juan Antonio Lavalleja, que regresaba así a su patria al frente de fuerzas argentinas. Las tropas de ambos caudillos chocaron en la Batalla de Carpintería, el 19 de septiembre de 1836; en esa batalla histórica se emplearon por vez primera las divisas tradicionales: Oribe ordeno que sus tropas usaran una bincha blanca con el lema “Defensor de las Leyes” bordado en letras azules; Rivera dispuso a los suyos se distinguiesen por el color celeste, pero como los ponchos desteñían, se dice qué en plena batalla ordeno que sus hombres los dieran vuelta y dejaran en vista el forro, de color rojo, Nacieron así los blancos (oribistas) y los colorados (riveristas). La batalla fue ganada contundentemente por Ignacio Oribe, y Rivera debió refugiarse en Brasil; pero eso no fue más que la primera fase de una guerra mucho más larga. En 1837 el caudillo volvió a invadir, esta vez con sólido apoyo de los caudillos Bentos Manuel Ribeiro y Bento Gonçalves da Silva, y esta vez la suerte le fue favorable a Rivera. Derroto a Oribe en la Batalla de Yucutuja, luego Rivera fue derrotado en la Batalla del Yi, pero el 15 de junio de 1838, Rivera obtuvo la decisiva victoria en la batalla de Palmar ante Ignacio Oribe. En esa jornada un Rivera asombrosamente entero, pese a sus 50 primaveras, lucio un legendario coraje (que Cesar Díaz pondría absurdamente en duda después de la Batalla de Arroyo Grande) y sus dotes de lancero. Termino de decidir el triunfo de Rivera el apoyo de Francia. El 7 de octubre de 1838 el jefe de la escuadra francesa en el Río de la Plata, el contralmirante Maurice Leblanc, que estaba bloqueando el Puerto de Buenos Aires, bloqueo a la flotilla oriental al mando de Guillermo Brown y la obligo a desarmarse. Tres días después ocupo la isla de Martín García, y luego de eso apunto sus cañones hacia Montevideo. Ese fue el golpe de muerte para el gobierno de Oribe, su flota naval inutilizada, con los franceses en el poder del mar, y con las fuerzas gubernamentales diezmadas por la derrota de la Batalla de Palmar. El presidente encargo entonces una comisión integrada por Carlos Jerónimo Villademoros y Joaquín Suárez. El caudillo triunfante exigió la rendición incondicional, que Oribe rechazo. Pero al producirse la caída de la Isla de Martín García en poder de los franceses, su situación se hizo insostenible. El 21 de octubre de 1838 los delegados de uno y otro caudillo ( Ignacio Oribe, Julián Álvarez, Francisco J, Muñoz, Giro y Chucarro por el presidente; Santiago Vázquez, Enrique Martines, Anacleto Medina, Andrés Lamas y Joaquín Suárez, este ultimo que había cambiado de bando sobre la marcha, por Rivera) firmaron la capitulación. El 23 de octubre se reunió la Asamblea General, y el 24 de octubre Oribe presento su famosa carta, cuyos términos siguen provocando polémica.

“Convencido el Presidente de la República que su permanencia en el mando el único obstáculo que se presenta para volver a la misma la quietud y tranquilidad que tanto necesita, viene a V.H. a resignar la autoridad que como órgano de la Nación le habéis confiado, [...] Díganos pues, H. Senadores y Representantes, admitir la irrevocable resignación que hago en este momento del puesto que he desempeñado y concederme, además, como a los ministros que quieran seguirme, una licencia temporal para separarme por algún tiempo del País, pues así lo aconseja nuestra posición. [...] El Presidente Constitucional de la República, al descender del puesto a que lo elevo el voto de sus conciudadanos, declara ante este acto que solo cede a la violencia de una facción armada cuyos esfuerzos hubieran sido impotentes si no hubieran encontrado su principal apoyo y la mas decidida cooperación de la marina militar francesa, que no ha desdeñado aliarse a la anarquía para destruir el orden legal de esta república, que ninguna ofensa le ha inferido a Francia”.[8]

Oribe evita por dos veces hablar de renuncia o dimisión y emplea el término “resignación”; a la vez que solicita una “licencia temporal”. Es evidente que su propósito era dejar en claro que continuaba considerándose investido de la jerarquía presidencial, la que no podía ejercer por circunstancias que le eran ajenas. Este detalle jurídico tendrá importancia en los hechos inmediatos. Esta absolutamente probado que Oribe redacto personalmente esa carta y la presento a la Asamblea General, por lo cual la versión de que la escribió en Buenos Aires al dictado de Rosas es un infundió.

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Guardia militar del General Rivera

El 29 de octubre de 1838, en el barco ingles Sparrohawk, Oribe llegaba a Buenos Aires acompañado de 300 soldados y colaboradores, Rosas lo recibió como presidente constitucional y poco después le ofreció el mando de los ejércitos de la Confederación Argentina. Rivera entro en Montevideo a principios de Noviembre y se hizo cargo del poder político con carácter de dictador, desplazado al presidente de la Asamblea General, Gabriel Antonio Pereira:

“Rivera me recibió con gran cordialidad y me agradeció los servicios que le he prestado, declarando que a ellos debe su propia entrada de Montevideo, y como testimonio de su reconocimiento y de su franca amistad por mi, me pidió darme I’accolade, o sea, un beso a la francesa.”[9]

El 1 de marzo de 1839 don Frutos es elegido presidente constitucional, declarando la guerra a Rosas como una de las primeras medias de su segundo gobierno constitucional.

