Diferencia entre revisiones de «Abuso sexual infantil»

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====La amnesia como consecuencia del abuso====
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Un informe de 1994 de la ''American Psychological Association'' estableció cuatro ideas básicas en relación al asunto de los recuerdos diferidos de abusos en los niños:<ref>Cf. J. J. Freyd, op. cit., pág. 49.</ref>
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Revisión del 21:56 3 ago 2009

De forma genérica, se considera abuso sexual infantil (o pederastia) a toda conducta en la que un menor es utilizado sin su consentimiento como objeto sexual por parte de otra persona con la que mantiene una relación de desigualdad, ya sea en cuanto a la edad, la madurez o el poder. Se trata de

un problema universal que está presente, de una u otra forma, en todas las culturas y sociedades y que constituye un complejo fenómeno resultante de una combinación de factores individuales, familiares y sociales. (...) Supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño y puede dejar unas secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo.[1]

El abuso sexual constituye una experiencia traumática y es vivido por la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, y no tanto contra su sexo, por lo que constituye una forma más de victimización en la infancia, con secuelas parcialmente similares a las generadas en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc.[2]​ Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso en la edad adulta.

En su mayoría, los abusadores son hombres heterosexuales y la media de edad del menor ronda entre los 10 y 12 años (edades en las que se producen un tercio de todas las agresiones sexuales). El número de niñas que sufren abusos duplica el de niños.

Según un cálculo de las llamadas cifras ocultas[3]​, entre el 5 y el 10% de los hombres han sido objeto en su infancia de abusos sexuales y de ellos aproximadamente la mitad ha sufrido un único abuso.

Los abusos a menores de edad se dan en todas las clases sociales, ambientes culturales o razas. También, en todos los ámbitos sociales, aunque la mayor parte ocurre en el interior de los hogares y se presentan habitualmente en forma de tocamientos por parte del padre, los hermanos o el abuelo (las víctimas suelen ser, en este ámbito, mayoritariamente niñas). Si a estos se añaden personas que proceden del círculo de amistades del menor y distintos tipos de conocidos, el total constituye entre el 65-85% de los agresores.[4]

Los agresores completamente desconocidos constituyen la cuarta parte de los casos y, normalmente, ejercen actos de exhibicionismo; sus víctimas son chicos y chicas con la misma frecuencia.

El 20-30% de los abusos sexuales a niños son cometidos por otros menores.

Es un acto considerado un delito por la legislación internacional y la mayoría de los países modernos, aunque siempre haya una correspondencia entre el concepto psicológico y el jurídico del problema y no exista consenso sobre los procesamientos jurídicos de los abusadores.

Tanto los testimonios de adultos y niños sobre haber sido objeto de abusos sexuales suelen ser ciertos. Respecto de los adultos, el síndrome de la memoria falsa suele ser poco frecuente debido a que se trata de sucesos que dejan una impronta muy relevante en la memoria. En cuanto a los niños, solo un 7% de las denuncias resultan ser falsas; el porcentaje aumenta considerablemente cuando el niño está viviendo un proceso de divorcio conflictivo entre sus padres.[5]

Concepto

No existe unanimidad entre los estudiosos a la hora de definir con precisión el concepto de abuso sexual a menores; los aspectos que diferencian una definiciones de otras son, entre otros, los siguiente:

  • la necesidad o no de que haya coacción o sorpresa por parte del abusador hacia el menor para hablar de abuso; para muchos autores, la mera relación sexual entre un adulto y un menor ya merece ese calificativo, por cuanto se considera que ha mediado un abuso de confianza para llegar a ella;
  • la necesidad o no de la existencia de contacto corporal entre el abusador y el menor; aquellos que no lo consideran necesario, incorporan al concepto de abuso el exhibicionismo, esto es, la obligación a un menor de presenciar relaciones sexuales entre adultos o, incluso, de participar en escenificaciones sexuales;
  • la cuestión de las edades: tanto en lo que se refiere a si el primero tiene que ser mayor que el segundo, como al valor de esa diferencia, como a la edad concreta del menor y del abusador (la edad máxima para el menor oscila entre los 15 y 12 años en la mayoría de los estudios; en cuanto al abusador, lo habitual es que deba ser entre 5 y 10 años mayor que la del niño, según sea menor o mayor, respectivamente, la edad de este);
  • también existen investigaciones en las que se consideran abusos sexuales los producidos entre jóvenes de la misma edad;
  • por último, en otros casos se subraya especialmente la relevancia del abuso sexual percibido, esto es, aquellos casos de abusos donde hay repercusiones clínicas en el menor.

