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Diferencia entre revisiones de «Judíos durante el franquismo»

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En esta época no se abandonó el mito "Franco, salvador de judíos", hasta el punto de que el ministro de asuntos exteriores [[Fernando María Castiella]] obligó en 1963 a [[Ángel Sanz Briz]] "a mentir a un periodista israelí, diciéndole que lo de Budapest fue todo iniciativa directa y exclusiva de Franco".{{Harvnp|Álvarez Chillida|2002|p=428}}
En esta época no se abandonó el mito "Franco, salvador de judíos", hasta el punto de que el ministro de asuntos exteriores [[Fernando María Castiella]] obligó en 1963 a [[Ángel Sanz Briz]] "a mentir a un periodista israelí, diciéndole que lo de Budapest fue todo iniciativa directa y exclusiva de Franco".{{Harvnp|Álvarez Chillida|2002|p=428}}


Los sectores católicos integristas, que incluían a la mayoría de la jerarquía eclesiástica, vivieron como un trauma los grandes cambios que trajo consigo el [[Concilio Vaticano II]]. Para hacerles frente desplegaron una campaña en la que recurrieron al [[antisemitismo]], negando de hecho la declaración ''[[Nostra aetate]]'' del Concilio con la que se había puesto fin al [[antijudaísmo cristiano]]. Los clérigos y laicos integristas, por el contrario, siguieron considerando a los judíos como el pueblo ''[[deicidio|deicida]]'', y algunos de ellos, como el policía integrista, [[Mauricio Carlavilla]] o el monárquico franquista catalán [[Jorge Plantada]], [[marquesado de Valdemolar|marqués de Valdemolar]], llegaron a afirmar que el Concilio era obra de la [[conspiración judeomasónica]] —el marqués de Valdemolar escribió que en el "''Concilio Vaticano II, la judeo-masonería logró penetrar en aquel sagrado reciento''", consiguiendo que se borrase "''de la liturgia la expresión de pérfidos judíos con que secularmente se ha designado al pueblo deicida''"—. Sus órganos de expresión fueron las revistas ''[[El Cruzado Español]]'', ''[[Cristiandad (revista)|Cristiandad]]'', ''[[Cruz Ibérica]]'' y ''[[Reconquista]]'' —editada por la [[capellanía castrense]]—. A partir de 1970 la [[Hermandad Sacerdotal]] española —la principal organización del clero integrista dirigida por el franciscano [[Miguel Oltra]] y que se oponía abiertamente a la [[Conferencia Episcopal]] presidida por el [[cardenal Tarancón]]— comenzó a publicar ''[[Dios lo quiere]]''. Pero fue el semanario ''[[¿Qué pasa?]]'', fundado por el integrista [[Joaquín Pérez Madrigal]] en 1964, el órgano integrista católico más antisemita de todos. En uno de sus artículos se decía que rechazar el antisemitismo suponía "''paralizar al pueblo cristiano y gentil, impedirle su defensa del imperialismo hebreo y de la acción destructora de las fuerzas anticristianas''".{{Harvnp|Álvarez Chillida|2002|pp=442; 450-459}}
Los sectores católicos integristas, que incluían a la mayoría de la jerarquía eclesiástica, vivieron como un trauma los grandes cambios que trajo consigo el [[Concilio Vaticano II]]. Para hacerles frente desplegaron una campaña en la que recurrieron al [[antisemitismo]], negando de hecho la declaración ''[[Nostra aetate]]'' del Concilio con la que se había puesto fin al [[antijudaísmo cristiano]]. Los clérigos y laicos integristas, por el contrario, siguieron considerando a los judíos como el pueblo ''[[deicidio|deicida]]'', y algunos de ellos, como el policía integrista, [[Mauricio Carlavilla]] o el monárquico franquista catalán [[Jorge Plantada]], [[marquesado de Valdelomar|marqués de Valdelomar]], llegaron a afirmar que el Concilio era obra de la [[conspiración judeomasónica]] —el marqués de Valdelomar escribió que en el "''Concilio Vaticano II, la judeo-masonería logró penetrar en aquel sagrado reciento''", consiguiendo que se borrase "''de la liturgia la expresión de pérfidos judíos con que secularmente se ha designado al pueblo deicida''"—. Sus órganos de expresión fueron las revistas ''[[El Cruzado Español]]'', ''[[Cristiandad (revista)|Cristiandad]]'', ''[[Cruz Ibérica]]'' y ''[[Reconquista]]'' —editada por la [[capellanía castrense]]—. A partir de 1970 la [[Hermandad Sacerdotal]] española —la principal organización del clero integrista dirigida por el franciscano [[Miguel Oltra]] y que se oponía abiertamente a la [[Conferencia Episcopal]] presidida por el [[cardenal Tarancón]]— comenzó a publicar ''[[Dios lo quiere]]''. Pero fue el semanario ''[[¿Qué pasa?]]'', fundado por el integrista [[Joaquín Pérez Madrigal]] en 1964, el órgano integrista católico más antisemita de todos. En uno de sus artículos se decía que rechazar el antisemitismo suponía "''paralizar al pueblo cristiano y gentil, impedirle su defensa del imperialismo hebreo y de la acción destructora de las fuerzas anticristianas''".{{Harvnp|Álvarez Chillida|2002|pp=442; 450-459}}


