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Primera guerra púnica

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Primera guerra púnica
Guerras púnicas
Parte de guerras púnicas

Principales movimientos de la I guerra púnica
Fecha 264 a. C. - 241 a. C. (23 años)
Lugar Mar Mediterráneo, Sicilia, Norte de África, Italia y Cerdeña
Casus belli Hegemonía en el Mediterráneo occidental
Resultado Victoria romana
Cambios territoriales Anexión romana de Sicilia (con excepción del Reino de Siracusa)
Beligerantes
República romana República cartaginesa
Comandantes
Marco Atilio Régulo (P.D.G.)
Cayo Lutacio Cátulo
Cayo Duilio
Amílcar Barca
Hannón el Grande
Asdrúbal Hannón
Jantipo
Fuerzas en combate
Desconocido Desconocido
Bajas
700 naves perdidas 500 naves perdidas
400 000 muertos[1]
Primera guerra púnica segunda guerra púnica

La primera guerra púnica (264 a. C.-241 a. C.) fue la primera de las tres guerras que libraron la República cartaginesa y la República romana, las dos grandes potencias del Mediterráneo occidental en aquel momento. Durante veintitrés años lucharon por la supremacía en la isla de Sicilia, su aguas circundantes y el norte de África, en el que fue el conflicto bélico más largo y continuo de la Antigüedad, así como la mayor guerra naval hasta entonces.

La guerra comenzó en el año 264 a. C. con el asalto romano de la ciudad siciliota de Mesina, controlada por los cartagineses, que dio a los romanos un punto de apoyo militar en la isla. Los romanos construyeron una armada para desafiar a la potente marina de guerra cartaginesa y hacerse con el control de las costas de Sicilia. Entre batallas navales y tormentas, se perdieron setecientos quinquerremes romanos y quinientos cartagineses junto con cientos de miles de soldados. El dominio del mar fue ganado y perdido repetidamente por ambos bandos. En el año 255 a. C., una invasión romana del África cartaginesa acabó con la derrota romana en batalla y la captura del cónsul romano Marco Atilio Régulo. A lo largo de la guerra, los romanos fueron conquistando paso a paso Sicilia y condujeron a los cartagineses al extremo oeste de la isla.

Después de que ambas partes hubieran llegado a un estado de cuasiagotamiento, los romanos movilizaron la riqueza personal de sus ciudadanos y formaron una nueva flota que pusieron bajo el mando de Cayo Lutacio Catulo. La batalla que siguió en las islas Egadas concluyó con la derrota definitiva de la flota cartaginesa, lo que obligó al Estado púnico a rendirse. En el tratado de paz que se firmó, Cartago fue expulsada de Sicilia (que se convirtió en la primera provincia romana) y obligada a pagar un fuerte indemnización.

La guerra fue seguida por una rebelión en Cartago de sus mercenarios. Los romanos aprovecharon la debilidad de la República cartaginesa para apoderarse de sus posesiones en Córcega y Cerdeña, violando el tratado de paz. La irresolución de las diferencias entre las dos potencias condujo finalmente a la segunda guerra púnica.

Antecedentes

A mediados del siglo III a. C., los romanos ya habían logrado hacerse con el control de la totalidad de la península itálica. A lo largo del siglo anterior, Roma había logrado aplastar a los distintos enemigos que se había encontrado en su camino a la dominación de la península: primero la Liga Latina fue disuelta por la fuerza durante las guerras latinas,[2]​ y luego el poder de los samnitas fue subyugado durante las largas guerras samnitas.[3]​ Finalmente, las ciudades griegas de la Magna Grecia, unificadas bajo el poderoso rey Pirro de Epiro, terminaron sometiéndose a la autoridad romana al término de las guerras pírricas.[3]

Cartago, por su parte, era considerada como el poder naval dominante en el Mediterráneo occidental. Fundada como colonia fenicia en el norte de África, cerca de la actual Túnez, gradualmente se convirtió en el centro de una civilización cuya hegemonía se extendía a lo largo de la costa norteafricana, controlando también las islas Baleares, Cerdeña, Córcega, un área algo limitada en el sur de la península ibérica y la parte occidental de Sicilia.[4]

Roma y Cartago, las grandes potencias del Mediterráneo occidental, siempre habían mantenido tratados y relaciones amistosas, y llegaron incluso a unir sus fuerzas cuando Pirro de Epiro desembarcó en el sur de Italia en el año 278 a. C. Sin embargo, los intereses de las distintas potencias terminarían desencadenando la guerra por la hegemonía del Mediterráneo occidental. En particular, la primera guerra púnica daría inicio después de que tanto Roma como Cartago intervinieran en la ciudad siciliana de Mesina, cuya proximidad a la península italiana la convirtió en una ciudad de suma importancia estratégica.

Desarrollo

Comienzo de la guerra

Mapa del mar Mediterráneo occidental en 264 a. C. Roma aparece en anaranjado, Cartago en verde y Siracusa en amarillo.

