Ir al contenido

Pedro Navarro

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Esta es una versión antigua de esta página, editada a las 23:34 6 sep 2007 por Zaqarbal (discusión · contribs.). La dirección URL es un enlace permanente a esta versión, que puede ser diferente de la versión actual.

Pedro Navarro (Garde, Navarra, 1460Nápoles, 28 de agosto de 1528), conde de Olivito o también Conde de Oliveto. Marino, militar e ingeniero español.

Primeros años

Se conoce poco de esta etapa, pero la opinión más extendida es que nació en Garde (Navarra) como Pedro Bereterra y era hijo de un hidalgo llamado Pedro del Roncal (valle en el que se encuentra Garde). Algunos autores (como José de Vargas Ponce y Martín de los Heros) le suponen vizcaíno, de las Encartaciones, y creen que su nombre era Bereta o Berreta.

Durante su juventud se dedicó a la trashumancia, y puede que también trabajase en alguna mina de hierro de Vizcaya, o quizá se enroló en el ejército de los Reyes Católicos que combatía en la guerra de Granada, pues en los anales de ésta figura un Pedro Navarro como alcaide del recién conquistado castillo de Bentomiz (Arenas, Málaga) en 1487, aunque no se tiene certeza de que fuera él.

Mercenario y pirata

Pasó a Italia, tal vez al servicio de mercaderes genoveses que habría conocido en Sangüesa y posteriormente del cardenal Juan de Aragón, que murió en 1485. También es posible que tuviera alguna relación directa (a sueldo de un armador) o indirecta (en la venta de las mercancías robadas) con el corso. Sea como fuere, se sabe que se enroló como mercenario en las tropas florentinas que luchaban contra Génova, por las disputas territoriales entre ambas repúblicas. Bajo el mando del general Piero del Monte participó en el asedio al castillo de Sarzanello (1487), en Sarzana (La Spezia), donde ensayó por primera vez su técnica de uso de minas terrestres militares, de la cual es considerado su perfeccionador. Consistía en emplear un ejército sitiador excavando túneles hasta los cimientos de los muros de las fortificaciones, llenándolos de pólvora (usada por primera vez para este fin por Navarro) y, al hacerlos estallar, los muros se derrumbaban y se facilitaba el posterior asalto. Sin embargo, esta primera vez no obtuvo los resultados deseados.

Terminada la guerra marchó a Nápoles, donde trabó relación con el noble valenciano Antonio Centelles, titular del marquesado de Crotone y dedicado a la piratería, y se puso a su servicio. Zarpando con dos o más naves desde la villa de Crotone, Centelles y Navarro (con experiencia militar) atacaban navíos y puertos, tanto en las costas griegas (muchas de ellas bajo dominio otomano) como en el norte de África. Capturaban esclavos que luego vendían en Italia, y robaban las mercaderías de barcos turcos y norteafricanos, y también de los europeos que comerciaban con dichos puertos.

En 1495 comenzó la primera guerra de Italia, en la que los Reyes Católicos, aliados junto al Papado en la Liga Santa, se enfrentaron a Carlos VIII de Francia por el dominio del Reino de Nápoles. Ambos bandos contrataron corsarios, y Centelles tomó partido por los franceses, ya que había sufrido la expropiación del señorío durante las operaciones del Gran Capitán en Calabria.

Al terminar la guerra en 1497, se restituyó la propiedad del marquesado a Centelles, quien volvió a la piratería junto a Navarro, cuyas acciones se hicieron populares, conociéndosele como Roncal el Salteador entre la gente de mar de Italia y las costas musulmanas. Asaltó incluso los bien armados barcos de Venecia, la mayor potencia naval en el Adriático entonces, hasta el punto de que el asunto se debatió en el Senado de la República, que resolvió acabar con él. Encargó la misión a una tropa de trescientos hombres en una flotilla al mando del capitán Loredano. Desembarcaron para ello en Roccella Ionica, donde se encontraba Navarro, que pudo resistir el ataque con los refuerzos que le envió Centelles desde Crotone, refugiándose en el castillo de la villa y aguantando el asedio varios días hasta que Loredano se retiró.