Además del integrismo católico, el discurso antisemita es utilizado por el resto de los sectores inmovilistas del régimen franquista que observan cómo los cambios económicos, sociales y culturales que se están produciendo en los años 60 y 70 alejan cada vez a la población española de los ideales de la ''Cruzada del 18 de julio'', además de que son conscientes del resurgimiento de la oposición antifranquista, que encuentra un apoyo inesperado entre los sectores católicos partidarios de la renovación de la Iglesia Católica aprobada por el [[Concilio Vaticano II]]. Estos grupos ''ultras'' contrarios a cualquier tipo de cambio buscaron la explicación de lo que estaba ocurriendo en el mito de la [[conspiración judeomasónica]]. En 1962, tras el ''[[contubernio de Múnich]]'', los principales líderes del falangismo se dirigen al ''Caudillo'' para que tome medidas y afirman: "''No desconocemos la conjura internacional contra España; conjura atizada por la masonería, el judaísmo y también —tristeza es decirlo— por un sector de católicos que les hacen el juego''".{{Harvnp|Álvarez Chillida|2002|pp=435-436}}
Además del integrismo católico, el discurso antisemita es utilizado por el resto de los sectores inmovilistas del régimen franquista que observan cómo los cambios económicos, sociales y culturales que se están produciendo en los años 60 y 70 alejan cada vez a la población española de los ideales de la ''Cruzada del 18 de julio'', además de que son conscientes del resurgimiento de la oposición antifranquista, que encuentra un apoyo inesperado entre los sectores católicos partidarios de la renovación de la Iglesia Católica aprobada por el [[Concilio Vaticano II]]. Estos grupos ''ultras'' contrarios a cualquier tipo de cambio buscaron la explicación de lo que estaba ocurriendo en el mito de la [[conspiración judeomasónica]]. En 1962, tras el ''[[contubernio de Múnich]]'', los principales líderes del falangismo se dirigen al ''Caudillo'' para que tome medidas y afirman: "''No desconocemos la conjura internacional contra España; conjura atizada por la masonería, el judaísmo y también —tristeza es decirlo— por un sector de católicos que les hacen el juego''".{{Harvnp|Álvarez Chillida|2002|pp=435-436}}

Revisión del 23:08 28 ago 2017

Franco junto a Heinrich Himmler en el Palacio de Oriente durante la visita que hizo a España el líder nazi en 1940.

La política respecto de los judíos durante el franquismo estuvo determinada por la actitud del dictador Francisco Franco que fue el antisemitismo con raíces en el antijudaísmo cristiano. Además estuvo condicionada por la coyuntura internacional de cada momento. Así, se pasó del antisemitismo de los primeros años de la posguerra, coincidiendo con las victorias de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, a un debilitamiento del discurso antisemita tras la victoria de los aliados y sobre todo cuando a partir de 1950 el franquismo fue reconocido por las potencias occidentales a causa de la guerra fría. A partir de ese momento ganó terreno el filosefardismo, aunque la referencia al contubernio judeo-masónico-comunista-internacional volvió a aparecer en el último discurso que pronunció Franco en la Plaza de Oriente de Madrid el 1 de octubre de 1975, mes y medio antes de su fallecimiento.

Fundamentos ideológicos

Franco y los judíos

Según Gonzalo Álvarez Chillida, el general Franco fue "filosefardí desde sus años en la guerra de Marruecos", como lo prueba el artículo "Xauen la triste" publicado en la Revista de tropas coloniales en 1926, cuando tenía 33 años y acababa de ser ascendido a general de Brigada. En el artículo resaltaba las virtudes de los judíos sefardíes con los que había tratado – y con los que trabó cierta amistad: alguno de ellos le ayudó activamente en el alzamiento de 1936- que contrastaba con el "salvajismo" de los "moros". En su guion de la película Raza (1942) aparece un episodio en el que se refleja este filosefardismo. El protagonista visita con su familia la sinagoga de Santa María la Blanca de Toledo y allí dice: "Judíos, moros y cristianos aquí estuvieron y al contacto con España se purificaron". "Para Franco, como vemos, la superioridad de la nación española se manifestaba en su capacidad de purificar hasta a los judíos, convirtiéndolos en sefardíes, bien diferentes de sus demás correligionarios", afirma Álvarez Chillida. El filosefardismo de Franco se ha intentado explicar por sus supuestos orígenes judeoconversos –que algunos han relacionado incluso con su devoción a Santa Teresa de Jesús, de familia conversa- pero no hay ninguna prueba al respecto –al parecer el nazi Heydrich ordenó una investigación sobre la cuestión sin ningún resultado-. De todas formas el filosefardismo del general Franco no afectó a su política de mantener España libre de judíos, salvo en sus territorios africanos.[1]

Retrato de Teresa de Jesús (1614), a la que el general Franco tenía gran devoción. Se desconoce si Franco sabía que era de origen judeoconverso.

"Franco era mucho menos antisemita que muchos de sus compañeros de armas, como Mola, Queipo de Llano o Carrero Blanco, y ello influyó sin duda en la política de su régimen respecto de los judíos", afirma Álvarez Chillida.[2]​ En sus discursos y declaraciones durante la guerra civil no utilizó ninguna expresión antisemita. Para él los enemigos son Rusia y el comunismo, y la masonería, que dominan el bando republicano. Estas ideas procedían de los boletines de la Entente Internationale Antocommuniste con sede en Ginebra y a los que el general Franco estaba suscrito desde los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.[3]

Las primeras manifestaciones antisemitas se produjeron tras la victoria en la guerra civil, concretamente en el discurso que pronunció el 19 de mayo de 1939 en el desfile de la Victoria:[4]​ "No nos hagamos ilusiones: el espíritu judaico que permitía la gran alianza del gran capital con el marxismo, que sabe tanto de pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un solo día y aletea en el fondo de muchas conciencias". En su discurso de fin de año, cuando Hitler acababa de barrer del mapa a Polonia y estaba internando en guetos a los judíos polacos, justifica "los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y a alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés es el estigma que las caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y peligro para el logro de su destino histórico. Nosotros, que por la gracia de Dios y la clara visión de los Reyes Católicos, hace siglos nos libramos de tan pesada carga…".[2]​ El 29 de mayo de 1942, en un discurso ante la Sección Femenina de Falange elogia de nuevo la expulsión de los judíos de España en 1492 afirmando a continuación que la política que aplicaron los Reyes Católicos en este tema era "totalitaria y racista, por ser católica".[5]

La posición antisemita la mantuvo incluso después de que comenzaran los reveses para los nazis en la guerra. Así en abril de 1943, tras la derrota alemana de Stalingrado, el Generalísimo escribió al papa Pío XII:[6]

Se mueven, entre bastidores, la masonería internacional y el judaísmo imponiendo a sus afiliados la ejecución de un programa de odio contra nuestra civilización católica, en el que Europa constituye el baluarte principal por considerársele el baluarte de nuestra fe