Terminología

La bibliografía especializada utiliza el término abuso sexual (en la infancia, a menores, a niños, etc.) para referirse al concepto que en el lenguaje común es designado, genéricamente, con el nombre de pederastia[6][7]​ (y, más restringidamente, con el término bíblico sodomía)[8]​: así, pues, un abuso sexual a un menor sería un caso de pederastia.[9]​ Por su parte, al que comete el abuso se le identifica, técnicamente, con el nombre de abusador o agresor sexual (de menores, de niños, etc.); en el lenguaje común recibe el nombre de pederasta.

La pederastia (del griego παιδεραστία)[6]​, por tanto, se asocia en la actualidad al abuso sexual a menores. Sin embargo, la pederastia en la Antigua Grecia era la relación entre un adolescente y un adulto.[10]

En ocasiones, la palabra pederastia extiende su campo significativo al de homosexualidad masculina, tal vez influido por el término francés pédé (homosexual), acepción que ha sido habitual en español.[11]

Esta confusión con la homosexualidad masculina se debe a una malinterpretación de los textos clásicos griegos.[12][13][7]

Clínicamente, la patología que sufren la mayoría de los abusadores de menores, o pederastas, se conoce con el nombre de pedofilia:

un tipo de parafilia que consiste en la excitación o el placer sexual derivados principalmente de actividades o fantasías sexuales repetidas o exclusivas con menores prepúberes (en general, de 8 a 12 años).[14]

Así, pues, la persona que sufre esa parafilia se denomina pedófilo. Con todo, no es frecuente que en los estudios sobre el tema se utilice ese término como sinónimo estricto de abusador sexual o pederasta.[15]​ La razón está, por un lado, en que algunos de los pedófilos no llegan nunca a abusar de niños, sino que se quedan en los límites de las fantasía sexuales; y, por otro, en que algunos abusadores de niños lo hacen como reacción a una frustración con el ámbito adulto, que es sobre el que realmente tienen sus inclinaciones sexuales, de ahí que no sean estrictamente pedófilos. En otras ocasiones, lo que se hace es circunscribir el término pedófilo a un tipo concreto de abusador, el primario (cf. infra), que se caracteriza por justificar su inclinación y conducta con criterios racionales.

Etimológicamente, paidofilia o pedofilia y pederastia significan lo mismo, ya que ambas se basan en paidós: «niño» o «adolescente».

El abusador

Características generales

Los abusadores sexuales de menores son mayoritariamente hombres (aproximadamente, un 87%) casados y familiares o allegados del menor, con lo que tienen una relación previa de confianza con este (solo entre el 15 y el 35% de los agresores sexuales son completos desconocidos para el menor); cometen el abuso en la etapa media de su vida (entre los 30 y los 50 años), aunque la mitad de ellos manifestaron conductas tendentes al abuso cuando tenían menos de 16 años (recuérdese que entre un 20 y un 30% de las agresiones sexuales a menores son cometidas por otros menores). Las mujeres abusadoras suelen ser mujeres maduras que cometen el abuso sobre adolescentes.

El abusador sexual es una persona de apariencia, inteligencia y vida normal. Con todo,

suelen presentar rasgos marcados de neuroticismo e introversión, así como inmadurez (en forma de infatilismo, por ejemplo). No obstante, la pedofilia suele aparecer junto con otra parafilia -el exhibicionismo, por ejemplo- y estar asociada a otros trastornos, como el alcoholismo o la personalidad antisocial. No es infrecuente una relación entre la pedofilia y la personalida obsesiva.[16]

También se ha señalado que la personalidad del pederasta, que disfrutaría sometiendo a un niño y causando un sufrimiento, se encuadra dentro de lo que se denomina Estructura psicológica perversa.[17]

Tipos

Se pueden distinguir dos grandes tipos de abusadores: los primarios y los secundarios o situacionales.

  • Los primarios muestran una inclinación sexual casi exclusiva por los niños y su conducta compulsiva es independiente de su situación personal. Se trata, clínicamente, de pedófilos en un sentido estricto del término que presentan unas distorsiones cognitivas específicas: consideran su conducta sexual como apropiada (no se siente culpables ni avergonzados), planifican sus acciones, pueden llegar a atribuir su conducta a un efecto de la seducción por parte del menor o pueden justificarla como un modo de educación sexual para este.
El origen de esta tendencia anómala puede estar relacionado con el aprendizaje de actitudes extremas negativas hacia la sexualidad o con el abuso sexual sufrido en la infancia, así como con sentimientos de inferioridad o con la incapacidad para establecer relaciones sociales y heterosexuales normales.[18]
  • En cuanto a los secundarios o situacionales, estos se caracterizan por que su conducta viene inducida por una situación de soledad o estrés: el abuso suele ser un medio de compensar la baja autestima o de liberarse de cierta hostilidad. No son estrictamente pedófilos, en tanto que su inclinación natural es hacia los adultos, con los que mantienen normalmente relaciones problemáticas (impotencia ocasional, tensión de pareja...); solo recurren excepcionalmente a los niños y lo hacen de forma compulsiva, percibiendo su conducta como anómala y sintiendo posteriormente culpa y vergüenza.