Conflictos

Conflicto Ideológico

La lucha entre unitarios y federales argentinos, continuación del largo conflicto ideológico iniciado en 1811 con Artigas. Los unitarios atacaban intransigentemente el gobierno autoritario de Juan Manuel de Rosas, manejando el esquema “civilización” contra “barbarie”, los unitarios eran generalmente defensores del liberalismo político, mientras los federales se proclamaban defensores de la soberanía nacional y acusaban a sus adversarios de ser agentes al servicio de intereses extranjeros y eran partidarios de un nacionalismo autoritario. Los unitarios, liderados ideológicamente por Domingo Faustino Sarmiento, se veían como representantes de la cultura de raíz europea, tolerante y civilizada, y consideraba a sus adversarios, los caudillos federales y sus aliados, una suerte de señores feudales primitivos y bárbaros, que debían ser políticamente eliminados como condición imprescindible para cualquier forma de progreso. Los colorados uruguayos participaban de tal esquema, al menos los montevideanos del gobierno de la Defensa. Por su parte, los federales, con Rosas a la cabeza, se veían como defensores de la soberanía nacional frente a la prepotencia extranjera y sostenían que las formas autoritarias de gobierno eran imprescindibles debido a la agresividad de la intervención de las potencias europeas. Los blancos de Oribe actuaron insertos en ese esquema ideológico. Cabe señalar que mas allá de las intenciones y la retórica, ambos bandos se caracterizaron por una gran intolerancia, Sin embargo, los excesos represivos de la tiranía rosista favorecieron al margen de sus enemigos, y provocaron que algunas destacadas personalidades que en algún principio actuaron de su lado, terminaran luchando con sus enemigos.

Conflicto Social

Los federales expresaban a las montoneras del medio rural, y Rosas, particularmente, busco el respaldo de las clases serviles y de los sectores populares de Buenos Aires, mientras que los unitarios promulgaban que el control debía de estar en los doctores de la ciudad, y no en los caudillos rurales de reminiscencias bárbaras. Este conflicto social no solo se presentaría solamente como un estimulante de la guerra entre unitarios y federales, sino también como un estimulante de inestabilidad para los dos bandos, dado que en ambos bandos existían caudillos y “doctores” (aunque en el bando unitario había un numero mayoritario de “doctores”, existían caudillos unitarios, y en el bando federal pasaba exactamente lo contrario). Entre los caudillos y los “doctores” se produjo una intensa puja. Los conflictos en El Gobierno del Cerrito entre Oribe por un lado y Bernardo Prudencio Berro o Eduardo Acevedo por el otro, y en el Gobierno de la Defensa entre Rivera y Flores por una parte y Manuel Herrera y Obes y Joaquín Suárez por otra parte, fueron expresión de esta oposición, que se prolongaría a lo largo de todo el siglo XIX.

Conflicto Diplomático y Político

La lucha de la Confederación Argentina y de sus aliados orientales por el reconocimiento de derechos de soberanía nacional desconocidos o discutidos por las potencias europeas con intereses en la zona (Francia e Inglaterra). El punto central, aunque no el único fue el presunto derecho, sostenido por los señalados países, a la libre navegación de los ríos interiores, que los federales consideraban potestad de los gobiernos nacionales. Este aspecto se expreso en un largo conflicto diplomático y en la participación de las fuerzas europeas a favor de la alianza entre unitarios y colorados. La participación del Brasil en el desenlace del conflicto, que tan caro costo al Uruguay, tuvo otras características, y se enmarca en la pretensión histórica de Brasil de extender su limite sur lo mas cerca posible del Río de la Plata, al que siempre considero su frontera natural.

Las dos “Legalidades”

La lucha, en Uruguay, de blancos contra colorados, centrada en la pretensión de Manuel Oribe de ser reconocido como presidente legal del país por haber sido derrocado por un levantamiento situado al margen de toda la legalidad. Dos “legalidades” (ambas igualmente ilegales de acuerdo con el texto constitucional) se enfrentaron: la del gobierno de Oribe, ejercido sobre todo el país menos Montevideo desde El Gobierno del Cerrito, y la del gobierno llamado “de la Defensa”, encerrado en los muros de la capital, que consideraba a Oribe dimitido en 1838 y juzgaba legal la elección de Rivera como tercer presidente constitucional de 1839 y ajustada al derecho su sucesión en el gobierno encabezado por Joaquín Suárez.

Conflicto Militar

La “Guerra Argentina” (1839-1843)

