Diferencia entre revisiones de «Inteligencia emocional»

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La '''inteligencia emocional''' ('''IE''') es un concepto [[Hipótesis (método científico)|hipotético]], que agruparía [[Cognición|cogniciones]] y [[Comportamiento|conductas]] útiles, tanto para apreciar y expresar las emociones propias como las ajenas, y actuar de forma equilibrada.
La inteligencia emocional es un concepto, aún hoy en gran medida hipotético, que trata de estudiar las cogniciones y conductas en función de su resolutividad en situaciones sociales. Evalúa la capacidad individual para reconocer y expresar las emociones propias, y para apreciar las emociones ajenas.


== Orígenes del concepto ==
== Orígenes del concepto ==

Revisión del 11:30 3 nov 2017

La inteligencia emocional es un concepto, aún hoy en gran medida hipotético, que trata de estudiar las cogniciones y conductas en función de su resolutividad en situaciones sociales. Evalúa la capacidad individual para reconocer y expresar las emociones propias, y para apreciar las emociones ajenas.

Orígenes del concepto

Las definiciones populares de inteligencia hacen hincapié en los aspectos cognitivos, tales como la memoria y la capacidad para resolver problemas. Ya en 1920 Edward L. Thorndike, propuso una descripción más amplia, al usar el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas.[1]​ En 1940, David Wechsler describió la influencia de factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente y criticó los tests de inteligencia al uso como incompletos, ya que no evaluaban estos factores.[2]​ Ninguna de sos objeciones fue tomada en cuenta y su trabajo no tuvo repercusión. En 1983, Howard Gardner, en su libro «Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica»,[3]​ volvió a proponer la idea de Thorndike y Wechsler de que los indicadores de inteligencia aceptados, como el cociente intelectual, no explican plenamente la capacidad cognitiva, porque no tienen en cuenta ni la “inteligencia interpersonal” —la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas— ni la “inteligencia intrapersonal” —la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios—.[4]

Se atribuye erróneamente a Wayne Payne la creación del término inteligencia emocional . Si bien es cierto que lo cita en su tesis doctoral «Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional» (1985),[5]​ la expresión ya había aparecido en textos de Beldoch (1964),[6]​ y Leuner (1966).[7]​ Los autores que describieron el concepto de forma más detallada fueron Stanley Greenspan,—quien propuso un modelo de inteligencia emocional en 1989—, Peter Salovey y John D. Mayer.[8]

El interés por las repercusiones de las emociones en ámbitos como las relaciones en el trabajo impulsó la investigación sobre el tema, pero la popularización del término se debe a la obra de Daniel Goleman, Inteligencia emocional, publicada en 1995.[9]​ El libro tuvo gran repercusión, en forma de artículos en periódicos y revistas, tiras cómicas,[10]​ programas educativos, cursos de formación para empresas, juguetes,[11]​ o resúmenes divulgativos de los propios libros de Goleman.[12]

Algunos párrafos de la obra se citan a continuación:

Imagen esquemática del cerebro.
Para comprender el gran poder de las emociones sobre la mente pensante —y la causa del frecuente conflicto existente entre los sentimientos y la razón— debemos considerar la forma en que ha evolucionado el cerebro.[13]
La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales básicas, como la respiración o el metabolismo, y lo compartimos con todas aquellas especies que disponen de sistema nervioso, aunque sea muy rudimentario. De este cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante: el neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.[14]
El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional porque, en estos asuntos, delega su cometido en el sistema límbico. Esto es lo que confiere a los centros de la emoción un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento.[15]

El sistema límbico, o "la sede de las pasiones"

Imagen anatómica del cerebro.

