Usuario:Andr3sba/La caída (novela)

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Andr3sba/La caída
de Albert Camus

Primera edición en español de "La Caída de Albert Camus"; por Editorial Losada (1957).
Género Novela filosófica
Subgénero Existencialismo, realismo y literatura filosófica
Tema(s) Suicidio, soledad, tristeza, arrepentimiento, absurdismo e existencialismo.
Edición original en francés
Título original La chute
Editorial Éditions Gallimard
Ciudad París
País Francia
Fecha de publicación 1956
Edición traducida al español
Título La caída
Traducido por Luis Alberto Bixio (en 1957 para Editorial Losada) y Manuel de Lope (en 1982 para Alianza Editorial)
Editorial Editorial Losada
Ciudad Buenos Aires
País Argentina
Fecha de publicación 1957
Páginas 123
Filosofía del absurdo
Andr3sba/La caída

La caída es la tercera novela del escritor francés Albert Camus y su última obra de ficción completa. Su título original en francés es La Chute. Es una corta novela filosófica publicada en París por Éditions Gallimard en 1956, un año antes de que Camus fuera premiado con el Nobel de Literatura (premio que rechazó en un principio). La estructura de la novela está dividida en seis partes no numeradas. Se la considera una obra fundamental de la literatura francesa de la postguerra y clásico del existencialismo. La novela estaba originalmente destinada a ser incluida en la colección El exilio y el reino que se publicó en 1957 y que constituye la última obra "literaria" publicada por Camus. La caída explora temas de inocencia, encarcelamiento, inexistencia y verdad.

Ambientada en Ámsterdam, La caída consiste en una serie de monólogos dramáticos del autoproclamado "juez penitente" Jean-Baptiste Clamence, mientras reflexiona sobre su vida a un extraño (presuntamente el mismo lector). En lo que equivale a una confesión, Clamence habla de su éxito como un rico abogado defensor parisino muy respetado por sus colegas. Sus crisis, y su última "caída", pretenden invocar, en términos seculares, la caída del hombre del Jardín del Edén. En un elogio a Albert Camus, el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre describió la novela como "quizá la mejor y menos comprendida" de los libros de Camus (en inglés: "The Fall, perhaps the finest and least understood").[1]

Resumen[editar]

La novela versa acerca de Jean-Baptiste Clamence, juez-penitente como él mismo se define, es un ex abogado parisino, ahora domiciliado en Ámsterdam (después de la segunda guerra mundial) desde que una serie de hechos pusieron su vida patas arriba. El bar “Mexico City”, nos da un punto de partida para que nuestro interlocutor comience a narrar, para un recién llegado, su vida. Nuestro personaje principal nos revelará detalles de su trabajo como juez penitente y sobre su pasado. Hombre de la pequeña burguesía francesa, abogado de profesión, dotado de oratoria y pronunciado seductor, nadó durante su juventud en una nube de gloria, mujeres y buenos discursos. El comienzo de la historia relata la percepción que Clamence tuvo de sí mismo en aquellos años gloriosos: el personaje aparece cegado por un amor propio desmesurado.

Todo cambia repentinamente para Jean-Baptiste Clamence cuando no ayuda a una joven que se tiró a un puente en París; la mujer se estaba ahogando. A partir de entonces, Clamence comienza su «caída»: lentamente se da cuenta de la inutilidad de su comportamiento pasado, que muy pronto se vuelve cada vez más insoportable para él. Trata de refugiarse en el vicio, sin embargo, se ve atrapado inexorablemente en su pasado.

A medida que avanza su conciencia, Clamence acaba recordando los oscuros acontecimientos de su pasado: la muerte de un compañero de prisión en un campo de concentración del norte de África, el abuso desmesurado y egoísta del amor de las mujeres hacia él, etcétera. Enfrentado a sus recuerdos cada vez más insoportables, Clamence deja París para irse a vivir en los barrios marginales de Ámsterdam. Dentro de una nueva ciudad, Clamence comienza a ejercer el trabajo de abogado; la acusación desvergonzada que hace de sí mismo frente a sus clientes, se convierte en un espejo para ellos, y donde el hombre mismo logra tomar conciencia de sus propias faltas y adquiere lo que Clamence llama "libertad".

Argumento[editar]

La vida en París[editar]

La novela comienza con Clamence sentado en el bar "Mexico City" hablando casualmente con un extraño —el lector, dirían algunos— sobre la forma correcta de pedir una bebida; porque aquí, a pesar de la naturaleza cosmopolita de Ámsterdam, el cantinero se niega a responder a otra cosa que no sea holandés. Así, Clamence hace de intérprete y él y el extranjero, al descubrir que son compatriotas que, además, ambos provienen de París, comienzan a discutir asuntos más sustantivos.