En esas condiciones, y con el entusiasta apoyo de Francia, comenzó una sublevación unitaria contra Rosas. Rivera, abandono su vieja alianza con los caudillos riograndenses, buscando el apoyo del gobernador de Corrientes, Berón de Astrada, con el cual firmaron un tratado contra Rosas y se abrieron las hostilidades (Corrientes, que tenía buenos puertos de río, seguía una política librecambista que chocaba frontalmente con la de Rosas y aspiraba a que se reconociera la libre navegación de los ríos, lo que le permitiera comerciar directamente con naves europeas que remontasen el Paraná hasta sus puertos). En Febrero de 1839 Rivera firmo el documento por el cual se declaraba la guerra a Rosas: “benemérito pueblo argentino sino que al tirano del pueblo inmortal de Sud América”. Pocos días después Genaro Berón de Astrada hacia lo propio. Los gobernadores de Santiago del Estero, Catamarca y La Rioja daban señales de que no verían con malos ojos el derrocamiento de Rosas, y el prestigioso general Juan Galo de Lavalle, hasta entonces radicado en Montevideo y reacio a entrar en el conflicto por oponerse a la intervención francesa, se sumo a la lucha. Los ejércitos federales, sin embargo dieron testimonio de su efectividad y del innegable apoyo popular que gozaban. Pascual Echagüe el gobernador de Entre Ríos y general de la confederación, recibía cada ves mas refuerzos de Santa Fe y Buenos Aires qué se concentraron en Calá, y luego, siguiendo la Cuchilla Grande de marcharon sobre los unitarios, quienes retrocedieron hasta Pago Largo, al sudoeste de Cuzuzú Cuatiá, Provincia de Corrientes, donde Genaro Berón de Astrada, comandante de los correntinos, espero a las fuerzas entrerrianas. El 21 de marzo de 1839, el gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe derroto completamente a Genaro Berón de Astrada en la Batalla de Pago Largo, en la que hubo una terrible degollatina de heridos y prisioneros y en la que fue muerto el propio Genaro Berón de Astrada. En Junio fracasó en Buenos Aires un intento de asesinar a Rosas que supuso el fusilamiento del coronel Ramón Maza; los emigrados unitarios de Montevideo proclamaban: “Es acción santa matar a Rosas”. En julio, Lavalle desembarco en Entre Ríos, dispuesto a combatir a Pascual Echagüe (Firmo una proclama adhiriéndose al federalismo pero nadie la tomo en serio). De ahí paso a Corrientes, donde se puso a las órdenes del nuevo gobernador Pedro Ferré. A consecuencias de la Batalla de Pago Largo, el general Pascual Echagüe invadió el territorio oriental el 29 de julio de 1839, atravesando el río Uruguay por Salto. De esta manera, las operaciones militares se trasladaron a suelo uruguayo. Luego del desastre de Pago Largo, Rivera comprendió que la invasión desde Entre Ríos era inminente y procedió a destacar fuerzas de caballería sobre la costa del río Uruguay, “concentrando una parte importante de la misma sobre el río Queguay a las ordenes de sus mejores [jefes] divisionarios, mientras que el, con el resto permanecerla en el Durazno”. El plan de don Frutos consistía en iniciar operaciones de hostigamiento apenas cruzara Pascual Echagüe al territorio uruguayo, y en ese inteligente juego salto del río Queguay al río Negro y luego al río Santa Lucia, donde se cubrió tras esa barrera hasta recibir la tonificante incorporación de su infantería y artillería, unidades que les fueron desde la cercana plaza de Montevideo. Sabiéndose débil para provocar un combate campal, Rivera siguió realizando una guerra de recursos, manteniendo constante vigilancia sobre las fuerzas invasoras. La necesidad de proveerse de ganado para las tropas federales propicio que se desprendieran del grueso del ejército de Pascual Echagüe varias divisiones, entre ellas la de los coroneles Leonardo Olivera y Manuel Lavalleja hacia las regiones de Maldonado y San José respectivamente. Todas fueron batidas en diversos encuentros, las fuerzas de Manuel Lavalleja por Anacleto Medina nuevamente en las puntas del arroyo Arias. A su vez, el coronel Leonardo Olivera fue derrotado el 17 de octubre por el coronel Fortunato Silva, en San Carlos. El general Rivera abandona finalmente la barrera del río Santa Lucía, donde se había mantenido cubierto hasta entonces, para salir resuelto a dar batalla al enemigo siguiéndolo en sus desplazamientos a través de la república. Rivera derroto al ejército de Echagüe en la Batalla de Cagancha con tan solo 3.000 hombres, mientras que Pascual Echagüe lo duplicaba en número teniendo a su disposición un ejército de 6.000 hombres. La victoria de Rivera dio un nuevo impulso a los unitarios, que comenzaron a presionar al entonces presidente oriental para que invadiera el territorio argentino, cosa a la que este se negó. Lavalle, entonces, asumió el protagonismo y embarco 4.000 correntinos en barcos franceses para llevarlos a la provincia de Buenos Aires, contra la opinión del gobernador Pedro Ferré. Lavalle desembarco en San Pedro el 5 de agosto de 1840 y avanzo sobre la capital; esperaba un alud de gente en su apoyo, pero solo encontró hostilidad e indiferencia. Cuando se encontró con el ejército de Rosas, decidió no combatir, y el 7 de septiembre ordeno la retirada. Esta medida fue objeto de durísimas críticas de algunos de sus propios subordinados y de los emigrados unitarios de Montevideo, que no vacilaron en sugerir que era un traidor. Sin duda Lavalle estaba viviendo una profunda crisis personal, que se revela en sus cartas, y se había visto terriblemente afectado por la falta de apoyo de la población:

“No he encontrado sino hordas de esclavos; tan envilecidos como cobardes y muy contentos con sus cadenas […] Es preciso que sepas, mi adorada, que la situación de este ejercito es muy critica. En medio de territorios sublevados o indiferentes, sin base, sin puntos de apoyo, la moral empieza a resentirse y es el enemigo que mas tengo que combatir” [10]
Lavalle fue uno de los generales unitarios mas importantes de la Guerra Grande

Paso entonces Lavalle a Santa Fe y ocupo la provincia, en medio de los mas atroces desmanes, que contaban con el apoyo explicito del general, sumido en una depresión cada vez mas profunda (“¿disciplina en nuestros soldados? ¡No! ¿Quieren matar? Déjenlos que maten. ¿Quieren robar? Déjenlos que roben”) [11]​ . De ahí marcho hacia Córdoba, procurando tomar contacto con el general Araoz de Lamadrid, inicial aliado de Rosas que había defeccionado y estaba al frente de una nueva coalición hostil al Restaurador. La firma, el 29 de octubre de 1840, de la Convención Mackau-Arana, que levantaba el bloqueo francés, fue un golpe de muerte para la causa antirrosista; pero el desastre llegaría el 28 de noviembre, cuando en Quebracho Herrado (o Quebrachito) Lavalle se encontró con las tropas rosistas que comandaba Oribe. Se enfrento, en lo que seria llamado la Batalla de Quebracho Herrado y el caudillo oriental obtuvo ahí una aplastante victoria. Lavalle y Lamadrid buscaron apoyo de los emigrados unitarios que estaban en Chile, encabezados por Sarmiento, y proclamaron una guerra a muerte. “Debe imitarse a los jacobinos de la época de Robespierre” – proclamaba Sarmiento, y Lamadrid –: “Que quemen en una hoguera a cuantos montoneros agarren”. Pero las victorias federales se sucedían. Por fin, el 19 de septiembre de 1841, Oribe derroto nuevamente a Lavalle en la Batalla de Famaillá. El clima de odio e intolerancia era derribe y se expresa en los documentos. Pacheco, general oribista, escribía: “El titulado general salvaje unitario Mariano Acha fue decapitado ayer y su cabeza puesta en la expectación publica” (Acha había sido el entregador de Dorrego, por la cual era particularmente odiado por los federales). Y el propio Oribe, totalmente transfigurado:

“Treinta y tantos muertos y algunos prisioneros, entre los que quedo el salvaje unitario titulado general Juan Apóstol Martínez, al que le fue ayer cortada la cabeza, fue el resultado de este hecho de nuestras armas federales”[12]