Poco después Centelles fue apresado por los turcos, llevado a Estambul y ejecutado. Sus bienes, incluyendo el marquesado y los barcos, quedaron en manos de su viuda, que los puso a disposición de Navarro para seguir ejerciendo la piratería.

Oficial e ingeniero militar del Gran Capitán

Tras recuperarse de las heridas sufridas en un fallido abordaje a un barco portugués en 1499, decidió participar con su nave junto a las tropas del Gran Capitán enviadas a la toma de Cefalonia (1500). Y paradójicamente lo hizo a sueldo de Venecia, pues fue ésta quien pidió ayuda a los Reyes Católicos para la recuperación de sus posesiones invadidas por los turcos otomanos. El objetivo en Cefalonia era conquistar la fortaleza de San Jorge, defendida por jenízaros al mando de un capitán albanés llamado Gisdar, para lo cual Navarro volvió a emplear sus minas para derrumbar los muros. No consiguió hacerlo totalmente, pero al minar con bateles al nivel del mar las rocas sobre las que se asentaban las murallas del castillo, logró abrir algunas brechas por las que se inició el ataque al castillo, defendido bravamente por la guarnición turca. Las relaciones de la época hacen variar el número de defensores entre 300 y 700, y la duración de la toma de Cefalonia entre 40 días y varios meses.

Nápoles

Navarro, nombrado capitán por Gonzalo de Córdoba, siguió a sus órdenes en la segunda campaña de Nápoles. Contribuyó a la reforma y modernización de la infantería como pieza clave del nuevo ejército que el Gran Capitán estaba estructurando en aquellos años.

De acuerdo con lo estipulado en el tratado hispano-francés de Granada (noviembre de 1500) desembarcaron soldados españoles en Tropea (julio de 1501) para tomar posesión de las regiones de Calabria y Apulia y doblegar los focos de resistencia local. Navarro destacó en las consiguientes operaciones. También como marino, pues derrotó a una escuadra francesa que intentaba aprovisionar (infringiendo el tratado) a los sitiados en Tarento (febrero de 1502).

Iniciadas abiertamente ya las hostilidades tras las reiteradas violaciones del tratado, a Navarro le tocó repeler el primer gran embate del numeroso ejército francés enviado por Luis XII a ocupar totalmente el reino. Con sólo 500 hombres al inicio, rechazó tres ataques en Canosa (agosto de 1502). Finalmente negoció una capitulación con D'Aubigny para evacuar a los 150 supervivientes del cerco, pero consiguió el objetivo de causar bajas al enemigo y retardar su avance, para que el Gran Capitán pudiera organizar la defensa de Barletta.

Tomó parte como capitán de infantería y artillería en la victoria de Ceriñola (28 de abril de 1503).

Castel Nuovo (Nápoles).

En la toma del Castel Nuovo (12 de junio de 1503), uno de los reductos de las tropas francesas en la capital, funcionaron por fin sus minas como deseaba: bajo la cobertura de la artillería puso a trabajar a los zapadores junto a la muralla y mandó introducir barriles de pólvora en las excavaciones (una de ellas bajo el polvorín francés) para luego cerrarlas totalmente. El Gran Capitán desplegó soldados en el campo para simular un asalto y la guarnición francesa tomó posiciones en las almenas. Entonces Navarró ordenó prender fuego a la pólvora y el consiguiente estallido desplomó una parte de la muralla (arrastrando en la caída a los defensores ahí situados) por donde entraron luego los españoles para rendir finalmente la ciudadela.