Sin embargo los escritos más antisemitas de Franco son los artículos que con el seudónimo de Jakin Boor, que ya venía utilizando en sus colaboraciones para el diario falangista Arriba desde 1946, escribe para ese diario en 1949 y en 1950. En ellos vincula a los judíos con la masonería y los califica de "fanáticos deicidas", "pueblo enquistado en la sociedad en que vive" y "ejército de especuladores acostumbrados a quebrantar o a bordear la ley". Según Álvarez Chillida, esos artículos responden a la negativa del recién fundado Estado de Israel a mantener relaciones diplomáticas con el régimen franquista y a su voto contrario en la ONU al levantamiento de las sanciones internacionales contra España acordadas en 1946.Error en la cita: Error en la cita: existe un código de apertura <ref> sin su código de cierre </ref>

A diferencia de lo que hicieron Suiza, Suecia o Portugal, el gobierno español no acogió a sus judíos inmediatamente, sino que después de sopesar las distintas posibilidades incluida la de la deportación el propio general Franco decidió que fueran repatriados, pero de ningún modo podrían quedarse en España -lo que suponía considerar vigente el decreto de expulsión de los judíos de 1492-. Además el gobierno español comunicó al alemán que sólo aceptaría pequeños grupos sucesivamente –un grupo no entraría hasta que el anterior no hubiera abandonado el país porque "no podemos afrontar el gravísimo problema de tenerles en España"; cursiva de Álvarez Chillida-. Asimismo se ordenó a los cónsules que sólo concedieran el visado de tránsito a los judíos que demostraran tener la nacionalidad española y no a los que sólo tenían el estatuto de protegido (lo que supuso dejar fuera a 2000 de los 2500 judíos que estaban en Francia y tenían pasaporte español). El gobierno franquista pidió prórroga tras prórroga, por lo que "si muchos se salvaron finalmente fue tanto o más que por la actitud del Gobierno, por la infinita paciencia que manifestaron las autoridades de Berlín", afirma Álvarez Chillida. En total fueron repatriados 800 judíos españoles, algunos centenares de ellos tras pasar por el campo de concentración de Bergen-Belsen debido a las demoras del gobierno español en repatriarlos.[7]

El gobierno español reiteró la orden a los cónsules de España en Alemania y en los países ocupados o satélites del Eje de que no concedieran visados de tránsito a los judíos que lo solicitaran excepto si acreditaban con documentación completa satisfactoria [la] nacionalidad española. [8]​ Sin embargo, la mayoría de los diplomáticos españoles no hicieron caso a esta orden y atendieron a los judíos, especialmente a los sefardíes que se presentaban en los consulados alegando que tenían el estatuto de protegidos, aunque éste ya no tenía vigencia y el plazo para obtener la nacionalidad había expirado el 31 de diciembre de 1930. Los cónsules sabían que "los sefardíes, como los otros judíos, corrían peligro de muerte si caían en manos de la policía alemana. Ante esta dramática situación, el cuerpo diplomático español, en toda Europa, tuvo un comportamiento ejemplar; hizo todo lo que estuvo en su alcance para aliviar la suerte de los judíos, fuesen sefardíes o no, con nacionalidad española o no. Los nombres de aquellos diplomáticos que, espontáneamente, a veces contra las instrucciones que recibían de su gobierno, hicieron cuanto estuvo en su poder para salvar a hombres y familias en peligro de muerte merecen pasar a la historia para que no caigan nunca en el olvido. Estos fueron, entre otros, Bernardo Roldán, Eduardo Gasset y Sebastián Romero Radigales, respectivamente cónsules en París y Atenas; Julio Palencia Álvarez, Ángel Sanz Briz, encargados de negocios en Bulgaria y Hungría; Ginés Vidal, embajador en Berlín, y su colaborador Federico Oliván; sin contar con muchos otros funcionarios de rango más modesto que les ayudaron a esta tarea humanitaria".[9]

El consulado en París no se dio por enterado de que sólo podía conceder visados a los judíos con la nacionalidad española y el 30 de abril de 1943 se los dio a noventa judíos sefardíes que sólo tenían el estatuto de protegidos. En los meses siguientes varias decenas de judíos también recibieron el visado sin cumplir todos los requisitos establecidos por el gobierno español. En Bucarest el cónsul concedió pasaportes españoles a judíos sefardíes con el estatuto de protegidos en agosto de 1943, lo que les permitió quedar exentos de la ley que privaba de sus propiedades a los judíos. En Atenas el cónsul Sebastián Romero Radigales logró salvar en 1943 a unos quinientos sefardíes de Salónica de ser deportados a Auschwitz al afirmar ante las autoridades alemanas que eran súbditos españoles, aunque en realidad sólo estaban registrados como protegidos. Sin embargo, los alemanes exigieron que fueran inmediatamente repatriados a España a lo que dio largas el gobierno de Madrid a pesar de la insistencia del cónsul Radigales, a quien el gobierno franquista censuró por su "exceso de celo". Los alemanes se cansaron de esperar y enviaron a los judíos a Berlín, donde se hizo cargo de ellos la embajada española.[10]​ En la carta que envió desde la embajada en Berlín Federico Oliván con fecha 22 de julio de 1943, en la que pedía que fueran trasladados a España los judíos griegos para evitar que fueran encerrados en el campo de Bergen-Belsen, se decía lo siguiente:[11]

Si España… se niega a recibir a esta parte de su colonia en el extranjero…, la condena automáticamente a la muerte, pues ésta es la triste realidad y lo que no hoy que tratar de disimularse. […] Mal profeta seré si no llega el día en que se nos critique acerbamente el que, sabiendo lo que iba a ocurrir, nos hayamos lavado las manos como Pilatos y abandonado a su triste suerte a éstos, al fin y al cabo, compatriotas. […] Me resisto a creer que no exista la posibilidad de salvarles de la horrible suerte que les espera, recibiéndoles en nuestro país y haciéndoles esperar en un campo de concentración (que habrá de parecerles, en este caso un paraíso) a que la guerra termine para devolverles eventualmente a su lugar de origen o, si no, a cualquier país que quiera acogerlos cuando, con la terminación de las hostilidades, la humanidad haya vuelto a existir en el mundo

El gobierno español cedió a las presiones de sus diplomáticos tardíamente –el 14 de diciembre de 1943- sólo después de asegurarse que la Cruz Roja portuguesa se haría cargo de los gastos del viaje de los sefardíes griegos, aunque en aquel momento éstos ya habían sido encerrados en el campo de Bergen-Belsen. La embajada española en Berlín logró sacar de allí a los 365 supervivientes que llegaron a la frontera española en dos convoyes, los días 10 y 13 de febrero de 1944.[9]

Placa en memoria de Ángel Sanz-Briz en la pared de la Embajada de España en Budapest.

