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https://dobras.emnuvens.com.br/dobras/article/view/358

Indumentaria y textiles indígenas[editar]

Andes[editar]

La historia de la tejeduría en el Noroeste argentino está conectada con la del norte de Chile, la costa meridional de Perú y el sur de Bolivia.[1]

http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/25417

https://www.clarin.com/rn/ideas/Clara_Abal-las_Mallqui-momias_0_S1Y4QIETPQe.amp.html


Chaco[editar]

Litoral[editar]

https://www.cultura.gob.ar/tecnicas-y-tejidos-aborigenes-guaranies_6844/

Pampas[editar]

Patagonia[editar]

http://copec.eu/congresses/wcca2013/proc/works/55.pdf

Historia[editar]

Época colonial (1536–1810)[editar]

La reconstrucción de la indumentaria colonial es un proceso dificultoso, ya que los textiles son elementos de fácil degradación y muy pocas prendas han sobrevivido hasta la actualidad.[2]​ Por otra parte, dichas prendas fueron frecuentemente intervenidas para adaptarse al uso de distintas personas o a los cambios de gusto en el vestir.[2]​ Además, las pocas prendas del período que hoy forman parte del patrimonio de museos eran pertenecientes a la elite, por lo cual brindan una visión sesgada de la indumentaria del momento.[2]​ Es por eso que una aproximación a la dinámica de la vestimenta tardo colonial necesita del análisis de fuentes de diverso tipo, incluyendo los relatos de viajeros, la iconografía y los legajos pertenecientes a los juicios de testamentaria y a los juicios criminales.[3]​ Entre los relatos de viajeros, se encuentra la descripción de la vestimenta de los habitantes de Buenos Aires por el español Alonso Carrió de la Vandera, alias Concolorcorvo, hacia 1771:

Hombres y mujeres se visten como los españoles europeos, y lo propio sucede desde Montevideo a la ciudad de Jujuy, con más o menos pulidez. Las mujeres en esta ciudad, y en mi concepto son las más pulidas de todas las americanas españolas, y comparables a las sevillanas, pues aunque no tienen tanto chiste, pronuncian el castellano con más pureza. He visto sarao en que asistieron ochenta, vestidas y peinadas a la moda, diestras en la danza francesa y española, y sin embargo de que su vestido no es comparable en lo costoso al de Lima y demás del Perú, es muy agradable por su compostura y aliño. Toda la gente común, y la mayor parte de las señoras principales no dan utilidad alguna a los sastres, porque ellas cortan, cosen y aderezan sus batas y andrieles[nota 1]​ con perfección, porque son ingeniosas y delicadas costureras (...).
Las de medianos posibles, y aun las pobres, que no quiero llamarlas de segunda y tercera clase, porque no se enojen, no solamente se hacen y pulen sus vestidos, sino los de sus maridos, hijos y hermanos, principalmente si son de Tornay, como ellas se explican, con otras granjerías de lavar y almidonar, por medio de algunos de sus esclavos. Los hombres son circunspectos y de buenos ingenios.[6]

Mientras que Concolorcorvo da cuenta del trabajo domiciliario de mujeres que prescindían de los sastres, algunos años más tarde el viajero alemán Antón Zacharías Helms afirmaba hacia 1789 que toda la indumentaria llegaba ya confeccionada desde España, mientras que casi en la misma época los integrantes de la expedición Malaspina relataban de la presencia de un gran número de nuevas tiendas donde encontrar todo tipo de productos europeos.[2]​ Hacia 1797, el viajero inglés John Constance Davie señalaba que la indumentaria masculina de Buenos Aires era similar a la española pero más colorida.[2]

