Mestizaje en América

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Una representación de mestizos en una "Pintura de Castas" de la era colonial. "De español e india produce mestizo".

Mestizaje en América se refiere a la mezcla de culturas muy diferentes, como la europea y la indígena amerindia, que dio origen a una nueva cultura en América después de la colonización por parte del conquistador.

Definición

Según el historiador Claudio Esteva Fabregat «el concepto de indio designa a los individuos descendientes de linajes indígenas o nativos de la América precolombina, que son, por tanto, racialmente distintos de los caucasoides y de los negroides» lo cual incluye etnias de orígenes muy diversos, tanto sea genético como culturas muy distintas.[1]​ Por lo que la mezcla entre blanco e india no es una sola sino que difiere según las zonas y las tribus nativas en América.

Según el Diccionario de la Real Academia española de 1822, «mestizo» es un adjetivo o sustantivo que se aplica a la persona o animal nacido de padre y madre de diferentes castas, en especial el hijo de español e india ( no de española con indio).[2]

A partir de 1899 ya se utiliza el concepto de «razas» en vez de «castas». En 1869 ya lo define como el hijo del europeo u hombre blanco y de india. En 1884 sigue esa definición[3]​ y en 1947, por ejemplo, «mestizar», significa corromper o adulterar las castas por el ayuntamiento o cópula de individuos que no pertenecen a una misma casta. «Mestizo» ya se define también como hijo de blanca con indio. En 1992 el mestizaje ya es definido como una mezcla de culturas diferentes y para la última versión «mestizar» se define como mezclar y no como corromper, y el «mestizaje» es una mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva.[4]

Historia

Río de la Plata.

El hecho clave para la aparición de la población mestiza fue la escasa presencia de mujeres blancas en los primeros años de la conquista de América. A pesar de que, al menos desde el tercer viaje de Cristóbal Colón (1498), ya hubiera algunas mujeres españolas en las nuevas tierras y de que estas estuvieran presentes en algunas expediciones como la de Hernán Cortés a México (1519-1521), la de Pedro de Mendoza al Río de la Plata (1536) o la de Pedro de Valdivia a Chile (1541), su número no era representativo y, en la mayoría de los casos, las empresas de exploración y conquista fueron exclusivamente masculinas.[5]

Según el historiador Luis Ernesto Ayala Benítez, entre los factores históricos fundamentales que propiciaron el mestizaje, se pueden citar, en primer lugar «la falta de mujeres españolas en los primeros tiempos de la conquista», sumado a « la existencia de factores de prestigio y posición favorables a la unión de la mujer india con el español» y « el número reducido de familias de origen asentadas en suelo americano durante las primeras fases del poblamiento hispánico, o ibérico en general, de aquel continente».[6]

Según Garciadiego la baja extracción de los conquistadores emigrantes sumado al hecho de que eran muy pocas las mujeres españolas existentes en Indias fue lo que influyó grandemente en el fenómeno del mestizaje.[7]

Esta escasez de mujeres europeas durante los primeros años de la conquista, hizo que los conquistadores españoles generaran, con las mujeres indias nativas de cada zona, a través del rapto, la violación y el amancebamiento, una nueva población mestiza.[8]

Aunque hubo casos en los que los españoles se casaban con indias, en la mayoría de las ocasiones se ponía en práctica una costumbre herencia de un hábito practicado desde la Edad Media en España: la barraganía. El hombre se hacía responsable de la barragana y de los hijos habidos con ella, pero la mujer no podría gozar de los derechos propios de una esposa (como el de la herencia).[9]

Según el historiador Jesús Bustamente:[10]

El proceso de conquista y los primeros años de la colonia se caracterizaron por una situación sociológica muy especial. El escaso porcentaje de mujeres blancas, unido a la propia situación de un grupo victorioso dominando sobre una amplia masa poblacional nativa, favoreció lógicamente la existencia de una altísima proporción de relaciones «no legítimas» (a pesar de los esfuerzos de la Corona por evitarlo). Aunque esta situación fuera coyuntural, lo cierto es que parece haber sido decisiva en la generación de unas pautas de comportamiento que modelaron las relaciones sexuales y sociales y la estructura familiar a lo largo de la colonia.