Sin duda la acción de salvamento de judíos más importante fue la que llevó a cabo el secretario de la embajada española en Budapest Ángel Sanz Briz. A principios de 1944 los alemanes ocuparon Hungría y comenzaron a deportar a los campos de exterminio al millón de judíos que vivían allí, lo que levantó las protestas del rey de Suecia y del papa Pío XI, a las que no se sumó el general Franco, a pesar de la presión que recibió de los gobiernos aliados. La comunidad judía de Tánger, ciudad marroquí ocupada desde 1940 por el ejército español, solicitó en mayo de 1944 al gobierno de Madrid que concediera visado a 500 niños judíos de Hungría para que pudieran viajar allí -los gastos los pagaría la Cruz Roja Internacional- donde serían acogidos por las familias judías de la ciudad. "España aceptó la petición, preocupándose de darla a conocer a los Gobiernos y las opiniones de los aliados, ya claramente vencedores en la contienda", afirma Álvarez Chillida. Como Alemania no les dejó salir, los quinientos niños, por iniciativa de Sanz Briz, quedaron bajo la protección de la embajada española y sus gastos corrieron a cuenta de la Cruz Roja Internacional.[12]

En junio de 1944 el embajador Angel de Muguiro dejó Budapest y se hizo cargo de la legación española en Hungría Sanz Briz, con el título de encargado de negocios. Briz comenzó inmediatamente, junto con su ayudante el italiano Giorgio Perlasca –a quien el gobierno de Israel otorgó el título de Justo entre los Justos en 1987, cinco años antes de su muerte-, a conceder visados y pasaportes españoles a miles de judíos. Gracias a estos papeles 1.648 de ellos pudieron salir de Hungría y encontrar refugio en Suiza. A otros Sanz Briz y Perlasca los alojaron en ocho pisos alquilados "anejos a la legación de España" por lo que gozaban del privilegio de la extraterritorialidad, tal como figuraba en la puerta de cada uno de ellos –los gastos corrían a cargo de la Cruz Roja Internacional-.[13]​ Asimismo Briz se ocupó, como había hecho el año anterior Oliván desde Berlín, de informar al gobierno de Madrid del exterminio de los judíos en los campos gracias al testimonio de dos judíos que habían escapado de Auschwitz. En octubre de 1944 Sanz Briz ideó una estratagema para salvar más judíos. Consiguió que el gobierno húngaro le autorizase a proporcionar doscientos pasaportes a supuestos sefardíes de origen español, que él los convirtió en pasaportes familiares –cada uno incluía una familia entera- y además concedió muchos más pasaportes de los doscientos autorizados simplemente numerándolos siempre por debajo del 200. De esa forma salvó a muchos judíos "españoles".[14]​ Uno de estos falsos documentos extendidos por Sanz Briz fechado en Budapest el 14 de noviembre de 1944 decía:[15]

Certifico que Mor Mannheim, nacido en 1907, residente en Budapest, calle de Katona Jozsef, 41, ha solicitado, a través de sus parientes en España, la adquisición de la nacionalidad española. La legación de España ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir

En noviembre de 1944, cuando el Ejército Rojo estaba muy cerca de Budapest, Sanz Briz tuvo que abandonar la embajada y se trasladó a Suiza, pero Perlasca siguió en la capital húngara continuando con la labor humanitaria hasta el 16 de enero de 1945, día en que las tropas soviéticas entraron en Budapest. Según Joseph Pérez, unos 5.500 judíos salvaron la vida gracias a las gestiones de Sanz Briz y Perlasca, aunque Gonzalo Álvarez Chillida rebaja la cifra a 3.500.[13]​ En 1991 el gobierno de Israel nombró a San Briz Justo de la Humanidad a título póstumo –había muerto en 1980-.[16]

A diferencia de lo que sucedió con las otras acciones humanitarias de los diplomáticos españoles, la de San Briz sí contó con la aprobación del gobierno español. Según Joseph Pérez, esto se explica por el momento en que se produjo, finales de 1944, cuando no era difícil prever la derrota de Hitler. "La actitud de Sanz Briz servía de coartada al régimen de Franco en sus esfuerzos para convencer a los aliados que ya no tenía nada de común con el Tercer Reich. Además, por aquellas fechas, era demasiado tarde para que los judíos húngaros pudiesen ser trasladados a España. Por si a alguno se le ocurría intentarlo una vez acabada la guerra, utilizando sus documentos de protección, el nuevo ministro de Exteriores, Alberto Martín Artajo, envió dos circulares a los cónsules, el 24 de julio y el 10 de octubre de 1945, ordenándoles anular su validez a todos los efectos".[17]​ Este mismo punto de vista es el que sostiene Gonzalo Álvarez Chillida, añadiendo además que "el costo de la operación era mínimo: el papel, la tinta y el tiempo empleado en redactar los documentos de protección. El Gobierno sabía que no podían entrar en España y el sostenimiento era por cuenta ajena. Y las ganancias en propaganda ante los aliados eran cuantiosas".[13]

La construcción del mito «Franco, salvador de los judíos»

El Generalísmo Franco, en el centro de la imagen de paisano, durante la visita que realizó a Eibar en 1949

