Romanización de Hispania

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Se entiende por romanización de Hispania al proceso por el que la cultura romana se implantó en la Península Ibérica durante el periodo de dominio romano sobre ésta. Plantilla:Hispania Romana

Jarra de vidrio, museo de Valladolid. Los romanos fueron grandes impulsores del trabajo en vidrio soplado

Introducción

A lo largo de los siglos de dominio romano sobre las provincias de Hispania, las costumbres, la religión, las leyes y en general, el modo de vida romano, se impuso con muchísima fuerza en la población indígena a la que se sumó una gran cantidad de romanos formando la cultura hispano-romana. La civilización romana, mucho más avanzada y refinada que las anteriores culturas peninsulares, tenía importantes vías para su implantación allá donde los romanos asentaran su dominio, entre las cuales estaban:

  • La creación de infraestructuras en los territorios bajo gobierno romano, lo que mejoraba tanto las comunicaciones como la capacidad de absorber población de estas zonas.
  • La mejora, en gran parte debido a estas infraestructuras, de la urbanización de las ciudades, impulsada además por los servicios públicos, desconocidos hasta entonces en la península, como termas, alcantarillado, teatros, circos, etc.
  • La creación de colonias de repoblación como recompensa para las tropas licenciadas, así como la creación de latifundios de producción agrícola extensiva, propiedad de familias pudientes que, o bien procedían de Roma y su entorno, o eran familias indígenas que adoptaban con rapidez las costumbres romanas.

Asentamientos romanos

Aunque la influencia romana tuvo gran repercusión en las ciudades ya existentes en la península, los mayores esfuerzos urbanísticos se centraron en las ciudades de nueva construcción, como Tarraco (Tarragona), Emerita Augusta (Mérida) o Itálica.

Tarraco

Tarraco (la actual Tarragona) tiene su origen en el campamento militar establecido por Cneo Cornelio Escipión en 218 adC durante la invasión peninsular en plena Segunda Guerra Púnica. Tarraco se convirtió muy pronto en la capital de la Hispania Citerior, y posteriormente de la provincia Tarraconense. Julio César cambiaría su status por el de colonia (Colonia lulia urbs Triumphhalis Tarraco) en 45 adC.

Emerita Augusta

Emerita Augusta fue fundada en 25 adC por Publio Carisio, como representante del emperador Octavio Augusto como lugar de asentamiento de las tropas licenciadas de las legiones V (Alaudae)y X (Gemina). Con el tiempo, esta ciudad se convertiría en una de las más importantes de toda Hispania, capital de la provincia de Lusitania y centro económico y cultural.

Itálica

Itálica (situada donde hoy se emplaza la localidad de Santiponce, en la provincia de Sevilla) fue la primera ciudad puramente romana fundada en Hispania. Al finalizar la Segunda Guerra Púnica, Escipión «el Africano» repartió entre las legiones romanas parcelas de tierra en el valle del río Betis (actual Guadalquivir), de forma que, aunque Itálica nace como un hospital de campaña para los heridos de la Batalla de Ilipa, se convirtió posteriormente en un asentamiento de veteranos de guerra y luego en un municipio, en la margen oeste del río Betis en 206 adC.

Es durante la época de César Augusto cuando Itálica consigue el status de municipio, con derecho a acuñar moneda; pero alcanza su periodo de mayor esplendor durante los reinados de los césares Trajano y Adriano a finales del siglo I y durante el siglo II, originarios de Itálica, que darían un gran prestigio a la antigua colonia hispánica en Roma. Ambos emperadores fueron perticularmente generosos con su ciudad natal, ampliándola y revitalizando su economía. Adriano manda contruir la nova urbs, la ciudad nueva, ciudad que sólo tuvo cierta actividad durante los siglos II y III.

También durante el gobierno de Adriano, la ciudad cambia su status de municipio para pasar a ser colonia romana, copiando de Roma sus instituciones. Es en este momento cuando pasa a llamarse Colonia Aelia Augusta Itálica, en honor del emperador. Por entonces, ya existía en el senado romano un importante grupo de presión procedente de la ciudad hispánica.

Obras civiles

Acueducto de Segovia, una de las mayores obras civiles romanas en Hispania

La civilización romana es conocida como la gran constructora de infraestructuras. Fue la primera civilización que dedicó un esfuerzo serio y decidido por este tipo de obras civiles como base para el asentamiento de sus poblaciones y la conservación de su dominio militar y económico sobre el extenso territorio de su imperio. Las construcciones más destacadas por su importancia son las calzadas, puentes y acueductos.

