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El degüello dentro de la empalizada de [[Miramamolín]] fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la conciencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. Pero no existía en aquella época ninguna forma humana de detener una carga de caballería pesada cuando se abatía sobre un objetivo fijo y lograba el cuerpo a cuerpo. En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, sobre todo por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla, los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida, incluido el propio califa.
El degüello dentro de la empalizada de [[Miramamolín]] fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la conciencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. Pero no existía en aquella época ninguna forma humana de detener una carga de caballería pesada cuando se abatía sobre un objetivo fijo y lograba el cuerpo a cuerpo. En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, sobre todo por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla, los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida, incluido el propio califa.


Jorge Montemayor, cronista del Rey Felipe II, hace constar en el Nobiliario General que escribió, intitulado ''Casas ilustres'', a fojas 395, que los Ugarte que tienen su casa y primitivo solar en el valle de Orozco se hallaron en la batalla de las Navas de Tolosa en el año de 1212, y que Juan de Ugarte participó en la toma del Alcázar de Baeza, quien para memoria de haber concurrido a tan feliz triunfo aumentó una orla roja y en ella ocho aspas de oro en el antiguo escudo de armas de su casa. Fue el referido Juan de Ugarte uno de los quinientos infanzones hijosdalgos que el Rey Don Fernando nombró para que acompañasen a Lope Díaz de Haro, Señor de [[Vizcaya]], a quien había encomendado el auxilio de la ciudad y Alcázar de Baeza, que les tenían asediados poderosamente los moros. En la expedición consiguió Juan de Ugarte los laureles de una eterna fama, pues entrando con singular denuedo por medio de los moros, dando grandes lanzadas a los que encontraba, abrió paso para que se introdujera el Socorro en la ciudad. Atemorizados los moros, levantaron el cerco poniéndose en una afrentosa y apresurada fuga, quedando victoriosos los cristianos. [[Iñigo López de Mendoza]], por haber contribuido a la rotura del cerco de las cadenas que custodiaban la tienda del califa [[Muhammad An-Nasir]], añadió a su escudo de armas una orla con las cadenas{{citarequerida}}. Iñigo López de Mendoza construyo la [[Torre de Mendoza]] o Torre del Infantado, actualmente acoge el Museo de Heráldica de Álava.
Jorge Montemayor, cronista del Rey Felipe II, hace constar en el Nobiliario General que escribió, intitulado ''Casas ilustres'', a fojas 395, que los Ugarte que tienen su casa y primitivo solar en el valle de Orozco se hallaron en la batalla de las Navas de Tolosa en el año de 1212, y que Juan de Ugarte participó en la toma del Alcázar de Baeza, quien para memoria de haber concurrido a tan feliz triunfo aumentó una orla roja y en ella ocho aspas de oro en el antiguo escudo de armas de su casa. Fue el referido Juan de Ugarte uno de los quinientos infanzones hijosdalgos que el Rey Don Fernando nombró para que acompañasen a Lope Díaz de Haro, Señor de [[Vizcaya]], a quien había encomendado el auxilio de la ciudad y Alcázar de Baeza, que les tenían asediados poderosamente los moros. En la expedición consiguió Juan de Ugarte los laureles de una eterna fama, pues entrando con singular denuedo por medio de los moros, dando grandes lanzadas a los que encontraba, abrió paso para que se introdujera el Socorro en la ciudad. Atemorizados los moros, levantaron el cerco poniéndose en una afrentosa y apresurada fuga, quedando victoriosos los cristianos. [[Iñigo López de Mendoza]], por haber contribuido a la rotura del cerco de las cadenas que custodiaban la tienda del califa [[Muhammad An-Nasir]], añadió a su escudo de armas una orla con las cadenas{{citarequerida}}. Actualmente acoge el Museo de Heráldica de Álava.


La precipitada huida a [[Jaén]] de An-Nasir proporcionó a los cristianos un ingente [[botín]] de guerra. De este botín se conserva la [[bandera]] o [[pendón]] de Las Navas en el [[Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas|Monasterio de Las Huelgas]] en [[Burgos (ciudad)|Burgos]].
La precipitada huida a [[Jaén]] de An-Nasir proporcionó a los cristianos un ingente [[botín]] de guerra. De este botín se conserva la [[bandera]] o [[pendón]] de Las Navas en el [[Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas|Monasterio de Las Huelgas]] en [[Burgos (ciudad)|Burgos]].