En 1949, en un momento en que el régimen padecía el aislamiento internacional, la propaganda franquista inventó el mito del "Franco salvador de los judíos", especialmente de los sefardíes. Esto permitió acusar al recién creado estado de Israel de ingratitud, ya que acababa de rechazar el establecimiento de relaciones diplomáticas con España y había votado en la ONU en contra del levantamiento de las sanciones contra el régimen –para Israel, el general Franco seguía siendo el aliado de Hitler-.[18]​ Para difundir el mito se elaboró un folleto traducido al francés y al inglés. Como señala Álvarez Chillida, "el éxito de esta campaña fue tan grande que sus secuelas han llegado hasta la actualidad. Y éxito especialmente en el mundo judío".[19]

La campaña estaba dirigida únicamente al exterior, "pues en el interior [de España] apenas se entendía de qué salvación se trataba. Ya que el Holocausto, y sobre todo las imágenes del mismo, fue un tema tabú que estuvo censurado hasta la muerte del dictador".[20]

El propio régimen franquista reconoció internamente las limitaciones de la política de "salvación de los judíos" como lo muestra un informe secreto elaborado en 1961 para el ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella:[21]

Durante la guerra, por razones sin duda poderosas, el Estado español aun cuando prestó eficaz ayuda a los sefarditas, pecó en algún caso de excesiva prudencia, y es evidente que una acción más rápida y decidida hubiera salvado más vidas, si bien se pueden cifrar en unas 5.000 las que figuran en el haber de nuestra cuenta con los judíos.

Pero el mito se mantuvo. En una fecha tan tardía como 1970, cinco años antes de la muerte del Generalísimo Franco, el Ministerio de Asuntos Exteriores proporcionó documentación seleccionada al español Federico Ysart y al rabino norteamericano Chaim Lipschitz para que escribieran sendos libros en los que continuaron con la apología de la labor desarrollada por el régimen en la "salvación de los judíos".[22]

El mito fue desmontado por las minuciosas y documentadas investigaciones del profesor israelí Haim Avni (España, Franco y los judíos, publicado en España en 1982), los españoles Antonio Marquina y Gloria Inés Ospina, autores de España y los judíos en el siglo XX. La acción exterior (1987), y, más recientemente, por el alemán Bernd Rother (Spanien und der Holocaust, 2001; traducido al español en 2005 con el título Franco y el Holocausto). Pero a pesar de todo, como ha destacado Gonzalo Álvarez Chillida, el mito se resiste a desaparecer y "se ha convertido casi en un lugar común".[22]

Sigue abierto, sin embargo, el debate sobre el alcance de la política franquista respecto de los judíos que huían del Holocauto. El hispanista francés Joseph Pérez a la pregunta que él mismo se formula "¿se habrían podido salvar más judíos si el gobierno español se hubiera mostrado más generoso, aceptando las sugerencias de sus cónsules en la Europa ocupada por los nazis?" responde "desde luego" y añade a continuación: "Hasta 1943… Madrid no quiso complicaciones con Alemania e incluso después de aquella fecha se prestó a colaborar con agentes nazis". No obstante, Pérez concluye: "a pesar de todo, el balance global es más bien favorable al régimen: no salvó a todos los judíos que pedían ayuda, pero salvó a muchos. Así y todo, es muy exagerado hablar, como hacen algunos autores, de la judeofilia de Franco…".[23]

La valoración de Pérez no es compartida por Gonzalo Álvarez Chillida. Según este historiador, a los judíos se les permitió atravesar España, "precisamente porque se trataba de tránsito, sostenido económicamente, además, por los aliados y diversas organizaciones humanitarias", "pero había que impedir por todos los medios que permanecieran en el país, como se ordenó reiteradamente desde El Pardo. Por ello el mayor problema se planteó con los cuatro millares de judíos españoles, que los alemanes estaban dispuestos a respetar siempre que fueran repatriados por España. A pesar de que ya tenía algún conocimiento del exterminio judío, "Franco mantuvo inalterado su criterio de que estos ciudadanos españoles, por ser judíos, tampoco podían permanecer en su propio país. Cómo convencer a los aliados de su evacuación fue más complejo, hubo muchas dilaciones que los alemanes aceptaron, y, finalmente, el régimen salvó a menos de la cuarta parte. […] Y no sólo eso. Una vez derrotada Alemania… [el ministerio de asuntos exteriores] ordenó que se consideraran plenamente nulos todos los documentos de protección otorgados durante la guerra. Sólo aquellos judíos que demostrasen poseer la ciudadanía española en toda regla serían ayudados a regresar a sus antiguos hogares, pero bajo ningún pretexto podrían entrar en España. […] Muchos judíos que se salvaron a través de España guardan un lógico recuerdo de agradecimiento hacia Franco. Los que fueron devueltos a Francia o aquéllos que fueron abandonados por no reconocérseles la nacionalidad en su inmensa mayoría no pudieron guardar recuerdo alguno".[24]

Álvarez Chillida concluye: "El trato que el régimen dio a los judíos en la Segunda Guerra Mundial no fue generoso. Franco no era de los más antisemitas de su régimen, pero consideró vigente en la península el decreto de 1492. No se opuso a que se salvaran los judíos por España, siempre que estuvieran de paso. Y, desde luego, tampoco se esforzó en su salvación. La iniciativa de protegerlos fue más bien de algunos diplomáticos, como Sanz Briz [en Budapest], Romero Radigales en Grecia y Julio Palencia en Sofía. También influyeron las presiones de los aliados y de las organizaciones hebreas, incluso del Ministerio de Exteriores alemán, empeñado en repatriar a los judíos españoles".[21]

La política judía entre 1945 y 1960

Tras la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial el régimen franquista se ve aislado internacionalmente. Para afianzarse en el interior la propaganda del régimen recurre entonces al mito de la conspiración antiespañola, de la que forman parte los judíos. No es casualidad que los escritos más claramente antisemitas del general Franco y de Carrero Blanco sean precisamente de esta época.[25]

Junto con los artículos del diario Arriba firmados por el general Franco con el seudónimo de Jakin Borr, su principal consejero, el marino Luis Carrero Blanco, publica varias colaboraciones sobre el tema, algunas de ellas para ser leídas en Radio Nacional de España, utilizando diversos seudónimos –Nauticus, Orion, Juan de la Cosa, Ginés de Buitrago-. Respecto a la condena del régimen franquista por la ONU en 1946, Carrero Blanco se pregunta, en lo que parece una alusión velada al judaísmo y a la masonería, "¿Qué misteriosos poderes actúan en el seno de la ONU e inspiran tan extrañas reacciones?".[26]