Las grandes infraestructuras

Ya fuese dentro o fuera del entorno urbano, estas infraestructuras se convirtieron en vitales para el normal funcionamiento de la ciudad y de su economía, permitiendo el abastecimiento de la misma de aquello que le resultaba más esencial, ya fuera el agua por vía de los acueductos o los suministros de alimentos y bienes a través de la eficiente red de calzadas. Además, cualquier ciudad de mediana importancia contaba con un sistema de alcantarillado para permitir el drenaje tanto de las aguas residuales como de la lluvia para impedir que ésta se estancara en las calles.

Calzadas y vías
Calzada romana de Bárcena de Pie de Concha (Cantabria)

Dentro de las infraestructuras de uso civil que los romanos construyeron con intensidad durante su dominio en Hispania, destacan por su importancia las calzadas romanas, que vertebraron el territorio peninsular uniendo desde Cádiz hasta los Pirineos y desde Asturias hasta Murcia, cubriendo los litorales mediterráneo y atlántico a través de las conocidas «vías». Por ellas circulaba un comercio en auge, alentado por la estabilidad política del territorio a lo largo de varios siglos. De entre estas vías, las más importantes eran:

Miliario de Itálica

Para señalizar las distancias en estas vías se colocaban los llamados miliarios, que en forma de columna como el de la imagen o de grandes piedras, marcaban la distancia desde el punto de origen de la vía en miles de pasos (millas).

Actualmente la mayor parte del recorrido de estas vías se corresponde con el trazado de las actuales carreteras nacionales o autopistas de los actuales estados de España y Portugal, lo que confirma el acierto romano en la elección óptima del trazado de las mismas.

Puentes

Los puentes romanos, complemento indispensable de las calzadas, permitían a éstas salvar los obstáculos que suponían los ríos, que en el caso de la Península Ibérica pueden llegar a ser muy anchos. Ante este desafío que la geografía presentaba a Roma, ésta respondió con las que tal vez sean las más duraderas y fiables de sus construcciones. Aunque también se construyeron una gran cantidad de puentes de madera sobre los cauces menores, hoy conocemos por «puente romano» a las construcciones de piedra.

Puente romano de Córdoba

El típico puente romano está formado por una plataforma sostenida por arcos de medio punto, de semicírculos o de segmentos de círculos. Se dan también casos de puentes sobre círculos completos. Estos arcos o segmentos de arcos reciben el nombre de «ojos». Los pilares sobre el agua incluyen unas construcciones en forma de cuña llamados «tajamares» para reconducir la corriente de agua.

Maqueta de la construcción de los pilares de un puente romano

Sobre estos arcos se sitúa la plataforma sobre la que finalmente se podrá circular. Esta plataforma forma dos rampas cuyas rasantes se encuentran en el centro, aunque en los puentes más largos el drenaje es hacia ambos lados del puente.

Este exitoso modelo de construcción se extendió hasta entrada la Edad Media, y hoy es difícil saber en algunos casos si algunos puentes son realmente romanos o construcciones posteriores que siguieron el mismo patrón.

Acueductos

Un nucleo urbano importante precisaba ante todo un aporte de agua constante que permitiera el abastecimiento de miles de personas concentradas en un mismo lugar que podía encontrarse en ocasiones a varios kilómetros de distancia de las fuentes naturales de agua, sí. Para conseguir este flujo continuo de agua se construyeron los acueductos.

Acueducto cerca de Tarragona

El acueducto romano era, a pesar de lo que pudiera parecer, subterráneo en su mayor parte. Sin embargo, hoy conocemos como acueducto a las obras monumentales edificadas para salvar los obstáculos geográficos con el fin de dar continuidad a dichos cauces. La esbeltez de este tipo de construcciones, junto a la tremenda altura alcanzada por algunas de ellas, las convierten en las más bellas obras de la ingeniería civil de todos los tiempos, sobre todo teniendo en cuenta las dificultades salvadas para la construcción de las mismas.