Después de la Batalla de Famaillá se fusilo y degolló a numerosos prisioneros, lo que contribuyo a generar en torno a Oribe la imagen de “degollador” que la historia le es hostil aun pretende mantener. Con poco más de 200 hombres, Lavalle siguió hacia el norte, rumbo a Jujuy, siempre perseguido por Oribe. El 8 de Octubre llegaron a la ciudad de Jujuy, y Lavalle, enfermo, dejo a su tropa en el exterior y entro a la ciudad con una escolta de ocho hombres. A las 2 de la madrugada del 9 de octubre entro a la casa del ciudadano unitario Zenarrusa, donde había parado, hasta pocos días atrás, el gobernador de la provincia, Elías Vedota, antes de emprender la huida. Lavalle dejo tres centinelas en la puerta y se fue a dormir. Al amanecer una partida de soldados federales llego hasta la residencia con animo de detener a Vedota, cuya fuga se ignoraba se suscito entonces un tiroteo entre los hombres de Lavalle y los recién llegados, en el curso del cual el general recibió un balazo en la gargarita y falleció. Sus hombres huyeron y los federales los persiguieron dejando abandonado el cadáver de Lavalle, quien no habían reconocido.

El fin de Lavalle

Lo que siguió es una trágica historia de odio, horror y fidelidad. Oribe, se dice (al menos, así lo creían los hombres de Lavalle) había jurado llevar a Rosas la cabeza del general unitario; de hecho, una comunicación suya a Arredondo, gobernador de Córdoba, producida una vez que se supo la muerte de Lavalle, decía:

“He mandado hacer pesquisas sobre el lugar donde esta enterrado el cadáver para que le corten la cabeza y me la traigan” [13]

La pequeña partida de Lavalle, juramentados en la consigna “¡Oribe nunca tendrá el cuerpo del General!”, Regresaron a Jujuy, donde el occiso yacía en el sitio de su deceso, envolvieron el cadáver en un lienzo y lo colocaron sobre un caballo, boca abajo y atravesado. Lo cubrieron con un poncho celeste (color unitario) y marcharon hacia el norte, rumbo a la quebrada de Humahuaca. Diez hombres rodeaban los restos de Lavalle, comandados por Laureano Mansilla, con el juramento de morir antes de permitir que alguien profanara el cadáver. Atravesaron la quebrada y como el cuerpo se había descompuesto, a orillas del arroyo Huancalera lo descarnaron, guardaron su corazón en un frasco de vidrio que contenía alcohol, envolvieron la cabeza en un pañuelo y sequías, hacia el norte hasta internarse en territorio de Bolivia. Oribe, terrible, se lo contaba así a Rosas:

“Por fin, no llegaron a Bolivia del salvaje unitario Lavalle mas que los huesos y el pellejo de cara. Lo demás quedo para pasto de los cóndores, como lo merecía”[14]

Arroyo Grande

No todo iba bien para las armas federales, sin embargo; el 28 de noviembre de 1841 el general unitario José Maria Paz (el “Manco Paz”) derroto al gobernador de Entre Ríos Echagüe en la Batalla de Caaguazú. Pascual Echagüe debió huir y fue suplantado en la gobernación provincial por Justo José de Urquiza, que pasaría a jugar un papel decisivo en los acontecimientos que advenían. Auto designándose gobernador de Entre Ríos, Paz organizo una reunión en el Río Paraná con Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, Juan Pablo López, de Santa Fe (federal enemistado con Rosas) y Fructuoso Rivera, presidente del Uruguay. Representantes de estos cuatro caudillos se reunieron en Febrero de 1842 y convinieron continuar la guerra contra la Confederación, pero con el objetivo preciso de formar un nuevo Estado compuesto por los citados territorios, a los cuales se agregaría Río Grande do Sul, constituido entonces en la República Riograndense (Su principal jefe Bentos Gonçalves, había acordado su participaciones el proyecto con Rivera, en secreto). Pero la coalición, y su proyecto de construir lo que se ha dado en llamar el “Uruguay mayor”, no funciono adecuadamente; nadie reconocía a José Maria Paz como gobernador de Entre Ríos, y el 25 de octubre de 1842, en una reunión realizada en Paysandú directamente por los jefes de la alianza (Paz, Rivera, Ferre, López y Bentos) se acordó dar el mando supremo a las tropas de Rivera, lo que disgusto mucho a José Maria Paz y provoco su retiro. Para ese entonces el almirante Brown había derrocado a la flota riverista (comandada por Giuseppe Garibaldi) en Martín García, y en Buenos Aires se había desatado una terrible matanza de adversarios de Rosas que el propio Restaurador debió detener:

“… he visto con el mas serio y profundo desagrado los escandalosos asesinatos que se han cometido en estos últimos días, los que, aunque han sido sobre salvajes unitarios, nadie, absolutamente nadie, esta autorizado para semejante barbaridad.” [15]


Oribe, triunfante, regresaba desde Jujuy y llego al territorio de Entre Ríos; Rivera cruzo entonces el Río Uruguay y marcho a enfrentarlo en Arroyo Grande. Comento así uno de los más grandes errores de su vida. Rosas habría engañado al diplomático ingles Mandeville, que se las daba de amigo suyo, haciéndole creer a Oribe que estaba prácticamente desvalido, sin caballos y con pocas armas. “Si el Pardejón` supiera aprovecharse…” – habría dicho -. Mandeville, de inmediato, envió a un hombre de su confianza al Uruguay a dar la nueva a Rivera, que la creyó a pie juntillas y marcho en busca de su viejo enemigo, a quien creía sorprender jamás procedió Rivera con tanta celeridad ni con mayor aturdimiento.

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La Batalla de Arroyo Grande fue una de las mas encarnizadas de la Guerra Grande

El 6 de diciembre de 1842 se trabo la batalla; ambos ejércitos contaban aproximadamente con 8.000 soldados. Las tropas de Oribe estaban compuestas por orientales al mando de su hermano Ignacio Oribe, entrerrianos comandados por Urquiza y soldados del Ejercito de la Confederación Argentina. Las de Rivera, por orientales que comandaba el propio caudillo, correntinos, santafecinos y entrerrianos, comandados por Pedro Ferré y López. La victoria de Oribe fue aplastante, y Rivera huyo del campo de batalla abandonando su caquetá, su espada y sus pistolas. La Batalla de Arroyo Grande significo la apertura de una nueva etapa de la Guerra Grande. Rivera regreso a marchas forzadas a Montevideo, y Oribe lo siguió, invadiendo territorio oriental. El 16 de febrero de 1843 la vanguardia de sus tropas acampaban en el Cerrito y sitiaban Montevideo.