Cuando se pone fin al aislamiento del régimen gracias al viraje de Estados Unidos y del resto de potencias occidentales motivado por la guerra fría, el "discurso antisemita pierde cada vez más peso". Eso se refleja en los artículos que el general Franco publica entonces en el diario Arriba —siempre bajo el seudónimo de Jakin Boor—. En uno de ellos llega a afirmar que "judaísmo, masonería y comunismo son tres cosas distintas, que no hay que confundir", pero añade a continuación: "muchas veces las vemos trabajar en el mismo sentido y aprovecharse unas de las conspiraciones que promueven las otras".[27]

El debilitamiento del discurso antisemita se ve acompañado de medidas aperturistas respecto de los judíos. En 1949 se abren dos sinagogas en pisos de Madrid y Barcelona —a cambio de que el viejo dirigente hebreo madrileño Ignacio Bauer apoye al régimen franquista en los foros internacionales— y en 1953 el Caudillo concede una audiencia al presidente de la sinagoga de Madrid, Daniel Barukh, otro gran defensor del régimen franquista. En 1954 se abren dos sinagogas más en Barcelona y un centro comunitario, aunque la legalización de las comunidades judías peninsulares no se producirá hasta 1965.[28][27]

Al mismo tiempo se produce un giro en la política exterior como lo demuestra el Decreto-ley de 29 de diciembre de 1948 por el que se reconocía la nacionalidad española a 271 sefardíes que vivían en Egipto y a 144 familias que vivían Grecia y eran antiguos protegidos de España.[29]​ Y a continuación se ofrece al recién creado Estado de Israel el establecimiento de relaciones diplomáticas "de cara a lavar la imagen del pasado y acercarse al bloque occidental", aunque sólo unos meses antes la prensa franquista había desplegado una campaña en favor de los árabes en el conflicto de Palestina y al informar de la primera guerra árabe-israelí se habían magnificado las supuestas atrocidades cometidas por los "sionistas" que eran presentados como peligrosos comunistas y como "sacrílegos" profanadores de los templos cristianos. Israel se negó a reconocer al régimen franquista, por ser un antiguo aliado de Hitler, y además votó en la ONU en contra del levantamiento de las sanciones decretadas en 1946, lo que desató una campaña antisemita en la prensa, en la que participó el propio general Franco con sus artículos en el diario Arriba escritos bajo el seudónimo de Jakin Boor. El presidente de las Cortes franquistas, Esteban Bilbao, aludió en la Cámara a la "mente judía" de Karl Marx, "perturbada por el odio de su raza a todos los progresos e instituciones que llevan el signo de la cruz". Y en la apertura del curso universitario 1949-1950 el rector de la Universidad de Oviedo pronunció un duro discurso contra los israelíes en el que recurrió a todos los tópicos antisemitas, llegando incluso a citar los Protocolos de los Sabios de Sión. Es entonces cuando la propaganda franquista lanza el mito de "Franco, salvador de judíos" para mostrar la "ingratitud" de Israel. Según Gonzalo Álvarez Chillida, "toda esta reacción antiisraelí puso de manifiesto que el antisemitismo no había muerto con el Holocauto, sino que permanecía aletargado. Muchas ideas pervivían. Lo que había cambiado drásticamente desde 1945 era el ambiente en el que expresarlas".[30]

Tras el reconocimiento internacional del régimen franquista que culmina con la entrada en la ONU en 1955, el régimen ya no está interesado en establecer relaciones diplomáticas con Israel manteniendo así las buenas relaciones con los países árabes, aunque recupera el filosefardismo, sobre todo para congraciarse con la opinión pública norteamericana. En 1959 la Biblioteca Nacional organiza la Exposición bibliográfica sefardí, que no dejó de levantar recelos en algunos sectores del régimen franquista —el Ministerio de Asuntos Exteriores pidió que en la misma no se glorificaran "aquellos aspectos del pensamiento sefardí fundamentalmente antagónicos con el concepto espiritual de la España auténtica"—.[31]

Al igual que el antisemitismo, pasa a segundo plano la teoría de la conspiración antiespañola, siendo sustituida en la propaganda franquista por el énfasis en el crecimiento económico y la paz social. En consecuencia "las referencias a las supuestas actividades del judaísmo desaparecen, siendo muy escasas las publicaciones que incumplen esta regla". Así el policía Comín Colomer en su libros de exaltación del régimen sólo habla de pasada del judeomasonismo, del judeosovietismo o del supergobierno de Sión. Sin embargo Mauricio Carlavilla, al que sumó Joaquín Pérez Madrigal —un antiguo diputado del Partido Republicano Radical que nada más comenzó la guerra civil colaboró con el aparato de propaganda franquista y que dirigió en la posguerra el semanario ultraderechista ¿Qué pasa?— siguieron con el tema antisemita.[32]​ Carlavilla fundó en 1946 la editorial Nos que tradujo varias obras antisemitas e incluso editó un clásico del antisemitismo que aún no había sido publicado en España: La Franc-Maçonnerie. Synagogue de Satan (1893) del obispo jesuita Léon Meurin. Además de Nos, otras dos editoriales publicaron libros antisemitas e incluso pronazis —la del falangista catalán Luis de Caralt y la editorial Mateu, ambas de Barcelona—. La revista Cristiandad fundada en 1944 por el sacerdote integrista Ramón Orlandis publicó artículos sobre el complot judeomasónico. El boletín de la Guardia de Franco En pie fue más lejos pues además de atacar a la masonería y al judaísmo incluyó artículos en los que se elogiaba a Hitler y a Mussuloni.[33]