La escasa bibliografía interesada en la indumentaria del Buenos Aires virreinal sostiene que la forma dominante fue el traje «nacional español», compuesto por pollera y jubón.[7]​ Según señala Susana Saulquin en su pionero libro Historia de la moda argentina (2006): «La mayoría de las porteñas, sin distinción de clase, usaban durante este períódo el traje de origen español, formado por faldas largas y anchas, que cubrían enaguas confeccionadas, según la condición social, en lienzo o blanco, o adornadas con gran cantidad de puntillas. Sobre una camisa de lino con encajes, un corpiño o chaleco, se colocaba una chupa o jubón que, ajustado a la cintura, caía 10 centímetros sobre las caderas y tenía mangas angostas y largas, como se puede ver en La maja y los embozados, de Goya, o en los grabados de 1778, La maja de la peineta y La maja de la mantilla».[8]​ El estilo majo apareció en España a fines del siglo XVIII como resultado de una estetización de la vestimenta de las clases populares, y un ejemplo del mismo es el retrato de la duquesa de Alba realizado por Goya en 1795, en la que se observa «el estricto negro de la falda ahuecada con enaguas, el corpiño ajustado al cuerpo, un lazo rojo que ajusta el talle y la peineta y la mantilla que completan el atuendo».[2]​ Una acuarela realizada en c. 1784–1806 por un viajero anónimo se titula «Paseo de majo a la moda de Buenos Aires» y representa la vestimenta típica de una pareja de majos del Buenos Aires virreinal.[9]​ La pareja viste un atuendo refinado; la dama usa un sombrero decorado con plumas y flores, una camisa blanca con una mantilla negra por encima, y una amplia falda acampanada que apenas deja ver sus zapatos decorados con hebillas de metal.[10]​ El carácter regional se presenta en la indumentaria del hombre, quien además de vestir camisa, chaleco, calzón ajustado y botas largas, lleva calzoncillo cribado y un poncho envuelto en la cintura.[10]



Según Saulquin, el estilo español coexistió en Buenos Aires con el «estilo francés» de la época de Luis XVI, aunque a esa altura en Francia ya se había adoptado el estilo Imperio hace años.[11]​ La socióloga señala que «esto se nota sobre todo en el traje de salida, donde la chupa es reemplazada por una casaca, generalmente de terciopelo».[11]​ Como ejemplo del «estilo francés» menciona el retrato en miniatura de 1794 de Francisca Silveira de Ibarrola, en el que la joven viste el característico tontillo o panier que «permitía armar la figura femenina con arcos (...) de junco o ballena, hierro y madera, forrados con un grueso género que, algunas veces, mostraba pasamanerías, flores, bordados y festones. Encima del tontillo, la falda profusamente adornada (...) se cubría con una sobrefalda que, abierta por delante y hacia atrás, permitía su lucimiento».[12]

Estudiando las testamentarias del periodo virreinal, María Marschoff y Melisa A. Salerno

Tras analizar los relatos de viajeros, Susana Leonardi y Sara Vaisman concluyen que «hacia 1750 se observa la influencia clara de la indumentaria española pero hacia fines del siglo XVIII la incorporación de elementos franceses sobre los tradicionales españoles le otorga a la indumentaria hispanoamericana un aspecto distinto a la utilizada en las metrópolis del resto de Europa. Aunque la influencia de estas modas llega a Buenos Aires desde España, la combinación de elementos nuevos y antiguos le da a la indumentaria porteña una característica particular que la identifica».[2]



Elementos del estilo francés, como déshabillés y batas, adquirieron fuerza en la época.[7]



La iconografía argentina de este período ha sido descrita como una de las más escasas de América meridional.[13]

https://revistascientificas.us.es/index.php/Temas_Americanistas/article/view/14547/12607

Época de la Independencia (1810–1829)[editar]

La singular combinación que hacían las porteñas del estilo francés con mantillas —una moda importada de España— está ampliamente documentada por los testimonios iconográficos.[15]

En Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Monte Video (1820), Vidal ofrece una detallada descripción del traje típico de las porteñas de la época:

En estos últimos años las damas porteñas han adoptado un estilo de vestir que tiene algo de inglés y de francés, pero conservando el uso de la mantilla que todavía le da un carácter particular. Nunca se ve sombrero o capota en una dama nativa, a menos que esté a caballo... (...)