Fases del abuso sexual

El abuso sexual de un infante es un proceso que consta generalmente de varias etapas o fases:

  1. Fase de seducción: en que el futuro abusador manipula la dependencia y la confianza del menor, y prepara el lugar y momento del abuso. Es en esta etapa donde el futuro abusador incita la participación del niño o adolescente por medio de regalos o juegos.
  2. Fase de interacción sexual abusiva: es un proceso gradual y progresivo, que puede incluir: comportamientos exhibicionistas, voyeurismo, caricias con intenciones eróticas, masturbación, etc.
  3. Instauración del secreto: el abusador, generalmente por medio de amenazas, impone el silencio en el menor, a quien no le queda más remedio que adaptarse. En esta fase la madre o hermanos suelen ser ausentes o cómplices.
  4. Fase de divulgación: esta fase puede o no llegar (muchos abusos quedan por siempre en el silencio por cuestiones sociales), e implica un quiebre en el sistema familiar, hasta ahora en equilibrio. Puede ser accidental o premeditada, esta última a causa del dolor en niños pequeños o cuando llega la adolescencia del abusado.
  5. Fase represiva: Generalmente, después de la divulgación, la familia busca desesperadamente un reequilibrio para mantener a cualquier precio la cohesión familiar, por lo que tiende a negar, a restarle importancia o a justificar el abuso, en un intento por seguir "como si nada hubiese sucedido".

Muchas veces es necesario un gran número de intentos de divulgación para impedir que la familia vuelva a la fase represiva.

Tipología de actos abusivos

  • Sin contacto físico: exhibicionismo, masturbación delante del menor, observación del niño desnudo, narración o proyección al menor de historias con contenido erótico o pornográfico;
  • Con contacto físico: tocamientos, masturbación, contactos bucogenitales, penetración.

Consecuencias de los abusos sexuales a menores

Una gran cantidad de estudios[19]​ indican que la mayoría de las víctimas infantiles de abusos sexuales sufren daños como consecuencia de los mismos.

Con todo,

la coexistencia de una historia de abuso sexual infantil y los trastornos adultos no prueban que el abuso causara el trastorno. En muchas familias en donde se han producido abusos sexuales, hay otros problemas familiares (alcoholismo de los padres, abusos emocionales, discordias maritales) que igualmente son dañinos para los niños. Los factores genéticos también pueden entrar en la ecuación, quizá por afectar al grado de vulnerabilidad y resistencia del individuo.[20]

El impacto de la agresión sexual está condicionado por, al menos, cuatro variables que se hallan interrelacionadas:

  1. el perfil individual de la víctima (respecto del cual es más importante que su edad o el sexo el contexto familiar donde vive);
  2. las características de la agresión (cuya gravedad es proporcional a la frecuencia, duración y violencia con que se ha producido);
  3. la relación entre víctima y abusador: las pruebas muestran que los efectos psicológicos más graves se producen cuando el abusador es una persona conocida en la que el menor confía;[21]
  4. y las consecuencias provocadas por el descubrimiento del abuso (sobre todo en lo que se refiere a si el abusado es creído o no; una respuesta inadecuada del entorno de la víctima puede complicar el proceso de recuperación).

Por su parte, se ha estudiado también el dilema al que se enfrentan los niños que han sufrido un abuso cuando han intentado comunicar su experiencia, y que explicaría los enormes problemas que tienen los niños para contar con coherencia y de inmediato de la agresión sufrida. R. C. Summit definió, en este sentido, el síndrome de acomodación al abuso sexual del niño (SAASN, Child Sexual Abuse Accomodation Syndrome) de acuerdo con cinco etapas:[22]​ secreto, indefensión, acomodación y trampa, revelación diferida, contradictoria y poco convincente y retractación. Por lo demás, algunos agresores fomentan el silencio de la víctima sugiriéndole a esta que lo que ha ocurrido es un secreto compartido o amenazándola directamente.

Efectos a corto plazo

Entre el 70 y el 80% de las víctimas quedan emocionalmente alteradas después de la agresión (efectos a corto plazo). Las niñas suelen presentar reacciones ansioso-depresivas (muy graves en los casos de las adolescentes) y los niños problemas de fracaso escolar y de socialización, siendo más proclives a presentar alteraciones de la conducta en forma de agresiones sexuales y conductas de tipo violento.