Las relaciones «libres», estables o temporales, de blancos con mujeres indígenas, se siguieron manteniendo como norma aceptada incluso cuando, a finales del siglo XVI, se equilibró el porcentaje de mujeres de origen europeo dentro del grupo dominante. Ello afectó a la estructura familiar, ya que junto al núcleo «legítimo» pervivieron otro u otros núcleos no legitimados, pero relativamente estables. La situación se complicó por la práctica del «reconocimiento »de los hijos naturales, ampliamente desarrollada desde los primeros años de la conquista.

Estos hábitos no sólo favorecieron el mestizaje, sino el desarrollo de una sociedad de «castas» en el sentido hispánico. La fuerte jerarquía establecida entre los diferentes grupos, puros o mezlados, que en teoría venía a coincidir con la jerarquización social, favoreció paradójicamente las uniones entre los distintos grupos, contribuyendo al propio tiempo a extender las relaciones ilegítimas.

El conquistador español

Gonzalo Guerrero, considerado el Padre del mestizaje, se supone que fue el primero en tener descendencia con los indígenas del Nuevo Mundo.

El mestizaje fue realizado casi exclusivamente por los varones españoles, nunca por las mujeres, lo cual es prueba de que no se trataba de una ausencia de prejuicios raciales.

El español conquistador blanco era la minoría y los amerindios la mayoría. Los primeros impusieron su religión, sus costumbres y su sistema de creencias. Los últimos fueron sometidos y forzados a abandonar sus creencias, sus hábitos y costumbres.[8]

El relato de Michel de Cúneo, uno de los hombres de Colón, es explícito:[11]

Mientras estaba en la barca, hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho Almirante me regaló, y después que la hube llevado a mi camarote, y estando ella desnuda según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir mi deseo pero ella no lo consintió y me dio tal trato con sus uñas que hubiera preferido no haber empezado nunca. Pero al ver esto (y para contártelo todo hasta el final), tomé una cuerda y le di de azotes, después de los cuales echó grandes gritos, tales que no hubieras podido creer tus oídos. Finalmente llegamos a estar tan de acuerdo que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de rameras.

El dominador imponía sus deseos y su voluntad a la manceba india con la que tendría sus hijos mestizos. A falta de una esposa blanca, esta india le molerá el maíz, le recogerá la yuca, le preparará la comida, le coserá la ropa, le hilará, le limpiará el rancho, le permitirá una sexualidad desenfrenada y le dará hijos ilegítimos.

Desenfrenada porque en el Nuevo Continente se podían hacer cosas que en el Viejo resultaban imposibles. En este se bastardeaba la noción europea de familia, la vida se relajaba de las costumbres europeas, ser hijo bastardo era la norma, se comía diferente y se vivía diferente. En América no era necesario estar casado ante los ojos de Dios y se podían tener varias concubinas a la vez. El escritor Bernal Díaz cuenta sobre un tal Alvarez que había tenido treinta hijos en sólo tres años.[5]

El clérigo Martín González, escribía en 1566:

Querer contar e anumerar las indias que al presente cada uno tiene, es imposible, pero paréceme que hay cristianos que tienen a ochenta e a cien indias, entre las cuales no puede ser sin que haya madres y hijas, hermanas e primas; lo cual, al parecer, es visto que ha de ser de gran conciencia.

