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Alfonso Carlos I de Borbón
Duque de San Jaime, pretendiente al trono de España
Archivo:AlfonsoCarlos.jpg
Reinado
1931 - 1936
Predecesor Jaime III
Sucesor Javier I
como regente
Información personal
Nombre completo Alfonso Carlos Fernando José Juan Pío de Borbón y Austria-Este
Otros títulos Duque de Anjou y Conde de Caserta
Nacimiento 12 de septiembre de 1849
Londres, Bandera de Inglaterra Inglaterra
Fallecimiento 29 de septiembre de 1936 (87 años)
Viena, Bandera de Austria Austria
Sepultura Castillo de Puchheim,
Austria Austria
Familia
Casa real Casa de Borbón
Dinastía Dinastía Capeta
Padre Juan (III), conde de Montizón
Madre María Beatriz de Austria-Este
Consorte María de las Nieves de Portugal

Alfonso Carlos Fernando José Juan Pío de Borbón y Austria-Este, titulado duque de San Jaime y de Anjou (Londres, 12 de septiembre de 1849Viena, 29 de septiembre de 1936), fue el pretendiente carlista al trono de España, con el nombre de Alfonso Carlos I, entre 1931 y 1936, y al trono de las Dos Sicilias.

Biografía[editar]

Infancia y juventud[editar]

Era hijo segundo del matrimonio formado por Juan, segundo hijo del primer aspirante carlista, Carlos María Isidro de Borbón, y la archiduquesa María Beatriz de Austria-Este, hija del duque de Módena. Por tanto, era el hermano menor del también aspirante legitimista al trono de España Carlos VII.

Su madre, Beatriz decidió separarse de su marido y acudió a su hogar de Módena con sus dos hijos, para apartarlos de la causa carlista. Alfonso Carlos pasó sus primeros años en Módena, hasta que las tropas de unificación italiana destronaron a los duques y la familia fue a refugiarse a Viena. En 1867 hizo un viaje a Tierra Santa.

Defensa de Roma[editar]

Cuando los Estados Pontificios también fueron objetivo de las tropas liberales de Saboya, Alfonso Carlos, como otros muchos nobles europeos, se alistó en el cuerpo de Zuavos Pontificios al servicio del Papa Pío IX. Participó en toda la campaña contra las tropas italianas, luchando en la defensa de la Puerta Pía, cuya brecha cubrió como alférez de la 6.ª compañía del 2.° batallón.

Al capitular el ejército papal, quedó prisionero. Una vez en libertad, pasó a Francia, conociendo en uno de sus viajes a María de las Nieves de Braganza (1852–1941), con la que casó el 26 de abril de 1871 en el castillo de Kleinheubach (Baviera). El matrimonio no tendría descendencia.

Participación en la Tercera Guerra Carlista[editar]

Comandante general de Cataluña[editar]

Durante su viaje de bodas, recibió el aviso de su hermano don Carlos para que se reuniera con él, recibiendo en Ginebra el nombramiento de comandante general del Ejército carlista en Cataluña. Dirigió los primeros trabajos para reorganizar la Tercera Guerra Carlista desde el sur de Francia. El 1 de enero de 1873 cruzó la frontera española, para reunirse con Savalls, con quien entraría en desavenencias.

El 13 de marzo comenzó su campaña. El 16 de marzó tomó Ripoll, siendo derrotado al día siguiente por el general liberal Martínez Campos en Campdevánol. El 25 de marzo logró tomar Berga, destacándose por su carácter humanitario, liberando a los enemigos capturados al enterarse de que el general Savalls había ordenado fusilar a algunos prisioneros.

El 10 y 27 de abril tuvo lugar el ataque de Puigcerdá y la acción de Calaf, respectivamente. En el ataque de Sanahuja, el 18 de mayo, se produjo el copo de un escuadrón de caballería liberal, tomando Santa María de Oló el 30 de mayo y Oristá el 12 de junio. En la acción de Oristá cayó en poder de los carlistas una pieza de artillería, quedando derrotado completamente el enemigo.

El 25 de junio de 1873 tuvo lugar la acción de Prats de Llusanés. En la acción de Alpens, el 9 de julio, murió el general republicano José Cabrinetty. Conquistó Igualada el 18 de julio. El 3 de agosto se produjo el ataque a Caldas de Montbui, y el 14 del mismo mes la acción de Balsareny. Los republicanos fueron derrotados en Caserras el 16 de agosto, siendo tomada Tortella el día 23. Tras la acción de Argelaguer, el 24 de agosto, se produjo otra en las inmediaciones de Vich el 2 de septiembre y el combate en Puigreig contra un convoy de víveres que se dirigía a Berga, los días 22, 23 y 26 de septiembre.

Alfonso Carlos, acompañado por su esposa, pasó al norte para informar a don Carlos de la situación de la guerra en Cataluña debido a sus diferencias con Savalls, participando ambos, con el Estado Mayor Real, en la famosa batalla de Montejurra el 3 de noviembre de 1873.

Ofensiva en Aragón y Castilla la Nueva[editar]

El 20 de marzo de 1874 Alfonso Carlos fue nombrado comandante general de los ejércitos del Centro y de Cataluña, entrando en esta región a finales de abril de 1874. Un mes después decidió pasar al Centro, dejando en Cataluña al general Tristany como comandante general. Algunas de las acciones más destacadas de su campaña en aquella zona fueron las de Gandesa, el 4 de junio, de Alcoia, el 14 del mismo mes. El 4 de julio estuvo cerca de conquistar Teruel, pero no lo logró ya que el enemigo recibió socorros cuando parte de la plaza estaba ya tomada. Entre el 13 y el 15 de julio se produjo el ataque y conquista de Cuenca, sobre la que los liberales escribieron numerosas leyendas, desmentidas por testigos presenciales y por la confesión que hizo el general republicano Eugenio de la Iglesia a un periodista inglés y luego en sus relatos.[1]​ El 4 de agosto se produjo un nuevo ataque a Teruel, a Alcañiz, el 16 del mismo mes, y la acción de Adzaneta a finales de agosto.

