La Sanjurjada

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Se conoce como la Sanjurjada al fallido golpe de Estado que se produjo en la madrugada del 10 de agosto de 1932 contra la Segunda República Española. Liderado desde Sevilla por el general José Sanjurjo,[1]​ solo tomó parte en el mismo una fracción del Ejército español, lo que supuso su fracaso desde prácticamente el comienzo. Constituyó el primer levantamiento de las Fuerzas Armadas contra la República desde su instauración en 1931, y su fracaso convenció erróneamente a muchos políticos y militares republicanos de que el peligro de las conspiraciones había pasado y la aceptación de la República era definitiva.[2]

Planes golpistas

Las primeras actividades preparatorias del golpe contra el nuevo régimen democrático se producen a principios de mayo de 1931, menos de un mes después de la proclamación de la República y antes incluso de tener lugar los sucesos de la quema de conventos del día 11. Tras un primer encuentro en el palacio del marqués de Quintanar, donde se citaron los militares Luis Orgaz y Miguel Ponte, el conde de Vallellano y el periodista Juan Pujol (director de Informaciones y hombre cercano a Juan March), se celebraron sucesivas reuniones a las que se incorporaron monárquicos como Julio Danvila y Santiago Fuentes Pila.[3]​ En junio del mismo año, en el domicilio de los condes de Arcentales y de Pardo Bazán se continúan los preparativos para la conspiración, añadiéndose al grupo, entre otros, el general Cavalcanti, el coronel Varela, el jurista Eugenio Vegas Latapié o el ultraderechista José María Albiñana. Se logró reunir un millón y medio de pesetas para las acciones iniciales, actuando el periódico La Correspondencia Militar como órgano de expresión, especialmente bajo la dirección de Emilio Rodríguez Tarduchy a partir de julio de 1931. Pero ese mismo mes, al conocer el Gobierno republicano los planes de sublevación y tras la detención de Fuentes Pila el día 23, se aplazó el proyecto inicial, destinándose parte de los fondos recaudados a la fundación de la revista Acción Española para continuar las labores de propaganda y agitación.[4]

Reactivado el complot en 1932, el plan de los golpistas preveía que en Madrid se llevaran a cabo varios ataques y atentados que sirvieran para confundir a la policía y las fuerzas de seguridad. Mientras tanto, cinco guarniciones militares se sublevarían y, tras hacerse con el control de la situación en sus respectivos territorios, convergerían sobre Madrid mediante dos columnas. Las guarniciones que debían sublevarse eran: Valladolid (bajo las órdenes del general Miguel Ponte), Pamplona (coronel Sanz de Lerín), Sevilla (generales Sanjurjo y García de la Herrán), Granada (general González Carrasco) y Cádiz (coronel Varela).[5]​ En Madrid estaba previsto que varios regimientos de la capital se sublevaran, a los que se sumarían los regimientos de caballería de Alcalá de Henares. Los militares alzados de la capital, al frente de los cuales marcharía el coronel Ricardo Serrador Santés, asaltarían el Ministerio de la Guerra y el Palacio de Comunicaciones. El general Emilio Barrera tendría el mando supremo de la operación.[5]

El general Sanjurjo sería una de las principales cabezas visibles del golpe. Entre los que le animaron a encabezar el pronunciamiento también estaban los dirigentes carlistas Fal Conde y el conde de Rodezno. Y entre sus colaboradores militares figuraban un cierto número de oficiales antirrepublicanos: los generales González Carrasco y Ponte; o los coroneles Varela, Martín Alonso, Valentín Galarza y Heli Rolando de Tella (el general Francisco Franco también estaba comprometido pero en el último momento se retiró de la conjura).[6]​ A pesar de lo que se había previsto en un principio, finalmente la Comunión Tradicionalista no se adhirió a la sublevación y no puso al servicio de la misma el Requeté, la milicia armada carlista que recibía preparación e instrucción militar.[7]

Desarrollo

En la noche del 9 al 10 de agosto de 1932 los conspiradores supieron el momento en el que comenzaría el golpe, las 04:00 horas del 10 de agosto. Sanjurjo, acompañado de un ayudante y de su hijo, el capitán Justo Sanjurjo, había salido de Madrid en automóvil a las seis de la tarde del 9 de agosto llegando a Sevilla hacia las tres de la madrugada del día 10. Poco después se sublevó logrando un éxito inicial. Proclamó el estado de guerra en todo el territorio de la Segunda División Orgánica y ordenó detener al gobernador civil, al alcalde de Sevilla y a varios concejales.[8]​ El bando militar que hizo público Sanjurjo rezaba:[9][10]

Queda declarado el estado de guerra en toda la región andaluza, con las consecuencias que dicho estado lleva consigo. Como Capitán General de Andalucía, asumo el mando concentrado en mi autoridad de todos los poderes. Así como Dios me permitió llevar al Ejército español a la Victoria en los campos africanos, ahorrando el derramamiento de sangre moza, confío en que también hoy me será permitido, con mi actitud, llevar la tranquilidad a muchos hogares humildes, y la paz a todos los Espíritus.

¡Viva España Única e inmortal!