A continuación, Gonzalo de Córdoba se dirigió con la mayor parte de las tropas a Gaeta para expulsar totalmente a los franceses del reino, y dejó a Navarro al frente de la conquista de la otra fortaleza de la ciudad: Castel dell'Ovo (Castillo del Huevo), cosa que este hizo siguiendo el procedimiento anterior, tras lo cual se reunió con aquel.

Conocedor de la entrada de un nuevo ejército francés en Italia, Córdoba postergó la toma de Gaeta para interceptarlo en las orillas del río Garellano. Y en el enfrentamiento (desde mediados de octubre hasta la ofensiva final española del 28 de diciembre de 1503), Navarro estuvo al mando de tropas de infantería y de zapadores, e incendió el puente del río para cortar el paso a los franceses. También participó en el resto de operaciones posteriores hasta la completa pacificación del reino.

Una vez firmado el Tratado de Lyon (febrero de 1504), habiendo reconocido Luis XII la soberanía de Fernando el Católico sobre Nápoles, el nuevo virrey Gonzalo de Córdoba repartió títulos y propiedades entre sus oficiales más sobresalientes. A Pedro Navarro le correspondió la villa y el condado de Oliveto.

Cuando surgieron las desavenencias entre Fernando y el virrey, Navarro viajó a España enviado por el segundo para intentar, infructuosamente, una reconciliación. En septiembre de 1506, el propio rey viajó a Nápoles. Organizó la administración del reino y destituyó de sus cargos a Gonzalo de Córdoba y sus capitanes, desposeyendo a estos últimos de sus señoríos, exceptuando a Navarro. El cual, el 4 de junio de 1507, siendo almirante de la flota napolitana, regresó a España junto al monarca y al Gran Capitán. Navarro iba precediendo a la armada real con sus 16 naves. Después de recoger al Gran Capitán en Génova, llegaron el 28 de junio a Saona, de donde zarparon cuatro días después, tras entrevistarse el rey con Luis XII de Francia. El 14 de junio llegaron a Barcelona, pero no pudieron desembarcar por una reciente peste, de modo que el rey desembarcó finalmente en Valencia, el 21, donde ya le esperaba Navarro.

Campañas de África

La siguiente misión de importancia que el rey encomendó a Navarro fue combatir la piratería y el corso berberiscos, que se estaban convirtiendo en un serio problema para el tráfico marítimo mercante. Desde la primavera de 1508, Navarro estuvo al mando de una flotilla capturando o hundiendo embarcaciones piratas y corsarias, generalmente fustas o galeotas ligeras.

El 23 de julio del mismo año llegó al Peñón de Vélez de la Gomera, situado a poco menos de cien metros de la villa costera del mismo nombre. Ambos lugares eran un importante núcleo de corsarios. Navarro puso todos los barcos a tiro de cañon del islote, y aquellos huyeron a refugiarse en Vélez. Una vez tomado el peñón, mandó subir a él la artillería, y con ella destruyó completamente la villa y su puerto. Siendo el peñón un punto estratégico, ordenó fortificarlo y dejó en él una guarnición de treinta y dos hombres bajo el mando del alcaide Juan de Villalobos.

Poco tiempo después acudió a socorrer al destacamento portugués de Arcila, que estaba siendo atacado por numerosas tropas del rey de Fez, y consiguió que estas levantaran el sitio y se retiraran tras cañonearlas desde los barcos.

La conquista de Orán

En España, el cardenal Cisneros convenció al rey Fernando de la conveniencia de iniciar incursiones militares en el norte de África, ofreciéndose a financiarlas él mismo con las rentas de su señorío eclesiástico. El monarca designó al propio Cisneros capitán general de la campaña, y a Navarro maese de campo encargado de dirigir las operaciones sobre el terreno. Navarro acepta con desagrado el nombramiento de Cisneros.

Las fuerzas se concentraron en el puerto de Cartagena: 90 naves (80 de transporte y 10 galeras) y 22.000 soldados. Pronto surgieron fricciones entre el cardenal y el conde. La primera de ellas, a causa del botín obtenido de la captura, antes de partir, de varias fustas moriscas, que Navarro repartió enteramente entre los participantes en los asaltos, en vez de destinar la mitad a financiar la expedición, como estaba convenido.