Bajo el mando de Alfonso Carlos, se organizó la expedición del coronel Lozano a Murcia y Andalucía, así como la del brigadier Villalaín de Castilla la Nueva hasta Aranjuez y la interrupción de las líneas férreas entre Madrid y Zaragoza. La decisión de don Carlos de volver a separar los ejércitos del Centro y Cataluña provocó su dimisión. En octubre de 1874 dejó el mando del ejército del Centro y Cataluña, regresando a esa región después de pasar el Ebro por Flix el 20 de octubre. Posteriormente entró en Francia, a la espera de órdenes de don Carlos.

Exilio en Austria[editar]

Una vez acabada la guerra, marchó a Austria, siendo insultado duramente en Graz por elementos anticlericales que alteraban el orden. Durante muchos años vivió retirado de la política, aunque permaneció leal a su hermano. Al producirse la escisión integrista, algunos pensaron que don Alfonso Carlos podría liderar su protesta contra don Carlos, ya que la manera de pensar del infante podía hacerlo afecto a la causa integrista. Sin embargo, Alfonso Carlos se negó y siguió siendo fiel a su hermano. Como muestra de su lealtad, en febrero de 1892 dirigió una carta a su hermano, enviándole el cuadro de los oficiales y zuavos carlistas, lo que mereció de su hermano una contestación en elevados tonos.

A pesar de estar separado de las actividades del partido carlista siguió al corriente de lo que ocurría, enviando cartas afectuosas a sus antiguos subordinados, como, por ejemplo, al hijo del general Cucala con motivo de su defunción en 1891. Don Alfonso Carlos realizó de incógnito largos viajes por Europa, África y Asia en compañía de su esposa con pasaportes sudamericanos.

Senante era un viejo conocido de Alfonso Carlos, pues había sido el abogado elegido por su ayudante, el marqués de Vessolla, para gestionar una solicitud de extraterritorialidad que el entonces infante había realizado al gobierno de España para acabar con los «vejámenes y persecuciones» que padecía en la República de Austria

Desde la terminación de la Primera Guerra Mundial, Alfonso Carlos padeció «vejámenes y persecuciones» en la recién proclamada República de Austria, lo que le llevó a realizar una solicitud de extraterritorialidad al gobierno de España. La misma fue gestionada por su ayudante, el marqués de Vessolla, con la colaboración del diputado Manuel Senante, que era además el director del diario integrista El Siglo Futuro.[2]

Liga antiduelista[editar]

Después de escribir una carta al marqués de Tacoli, felicitándole por no haber querido aceptar un desafío el 26 de agosto de 1900, el abogado francés Henri-Gustave Lelièvre le sugirió la idea de crear una Liga contra el Duelo. Alfonso Carlos acogió la idea e inició su labor en Austria, siendo su propósito muy bien acogido por la prensa y los medios sociales. De este modo nació la Liga de Antiduelistas, que sería secundada en Alemania, Austria, Hungría, Italia, Bélgica, Polonia, España, Rumania y Rusia.

Con esa intensa campaña se consiguió en el orden legal y práctico. Alfonso Carlos publicó sus orígenes en la revista londinense The Fortnightly Review el 1 de agosto de 1908. Ese mismo año escribió un libro publicado en París, con el título de Résumé de l'histoire de la création et du développement des Ligues contre le duel et pour la protection de l'honneur dans les différents pays d'Europe, de fin novembre 1900 à fin octobre 1908, que fue traducido al español por el catedrático Tomás Escriche en 1910. Con la institución de la Liga se acrecentó más su contacto e interés por el carlismo y los problemas de España, siendo su represente en el país el barón de Albi.

Colaboración con el movimiento tradicionalista[editar]

En 1910 publicó en El Correo Español interesantes consideraciones sobre la campaña de Marruecos de dicho año. Al estallar la guerra europea decíaróse partidario de los Estados centrales; puso sus posesiones al servicio de la beneficencia para atender a los heridos, y el hospital de Puchheim fué dirigido por su esposa, siendo constante su asistencia a los desvalidos,lo mismo m iterial que personalmente. En aquellas circunstancias, don ALFONSO CARLOS publicó una carta que circuló profusamente, expresando su simpatía a los Imperiales, demostrando con ello su alteza e miras al querer olvidar que el Gobierno de Bismarck había decretado su deteención y extradición a España, para responder de las acusaciones que le imputaban los alfonsinos de aquella época.

El Diario de Barcelona hizo una tirada especial de dicha carta, y, al producirse la escisión de Vázquez Mella, algunos elementos, tomando pie de dicho documento, intentaron levantar el nombre del ilustre político contra don Jaime; pero los avances que se hicieron sobre este particular fueron rechazados por don Alfonso Carlos, que mantuvo igualmente fidelidad y lealtad con su hermano que con su sobrino. Durante el período de la dictadura del general Prima de River-a, y aprovechando la paz y sosiego de que gozaba España, don Alfonso Carlos, junto con su esposa,doña Maria de las Nieves pasó en ella largas temporadasde riguroso incógnita, teniendo especial interés en recorrer los lugares que evocaban los afanes de su juventud y el valor, el sacrificio y lla abnegación de sus leales soldados en los campos de batalla. Vuelto a su retiro, dedicóse a sus habituales obras de piedad y caridad, y la inesperada muerte de don Jaime, ocurrida el 2 de octubre de 1931, hizo recaer en él los derechos de herencia a la Corona de España y, por lo tanto, de jefe supremo de la Comunión Tradicionalista.

Visitó España, incluyendo las islas Canarias, sorprendiéndole en Sevilla la proclamación de la Segunda República en abril de 1931.