Clamence nos dice que solía llevar una vida esencialmente perfecta en París como un abogado defensor de gran éxito y muy respetado. La gran mayoría de su trabajo se centró en casos de "viudas y huérfanos", es decir, los pobres y privados de sus derechos que de otro modo no podrían proporcionarse una defensa adecuada ante la ley. También relata anécdotas sobre cómo siempre disfrutaba dando indicaciones amistosas a los extraños en la calle, cediendo a otros su asiento en el autobús, dando limosna a los pobres y, sobre todo, ayudando a los ciegos a cruzar la calle. En resumen, Clamence se concibió a sí mismo viviendo puramente por el bien de los demás, esto lo podemos ver cuando le explica al extranjero lo que sintió al ayudar a una mujer en un caso y no cobrarle honorarios:

[...] créame, mi querido caballero, que eso es llegar más alto que cualquier vulgar ambicioso y alzarse hasta ese punto culminante donde la virtud sólo se nutre de sí mismo (Camus, p. 24).

Sin embargo, una noche, cuando Clamence cruza el Pont Royal camino a casa de su "amante", se encuentra con una mujer vestida de negro inclinada sobre el borde de un puente. Duda un momento, pensando que el espectáculo es extraño a esa hora dada la desolación de las calles, pero sigue su camino a pesar de todo. Solo había caminado una corta distancia cuando escuchó el sonido distintivo de un cuerpo golpeando el agua. Clamence deja de caminar, sabiendo exactamente lo que ha sucedido, pero no hace nada, de hecho, ni siquiera se da la vuelta. El sonido de los gritos se:

[...] repitió varias veces, bajaba también la corriente del río y cesó de repente. En la noche súbitamente petrificada, el silencio que siguió me pareció interminable. Quise correr y no pude moverme. Temblaba, creo que de frío y de crispación. Me dije que tenía que apresurarme y sentí que una debilidad irresistible me invadía el cuerpo. He olvidado lo que pensé entonces. «Demasiado tarde, demasiado lejos...» o algo por el estilo. Seguí escuchando, inmóvil. Después, me alejé con pasos cortos. Bajo la lluvia. No avisé a nadie (Camus, pp. 60,61).

A pesar de la visión de Clamence de sí mismo como un defensor desinteresado de los débiles y desafortunados, simplemente ignora el incidente y continúa su camino. Más tarde explica que su falta de hacer algo probablemente se debió a que hacerlo habría requerido que pusiera en peligro su propia seguridad personal. Varios años después del aparente suicidio de la mujer del Pont Royal, claramente bastantes páginas antes de que el lector sepa del accidente, y un esfuerzo evidentemente exitoso por borrar todo el evento de su memoria, Clamence regresa a casa una tarde de otoño después de un día de trabajo particularmente agradable. Se detiene en el Pont des Arts vacío y reflexiona:

Estaba contento. El día había sido bueno: un ciego, la reducción de pena que esperaba, el caluroso apretón de manos de mi cliente, algunas generosidades y, por la tarde, una brillante improvisación delante de algunos amigos sobre la dureza de corazón de nuestra clase dirigente y la hipocresía de nuestras élites [...] Me sentía invadido por un vasto sentimiento de poder y, como diría yo, de plenitud, que dilataba mi corazón. Me erguí, y cuando iba a encender un cigarrillo, el cigarrillo de la satisfacción, en aquel mismo momento, detrás de mí estalló una carcajada (Camus, p. 35).

Clamence se da vuelta y descubre que la risa, por supuesto, no estaba dirigida a él, sino que probablemente se originó en una conversación lejana entre amigos: tal es el curso racional de su pensamiento. Sin embargo, nos dice que "aún pude escucharla claramente detrás de mí, procedente de ninguna parte, si no era de las aguas". La risa es, pues, alarmante porque le recuerda de inmediato su evidente fracaso en hacer algo con respecto a la mujer que presumiblemente se había ahogado años antes. La desafortunada coincidencia para Clamence aquí, es que se le recuerda esto, precisamente en el momento en que se felicita a sí mismo por ser un individuo tan desinteresado. Además, la risa se describe como una "sana, natural, casi amistosa", mientras que, apenas unos momentos después, se describe a sí mismo como poseedor de una "risa franca" (Camus, p. 37). Esto implica que la risa se originó dentro de él mismo, agregando otra dimensión al significado interno de la escena. Esa noche, en el Pont des Arts, representa para Clamence la colisión de su verdadero yo con su autoimagen inflada; la realización final de su propia hipocresía se vuelve dolorosamente obvia.