Otro ejemplo explícito es el de un español que decidió reconocer a sus hijos y dejó un testamento, en el que da cuenta de como todas las mujeres de su casa le pertenecían sexualmente. Escribió Domingo Martínez de Irala:[5]

Digo y declaro y confieso que yo tengo y Dios me ha dado en esta provincia ciertas hijas e hijos que son: Diego Mar­tínez de Yrala y Antonio de Yrala y doña Ginebra Martínez de Yrala mis hijos y de María, mi criada, hija de Pedro de Mendo­za, indio principal que fue desta tierra; y doña Marina de Yrala, hija de Juana mi criada; y doña Isabel de Yrala, hija de Águeda mi criada; y doña Úrsula de Yrala, hija de Leonor mi criada; y Mar­tín Pérez de Yrala, hijo de Escolástica mi criada, e Ana de Yrala, hija de Marina mi criada; y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villalpando, y por ser como yo los tengo y declaro por mis hijos y hijas y por tales he casado a la ley y a bendición según lo man­da la Santa Madre Iglesia: a la dicha doña Marina con Francisco de Vergara, y dicha doña Isabel con el capitán Gonzalo de Men­doza; y a la dicha doña Ginebra con Pedro de Segura; y a la dicha doña Úrsula con Alonso Riquel de Guzmán, a los cuales he dado sus dotes conforme a lo que he podido.

La mujer india

Indias del Río de la Plata.
Mujer Arowak de Surinam.

La mujer india, sobre todo si era joven y hermosa, era tomada como botín de guerra, sometida, separada de su familia, convertida por la fuerza en concubina del varón blanco con quien podía llegar a convivir durante muchos años.[8]

La mujer india estaba mucho más sometida que la mujer europea. Había sido donada en prenda de paz por sus congéneres o tomada por la fuerza por el nuevo amo. El nuevo señor encarnaría la jerarquía social más alta y sólo sometiéndose a él la india podía escapar de los trabajos forzosos en las minas de oro, de la mita y el yanaconazgo, de la encomienda, del duro trabajo en el campo y de llevar cadenas como algunos indios adultos al ser vencidos.

Las mujeres indígenes fueron el principal vehículo de la impresionante experiencia transcultural de la conquista de América porque se mezclaban con los españoles y criaban a sus hijos.[5]

La mujer blanca

La cautiva.

Si para la mujer india tener un hijo mestizo implicaba una mejoría en su calidad de vida, mejor alimentación, vivienda y prestigio social, en cambio, para la mujer española, mezclarse con el indio significaba un fuerte desprestigio social, para ellas y para sus hijos. Las pocas mujeres blancas que fueron cautivas de los indios fueron repudiadas por sus congéneres europeos cuando fueron rescatadas. De hecho, se negaban a ser rescatadas, preferían quedarse a vivir con los indios y no abandonar a sus hijos mestizos.[5]

En la literatura y los relatos ficcionales la verdad histórica se distorsiona y permite que emerga el mito de la cautiva. El tema de «la cautiva» se convierte en un mito blanco y cristiano recurrente, mito que invierte los términos estructurantes de la conquista de América. La cautiva blanca crece para ocultar la realidad de la cautiva india. La figura paradigmática la encontramos en Lucía Miranda, personaje de ficción de La cautiva, quien reúne todos los atributos idealizados de una cautiva blanca en poder de los «indios salvajes». Este ideal de la heroína blanca cautiva se superpone a las miles y miles de mujeres indias raptadas, esclavizadas y violadas por el conquistador español. En el poema, los conquistadores españoles son definidos como los dueños legítimos de las tierras americanas, el espacio americano es definido como propio de los europeos y el indio como violador, tanto de la mujer como de la frontera. El indio aparece como el personaje usurpador de las tierras, el fuerte y las mujeres del blanco, cuando la realidad era exactamente a la inversa. El mito de «la cautiva» funciona como una justificación y una naturalización del complejo sistema ideológico de la colonización española de América.[12]

Según la historiadora Cristina Iglesia:[13]

Las mujeres blancas escasean en América y, sobre todo, en el Río de la Plata. Algunas pocas cruzarán el océano para restaurar el orden blanco pero sólo contados españoles podrán tener acceso a una esposa blanca. En estos casos, la india sólo cambiará de lugar y seguirá siendo concubina del señor en las zonas más oscuras del hogar español. La mezcla es ya un proceso irreversible.