Las autondades de ésta, reunidas en París para asistir al entierro y funerales del duque de Madrid, reconocieron solemnemente, haciéndolo constar en acta, los derechos del octogenario príncipe. Después del sepelio de don Jaime, don Alfonso Carlos, dirigiéndose a los jaimistas que habían ido a la Tenula Reale a ofrendar el último homenaje a su Rey, pronunció las siguientes palabras: "Profundamente conmovido por el fallecimiento de m1 querido sobrino Jaime, que en paz descanse, sumo el mío a los inacabables testimonios que de toda España, y principalmente de vosotros, vengo recibiendo. Infortunio el mayor que pudiera pesar sobre la Comunión Tradicionalista en estos instantes en que, amenazada España por los más graves peligros, parecíamos llamados a la empresa más trascendental de nuestra historia salvando a la patria del estrago que la revolución ha arrojado sobre sus futuros ddestinos. Llamado por la Providencia en los últimos días de mi vida a acompañaros en vuestro sacrificio, yo no olvidaré el deber que meimpone, junto con el ejemplo de vuestra admirable decisión, la historia de toda mi estirpe y el recuerdo de mi propia vida que en mi juventud hube de ofrecerla para hacer frente a la revolución en la defensa de la Patria y frente a la primera República española. Lo que entonces mantuve lo sigo manteniendo con el mismo tesón y fe de entonces, sin que ni la edad ni la mudanza de los tiempos hayan podido quebrantar esa fe que fue la norma de toda mi vida. Os invito, pues, a que conmigo defendáis aquellos principios religiosos que fueron siempre el ideal supremo del pueblo español: la unidad y grandeza de nuestra querida Patria, los fueros y libertades de Reinos y Señorios, constitución histórica de la Nación Española en los tiempos de su mayor grandeza, y la monarquía tradicional que hizo glorioso el nombre de España. La bandera que defendieron mis gloriosos antepasados Carlos V, VI y VII, y que luego mantuvo con igual entusiasmo mi querido sobrino Jaime, la mantengo yo, afirmando intangible el credo de la Comunión Católica Monárquica. Por Cristo y por España, por los fueros y libertades regionales y por la monarquía mtólica que los mantuvo incólumes a través de los siglos, yo acepto el sacrificio a que me invitáis y agradezco profundamente vuestras aclamaciones. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! ¡Vivan los fueros!»

A partir de este momento, y mientras la revolución avanzaba amenazadora en España, quiso ponerse en contacto con sus leales partidarios. Para ello, y a costa de inmensos sacrificios económicos, pues la revolución austríaca de 1918 le había privado de casi toda su fortuna, se trasladó desde Viena a Francia, instalándose en uno de los departamentos contiguos a los Pirineos vascos, donde era visitado constantemente por los tradicionalistas españoles. Desde allí dirigía los trabajos de conspiración contra la República, hasta el último momento en que dió su real orden a la Comunión y, especialmente,a los requetés para que tomaran las armas y lucharan por Dios y por España. Se habló de negociaciones habidas entre don Alfonso Carlos y su sobrino don Alfonso de Borbón y Habsburgo para una inteligencia entre las ramas adversarias. Sentía el anciano prlncipe, a pesar de la rigidez de sus principios, un gran afecto por su sobrino don Alfonso XIII, agradecido al comportamiento noble y caballeresco de éste cuando, al terminar la guerra europe-u iniciada en 1914, toda la familia proscrita era perseguida y despojada de sus bienes, hallando en él, sin solicitarlo, todo su poderoso apoyo. Crecieron esos sentimientos al tener que abandonar don Alfonso el trono cimentado en los principios liberales que le arrojaron al destierro. Por ello, el mayor afán de don Alfonso Carlos -sabiendo extinta a su muerte la rama legítima directa- era llegar a una fusión de las dos ramas monárquicas para bien de España y mediante una condición esencial: que quien fuera designado para ocupar el trono de San Fernando aceptara íntegro el programa tradicionalista, adaptado a los presentes tiempos de conformidad con la sociología cristiana.

Se ignora todavía lo tratado a tal objeto. Graves debieron ser los inconvenientes que frustraron tales placeres. El hecho real es que, a comienzos del año 1936, don Alfonso Carlos decidió publicar en forma de decreto el histórico documento que a continuación se transcribe:

Don Alfonso Carlos Fernando José juan Pío de Borbón y de Austria-Este, por la gracia de Dios legítimo sucesor en los Reinos, Condados y demás títulos soberanos de las Españas, Caudillo de la Comunión Tradicionalista, secular sustentadora de la legitimidad, a mi Jefe Delegado en España, Consejo, Delegados especiales, autoridades regionales, provinciales y locales, diputados y concejales, veteranos, "Margaritas", requetés y juventudes, asociaciones tradicionalistas y todos los leales, tanto los que ahora son como a los que en lo sucesivo fueren y a cuantas personas en algún modo debe y pueda hacer referencia lo que a continuación dispongo.

SABED:

Que la fidelidad constante de Mi ánimo, asistida de activa y perseverante voluntad en el cumplimiento del deber de dar legitima y conveniente solución a la continuidad dinástica de la Causa, hoy vinculada en Mi Persona, no ha sido bastante hasta el día para conseguir la determinación del Príncipe de Asturias en quien concurran, tanto por el imperio del Derecho como por su segura y deliberada adscripción y pública aceptación, todos los requisitos indispensables de principio y de política garantía.

Tan grave dificultad, ajena a Mi más vehemente deseo y continuado y diligente esfuerzo, no es sino prueba providencial, a través de la cual Dios Nuestro Señor prepara los días de grandeza española, así como el reinado venturoso y sin par de los Católicos Reyes don Fernando y doña Isabel, Mis mayores, siguió a otra época de turbadoras oscuridades públicas.

Mas el deber Mío no quedaría, por cuanto de Mi propia acción depende, completamente cumplido si, absorbido en el propósito de conseguir la solución perfecta, ante las dificultades con que ésta tropieza por circunstancias de diferente naturaleza que concurren en cada uno de quienes sucesivamente el sólo, pero insuficiente, título de la sangre llama a Mi sucesión, dejase de preveer la posible terminación de Mi vida antes de conseguirlo, y no proveyese en momento oportuno a eventualidad tan grave, dejando desamparada y huérfana de monárquica autoridad indiscutible, siquiera sea provisoria, a la Santa Causa de España.

La Historia de las antiguas Leyes Me aconsejan, sin cejar por ello, en la continua y apremiante atención a dar solución más definitiva por Mi mismo y durante Mi vida, a prevenir las disposiciones siguientes:

Primera.— Si al fin de mis días no quedase Sucesor legítimamente designado para continuar la sustentación de cuantos derechos y deberes corresponden a Mi Dinastía conforme a las antiguas Leyes Tradicionales y al espirita y carácter de la Comunión Tradicionalista, instituyo con carácter de Regente a Mi muy querido sobrino S. A. R. don Javier de Borbón Parma, en el que tengo plena confianza por representar enteramente nuestros principios, por su piedad Cristiana, sus sentimientos del Honor, y a quien esta Regencia no privaría de su derecho eventual a la Corona.