Sanjurjo, contando con la ayuda del general García de la Herrán y de otros oficiales, intentó atraer hacia su causa a uno de los regimientos que estaba acuartelado en la ciudad. Sin embargo, inicialmente no logró controlar la situación. Ante aquella tesitura, se dirigió a la Plaza de España y tras arengar a una compañía de Guardias Civiles allí acantonados, logró sublevarlos.[11]​ El general García de la Herrán también logró sublevar a las fuerzas del cuartel de Zapadores; tras esto, las demás unidades militares destinadas en la capital sevillana fueron uniéndose a la sublevación. La única excepción fue el Aeródromo de Tablada, que se mantuvo fiel al gobierno.[11]​ De esta forma lograron controlar toda la ciudad de Sevilla incluidos sus puntos estratégicos como las centrales de telégrafos y teléfonos y la estación de ferrocarril. Para impedir la llegada de tropas leales al gobierno levantaron unos dieciocho metros de raíles de la línea Sevilla-Cádiz y se cortaron todas las carreteras que daban acceso a la ciudad. Se intentó incluso volar un puente próximo a Lora del Río pero los que estaban encargados de realizar la operación fueron detenidos por fuerzas leales al gobierno.[8]

Poco después los sublevados de Sevilla recibieron buenas noticias: los rebeldes se habían hecho con el control de Jerez de la Frontera.[12]

En Madrid el golpe tuvo un desenlace muy distinto y constituyó un fracaso desde el principio: el Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña, y su gobierno ya conocían el plan gracias a una traición. Para desactivar la intentona golpista, Azaña contó con la colaboración del jefe de su gabinete militar, el teniente coronel Hernández Saravia, y del Director General de Seguridad, el militar Arturo Menéndez López.[13]​ Los generales Barrera y Fernández Pérez se encontraban en un edificio próximo al Ministerio de la Guerra, mientras un variopinto grupo armado marchaba hacia la Plaza de Cibeles. El grupo intentó acceder al ministerio, pero los defensores les recibieron a tiros y hubieron de retirarse dejando atrás varias bajas.[14]​ Otro grupo intentó apoderarse del Palacio de Comunicaciones, pero acabaron siendo hechos prisioneros. Sobre Cibeles convergió otra fuerza heterogénea y aún más desorganizada. En medio del caos reinante, aparecieron más guardias de asalto procedentes de las bocacalles de alrededor y la mayoría de los rebeldes fueron detenidos después de un breve tiroteo en la Plaza de Cibeles.[15]​ Azaña contempló los combates desde el balcón del edificio del Ministerio de la Guerra.[16]

Los regimientos de la capital no se sublevaron, y aunque los regimientos de Alcalá de Henares sí llegaron a declarar el estado de guerra y salieron a las calles, no pasó mucho tiempo hasta que dieron media vuelta y regresaron a sus acuartelamientos.[14]​ Excepto Sevilla y Madrid, ninguna otra capital secundó el golpe. En otras urbes andaluzas como Cádiz, Córdoba o Granada no pasó nada.[17]​ En Cádiz, de hecho, fue detenido el coronel José Enrique Varela. El general Barrera voló a Pamplona para intentar convencer a los carlistas para que se sumaran, pero al no lograrlo se refugió en Francia. El general Manuel González Carrasco, que no consiguió sublevar a la guarnición de Granada, también huyó a Francia.[18]

Cuando se conoció en Sevilla el fracaso del golpe en Madrid, se ordenó que las tropas sublevadas volvieran a los cuarteles.[19]​ Mientras tanto, los comunistas y los anarquistas reaccionaron rápidamente y declararon una huelga general, que Sanjurjo no pudo controlar.[15]​ Las emisoras de radio empezaron a anunciar que el gobierno había organizado varias columnas militares que marchaban sobre Sevilla. Efectivamente, a las tres de la tarde salieron de Madrid dos trenes militares: uno llevaba dos batallones de infantería, dirigidas por el coronel Carlos Leret Úbeda[20][21]​ y otro llevaba dos grupos de artillería.[17]​ El gobierno también movilizó a la aviación, traslandando hacia Andalucía a varias escuadrillas. A las 01:00 horas del 11 de agosto varios oficiales de la guarnición sevillana acudieron a hablar con Sanjurjo y le comunicaron que no lucharían contra las columnas gubernamentales que se dirigían hacia Sevilla.[17]​ Cuando Sanjurjo vio todo perdido, sus seguidores le recomendaron que huyera a Portugal, cosa que hizo a pesar de que fue detenido en Ayamonte (Huelva) cuando trataba de pasar la frontera.[15]​ Junto a Sanjurjo iban el general García de la Herrán y el teniente coronel Emilio Esteban Infantes. Tras el desconcierto que reinó en la ciudad cuando el golpe se vino abajo, fueron incendiados varios clubes de las clases altas sevillanas.[22]

Consecuencias

Desde el primer momento el golpe de estado adoleció de graves deficiencias organizativas y hubo de enfrentarse a numerosos imprevistos. De la esperada intervención del Ejército, solo acabaron participando 145 oficiales en la intentona (entre otros, el Duque de Sevilla, Martín Alonso o Tella), lo que da una idea de la poca repercusión y seguimiento que tuvo.[23]​ Muchos oficiales antirrepublicanos no se unieron al golpe ya que consideraban que estaba insuficientemente planteado y sus fines monarquizantes resultaban poco realistas.[2]​ El fracaso de la intentona golpista convenció erróneamente a muchos políticos y militares republicanos de que el peligro de las conspiraciones había pasado y la aceptación de la República era definitiva,[2]​ lo que tendría graves consecuencias durante el Golpe de Estado de julio de 1936.