La amígdala cerebral y el hipocampo son dos estructuras del llamado «cerebro olfativo», el encéfalo de los vertebrados primitivos sobre el cual, y a lo largo del proceso evolutivo, se han ido desarrollando nuevas estructuras, la más evolucionada de las cuales es el neocórtex. La amígdala es una estructura bilateral simétrica. En el ser humano es, en proporción, la de mayor tamaño, comparada con la de otros primates.[16]​ La amígdala está especializada en las reacciones emocionales básicas; también se considera una estructura límbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria.[17]​ Si se separase la amígdala del resto del encéfalo se perdería la capacidad de apreciar el significado emocional de los acontecimientos; este trastorno se conoce como ceguera afectiva. Además de ser la sede de los afectos y de intervenir en la plasticidad necesaria para memorizar, la amígdala, junto con la circunvolución cingulada, controla conductas involuntarias, como la secreción de lágrimas ante acontecimientos adversos. También, a través de la secreción de noradrenalina, que estimula la alerta y pone al organismo en situación de atención consciente, previendo una reacción rápida si fuere precisa. [cita requerida]

LeDoux descubrió que la primera zona cerebral por la que pasan las señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el tálamo y, a partir de ahí y a través de una sola sinapsis, la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el neocórtex, permitiendo que la amígdala comience a responder antes de que el neocórtex haya ponderado la información.[18]​ Según LeDoux: «anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex. Existen ciertas reacciones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente».[19]

Ser capaz de una respuesta rápida es vital ante situaciones peligrosas, por lo que las vías neuronales que lo permiten aparecieron tempranamente y se han mantenido en el encéfalo de todos los vertebrados, incluyendo a los seres humanos. En palabras de LeDoux: «El rudimentario cerebro menor de los mamíferos es el cerebro principal de los no mamíferos, un cerebro que permite una respuesta emocional muy veloz. Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una respuesta muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un procesamiento rápido, pero también impreciso», y estas rudimentarias confusiones emocionales —basadas en sentir antes que en pensar— son las «emociones precognitivas».[20]

En condiciones de urgencia, la amígdala prepara y efectúa una reacción rápida, que podría calificarse como impulsiva, pero hay otras regiones del cerebro capaces de producir una respuesta más elaborada. Sin embargo, para que esto se produzca, los inputs provinentes del tálamo deben pasar a través del lóbulo prefrontal, que es parte del neocórtex. El área prefrontal es, por tanto, el modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada. El lóbulo prefrontal izquierdo parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar —o atenuar parcialmente— los impulsos emocionales más perturbadores.[21]

Vandalismos en forma de pintadas. El vandalismo en wikis es otro ejemplo de actuación con perturbación emocional.

Armonizando emoción y pensamiento

Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas) y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos. Esta vía nerviosa explicaría el motivo por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitirnos pensar con claridad. La corteza prefrontal es la región cerebral que se encarga de la «memoria de trabajo».[22]

Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no podemos pensar bien» y permite explicar por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje. Los niños impulsivos y ansiosos, a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un escaso control prefrontal sobre sus impulsos límbicos. Este tipo de niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar, alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial intelectual sea bajo sino porque su control sobre su vida emocional se halla severamente restringido.[23]

Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al pensamiento mismo. Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el control de la situación. En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.[24]

El psicólogo estadounidense John Maxtell rompe el concepto de dos cerebros o distintos tipos de inteligencia. Basándose en su teoría de la evolución auto-condicionada, afirma que nuestra capa de pensamiento racional se ha desarrollado para dar cobertura a nuestro lado emocional, la razón nos proporciona el cómo. Aunque por lo general solo percibimos nuestras emociones en momentos de desbordamiento, lo cierto es que las tenemos constantemente. Todo nuestro pensamiento, comportamiento personal y social está orientado a mantenernos dentro de los límites de nuestro confort emocional y, en resumidas cuenta, vivos.

Un ejemplo práctico sería el siguiente: Un peatón que deambule por una ciudad abarrotada de coches, optará por cruzar las avenidas por los pasos de cebra y cuando el semáforo este en verde para los peatones. Sin ser un caso de desbordamiento emocional, el miedo que siente a ser atropellado genera la necesidad de buscar alternativas seguras para cruzar la calle, usar su capa racional para interpretar los símbolos dispuestos para este propósito es la opción más segura, la razón nos proporciona el cómo. Si no tuviésemos el mismo miedo a ser atropellados, las ciudades no podrían tener el diseño que actualmente tienen, ¿qué nos impediría cruzar por cualquier parte?[25]

La naturaleza de la inteligencia emocional

Las características de la llamada inteligencia emocional son: la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.[26]