Un tercer y último incidente inicia la espiral descendente de Clamence. Un día, mientras esperaba en un semáforo, Clamence descubre que está atrapado detrás de una motocicleta que se ha parado delante de él y no puede avanzar una vez que el semáforo cambia a verde como resultado. Otros autos detrás de él comienzan a tocar sus bocinas, y Clamence le pide cortésmente al hombre varias veces si podría sacar su motocicleta de la carretera para que otros puedan conducir a su alrededor; sin embargo, con cada repetición de la solicitud, el motociclista se agita cada vez más y amenaza a Clamence con violencia física.

Enojado, Clamence sale de su vehículo para confrontar al hombre, cuando alguien más interviene y "se precipitó hacia mí, me informó que yo era un mamarracho y que no permitiría que golpeara a un hombre que tenía una motocicleta entre las piernas y que por consiguiente se encontraba en desventaja" (Camus, p. 46). Clamence se vuelve para responder a su interlocutor cuando de repente el motociclista le da un puñetazo en un costado de la cabeza y luego sale a toda velocidad. Sin tomar represalias contra su interlocutor, Clamence, completamente humillado, simplemente regresa a su automóvil y se aleja. Más tarde, piensa "cien veces" lo que cree que debería haber hecho, es decir, golpear a su interlocutor, luego perseguir al motociclista y sacarlo de la carretera. El sentimiento de resentimiento lo carcome, y Clamence explica que:

Pero después de haber sido golpeado en público sin reaccionar ya no me era posible cultivar esa bella imagen de mí mismo. Si hubiera sido realmente ese amigo de la verdad y de la inteligencia que yo pretendía ser, ¿qué me hubiera importado aquella aventura ya olvidada por quienes habían sido sus espectadores? (Camus, p. 47).

Clamence llega así a la conclusión de que, en realidad, toda su vida la ha vivido en busca del honor, el reconocimiento y el poder sobre los demás. Habiéndose dado cuenta de esto, ya no puede vivir como antes.

Crisis[editar]

Clamence inicialmente intenta resistir la sensación de que ha vivido de manera hipócrita y egoísta. Discute consigo mismo sobre sus actos de bondad anteriores, pero rápidamente descubre que esta es una discusión que no puede ganar. Reflexiona, por ejemplo, que siempre que había ayudado a un ciego a cruzar la calle, algo que disfrutaba especialmente hacer, se quitaba el sombrero ante el hombre. Dado que el ciego obviamente no puede ver este reconocimiento, Clamence pregunta: "Entonces ¿a quién se dirigía? Al público. Después de la representación, los saludos" (Camus, p. 42). Como resultado, llega a verse a sí mismo como hipócrita y engañoso.

Esta realización precipita una crisis emocional e intelectual para Clamence que, además, no puede evitar, habiéndola descubierto ahora; el sonido de la risa que lo golpeó por primera vez en el Pont des Arts comienza lentamente a impregnar toda su existencia. De hecho, Clamence incluso comienza a reírse de sí mismo mientras defiende asuntos de justicia y equidad en la corte. Incapaz de ignorarlo, Clamence intenta silenciar la risa deshaciéndose de su hipocresía y arruinando la reputación que adquirió por ello.

Clamence procede así a "destruir aquella reputación halagadora" (Camus, p. 79 ) principalmente haciendo comentarios públicos que sabe que serán recibidos como objetables: diciéndoles a los mendigos que son "gente vergonzosa", declarando su pesar por no poder sujetar a los siervos para golpearlos a su antojo, y anunciando la publicación de un "manifiesto que denuncia la opresión que los oprimidos ejercen sobre las personas decentes". De hecho, Clamence llega incluso a considerar:

[...] en empujar a los ciegos por la calle, y descubrí hasta que punto una parte de mi alma los detestaba por la alegría sorda e imprevista que aquella intención me procuró; tuve el proyecto de pinchar neumáticos de los pequeños cochecitos de los inválidos, o de ir a gritar «pobre de mierda» bajo los andamios donde trabajaran los obreros, o abofetear a los niños de pecho en el metro [...] El caso es que la misma palabra justicia me provocaba un extraño furor. (Camus 78)

Sin embargo, para frustración y consternación de Clamence, sus esfuerzos en este sentido son ineficaces, generalmente porque muchas de las personas que lo rodean se niegan a tomarlo en serio; encuentran inconcebible que un hombre de su reputación pueda decir tales cosas y no estar bromeando. Clamence finalmente se da cuenta de que sus intentos de burlarse de sí mismo solo pueden fallar, y la risa continúa carcomiéndolo. Esto se debe a que sus acciones son igualmente deshonestas: "Para prevenir la risa imaginaba pues arrojarme a la irrisión general. Se trataba, en suma, de atajar el juicio. Quería poner de mi lado a los que reían, o al menos ponerme yo de su lado" (Camus 77).