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Batalla de Las Navas de Tolosa
la Reconquista
Parte de Reconquista

Batalla de Las Navas de Tolosa, de Van Halen, expuesta en el palacio del Senado (Madrid). Pintura al óleo.
Fecha Lunes, 16 de julio de 1212
Lugar Las Navas de Tolosa, Jaén (España)
Plantilla:Coor d
Coordenadas 38°20′35″N 3°32′57″O / 38.343, -3.5490277777778
Resultado Victoria decisiva cristiana
Beligerantes
Reino de Castilla
Reino de Navarra
Corona de Aragón
Órdenes Militares
Reino de Portugal
Voluntarios franceses
Voluntarios leoneses (mínimos)
Imperio almohade
Comandantes
Alfonso VIII de Castilla
Sancho VII de Navarra
Pedro II de Aragón
Muhammad An-Nasir
Fuerzas en combate
70.000 hombres 125.000 hombres
Bajas
2.000 muertos 90.000 muertos

La Batalla de Las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe Batalla de Al-Uqab (معركة العقاب), y conocida simplemente como «La Batalla» en las crónicas de la época, tuvo lugar el 16 de julio de 1212 cerca de la población jienense de Las Navas de Tolosa. La victoria permitió extender los reinos cristianos, principalmente el de Castilla, hacia el sur de la Península Ibérica, entonces dominada por los musulmanes. Fue el acontecimiento esperado para dar el empujón a la reconquista hispano-visigoda.

Antecedentes

Esta decisiva batalla fue el resultado de la cruzada[1]​ organizada en España por el rey Alfonso VIII de Castilla, el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada y el papa Inocencio III contra los almohades musulmanes que dominaban Al-Ándalus desde mediados del siglo XII, tras la derrota del rey castellano en la batalla de Alarcos (1195), y había tenido como consecuencia llevar la frontera hasta los Montes de Toledo, amenazando la propia ciudad de Toledo y el valle del Tajo.

Al tenerse noticia de la preparación de una nueva ofensiva almohade, Alfonso VIII, después de haber fraguado diferentes alianzas con la mayoría de los reinos cristianos peninsulares, con la mediación del Papa, y tras finalizar las distintas treguas mantenidas con los almohades, decide preparar un gran encuentro con las tropas almohades que venían dirigidas por el propio califa Muhammad An-Nasir, el llamado Miramamolín por los cristianos (versión fonética de «Comendador de los Creyentes», en árabe). El rey buscaba desde hacía tiempo este encuentro para desquitarse de la grave derrota de Alarcos.

Fuerzas cristianas

El ejército cristiano estaba formado por:

  • Un gran número de cruzados provenientes de otros estados europeos o ultramontanos, llamados así por haber llegado desde más allá de los Pirineos. Estos guerreros, en su mayoría franceses, llegaron atraídos por el llamado del Papa Inocencio III, quien a su vez había sido contactado por el Arzobispo de Toledo Jiménez de Rada. Su número es discutible, pero se cree que pudieron llegar a los 30.000 hombres, si bien muchos de ellos no llegaron a participar en la batalla. Entre los convocados extranjeros figuraban también tres obispos, los de las ciudades francesas de Narbona, Burdeos y Nantes.
  • Al igual que el portugués, tampoco participó en la contienda el rey de León Alfonso IX; aunque ansiaba acudir a la batalla, convocó una Curia Regia que le recomendó que exigiera condiciones para participar en la campaña, y así, Alfonso IX respondió a su homólogo castellano que acudiría gustoso en cuanto se le devolvieran los territorios que le pertenecían. Por ello, Alfonso VIII pidió la mediación del Papa, para evitar cualquier ataque leonés. Inocencio III accedió y amenazó con la excomunión a todo aquel que se atreviera a violar la paz mientras los castellanos lucharan contra los musulmanes. Este hecho contrasta con lo sucedido años atrás, cuando el mismo Papa había obligado al monarca castellano, sin éxito, a devolver esos castillos a Alfonso IX. Ante esto, para no romper el edicto del Papa y evitar la excomunión, el rey leonés se dedicó a recuperar sólo aquellas plazas que estaban dentro de las fronteras de León, evitando así el enfrentamiento en tierras castellanas. No obstante, y a pesar de ir en contra de sus intereses a corto plazo, consintió que acudieran a la batalla contra los almohades tropas y caballeros leoneses, gallegos y asturianos, de los cuales destacan: don José Bernaldo de Quirós, Vizconde de las Quintanas y Señor de Quirós, don Manuel de Valdés, don Fernando Lamuño y Lamuño, Señor de Salas y don Francisco de la Buelga, Caballero de la Orden de Santiago.