El Sitio Grande (1843-1851)

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Durante ocho años el Uruguay estuvo en estado de guerra, recorrido del norte al sur por ejércitos uruguayos, franceses, vascos españoles, de unitarios y federales argentinos, italianos etc. dividido en dos gobiernos: El Gobierno del Cerrito, precedido por Oribe, cuyo mandato “legal” fue prolongado por las Cámaras que allí se instalaron con muchos de los hombres que integraban el Parlamento disuelto por Rivera en 1838, y el Gobierno de la Defensa, encabezado por Joaquín Suárez como presidente interino (una interinidad de ocho años). No hubo en ese tiempo acciones militares decisivas; Oribe, pudo atacar Montevideo y tratar de tomarlo por asalto en varias ocasiones, pero nunca lo intento. Rosas ordeno al almirante Brown que bloqueara Montevideo, lo cual, de haberse hecho efectivo, hubiera significado el rápido colapso de el Gobierno de la Defensa, pero Inglaterra forzó el levantamiento del bloqueo, como ya se ha señalado. La ciudad resistía a merced al apoyo que le daban los barcos franceses e ingleses, los cuales no dejaban por ello de comerciar con El Gobierno del Cerrito a través del puerto del Buceo. Los conflictos internos fueron constantes en ambos gobiernos, pero sobre todo en la Gobierno de la Defensa, carente de un caudillo carismático como si lo había en El Gobierno del Cerrito. Fructuoso Rivera, que debió jugar ese papel, fue desterrado elegantemente al Brasil en 1845, después de su derrota en la Batalla de India Muerta ante Urquiza, y los jefes militares que permanecieron – Melchor Pacheco y Obes, Lorenzo Batlle, Venancio Flores – no tenían aun dimensión de caudillos. Con frecuencia pasaban varios meses sin que se disparara un tiro. Los intercambios entre ambos campos – sitiadores y sitiados – fueron frecuentes, y a veces se permitía a las familias divididas que se encontraran en extramuros, La muerte de Dámaso Antonio Larrañaga (16 de Febrero de 1848). Que vivía en Miguelete, cerca del Cerrito, y celebraba misa todos los domingos en la Iglesia Matriz de Montevideo, determino un cese transitorio de la guerra y la participación de gente de ambos bandos en sus exequias.

La Defensa

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Ejercito del Gobierno de la Defensa

Al finalizar el mandato de Rivera, no se pudieron realizar elecciones y se designo como presidente interino a Joaquín Suárez, que ejerció ese cargo durante ocho años, hasta el final de la guerra. En lugar de las Cámaras se crearon dos organismos que hacían las veces de Poder Legislativo: la Asamblea de Notables y el Consejo de Estado, provistos por designación directa, Fueron mucho más que una forma de encubrir una dictadura; intentaron realimente ejercer sus funciones de contralor del gobierno, y los conflictos con el Poder Ejecutivo fueron constantes. El Gobierno de la Defensa abolió parcialmente la esclavitud (aun con Rivera en la presidencia), decretando la libertad de todos los esclavos pero haciéndola efectiva parcialmente solo para que ellos que entraran a servir en el ejercito; los demás (mujeres, niños, ancianos) quedaban en situación de “colonos”, lo que en la practica significaba una prolongación del estatuto servil. Gobierno de la Defensa puso en funcionamiento, la Universidad, creada por Oribe durante su mandato legal, pero interrumpida en su labor por la guerra, En términos generales, los hombres de El Gobierno la Defensa se consideraban defensores de las libertades, de los derechos humanos, del progreso proveniente de Europa, desconocidos por el autoritarismo y de la independencia nacional puesta en cuestión por la alianza de Oribe con Rosas; en ese combate, cargando de idealismo, se vieron a si mismos como numantinos adalides de una causa justa, y revelaron en la defensa de la misma una gran determinación y mucha inteligencia, liderados por Manuel Herrera y Obres. En su empeño, sin embargo, terminaron por rodearse de extranjeros de todo origen, por favorecer la invasión del país por ejércitos de Entre Ríos y del Brasil y por enajenar definitivamente una parte sustancial del territorio de la nación.

El Cerrito

El gobierno de Oribe, instalado en el Cerrito, próximo a la llamada Villa de la Restauración, reconstruyo las Cámaras disueltas por Rivera en 1838 y trato de cubrir sus acciones con el respecto a cierta legalidad; se realizaron, con las limitaciones del caso, elecciones para proveer los cargos que habían quedado bacantes en el Parlamento, y este, aprobando una legislación extraordinaria, renovó periódicamente el mandato de Oribe como presidente. Este ejerció una fuerte influencia de tipo caudillesco y, aunque en general gobernó con moderación, su autoritarismo le genero conflictos con el sector liberal o “doctoral” de su bando, representado por personalidades como Bernardo Prudencio Berro, Carlos Jerónimo Villademoros, su canciller, que mantuvo una fuerte rivalidad con la creciente figura de Bernardo Prudencio Berro. El Gobierno del Cerrito comerciaba a trabes del puerto del Buceo, que había instalado una aduana cuyo edificio aun se conserva (la “aduana de Oribe”) y los productos llegaban y partían del puerto a través del Camino del Comercio ( en la calle que, parcialmente, conserva ese nombre). Oribe también organizo en las afueras de la ciudad un gobierno paralelo con tres campamentos. El campamento del Cerrito, donde se organizaba la milicia, con capital en Restauración ciudad que hoy es el montevideano barrio de la Unión, donde se manejaba la política, y el del puerto del Buceo, donde se dirigía la economía del país y por donde se sacaban los cueros para exportar. A cargo del control de casi todo el país, El Gobierno del Cerrito dejo una ingente obra legislativa, cuyo punto máximo fue la abolición de la esclavitud en forma total en 1846, rígidamente aplicada y vigilada por Oribe personalmente, Se tomaron medidas de control de las fronteras, se fundaron institutos de enseñanza y se reorganizo un Poder Judicial que funciono de manera independiente, dentro de las circunstancias. Los hombres del Cerrito se consideraban defensores de la soberanía nacional, entendiendo nación en sentido amplio, con alcance americano. Se manifestaron contrarios a toda injerencia europea y resistieron con heroísmo. Oribe, dependiente de Rosas en el plano militar, de celoso guardián de los asuntos internos y tuvo tormentosos conflictos con algunos jefes militares y algunos diplomáticos del Restaurador. No hay elemento alguno que confirme que en los proyectos de los hombres del Cerrito estuviese la reanexión del Uruguay a la Confederación Argentina, como denunciaban – y temían – sus adversarios.