Además del fracaso político y militar, los efectos de la «Sanjurjada» fueron los contrarios a lo que pretendían evitar los golpistas: el Estatuto de Autonomía de Cataluña y la Ley de Reforma Agraria, cuya aprobación intentaban impedir los golpistas, fueron rápidamente votados favorablemente por las Cortes y aprobados.[24]

Sanjurjo y otros oficiales en el banquillo de acusados, durante su juicio (1932).

Tras el golpe, Sanjurjo fue en primer lugar condenado a muerte por un consejo de guerra, aunque la pena fue conmutada por la de cadena perpetua por un decreto del presidente de la República. El propio presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez González, había recomendado que la condena a muerte fuera conmutada por su expulsión del Ejército.[25]​ Manuel Azaña escribió en su diario del 25 de agosto de 1932: «Más ejemplar escarmiento es Sanjurjo fracasado, vivo en presidio, que Sanjurjo glorificado, muerto». En cambio el ministro de la Gobernación Santiago Casares Quiroga se opuso a la conmutación de la pena de muerte, ya que según él «rompe la firmeza del Gobierno, alienta a los conspiradores, y nos impide ser rigurosos con los extremistas».[7]​ El presidente mexicano Plutarco Elías Calles le hizo llegar al presidente Azaña el siguiente mensaje: «Si quieres evitar un derramamiento de sangre en todo el país y garantizar la supervivencia de la República, ejecuta a Sanjurjo».[26]​ Tras su indulto por iniciativa del Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, pasó una temporada en el penal de El Dueso, donde permaneció en un régimen carcelario bastante favorable para Sanjurjo.[26]​ Finalmente se exilió en la localidad portuguesa de Estoril.[10]

Sobre los militares y los civiles monárquicos que habían participado o habían apoyado el golpe cayeron casi todas las medidas represivas previstas por la Ley de Defensa de la República: 145 jefes y oficiales fueron detenidos, juzgados y deportados a Villa Cisneros, en la colonia española de Río de Oro.[27]​ El gobierno decretó la expropiación de bienes rústicos de varios de los implicados en la intentona golpista.[28]​ Entre los afectados estaban el líder tradicionalista Fal Conde, los generales González Carrasco o Cavalcanti, además de terratenientes, hombres de negocios, etc.[29]

El gobierno sospechó que el líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux, había estado implicado o al menos había tenido conocimiento de la conspiración, por los diversos contactos que mantuvo en los días anteriores con algunos de sus organizadores, el general Sanjurjo incluido.[30]​ Incluso se creía que le habían propuesto presidir el gobierno si el golpe triunfaba. La sospecha creció sustancialmente cuando Lerroux, a los pocos meses de presidir el gobierno, amnistió a los implicados en el golpe.[31]

Referencias

  1. Maura, 2007, pp. 457 y ss.
  2. a b c Tamames, 1974, p. 193.
  3. Tuñón de Lara, 2000, p. 407.
  4. González Calleja, 2011, pp. 32-34.
  5. a b Martínez Bande, 2007, p. 60.
  6. Jackson, 1976, p. 84.
  7. a b Casanova, 2007, p. 88.
  8. a b Alía Miranda, 2018, p. 83.
  9. Nerín, 2005, p. 107.
  10. a b Pettenghi Lachambre, 2009, pp. 72-77.
  11. a b Martínez Bande, 2007, p. 62.
  12. Martínez Bande, 2007, pp. 62-63.
  13. Martínez Bande, 2007, pp. 60-61.
  14. a b Martínez Bande, 2007, p. 61.
  15. a b c Thomas, 1976, p. 123.
  16. Arrarás, 1939, pp. 183 y ss.
  17. a b c Martínez Bande, 2007, p. 63.
  18. Casanova, 2007, pp. 88-89.
  19. Alía Miranda, 2018, p. 83-84.
  20. 7 Diario La Voz, “La Juventud Radical Socialista, a la opinión de izquierdas” , 30 Agosto de 1932
  21. La Luz "Hacia Sevilla en tren militar.Todo el camino en espera de la sorpresa" 11/08/1932 pag 2
  22. Peirats,, p. 72.
  23. Tamames, 1974, p. 192.
  24. Casanova, 2007, p. 91.
  25. Preston, 2013, p. 58.
  26. a b Preston, 2013, p. 59.
  27. Gil Pecharromán, 1997, p. 62.
  28. Robledo, 2012, pp. 402-403.
  29. Robledo, 2012, pp. 403.
  30. Townson, 2002, pp. 236-239.
  31. Casanova, 2007, pp. 91-92.

Bibliografía

Enlaces externos