Los mamertinos, un grupo de mercenarios italianos provenientes de la Campania, fueron contratados por Agatocles de Siracusa como guardia de élite. A la muerte de este, en 289 a. C., los mamertinos fracasaron en encontrar a alguien que aceptara sus servicios. Lograron ser admitidos en la ciudad de Mesina, en la punta nororiental de la isla de Sicilia, pero luego mataron a traición a todos los hombres que habitaban la ciudad y desposaron a sus mujeres por la fuerza.[5][6]​ Cuando en 280 a. C. Pirro de Epiro invadió el sur de Italia, Regio, ciudad situada frente a Mesina, pidió ayuda a Roma, que envió una guarnición compuesta de ciudadanos campanos "sin derecho a voto". Estos terminaron por apoderarse de la ciudad a imitación de los mamertinos en Mesina, y les apoyaron en su expansión en Sicilia a costa de Siracusa y de Cartago. En 270 a. C., respondiendo al reclamo de los habitantes de Regio, los romanos recuperaron el control de la ciudad, y castigaron duramente a los soldados campanos. Los mamertinos de Mesina eran entonces menos fuertes, al haber perdido a sus aliados de Regio, y el nuevo tirano de Siracusa, Hierón II, decidió marchar contra ellos. Hierón II de Siracusa derrotó a los mamertinos en la llanura de Milea, al norte de Mesina (Polibio dice [¿dónde?] en Milea, en el río Longano, aunque el río Longano corre algo más al sur).

Tras esa derrota, en el año 264 a. C., los mamertinos acudieron tanto a Roma como a Cartago en busca de ayuda. Los cartagineses hablaron con Hierón, y lograron acordar que este no llevara a cabo nuevas medidas militares a cambio de que los mamertinos aceptasen una guarnición cartaginesa en Mesina. Ya fuese porque no les gustaba la idea de la guarnición cartaginesa, o bien convencidos de que la reciente alianza entre Roma y Cartago contra el rey Pirro reflejaba unas relaciones cordiales entre ambas potencias, el hecho es que los mamertinos solicitaron a Roma una alianza, buscando con ello mayor protección. Sin embargo, la rivalidad entre Roma y Cartago había ido creciendo desde la guerra contra Pirro, y una alianza entre ambas potencias ya no era factible.[7]

En ese momento la isla está dividida en dos esferas de influencia: la parte oeste y central, dominada por Cartago, y la parte oriental, de ascendencia e influencia griega. Los griegos estaban capitaneados por la polis de Siracusa, dirigida por el tirano Hierón II.

Por otro lado, y tras la llegada de la embajada mamertina solicitando ayuda, tuvo lugar un considerable debate en Roma sobre la aceptación o no de las solicitud de ayuda de los mamertinos, la cual implicaba entrar en guerra con Cartago. Por otro lado, y aunque todavía se encontraban recuperándose de la insurrección de Regio, los romanos eran reticentes a enviar ayuda a soldados que habían robado injustamente una ciudad de manos de sus propietarios originales, pero tampoco deseaban ver incrementar todavía más el poder cartaginés en Sicilia. Dejar a los cartagineses solos en Mesina implicaba permitirles enfrentarse directamente con Siracusa, único obstáculo que les quedaba antes de tener el control total de la isla.[8]​ El Senado romano finalmente decidió plantear el asunto ante la Asamblea popular, en donde se tomó la decisión de responder a la llamada de los mamertinos.[9][10]​ Según Goldsworthy, la aprobación por parte de la Asamblea popular debe entenderse impulsada por los ciudadanos más prósperos de la época, incluyendo al orden ecuestre y al propio cónsul Apio Claudio Cáudex. El cónsul buscaría la gloria militar en una guerra que él dirigiría, siendo la primera que se libraría al otro lado del mar. El resto de ciudadanos acaudalados se beneficiarían a través de los contratos para abastecer y equipar el ejército y a través de la revitalización del mercado de esclavos gracias a los prisioneros capturados en guerra.[11]​ Sea como fuere, la decisión tomada tuvo consecuencias incalculables tanto para Roma como para el mundo entero, pues desencadenó la primera de una larga serie de guerras internacionales que dieron como resultado el surgimiento de la potencia mundial romana, cuya influencia aún percibimos en nuestros días.

En esa época, no podría hallarse dos estados con más contrastes que Roma y Cartago:

  • Los campesinos romanos eran reclutados con mucha frecuencia, por lo que formaban una infantería relativamente bien entrenada y experimentada; además, su tradición religiosa fomentaba el patriotismo entre la nobleza y el pueblo llano por igual; Cartago era una ciudad donde solo la nobleza tenía derechos políticos, y los campesinos no eran reclutados en el ejército más que en casos de necesidad extrema; por ello, casi la totalidad de las fuerzas armadas cartaginesas estaban compuestas por mercenarios.
  • Roma no tenía colonias ni posesiones de ultramar a las cuales explotar para obtener recursos; Cartago tenía un imperio colonial que abarcaba la mayor parte del norte de África, las islas Baleares, Cerdeña, Córcega y la parte occidental de Sicilia, cuyas poblaciones no tenían los números ni la organización para rebelarse. Por ello, los ingresos que el Estado cartaginés percibía eran más grandes que aquellos que Roma lograba extraer de aliados y clientes numerosos y propensos a sublevarse.
  • Roma no tenía una marina preparada para emprender una guerra naval a gran escala, mientras que Cartago era la potencia naval predominante del Mediterráneo occidental.

Guerra en tierra

Guerra en Sicilia

Llegada de los romanos y neutralización de Siracusa.
El ataque de Amílcar.
El avance romano continúa.