En última instancia, Clamence responde a su crisis emocional-intelectual retirándose del mundo precisamente en esos términos. Cierra su bufete de abogados, evita a sus antiguos colegas en particular ya la gente en general, y se entrega por completo al libertinaje intransigente; mientras que la humanidad puede ser groseramente hipócrita en las áreas de las que se ha retirado, "ningún hombre es hipócrita en sus placeres" (Camus, p. 57). El libertinaje (mujeres y alcohol) demuestra ser un medio temporalmente efectivo para silenciar la risa, el sentido mordaz de su propia hipocresía, porque, como él explica, embota completamente su ingenio. Desafortunadamente, se ve incapaz de mantener este estilo de vida debido a problemas de salud que describe de la siguiente manera: "el que aguantó el golpe fue mi hígado y una fatiga tan terrible que todavía la tengo" (Camus, p. 88).

La vida en Ámsterdam[editar]

El último de los monólogos de Clamence tiene lugar en su apartamento del (antiguo) Barrio Judío, y relata más concretamente los hechos que dieron forma a su perspectiva actual; en este sentido, sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial son cruciales. Con el estallido de la guerra y la caída de Francia, Clamence considera unirse a la Resistencia francesa, pero decide que hacerlo sería en última instancia inútil. El explica:

La empresa me parecía un tanto loca y, para decirlo todo, romántica. Creo, sobre todo, que la acción subterránea no convenía ni a mi temperamento ni a mi ambición por las cimas aireadas. Me parecía que se me pedía a mí trabajar en un sótano día y noche, esperando a que algunos brutos vinieran a descubrirme. Luego tendría que deshacer mi trabajo y verme arrojado a otro sótano, en que me golpearían hasta dejarme muerto. Admiraba a los que se entregaban a este heroísmo de las profundidades, pero no podía imitarlos. (Camus, p. 103)

En cambio, Clamence decide huir de París a Londres y toma una ruta indirecta allí, atravesando el norte de África; sin embargo, se encuentra con un amigo mientras está en África y decide quedarse y buscar trabajo; finalmente se establece en Túnez. Pero después de que los aliados desembarcan en África, los alemanes arrestan a Clamence y lo arrojan a un campo de concentración: "En cuanto a mí, no me hicieron daño alguno y, después de pasar grandes angustias, comprendí que se trataba, sobre todo, de una medida de seguridad (Camus, pp. 104-105).

Mientras está internado, Clamence conoce a un camarada, presentado al lector solo como "Duguesclin" (clara referencia a Bertrand Du Glesclin), que había luchado en la Guerra Civil Española, fue capturado por "el general católico", y ahora se encontraba en manos de los alemanes en África. Estas experiencias posteriormente hicieron que el hombre perdiera su fe en la Iglesia Católica (y quizás también en Dios); como forma de protesta, Duguesclin anuncia la necesidad de un nuevo Papa, uno que "aceptara mantener viva en él y en los demás la comunidad de nuestros sufrimientos", elegido entre los prisioneros del campo. Como el hombre con "la mayoría de las fallas", Clamence se ofrece voluntario en broma, pero descubre que los otros prisioneros están de acuerdo con su nombramiento. Como resultado de haber sido seleccionado para liderar un grupo de prisioneros como "Papa", Clamence tiene ciertos poderes sobre ellos, como distribuir comida, agua y decidir quién hará qué tipo de trabajo: "Digamos que colmé la medida el día en que me bebí el agua de un camarada agonizante. No, no, no era Duguesclin; creo que él ya se había muerto… Se privaba demasiado." (Camus, p. 106).

Clamence luego relata la historia de cómo una famosa pintura del siglo XV, un panel del Retablo de Gante conocido como Los jueces justos, llegó a sus manos. Una noche, un cliente habitual de la "Mexico City" entró en el bar con el cuadro de valor incalculable y lo vendió por una botella de ginebra al camarero que, durante un tiempo, exhibió la pieza de forma destacada en la pared de su bar. (Tanto el hombre que vendió la pintura como el lugar ahora vacío en la pared donde colgaba, se señalan crípticamente al comienzo de la novela). Clamence se da cuenta de que varios países están buscando el cuadro y se ofrece a quedárselo; el cantinero acepta inmediatamente la propuesta. Clamence intenta justificar su posesión de la pintura robada de varias maneras, principalmente por cinco razones:

En primer lugar, porque no es mío, sino del dueño del "Mexico City", que lo merece tanto como el obispo de Gantes. En segundo lugar, porque entre los que desfilan ante El cordero místico nadie sería capaz de distinguir la copia del original, y por lo tanto nadie se perjudica por mi culpa. En tercer lugar, porque de esta manera, domino. Se proponen a la admiración del mundo jueces falsos, siendo así que el único que conoce los verdaderos soy yo. En cuarto lugar, porque así tengo una posibilidad de que me envíen a la prisión, idea en cierto modo atractiva. En quinto lugar, porque esos jueces van a encontrarse con el cordero, siendo así que ya no hay cordero alguno ni inocencia. Y por lo tanto, el hábil pillo que robó el panel era un instrumento de la justicia desconocida, a la que no conviene contrariar. Y por fin, porque de esta manera estamos en el orden de las cosas. Habiéndose separado la justicia definitivamente de la inocencia, ésta en la cruz, aquélla en el ropero, tengo libre campo para trabajar de acuerdo con mis convicciones. Puedo ejercer, sin remordimiento alguno de conciencia, la difícil profesión de juez penitente que adopté después de tantos sinsabores y contradicciones (Camus, pp. 108-109).

Finalmente, Clamence emplea la imaginería del Políptico de Gante y Los jueces justos para explicar su auto identificación como "juez-penitente". Esto esencialmente adopta una doctrina de renuncia a la libertad como un método para soportar el sufrimiento que se nos impone en virtud de vivir en un mundo sin verdad objetiva y, por lo tanto, en última instancia, sin sentido. Con la muerte de Dios, también hay que aceptar por extensión la idea de la culpa universal y la imposibilidad de la inocencia. El argumento de Clamence postula, algo paradójicamente, que la liberación del sufrimiento se logra solo a través de la sumisión a algo más grande que uno mismo. Clamence, a través de su confesión, se sienta en un juicio permanente de sí mismo y de los demás, dedicando su tiempo a persuadir a quienes lo rodean de su propia culpabilidad incondicional. La novela termina con una nota siniestra:

Pronuncie usted mismo las palabras que, desde hace años, no han dejado de resonar en mis noches, y que por fin oiré por su boca: "Oh, muchacha, vuelve a lanzarte otra vez al agua, para que yo tenga una segunda oportunidad de salvarnos los dos." Una segunda vez, ¡ejem…, qué imprudencia! Supóngase usted, querido doctor, que se nos tomara la palabra. Habría que hacerlo. ¡Brr…! ¡El agua está tan fría! ¡Pero tranquilicémonos! ¡Ahora es ya demasiado tarde, siempre será demasiado tarde! ¡Felizmente! (Camus, p. 122).

Análisis[editar]

Es una novela esencialmente filosófica. Versa sobre la existencia, la falta o tergiversación de los valores, la inocencia y la culpa, el sinsentido de una vida inevitable con su magistral noción filosófica del absurdo; profetiza la naturaleza humana, el dolor, con todo lo que arrastra y los tiempos que vendrán. La existencia, la libertad, el ateísmo y la sociedad, forman parte del todo absurdista de Camus. En esta novela se aborda el yo, el ego, la conciencia, la culpa y el desarraigo. Al recordar a la joven suicida inerte en las aguas del Sena, se hace una analogía a la vida de Clamence, quien de ser un exitoso abogado cae hasta el punto de convertirse un ser abominable, derrumbándose profesional y personalmente.

Esta obra de atmósfera dramática nos sumerge en una forma de vida fundamental, propia del narrador. Su indiferencia ante el suicidio de una joven una tarde de paseo llevó a este brillante abogado a cuestionar las profundidades de la conciencia humana y esto lleva irremediablemente a reflexionar sobre las razones que obligan a los hombres a andar una vida sin explorar su sentido o la verdad. . Esta verdad es el resultado de los juicios que uno puede hacer, sobre los demás o sobre sí mismo, cuando se da cuenta de sus faltas. Como una doble personalidad, cuando la persona que uno cree ser no es más que un montón de valores falsamente adquiridos, como si ese doble llevara consigo un nuevo juicio.

Una lectura detallada presenta un espejo ante el cual observamos lo deleznable de la moralidad, así como las contradicciones de todo ser humano. No falta una inteligente alusión a la ocupación nazi y a la guerra, con sus horrores y sufrimientos. Sus planteamientos sobre el balance entre la justicia y las libertades individuales, el temor a un futuro en que la ética se ciña sólo a intereses personales, son motivos por los cuales, algunos, siguen considerándola una obra de la resistencia francesa. De nuevo Camus se vale de las metáforas para indagar dentro de la naturaleza humana y el absurdísimo de la existencia. Los personajes en este libro son intrascendentes, a no ser el propio Jean Baptiste o quien fuera su amigo, Duguesclin, lo cual ayuda al lector a entender el aislamiento psicológico en el que se encuentra nuestro protagonista. Aparte de todo, no es difícil notar en Clamence indicios de una profunda depresión.