Fuerzas musulmanas

El ejército cristiano tenía un tamaño ciertamente respetable, pero el gran número de tropas convocadas por el Califa almohade Muhammad An-Nasir (Miramamolin para los cristianos) hacía que pareciera pequeño a su lado. Su tamaño fue enormemente exagerado por las crónicas cristianas, llegando a hablarse hasta de 300.000 a 400.000 hombres, si bien hoy en día se tiende a cifrar su número en algo más de 120.000. Su composición no era menos internacional que la de su oponente:

  • Tras ésta se disponían los infantes voluntarios de Al-Ándalus, mejor armados que los marroquíes y encargados de detener las filas enemigas. Ese día, sin embargo, reinaban los recelos entre la guarnición andalusí debido a la ejecución de Ibn Cadis, el jefe de la guarnición musulmana en la fortaleza de Salvatierra, al que los cristianos dejaron marchar a cambio de rendir la plaza, y que, apenas llegado a territorio almohade, fue degollado por orden del sultán. Esto tendría consecuencias decisivas en la moral de las tropas andalusíes durante la batalla.
  • El propio ejército almohade se encontraba detrás de los andalusíes, con la potente caballería africana, que había sido la pesadilla de los ejércitos cristianos, cubriendo los flancos. La mayoría de sus veteranos y bien armados hombres procedían del noroeste de África, pero entre sus filas no faltaban tampoco los guerreros de todos los rincones del Islam atraídos por la llamada a la Guerra Santa.
  • Tras la caballería almohade, que combatía con lanza y espada, se encontraban contingentes de arqueros a caballo turcos conocidos como Agzaz. Esta unidad de mercenarios de élite había llegado a la Península tras haber sido capturados en lo que ahora es Libia durante la guerra que mantenían los almohades del Magreb con los ayubíes de Egipto.
  • Al final, formando una apretada línea en torno a la tienda personal del sultán, se encontraba la llamada Guardia Negra (también denominados imesebelen), integrada por soldados-esclavos fanáticos procedentes del Senegal. Grandes cadenas y estacas los mantenían anclados entre sí y al suelo, de tal manera que no les quedaba otra alternativa que luchar o morir. Desde su tienda, el sultán arengaba a sus tropas vestido completamente de verde (el color del Islam), con un ejemplar del Corán en una mano y una cimitarra en la otra. En las filas musulmanas abundaban los líderes religiosos y santones tanto como los monjes y sacerdotes en las cristianas, exhortando a ambos bandos a una lucha sin tregua.

Como curiosidad cabe destacar que las mismas cadenas que mantenían atados a esos imesebelen, la Guardia Negra del califa, son las que incorpora Sancho VII en el escudo de Navarra y que aquel ejemplar del Corán poseía una enorme esmeralda en el centro, la cual también es tomada por el monarca navarro para dicho escudo[cita requerida].