La flota zarpó el 16 de mayo de 1509 y arribó al día siguiente a Mazalquivir, la cabeza de puente (bajo control español desde 1505) desde la que se partiría el día 18 para la conquista del primer objetivo: Orán, cercana e importante ciudad costera de 10.000 habitantes y bien fortificada y artillada.

Cisneros tenía intención de marchar él mismo en cabeza de la formación, pero finalmente Navarro le convenció de que se quedara en Mazalquivir, y planificó un ataque por mar y tierra que culminó a la postre en una fácil victoria. Mientras la armada bombardeaba las murallas, la fuerza terrestre, que Navarro dividió en cuatro cuerpos, se enfrentó con el enemigo a las afueras de la ciudad. La artillería y caballería españolas obligaron a los defensores a replegarse hasta que tuvieron que resguardarse dentro de Orán. Una vez consolidadas las posiciones del sitio, se inició el asalto con escalas, bajo cobertura artillera y con ayuda de minas. Cuando parecía que la batalla se estaba decidiendo en lo alto de las murallas entraron los atacantes por las puertas de la ciudad. La lucha continuó, por poco tiempo, en las calles y en el puerto.

El resultado final fue, tras apenas dos o tres horas de combate, de entre 4.000 y 5.000 bajas enemigas por sólo 300 propias, y un gran saqueo posterior de la ciudad y los barcos capturados en el puerto por parte de marinos y soldados, que se hicieron con un botín de 500.000 escudos en monedas, mercancías, esclavos y rehenes. Navarro tomó posesión de Orán en nombre del rey, por lo que la plaza pasaba a manos de la Corona, privando a partir de entonces del mando a Cisneros, quien hubo de regresar a España.

Toma de Bugía y Trípoli

A pesar de las quejas de Cisneros al rey respecto a Navarro, el monarca le confirmó en su puesto al frente de la campaña y le envió refuerzos para continuarla. Tras pasar el invierno en Formentera, se dispuso a capturar la rica ciudad de Bugía.

Llegó a sus cercanías con 5.000 soldados el 5 de enero de 1510, e inició el ataque al amanecer del día siguiente. Frente a él se encontraba un reyezuelo llamado Abderhamán con unos diez mil defensores, que lanzó contra los españoles cuando estaban desembarcando, al tiempo que los cañoneaba desde la ciudad. Sin embargo estos repelieron el ataque gracias a la ayuda de la artillería naval que les protegía, y comenzaron luego el asedio bombardeando desde tierra y mar. Al penetrar finalmente en la ciudad, tuvo lugar la mayor parte del combate, en las calles de la ciudad, que se rindió al mediodía, tras la huída de Abderhamán y su séquito y la muerte de muchos de sus habitantes.

Después Navarro sacó provecho de las disputas entre Abderhamán, en realidad un usurpador, y su sobrino, el joven rey Muley Abdalla. Este le guió hasta la cercana sierra en la que se habían refugiado su tío y los fugitivos que se habían reunido con él. El roncalés les atacó por la noche con quinientos españoles. Abderhamán volvió a escapar pero murieron trescientos de sus hombres, otros seiscientos fueron apresados junto a su primera esposa, su hija y altos cargos de la ciudad, y su campamento, con sus muy valiosas pertenencias, fue saqueado y después incendiado por los españoles. Estos, que aumentaron su botín con el ganado y los camellos capturados y el rescate cobrado por los rehenes, tan sólo tuvieron una baja en esta incursión a la montaña.

Los contundentes éxitos militares logrados hasta entonces por Navarro intimidaron a los reyes de las ciudades-estado de Argel y Túnez, que ofrecieron vasallaje al de España y liberaron a todos los cristianos que tenían cautivos.