Los que no desaparecieron en absoluto fueron los viejos temas del antijudaísmo cristiano. En numerosas publicaciones y libros, la mayoría escritos por miembros del clero o por católicos integristas, se siguió hablando de la "perfidia judaica", justificando la violencia antijudía y la expulsión de los judíos de España en 1492 y elogiando la represión de la Inquisición española hacia los judeoconversos. Y se siguieron publicando libros escolares que contaban a los niños los "crímenes de los judíos" y rodando películas con alusiones antijudías, como el film Faustina (1957) de José Luis Sáenz de Heredia.[34]

Antisemitismo y política judía entre 1960 y 1975

El papa Juan XXIII impulsó la renovación de las ideas católicas sobre el judaísmo —en 1959 puso fin a la referencia a la "perfidia judaica" en la liturgia del Viernes Santo-, lo que tuvo un inmediata repercusión en España. En 1961 el hebraísta católico J.M. Lacalle publicaba un libro defendiendo las tesis de la Conferencia de Seelisberg que establecían las bases teológicas para poner fin al antijudaísmo cristiano. Ese mismo año se funda la asociación Amistad Judeo-Cristiana -que será autorizada en 1962— por iniciativa de un grupo de sacerdotes, que recibieron el apoyo de los dos grandes hebraístas de la época, Cantera Burgos y Millás Vallicrosa, y por otros catedráticos, así como del obispado de Madrid y de algunas personalidades filosefardíes del régimen como Pedro Laín Entralgo y el entonces presidente del Instituto de Cultura Hispánica Blas Piñar. A la reunión fundacional de octubre de 1961 asistieron los dos miembros más destacados de la comunidad judía de Madrid, Max Mazin y Samuel Toledano. Tal vez el evento más sonado promovido por la Asociación fue el acto interconfesional judeo-cristiano celebrado en la parroquia madrileña de Santa Rita el 28 de febrero de 1967, del que se hicieron eco dos de las tres grandes cadenas de televisión norteamericanas, así como otros medios escritos internacionales. Año y medio antes el Concilio Vaticano II había aprobado la declaración Nostra aetate sobre la relación de los católicos con las religiones no cristianas, en la que se puso fin al antijudaísmo cristiano y se condenó el antisemitismo así como cualquier otra forma de odio racial o religioso.[35]

Las actividades de la Asociación encontraron la oposición de los sectores más integristas y ultras del franquismo —también las embajadas de los países árabes protestaron frecuentemente—. El gobierno vigiló sus actividades y en alguna ocasión prohibió alguna conferencia. Recibió amenazas en las que se decía, por ejemplo, "¡Fuera de España, perros judíos!", acompañado de "¡Viva Cristo Rey!". También fueron objeto de amenazas por medio de pintadas antijudías aparecidas en sus fachadas y de ataques con bombas incendiarias contra sus puertas las sinagogas de Madrid y Barcelona.[36]

En 1968, al amparo de la llamada ley de libertad religiosa aprobada el año anterior —que intentaba ponerse al día en cuanto a la renovación que estaba experimentando la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano II, aunque seguía imponiendo severas restricciones a las confesiones no católicas—, se inaugura la nueva sinagoga y el centro comunitario de la calle Balmes de Madrid. "El rabino Garzón es entrevistado por televisión para la ocasión, mientras que un comunicado del Ministerio de Justicia afirma explícitamente que el decreto de expulsión de 1492 estaba derogado desde 1869". En aquel momento vivían en España cerca de 10.000 judíos, la mitad de ellos repartidos entre Madrid y Barcelona y unos 2.000 en Ceuta y en Melilla.[37]

Rollo de la Torá en el Museo Sefardí de la Sinagoga del Tránsito (Toledo)

Por otro lado, el filosefardismo recibe un nuevo impulso con la creación en 1964 del museo sefardí en la sinagoga del Tránsito de Toledo, un proyecto que la Segunda República no llegó a realizar.[38]​ En el preámbulo del decreto de creación del museo del 18 de marzo de 1964 se puede comprobar, según Joseph Pérez, la continuidad del "filosefardismo de derechas" iniciado con la Dictadura de Primo de Rivera:[39]

El interés que ofrece la Historia de los judíos en nuestra patria es doble, pues si, por una parte, su estudio es conveniente para un buen conocimiento de lo español, dada la presencia secular en España del pueblo judío, también es esencial a la entidad cultural e histórica de este pueblo la asimilación que una parte de su linaje hizo del genio y de la mente hispanos a través de una larga convivencia. Sin la referencia a este hecho no pueden entenderse los variados aspectos que ofrece la personalidad de los sefardíes en las distintas comunidades que formaron al dispersarse por el mundo. En el deseo de mantener y estrechar lazos que secularmente han vinculado a los sefardíes a España, parece singularmente oportuna la creación de un museo destinado a los testimonios de la cultura hebraico-española…

En esta época no se abandonó el mito "Franco, salvador de judíos", hasta el punto de que el ministro de asuntos exteriores Fernando María Castiella obligó en 1963 a Ángel Sanz Briz "a mentir a un periodista israelí, diciéndole que lo de Budapest fue todo iniciativa directa y exclusiva de Franco".[40]

Los sectores católicos integristas, que incluían a la mayoría de la jerarquía eclesiástica, vivieron como un trauma los grandes cambios que trajo consigo el Concilio Vaticano II. Para hacerles frente desplegaron una campaña en la que recurrieron al antisemitismo, negando de hecho la declaración Nostra aetate del Concilio con la que se había puesto fin al antijudaísmo cristiano. Los clérigos y laicos integristas, por el contrario, siguieron considerando a los judíos como el pueblo deicida, y algunos de ellos, como el policía integrista, Mauricio Carlavilla o el monárquico franquista catalán Jorge Plantada, marqués de Valdelomar, llegaron a afirmar que el Concilio era obra de la conspiración judeomasónica —el marqués de Valdelomar escribió que en el "Concilio Vaticano II, la judeo-masonería logró penetrar en aquel sagrado reciento", consiguiendo que se borrase "de la liturgia la expresión de pérfidos judíos con que secularmente se ha designado al pueblo deicida"—. Sus órganos de expresión fueron las revistas El Cruzado Español, Cristiandad, Cruz Ibérica y Reconquista —editada por la capellanía castrense—. A partir de 1970 la Hermandad Sacerdotal española —la principal organización del clero integrista dirigida por el franciscano Miguel Oltra y que se oponía abiertamente a la Conferencia Episcopal presidida por el cardenal Tarancón— comenzó a publicar Dios lo quiere. Pero fue el semanario ¿Qué pasa?, fundado por el integrista Joaquín Pérez Madrigal en 1964, el órgano integrista católico más antisemita de todos. En uno de sus artículos se decía que rechazar el antisemitismo suponía "paralizar al pueblo cristiano y gentil, impedirle su defensa del imperialismo hebreo y de la acción destructora de las fuerzas anticristianas".[41]