La mantilla suele ser una pieza de seda de aproximadamente media yarda de ancho en el centro y una yarda y media de largo, descendiendo hasta una punta en cada extremo, que termina en una borla. (...) Se lleva sobre la cabeza y la nuca, y al pasarlo por encima de los hombros, los extremos cuelgan por delante. No se usa broche ni alfiler para sujetarla, sino que se confina artística y graciosamente bajo la barbilla con una mano, o con el extremo del abanico, sin el cual ninguna mujer sale jamás... (...)

En tiempo frío, o cuando hacen visitas por la noche, usan el rebozo, que es un trozo de tela de una yarda de ancho, tan largo como la mantilla, y que se lleva de la misma manera. La mantilla pertenece exclusivamente a la señora; y el rebozo lo llevan siempre las criadas, cuya poca vanidad se muestra en esta parte de su vestido, que procuran que sea, si es posible, de la tela más fina y del color más delicado, a veces bordado, o ribeteado con cintas de terciopelo o raso.

El vestido de iglesia no ha sufrido ningún cambio, sino que conserva su carácter español, y siempre es de seda negra, llevado con medias de seda blanca y zapatos de raso blanco. Se considera indecoroso asistir a misa con atuendos de color. A veces se usa un velo blanco y se introduce un poco de blanco en el vestido de las jóvenes... (...)

Las damas de Buenos Aires usan como adorno las flores naturales de un pequeño arbusto que crece en los alrededores de esa ciudad, y es muy común en las llanuras de Montevideo. Estas flores son numerosas, y en lugar de pétalos tienen sedosas fibras (...) de un rojo brillante. En su figura general la flor se parece a un limpiabotellas, y en Buenos Aires la llaman plumerito.[16]

https://cehsegreti.org.ar/historia-social-5/mesas%20ponencias/MESA%207/LOPEZ%20RIZZO-MIGUEZ_7.pdf

https://books.google.com.ar/books?id=jQiO0RS59LgC&printsec=frontcover#v=onepage&q&f=false

Afroargentinos

http://d-scholarship.pitt.edu/21146/1/31735066980065_optimized.pdf&ved=2ahUKEwiE3fTEypj-AhXVjZUCHVujAHo4ChAWegQIHRAB&usg=AOvVaw2azaZYU4WEn860gWY54UUe https://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAn13a03/html_8

Según señala Daniel Schávelzon: «La ornamentación del cuerpo con vestimentas y adornos es un tema importante en la cultura afro: desde la ropa colorida hasta los adornos vistosos son una antigua constante».[17]

Época de Rosas (1829–1852)[editar]

Según señala Root:

La divisa punzó contribuyo a crear una identidad prefabricada y, en un período relativamente breve, proyectó una ideología unificadora. (...) Para Rosas, las prendas y accesorios de color punzó representaban una manera de impulsar la consolidación de la Confederación Argentina (...). También alentaba con mucho vigor el uso del punzó en regiones que estaban bajo el control de otros gobernadores, con lo cual su simbolismo adquiría un lugar preponderante en todo el país. Esta insistencia en los signos exteriores de la indumentaria era un fenómeno cabalmente moderno, dado que la política de la vestimenta en la época colonial se había resuelto en términos genealógicos y no admitía prácticas de construcción del consenso entre los integrantes de la población general.[18]

http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1853-35232013000200004&script=sci_arttext&tlng=en

https://www.bellasartes.gob.ar/coleccion/obra/2806/

[19]

Hasta la popularización de la capota en la década de 1840, la moda del Río de la Plata estaba caracterizada por la ausencia de gorros y sombreros.[20]

Tras la Batalla de Caseros (1853–1869)[editar]

El miriñaque, tal cual había aparecido en Franca en 1857, llegó a Buenos Aires hacia 1860.[21]