Desde un punto de vista más teórico, el modelo del trastorno de estrés postraumático considera que los efectos son los propios de cualquier trauma: pensamientos intrusivos, rechazo de estímulos relacionados con la agresión, alteraciones del sueño, irritabilidad, dificultades de concentración, miedo, ansiedad, depresión, sentimientos de culpabilidad, etc. (efectos que pueden materializarse físicamente en síntomas como dolor de estómago, de cabeza, pesadillas...).

Por su parte, otro modelo teórico, el traumatogénico, centra su atención en cuatro variables como causas principales del trauma:

  • sexualización traumática: el abuso sexual es una interferencia en el desarrollo sexual normal del niño, por cuanto aprende una vivencia de la sexualidad deformada (especialmente, cuando la agresión se ha producido en el hogar);
  • pérdida de confianza: no solo con el agresor sino con el resto de personas cercanas que no fueron capaces de impedir los abusos;
  • indefensión: el haber sufrido los abusos lleva a la víctima a considerarse incapaz de defenderse ante los avatares de la vida en general, provocando en él actitudes pasivas y de retraimiento;
  • estigmatización: sentimientos de culpa, vergüenza, etc. que minan su autoestima.

Efectos a largo plazo

A largo plazo, aunque los efectos son comparativamente menos frecuentes que a corto plazo, el trauma no solo no se resuelve sino que suele transitar de una sintomatología a otra. Con todo, no es posible señalar un síndrome característico de la adultos que fueron objeto de abusos sexuales en la infancia o adolescencia. Existen numerosos condicionantes de la pervivencia de efectos a largo plazo, como puede ser, entre otros, la existencia en el momento de los abusos de otro tipo de problemas en la vida del niño (maltratos, divorcio de los padres, etc.) e, incluso, en muchos casos los efectos aparecen provocados por circunstancias negativas en la vida adulta (problemas de pareja, en el trabajo, etc.).

Los fenómenos más regulares son las alteraciones en el ámbito sexual, como inhibición erótica, disfunciones sexuales y menor capacidad de disfrute, depresión, falta de control sobre la ira, hipervigilancia en el caso de tener hijos o adopción de conductas de abuso o de consentimiento del mismo, y síntomas característicos de cualquier trastorno de estrés postraumático.

De forma más pormenorizada, pueden señalarse como efectos a largo plazo los siguientes: el abusado puede experimentar síntomas como retrospecciones (recuerdos traumáticos que se imponen vívidamente en contra de la voluntad), inestabilidad emocional, trastornos del sueño, hiperactividad y alerta constante. Por otra parte, también se pueden producir aislamiento, insensibilidad afectiva (petrificación afectiva), trastornos de memoria y de la concentración, fobias, depresión y conductas autodestructivas.

Debido a que el inicio en la vida sexual del menor fue traumático, experimenta sensaciones y conductas distorsionadas en el desarrollo de su sexualidad, como agresividad sexual, conductas inadecuadas de seducción hacia otros, masturbación compulsiva, juegos sexuales, promiscuidad sexual, trastornos de la identidad sexual, prostitución, e incluso llegan a reexperimentar la situación abusiva siendo, posteriormente la pareja de un abusador.

Hay pruebas también de que las personas pueden olvidar y olvidan de hecho las agresiones sexuales (así como otros acontecimientos traumáticos de su vida). Quienes han sufrido traumas pueden tener recuerdos invasivos de los sonidos de un acontecimiento y simultáneamente ser incapaces de recordar las imágenes (o viceversa), o pueden recordar los sentimientos experimentados durante el abuso, pero no los acontecimientos exactos que los provocaron.

La experiencia clínica tradicional ha demostrado que son tres las causas fundamentales para reprimir los recuerdos: evitar el dolor, evitar quedar abrumado y evitar deseos inaceptables. Recientemente, se ha añadido el evitar información que amenaza un vínculo necesario como una causa más y, quizá, la más relevante, en la misma línea que algún especialista ya había señalado de que un motivo para la inconsciencia de los recuerdos es la preservación del amor de los otros (M. J. Horowitz).<cf>J. J. Freyd, Abusos sexuales....</ref>

La amnesia como consecuencia del abuso

Un informe de 1994 de la American Psychological Association estableció cuatro ideas básicas en relación al asunto de los recuerdos diferidos de abusos en los niños:[23]

  • la mayoría de las personas que sufrieron abusos sexuales en la infancia recuerdan todo o parte de lo ocurrido;
  • una agresión sexual que se llegase a olvidar durante mucho tiempo puede recordarse (se desconoce el cómo);
  • son posibles los seudorrecuerdos de hechos no ocurrido (se desconoce el cómo);
  • existe un conocimiento insuficiente de los procesos que llevan a un recuerdo exacto o inexacto del abuso sexual en la infancia.