Desarrollo del Conflicto

Si bien en esos nueve años de sitio, las relaciones entre sitiados y sitiadores tuvieron sus altos y bajos, la realidad en la campaña era otra. Allí estaba el general Rivera, recorriendo la campaña y enfrentando a los sitiadores, A poco más de un año de haberse sitiado Montevideo – durante el invierno de 1844, Rivera le escribe a don Santiago Vázquez una carta relatando sus andanzas, desde las batallas hasta las intrigas.

“Tenemos un Ejercito con que hemos de combatir 20 años si necesario fuere para liberar nuestra Patria; es verdad que estamos muy pobres, nada tenemos sino patriotismo, pero nada ha de arredrarnos hasta ver libre a la Republica de los feroces y bárbaros invasores; si ella se pierde, porque esta sea la suerte que le esta deparada, con ella nos hemos de defender todos, y nuestros enemigos tendrán la gloria de contar nuestros cadáveres, pisar nuestras cenizas […] Señor Ministro y mi amigo… El Gobierno de Buenos Aires nos desafió a la guerra , la aceptamos gustosos y yo no que he debido ni puedo hacer mas de lo que había de sustentarla y la sustentare a la par de todos mientras exista […] [16]

Rosas, decidido a destruir a Rivera, apoya al general Oribe con un cuerpo expedicionario de 4.000 entrerrianos al mando del general Justo José de Urquiza. Por su parte, Rivera realiza los siguientes movimientos: envía al Comandante Doroteo Pérez a Montevideo con la finalidad de pedir tropas de Infantería para la batalla decisiva, Por otro lado, deja acampando los gruesos del Ejército en las costas del arroyo Alférez, mientras que Frutos, junto a 500 tiradores y 500 lanceros, va rumbo a Minas para atraer a Urquiza a un terreno mas apropiado a sus tropas para el combate, contando siempre con la infantería que llegaría de la capital. Para recibir dichos contingentes, se comisiono al general Medina y al coronel Olavaria, quienes acompañados por el capitán Gregorio Suárez, se dirigieron a la Isla de La Paloma, donde obtuvieron municiones e información: Los franceses Neirac y Bihoul, dueños de una ballenera que provenía de Montevideo, les proveen de municiones y les informan que el Gobierno planificaba el envió de las tropas solicitadas. El jefe del Estado Mayor General, José Antonio Costa envía un parte a Rivera manifestándole sus dudas acerca de la llegada a tiempo de los recursos solicitados al Gobierno de la Defensa.

Rivera, quien venia desde Arequita, regresa y quedan el comandante Vega y Silveira con ordenes de cubrir la retirada y comunicar novedades. Las primeras informaciones sobre el enemigo no sorprendieron a Rivera: además de los 3.000 hombres con que Urquiza venia marchando de día, avanzaba por la noche, distante siete leguas de su retaguardia, otra columna cerrada con flanqueadores, cuyo numero no se podía precisar. Eso demostró a Rivera que no se habían salido los refuerzos solicitados de Montevideo porque entonces Urquiza, que tenia muy buena información, no hubiese comenzado su avance. Frente a esta situación, reúne a sus jefes de división para comunicarles de la decisión de salir al encuentro de Urquiza, recibiendo apoyo unánime en que se debía dar batalla sin esperar más. En el acta labrada y siendo grabada por todos los jefes presentes que en esa oportunidad se consigna, entre otras cosas:

“Las circunstancias le ponen en el caso de volver a tomar la iniciativa sobre las fuerzas que sitian su Capital para buscar la incorporación de ambos ejércitos, […] Que se hace imprescindible la ocupación al efecto del Departamento de Maldonado, para la colocación del convoy de familias. […] Que una fuerza enemiga de 2.000 hombres al mando del General invasor Urquiza, que sigue su marcha a retaguardia del Ejército con el objetivo, sin dudas de cruzar sus miras […] No solamente por los motivos expuestos por el General en Jede, mas también para aprovechar el estado brillante de moral, disciplina y entusiasmo de todos los Cuerpos del Ejércitos”[17]

Mas allá del alto espíritu que bañaba a las tropas riveristas, la realidad era que se los encontraba casi sin armas, mal vestidos y cansados. La falta de armamento y la imposibilidad de recibirlo antes de la batalla motivo que muchos soldados, no teniendo otra cosa que cuchillos, facones y tijeras de tusar, se ocuparan de cortar varas de sauce para con ellas confeccionar las lanzas. El ejército de Rivera se pone en movimiento rumbo al arroyo de India Muerta y es vencido el 27 de marzo de 1845 en lo que fue llamado la Batalla de India Muerta, con un ejército que contaba entre 2.000 y 3.200 hombres, perdiendo 1700 hombres, frente al ejército de Urquiza que contabilizaba en total 3.000 hombres, con un total de 160 bajas. En 1846 regreso nuevamente Rivera y, por medio de un golpe fulminante preparado en gran parte por Bernardina Fragoso, volvió a tomar el poder militar de el Gobierno de Defensa apoyado por sus viejos caudillos, que proclamaban “se viene el patrón”. De inmediato intento entrar en contacto con Oribe para procurar una solución “entre orientales”, pero su derrota militar en el la Batalla del Cerro de las Animas (enero de 1847) frustro ese propósito, y el caudillo fue definitivamente desterrado al Brasil en enero de ese mismo año. Mientras tanto, y desde 1845, Rosas enfrentaba otra intervención armada de Francia e Inglaterra, que tuvo su punto más alto en la Batalla Vuelta del Obligado (noviembre de 1845) cuando se libro una batalla naval de gran importancia. Paralelamente a esta ofensiva, Garibaldi, al frente de sus mesnadas, asolo Colonia del Sacramento (30 de agosto de 1846) y ocupo Gualeguaychú y Salto, además de la isla Martín García. Pero la firmeza de Rosas en la defensa de la soberanía nacional y los cambios políticos en Europa (victoria de los liberales en Inglaterra, revolución de 1848 y establecimiento de la republica de Francia) determinaron que en 1849 se firmara el Acuerdo Southern-Arana, por el cual Inglaterra se comprometía a retirar sus barcos, reconocía el derecho soberano de la Argentina a la navegabilidad de sus ríos interiores y aceptaba desagraviar el pabellón argentino. El 27 de agosto de 1850 se firmo la Convención Le Predour-Aran, que establecía similares condiciones para Francia. Rosas había obtenido una gran victoria, había reafirmado y hecho respetar la soberanía nacional, y Montevideo parecía condenada a una rápida derrota. El gobierno de la Defensa envió entonces a Francia a Melchor Pacheco y Obes en busca de auxilio, pero este, pese al brillo con que desempeño su misión, trajo poco más que buenas palabras y un libro redactado por Alejandro Dumas, Montevideo o la nueva Troya.