Segunda.— El Regente reiterará en público manifiesto el solemne juramento que Me tiene prestado de regir en el interregno los destinos de nuestra Santa Causa y proveer sin más tardanza que la necesaria la sucesión legítima de Mi Dinastía, ambos cometidos conforme a las Leyes y usos históricos y principios de Legitimidad que ha sustentado durante un siglo la Comunión Tradicionalista.

Tercera.— Tanto el Regente en su cometido, como las circunstancias y aceptación de Mi Sucesor, deberán ajustarse, reputándolos intangibles, a los fundamentos de la Legitimidad española, a saber:

1.° La Religión Católica, Apostólica, Romana, con la unidad y consecuencias jurídicas con que fue amada y servida tradicionalmente en nuestros Reinos. 2.° La constitución natural y orgánica de los Estados y cuerpos de la sociedad tradicional. 3.° La federación histórica de las distintas regiones y sus fueros y libertades, integrantes de la unidad de la Patria española. 4.° La auténtica Monarquía tradicional legítima de origen y de ejercicio. 5.° Los principios y espíritu y, en cuanto sea prácticamente posible, el mismo estado de derecho y legislativo anterior al mal llamado derecho nuevo.

Cuarta.— Ordeno a todos la unidad más desinteresada y patriótica en la gloriosa e insobornable Comunión Católico-Monárquico-Legitimista, por difíciles que sean las circunstancias futuras, para mejor vencerlas y alcanzar la salud de la Patria jior el único camino cierto, que es el triunfo de la Causa inmortal, a la que tan insignes sacrificios ha ofrecido nuestra Comunión en una centuria y a la que Mi Dinastía ha servido y a la que Yo sirvo con tanta lealtad como requiere Mi conciencia para merecer bien de España y de Dios Nuestro Señor, ante cuyo Trono espero rendir cumplido descargo de Mis graves deberes. Dado en el Destierro, a veintitrés de Enero de mil novecientos treinta y seis. — ALFONSO CARLOS.

Durante sus prolongadas residencias en la frontera francesa, el infante se dedicó a la reorganización de la Comunión Tradicionalista, hallando para ello en su delegado jefe don Manuel Fal Conde al hombre providencial que había de comunicarle su propio dinamismo y excepcionales dotes. Con actividad asombrosa, Fal Conde llevó a cabo la organización de los requetés en toda España y fundamentó en el general Sanjurjo las bases más activas de la conspiración. Así, al iniciarse el glorioso Movimiento libertador con lo más sano y escogido del heroico Ejército español, el Generalísimo Franco pudo contar con el decidido concurso de los soldados de la Tradición que se sumaron al Alzamiento.

Sólo Navarra dio 35.000 voluntarios, con los que el malogrado general Mola pudo llevar a cabo las jornadas que culminaron en el contacto de las dos Castillas y, más tarde en la conquista de la capital guipuzcoana. Don Alfonso Carlos seguía con interés de padre y de caudillo todos los movimientos del Ejército de cruzados que, precedidos de legiones de mártires, luchaban y morían para salvar a España y a Europa de la barbarie marxista. El 22 de septiembre de 1936, en carta dirigida al delegado nacional de Requetés, escribía el augusto anciano:

El valor de nuestro requeté me entusiasma; es la admiración de España y del Extranjero; porque si, como espero, Dios mediante, triunfamos en esta campaña, se debe el triunfo, en gran parte, al arrojo de nuestros carlistas. El número de éstos debe ser ahora de unos 70,000, y si pudiéramos tener a los de Valencia, Murcia y Cataluña, aumentaría el número en gran escala. Haz saber a mis queridos requetés cuánto les admiro y les agradezco el haber acudido tan en masa a mi llamamiento de pelear tan sólo por España. Para recompensa hará Dios que después triunfe la Santa Causa. La gloria de nuestros requetés será haber salvado a España y a Europa.

En la mañana del día 28 de septiembre de 1936. después de cumplir sus devociones religiosas según su costumbre cotidiana, mandó telegraíiar a Fal Conde para que felicitara a los defensores del Alcázar de Toledo, recién liberado por las invictas fuerzas naccionales. Y horas más tarde, cuando se dirigía, como de ordinario, a dar un paseo por el parque cercano a su residencia, fue atropellado por un camión militar, falleciendo a consecuencia del accidente a las doce y media de la noche. Su cadáver fue enterrado en la capilla de su castillo de Puchheirn, asistiendo al acto del sepelio el jefe dela Comunión Tradicionalista, Fal Conde; delegado nacional de Requetés, Zamanillo, y otras muchas personalidades y prohombres del carlismo. En sufragio del alma de don Alfonso Carlos celebráronse solemnísimos funerales en la capital austriaca y en todas las ciudades españolas, de un modo especial en Navarra.


En el exilio destacó en la organización de asociaciones contra los duelos. Tras la muerte de su sobrino, Jaime, duque de Anjou y de Madrid el 2 de octubre de 1931, Alfonso Carlos se convirtió en el pretendiente carlista y legitimista. Tomó este nombre como homenaje a su familia y para evitar confusiones con el rey Alfonso XIII.

Reorganizó en 1932 el movimiento carlista como Comunión Tradicionalista, la denominación de Partido Carlista desapareció y se adoptaron nuevamente posturas ideológicas integristas, propiciando la vuelta de los mellistas y a la que se unieron otros movimientos católicos que temían una república laica.

Participó activamente en los preparativos de la sublevación militar que dio comienzo a la Guerra Civil Española, presidiendo una junta suprema militar que proporcionó un gran número de armas a los sublevados. Murió a los 87 años de edad, el 29 de septiembre de 1936, tras ser atropellado por un camión militar. Está enterrado con su esposa en Austria, en la capilla del castillo de Puchheim (cerca de Salzburgo).

Su muerte[editar]

Su muerte significó el fin de la línea directa de los carlistas, al no tener descendencia. De acuerdo al Auto Acordado de 1713, los derechos hubieran correspondido al exiliado Alfonso XIII, al ser descendiente designado de Francisco de Paula de Borbón, hermano menor de Carlos María Isidro de Borbón (Carlos V para los carlistas), que había traicionado los principios tradicionalistas y sobre todo, se habían levantado en armas contra Carlos VII, por ello el 23 de enero designó a su sobrino Francisco Javier de Borbón-Parma como regente para establecer un Príncipe que aceptara los principios del legitimismo.[3]​ Pero de acuerdo con la propia ley sucesoria establecida en el Auto Acordado de 1713, la sucesión correspondía precisamente al propio D. Francisco Javier de Borbón-Parma.