Como acusación universal de la humanidad, retrato degradante del hombre moderno a través de una historia con una forma particular, el personaje de Camus, Jean-Baptiste Clamence, se convierte en el Juan Bautista de la historia bíblica (Jean-Baptiste en francés que al español se traduce como Juan Bautista), invertido y transpuesto en un hombre moderno, predicando solo en el desierto su particular doctrina (clamans en latín que significa gritar: «Juan Bautista gritando en el desierto»), e iniciando en ella a nuevos devotos.

Modelo literario[editar]

La narrativa de Camus es sencilla y por medio de sentencias lógicas, las cuales dependiendo del método que empleemos llegaremos a una distinta conclusión, nos deja ese inconcluso sabor de las alternativas. Se considera una novela corta, narrada en primera persona a un interlocutor invisible y mudo, con quien claramente puede identificarse el lector. El ambiente es pieza fundamental de esta obra y nos devela ese cambio y constante devenir del protagonista. No es extraño en Camus el uso de un tono poético para evocar lugares y paisajes, y esta novela no es la excepción. Otras características presentes son la notable división gráfica y no expresa de los seis capítulos, la sobriedad en los recursos literarios y una redacción un tanto particular, bajo el pretérito imperfecto de subjuntivo. La particularidad de esta novela radica en que el hombre que confiesa es el único que habla, a lo largo de la obra. La elección de este enfoque, que ya encontramos, catorce años antes, en El extranjero , implica que el lector no dispone de información externa proporcionada por un narrador omnisciente. Se encuentra así confinado a un único punto de vista, lo que, en el caso de esta novela, contribuye a establecer la situación de “malestar” por la que el héroe-narrador se define a sí mismo. La atmósfera muy oscura y deshumanizada que envuelve esta confesión también contribuye a la singularidad de esta historia.

Localización[editar]

Clamence habla a menudo de su amor por los lugares altos y abiertos, desde los picos de las montañas hasta las cubiertas superiores de los barcos:

Español

Sí, jamás me he sentido agusto de no ser en situaciones elevadas. Tenía necesidad de estar por encima, incluso en los detalles de la vida. Prefería el autobús al metro, los coches de punto a los taxis, los áticos a los entresuelos. Además de aficionado a los aviones deportivos donde se lleva la cabeza a cielo abierto, en los barcos yo era siempre el eterno paseante de las toldillas.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀—Albert Camus, La caída.
English (inglés)

Yes, I have never felt comfortable except in lofty places. Even in the details of daily life, I needed to feel above. I preferred the bus to the subway, open carriages to taxis, terraces to closed-in places. An enthusiast for sport planes in which one’s head is in the open, on boats I was the eternal pacer of the top deck.

—Albert Camus, The fall.
Français (francés)

Oui, je ne me suis jamais senti à l’aise que dans les situations élevées. Jusque dans le détail de la vie, j’avais besoin d’être au-dessus. Je préférais l’autobus au métro, les calèches aux taxis, les terrasses aux entresols. Amateur des avions de sport où l’on porte la tête en plein ciel, je figurais aussi, sur les bateaux, l’éternel promeneur des dunettes.

—Albert Camus, La chute.

Entonces es paradójico que Clamence lleve a su cher ami lejos de las simetrías humanas de un pueblo pintoresco para sentarse en una extensión llana junto al mar. La ubicación de Ámsterdam, como una ciudad bajo el nivel del mar, adquiere por lo tanto un significado particular en relación con el narrador. Además, Ámsterdam se describe generalmente en La chute como un lugar frío y húmedo donde una espesa capa de niebla se cierne constantemente sobre las calles llenas de gente, llenas de luces de neón. Además de la atmósfera (que podría establecerse casi en cualquier otro lugar), la ciudad también fue elegida por Camus por una razón más peculiar. En las primeras páginas, Clamence comenta casualmente:

Imagen de los canales concéntricos en Ámsterdam.
Imagen de los canales concéntricos en Ámsterdam.
Español

¿Ha observado usted que los canales concéntricos de Ámsterdam se parecen a los círculos del infierno? El infierno burgués, naturalmente, poblado de malos sueños. Cuando se llega de fuera, a medida que se cruzan esos círculos, la vida, y por lo tanto sus crímenes, se vuelve más espesa, más oscura. Aquí estamos en el último círculo. El círculo de los... ¡Ah! ¿Sabe usted de eso?

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀—Albert Camus, La caída.
English (inglés)

Have you noticed that Amsterdam’s concentric canals resemble the circles of hell? The middle-class hell, of course, peopled with bad dreams. When one comes from the outside, as one gradually goes through those circles, life—and hence its crimes—becomes denser, darker. Here, we are in the last circle. The circle of the... Ah, you know that?

