Juego de apuestas

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Los juegos de apuestas implican arriesgar una determinada cantidad de dinero o bienes materiales en la creencia de que algo, como un juego, una contienda deportiva, etc., tendrá un resultado predecible. La cantidad apostada, en caso de acierto se recupera aumentada a expensas de la pérdida de quienes no acertaron o se pasaron.

Aspectos legales

Muchos países y estados prohíben o controlan rigurosamente mediante licencias los juegos de apuestas por parte de particulares. Sin embargo, numerosos juegos de apuestas donde el gestor y beneficiario último es el país o estado, como las loterías o quinielas, son totalmente legales y son promocionados por parte de esos mismos gobiernos.

En otras ocasiones, los gobiernos se involucran de tal manera, mediante impuestos y regulaciones, que acaban por crear de estas actividades la mayor fuente de ingresos. Ejemplos extremos de esta circunstancia los tenemos en Mónaco o Macao.

Cuando existe legislación sobre los juegos de apuestas normalmente se requiere que las posibilidades de acertar sean estadísticamente plausibles, para evitar un desmesurado beneficio por parte de la casa de apuestas.

Historia

Edad Antigua

Soldados jugándose las ropas de Cristo en su pasión

La manía del juego se remonta a la más alta antigüedad y en todos los pueblos se encuentran vestigios de ella. Verdad es que los judíos estuvieron al parecer exentos de tal manía antes de su dispersión; les alcanzó no obstante, desde que hubieron tratado a los griegos, quienes jugaban ya antes del sitio de Troya y a los romanos, que se hicieron jugadores mucho tiempo antes de la destrucción de su república. En balde las leyes romanas no permitieron jugar más que hasta cierta suma; en vano tronó Juvenal estigmatizando a los que llevaban al juego cajitas llenas de oro para aventurarlas en un solo golpe de dados; en vano decimos, pues, la pasión de los juegos de azar hizo tales progresos en Roma, que hacia la época en que Constantino abandonó aquella ciudad para no volver más a ella, todo el mundo y hasta el populacho, se entregaba con furor al juego. Los romanos, destruyendo a Cartago, casi no se enriquecieron más que con sus vicios.

Según testimonio de Tácito, los germanos fueron también presa de tan funesto vértigo, llevándolo a tal exceso, que después de haberlo perdido todo en el juego de los dados, se jugaban a sí mismos en una apuesta. Entonces el vencido, aunque fuese más joven y más robusto que su adversario, se ponía voluntariamente a sus órdenes y se dejaba maniatar y vender a los extranjeros. La preocupación que mira las deudas del juego como las más sagradas de todas, como deudas de honor, nos vino probablemente de la rigurosa exactitud de los germanos en cumplir con esa suerte de compromisos.

Los hunos iban todavía más allá: San Ambrosio cuenta que después de haber puesto al juego lo que más apreciaban, que eran sus armas, se jugaban la vida y se daban a veces la muerte aun cuando no lo exigiese el que había ganado. Excesos muy parecidos se han renovado en los tiempos modernos. En Nápoles y otras muchas ciudades de Italia, hombres del pueblo había que jugaban su libertad por un tiempo dado. Se asegura que un veneciano se jugó a su mujer; un chino se jugó a su mujer y a sus hijos.

En Moscú y en San Petersburgo, no solo se han jugado el dinero, los muebles y las tierrás, siuo también a los que las cultivan, de suerte que familias enteras pasaban sucesivamente a varios amos en un solo día.