Movimientos previos

Alfonso VIII (J. Villanueva, 1753)

El ejército cristiano se reunió en Toledo al inicio del verano de 1212 y avanzó hacia el sur al encuentro de las huestes almohades. Durante la marcha inicial, tras la toma de Malagón, se produjo la deserción y abandono de una parte de casi todos los ultramontanos por el calor y las incomodidades y, sobre todo, por no estar de acuerdo con la política a seguir, dictada por el jefe del contingente cristiano, Alfonso VIII. Un nuevo motivo de disputa fue la posterior toma de la ciudad de Calatrava (Calatrava la Vieja), donde las tropas permanecieron detenidas para disgusto de alguno de los cruzados que querían ir directamente al encuentro de las tropas almohades. Alfonso VIII, entre otras normas, había dictado la de mantener un trato humanitario para con los musulmanes en el caso de que fueran vencidos y no llevar al último grado ni el pillaje ni los asesinatos y los malos tratos que se habían producido tras la toma de Malagón. Anteriormente, las mismas tropas ultramontanas habían causado importantes disturbios en Toledo, destacando los asaltos y asesinatos en su judería.

La partida de los casi 30.000 ultramontanos (sólo eligieron quedarse 150 caballeros del Languedoc, con el obispo de Narbona a la cabeza) mermó en buena medida las huestes cristianas, pero el ejército restante de 70.000 hombres seguía siendo uno de los más grandes que se habían visto en aquellas tierras. Aunque no muy numerosos, después de la conquista de Calatrava, se añadieron 200 caballeros navarros dirigidos por Sancho VII.

Las tropas cristianas se encaminaron hacia la zona rasa en que se encontraban acantonados los musulmanes. Es decir, Navas de Tolosa, o llanos de La Losa, puntos cercanos a la localidad de Santa Elena (donde se ha abierto un Centro de Interpretación de la Batalla), al noroeste de la provincia de Jaén. La previsión era, pues, librar una gran batalla campal. Sin embargo, An-Nasir decidió cortar el acceso del enemigo al valle, y para ello situó hombres en puntos clave, de forma tal que los cristianos quedaron rodeados por montañas, y por tanto con una muy limitada capacidad de maniobra. El escenario cambió entonces radicalmente, y en perjuicio de la coalición, que ahora ya no podría disfrutar del beneficio táctico que le otorgaba el campo abierto, sino o bien retirarse o bien luchar en clara desventaja.

A pesar de todo, los cristianos consiguieron superar la adversidad: Harían el movimiento de aproximación al enemigo por el oeste, a través de un paso llamado Puerto del Rey, que les permitió cruzar la sierra para luego, ya en terreno llano, marchar contra el rival. Cuentan las crónicas castellanas que quien reveló a las tropas la existencia de esta senda fue un pastor local, a quien algunos autores nombran como Martín Alhaja, mientras otros lo identifican con la aparición de San Isidro.[2]

La batalla

Sancho «el Fuerte» de Navarra en la Batalla de las Navas de Tolosa (vidriera en Roncesvalles)

Los ejércitos cristianos llegan el viernes 13 de julio de 1212 a Las Navas, y se producen pequeñas escaramuzas durante el sábado y domingo siguientes. El lunes 16 de julio, cansados de esperar y temiendo las deserciones, atacan a las huestes almohades.

Monumento a la Batalla de Las Navas de Tolosa (La Carolina, Jaén)

Las tropas almohades provenían de los territorios de Al-Andalus y soldados bereberes del norte de África, reunidas para formar una yihad que expulsara definitivamente a los cristianos de la Península Ibérica. Habían estado retardando el choque frontal con el fin de conseguir debilitar la unión de las tropas cristianas y agotar las fuerzas de éstas por agotamiento de los suministros.

Los castellanos de segunda línea, al mando de Núñez de Lara, y las Órdenes Militares formaban en el centro flanqueados, a la derecha, por los navarros y las milicias urbanas de Ávila, Segovia y Medina del Campo y, a la izquierda, por los aragoneses.

Tras una carga de la primera línea de las tropas cristianas, capitaneadas por el vizcaíno Diego López II de Haro, los almohades, que doblaban ampliamente en número a los cristianos, realizan la misma táctica que años antes les había dado tanta gloria. Los voluntarios y arqueros de la vanguardia, mal equipados pero ligeros, simulan una retirada inicial frente a la carga para contraatacar luego con el grueso de sus fuerzas de élite en el centro. A su vez, los flancos de caballería ligera almohade, equipada con arco, tratan de envolver a los atacantes realizando una excelente labor de desgaste. Recordando la batalla de Alarcos, era de esperar esa táctica por parte de los almohades. Al verse rodeados por el enorme ejército almohade, acude la segunda línea de combate cristiana, pero no es suficiente. La tropa de López de Haro comienza a retirarse, pues sus bajas son muy elevadas, no así el propio capitán, el cual, junto a su hijo, se mantiene estoicamente en combate cerrado junto a Núñez de Lara y las Órdenes Militares.