Con todo, el fenómeno del olvido de las agresiones sexuales está muy extendido y bien documentado, aunque no se comprenden con exactitud sus causas y mecanismos. Por otro lado, también existen recuerdos fabricados (sobre todo, en presencia de un individuo persuasivo en posición de autoridad: terapeuta, progenitor, etc.); muchas víctimas expresan, de hecho, grandes dudas acerca de la realidad de sus propios recuerdos de la agresión, independientemente de la frecuencia de sus recuerdos.

En este sentido, se cree que las dudas acerca de los hechos están directamente vinculadas a la naturaleza del abuso, esto es, el hecho de que en la infancia las personas tendamos a subordinar nuestras percepciones de la realidad a las de un tercero, implica para el caso de las agresiones sexuales que luego haya una serie de consecuencias distorsionadoras en la capacidad de conocimiento de la realidad para el adulto que las ha sufrido.

En 1996 Jennifer J. Freyd expuso su teoría de que

la represión de la memoria no aparece porque reduzca el sufrimiento, sino porque, a menudo, el hecho de desconocer el abuso cometido por un cuidador es necesario para la supervivencia.[24]

Esta teoría, que denomina del trauma de la traición, propone que los traumas que más posibilidades tienen de ser olvidados son aquellos en los que la traición es un componente fundamental. Así, considera que la traición de un cuidador de confianza es clave para prever un caso de amnesia con respecto al abuso sexual cometido por este, en tanto que el apego del niño a ese cuidador convierte a la amnesia en adaptativa:

cuando el traidor es alguien de quien dependemos, los mismos mecanismos que por regla general nos protegen -la sensibilidad a los engaños y el dolor que nos motiva para cambiar las cosas de manera que dejemos de estar en peligro- se convierten en un problema. Debemos bloquear la conciencia de la traición, olvidarla, con el fin de asegurar que nos comportemos de manera que se mantenga la relación de la que dependemos.[25]

Tratamiento de víctimas y agresores

Las víctimas

El principal problema que hay con los abusos sexuales a menores es que, tanto si se trata de un simple acoso como si hay penetración, no suele dejar pruebas física duraderas en los niños. Por otro lado, ni el agredido ni los agresores, unos por la edad y otros por su problema, suelen ser capaces de explicar con precisión lo que ha ocurrido. Además, la confirmación de los hechos es complicada porque no suele haber más testigos oculares que la víctima y el agresor, el cual suele negar la acusación.

La valoración psicológica de un caso de abusos se aborda, fundamentalmente, a través de la entrevista psicológica al menor y la observación. Básicamente, son dos los tipos de entrevistas que se programan con la víctima: por un lado, aquellas que están encaminadas a investigar lo que ha ocurrido, y por otro las que están orientadas a la intervención sobre el niño como víctima del abuso.

La consecuencia inmediata que se extrae de los primeros contactos con la víctima es si la intervención terapéutica es necesaria o conveniente, pues no todos los menores víctimas de abusos presentan síntomas psicopatológicos que obligan a un tratamiento. Normalmente, determinadas características individuales del menor y de su contexto socio-familiar pueden ser suficientes como para proteger al menor del impacto negativo del abuso.

Se han señalado cuatro criterios básicos que sugieren una mayor urgencia de actuación en un caso de abuso:[26]​ la convivencia del agresor con el niño tras el abuso; la actitud pasiva o de rechazo hacia el niño por parte de su familia; la gravedad del abuso; la ausencia de una supervisión del caso que pudiese evitar nuevos abusos.

Se han señalado dos grandes fases, con sus correspondientes técnicas, en el proceso de intervención sobre una víctima de abusos sexuales:[27]​una primera fase educativa y una segunda específicamente terapéutica.

La fase educativa pretende que el menor comprenda tanto su propia sexualidad como la del agresor de una forma objetiva y adaptada a su nivel. Se trata de informar al menor y hacer que comprenda qué son los abusos sexuales y cómo prevenirlos. El objetivo es no solo garantizar su seguridad en el futuro sino, sobre todo, aumentar la autoestima en el menor confiriéndole mecanismos de control sobre los aspectos relativos a la sexualidad.