Según el historiador Alberto M. Salas:[14]

En oposición a la conducta del hombre, que en Indias aban­dona muchas inhibiciones y se olvida de la mujer e hijos que dejó en España, la mujer española actuó en el sentido absolu­tamente inverso. Voluntariamente no se mezcló con el indio por­que ello suponía su desprestigio social y el desprestigio de sus hijos, que saltaban hacia atrás en la escala de valores de aque­lla sociedad naciente. Es posible que hayan existido relaciones voluntarias y hasta algunos matrimonios, pero resulta eviden­te que el mestizaje lo realizó el varón español," como gesto voluntario. Si la mujer española participó en esta mezcla de razas fue de manera involuntaria, forzada, como la presa apetecida de las indiadas que asolaron las ciudades del sur de Chile.

Jerarquías sociales

Castas

La sociedad novohispana era una sociedad racista, multiétnica, multilingüe y estructurada según una fuerte jerarquía de «castas sociales».

La clase dominante estaba formada por los blancos que incluía a los españoles peninsulares y a sus hijos, los llamados «criollos», aunque también relegados en comparación con los peninsulares. Sin embargo, algunos mestizos podían ser tenidos por blancos puros si accedían a tener fortuna y podían acceder a una posición económica y social privilegiada.[6]

Existía una rivalidad entre los españoles peninsulares - los encomenderos, los nobles, los altos funcionarios de la Corona y los altos dignatarios eclesiásticos - y los criollos, o españoles nacidos en América, quienes tenían menos derechos y estaban relegados a un papel secundario en la administración. Esto generará un fuerte resentimiento y fue uno de los motivos que desencadenarán los movimientos emancipadores:[6]

Entre los motivos de las revoluciones americanas del siglo XIX encontramos el malestar de los criollos y mestizos gobernados por funcionarios reales, que en muchos casos poseían un nivel cultural e intelectual inferior al de los nacidos en América, y que disfrutaban de prerrogativas que discriminaban a los otros.[15]

En esa sociedad de «castas», ser descendiente de indios era considerado una degradación dado que los españoles consideraban a la cultura indígena como inferior, por lo que los problemas de identidad de los mestizos se relacionaban prioritariamente con el hecho de haber crecido despreciando la cultura indígena influenciados por lo que decían los blancos. Además los mestizos provenían de uniones ilegales o libres, lo que les otorgaba el estigma de un origen vergonzoso. Los indios eran la primera fuerza de recursos pero los mestizos eran la segunda fuerza de trabajo explotada.[6]

El mestizaje entre personas de diferentes etnias y culturas dio lugar a denominaciones basadas en los orígenes de cada individuo. La variedad de mestizajes desarrolló una sociedad de castas jerárquicas en las que había blancos, negros, mulatos, mestizos, y otras mezclas. En muy pocos años los hombres europeos crearon una América mestiza e ilegítima, algo que ha caracterizado la población hispanoamericana durante los siglos venideros.[8]

Ilegitimidad y mestizaje

En América latina el mestizaje se convirtió en un importante vehículo de aculturación y, con mucha frecuencia, coincidieron el cruzamiento racial y la fusión cultural.[16]

Desde el comienzo de la conquista, la Corona restringió los permisos de matrimonio para que sus súbditos no se casaran con las indias ni con ningún grupo étnico diferente a los europeos, pero con el tiempo no tuvo más remedio que tolerar, a su pesar, las uniones mixtas interraciales libres. Sin embargo, las uniones matrimoniales legítimas sancionadas por el credo católico existían, pero se realizaban preferentemente entre personas del mismo grupo étnico, por lo que el sustrato de la ilegitimidad marcará definitivamente a los hijos nacidos de las uniones extramatrimoniales interraciales. En Lima, por ejemplo, durante los siglos XVII y XVIII, el 91,2% de los matrimonios legítimos fueron entre personas del mismo grupo étnico. En 1778 se prohibieron las uniones entre miembros de distintos grupos étnicos a no ser que contaran con el consentimiento paterno.[17]