Para la construcción de un acueducto, se buscaba en primer lugar la fuente del agua, canalizando un cauce natural mediante la construcción de un canal, y dejando que la pendiente del terreno llevara el agua a través de este canal hasta un lago artificial (una vez construida la represa para almacenar agua en el mismo si fuese necesario). Esto garantizaba el aporte constante de agua durante todo el año.

Esquema de un sifón

A partir de este punto, el agua podía ser transportada por canales, ya fueran de piedra, de tubería de cerámica o de plomo. Esta última solución provocaría no pocos problemas de salud en el mundo romano de envenenamiento por plomo (saturnismo), problema que se extendería casi hasta la actualidad en algunos lugares donde este tipo de canalizaciones se ha usado en abundancia. La conducción de plomo, más cómoda de trabajar, se usaba más en la red de distribución urbana debido a su elevado precio, aunque también se usaba en los sifones, cuyo mecanismo se explica más adelante.

Maqueta del acueducto de Segovia

De esta forma, el agua procedente del lago artificial era transportada por un canal subterráneo hasta el núcleo urbano, casi siempre aprovechando la pendiente del terreno, aunque en ocasiones también se construían sifones, que permitían salvar una pendiente descendente sin necesidad de construir los famosos puentes pero conservando la presión del caudal. En el sifón se aprovecha la presión resultante de la caída del agua para elevarla al otro lado, conservando esta presión a costa de perder algo del caudal. Se trata de una aplicación del principio de los vasos comunicantes.

Destacan por su estado de conservación, en primer lugar el acueducto de Segovia, que es la construcción romana más famosa de la Península Ibérica, seguido por el acueducto de Tarragona o «Puente del Diablo», y también los restos del acueducto de Mérida, conocido como el «Acueducto de los Milagros».

Las infraestructuras urbanas

Dentro del entorno urbano destacan las termas y alcantarillados; y también son remarcables las construcciones destinadas al ocio y la cultura, como los teatros, circos y anfiteatros.

Termas
Esquema de una terma sobre los restos de las termas de Azaila (Teruel)

La cultura romana rendía culto al cuerpo, y por consiguiente, a la higiene del mismo. Las termas o baños públicos se convirtieron en lugares de reunión de personas de toda condición social, y su uso era fomentado por las autoridades, que en ocasiones sufragaron sus gastos haciendo el acceso a las mismas gratuito para la población. Aunque hombres y mujeres compartían en ocasiones los mismos espacios, las horas de baño eran diferentes para unos y otros: las mujeres acudían por la mañana mientras los hombres lo hacían al atardecer. En aquellas que disponían de secciones separadas para hombres y mujeres, al área destinada a éstas se le daba el nombre de «balnea».

Piscina de las termas de Caesaraugusta

En la Península Ibérica existe una gran diversidad arqueológica de este tipo de edificios, destacando por su estado de conservación las termas de Alange, cerca de Mérida, que tras varios procesos de reforma a lo largo de los siglos XVIII y XIX, hoy se encuentran abiertas al público como parte de un balneario de aguas medicinales.

La terma romana tiene una estructura definida por su función, tal como se puede ver en la imagen esquemática de Azaila. El «apodyterium» era, además de la entrada a la terma, la zona de vestuario de la misma. A continuación se pasaba a otra sala llamada «tepidarium», que consistía en una sala templada que a su vez daba paso al «frigidarium» o al «caldearium», salas de agua fría o caliente respectivamente. La sala «caldearium» se orientaba al sur para recibir de este modo la mayor cantidad posible de luz solar. Bajo el suelo de esta sala se hacía pasar una serie de tuberías por donde circulaba agua caliente. El «frigidarium», sin embargo, solía ser una piscina abierta de agua fría.

Por regla general, las termas se rodeaban de jardines y otros edificios accesorios con servicios para los visitantes como gimnasios, bibliotecas u otros lugares de reunión («laconium»), todo ello con el propósito de proporcionar a los clientes un ambiente agradable y tonificante. Estas termas precisaban de gran cantidad de personal para su funcionamiento, sobre todo teniendo en cuenta la necesidad de grandes cantidades de agua caliente y para atender adecuadamente a los clientes.