—Albert Camus, The fall.
Français (francés)

Avez-vous remarqué que les canaux concentriques d’Amsterdam ressemblent aux cercles de l’enfer? L’enfer bourgeois, naturellement peuplé de mauvais rêves. Quand on arrive de l’extérieur, à mesure qu’on passe ces cercles, la vie, et donc ses crimes, devient plus épaisse, plus obscure. Ici, nous sommes dans le dernier cercle. Le cercle des… Ah! Vous savez cela?

—Albert Camus, La chute.

El "último círculo del infierno" es el sitio del barrio rojo de Ámsterdam y donde se ubica de un bar llamado "Mexico City", que Clamence frecuenta todas las noches, y donde se desarrolla gradualmente la mayor parte de su narrativa. (El bar, "Mexico City", existía en Ámsterdam). El escenario sirve así para ilustrar, literal y metafóricamente, la caída de Clamence desde las alturas de la sociedad parisina de clase alta al inframundo oscuro, lúgubre y dantesco de Ámsterdam, donde almas torturadas deambulan sin rumbo entre ellas. De hecho, los críticos han explorado extensamente los paralelismos entre la caída de Clamence y el descenso de Dante a través del Infierno en el Infierno.[2]

También es significativo, particularmente a medida que Camus desarrolla sus ideas filosóficas, que la historia se desarrolle en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Clamence nos dice que vive a poca distancia del "Mexico City", en lo que antes era el Barrio Judío:

Español

[...] o en lo que así se llamaba antes de que nuestros hermanos hitlerianos despejaron el lugar. ¡Qué limpieza! Setenta y cinco mil judíos deportados o asesinados, es la limpieza por el sistema del vació. ¡Admiro esa aplicación, esa metódica paciencia! Aquí hizo maravillas, sin discusión, y yo vivo en el emplazamiento mismo de uno de los más grandes crímenes de la Historia

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀—Albert Camus, La caída.
English (inglés)

[...] or what was called so until our Hitlerian brethren made room. What a cleanup! Seventy-five thousand Jews deported or assassinated; that’s real vacuum-cleaning. I admire that diligence, that methodical patience! When one has no character one has to apply a method. Here it did wonders incontrovertibly, and I am living on the site of one of the greatest crimes in history.

—Albert Camus, The fall.
Français (francés)

[...] ou ce qui s’appelait ainsi jusqu’au moment où nos frères hitlériens y ont fait de la place. Quel lessivage ! Soixante-quinze mille juifs déportés ou assassinés, c’est le nettoyage par le vide. J’admire cette application, cette méthodique patience ! Quand on n’a pas de caractère, il faut bien se donner une méthode. Ici, elle a fait merveille, sans contredit, et j’habite sur les lieux d’un des plus grands crimes de l’histoire.

—Albert Camus, La chute.

El nombre del bar también recuerda la destrucción de la civilización azteca cuya capital en ruinas ha sido suplantada por la moderna Ciudad de México. Entre otras cosas, ''La Chute'' es un intento de explicar cómo la humanidad podría ser capaz de perpetrar tales males.

Metáforas en torturas[editar]

En La caída se hace alusión a dos torturas que bien pueden ser pensadas como eso, simples torturas, reales o no, a las que Camus usa como referencia para que el personaje de su novela se desarrolle y explique temas relacionados con la libertad, el libertinaje, Dios y el juicio final. El caso es que muchos críticos y artículos aluden a estas dos torturas que menciona Camus, y las interpretan como metáforas que pueden ser aplicadas como críticas a la sociedad, el capitalismo y el consumismo.

El malconfort (La mazmorra estrecha)[editar]

El malconfort vendría a ser un tipo de tortura de la edad media en la que los prisioneros eran abandonados a su suerte en una pequeña celda. En su novela Camus lo menciona así:

Español

Es verdad, usted no conoce esa mazmorra que en la edad media se llamaba el malconfort. En general se le dejaba a uno olvidado allí de por vida. Aquella celda se distinguía de las demás por sus ingeniosas dimensiones. No era lo suficientemente alta para mantenerse en pie, pero tampoco lo suficientemente larga para mantenerse acostado. Había que aceptar el estilo tullido, vivir en diagonal; el sueño era una caída, la vigilia un acuclillamiento. [...] Mediante la inmutable condición que anquilosaba su cuerpo, el condenado aprendía todos los días que era culpable y que la inocencia consiste en estirarse alegremente ¿Puede usted imaginar en una celda parecida a un hombre aficionado a las cumbres y las cubiertas superiores? ¿Qué? ¿Se podía vivir en esas celdas y ser inocente? ¡Muy poco probable, muy poco probable!