Mestizo llegó a ser sinónimo de ilegítimo.[16]

Entre los matrimonios legítimos mixtos lo más frecuente era encontrar mezclas entre negro-mulato, indio-mestizo y mulato-mestizo pero no con blancos. Los miembros de la elite española, en especial los hacendados y encomenderos, contraían matrimonio mediante el rito católico cuando se casaban entre ellos y para lograr alianzas económicas importantes. Los indios se casaban entre ellos por influencia de la Iglesia.[17]

Los varones blancos eran los que se mestizaban con mujeres indias, mestizas, negras y mulatas en uniones casuales y extemporáneas, generalmente en relaciones de amo-esclava o amo-sirvienta.[17]

Los negros esclavos, que llegaron desde el siglo XVI, cuando trabajaban en el campo y en la agricultura, con el tiempo terminaron absorbidos por el mundo mestizo, perdiendo su distinción étnica al mezclarse con éstos y pasaron a formar parte de la «casta» de los mestizos.[6]

Los hombres europeos tenían muchos hijos con sus concubinas. Incluso practicaban la poligamia, algo prohibido en el Viejo continente, pero que en el Nuevo Continente era usual. Cada español podía poseer tantas indias como pudiera mantener.

Esto afectó completamente la estructura familiar tanto de los europeos como de los indígenas. Junto al núcleo «legítimo», es decir, la esposa blanca y sus hijos, convivía el núcleo «no legítimo», es decir, la manceba india y sus hijos naturales. A veces el señor reconocía a estos hijos naturales, lo cual traía muchas complicaciones.[18]

Las esposas blancas no tuvieron más remedio que aceptar esta situación de hecho, algo que se mantiene, en algunas zonas de Latinoamérica, hasta el momento: la casa grande y la casa chica.

Las relaciones sexuales ilegítimas entre súbditos de condición social superior y mujeres de condición social inferior fue un hábito tan difundido que llegó incluso a afectar a los sacerdotes y comisarios del Santo Oficio. La ley prohibía el matrimonio entre un funcionario español peninsular y una criolla, es decir, mujer blanca nacida en América de padres españoles. En estos casos era común la convivencia y una vez terminado el período de servicio en la administración pública contraían matrimonio.[18]

Las uniones ilegítimas, incluso con mujeres blancas, a pesar de la Iglesia, no eran tan mal vistas como en España. Los hábitos resultaban mucho más laxos que en el viejo continente. El problema lo tenían sus hijos, en especial si no habían sido reconocidos, algo que sucedía, en general, con los mestizos y no con los blancos.

En aquella época la ilegitimidad y el mestizaje eran categorías equivalentes y la ilegitimidad era inseparable de la mezcla racial. Debido a los prejuicios raciales, los españoles peninsulares no se casaban, usualmente, con las indias por lo que los hijos nacidos de ambos, que poseían una identidad racial mixta, eran generalmente ilegítimos.[19]

A fines del siglo XVIII, en la provincia de Nicaragua, por ejemplo, la mitad de la población ya era mestiza, mientras que la otra mitad se dividía entre un muy reducido número de europeos y una mayoría de indios que, sin embargo, no lograban superar el número de mestizos.[6]

A pesar de que más de la mitad de la población era ilegítima, la ilegitimidad era vista por la Iglesia como una infamia, una mancha o un defecto. Tanto el derecho canónico como el derecho civil discriminaban a los niños nacidos ilegítimos, quienes no podían ser ordenados curas o asumir cargos en la burocracia real o en el gobierno municipal. También se les prohibía ejercer profesiones liberales, como médicos, escribanos o abogados. Hasta 1784 les estuvo prohibido ser comerciantes o artesanos.[20]

A las poblaciones rurales de mestizos les costaba ser aceptadas legalmente como «ciudades», «pueblos» o «villas», ya que la legislación vigente para la fundación de pueblos obligaba a la Corona a darles tierras comunales a las nuevas poblaciones. Los mestizos tenían que pasar por difíciles y larguísimos procedimientos para poder lograr el estatuto legal de pueblo. Esa fue una de las razones por las cuales empezaron a reclamar sus raíces paternas hispanas adoptando el idioma, la religión, la cultura y las costumbres de los blancos.[6]