Francia

En Francia, al principio, la afición a los juegos de azar se manifestó solo en la nobleza: por mucho tiempo no conoció el pueblo otra diversión que el arco, la ballesta, el tejo, las bochas o los bolos. El juego de los naipes que se puso en uso en la corte de Carlos VI, pasó luego a las clases inferiores: y así fue como del palacio de los reyes y de los salones de los magnates se trasmitió esa afición a París y a las provincias. En diversas épocas, antes de Francisco I, se expidieron reales decretos prohibiendo al pueblo los juegos de azar; pero como el impulso estaba dado, el contagio se fue difundiendo. En tiempos de Enrique II, Francisco II, Carlos IX y Enrique III, los jugadores casi nunca fueron perseguidos: en tiempo de Enrique IV gozaron de plena libertad. Nunca se había jugado en Francia con tanto furor como en la corte de aquel príncipe: donde quiera se instalaron academias de juego y los necios se agolparon a ellas a tropel: la usura osó mostrarse con toda su asquerosidad; los procesos se multiplicaron al infinito y la plaga se hizo general. La reprimió un tanto Luis XIII. Este príncipe que tenía una verdadera pasión por el juego del ajedrez, se declaró enemigo jurado de los juegos de azar y los prohibió severamente. El cardenal Mazarte restableció su uso en la corte de Luis XIV, de donde se desparramó segunda vez la epidemia por todos los puntos de la Francia, naturalizándose tan bien en ella como que desde entonces no cesó de causar estragos, según se veía más o menos favorecido por las circunstancias. Durante los siglos XVII y XVIII era una profesión el ser jugador y este título suplía por nacimiento, por fortuna, por probidad, por todo. Entonces se veían sentados indistintamente en la misma mesa y cenar juntos el príncipe y el aventurero, la duquesa y la cortesana, el hombre de bien y el pillo: en aquella época, el juego era el único que tenía el privilegio de nivelar todas las condiciones.

Apuestas en el Palais-Royal, principios del s. XIX

Dice Montesquieu:

El juego nos gusta porque halaga nuestra avaricia, es decir, la esperanza de poseer más; lisonjea nuestra vanidad con la idea de la preferencia que nos da la fortuna y de la consideración que los otros tienen de nuestra dicha, satisface nuestra curiosidad y nos proporciona, en fln, los diferentes placeres de la sorpresa.

Si bien la afición a los juegos de azar va sido siempre común a los dos sexos, con todo, no se generalizó en Francia, entre las mujeres hasta mucho tiempo después de la invención de los naipes y si muchas de ellas se degradaron entonces extremando hasta el furor la afición a aquella especie de juego, es de notar que su número fue siempre infinitamente menor que el de los hombres y que solo dominó cutre las mugeres opulentas o de costumbres disolutas.

Dice también el autor de las Cartas persas:

Las mujeres, cuando jóvenes, casi no juegan más que para favorecer a una pasión más grata; pero a medida que se vuelven viejas, su pasión al juego parece que se rejuvenece y que llena el vacío de todas las demás pasiones.

En enero de 1838 se cerraron las siete casas de juego autorizadas en París, cua gran desesperación de los jugadores y de ios empleados en el arriendo. Dichas casas, puestas bajo la vigilancia de la autoridad municipal, se hallaban en el Palais-Royal, Frascali, el Salón y Mariveaux. Los juegos más en boga eran la treinta y una, rojo o negro, la ruleta, el kraps y el kreps, juegos de dados favoritos de los ingleses. El gran número de obreros que acudían a una de estas casas donde se jugaba en pequeño para mejor atraerles, a donde sin embargo aquellos infelices perdían en pocos instantes su semanada o quincena, fue una de las principales causas de la supresión del arriendo real, que había sido conservado, decían, como un mal necesario, en tiempo del Consulado, del Imperio y de la Restauración.[1]

Tipos de juegos de apuestas

Juegos de casino

Aunque prácticamente se puede apostar en cualquier juego en cualquier escenario, normalmente muchos de ellos se llevan a cabo en un casino. Con la introducción de Internet, prácticamente todos estos juegos pueden ser jugados en línea y existen numerosas webs disponibles.

Juegos electrónicos

Juegos no jugados en casinos

Los siguientes juegos suelen ser practicados apostando dinero o bienes materiales, pero se practican normalmente fuera de los casinos.

Otros tipos de juegos de apuestas

Aspectos psicológicos

Aunque la mayoría de las jugadores que realizan apuestas lo hacen como una manera de pasar el tiempo o para intentar ganar algún dinero, los juegos de apuestas pueden resultar adictivos y provocar patrones destructivos en algunos tipos de personalidad, lo que es conocido como Ludopatía[2]

El escritor ruso Dostoevsky (quien tuvo un problema con este tema[3]​) nos habla de las implicaciones psicológicas derivadas de los juegos de apuestas en su novela El jugador. Rusia es uno de los países donde más se ha extendido el fenómeno de las apuestas, llegando incluso a acuñar términos como la Ruleta rusa.

Referencias

Véase también