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀—Albert Camus, La caída.
English (inglés)

To be sure, you are not familiar with that dungeon cell that was called the little-ease in the Middle Ages. In general, one was forgotten there for life. That cell was distinguished from others by ingenious dimensions. It was not high enough to stand up in nor yet wide enough to lie down in. One had to take on an awkward manner and live on the diagonal; sleep was a collapse, and waking a squatting. [...] Every day through the unchanging restriction that stiffened his body, the condemned man learned that he was guilty and that innocence consists in stretching joyously. Can you imagine in that cell a frequenter of summits and upper decks? What? One could live in those cells and still be innocent? Improbable! Highly improbable!

—Albert Camus, The fall.
Français (francés)

C’est vrai, vous ne connaissez pas cette cellule de basse-fosse qu’au Moyen Âge on appelait le malconfort. En général, on vous y oubliait pour la vie. Cette cellule se distinguait des autres par d’ingénieuses dimensions. Elle n’était pas assez haute pour qu’on s’y tînt debout, mais pas assez large pour qu’on pût s’y coucher. Il fallait prendre le genre empêché, vivre en diagonale; le sommeil était une chute, la veille un accroupissement. [...] Tous les jours, par l’immuable contrainte qui ankylosait son corps, le condamné apprenait qu’il était coupable et que l’innocence consiste à s’étirer joyeusement. Pouvez-vous imaginer dans cette cellule un habitué des cimes et des ponts supérieurs? Quoi? On pouvait vivre dans ces cellules et être innocent? Improbable, hautement improbable!

—Albert Camus, La chute.

Celda de los gargajos (Celda de los escupitajos)[editar]

La celda de los gargajos, que según Camus "fue una forma de tortura creada recientemente («recientemente» en el contexto de la obra) por un pueblo para demostrar que es el más grande de la tierra". Consistía en mantener retenido en una celda al preso donde tendrá que mantenerse de pie y no podrá moverse. Es parecida al malconfort, con la diferencia que en esta, a la altura del mentón tenía una abertura donde se mostraba el rostro del preso, de esta forma su vigilante o torturador podía escupir e insultar al preso que finalmente moría de inanición. Esto aparece descrito en un fragmento de La caída:

Español

Una caseta fabricada de manera que el condenado está de pie pero no puede moverse. La sólida puerta que le encierra en su cáscara de cemento se acaba a la altura del mentón. Por lo tanto sólo se ve su rostro sobre el cual el guardián que pasa escupe abundantemente. El preso, emparedado en la celda, no puede limpiarse, aunque es cierto que le está permitido cerrar los ojos.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀—Albert Camus, La caída.
English (inglés)

A walled-up box in which the prisoner can stand without moving. The solid door that locks him in his cement shell stops at chin level. Hence only his face is visible, and every passing jailer spits copiously on it. The prisoner, wedged into his cell, cannot wipe his face, though he is allowed, it is true, to close his eyes.

—Albert Camus, The fall.
Français (francés)

Une boîte maçonnée où le prisonnier se tient debout, mais ne peut pas bouger. La solide porte qui le boucle dans sa coquille de ciment s’arrête à hauteur de menton. On ne voit donc que son visage sur lequel chaque gardien qui passe crache abondamment. Le prisonnier, coincé dans la cellule, ne peut s’essuyer, bien qu’il lui soit permis, il est vrai, de fermer les yeux.

—Albert Camus, La chute.

Historial de publicaciones en español[editar]

  1. Camus, Albert. La caída. Ciudad de México: Editorial Zarco, 1956.
  2. Camus, Albert. La caída. Trad. Bixio, Alberto Luis. Buenos Aires, Argentina: Editorial Losada, 1957, 123 p.
  3. Camus, Albert. La caída. Trad. de Lope, Manuel. Madrid, España: Editorial Alianza, 1982 122 p. ISBN: 84-206-1910-8

Bibliografía[editar]

  • Camus, Albert. La caída. Trad. de Lope, Manuel. Cuarta edición. Madrid, España: Alianza Editorial, 2014, 122 p. ISBN-10: 8420669792. ISBN-13: 978-8420669793.
  • Camus, Albert. The Fall. Trad. O'Brien, Justin. New York, USA: Vintage Books, 1991, 174 p. ISBN-10: 0679720227. ISBN-13: 978-0679720225.
  • Camus, Albert. La chute. París, Francia: Éditions Gallimard, 1956, 174 p. ISBN-13: 978-2070212125. ISBN-10:‎ 2070212122.

Referencias[editar]

  1. «Tribute to Albert Camus». The Reporter Magazine. 4 de febrero de 1960. p. 34. Consultado el 19 de mayo de 2022. 
  2. King, Adele (Diciembre de 1962). «Structure and Meaning in La Chute» [Estructura y significado en La Caída]. PMLA (en inglés) (Cambridge University Press) 77 (5): pp. 660-667. doi:10.2307/460415.