Alcantarillado

Los romanos comprendieron desde el principio de su auge como civilización que una ciudad debía tener un sistema eficiente de eliminación de desechos para poder crecer. Para ello construyeron en la práctica totalidad de las ciudades de cierta importancia los conocidos sistemas de alcantarillado que aún hoy siguen cumpliendo su función original. En Mérida, por ejemplo, el alcantarillado romano se ha usado hasta hace pocos años, y su trazado sirve todavía como referencia para conocer cómo era la antigua ciudad romana. En otras ciudades como León (inicialmente fundada como un campamento de la Legión VII Gemina) se conservan vestigios de estas infraestructuras, y en Itálica sirven como ejemplo al visitante en los días lluviosos de la perfección del sistema de drenaje de las calles para evitar su encharcamiento.

El teatro

La literatura clásica, tanto griega como romana, está repleta de grandes dramas escritos expresamente para su representación ante el público, y aunque en realidad, el teatro romano tiene su origen en las raíces etruscas de su cultura, no es menos cierto que muy pronto adoptó la práctica totalidad de las características de la tragedia y la comedia griegas.

Teatro de Clunia

El teatro era una de las actividades de ocio favoritas de la población hispano-romana, y al igual que con otras edificaciones de interés público, ninguna ciudad que pudiera recibir tal nombre se privaba de poseer uno. Tal es así que el teatro de Augusta Emerita fue construido prácticamente al mismo tiempo que el resto de la ciudad por el cónsul Marco Agripa, yerno del emperador Octavio Augusto. En total se conservan restos de al menos trece teatros romanos en toda la Península.

El teatro como edificio es singular en muchos aspectos. Principalmente se compone de un graderío semicircular llamado «cavea» que rodea a un espacio central destinado a los coros («orchestra»), y frente a éste se emplaza el escenario, rematado por el «frons scaenae». Tras este escenario se sitúan las zonas destinadas a los actores («postcaenium»). La entrada y salida de espectadores se hace a través de unos túneles de acceso llamados «vomitorios».

Sin lugar a dudas, el teatro mejor conservado en la Península es el de Mérida, aunque también los teatros de Itálica, Sagunto, Clunia, Zaragoza y otros forman parte del tesoro arqueológico, y algunos de ellos acogen incluso festivales de teatro regularmente, por lo que puede considerarse que aún cumplen la función para la que fueron edificados, en algunos casos más de dos mil años atrás.

Teatro romano de Mérida

Cabe señalar sin embargo, que la reconstrucción efectuada sobre el teatro de Sagunto, proyectada por los arquitectos Giorgio Grassi y Manuel Portaceli y llevada a cabo entre 1983 y 1993 se encuentra aún hoy sumida en la polémica y en la disputa jurídica, e incluso una sentencia judicial obliga a la demolición de todo el trabajo de reconstrucción y a la devolución del teatro a las condiciones en las que se encontraba antes de la misma. No parece probable sin embargo que semejante sentencia pueda ser ejecutada, ya que no puede garantizarse la conservación del teatro original ante la envergadura de la labor de demolición necesaria, por lo que seguramente el teatro romano de Sagunto quedará como ejemplo de «cómo no debe efectuarse un trabajo de restauración».

Anfiteatros
Anfiteatro de Tarragona

La cultura romana poseía unos valores respecto a la vida humana muy diferentes de los que hoy imperan en Europa y, en general, en el mundo. El sistema esclavista, que hacía posible que un hombre perdiera su condición de «hombre libre» por diversos motivos (delitos, deudas, capturas militares, etc), y por lo tanto se viera privado de todos sus derechos, propiciaba un nuevo espectáculo que aunque hoy sería denostado como salvaje y brutal, en aquella época constituía uno de los atractivos más poderosos de la vida urbana: la lucha de gladiadores. No sólo los esclavos participaban en este tipo de luchas (si bien la inmensa mayoría de los gladiadores lo eran), sino que también había quien hacía carrera como gladiador por dinero, favores o gloria. Incluso algún emperador se atrevió en ocasiones a bajar a la arena para practicar este sangriento «deporte», como en el caso de Cómodo.

Foso del anfiteatro de Itálica

Los espectáculos de lucha tenían lugar en un principio en el circo, pero posteriormente se inició la construcción de los anfiteatros, edificios de planta elíptica destinados exclusivamente a la lucha.