La fase terapéutica aborda la situación en que ha quedado el niño tras el abuso y pone en práctica determinadas técnicas para que pueda superar el trauma y evite recaídas en la edad adulta. Entre las técnicas que se pueden utilizar están:

  • el desahogo emocional del menor, con el objeto de romper el secreto y el correspondiente sentimiento de aislamiento, que en ocasiones puede llevar a que el niño cree sus propios y errados mecanismos de defensa;
  • la reevaluación cognitiva, con el objeto de evitar la disociación o la negación de la experiencia, de forma que el niño reconozca que sus sentimientos son legítimos y normales tras una experiencia como la que ha vivido;
  • técnicas que permitan cambiar las alteraciones cognitivas, afectivas, sexuales y conductuales (habilidades sociales y asertividad; entrenamiento en relajación y control de la ira; autoexploración...).

Los agresores

El abusador de niños es una persona razonablemente integrada en la sociedad, en cualquier caso siempre mucho más que un violador. Suelen carecer de historial delictivo. En consecuencia, su actitud habitual ante el problema es negarlo o minimizarlo, con el objeto de no ser identificado como tal por la sociedad, en la que el abuso sexual a menores genera un gran rechazo y es objeto de sanciones penales.

El pederasta puede aprender a controlar su conducta, pero no la inclinación pedófila, la cual es causa de sufrimiento en una parte de los pederastas (conscientes de su proclividad a los abusos sexuales) pero no en todos. Por lo demás, no todos los pederastas son pedófilos, pues en muchos casos solo están usando a los niños como sustitutos de adultos a los que no pueden acceder para mantener relaciones sexuales con ellos.

Cuando la negación por parte del agresor de haber sido el autor del abuso es puesta en evidencia por las pruebas, la reacción alternativa de este es a atribuir la causa de su comportamiento a la seducción de la víctima.[28]

El tratamiento psicológico para los abusadores que aceptan someterse al mismo es muy parecido al utilizado para adicciones como el alcohol se suele centrar en las siguientes líneas de actuación:[29]

  • la prevención de nuevos episodios de abuso;
  • la modificación de las ideas distorsionadas en relación con el abuso sexual;
  • la supresión o reducción de los impulsos sexuales inadecuados;
  • el aumento de la excitación heterosexual adecuada y de las habilidades sociales requeridas;
  • el entrenamiento en autocontrol y solución de problemas;
  • mejora de la autoestima;
  • las estrategias de prevención de recaídas.

Regulación jurídica

Archivo:European age of male erotic emancipatio.jpg
Edad mínima para relaciones pedófilas legales en Europa y Turquía (2006).

Hoy día las relaciones sexuales consentidas entre un adulto y un muchacho pueden ser legales penalmente en cualquier país donde la edad legal para mantener relaciones sexuales consentidas sea más baja que la mayoría de edad (dieciocho años). Sin embargo, si se carece de este consentimiento, se comete un abuso sexual punible. Dado que este marco penal castiga la falta de consentimiento en la práctica sexual y además contempla agravantes y circunstancias modificativas específicas en los casos de minoría de edad, resulta innecesaria la tipificación de un delito autonómo de pederastia, por lo que en la mayoría de los códigos penales actuales no se recoge de forma autónoma aunque, tradicional e históricamente, e incluso hoy por razones de política criminal, se contempla dicha conceptualización.

Puede faltar el consentimiento por tres causas principales: la incapacidad del sujeto pasivo de dar consentimiento válido (en este sentido únicamente cabe contemplar la falta de edad suficiente para otorgar dicho consentimiento), la falta de consentimiento por parte del sujeto pasivo y la emisión de un consentimiento que carezca de validez (generalmente por engaño doloso suficiente e idóneo).

La mera tendencia sexual (pedofilia) no se encuentra penada en la inmensa mayoría del derecho penal al ser un derecho penal de acto y no un derecho penal de autor.[30]​ Sin embargo, en algunas conductas determinadas, incluso los Códigos penales occidentales contemplan delitos que castigan la mera tendencia.[31]

Pese a esto, algunos periódicos y otros medios hacen un uso erróneo de los términos «acusado de pedofilia» o «pedófilo convicto» en referencia a individuos acusados o convictos por abuso sexual infantil e incluso otros términos como «pedófilo en serie». Sin embargo, pederastia se utiliza de forma preferente en el sentido de delito, y menos frecuentemente como enfermedad; en la prensa se habla de «delitos de pederastia», «condenado a 40 años por pederastia», «acusado de pederastia» y «red de pederastia». Esta preferencia de emplear pedofilia para referirse a la atracción sexual o la enfermedad, puede deberse al hecho de que este término es actualmente el más utilizado en psiquiatría para designar el transtorno mental y, por influencia médica, es la palabra escogida por los periodistas para hablar en términos psiquiátricos.[32]