La aparición del miriñaque fue una gran innovación en la moda occidental, ya que hasta entonces las mujeres debían utilizar una gran cantidad de enaguas superpuestas para obtener la silueta adecuada, lo cual dificultaba su comidad y libertad de movimiento.[22]


https://revistas.unc.edu.ar/index.php/anuariohistoria/article/view/31725/32552

La Belle Époque (1870–1914)[editar]

https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/secretos-de-la-moderna-moda-portena-en-el-siglo-xix-nid11032022/

https://www.redalyc.org/journal/4556/455658392001/

https://www.academia.edu/61325667/Fantas%C3%ADas_parisienses_y_sastrer%C3%ADas_londinenses_Moda_comercio_y_publicidad_en_Buenos_Aires_a_fines_del_siglo_XIX

Los años veinte (1920–1929)[editar]

Tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamón en noviembre de 1922, una moda inspirada en Egipto se impuso al año siguiente, que incluía bordados con jeroglíficos y alhajas con lotos y escarabajos.[23]

Aunque comúnmente asociado con los Estados Unidos, el arquetipo de la flapper fue un fenómeno global y tuvo su homóloga argentina en la figura de la «joven moderna».[24]​ Según Cecilia Tossounian: «Mientras que el arquetipo global de la flapper se describía típicamente como joven, blanca y soltera, la joven moderna argentina añadía a este arquetipo un estatus indiscutiblemente de clase alta y una afición tanto a la cultura mercantil cosmopolita como a la cultura popular nacional, especialmente el tango.»[25]​ Aunque la figura de la flapper o «joven moderna» era a menudo objeto de burlas y críticas, muchas jóvenes del país aún así aspiraron al estilo de vida asociado a este arquetipo, independientemente de su clase social.[25]

https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/el-rugido-centenario-anos-locos-nid2333188/?outputType=amp

https://revistas.unc.edu.ar/index.php/anuariohistoria/article/view/18569/20226

https://buenosaireshistoria.org/juntas/los-anos-locos-en-buenos-aires/

https://revistas.um.es/turismo/article/view/25041/24331

30s[editar]

En la década de 1930, el uso de pantalones comenzó a popularizarse entre las porteñas como parte del pijama, o bien para usarse en las playas de Mar del Plata durante la temporada de verano de 1935–1936, aunque de manera muy reducida.[26]

40s[editar]

50s[editar]

La diseñadora austríaca Fridl Loos —quien llegó a Argentina en 1940— es considerada una pionera del diseño de autor en el país, alejándose de las tenencias para desarrollar un estilo inspirado en el Noroeste argentino.[27]​ Según Saulquin, Loos «supo imponer un criterio absolutamente vanguardista y personal para la época. Mezclaba materiales como barracanes, lanas tejidas en telar, cueros y gamuzas con técnicas diferentes como patchwork o batik marmolado estampado sobre seda».[27]

1956–1965[editar]

Surgimiento de la moda juvenil y la «nueva ola»[editar]

Hasta los primeros años de la década de 1950, la juventud no representa una franja autónoma de la sociedad, ni posee un papel relevante dentro de ella. "En la primera época -de los años cincuenta-, la moda juvenil, como tal, prácticamente no existe. Lo corriente es copiarse de los mayores, vestirse de grande" pero, al promediar la década, comienza a transformarse en un sujeto social independiente. En ese sentido, empieza a surgir una generación que toma hábitos propios, códigos comunes y comienza a reivindicar su condición etaria. Esto, desde luego, no pasará inadvertido para la industria y por ende surgirán productos que apuntan al incipiente mercado juvenil. Desde aproximadamente 1956 "la juventud comienza a ser protagonista de la indumentaria (...) cuando el maduro circunspecto comienza a juvenilizarse y empieza a aceptar lo joven como realidad, como manifestación de lo 'moderno'." La juventud argentina de aquellos años no estará ajena a este proceso surgido en los países centrales. A partir de 1954, por ejemplo, salen al mercado prendas para la juventud como los vaqueros Far West o Ranchero, que se popularizan hacia 1958. (..) Comienza, en suma, una cultura exclusiva para los jóvenes.[28]