Sicilia es una isla semimontañosa, con obstáculos geográficos y terrenos difíciles de practicar que dificultaban las líneas de comunicación. Por este motivo, la guerra terrestre solo tuvo un papel secundario en la primera guerra púnica. Las operaciones en tierra quedaban confinadas a pequeñas escaramuzas u operaciones de saqueo, con pocas batallas campales. Los asedios y los bloqueos eran las operaciones a gran escala más comunes, y los principales objetivos de esos bloqueos eran los puertos importantes, dado que ni Cartago ni Roma tenían ciudades en Sicilia y ambas necesitaban recibir continuos refuerzos, aprovisionamiento y mantener una comunicación continua con sus metrópolis.

La guerra terrestre en Sicilia comenzó con el desembarco romano en Mesina en 264 a. C. A pesar de la ventaja inicial cartaginesa en cuanto a capacidad militar naval, el desembarco romano no encontró prácticamente ninguna oposición. Dos legiones comandadas por Apio Claudio Cáudex desembarcaron en Mesina, en donde los mamertinos habían expulsado previamente a la guarnición cartaginesa comandada por un tal Hannón (sin relación con Hannón el Grande).[12]​ La estrategia inicial de Roma era eliminar a Siracusa como enemigo y por ello, desde Mesina, los romanos marcharon al sur, mientras que diversas ciudades por el camino abandonaban el bando cartaginés para aliarse con Roma.[13]​ Tras un breve asedio sin ayuda cartaginesa a la vista, Siracusa optó por firmar la paz con los romanos.[14]​ Junto con Siracusa, varias otras ciudades bajo dominio cartaginés más pequeñas decidieron también pasarse al bando romano.[14]

Según los términos del tratado firmado con Hierón, Siracusa se convertiría en aliado romano y pagaría una pequeña indemnización de unos 100 talentos de plata. Sin embargo, probablemente lo más importante del tratado era que Siracusa aceptaba ayudar al ejército romano en Sicilia facilitando su aprovisionamiento.[14]​ Esto permitía a Roma mantener un ejército aprovisionado en la isla de Sicilia, sin depender para ello de una ruta de aprovisionamiento marítima a merced de un enemigo con superioridad naval.[14][15]​ Por otro lado, las buenas relaciones de Hierón con Roma le permitirán mantener una relativa independencia del reino más allá de la guerra y hasta su muerte en el 216 a. C.

Los cartagineses, mientras tanto, habían comenzado a reclutar un ejército de mercenarios en África, que todavía debía ser enviado por mar hasta Sicilia para enfrentarse a los romanos. Según el historiador Filino de Agrigento, el ejército estaba compuesto por 50 000 soldados de infantería, 6000 de caballería y 60 elefantes, aunque estos números podrían estar sobrestimados.[16]​ En el transcurso de otras guerras históricas en Sicilia, Cartago había vencido apoyándose en una serie de puntos fuertes fortificados repartidos alrededor de la isla, por lo que sus planes eran llevar a cabo una guerra terrestre en el mismo estilo. El ejército mercenario lucharía en campo abierto contra los romanos, mientras que las ciudades fuertemente fortificadas ofrecerían una base defensiva desde la que operar.[14]​ Una de estas ciudades, Agrigento, sería el siguiente objetivo romano.

En 262 a. C., Roma puso sitio a Agrigento, en una operación en la que se vieron involucrados los dos ejércitos consulares, lo que equivalía a un total de cuatro legiones romanas. La guarnición de la ciudad logró hacer una llamada en busca de refuerzos, y la fuerza de liberación cartaginesas dirigida por Hannón llegó al rescate, destruyendo la base de suministros romana ubicada en Erbeso.[17]​ Estando rota la línea de suministros, los romanos se encontraron asediados por el ejército de liberación, por lo que se vieron obligados a construir y mantener dos líneas defensivas: Una interna, contra los posibles ataques desde Agrigento, y otra externa, contra el ejército de liberación.[17]

Tras algunas escaramuzas, el ejército romano sufrió una epidemia, mientras que los aprovisionamientos en Agrigento comenzaban a escasear. Llegó un momento en que ambos bandos consideraban preferible una batalla a campo abierto en lugar de la situación actual.[17]​ Los romanos vencieron claramente al ejército cartaginés en la batalla de Agrigento, pero el ejército cartaginés que defendía la ciudad logró escapar.[17]​ Agrigento, privada de defensas, cayó fácilmente en manos de los romanos, que saquearon la ciudad y esclavizaron a sus habitantes.[17][18]​ De esta manera, Roma accedió también al control del sur de la isla.

Desde ahí, los romanos continuaron avanzando hacia el oeste de la isla, logrando liberar en 260 a. C. a las ciudades de Segesta y Makela,[19]​ que se habían aliado con Roma y que habían sido atacadas y asediadas por los cartagineses en reacción a su cambio de bando. En el norte los romanos avanzaban hacia Termae tras haber asegurado su flanco marítimo gracias a la victoria naval en la batalla de Milas.[20]​ Fueron derrotados, sin embargo, ese mismo año por un ejército cartaginés dirigido por un comandante llamado Amílcar (un Amílcar distinto de Amílcar Barca, padre de Aníbal).[21]​ Los cartagineses aprovecharon esta victoria para contraatacar en 259 a. C., asediando la ciudad de Ena. Amílcar continuó al sur hacia Camarina, en territorio de Siracusa, posiblemente en un intento de convencer a los siracusanos para que se volviesen a unir al bando cartaginés.