Falta de la edad mínima para otorgar el consentimiento sexual

El elemento principal es el consentimiento, y es por ello que se requiere que el adolescente presente una edad mínima exigida por la ley, a fin de poseer el elemento volitivo de que otorgue de validez a la voluntad del consentimiento.[30]

Por ello, de no tener dicha edad mínima se consideraría automática pederastia y sería tratado como delito, que en la mayoría de los códigos penales no queda contemplado de forma expresa, ya que se encuentra subsumido de forma tácita en los delitos de abuso sexual cualificado, agresión sexual cualificada y otros delitos sexuales de carácter heterogéneo, como la exhibición obscena ante menores, la facilitación de pornografía a menores o la tenencia y fabricación de pornografía de menores.[30]

Falta de consentimiento o emisión de consentimiento inválido

De tener dicha edad, únicamente sería penado si la práctica no fuera consentida o el consentimiento fuera nulo (generalmente por vicio o engaño doloso suficiente e idóneo). Si así fuera, la pederastia comprendería los delitos sexuales tipificados por la ley con las circunstancias modificativas y cualificaciones genéricas y específicas aplicables al caso concreto.[30]

Pederastia e internet

Los pederastas suelen intercambiar información sobre cómo engañar a los padres de un niño, cómo intercambiar pornografía de forma privada y cómo evitar ser descubiertos. Los foros en los que operan son cada vez más cerrados. Los que tienen conocimientos sobre seguridad en internet los comparten con los demás, de modo que cada vez son más difíciles de localizar, si bien los métodos de la policía son, también, cada vez más sofisticados.[33]

Las imágenes que se suelen ven por internet proceden de lo que la Policía llama "intercambio altruista". Normalmente no son colocadas por organizaciones, sino por los propios pederastas, que muchas veces las obtienen de su entorno familiar (hijos, sobrinos, hijos de vecinos...).[33]

Los policías expertos en internet han explicado en reiteradas ocasiones que los pederastas se infiltran a menudo en chats de adolescentes, haciéndose pasar por personas de su misma edad y consiguiendo en algunos casos que lleguen a desnudarse frente a la webcam. También intentan obtener sus teléfonos para tratar de lograr un contacto real. Lo más usual es que el pederasta entre en un chat, se registre con un apodo y abra una sala de usuario en la que, en apenas media hora, puede intercambiar decenas de fotos y vídeos. Luego la sala desaparece.[33]

De acuerdo con diversos informes policiales, los pederastas empiezan con imágenes más suaves y van derivando hacia imágenes cada vez más duras y con víctimas más jóvenes, lo que les lleva a desear un contacto real que, en muchos casos, se acaba satisfaciendo en el denominado "turismo sexual".[33]

Medidas de control de la pederastia por internet

En junio de 2008, tres grandes proveedores de internet en Estados Unidos, Verizon, Sprint y Time Warner Cable, llegaron a un acuerdo para bloquear los boletines on line y páginas web a través de las que se distribuyen imágenes de pornografía infantil. Por su parte, Microsoft desarrolló un sofisticado programa para rastrear pederastas en la red, que fue puesto en práctica por la policía de Toronto (Canadá).[33]

En Reino Unido, la policía creó un portal trampa sobre pedofilia con la intención de cazar a los que busquen este tipo de contenidos en Internet. La página ofrecía indicios de contenido ilegal y luego almacenaba los datos de las personas que intentaban acceder a contenidos más escabrosos. En China, con más de 90 millones de usuarios de internet, cerca del 50% de los cuales son menores de 24 años, se ha llegado a restringir el uso de contraseñas para luchar contra las páginas de contenido pedófilo.[33]

En España, en febrero de 2005, Terra, MSN-Microsoft, Yahoo y Wanadoo se unieron en un proyecto para defender los derechos de los menores en la red, en colaboración con el Defensor del menor de la Comunidad de Madrid y varias asociaciones de protección de la infancia. Los proveedores de servicios y contenidos de internet se comprometieron a retirar las páginas, foros y comunidades virtuales en las que se haga apología de la pedofilia y el delito sexual, o se incite a la anorexia y la bulimia.[33]