A los mestizos también se les prohibía tener cabalgadura porque estaba reservada solamente para los caballeros. Para tener acceso a la educación superior había que presentar un examen de «pureza de sangre», algo similar a los estatutos de limpieza de sangre. Además sin esta pureza de sangre, los mestizos no podían, legalmente, acceder a los cargos públicos.[21]

El color de la sangre

Para cualquier súbdito de los territorios americamos lo «natural» era una estratificación social definida en relación con la ascendencia española, es decir, cuanto más directa la genealogía con el conquistador, cuanto más «sangre» española, mayor era la jerarquía social.[20]

Entre los españoles peninsulares resultaba más fuerte el sentido del linaje, el culto del honor y la conciencia genealógica que entre los indios.[17]

Si tener sangre limpia en España significaba no tener mezcla de sangre mora o judía, en América equivalía a no tener mezcla de sangre india o negra, ya que tenerla era denigrante. Para mantener el linaje, las señoritas de buena familia debían casarse con funcionarios reales o con comerciantes peninsulares.[22]

La «pureza de la sangre» importaba tanto como en España demostrar no ser descendiente de nuevos cristianos. No tener sangre pura española era signo de inferioridad. En 1549 Carlos V prohibió que mulatos, mestizos y cualquier hijo ilegítimo pudiera acceder a ningún cargo municipal, posición pública o repartimiento en las Indias. En 1600 Felipe III ordenó realizar una investigación en Perú porque llegó a oídos de la corona que había mestizos en posiciones públicas. En 1621 la corona española prohibió que mestizos o mulatos pudieran ser escribanos, clara prueba de que ya había algunos de ellos letrados.[20]

Según la historiadora Nara Milanich:[19]

Un componente importante de la visión del temprano mundo ibérico moderno era la noción de la limpieza de sangre. Tener sangre pura implicaba que el propio linaje estaba libre de contaminación por judíos, moros, gente de filiación ilegítima y en el contexto del Nuevo Mundo, africanos e indígenas. Por lo tanto, limpieza de sangre implicaba que los miembros de un linaje poseían ciertas cualidades étnicas y raciales, una determinada herencia religiosa y un estatus de nacimiento distinguido. Y como el honor del propio linaje, en gran medida determinaba el honor propio, la limpieza de sangre era un componente crucial del estatus individual. El conocimiento y habilidad para probar los antecedentes propios, eran, por lo tanto, fundamentales. En suma, al menos en el discurso oficial, la ilegitimidad estaba relacionada con licencia sexual, mezcla racial, orígenes inciertos y por extensión, una falta de honor personal.

Según el historiador Alberto M. Salas:[5]

Entendemos que en el mestizaje no hubo mayor responsa­bilidad ni una notoria generosidad racial, insinuada por algunos autores. Fue un hecho natural, incontenible en aquellas circuns­tancias. En cuanto a los prejuicios raciales debemos señalar que durante el proceso de la Conquista y luego durante el inmedia­to de la colonización y asentamiento del dominio, los españoles habitualmente no se casaban con las indias, sino con las españo­las que acudían a la riqueza de las tierras. Se pueden catalogar matri­monios mixtos, pero no son habituales, y casi siempre muy inte­resados. Las ciudades, como dice Fernández de Oviedo, se ennoblecían con los matrimonios con las mujeres blancas, con las casas de piedra, con los grandes palacios que se construyeron en México y en Lima. La generalidad de las uniones de españoles con indias son amancebamientos, más o menos perdurables, y la mayor parte de los mestizos son, en consecuencia, ilegítimos, cir­cunstancia que los disminuye notablemente, los sume en una masa común y anónima, en la que incidieron poderosamente otros ele­mentos raciales