El año siguiente, 258 a. C., los romanos fueron capaces de recuperar la iniciativa reconquistando Enna y Camarina. En la Sicilia central capturaron también la ciudad de Mitístrato, a la que ya habían atacado en dos ocasiones anteriores. Los romanos también se trasladaron al norte, marchando a través de la costa norte de la isla hacia Palermo, pero no fueron capaces de tomar la ciudad.[22]

Los cartagineses no estaban aún dispuestos a rendirse y, entendiendo la superioridad de sus enemigos en tierra, comenzaron una campaña de hostigamiento con rápidas incursiones desde el mar. Además su flota aseguraba el aprovisionamiento e impedía un efectivo asedio de Lilibeo, el gran baluarte cartaginés en el extremo oeste de la isla.

El desastre de la invasión de África

Invasión de África.

Tras sus conquistas en la campaña de Agrigento, y tras varias batallas navales, los romanos intentaron en los años 256 y 255 a. C. la segunda operación terrestre a gran escala de la guerra. Optaron por seguir el ejemplo del tirano Agatocles de Siracusa. Este, en el 310 a. C., cuando Siracusa se hallaba en puertas de ser conquistada por un poderoso ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército griego rumbo a las costas africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal pánico en la indefensa ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un precipitado ataque púnico sobre Siracusa, que terminó en una severa derrota.

Por ello, buscando un final de la guerra más rápido que el que ofrecían los largos asedios en Sicilia, decidieron invadir los dominios cartagineses en África, con el objetivo de forzar un acuerdo de paz favorable a los intereses romanos.[23][24]

Se construyó una gran flota en la que se incluyeron transportes para el ejército y sus enseres, y barcos de batalla para ofrecer protección a los cargueros. Todo se prepara con sumo cuidado hasta que en el 256 a. C. una enorme flota de 330 naves partió con un gran ejército romano a bordo, desde la costa adriática al mando del cónsul Marco Atilio Régulo y en dirección a África. Tras bordear el sudeste y sur de la península itálica se encontraron con una flota cartaginesa, aún mayor que la romana (de unas 350 naves según Polibio,[25]​) en las proximidades del cabo Ecnomo. En esta segunda batalla naval la victoria vuelve a caer del lado romano,[26]​ permitiendo al ejército de Marco Atilio Régulo desembarcar en la costa africana y comenzar el saqueo de la región.[27]​ Los territorios bajo administración directa de la ciudad de Cartago, que eran la Byzacena y el cabo Bon, estaban repletos de haciendas y campos de cultivo de vital importancia para los púnicos, por lo que el saqueo romano significó un gran revés para los intereses cartagineses.[28]

En un principio las fuerzas de Régulo tuvieron éxito. Tras vencer a los cartagineses en la batalla de Adís, los cartagineses se vieron forzados a solicitar un acuerdo de paz.[29]​ Sin embargo, las exigencias de Régulo fueron tales que los cartagineses prefirieron seguir luchando, por lo que recurrieron a la contratación de un afamado líder militar mercenario, el espartano Jantipo, quien instó a los cartagineses a la lucha y reorganizó el ejército.[24][30]

En 255 a. C., Jantipo lanza su ataque contra los romanos, venciendo a Régulo en la batalla de los Llanos del Bagradas. En la batalla, Jantipo utilizó inteligentemente los cien elefantes de los que disponía, consiguiendo abrir grandes brechas entre los legionarios, que sufrieron una importante derrota. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo fue capturado.[31][32]​ Además, Jantipo logró cortar las comunicaciones entre los restos del ejército de Régulo y su base restableciendo la supremacía naval cartaginesa.[33][34]

Sin embargo, el desastre no acabó ahí: el Senado romano reaccionó inmediatamente enviando una flota de 350 naves en auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta consigue romper el bloqueo y recoger a los soldados, una tormenta destruyó la práctica totalidad de la flota en su camino a casa, pereciendo los restos del derrotado ejército (se dice que sobrevivieron solo 80 naves). El número de bajas ocasionadas por este desastre podría superar los 90 000 hombres.[34]

Continuación de la guerra en Sicilia

Contraofensiva cartaginesa tras la derrota romana en África.
Nueva ofensiva romana.
Nueva ofensiva romana.
Los cartagineses negocian un acuerdo de paz y se retiran de Sicilia.

Las graves pérdidas romanas animaron a los cartagineses a un ataque en toda regla en Sicilia, transportando incluso elefantes a la isla. Los cartagineses aprovecharon la ocasión para atacar Agrigento. Sin embargo, al no verse capaces de mantener la ciudad, la quemaron y la abandonaron. Por desgracia para los intereses púnicos, el general Jantipo se vio obligado a huir de Cartago para evitar su asesinato por parte de los líderes cartagineses, que no deseaban pagar sus servicios, lo cual privó a Cartago del que hasta el momento había demostrado ser su mejor general en tierra.