Medición de la inteligencia emocional y el CI

No existe un test capaz de determinar el «grado de inteligencia emocional», a diferencia de lo que ocurre con los test que miden el coeficiente intelectual (CI). Jack Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, ha utilizado una medida similar a la inteligencia emocional que él denomina «capacidad adaptativa del ego», estableciendo dos o más tipos teóricamente puros, aunque los rasgos más sobresalientes difieren ligeramente entre mujeres y hombres:[27]

«Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional suelen ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven».
«Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido. Al igual que ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan bien la tensión. Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus preocupaciones».
«Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente fríos y tranquilos».
«La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza intelectual, es capaz de expresar claramente sus pensamientos, valora las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de intereses estéticos e intelectuales. También tiende a ser introspectiva, predispuesta a la ansiedad, a la preocupación y la culpabilidad, y se muestra poco dispuesta a expresar públicamente su enfado (aunque pueda expresarlo de un modo indirecto)».

Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia emocional en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona.[28]

Daniel Goleman también recoge el pensamiento de numerosos científicos del comportamiento humano que cuestionan el valor de la inteligencia racional como predictor de éxito en las tareas concretas de la vida, en los diversos ámbitos de la familia, los negocios, la toma de decisiones o el desempeño profesional. Citando numerosos estudios Goleman concluye que el Coeficiente Intelectual no es un buen predictor del desempeño exitoso. La inteligencia pura no garantiza un buen manejo de las vicisitudes que se presentan y que es necesario enfrentar para tener éxito en la vida.

Según Goleman la inteligencia emocional puede dividirse en dos áreas:

  • Inteligencia intrapersonal: Capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos y a usarlos como guías en la conducta.
  • Inteligencia interpersonal: Capacidad de comprender a los demás; qué los motiva, cómo operan, cómo relacionarse adecuadamente. Capacidad de reconocer y reaccionar ante el humor, el temperamento y las emociones de los otros. Asociada a la empatía y la capacidad de entender cómo sienten y piensan los otros.

El aprendizaje de la regulación de las emociones

Regular las respuestas emocionales se puede aprender. Al mismo tiempo es un signo de madurez y de inteligencia. En la primera infancia, habitualmente no regulamos nuestra respuesta emocional, simplemente la expresamos o explota. Socialmente se acepta y se perdona este tipo de "sinceridad" en las respuestas emocionales de los niños más pequeños. A medida que se van haciendo mayores, la tolerancia ante esta inmediatez en las respuestas va disminuyendo hasta llegar a la madurez, cuando socialmente se exige la regulación emocional. Con su aprendizaje conseguimos equilibrar dos fuerzas opuestas. Por un lado, la necesidad biológica de la respuesta emocional, y por el otro, la necesidad de respetar determinadas normas de convivencia.

Manel Güell Barceló sostiene que no existen emociones positivas ni negativas, simplemente existen emociones como consecuencia de la respuesta de la persona ante una situación. Determinadas emociones son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no. Una respuesta emocional (alegría, ira, vergüenza) será útil en función del contexto. Si la respuesta nos ayuda a relacionarnos con el mundo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos, es adaptativa y será una emoción efectiva. Para este autor, todas las respuestas emocionales son positivas siempre que sus consecuencias lo sean. [29]

Daniel Goleman defiende que el autocontrol emocional no es equivalente a la represión de los sentimientos. El "mal" humor, por ejemplo, también tiene su utilidad; el enojo, la melancolía y el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y comunicación; el enfado puede constituir una intensa fuente de motivación, por ejemplo, cuando se dirige a la necesidad de reparar una injusticia o un abuso; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad —siempre que no llegue a atribularnos— puede alentar la creatividad. La extinción de todo sentimiento espontáneo tiene un costo físico y mental. La gente que sofoca sus sentimientos —especialmente cuando son muy negativos— eleva su ritmo cardíaco, un signo de estrés que puede abocar a la hipertensión. La competencia emocional implica que las personas saben elegir cómo expresar los sentimientos.

Críticas

Confusiones conceptuales

Se ha criticado el trabajo de Goleman, sobre todo sus primeras obras, por asumir la existencia de un tipo de inteligencia asociada a las emociones. Eysenck señala que la obra de Goleman contiene conceptos errados sobre qué es la inteligencia, yendo incluso a contramano del consenso científico en la materia.