Tras consolidar el dominio en la región, el conde reorganizó en julio (1510) la flota en la isleta siciliana de Favignana y se embarcó con más de catorce mil hombres a la conquista de Trípoli, donde se enfrentaría a un similar número de defensores protegidos por fuertes murallas y baluartes.

La batalla se dio el 25 de julio tras el desembarco. Tras entrar en acción las artillerías de ambos bandos, se asaltaron con éxito las murallas. A continuación empezó una extenuante lucha casa por casa que se prolongó hasta bien entrada la noche, y que se saldó con unos 200 o 300 muertos españoles y 5.000 berberiscos, más otros tantos de estos últimos capturados como esclavos. Una vez más los vencedores se hicieron con un cuantioso botín, incluído el obtenido de la captura de los barcos del puerto, entre ellos cinco naves de auxilio enviadas (ya tarde) por el sultán turco y barcos mercantes turcos, albaneses, y venecianos o genoveses que arribaron (sin saber lo ocurrido) a Trípoli para descargar.

El fracaso de Yerba y los Querquenes

Alentado por estas victorias, Navarro manifestó al rey su disposición para continuar al frente de la empresa con nuevas y más ambiciosas conquistas. Pero su condición de hidalgo de origen humilde jugó en su contra y fue desplazado por el joven e inexperto don García de Toledo, primogénito del segundo duque de Alba, a quien el monarca ya había nombrado en abril capitán general de África, con sede en Bugía.

Isla de Yerba (Túnez).

A principios de agosto, al mando de don García, ya estaban listos para zarpar desde Málaga unos 7.000 hombres embarcados en quince naos gruesas, pero una epidemia norteafricana de peste obligó a aplazar la partida. Mientras tanto, Navarro estudia la posiblidad de atacar la isla de Yerba (Djerba, también llamada Isla de los Gelves), un conocido cobijo de corsarios berberiscos frente a la costa oriental tunecina. Por ello salió de Trípoli a principios de mes con una expedición de reconocimiento de ocho galeras y una fusta. Intentó persuadir a los principales jefes de la isla de que aceptaran rendir vasallaje al rey de España para evitar la confrontación. Al negarse estos decidió esperar la llegada de los refuerzos para iniciar la invasión.

Zarpó por fin don García, tomó posesión en Bugía, dejó allí una parte de su armada con 3.000 hombres, y se reunió con Navarro (quien sería su segundo) el 23 de agosto de 1510 en Trípoli para preparar la expedición. La flota llegó el día 29 y desembarcaron 8.000 hombres, que hubieron de hacerlo en bateles debido al poco calado de la costa. Una vez en tierra el ejército se dividió en siete escuadrones al mando de un coronel cada uno. Don García se empeñó en marchar él mismo en el de cabeza, junto a un centenar de jóvenes de la nobleza castellana, y así lo hicieron.

La misión consistía en atacar un castillo donde se acantonaban los corsarios, y hacia allá se encaminó la tropa a través de una zona arenosa y bajo un calor sofocante. Los mandos, confiados en que iban a lograr una fácil y pronta victoria, no ordenaron llevar víveres ni agua. Los soldados, que además debían arrastrar a mano la artillería, fueron víctimas del calor, la sed y el agotamiento, y muchos cayeron desmayados. Al divisar vegetación se dirigieron hacia ella, y al llegar allá los primeros hombres del escuadrón de vangardia descubrieron un pozo. En cuanto se corrió la voz entre la tropa, esta acudió impacientemente y en desbandada hacia él, deshaciendo totalmente la formación a pesar de los intentos de los oficiales por poner orden. En ese momento unos pocos centenares de berberiscos emboscados aprovecharon la ventaja para atacar a pie y a caballo, matando a todos aquellos que no lograron escapar. Aproximadamente la mitad de los españoles (unos 4.000) quedaron muertos en la arena, incluyendo a don García y otros nobles. El resto huyó desordenadamente hacia el litoral.