Finalmente, los romanos fueron capaces de retomar la ofensiva militar. Además de construir una nueva flota de 140 naves, los romanos volvieron a la estrategia anterior, consistente en conquistar una a una las distintas ciudades sicilianas bajo control cartaginés.[35]​ Los ataques comenzaron con asaltos navales sobre la ciudad de Lilibeo, el centro de poder cartaginés en Sicilia, y con saqueos en África. Ambos esfuerzos, sin embargo, terminaron en fracaso.[36]​ Los romanos se retiraron de Lilibeo y la fuerza en territorio africano se vio envuelta en otra tormenta que la destruyó.[36]

Sí que tuvieron éxito, sin embargo, en la campaña sobre el norte de la isla. Los romanos fueron capaces de capturar la ciudad de Termas en 252 a. C., permitiendo un nuevo avance sobre la ciudad portuaria de Palermo. En 251 a. C. lograron tomar la ciudad de Quefalodón, y desde ahí se lanzaron contra Palermo, que cayó tras una dura lucha. Junto con Palermo, los romanos accedieron al control de gran parte del interior occidental de la isla. También firmaron acuerdos de paz con los romanos las ciudades de Ieta, Solunte, Petra y Tindaris.

Al año siguiente los romanos desviaron su atención hacia el suroeste y enviaron una expedición naval hacia Lilibeo. En el camino, los romanos asediaron y quemaron las ciudades cartaginesas de Selino y Heraclea Minoa. La expedición no tuvo éxito, pero al atacar la base de operaciones cartaginesas los romanos demostraron que su intención era capturar la totalidad de Sicilia. La flota fue derrotada por los cartagineses en Drépano, forzando a los romanos a continuar sus ataques desde tierra.

En este punto de la guerra, Cartago envió a Sicilia a su general Amílcar Barca (el padre del general Aníbal de la segunda guerra púnica). Su desembarco en Hericté, cerca de Palermo, obligó a los romanos a desplazar sus tropas para defender a esa ciudad portuaria, que tenía cierta importancia como punto de suministro, lo cual dio a Drépano un cierto respiro. Los cartagineses prosiguieron su defensa a través de una guerra de guerrillas que fue capaz de mantener a los romanos ocupados, ayudando a que los cartagineses mantuvieran su cada vez más escasa presencia en la isla. Sin embargo, los romanos fueron capaces de atravesar las defensas de Amílcar, y le obligaron a reubicarse en Erice, desde donde podría defender mejor la ciudad de Drépano.

En cualquier caso, este éxito cartaginés en Sicilia fue secundario en comparación con el progreso de la guerra en el mar. La situación de tablas que Amílcar fue capaz de lograr en Sicilia resultó irrelevante tras la victoria romana en la batalla de las Islas Egadas del año 241 a. C. Tras esa batalla los cartagineses buscaron un acuerdo de paz en el que aceptaron evacuar la isla de Sicilia.

La campaña naval

Los comienzos y la invención del corvus

Debido a las dificultades que suponía la guerra terrestre en la isla de Sicilia, la mayor parte de la primera guerra púnica se luchó en el mar, incluyendo las batallas más decisivas. Sin embargo, una de las razones por las que la guerra llegó a un punto muerto en tierra fue precisamente que los navíos de guerra antiguos no eran efectivos a la hora de establecer asedios sobre los puertos enemigos. En consecuencia, Cartago fue capaz de reforzar y suplir a sus fortalezas asediadas, especialmente en Lilibeo, en la costa oeste de Sicilia. Ambos bandos se vieron inmersos en los problemas que conlleva la financiación de grandes flotas de guerra, de hecho la capacidad financiera romana y cartaginesa finalmente decidiría el curso de la guerra.

Foto de los restos de la base naval en la ciudad de Cartago. Antes de la guerra, Cartago poseía la flota más poderosa del Mediterráneo occidental.

Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar había transcurrido siempre en suelo italiano, carecía de flota y de experiencia en la guerra naval. Por el contrario, los cartagineses eran descendientes de los navegantes fenicios, con una amplia experiencia en navegación forjada a través de siglos de comercio marítimo, por lo que dominaban todo el Mediterráneo occidental y poseían la mejor flota de la época. Las flotas del siglo III a. C. estaban constituidas casi en su totalidad por trirremes, birremes, quinquerremes y cuatrirremes, siendo los trirremes y quinquirremes las naves más empleadas durante la primera guerra púnica.[37]​ Los romanos iniciaron su incursión en la guerra naval cuando se construyó la primera gran flota romana tras la victoria de Agrigento, en 261 a. C., botando de sus improvisados astilleros más de un centenar de quinquerremes.