Al notar el retroceso de muchos de los villanos cristianos, los reyes cristianos al frente de sus caballeros e infantes inician una carga crítica con la última línea del ejército. Este acto de los reyes y caballeros cristianos infunde nuevos bríos en el resto de las tropas y es decisivo para el resultado de la contienda. Los flancos de la milicia cargan contra los flancos del ejército almohade y los reyes marchan en una carga imparable. Según fuentes tardías, el rey Sancho VII de Navarra aprovechó que la milicia había trabado combate a su flanco para dirigirse directamente hacia Al-Nasir. Los doscientos caballeros navarros, junto con parte de su flanco, atravesaron su última defensa: los im-esebelen, una tropa escogida especialmente por su bravura que se enterraban en el suelo o se anclaban con cadenas para mostrar que no iban a huir. Sea como fuere, lo más probable es que la unidad navarra fuera la primera en romper las cadenas y pasar la empalizada, lo que tradicionalmente se ha dicho justifica la incorporación de cadenas al escudo de Navarra.[3]​ Mientras la guardia personal del califa sucumbía fiel a su promesa en sus puestos, el propio An-Nasir se mantenía en el combate dentro del campamento.

El degüello dentro de la empalizada de Miramamolín fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la conciencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. Pero no existía en aquella época ninguna forma humana de detener una carga de caballería pesada cuando se abatía sobre un objetivo fijo y lograba el cuerpo a cuerpo. En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, sobre todo por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla, los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida, incluido el propio califa.

Jorge Montemayor, cronista del Rey Felipe II, hace constar en el Nobiliario General que escribió, intitulado Casas ilustres, a fojas 395, que los Ugarte que tienen su casa y primitivo solar en el valle de Orozco se hallaron en la batalla de las Navas de Tolosa en el año de 1212, y que Juan de Ugarte participó en la toma del Alcázar de Baeza, quien para memoria de haber concurrido a tan feliz triunfo aumentó una orla roja y en ella ocho aspas de oro en el antiguo escudo de armas de su casa. Fue el referido Juan de Ugarte uno de los quinientos infanzones hijosdalgos que el Rey Don Fernando nombró para que acompañasen a Lope Díaz de Haro, Señor de Vizcaya, a quien había encomendado el auxilio de la ciudad y Alcázar de Baeza, que les tenían asediados poderosamente los moros. En la expedición consiguió Juan de Ugarte los laureles de una eterna fama, pues entrando con singular denuedo por medio de los moros, dando grandes lanzadas a los que encontraba, abrió paso para que se introdujera el Socorro en la ciudad. Atemorizados los moros, levantaron el cerco poniéndose en una afrentosa y apresurada fuga, quedando victoriosos los cristianos. Iñigo López de Mendoza, por haber contribuido a la rotura del cerco de las cadenas que custodiaban la tienda del califa Muhammad An-Nasir, añadió a su escudo de armas una orla con las cadenas[cita requerida]. Actualmente acoge el Museo de Heráldica de Álava.

La precipitada huida a Jaén de An-Nasir proporcionó a los cristianos un ingente botín de guerra. De este botín se conserva la bandera o pendón de Las Navas en el Monasterio de Las Huelgas en Burgos.

Cuando Carlos III colonizó estas tierras, fundó La Carolina y una aldea dependiente de ella, llamada «Venta de Linares» por existir allí dicha venta. Posteriormente se le cambió el nombre inicial por el de «Navas de Tolosa» en honor a la célebre batalla, hecho que ha creado confusión, frecuentemente, en la situación del lugar auténtico de celebración de la misma. Hoy son abrumadoras las evidencias del lugar exacto y todos los investigadores lo aceptan. Es aconsejable leer las excelentes aportaciones, referencias externas nº 1, 2 y 3 de este artículo, de varios autores. Los trofeos de la Batalla de Las Navas de Tolosa se encuentran en la iglesia de San Miguel Arcángel de Vilches y estan compuesto por la Cruz de Arzobispo D. Rodrigo, una bandera, una lanza de los soldados que custodiaban a Miramolín y la casulla con que el arzobispo ofreció misa el mismo día de la batalla. Actualmente están expuesto en esta iglesia para que puedan ser visitados sin ningún tipo de problema.