Véase también

Referencias

  1. Claudio Esteva Fábregat (1988). El mestizaje en Iberoamérica. Alhambra. ISBN 978-842-051-678-3. 
  2. DRAE. Entrar en consultas y escribir mestizo en el año 1822. Consultado el 14 de septiembre de 2012. 
  3. DRAE. Entrar en consultas y buscar mestizo en el año 1884 y 1899. Consultado el 14 de septiembre de 2012. 
  4. DRAE. Entrar en consultas y buscar mestizaje en el año 1992. Consultado el 14 de septiembre de 2012. 
  5. a b c d e f Salas, Alberto M. «El mestizaje en la conquista de América». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 563. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  6. a b c d e f g Luis Ernesto Ayala Benítez (2007). «El mestizaje: fruto del encuentro entre colonizadores y colonizados en Composición sociopolítica y económica de Centroamérica al final del dominio español». La Iglesia y la independencia política de Centro América. Roma, ex Pontificia Universitate Gregoriana. ISBN 978-88-7839-102-4. Consultado el 1 de octubre de 2012. 
  7. Compendio de Historia de Centroamérica, pág. 82, citado por Ayala Benítez, ibídem
  8. a b c d Reyna Pastor. «Mujeres en España y en Hispanoamérica». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 555. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  9. Castillo Palma, Norma Angélica (2001). Cholula, sociedad mestiza en ciudad india. Un análisis de las consecuencias demográficas, económicas y sociales del mestizaje en una ciudad novohispana (1649-1796), pág. 53. Ed. Plaza y Valdés. Universidad Autónoma Metropolitana
  10. Bustamante, Jesús. «Las mujeres en Nueva España: orden establecido y márgenes de actuación». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 652. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  11. Colón, Cristóbal; De Cúneo, Michel; et al (1982). Cronistas de Indias: antología, Buenos Aires. "Ediciones del Pensamiento Nacional" ISBN 950-581-020-2
  12. Cristina Iglesia. «La mujer cautiva: cuerpo, mito y frontera». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 583-597. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  13. Iglesia, Cristina. «La mujer cautiva: cuerpo, mito y frontera». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 588. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  14. Salas, Alberto M. «El mestizaje en la conquista de América». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 572. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  15. Luis Ernesto Ayala Benítez. «La conciencia social y el nacionalismo criollo, pág. 77 en el capítulo III: La crisis de la Iglesia en las luchas de independencia americana, bajo el pontificado de Pío VII y León XII». La Iglesia y la independencia política de Centro América. Consultado el 1 de octubre de 2012. 
  16. a b Mörner, Magnus (1969). La mezcla de razas en la historia de América Latina. Buenos Aires, Paidos. ISBN OCLC 1155716 |isbn= incorrecto (ayuda). 
  17. a b c d Nidia Gomez (2011). «Población, poblamientos y mestizajes». Historia de América Andina: El sistema colonial tardío, Volumen 2. Quito, Universidad andina Simón Bolívar. ISBN 9978-80-661-X. Consultado el 1 de octubre de 2012. 
  18. a b Quijada, Mónica y Bustamante, Jesús. «Las mujeres en Nueva España: orden establecido y márgenes de actuación». Historia de las mujeres, tomo III, Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby, pág. 648-668. Madrid, Santillana 2000. ISBN 84-306-0390-5. 
  19. a b Milanich, Nara (2003). Perspectiva histórica sobre filiación ilegítima e hijos ilegítimos en América latina, pág. 232. Revista de Derechos del Niño, Número Dos. Consultado el 20 de agosto de 2012. 
  20. a b c «Honor and honors in colonial Spanish America». The Faces of Honor: Sex, Shame, and Violence in Colonial Latin America (en inglés). University of New Mexico Press. 1998. ISBN 978-0-8263-1906-7. Consultado el 20 de agosto de 2012. 
  21. V. Solórzano, Organización socio-económica, pág. 601
  22. R. R. BALDOVINOS, ed., Enciclopedia de El Salvador, I, pág. 207