Algunos historiadores, incluyendo a los antiguos historiadores romanos, han especulado acerca de la posibilidad de que, dado que Roma carecía de tecnología naval avanzada, el diseño de sus naves de guerra pudiera proceder probablemente de copias de trirremes y quinquerremes cartaginesas capturadas, o de naves que hubiesen encallado en las costas romanas tras naufragar en una tormenta. La nave pudo ser capturada antes de que sus tripulantes tuvieran tiempo de incendiarla, lo que permitió a los ingenieros romanos estudiarla y copiarla pieza por pieza. Otros historiadores han apuntado que Roma sí que tenía experiencia a través de la cual acceder a la tecnología naval, puesto que sí que patrullaba sus propias costas con el fin de evitar la piratería. Una última posibilidad muy probable es que Roma recibiese asistencia técnica de algunas ciudades marítimas aliadas, en especial griegas, que sí contaban con larga tradición naval y en particular de su aliado siciliano, Siracusa. Esto, junto con el hecho de que los cartagineses usaban un sistema de construcción naval con piezas prefabricadas que les permitía construir rápidamente un gran número de barcos y que los romanos copiaron, permitió que Roma se aventurase en una guerra marítima. En cualquier caso, y fuera cual fuera el estado de su tecnología al comienzo del conflicto, el hecho es que Roma se adaptó rápidamente a las circunstancias. Posiblemente como una forma de compensar su inexperiencia, y para poder hacer uso de las tácticas militares terrestres en la guerra marítima,[38]​ lo romanos equiparon sus nuevas naves con un aparato llamado corvus. En lugar de maniobrar para buscar embestir la nave enemiga para abordarla o hundirla, que era la táctica naval estándar de la época, el corvus consistía en un puente móvil que se dejaba caer y quedaba firmemente anclado gracias a unos garfios de hierro situados en su parte inferior. Una vez las dos naves quedaban unidas, los legionarios romanos abordaban el barco cartaginés y vencían a su débil infantería. Las naves equipadas con el corvus simplemente navegarían pasando al lado de la nave enemiga y dejarían caer el puente.[24][39]

Dibujo de un corvus. Esta arma, utilizada por Roma de forma muy efectiva a comienzos de la guerra, fue abandonada más adelante debido a problemas de maniobrabilidad.

La eficiencia de este nuevo sistema de abordaje quedó patente por vez primera en la batalla de Milas, la primera victoria naval de la República romana, en la que la flota romana del cónsul Cayo Duilio sorprendió y venció a la flota cartaginesa en el año 260 a. C. El arma continuó demostrando su valor en los años siguientes, y en especial en la gran batalla del Cabo Ecnomo. Por su parte, la invención del corvus obligó a Cartago a revisar sus tácticas militares, lo que dio durante un tiempo la ventaja naval a Roma. Más adelante, sin embargo, y a medida que la experiencia militar naval de Roma se incrementó, el corvus fue abandonado por suponer un importante lastre en la navegabilidad de los barcos. El hecho es que en una sola tormenta en Camarina (Sicilia), los romanos supuestamente perdieron toda su flota salvo unas 80 naves, y se cree que puede que se debiese a la inestabilidad que provocaba el hecho de tener instalado el corvus.

Desastres navales

Pero a pesar de las victorias marítimas romanas, la República perdió innumerables naves durante la guerra, debido tanto a las batallas como a las tormentas. Al menos en dos ocasiones (255 y 253 a. C.) perdió las flotas al completo por culpa del mal tiempo, y debido a la inexperiencia de sus comandantes. Solo en el desastre de Camarina se perdieron doscientas setenta naves[40]​ y unas cien mil vidas humanas, lo que lo convertiría en el desastre marítimo más grave de la historia.[41]​ El corvus, ubicado en la proa de la nave, pudo hacer a las naves muy inestables, lo que las haría muy vulnerables en momentos de mal tiempo, por lo que estos desastres podrían haber sido la poderosa razón por la que los romanos descartaron el uso de un arma que hasta entonces había demostrado ser muy efectiva.

La única respuesta de Roma ante estas constantes pérdidas fue construir más y más embarcaciones, lo que conllevó unos enormes gastos. Sin embargo, las fuerzas romanas no fueron las únicas que se iban agotando: los cartagineses sufren una parálisis en su economía fruto de la interrupción del comercio que es su principal actividad y fuente de riqueza.

Así en el 250 a. C. los púnicos vuelven a solicitar la paz, y para ello mandan una embajada a Roma, en la que iba como prisionero el excónsul Régulo. Se cuenta que este se había comprometido a volver a Cartago para ser ejecutado si la embajada fracasaba, pero, tomada la palabra en el Senado romano, abogó por la continuación de la guerra hasta la completa aniquilación de Cartago, sorprendidos ante este acto de patriotismo, los senadores decidieron continuar la guerra, por lo que Régulo fue ejecutado al regresar con la embajada a Cartago.

Una nueva flota es construida por Roma, al mando de Publio Claudio Pulcro, hermano de Claudio Cáudex. Igual de precipitado que su hermano mayor, abandona el asedio a Lilibeo para atacar por sorpresa a la flota cartaginesa que se encontraba 32 km al norte, en Drépano. Tras la importante victoria naval cartaginesa en Drépano, en 249 a. C., los cartagineses volvieron a tomar el mando del Mediterráneo occidental, puesto que Roma era reticente a volver a financiar la construcción de una nueva y cara flota. Sin embargo, la facción cartaginesa opuesta al conflicto, dirigida por el aristócrata y terrateniente Hannón el Grande, fue ganando poder en la ciudad hasta que en 244 a. C., considerando que la guerra estaba llegando a su fin, comenzaron la desmovilización de la flota, dando a Roma una nueva oportunidad para recuperar la superioridad naval. Mientras tanto, durante este periodo, Amílcar Barca orquestó un cierto número de expediciones de saqueo por Italia, lo que también pudo influir en que, en respuesta, los romanos construyeran una nueva flota, financiada con donaciones de los ciudadanos más adinerados.