Consecuencias

Nuevo escudo de Navarra, con las cadenas sarracenas.

Como consecuencia de esta batalla, el poder musulmán en la Península Ibérica comenzó su declive definitivo y la Reconquista tomó un nuevo impulso que produjo en los siguientes cuarenta años un avance significativo de los llamados reinos cristianos, que conquistaron casi todos los territorios del sur bajo poder musulmán. Consecuencia inmediata fue la toma de Baeza, que posteriormente retornó a manos almohades. La victoria habría sido mucho más efectiva y definitiva si no se hubiera desencadenado en aquellos mismos años una hambruna que hizo que se demorara el proceso de reconquista. La hambruna duró hasta el año 1225.

Sin datos que lo corroborasen, muchas veces se ha afirmado que en recuerdo de su gesta, el rey de Navarra incorporó las cadenas a su escudo de armas cadenas que posteriormente también se incorporaron en el cuartel inferior derecho del escudo de España. Sin embargo se ha demostrado la falsedad de dicha afirmación, por encontrarse el escudo con algo parecido a las famosas cadenas en fecha anterior a esa batalla, así según Tomás Urzainki se pueden encontrar en la iglesia de San Miguel de Estella (1160), en un relieve de la catedral de Chartres (1164) y en miniaturas de la Biblia de Pamplona (1189).

La fortaleza de Calatrava la Nueva, cerca de Almagro, fue construida por los Caballeros de la Orden de Calatrava, utilizando prisioneros musulmanes de la batalla de Las Navas de Tolosa, de 1213 a 1217.

Véase también

Referencias

Bibliografía

  • Enciclopedia Británica
  • La batalla de las Navas de Tolosa : historia y mito. María Dolores Rosado Llamas y Manuel Gabriel López Payer, Jaén: Caja Rural, 2001, ISBN 84-699-6793-2
  • Batallas decisivas de la Historia de España. Juan Carlos Losada, Punto de Lectura, 2004.
  • Huici Miranda, Ambrosio: Las grandes batallas de la reconquista durante las invasiones africanas. (2000) Editorial Universidad de Granada ISBN 84-338-2659-X
  • Batista González, Juan: España estratégica. Guerra y diplomacia en la historia de España (cap. 4: De Covadonga a Las Navas de Tolosa), Madrid, 2007, ISBN 978-84-7737-183-0

Notas

  1. José Fernández Llamazares reproduce la carta enviada por el papa al rey de Castilla, exhortándole a llevar a cabo la cruzada: Historia de la bula de la Santa Cruzada (1859), págs. 28-33.
  2. Sobre la disputa acerca de la identidad del pastor, véase la discusión habida entre Gaspar Ibáñez de Segovia de Mondéjar (Memorias historicas de la vida y acciones del rey D. Alonso el Noble, 1783, págs. 333 y ss.), Manuel Rosell (Apología en defensa de la aparición de San Isidro en la batalla de las Navas, 1791), Juan Antonio Pellicer (Carta histórico-apologética que en defensa del marqués de Mondexar examina de nuevo la aparición de San Isidro en la batalla de las Navas de Tolosa, 1793), y nuevamente Rosell (Adiciones a la disertación sobre la aparición de S. Isidro, 1794).
  3. Puesto ya en duda por Ambrosio Huici Miranda en 1912, tal como refleja Iñaki Iriarte López: Saltus y Ager Vasconum. Cultura y política en Navarra (1870-1960) tesis doctoral en concreto capítulo 5. Relatos de guerra: La fiereza de los antepasados y el sacrificio de Navarra el epigrafe: Interludio I. La impertinencia de Ambrosio Huici Miranda para descarga del capitulo cinco, ver páginas 49-52

Enlaces externos