[Goleman] ejemplifica con mayor claridad que lo absurdo de la tendencia a clasificar casi cualquier tipo de comportamiento como una "inteligencia"... Si esas cinco "habilidades" definen la "inteligencia emocional", esperaríamos alguna evidencia de que están altamente correlacionadas; Goleman admite que podrían estar un poco desrelacionadas, y en todo caso si no podemos medirlas, ¿cómo sabemos si lo están? Así que toda la teoría se construye sobre arena movediza: no hay ninguna base científica sólida".
Eysenck, H. J. (2000). Intelligence: A New Look.

Del mismo modo, Locke afirma que el concepto de la IE es en sí una mala interpretación del concepto de inteligencia, y ofrece una interpretación alternativa: no es otra forma o tipo de inteligencia, sino que es la inteligencia (entendida como la capacidad de comprender abstracciones) aplicada a un dominio particular de la vida: las emociones. Sugiere que el concepto debe ser re-etiquetado como una habilidad.[30]

La esencia de esta crítica es que la investigación científica depende de la utilización válida y consistente de constructos, y que antes de la introducción del término de la IE, muchos psicólogos ya habían establecido distinciones teóricas entre factores tales como las habilidades y logros, habilidades y hábitos, actitudes y valores, rasgos de personalidad y estados emocionales. Por lo tanto, algunos expertos creen que el término de la IE confunde conceptos y definiciones aceptadas.[31]

Capacidades vs cualidades morales

Adam Grant advirtió de la percepción común pero errónea de la IE como una cualidad moral deseable en lugar de una habilidad. Grant afirma que una EI bien desarrollada no sólo es una herramienta fundamental para el cumplimiento de metas, sino que tiene un lado oscuro como un arma para manipular a los demás robándoles su capacidad de razonar.[32]

Valor predictivo

Landy afirma que los pocos estudios de validez incremental realizados en la IE han demostrado que añade poco o nada a la explicación o predicción de algunos resultados comunes (principalmente éxitos académicos y laborales). Landy sugirió que la razón por la que algunos estudios han encontrado un pequeño aumento en la validez predictiva es una falacia metodológica, a saber, que las explicaciones alternativas no han sido totalmente consideradas:

La IE se compara y contrasta con una medida de la inteligencia abstracta, pero no con una medida de la personalidad, o con una medida de la personalidad, pero no con una medida de la inteligencia académica
Landy, F. J. (2005). «Some historical and scientific issues related to research on emotional intelligence». Journal of Organizational Behavior, 26, 411-424.

Del mismo modo, otros investigadores han expresado su preocupación por el grado en que las medidas de auto-informe de la IE se correlacionan con dimensiones de la personalidad establecidas. En general, se dice que mediciones autorreportadas de EI y mediciones de personalidad tienden a converger, ya que ambas pretenden medir los rasgos de personalidad.[33]​ En concreto, parece haber dos dimensiones del "Big Five" que se destacan como las más relacionadas con el autorreporte de la IE: neuroticismo y extraversión. En particular, el neuroticismo se ha dicho que se relaciona con la emocionalidad negativa y la ansiedad. Intuitivamente, las personas que puntúan alto en neuroticismo tienden a baja calificación en los autorreportes de IE.

Las interpretaciones de las correlaciones entre los cuestionarios y la personalidad de la IE han sido variadas. La visión predominante en la literatura científica es la opinión de que debe reinterpretarse la IE como un conjunto de rasgos de personalidad.[34]

Véase también

Bibliografía

  • Bisquerra, R. (2009). Psicopedagogía de las emociones. Madrid: Síntesis.
  • Bisquerra, R. (Coord). (2011). Educación emocional. Propuestas para educadores y familias. Bilbao: Desclée de Brower.
  • Bisquerra, R. (Coord.) (2012). ¿Cómo educar las emociones?. La inteligencia emocional en la infancia y la adolescencia. Faros: Cuadernos.
  • Bisquerra, R. (2000). Educación emocional y bienestar. Barcelona: Praxis.
  • Delors, Jacques. (Coord). (1997). La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors. UNESCO.
  • Lynn, Adele B. (2000). 50 actividades para desarrollar la inteligencia emocional. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces. 185 p.
  • Martínez, Agustín; Piqueras, José Antonio; Inglés, Cándido J. (2011). Relaciones entre inteligencia emocional y estrategias de afrontamiento ante el estrés. Alicante: Universidad de Alicante. 24 p.
  • McKeachie, D. & Wilbert, F. (1973). Psicología. (2a.ed) Washington, D.C. Fondo Educativo Interamericano. 310 p.
    Peter Salovely y Dr.Jhon Mayer:El modelo de inteligencia emocional(1997)
  • Perrenoud, P. (2004). Diez nuevas competencias para enseñar. SEP.
  • Tobón, S. Pimienta, J. y García, J. (2010). Secuencias didácticas. Aprendizaje y evaluación de competencias. Pearson.
  • Tobón, S. (2005). Formación basada en competencias. Pensamiento complejo, diseño curricular y didáctica. Ecoe Ediciones.