No obstante, los legitimistas de Francia sí reconocieron como rey de Francia al desterrado Alfonso XIII de España, con el nombre Alfonso I de Francia y Navarra.

Genealogía[editar]

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
16. Carlos III de España
 
 
 
 
 
 
 
8. Carlos IV de España
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
17. María Amalia de Sajonia
 
 
 
 
 
 
 
4. "Carlos V" Pretendiente Carlista
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
18. Felipe I de Parma
 
 
 
 
 
 
 
9. María Luisa de Parma
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
19. Luisa Isabel de Francia
 
 
 
 
 
 
 
2. Juan III, conde de Montizón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
20. Pedro III de Portugal
 
 
 
 
 
 
 
10. Juan VI de Portugal
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
21. María I de Portugal
 
 
 
 
 
 
 
5. María Francisca de Braganza
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
22. Carlos IV de España
 
 
 
 
 
 
 
11. Carlota Joaquina de Borbón
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
23. María Luisa de Parma
 
 
 
 
 
 
 
1. Alfonso Carlos I de Borbón y Austria-Este
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
24. Francisco I del Sacro Imperio Romano Germánico
 
 
 
 
 
 
 
12. Fernando Carlos de Habsburgo-Lorena
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
25. María Teresa I de Austria
 
 
 
 
 
 
 
6. Francisco IV de Módena
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
26. Hércules III de Este
 
 
 
 
 
 
 
13. María Beatriz de Este
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
27. María Teresa Cybo-Malaspina
 
 
 
 
 
 
 
3. María Beatriz de Austria-Este
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
28. Víctor Amadeo III de Cerdeña
 
 
 
 
 
 
 
14. Víctor Manuel I de Cerdeña
Pretendiente jacobita
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
29. María Antonia de España
 
 
 
 
 
 
 
7. María Beatriz Victoria de Saboya
Pretendienta jacobita
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
30. Fernando Carlos de Habsburgo-Lorena (= 12)
 
 
 
 
 
 
 
15. Archiduquesa María Teresa de Austria-Este
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
31. María Beatriz de Este (= 13)
 
 
 
 
 
 



Predecesor:
Jaime de Borbón y Borbón-Parma
(como Jaime III)


Pretendiente carlista al trono de España
(como Alfonso Carlos I)

19311936
Sucesor:
Francisco Javier de Borbón-Parma
(Regente)
Predecesor:
Jaime de Borbón y Borbón-Parma
(como Jaime I)
Pretendiente legitimista al trono de Francia
(como Carlos XII)

19311936
Sucesor:
Alfonso de Borbón y Habsburgo
(como Alfonso I)

Notas[editar]

  1. de la Iglesia, Eugenio (1878). Recuerdos de la guerra civil. Imprenta de Pedro Abienzo. p. 116. 
  2. Miguéliz Valcarlos, 2016, p. 237-238, 244.
  3. [1]

Enlaces externos[editar]





336-337-338

Alfonso Carlos Fernando José Juan Pío de Borbón y de Austria-Este.

Hijo segundo del infante don Juan y hermano menor de don Carlos VII, nacido en Londres el 12 de septiembre de 1849 y m. en Viena el 28 de septiembre de 1936. Se educó en Módena, siguiendo después los mismos incidentes de la vida de su hermano don Carlos. En 1867 hizo un viaje alos Santos Lugares, y a su regreso entró al servicio de S. S. Pío IX en el Cuerpo de Zuavos Pontificios. Tomó parte en toda la campaña contra las tropas italianas, cabiéndole el honor de luchar en la defensa de la Puerta Pía, cuya brecha cubrió con la 6.5 compañía del 2.° batallómde la que era alléiez. Recibida la orden de capitulación, quedó prisiomro. Ya en libertad, pasó a Francia, y en uno de sus viajes conoció a doña María de las Nieves de Braganza, con la que se desposó el 26 de abril de 1871 en el castillo de Heubach (Baviera).

Realizando su viaje de bodas, recibió aviso de su hermano don Carlos para que se reuniera con él, lo que así hizo, recibiendo en Ginebra el nombramiento de comandante general del Ejército carlista en Cataluña. Oculto en el Mediodía de Francia, dirigió los primeros trabajos para reorganizar la guerra, siendo ya entonces de notar el carácter humanitario de sus disposiciones. El 1 de enero de 1873 cruzó la frontera española, reuniéndose con Savalls.

Comenzó su campaña el 13 de marzo, cuyas primeras acciones fueron el ataque y toma de Ripoll, el 16 del mismo mes; combate de Campdevánol, al día siguiente, en el que fué derrotado el general liberal Martínez Campos: toma de Berga, el 25 de marzo, donde dió pruebas de su carácter bondadoso, ya que teniendo noticia de que, por orden del general Savalls, algunos prisioneros habían sido fusilados por los carlistas, dispuso que los demás fueran puestos inmediatamente en libertad; ataque de Puigcerdá, el 10 de abril; acción de Calaf, el 27 del mismo mes; copo de un escuadrón de caballería liberal en el ataque de Sanahuja, el 18 de mayo; de Santa María de Olot, el 30 de mayo; de Oristá, el 12 de junio —en la que cayó en poder de los carlistas una pieza de artillería, quedando derrotado completamente el enemigo—; acción de Prats de Llusanés, el 25; acción de Alpens, el 9 de julio, en la que murió el general republicano Cabrinety; ataque y conquista de Igualada, el 17 y 18 del propio mes; ataque de Caldas de Montbuy, el 3 de agosto; acción de Balsareny, el 14 del mismo mes; derrota de los republicanos en Caserras, el 16 de agosto; ataque y toma de Tortella, el 23; acción de Argelaguer, el 24; acción de las inmediaciones de Vich el 2 de septiembre, y combate en Puigreig, contra un convoy de víveres que se dirigía a Berga, los días 22, 23 y 26 de septiembre.