La coalición antirrosista (1851-1852)

Sin embargo, en el año 1851 la situación sufrió un cambio radical. Por un lado, el diplomático Andrés Lamas obtenía del Imperio del Brasil, bien que a un precio muy alto, el compromiso de este de intervenir en el conflicto en favor del Gobierno de la Defensa. Y por el otro, el caudillo entrerriano Justo José de Urquiza rompió su alianza con Rosas. Pasaron en esta decisión diversos motivos, que van desde la creciente oposición de intereses de Entre Ríos y la política del Restaurador (que. por mas federal que fuera, seguía empleando el puerto de Buenos Aires como vía de salida de toda la producción del área) hasta las ambiciones personales de Urquiza, transformado en uno de los hombres mas ricos y poderosos de la región, y reacio, por tanto, a continuar bajo la égida de otro caudillo. El 3 de abril de 1851, y ya en estrecha comunicación con el canciller del Gobierno de la Defensa, Manuel Herrera y Obes, Urquiza declaro su ruptura con Rosas y el 1 de mayo lo desconoció como encargado de las relaciones internacionales de la Confederación Argentina, El 29 de mayo se firmo en Montevideo un tratado de alianza ofensivo-defensiva entre el gobierno de la Defensa – que se presentaba como el único legitimo en el Uruguay -, el Imperio del Brasil y la provincia de Entre Ríos (los firmantes fueron, respectivamente, Manuel Herrara y Obes, Da Silva Pontes y Cuyás y Sampere). En su texto los firmantes acordaban “hacer salir del Uruguay al general don Manuel Oribe y a las fuerzas argentinas que manda”, y establecían que cualquier acto del gobierno argentino en contra de este propósito lo convertiría en enemigo de la coalición. El ejercito oriental se colocaba bajo el general Eugenio Garzón, ex blanco que se había cambiado por discrepancias con Oribe. Una cláusula de fundamental importancia que establecía:

“… será obligación del presidente electo [del Uruguay] celebrar con el gobierno imperial todos los ajustes y convenciones exigidos por la necesidad o el interés de mantener las buenas relaciones internacionales, si tales ajustes no hubieran sido celebrados por el gobierno precedente”.[18]

El 19 de julio de 1851 el Uruguay fue invadido por Urquiza, que cruzo el río Uruguay por Paysandú; por Garzón, que cruzo el mismo río a la altura de Concordia. En Paysandú se sumaron a Urquiza. Servando Gómez, Lucas Piriz y otros oficiales oribistas, artos de aquella guerra interminable y previstos de su resultado. Ignacio Oribe, que rechazo indignado una oferta para pasarse de bando, pretendió presentar batalla a los invasores, pero sufrió la deserción en masa de sus tropas. Manuel Oribe, entonces, dejo 6.000 hombres en el sitio y al frente de 3.000 se dirigió hacia Urquiza, uniendo esas fuerzas con las que le quedaban a su hermano Ignacio Oribe.

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La Batalla de Caseros significo el derrocamiento de Rosas y el fin total de la Guerra Grande

Urquiza, en espera de refuerzos provinentes del Brasil, eludió el combate. El 4 de septiembre, 13.000 brasileños ingresaron por Santa Ana, y Oribe comprendió que no tenía posibilidad alguna de resistir. Envió ante Urquiza a Lucas Moreno con instrucciones de llegar a un acuerdo y se retiro a El Gobierno del Cerrito, Después de una larga negociación, se firmo el 8 de octubre de 1851 el acuerdo que ponía fin a la Guerra Grande. Según el mismo, el Uruguay quedaba bajo el control del Gobierno de la Defensa, que se comprometía a convocar elecciones a la brevedad posible. Se establecía que todos los orientales, al margen del bando que se hubieran alineado, tendrían los mismos derechos; que Oribe quedaba en libertad y podrían disponer de su persona; que los actos de El Gobierno del Cerrito se considerasen legales a todos los efectos, y que el nuevo gobierno a ser elegido asumiría las debidas contraídas por aquel. Se reconocía que la resistencia a la intervención anglo-francesa se había echo con el propósito de defender a la independencia oriental y que, en definitiva, en el conflicto terminaba “sin vencido sin vencedores”. Verbalmente, se establecía la inmediata evacuación de las tropas argentinas, aunque Urquiza se quedo con el valioso parque e incorporo la mayoría de los soldados a sus tropas. El 12 de octubre, Andrés Lamas pagaba, en nombre del Uruguay, un pesado precio por la intervención solicitada: cinco tratados (de alianza, de límites, de prestación de socorros, de comercio y navegación y de extradición) que el propio Lamas, en correspondencia con su gobierno, calificara de “malísimos”. Por ellos, Uruguay cedía la soberanía de las Misiones Orientales (ya ocupada en los hechos por el Imperio), permitía la participación de fuerzas militares brasileñas en sus conflictos internos a pedido el “gobierno legitimo” del país, recibía un préstamo de 138.000 patacones ( que debía pagar a un interés del 6%) y reconocía a cambio una deuda de guerra de 300.000, en garantía del pago de cual consentía en enajenar sus rentas publicas, declaraba libre la navegación del río Uruguay y sus afluentes, aceptaba la prohibición de poner impuestos a la exportación del tasajo y del ganado en pie al Brasil ( lo que provoco la ruina de los saladeros uruguayos) y se obligaba a devolver a Brasil los esclavos que se escaparan y buscaran refugio en la Republica. La Guerra Grande fue un desastre tanto para el Uruguay como también para Argentina; la economía del país quedo en ruinas, los odios partidarios se hicieron irreversibles y Uruguay quedo enajenado, empequeñecido y sometido al Imperio del Brasil. Fue desde esta catastrófica situación que hubo que comenzar a crear un país independiente.