La batalla de las Islas Egadas y el fin de la guerra

Dado que Roma estaba casi al borde del colapso económico, el senado adoptó una medida extrema: emitió un empréstito público (tributo) a cargo de los ricos para construir una nueva flota con el dinero recolectado, el cual sería pagado cuando el Estado tuviese nuevamente ingresos suficientes. La nueva flota, compuesta por 200 quinquirremes de los más modernos en esa época, es encomendada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo, quien se dirigió al oeste de Sicilia para bloquear totalmente los accesos marítimos de Lilibea y Drépano, sitiándolas por completo (invierno del 242 a. C.), y dejando a dichas ciudades al borde de la inanición.[42]

En la primavera del 241 a. C. llegó una flota cartaginesa cargada de abastecimientos para ambas ciudades sitiadas (y por lo tanto con la maniobrabilidad reducida). Pero, al haber estado inactiva durante dos años en los puertos, sus tripulaciones estaban muy mal adiestradas. Catulo decidió hacer frente a dicha flota para evitar que Amílcar Barca fuese abastecido por ella, frente a las islas Egadas. Sería en este momento, en la batalla de las Islas Egadas, el 10 de marzo de 241 a. C., en la que se decidiría el final de la guerra. La flota de Catulo, superior en todos los aspectos, venció a la flota cartaginesa, infligiéndole 120 bajas entre naves hundidas o capturadas, tras lo cual emprendieron una desordenada fuga.[43]

Esta victoria se convierte en decisiva, pues no solo acaba con los suministros para Lilibea, sino también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Cartago perdió gran parte de su flota, y fue económicamente incapaz de reconstruir una nueva o de encontrar recursos humanos suficientes como para tripularla. Sin el apoyo naval, Amílcar Barca se vio incomunicado y se vio obligado a negociar la paz. Una vez alcanzado un acuerdo, abandonó Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.[44]

Consecuencias

Roma venció en la primera guerra púnica tras 23 años de conflicto, y finalmente se convirtió en el poder naval predominante en el Mediterráneo. Al final de la guerra, ambos estados quedaron exhaustos tanto financieramente como demográficamente. El tratado de paz comprendía no solo el abandono de cualquier pretensión púnica sobre Sicilia y el archipiélago de las Lípari, sino también la entrega de los prisioneros de guerra y el abono de una fuerte indemnización de 2200 talentos eubeos durante un periodo de veinte años (condición posteriormente modificada a 3200 talentos, pagándose 1000 inmediatamente y el resto en diez años). La propia Cartago salía casi intacta territorial y políticamente del conflicto y tanto Cerdeña como el norte de África permanecieron bajo el dominio cartaginés, pero la primera guerra púnica marcó el comienzo de su declive.[45]

Si Cartago se encontraba al borde del desastre, no mucho mejor estaba Roma después de un conflicto extenuante y que a la larga resultaba insostenible. Probablemente ello disuadió a los belicosos romanos de continuar la guerra. Sin embargo, sus beneficios fueron notables. Sicilia se convirtió en la primera provincia romana fuera de la península itálica (excepto durante un tiempo el pequeño reino oriental de Hierón II). Aún más, recogieron el cetro de Cartago como potencia marítima dominante, lo que le permitió, por ejemplo, hacerse más adelante con Malta y Cerdeña.

Bajas

Es difícil determinar el número exacto de bajas en los bandos implicados en la primera guerra púnica debido al sesgo que ofrecen las fuentes históricas, que normalmente tienden a exagerar las cifras para incrementar el valor de Roma.

Según las fuentes (excluyendo las bajas en guerra terrestre):[46]

  • Roma perdió 700 naves (debido al mal tiempo y a disposiciones tácticas desafortunadas al comienzo de las batallas) y al menos buena parte de sus tripulaciones.
  • Cartago perdió 500 naves durante la guerra, así como parte de sus tripulaciones.

Aunque no se puedan calcular con exactitud, las bajas fueron importantes en ambos bandos. Polibio comenta que la guerra fue, por aquella época, la más destructiva en términos de bajas humanas de la historia de la guerra, incluyendo las batalla de Alejandro Magno. Por su parte, analizando el censo romano del siglo III a. C., Adrian Goldsworthy apunta que durante el conflicto Roma perdió alrededor de 50 000 ciudadanos. Esto excluye tropas auxiliares y todas las demás personas sin ciudadanía romana.

Términos de la paz

Los términos del Tratado de Lutacio, impuesto por los romanos como vencedores en el conflicto, fueron particularmente duros para Cartago, que habían perdido poder de negociación tras su derrota en las Islas Lípari. Finalmente, las partes acordaron lo siguiente:

  • Cartago debía evacuar Sicilia y las pequeñas islas situadas en su parte occidental (las Islas Egadas).
  • Cartago devolvería a los prisioneros de guerra sin cobrar rescate alguno, mientras que debería pagar un rescate muy importante para recuperar a sus propios prisioneros.
  • Cartago se comprometía a respetar en el futuro a Siracusa y a sus aliados.
  • Cartago transfería a Roma el control sobre las Islas Eolias y sobre Ustica, al norte de Sicilia.
  • Cartago debía evacuar todas las pequeñas islas ubicadas entre Sicilia y África (Pantelaria, Linosa, Lampedusa, Lampione y Malta).
  • Cartago se comprometía a pagar una indemnización de guerra de 2.200 talentos (66 toneladas) en diez pagos anuales, más una indemnización adicional de 1.000 talentos (30 toneladas) de forma inmediata.[47]

Otras cláusulas determinaban que los aliados de cada una de las partes no serían atacados por la otra, y se prohibía a las partes reclutar soldados en el territorio de la otra. Esto impidió a los cartagineses acceder a la contratación de mercenarios en Italia y en gran parte de Sicilia, aunque la cláusula fue abolida temporalmente durante la guerra de los Mercenarios.