El primer anfiteatro en piedra se edificó en Roma, siendo posteriormente exportado a las principales ciudades de todo el imperio. Bajo la arena de este anfiteatro se encontraba el foso, donde gladiadores y fieras eran preparados o permanecían encerrados hasta la hora de la lucha. Este foso se encontraba cubierto por un techado de madera sobre el cual se encontraba el escenario de las luchas. Alrededor de esta superficie de arena elíptica se encontraban los graderíos donde el público asistía a los «juegos». Estos anfiteatros serían asímismo testigos a partir del siglo I de nuestra era de la brutal represión que en algunas épocas se ejerció contra la creciente población cristiana por parte de las autoridades romanas.

Indudablemente, es el Coliseo de Roma el anfiteatro más conocido y monumental del mundo, aunque dentro de Hispania se edificaron varios cuyos restos aún se conservan, como los de Itálica, Tarragona o Mérida.

La transformación de las sociedades prerromanas

No se puede considerar este aspecto de la romanización de Hispania como un bloque unitario, ya que la influencia romana fue recorriendo progresivamente la Península en un prolongado periodo de dos siglos. Además, los pueblos prerromanos tenían un carácter muy diferente según su localización geográfica. Así, las zonas previamente bajo influencia griega fueron facilmente asimiladas, mientras aquellos que se enfrentaron a la dominación romana tuvieron un periodo de asimilación cultural mucho más prolongado.

En este proceso las culturas prerromanas perdieron su lengua y la práctica totalidad de sus costumbres ancestrales, a excepción del idioma euskera, que sobrevivió en las laderas occidentales de los Pirineos donde la influencia romana no fue tan intensa. La cultura romana se extendía conjuntamente con los intereses comerciales de Roma, demorándose en llegar a aquellos lugares de menor importancia estratégica para la economía del Imperio.

De este modo, la costa mediterránea, habitada antes de la llegada de los romanos por pueblos de origen íbero, ilergeta y turdetano entre otros (pueblos que ya habían tenido un intenso contacto con el comercio griego y fenicio), adoptó con relativa rapidez el modo de vida romano. Las primeras ciudades romanas se fundarían en estos territorios, como Tarraco en el noreste o Itálica en el sur, en pleno periodo de enfrentamiento con Cartago. Desde ellas se expandiría la cultura romana por los territorios que las circundaban.

Sin embargo, otros pueblos peninsulares no resultaron tan predispuestos al abandono de sus respectivas culturas, especialmente en el interior, donde la cultura celtíbera estaba bien asentada. El principal motivo para este rechazo fue la resistencia armada que estos pueblos presentaron a lo largo de la conquista romana, con episodios como Numancia o la rebelión de Viriato. Existía por lo tanto una fuerte predisposición al rechazo de las formas culturales romanas que perduraría hasta la conquista efectiva del territorio peninsular por las legiones de Augusto, ya en el año 19 adC. En cualquier caso, la cultura celtíbera no sobrevivió al impacto cultural una vez que Roma se asentó de forma definitiva en sus territorios, y el centro de Hispania pasaría a formar parte del entramado económico y humano del Imperio.

Indudablemente, la civilización romana era mucho más refinada que la de los pobladores de la Hispania prerromana, lo cual favorecía su adopción por estos pueblos. Roma padecía además una fuerte tendencia al chovinismo que le hacía despreciar a las culturas foráneas, a las cuales denominaba en general «bárbaras», por lo que cualquier relación fluida con la metrópoli pasaba por imitar el modo de vida de ésta. Por otra parte, para la élite social del periodo anterior no resultó un sacrificio, sino más bien al contrario, convertirse en la nueva élite hispano-romana, pasando del austero modo de vida anterior a disfrutar de las «comodidades» de los servicios de las nuevas «urbis» y de la estabilidad política que el Imperio traía consigo. Estas élites ocuparon de paso los puestos de gobierno en las nuevas instituciones municipales, convirtiéndose en magistrados e incorporándose a los ejércitos romanos donde se podía medrar políticamente al tiempo que se progresaba en la carrera militar.

Roma impulsó en Hispania la repoblación, repartiendo tierras entre las tropas licenciadas de las legiones que habían participado en la guerra contra Cartago. También muchas familias procedentes de Italia se establecieron en Hispania con el fin de aprovechar las riquezas que ofrecía un nuevo y fértil territorio y de hecho, algunas de las ciudades hispanas poseían el status de «colonia», y sus habitantes tenían el derecho a la ciudadanías romana. No en vano, dos emperadores romanos, Trajano y Adriano, procedían de Hispania.

Véase también

Enlaces externos

Bibliografía