Notas

  1. Enrique Echebúrua y Cristina Guerricaechevarría, Abuso sexual..., pág. 1.
  2. Cf. íbidem, pág. 3.
  3. La diferencia entre los delitos que están registrados oficialmente, cifras manifiestas, y los totales extrapolados del cálculo de número de víctimas de abusos sexuales en una muestra aleatoria.
  4. Íbidem, pág. 12
  5. Cf. íbidem, págs. 27-28.
  6. a b RAE (2001), Pederastia en Diccionario de la Real Academia Española. 22ª ed.
  7. a b Moliner, María (1998). Gredos, ed. Diccionario de uso del Español (2ª edición edición). ISBN 84-249-1973-4. «1. Práctica del pederasta (que comete abusos deshonestos con un niño. 2. Homosexualidad masculina)». 
  8. RAE (2001), Pederastia en Diccionario de la Real Academia Española. 22ª ed.
  9. Cf., por ejemplo, el titular de esta noticia.
  10. El Banquete, Platón
    El otro, en cambio, procede de Urania, que, en primer lugar, no participa de hembra, sino únicamente de varón —y es éste el amor de los mancebos—, y, en segundo lugar, es más vieja y está libre de violencia. De aquí que los inspirados por este amor se dirijan precisamente a lo masculino, al amar lo que es más fuerte por naturaleza y posee más inteligencias. Incluso en la pederastia misma podría uno reconocer también a los auténticamente impulsados por este amor, ya que no aman a los muchachos, sino cuando empiezan ya a tener alguna inteligencia, y este hecho se produce aproximadamente cuando empieza a crecer la barba.
  11. Cf. Ortega Román, Juan José (2007), La jerga gay española y el diccionario de María Moliner (edición de 1998).
  12. Díaz Rojo, Jose Antonio (2002), Pedofilia y pederastia, en El cajetín de la Lengua, Universidad Complutense de Madrid, España
  13. Seco, M.; Andrés, O.; Ramos, G. (1999), Diccionario del español actual. Madrid: Aguilar.
  14. Íbidem, pág. 79.
  15. Para una explicación del valor semántico de los términos, véase Díaz Rojo, José Antonio (2002), Pedofilia y pederastia, en El cajetín de la Lengua, Universidad Complutense de Madrid, España.
  16. Íbidem, pág. 82.
  17. Cf. Enrique Díaz López, "La estructura perversa".
  18. Íbidem, pág. 84.
  19. Cf. J. J. Freyd, op. cit., pág. 43.
  20. Íbidem.
  21. Cf. J. J. Freyd, op. cit., pág. 73.
  22. Apud, J. J. Freyd, op. cit., pág. 54.
  23. Cf. J. J. Freyd, op. cit., pág. 49.
  24. J. J. Freyd, Abusos sexuales..., pág.15.
  25. Íbidem, págs. 72-73.
  26. Cf. íbidem, pág. 65.
  27. Cf. íbidem, pág. 66 y ss.
  28. Íbidem, pág. 89.
  29. Íbidem, pág. 90 y ss.
  30. a b c d Francisco Muñoz Conde, Derecho penal. Parte Especial., 16ª edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 2007. ISBN 978-84-8456-942-8
  31. Francisco Muñoz Conde, Derecho penal. Parte Especial., 16ª edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 2007. ISBN 978-84-8456-942-8. En referencia a los delitos del 189.2 y 189.7 del Código penal español, que castiga la posesión (delito de tenencia) de pornografía infantil y la fabricación de pornografía infantil incluso cuando no se hubieran empleado menores (ejemplo: añadido digital de voces de menores a una película porno de adultos).
    • 189.2. El que para su propio uso posea material pornográfico en cuya elaboración se hubieran utilizado menores de edad o incapaces, será castigado con la pena de tres meses a un año de prisión o con multa de seis meses a dos años.
    • 189.7. Será castigado con la pena de prisión de tres meses a un año o multa de seis meses a dos años el que produjere, vendiere, distribuyere, exhibiere o facilitare por cualquier medio material pornográfico en el que no habiendo sido utilizados directamente menores o incapaces, se emplee su voz o imagen alterada o modificada.
  • Universidad Complutense de Madrid José Antonio Rojo, Investigador Titular, CSIC.
  • a b c d e f g Pederastia, el peor de los virus, 20minutos, 4 de octubre de 2008.
  • Fuentes bibliográficas

    • Bange, Dirk, "Abusos sexuales de los niños", Mente y Cerebro, 32, 2008, págs. 38-43.
    • Barudy, Jorge (1998). El dolor invisible de la infancia. Madrid: Editorial Paidós. ISBN 84-493-0494-6. 
    • Echebúrua, Enrique y Cristina Guerricaechevarría, Abuso sexual en la infancia: víctimas y agresores. Un enfoque clínico, Ariel, Barcelona, 2005 (2ªed.). ISBN 9788434474772
    • Freyd, Jennifer J., Abusos sexuales en la infancia. La lógica del olvido, trad. de Pablo Manzano, Ediciones Morata, Madrid, 2003 (ed. or. 1996). ISBN 9788471124777
    • Gelitz, Christiane, "Entrevista" a Klaus Beier (responsable de un centro de tratamiento de pederastas), Mente y Cerebro, 32, 2008, págs. 44-47.

    Véase también

    Enlaces externos