A partir de mediados de la década de 1950, los jeans azules (en inglés: blue jeans) empezaron a convertirse en sinónimo de juventud en Argentina y el mundo occidental en general, siendo la primera prenda utilizada exclusivamente por jóvenes en el país.[29]

El uso de jeans no fue masivamente aceptado por las mujeres jóvenes hasta finales de la década de 1960, aunque participaron en la moda de la «nueva ola» de otras formas.[29]​ A diferencia de los varones, las jóvenes contaban con otras maneras de diferenciar su vestimenta de la de las generaciones anteriores de mujeres a principios de los años 1960.[30]​ Por ejemplo, en vísperas del comienzo de la década, una revista femenina recomendaba que las chicas de 18 años reemplazaran los colores opacos de sus tailleurs, tricots, faldas y vestidos por el rosado, azul claro y blanco.[30]​ A medida que avanzaron los años 1960, las faldas se volvieron cada vez más cortas y ajustadas, y sus colores comenzaron a incluir el rojo y el naranja, los cuales eran descriptos por algunas revistas como «ideales para bailar el twist y el rock».[31]​ El concepto de lo «natural» se volvió decisivo en los consejos de moda de las publicaciones, recomendando «tejidos naturales» como la lana y el algodón, el cabello sin teñir, y el maquillaje reducido a solo una línea fina para resaltar los ojos y labial rosa, en lugar de rojo.[31]

En abril de 1975, la revista Gente publicó una nota titulada «La nostalgia de los que tenemos 30 años», en la que adultos de 30 años recordaban su infancia y adolescencia entre mediados de los años 1950 y comienzos de los años 1960.[32]​ Algunos de los elementos de la moda juvenil que la nota enumera son:

«El esmalte y el rouge nacarados; los conjuntos de banion blanco o celeste; los pantalones de poplin, estilo bombilla; los sacos sport de hilo blanco; los pantalones stretch con estribo; el peinado engominado y cola de pato (...); las mallas rayadas hasta la cintura y la bombacha azul; el taco aguja; los zapatos forrados en el mismo género del vestido; el estilo "Darling" para las chicas, con tights de colores; la corbata finita; el yuguillo para la camisa; (...) la cola de caballo bien alta y con flequillo; los sweaters gordos y con ochos; las puleras de dijes; el pantalón blanco de tiro corto; las polleras escocesas; (...) los vaqueros Far-West; los zapatos "Pichi" para chicas que caminaban braceando; las camisas de corderoy; la gomina de Brancato; (...) camisas de piel de tiburón; el pañuelo en la cabeza para ir a misa; el traje de baño de nylon; las camperas de cuero; (...) desteñir y gastar los jeans, raspándolos en la vereda; (...) las alpargatas durante el verano; (...) las vinchas para las chicas».

A comienzos de la década de 1960 se popularizó el concepto de la «nueva ola», una irrupción de nuevos estilos musicales —como el rock y el twist— alrededor de los cuales se transformó el consumo cultural, las actividades de ocio y la moda de los jóvenes.[33]​ Según Valeria Manzano: «La expresión "nueva ola" encapsulaba sentidos de cambio en una cultura de masas crecientemente juvenilizada, un rasgo crucial de la vida cultural argentina a comienzos de los sesenta.»[33]​ En febrero de 1963, la revista Para Ti publicó un test para que sus lectoras determinaran si pertenecían o no a la «nueva ola», debiendo responder «si preferían escuchar y bailar twist y rock antes que otros estilos musicales; salir en grupos mixtos y numerosos antes que solamente con una amiga; y usar jeans y sweaters en vez de polleras y blusas».