Además del integrismo católico, el discurso antisemita es utilizado por el resto de los sectores inmovilistas del régimen franquista que observan cómo los cambios económicos, sociales y culturales que se están produciendo en los años 60 y 70 alejan cada vez a la población española de los ideales de la Cruzada del 18 de julio, además de que son conscientes del resurgimiento de la oposición antifranquista, que encuentra un apoyo inesperado entre los sectores católicos partidarios de la renovación de la Iglesia Católica aprobada por el Concilio Vaticano II. Estos grupos ultras contrarios a cualquier tipo de cambio buscaron la explicación de lo que estaba ocurriendo en el mito de la conspiración judeomasónica. En 1962, tras el contubernio de Múnich, los principales líderes del falangismo se dirigen al Caudillo para que tome medidas y afirman: "No desconocemos la conjura internacional contra España; conjura atizada por la masonería, el judaísmo y también —tristeza es decirlo— por un sector de católicos que les hacen el juego".[42]

En 1965 la Delegación Nacional de Organizaciones del Movimiento Nacional organizó un seminario de formación para los futuros cuadros del régimen de contenido racista y antisemita. Una de las ponencias llevaba el significativo título de Evolución histórica del problema judío en el que se decía que el judío "está siempre allí donde una revolución que tiende a destruir el orden establecido para sustituirlo por otro en el que las distancias que separan a los distintos grupos sociales resulten acortadas, al de los revolucionarios, cuando no constituye, como en el caso de Rusia, el cerebro mismo de la subversión". Así se entiende, dice el autor, que "donde hay judíos" haya antisemitas. En la ponencia "Antisemitismo en la época actual" se dice que "la raza judía presenta unas constantes históricas que hacen de ella el verdadero ideal de todos los pueblos". Y en la ponencia "El antisemitismo: realidad y justificación" se justifica la política nazi respecto de los judíos y abogan por el negacionismo del Holocausto: se habla de la "leyenda de los seis millones de judíos gaseados" y se responsabiliza a los judíos sionistas de los crímenes nazis –"cuanto peor les fuera a los judíos europeos tanto más fuertes serían las exigencias sionistas respecto a Palestina", se dice-.[43]

Nacen nuevas editoriales de extrema derecha, como Acervo, y revistas como Juan Pérez y vuelven a publicarse los clásicos antisemitas —los Protocolos, El judío internacional de Ford— a los que se añaden los textos negacionistas del Holocausto, que es el nuevo tema de la literatura antisemita, como Derrota mundial del integrista mexicano Salvador Borrego. El principal difusor del negacionismo en España fue el grupo neonazi CEDADE fundado en 1966 por un grupo de falangistas y guardias de Franco, que tradujo libros extranjeros o editó producciones propias, como los libros de Joaquín Bochaca entre los que se encuentra El mito de los seis millones (1979).[44][45]

Referencias

  1. Álvarez Chillida, 2007, pp. 188-189.
  2. a b Álvarez Chillida, 2007, pp. 189-190.
  3. Álvarez Chillida, 2002, p. 397.
  4. Rodríguez Jiménez, 2007, p. 251.
  5. Álvarez Chillida, 2002, p. 398.
  6. Álvarez Chillida, 2007, p. 190.
  7. Álvarez Chillida, 2007, pp. 201-202.
  8. Pérez, 2009, p. 325.
  9. a b Pérez, 2009, pp. 321-322.
  10. Pérez, 2009, pp. 325-326.
  11. Pérez, 2009, p. 322.
  12. Álvarez Chillida, 2007, pp. 202-203.
  13. a b c Álvarez Chillida, 2007, p. 203.
  14. Pérez, 2009, pp. 327-329.
  15. Pérez, 2009, p. 329.
  16. Pérez, 2009, pp. 320-329.
  17. Pérez, 2009, p. 331.
  18. Pérez, 2009, p. 336.
  19. Pérez, 2009, pp. 196-197.
  20. Álvarez Chillida, 2007, p. 204.
  21. a b Álvarez Chillida, 2002, p. 413.
  22. a b Álvarez Chillida, 2002, p. 406.
  23. Pérez, 2009, pp. 333-334.
  24. Álvarez Chillida, 2007, pp. 203-204.
  25. Rodríguez Jiménez, 2007, p. 255.
  26. Rodríguez Jiménez, 2007, p. 257.
  27. a b Rodríguez Jiménez, 2007, p. 259.
  28. Álvarez Chillida, 2002, pp. 423-424.
  29. Pérez, 2009, p. 319.
  30. Álvarez Chillida, 2002, pp. 424-426].
  31. Álvarez Chillida, 2002, p. 427.
  32. Rodríguez Jiménez, 2007, pp. 260-261.
  33. Álvarez Chillida, 2002, pp. 428-430.
  34. Álvarez Chillida, 2002, pp. 430-433.
  35. Álvarez Chillida, 2002, pp. 444-446.
  36. Álvarez Chillida, 2002, pp. 448-450.
  37. Álvarez Chillida, 2002, p. 424.
  38. Pérez, 2009, pp. 317-319.
  39. Pérez, 2009, pp. 319-320.
  40. Álvarez Chillida, 2002, p. 428.
  41. Álvarez Chillida, 2002, pp. 442; 450-459.
  42. Álvarez Chillida, 2002, pp. 435-436.
  43. Rodríguez Jiménez, 2007, pp. 261-262.
  44. Álvarez Chillida, 2002, pp. 436-441.
  45. Rodríguez Jiménez, 2007, p. 264.

Bibliografía

Véase también

Enlaces externos