Don Alfonso Carlos, al que acompañaba su esposa, pasó al Norte para enterar a don Carlos de la situación de la guerra en Cataluña con motivo de sus diferencias con Savalls, tomando parte ambos, con el Estado Mayor Real, en la famosa batalla de Montejurra del 3 de noviembre de 1873. El 20 de marzo del siguiente año, don Alfonso Carlos fue nombrado comandante general de los ejércitos del Centro y de Cataluña, entrando en esta región el 27 de abril de 1874. El 26 de mayo decidió pasar al Centro, dejando en Cataluña al general Tristany como comandante general. De su campaña en aquella zona merecen destacarse las acciones de Gandesa y de Alcoia, que tuvieron lugar los dlas 4 y 14 de junio, respectivamente, el ataque a Teruel, ciudad que hubiera caído en su poder el día 4 de julio de no haber recibido socorros la plaza cuando parte de la población estaba ya tomada; ataque y conquista de la ciudad de Cuenca, efectuados los días 13, 14 y 15 de julio, sobre la que tantas leyendas liberales se han escrito, desvirtuadas por testigos presenciales y por la confesión que hizo el general republicano Iglesia a un periodista inglés y luego en sus relatos (Eugenio de la Iglesia: **cursiva** Recuerdos de la guerra civil. Apuntes sobre el levantamiento del sitio de Bilbao en 1874. La defensa de Cuenca. Una excursión con el ejército del Centro. Madrid, 1878); nuevo ataque a Teruel el 4 y 5 de agosto; ataque a Alcañiz, el 16 del mismo mes, y acción de Adzaneta, a fines de agosto.

Al mando de don Alfonso Carlos debense la organización de la expedición del coronel Lozano a Murcia y Andalucía, la del brigadier Villalain de Castilla la Nueva hasta Aranjuez y la interrupción de las líneas férreas entre Madrid y Zaragoza. En octubre de 1874 dejó el mando del ejército del Centro y Cataluña, regresando a esa región después de pasar el Ebro por Flix el 20 de octubre de dicho año. Luego entró en Francia, a la espera de órdenes de don Carlos. De allí —al terminar la guerra— marchó a Austria, siendo en Graz objeto de duros insultos, hasta el extremo de alterarse el orden, debido a las manifestaciones que alentaban a los elementos anticlericales. Durante muchos años vivió retirado de la política, pero permaneciendo leal a su hermano. Producida la escisión integrista, algunos pensaron en el infante como portaestandarte de su protesta contra don Carlos, habida cuenta de que el infante, por su pensar y su formación, era afecto a la tónica espiritual de dicha escuela. Con todo, él se negó a acaudillarla, siguiendo fiel a su hermano Una mani[estación pública y patente de su identificación con la autoridad de don Carlos fué la carta que en febrero de 1892 dirigió a éste, al enviarle el cuadro de los oficiales y zuavos carlistas, lo que mereció de su hermano una contestación concebida en elevados tonos

Puede decirse que su separación de las actividades del partido no fue tan absoluta que no le permitiera estar alcorríente de cuanto ocurría, sin olvidar el dirigir cartas llenas de efusión y cariño a sus antiguos subordinados, como, por ejemplo, la enviada al hijo del general Cucala con motivo de la defunción de este jefe, ocurrida en 1891. Don Alfonso Carlos, en unión de su esposa, hizo largos viajes por Europa, África y Asia. Recorrió todos los países, de incógnito, con nombres supuestos y pasaportes adecuados, de nacionalidad sudamericana. Vísító España y las islas Canarias, sorprendiéndole en Sevilla la proclamación e la República en abril de 1931. Sin embargo, en el orden social su vida no fue inactiva. Después de haber escrito una carta al marqués de Tacoli, felicitándole por no haber querido aceptar un desafío (26 de agosto de 1900) —carta de elevados conceptos y de gran fondo moral y social-, el abogado francés Enrique Gustavo Lelièvre le sugirió la idea de crear una Liga contra el Duelo. El infante inició su labor en Austria, siendo aquel propósito excelentemente acogido por la prensa y los medios sociales. De este modo nació la Liga de Antiduelistas, secundada en Alemania, Austria, Hungría, Italia, Bélgica, Polonia, España, Rumania y Rusia.

Mucho se consiguió, tanto en el orden legal como en el práctico, con esa intensa campaña. Sus orígenes los publicó don Alfonso Carlos en la Fortnightly Review, de Londres, en 1 de agosto de 1908. Estas notas, aumentadas, fueron recogidas por el infante en un libro publicado en París el mismo año, con el título de Résumé de l'histoire de la création et du développement des Ligues contre le duel et pur la protection de l'honneur dans les différents pays d'Europe, de fin novembre 1900 à fin octobre 1908, que fue traducido al español por el catedrático del Instituto de Barcelona Tomás Escriche, en 1910. Esas actividades de don Alfonso Carlos no le hicieron desatender los asuntos españoles. Su contacto con el partido se acrecentó todavía con la institución de la citada Liga —cuyo representante en España era el barón de Albi— y también por el estudio de los problemas de la nación. En 1910 publicó en El Correo E:pañol interesantes consideraciones sobre la campaña de Marruecos de dicho año. Al estallar la guerra europea decíaróse partidario de los Estados centrales; puso sus posesionesalservicio de la beneficencia para atender a los heridos, y el hospital de Puchheim fué dirigido por su esposa, siendo constante su asistencia a los desvalidos,lo mismo m iterial que personalmente. En aquellas circunstancias, don ALFONSO CARLOS publicó una carta que circuló profusamente, expresando su simpatía a los Imperiales, demostrando con ello su alteza e miras al querer olvidar que el Gobierno de Bismarck había decretado su deteención y extradición a España, para responder de las acusaciones que le imputaban los alfonsinos de aquella época.