https://books.google.com.ar/books?id=rIVgAwAAQBAJ&pg=PA93&dq=argentine+fashion+1960s&hl=es-419&sa=X&ved=2ahUKEwiC88GP6e35AhXDgpUCHUl0DOIQ6AF6BAgHEAM#v=onepage&q=argentine%20fashion%201960s&f=false

https://www.jstor.org/stable/27696483

1966–1975[editar]

El «Swinging Buenos Aires» y la contracultura porteña[editar]

En la segunda mitad de los años 1960, Londres se convirtió en el referente internacional de la moda, el diseño y el arte joven, un fenómeno conocido como el «Swinging London». Buenos Aires tuvo su propio MANZANA LOCA.[34]

«época en la que artistas plásticos del Instituto Di Tella, estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, poetas inconformistas y pioneros del rock nacional confluían en reductos bohemios como el Bar Moderno, el café La Paz y el antro jazzero-rockero La Cueva».[35]

Una figura clave del «Swinging Buenos Aires» fue Rosa "Rosita" Bailón, creadora de la tienda Mme. Frou Frou ubicada en el corazón de la Galería del Este.[36]

Este deseo por atraer y seducir al ecléctico público londinense que transita la icónica King’s Road, parece inspirar el espíritu de la calle Florida en los años sesenta. Así como Quant y el grupo vanguardista de Chelsea, los protagonistas de nuestra emblemática calle Florida se propusieron renovar su energía e impactar a esa heterogénea masa de gente que recorre la peatonal más importante de la ciudad.

A partir de los años sesenta la cuadra de Florida comprendida entre las calles Paraguay y Charcas (hoy Marcelo T. de Alvear) comienza a ser conocida como "la manzana loca". Rodeada de comercios, boutiques, librerías y galerías de arte, allí se instala el mítico Instituto Di Tella, centro de la cultura de vanguardia de la época.

La moda, un aspecto siempre relacionado con la calle Florida, toma en esta etapa un valor aún mayor. Considerada como un símbolo de expresión, los jóvenes de la época manifiestan a través de la imagen su rebeldía e inconformismo, ellas acortando sus polleras y ellos alargando sus cabelleras. Otro sitio para practicar estas "irreverentes" actitudes es la Galería del Este. Ubicada junto al Di Tella, esta "pequeña isla dentro de la ciudad" nace como un lugar con fines comerciales, pero se transforma a partir del uso en un punto de encuentro social e intercambio cultural donde descubrir y lucir las nuevas tendencias. De este modo, el clima generado en las inmediaciones de la "manzana loca" convierte a esta parte de Florida en un área donde se disuelven los límites entre lo público y lo privado, en un ámbito de reunión entre amigos que comparten ideas, gustos y modas.[37]


https://www.fundacionida.org/post/epica-hazanas-del-diseno-argentino-1960-parte-2

https://www.pagina12.com.ar/477762-chic-las-memorias-eclecticas-de-felisa-pinto


80s[editar]

http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1853-35232019000600143

90s[editar]

2001–actualidad[editar]

http://www.scielo.org.ar/pdf/ccedce/n48/n48a03.pdf

Notas[editar]

  1. Según una nota al pie de la edición de 1973 de El lazarillo de ciegos caminantes por Emilio Carilla, recogida en el Diccionario histórico de la lengua española: «No he visto registrada esta voz [andrieles], que, salvo errata, no es otra que la equivalente a andriana(s)».[4]​ Proveniente del francés andrienne, la andriana era una «especie de bata muy ancha y no ajustada al talle, que usaban las mujeres».[5]

Referencias[editar]