Consecuencias políticas

Tras el fin de la guerra, Cartago no tenía fondos suficientes para liquidar los salarios de sus mercenarios. Hannón el Grande intentó convencer a los ejércitos que se desmovilizaban de que aceptaran un pago menor al comprometido, pero esa postura sería el detonante de la guerra de los Mercenarios. Solo tras un gran esfuerzo y a los esfuerzos combinados de Amílcar Barca, Hannón, y otros líderes cartagineses se conseguiría sofocar la revuelta y aniquilar a los mercenarios y a los insurgentes.

Mientras tanto, durante este conflicto Roma aprovecharía la debilidad púnica para anexionarse también las islas de Córcega y Cerdeña, que les entregarían algunos mercenarios rebeldes. Los cartagineses protestaron por esa acción, que suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma declaró la guerra, pero se ofreció anularla si se le entregaba no solo Cerdeña, sino también Córcega. Los púnicos, impotentes, tuvieron que ceder, y ambas islas se convierten en el 238 a. C. en nuevas posesiones romanas.

Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendrán viva la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificadas en la familia de los Barca. Odio que desembocará años más tarde en la segunda guerra púnica.

Por otro lado, la consecuencia política más importante de la primera guerra púnica fue la caída del poder naval cartaginés. Las condiciones establecidas en el tratado de paz por Roma tenían le intención de controlar la situación económica cartaginesa como para evitar la posible recuperación de la ciudad. Sin embargo, la gran suma de indemnización que debían pagar los cartagineses forzaron a Cartago a expandirse por otras áreas, buscando materias primas para conseguir el dinero que debía pagar a Roma y recuperar en la medida de lo posible sus finanzas.

En lo que respecta a Roma, el final de la primera guerra púnica marcó el comienzo de la expansión romana más allá de la península itálica. Sicilia se convertiría en la primera provincia romana, gobernada por un pretor. La isla se convertiría en un territorio estratégico para Roma como fuente de aprovisionamiento de grano a la ciudad. Además, Siracusa se mantendría como un aliado independiente pero leal durante toda la vida de Hierón II. No sería incorporada a la provincia de Sicilia hasta que, durante la segunda guerra púnica, la ciudad fuera conquistada y saqueada por Marco Claudio Marcelo.

Véase también

Referencias

  1. «Body Count of the Roman Empire». 
  2. Starr pp. 464-65.
  3. a b Starr, p. 465.
  4. Starr, p. 478
  5. Warmington, p. 165.
  6. Goldsworthy, p. 74
  7. Warmington, p. 167.
  8. Polybius, 1:10.7-.9
  9. Starr, p. 479.
  10. Warmington, pp. 168-69.
  11. Goldsworthy, p. 77
  12. Polibio, 1:11.2-4
  13. Polybius, 1:62.3
  14. a b c d e Warmington, p. 171.
  15. Polibio, 1:62.6
  16. Warmington, pp. 171-72.
  17. a b c d e Polybius, 1:19
  18. Warmington, p. 172.
  19. Polibio, 1:24.1-.2
  20. Kovaliov, S. I. (2007). «XIII». Historia de Roma. Madrid: Akal. p. 221. ISBN 978-84-460-2822-2. 
  21. Polibio, 1:24.3-.4
  22. Polibio, 1:24.10-.13
  23. Warmington, p. 175.
  24. a b c Starr, p. 481.
  25. Polibio, 1:25.9
  26. Warmington, pp. 175-75.
  27. Warmington, p. 176.
  28. Lancel, Serge (1994). Cartago. Barcelona: Crítica. pp. 229-280. 
  29. Warmington, pp. 176-77.
  30. Warmington, p. 177.
  31. Polibio, 1:33-34
  32. Warmington, pp. 177-78.
  33. Polibio, 1:36.5-.9
  34. a b Warmington, p. 178.
  35. Warmington, pp. 178-79.
  36. a b Warmington, p. 179.
  37. Mira Guardiola, Miguel (2000). Cartago contra Roma. Las Guerras Púnicas. Madrid: Aldebarán. pp. 35-37. 
  38. Warmington, p. 173.
  39. Polibio, 1:22.3-.11
  40. Según Polibio, la flota destruida estaba compuesta por 364 naves, mientras que Eutropio establece la cifra de 464
  41. Trevor N. Dupuy, Evolution of Weapons and Warfare
  42. Goldsworthy, 2000, pp. 144-145
  43. Goldsworthy, 2000, pp. 145-147
  44. Goldsworthy, 2000, pp. 147-148
  45. Goldsworthy, 2000, pp. 151-152
  46. Polibio, 1:63.6
  47. Polibio, 1:62.7-63.3

Bibliografía

Bibliografía adicional

Enlaces externos