El Diario de Barcelona hizo una tirada especial de dicha carta, y, al producirse la escisión de Vázquez Mella, algunos elementos, tomando pie de dicho documento, intentaron levantar el nombre del ilustre político contra don Jaime; pero los avances que se hicieron sobre este particular fueron rechazados por don Alfonso Carlos, que mantuvo igualmente fidelidad y lealtad con su hermano que con su sobrino. Durante el período de la dictadura del general Prima de River-a, y aprovechando la paz y sosiego de que gozaba España, don Alfonso Carlos, junto con su esposa,doña Maria de las Nieves pasó en ella largas temporadasde riguroso incógnita, teniendo especial interés en recorrer los lugares que evocaban los afanes de su juventud y el valor, el sacrificio y lla abnegación de sus leales soldados en los campos de batalla. Vuelto a su retiro, dedicóse a sus habituales obras de piedad y caridad, y la inesperada muerte de don Jaime, ocurrida el 2 de octubre de 1931, hizo recaer en él los derechos de herencia a la Corona de España y, por lo tanto, de jefe supremo de la Comunión Tradicionalista.

Las autondades de ésta, reunidas en París para asistir al entierro y funerales del duque de Madrid, reconocieron solemnemente, haciéndolo constar en acta, los derechos del octogenario príncipe. Después del sepelio de don Jaime, don Alfonso Carlos, dirigiéndose a los jaimistas que habían ido a la Tenula Reale a ofrendar el último homenaje a su Rey, pronunció las siguientes palabras: "Profundamente conmovido por el fallecimiento de m1 querido sobrino Jaime, que en paz descanse, sumo el mío a los inacabables testimonios que de toda España, y principalmente de vosotros, vengo recibiendo. Infortunio el mayor que pudiera pesar sobre la Comunión Tradicionalista en estos instantes en que, amenazada España por los más graves peligros, parecíamos llamados a la empresa más trascendental de nuestra historia salvando a la patria del estrago que la revolución ha arrojado sobre sus futuros ddestinos. Llamado por la Providencia en los últimos días de mi vida a acompañaros en vuestro sacrificio, yo no olvidaré el deber que meimpone, junto con el ejemplo de vuestra admirable decisión, la historia de toda mi estirpe y el recuerdo de mi propia vida que en mi juventud hube de ofrecerla para hacer frente a la revolución en la defensa de la Patria y frente a la primera República española. Lo que entonces mantuve lo sigo manteniendo con el mismo tesón y fe de entonces, sin que ni la edad ni la mudanza de los tiempos hayan podido quebrantar esa fe que fue la norma de toda mi vida. Os invito, pues, a que conmigo defendáis aquellos principios religiosos que fueron siempre el ideal supremo del pueblo español: la unidad y grandeza de nuestra querida Patria, los fueros y libertades de Reinos y Señorios, constitución histórica de la Nación Española en los tiempos de su mayor grandeza, y la monarquía tradicional que hizo glorioso el nombre de España. La bandera que defendieron mis gloriosos antepasados Carlos V, VI y VII, y que luego mantuvo con igual entusiasmo mi querido sobrino Jaime, la mantengo yo, afirmando intangible el credo de la Comunión Católica Monárquica. Por Cristo y por España, por los fueros y libertades regionales y por la monarquía mtólica que los mantuvo incólumes a través de los siglos, yo acepto el sacrificio a que me invitáis y agradezco profundamente vuestras aclamaciones. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! ¡Vivan los fueros!»

A partir de este momento, y mientras la revolución avanzaba amenazadora en España, quiso ponerse en contacto con sus leales partidarios. Para ello, y a costa de inmensos sacrificios económicos, pues la revolución austríaca de 1918 le había privado de casi toda su fortuna, se trasladó desde Viena a Francia, instalándose en uno de los departamentos contiguos a los Pirineos vascos, donde era visitado constantemente por los tradicionalistas españoles. Desde allí dirigía los trabajos de conspiración contra la República, hasta el último momento en que dió su real orden a la Comunión y, especialmente,a los requetés para que tomaran las armas y lucharan por Dios y por España. Se habló de negociaciones habidas entre don Alfonso Carlos y su sobrino don Alfonso de Borbón y Habsburgo para una inteligencia entre las ramas adversarias. Sentía el anciano prlncipe, a pesar de la rigidez de sus principios, un gran afecto por su sobrino don Alfonso XIII, agradecido al comportamiento noble y caballeresco de éste cuando, al terminar la guerra europe-u iniciada en 1914, toda la familia proscrita era perseguida y despojada de sus bienes, hallando en él, sin solicitarlo, todo su poderoso apoyo. Crecieron esos sentimientos al tener que abandonar don Alfonso el trono cimentado en los principios liberales que le arrojaron al destierro. Por ello, el mayor afán de don Alfonso Carlos -sabiendo extinta a su muerte la rama legítima directa- era llegar a una fusión de las dos ramas monárquicas para bien de España y mediante una condición esencial: que quien fuera designado para ocupar el trono de San Fernando aceptara íntegro el programa tradicionalista, adaptado a los presentes tiempos de conformidad con la sociología cristiana.

Se ignora todavía lo tratado a tal objeto. Graves debieron ser los inconvenientes que frustraron tales placeres. El hecho real es que, a comienzos del año 1936, don Alfonso Carlos decidió publicar en forma de decreto el histórico documento que a continuación se transcribe: «D m Alfonso Carlos Fernando José juan Pío de Borbón y de Austria-Este, por la gracia de Dios legítimo sucesor en los Reinos, Condados y demás títulos soberanos de las Españas, Caudillo de la Comunión Tradicionalista, secular sustentadora de la legitimidad, a mi Jefe Delegado en España, Consejo, Delegados especiales, autoridades regionales, provinciales y locales, diputados y concejales, veteranos, «Margaritas", requetés y juventudes, asociaciones tradicionalistas y todos los leales, tanto los que ahora son como a los que en lo sucesivo fueren y a cuantas personas en algún modo debe y pueda hacer referencia lo que a continuación dispongo.

SABED:

>> Que la fidelidad constante de Mi ánimo, asistida de activa y perseverante voluntad en el cumplimiento del deber de dar legitima y conveniente solución a la continuidad dinástica de la Causa, hoy vinculada en Mi Persona, no ha sido bastante hasta el día para conseguir la determinación del Príncipe de Asturias en quien concurran, tanto por el imperio del Derecho como por su segura y deliberada adscripción y pública aceptación, todos los requisitos indispensables de principio y de política garantía.

Tan grave dificultad, ajena a Mi más vehemente deseo y continuado y diligente esfuerzo, no es sino prueba providencial, a través de la cual Dios Nuestro Señor prepara los días de grandeza española, así como el reinado venturoso y sin par de los Católicos Reyes don Fernando y doña Isabel, Mis mayores, siguió a otra época de turbadoras oscuridades públicas.