Movimiento de tropas finales de la guerra, en verde, tropas brasileras, de Diamante parten las fuerzas de Urquiza, hasta la batalla de Caseros

Finalizado el conflicto en el Uruguay, la coalición ataco directamente a Rosas. El 3 de febrero de 1852 se libro la Batalla de Caseros, en la provincia de Buenos Aires, en la cual las tropas aliadas, comandadas por Urquiza e integradas por unos 20.000 argentinos, 4.000 brasileños y 2.000 orientales (comandados por el entonces coronel Cesar Díaz, ascendió a general después del combate) derrotaron aplastantemente a las fuerzas de Rosas y forzaron su dimisión, seguida de la marcha al exilio, del que ya no retornaría. Finalizada así la larga tiranía ejercida en nombre del federalismo, que ya no se recuperaría nunca totalmente. Para un sector de la histografia argentina la Batalla de Caseros significo el fin de un periodo oscuro y sangriento y el inicio de una época mejor, de libertades y progreso. Para otro, el llamado revisionista, la caída de Rosas y su Confederación Argentina ue la mayor catástrofe de la historia argentina y la base de su dependencia económica y subdesarrollo.

Luego de casi 12 años de guerra, y tras una invasión conjunta de fuerzas brasileras, "coloradas" y "unitarias" que constituían el llamado "Ejército Grande", se firma la paz, el 8 de octubre de 1851. El tratado estableció: “no habrá vencidos ni vencedores”. El 12 de octubre se firman los cinco tratados entre el gobierno brasilero y el de "la Defensa", con motivo del apoyo brindado por el Brasil.

  • Tratado de límites: se establecía como límite norte el Río Cuareim, lo que significaba la renuncia definitiva a los territorios de las Misiones Orientales.
  • Tratado de "perpetua alianza": del Brasil al gobierno legal (es decir, colorado). Consagrándole al Brasil derecho de intervención en los asuntos internos.
  • Tratado de extradición: Uruguay debía devolver a los esclavos brasileros fugados.
  • Tratado de socorro: Brasil daba un subsidio y tomaba como garantía las rentas uruguayas, especialmente las aduaneras.
  • Tratado de comercio y navegación: daba la libre navegación a Brasil del río Uruguay. El Estado debía abolir los impuestos aduaneros para todas las exportaciones de ganado en pie.

Consecuencias

Al finalizar la guerra, el país uruguayo estaba en la ruina. Se produjo un descenso en la población (muchos uruguayos se vieron forzados a buscar refugio en Argentina, aún cuando los "blancos" también eran mal vistos por los "unitarios" que con ayuda de los brasileros y "colorados" habían triunfado en Argentina tras la batalla de Caseros), y en los sectores más populares se acentuó la pobreza. El 80% de la población permanecía en el analfabetismo. Por otra parte, en materia económica la ganadería estaba hundida, al igual que la industria saladerial. El Estado debe hacer frente a grandes deudas contraídas con Brasil, Francia, Inglaterra y con particulares producto de los desmedidos gastos en materia militar.

El sentimiento nacional se había impuesto al partidario y se responsabiliza a los caudillos. La fusión de los partidos que todos veían como la única garantía de paz interna e internacional, fue la materialización de ese nacionalismo.


Referencias

  1. www.rau.edu.uy/uruguay/historia/Uy.hist3.htm
  2. Informacion extraída de la colección del diario El País. Batallas que hicieron historia, tomo VIII. Guerra Grande. Parte I
  3. Información extraída de la colección del diario El País. Batallas que hicieron historia, tomo VIII. Guerra Grande. Parte I
  4. Carta del Ministro del Gobierno de Oribe, Juan Maria Pérez al propio Giro. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  5. Carta del General Rivera a Oribe. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  6. Carta del Presidente Oribe al General Rivera. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  7. Memorias de Carlos Roxlo
  8. Carta presentada por Oribe el 24 de octubre Oribe que declaraba su “resignación”, al mandato presidencial. Extraída de la colección del diario El País. Batallas que hicieron historia, tomo VIII. Guerra Grande. Parte 1
  9. Carta de Rivera escrita el 11 de noviembre, al entrevistarse con el contralmirante Leblanc. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  10. Carta de Lavalle a su Esposa, septiembre de 1840. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  11. Juan Lavalle a su oficial Villafañe, citado por Alberto Ezcurra, Otras tablas de Sangre. Extraída del libro “Gran Enciclopedia del Uruguay” tomo III del diario el Observador.
  12. Carta de Lavalle. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  13. Carta de Rosas a Arredondo, gobernador de Córdoba, producida una vez que se supo la muerte de Lavalle, Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  14. Carta de Oribe a Rosas,Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  15. Carta de Rosas ,Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas
  16. Carta de Rivera. A Santiago Vázquez. Extraída de la colección “Batallas que hicieron historia”, tomo IX, Guerra Grande Parte 2. Del diario El País, Uruguay
  17. Acta labrada y firmada por los jefes de la división riverista . Extraída de la colección “Batallas que hicieron historia”, tomo IX, Guerra Grande Parte 2. Del diario El País, Uruguay
  18. Clausula del Gobierno de la Defensa. Extraída del libro “Orientales tomo I” de Lincoln R. Maiztegui Casas

Bibliografía

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Véase también