  1. La Argentina textil, 2017, p. 16.
  2. a b c d e f g Leonardi, Rosana; Vaisman, Sara (2017). «La indumentaria tardo colonial (1800-1810)». Los devenires de la indumentaria porteña: Buenos Aires 1800–1852. Buenos Aires: Diseño. pp. 31-49). ISBN 9789874160461. Consultado el 16 de abril de 2023 – via Cátedra Leonardi. 
  3. Vicky Salías, Rosana Leonardi (12 de octubre de 2020). TCH. "La indumentaria y el grito independentista". Invitada: Rosana Leonardi (video). Museo Nacional de la Historia del Traje en YouTube. Consultado el 27 de agosto de 2022. 
  4. «andriel». Madrid: Tesoro de los diccionarios históricos de la lengua española. Real Academia Española. Consultado el 30 de septiembre de 2023. 
  5. «andriana». Madrid: Tesoro de los diccionarios históricos de la lengua española. Real Academia Española. Consultado el 30 de septiembre de 2023. 
  6. Concolorcorvo (1942) [1773]. «Capítulo II». El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima. Buenos Aires: Ediciones Argentinas Solar. pp. 40-42. Consultado el 27 de agosto de 2022 – via Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. 
  7. a b Marschoff, María; Salerno, Melisa A. (2016). «Abriendo baúles y desempolvando guardarropas. Mujeres y prácticas del vestido en el Buenos Aires virreinal». Anuario De Estudios Americano (Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas) 73 (1): 133-161. ISSN 1988-4273. Consultado el 16 de abril de 2023. 
  8. Saulquin, 2006, p. 29.
  9. Amigo, Escobar y Majluf, 2015, p. 81.
  10. a b Amigo, Escobar y Majluf, 2015, p. 83.
  11. a b c Saulquin, 2006, p. 31.
  12. Saulquin, 2006, p. 32.
  13. «Un viajero virreinal». Buenos Aires: Museo Nacional de Bellas Artes. 2015. Consultado el 27 de agosto de 2022. 
  14. Saulquin, 2006, p. 33.
  15. Saulquin, 2006, p. 35.
  16. Vidal, 1820, pp. 49–50.
  17. Schávelzon, Daniel (2003). Buenos Aires negra. Arqueología histórica de una ciudad silenciada. Emecé Editores. pp. 148-149. ISBN 9789500424592. Consultado el 15 de abril de 2023. 
  18. Root, 2014, p. 49.
  19. Leonardi, Rosana; Vaisman, Sara (2017). «Del rojo punzó al celeste cielo (1830-1852)». Los devenires de la indumentaria porteña: Buenos Aires 1800–1852. Buenos Aires: Diseño. pp. 75-105). ISBN 9789874160461. Consultado el 16 de abril de 2023 – via Cátedra Leonardi. 
  20. a b Saulquin, 2006, p. 46.
  21. Saulquin, 2006, p. 47.
  22. «Crinoline silhouette» (en inglés). Los Ángeles: Fashion Institute of Design & Merchandising Museum (FIDM Museum). 18 de noviembre de 2009. Consultado el 15 de abril de 2023. 
  23. Saulquin, 2006, p. 96.
  24. Tossounian, 2020, p. 33.
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  26. Russo, Carlos; Kostzer, Kado (30 de marzo de 1971). «La Argentina de los años 30. Qué se usaba en esos tiempos». Panorama. Buenos Aires: Editorial Abril. Consultado el 5 de mayo de 2023 – via Mágicas Ruinas. 
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  33. a b Manzano, Valeria (2010). «Ha llegado la "nueva ola": Música, consumo y juventud en la Argentina, 1956-1966». En Cosse, Isabella; Felitti, Karina; Manzano, Valeria, eds. Los '60 de otra manera. Vida cotidiana, género y sexualidades en la Argentina. Buenos Aires: Prometeo. pp. 19-60. ISBN 9789875744103. Consultado el 6 de mayo de 2023 – via Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de la Plata. 
  34. Sánchez Trolliet, Ana (2014). «Yo me iré a naufragar. Rockeros y bohemios en el centro porteño (1965-1970)». Registros (Mar del Plata: Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad Nacional de Mar del Plata) (11): 115-133. ISSN 2250-8112. Consultado el 6 de mayo de 2023. 
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Bibliografía[editar]