Referencias

  1. Thorndike, R. L.; Stein, S. (1937). «An evaluation of the attempts to measure social intelligence». Psychological Bulletin (34): 275-284. 
  2. Wechsler, D. (1940). «Non-intellective factors in general intelligence». Psychological Bulletin (37): 444-445. 
  3. Gardner, Howard (2011). Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica (1a. ed. en la Biblioteca Howard Gardner edición). Barcelona: Paidós. ISBN 978-84-493-2594-6. 
  4. Smith, M. K. (2002) "Howard Gardner and multiple intelligences", the encyclopedia of informal education, Downloaded from http://www.infed.org/thinkers/gardner.htm on October 31, 2005.
  5. Payne, W. L. (1983/1986). «A study of emotion: developing emotional intelligence; self integration; relating to fear, pain and desire». Dissertation Abstracts International, 47, p. 203A (University microfilms No. AAC 8605928)
  6. Beldoch, M. (1964), «Sensitivity to expression of emotional meaning in three modes of communication». En J. R. Davitz et al., The Communication of Emotional Meaning, McGraw-Hill, pp. 31-42.
  7. Leuner, B. (1966). «Emotional intelligence and emancipation». Praxis der Kinderpsychologie und Kinderpsychiatrie, 15, 193-203.
  8. Salovey, P., & Mayer, J. D. (1989). «Emotional intelligence». Imagination, Cognition, and Personality, Vol. 9, No. 3, pp. 185-211.
  9. Goleman, Daniel (1996). Inteligencia emocional (4a ed. edición). Barcelona: Kairos. ISBN 978-84-7245-371-5. 
  10. [1] Dilbert
  11. [2] Franklin Learning Systems
  12. Leader Summaries (ed.). «Resumen del libro Inteligencia Emocional, de Daniel Goleman». Consultado el 15 de noviembre de 2014. 
  13. Goleman: Inteligencia Emocional. p. 30.
  14. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 31.
  15. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 34.
  16. Goleman: Inteligencia Emocional. p. 34
  17. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 37.
  18. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 41.
  19. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 42.
  20. Goleman: Inteligencia Emocional.
  21. Goleman: Inteligencia Emocional, pp. 50-53.
  22. Goleman: Inteligencia Emocional. pp. 53-54
  23. Goleman: Inteligencia Emocional, pp. 54-55.
  24. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 56.
  25. Maxtell, John : Yo, tu lado emocional, p. 22.
  26. Goleman: Inteligencia Emocional, p. 61.
  27. Goleman: Inteligencia Emocional. p. 77
  28. Goleman: Inteligencia Emocional. p. 78.
  29. Güell Barceló, Manel: ¿Tengo Inteligencia emocional?
  30. Locke, E. A. (2005). "Why emotional intelligence is an invalid concept". Journal of Organizational Behavior 26 (4): 425-431. doi:10.1002/job.318
  31. Mattiuzzi, P.G. (2008) Emotional Intelligence? I'm not feeling it. everydaypsychology.com
  32. Grant, Adam (January 2, 2014). "The Dark Side of Emotional Intelligence". The Atlantic. Archived from the original on January 24, 2014.
  33. Petrides, K.V., Pita, R., Kokkinaki, F. (2007). The location of trait emotional intelligence in personality factor space. British Journal of Psychology, 98, 273-289.
  34. Mikolajczak, M., Luminet, O., Leroy, C., & Roy, E. (2007). «Psychometric properties of the Trait Emotional Intelligence Questionnaire». Journal of Personality Assessment, 88, 338-353.