Mas el deber Mío no quedaría, por cuanto de Mi propia acción depende, completamente cumplido si, absorbido en el propósito de conseguir la solución perfecta, ante las dificultades con que ésta tropieza por circunstancias de diferente naturaleza que concurren en cada uno de quienes sucesivamente el sólo, pero insuficiente, título de la sangre llama a Mi sucesión, dejase de preveer la posible terminación de Mi vida antes de conseguirlo, y no proveyese en momento oportuno a eventualidad tan grave, dejando desamparada y huérfana de monárquica autoridad indiscutible, siquiera sea provisoria, a la Santa Causa de España.

La Historia de las antiguas Leyes Me aconsejan, sin cejar por ello, en la continua y apremiante atención a dar solución más definitiva por Mi mismo y durante Mi vida, a prevenir las disposiciones siguientes:

Primera.— Si al fin de mis días no quedase Sucesor legítimamente designado para continuar la sustentación de cuantos derechos y deberes corresponden a Mi Dinastía conforme a las antiguas Leyes Tradicionales y al espirita y carácter de la Comunión Tradicionalista, instituyo con carácter de Regente a Mi muy querido sobrino S. A. R. don Javier de Borbón Parma, en el que tengo plena confianza por representar enteramente nuestros principios, por su piedad Cristiana, sus sentimientos del Honor, y a quien esta Regencia no privaría de su derecho eventual a la Corona.

Segunda.— El Regente reiterará en público manifiesto el solemne juramento que Me tiene prestado de "Regir en el interregno los destinos de nuestra Santa Causa y proveer sin más tardanza que la necesaria la sucesión legítima de Mi Dinastía, ambos cometidos conforme a las Leyes y usos históricos y principios de Legitimidad que ha sustentado durante un siglo la Comunión Tradicionalista".

Tercera.— Tanto el Regente en su cometido, como las circunstancias y aceptación de Mi Sucesor, deberán ajustarse, reputándolos intangibles, a los fundamentos de la Legitimidad española, a saber:

1.° "La Religión Católica, Apostólica, Romana, con la unidad y consecuencias jurídicas con que fué amada y servida tra^icionalmente en nuestros Reinos. 2.° La constitución natural y orgánica de los Estados y cuerpos de la sociedad tradicional. 3.° La federación histórica de las distintas regiones y sus fueros y libertades, integrantes de la unidad de la Patria española. 4.° La auténtica Monarquía tradicional legítima de origen y de ejercicio. 5.° Los principios y espíritu y, en cuanto sea prácticamente posible, el mismo estado de derecho y legislativo anterior al mal llamado derecho nuevo.

Cuarta.—Ordeno a todos la unidad más desinteresada y patriótica en la gloriosa e insobornable Comunión Católico-Monárquico-Legitimista, por difíciles que sean las circunstancias futuras, para mejor vencerlas y alcanzar la salud de la Patria jior el único camino cierto, que es el triunfo de la Causa inmortal, a la que tan insignes sacrificios ha ofrecido nuestra Comunión en una centuria y a la que Mi Dinastía ha servido y a la que Yo sirvo con tanta lealtad como requiere Mi conciencia para merecer bien de España y de Dios Nuestro Señor, ante cuyo Trono espero rendir cumplido descargo de Mis graves deberes. Dado en el Destierro, a veintitrés de Enero de mil novecientos treinta y seis. — ALFONSO CARLOS.

Durante sus prolongadas residencias en la frontera francesa, el infante se dedicó a la reorganización de la Comunión Tradicionalista, hallando para ello en su delegado jefe don Manuel Fal Conde al hombre providencial que había de comunicarle su propio dinamismo y excepcionales dotes. Con actividad asombrosa, Fal Conde llevó a cabo la organización de los requetés en toda España y fundamentó en el general Sanjurjo las bases más activas de la conspiración. Así, al iniciarse el glorioso Movimiento libertador con lo más sano y escogido del heroico Ejército españor, el Generalísimo Franco pudo contar con el decidido concurso de los soldados de la Tradición que se sumaron al Almmiento.

Sólo Navarra dio 35.000 voluntarios, con los que el malogrado general Mola pudo llevar a cabo las jornadas que culminaron en el contacto de las dos Castillas y, más tarde en la conquista de la capital guipuzcoana. Don Alfonso Carlos seguía con interés de padre y de caudillo todos los movimientos del Ejército de cruzados que, precedidos de legiones de mártires, luchaban y morían para salvar a España y a Europa de la barbarie marxista. El 22 de septiembre de 1936, en carta dirigida al delegado nacional de Requetés, escribía el augusto anciano:

<<El valor de nuestro requeté me entusiasma; es la admiración de España y del Extranjero; porque si, como espero, Dios mediante, triunfamos en esta campaña, se debe el triunfo, en gran parte, al arrojo de nuestros carlistas. El número de éstos debe ser ahora de unos 70,000, y si pudiéramos tener a los de Valencia, Murcia y'Cataluña, aumentaría el número en gran escala. Haz saber a mis queridos requetés cuánto les admiro y les agradezco el haber acudido tan en masa a mi llamamiento de pelear tan sólo por España. Para recompensa hará Dios que después triunfe la Santa Causa. La gloria de nuestros requetés será haber salvado a España y a Europa.» En la mañana del día 28 de septiembre de 1936. después de cumplir sus devociones religiosas según su costumbre cotidiana, mandó telegraíiar a Fal Conde para que felicitara a los defensores del Alcázar de Toledo, recién liberado por las invictas fuerzas naccionales. Y horas más tarde, cuando se dirigía, como de ordinario, a dar un paseo por el parque cercano a su residencia, fue atropellado por un camión militar, falleciendo a consecuencia del accidente a las doce y media de la noche. Su cadáver fue enterrado en la capilla de su castillo de Puchheirn, asistiendo al acto del sepelio el jefe dela Comunión Tradicionalista, Fal Conde; delegado nacional de Requetés, Zamanillo, y otras muchas personalidades y prohombres del carlismo. En sufragio del alma de don Alfonso Carlos celebráronse solemnísimos funerales en la capital austríaca y en todas las ciudades españolas, de un modo especial en Navarra.

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