Fuera del palmeral el enemigo era mucho más numeroso (hasta 4.000 hombres) y Navarro, con ayuda de Pedro de Luján y otros coroneles, intentó organizar los escuadrones de retaguardia para hacerle frente, comprendiendo que de lo contrario la catástrofe podría ser total, pero no pudo detener la desbandada. Afortunadamente para los supervivientes, los jinetes e infantes moros no continuaron la persecución. Unos 3.000 españoles que no pudieron reembarcar ese día hubieron de esperar toda la noche en la playa a la llegada de los botes que los recogieron.

No acabó ahí el desastre, pues el día 31 un fuerte temporal hizo naufragar varias naves y dispersó a los veleros, que quedaron a merced del viento. La nao en la que viajaba Navarro fue a la deriva hasta las costas de Turquía y allá estuvo a punto de hundirse al abrirse las cuadernas. La tripulación se salvó gracias a la pericia como marino del roncalés, que consiguió escorar el barco hacia un costado y navegar así hasta Trípoli. Reagrupados tiempo después los treinta veleros y 5.000 hombres que quedaban, invernaron en Lampedusa.

A pesar de todos estos grandes reveses y de las inclemencias del invierno, Navarro aún tuvo fuerzas para emprender otra incursión en territorio musulmán. El objetivo eran las Islas Querquenes (Ker-kenah), ricas en agua dulce y pasto para el ganado. Pensaba aprovisionar a la armada con carne y agua. Tras varios intentos fallidos por el mal tiempo, el 20 de febrero de 1511 desembarca en la mayor de las islas una avanzada de 400 hombres al mando del coronel veneciano Jerónimo Vianelo (Girolamo Vianello). Pero la traición de un alférez, enfurecido por una trifulca con aquel, dio al traste con la misión: los lugareños refugiados en un extremo de la isla degollaron por la noche a Vianelo y sus hombres cuando dormían. Navarro tuvo que retirarse con los barcos a la Isla de Capri.

De nuevo en Italia

A pesar de que el desastre de Yerba le grangeó a Navarro muchas enemistades en la Corte, el rey volvió a contar con él, aunque nuevamente fue relegado del mando en favor de un noble. Se le ordenó que acudiera con su armada a Nápoles y se pusiera a disposición del virrey Ramón de Cardona, capitán general de los ejércitos coaligados de la Liga Santa (1511) que combatirían en Italia contra los de Ferrara, de Florencia, y de Luis XII de Francia.

Bolonia y Rávena

El 2 de noviembre de 1511, con Cardona al frente y Navarro como general de infantería, partió de Nápoles una expedición con la intención de desalojar a los franceses de Bolonia. Antes de iniciar el cerco a esta ciudad, el roncalés se encarga de rendir, primero con minas y luego con la infantería, la fortaleza de Genivolo (fines de diciembre de 1511). Se inició después (16 de enero de 1512) el mencionado asedio mediante la artillería, al tiempo que Navarro intenta volar los muros de la ciudad. Sin embargo, debido a la humedad, el frío, la nevada del momento, y el terreno blando y poroso sobre el que estaban, las minas no funcionaron. Cuando Gastón de Foix-Nemours, capitán general de los franceses en Italia, logró reforzar la defensa con 10.000 hombres, Cardona juzgó ya imposible la toma de Bolonia y ordenó levantar el sitio.

El siguiente efrentamiento de importancia entre Foix y Cardona fue la batalla de Rávena (11 de abril de 1512). El francés realizó una maniobra envolvente que le permitió abrir fuego de artillería de lleno sobre la caballería pesada aliada, causándole cuantiosas bajas, y provocando que Fabricio Colona, al mando de ella, lanzara un ataque a la desesperada sobre su homóloga francesa. Los de Colona, junto a la caballería ligera del marqués de Pescara que acudió a socorrerles, fueron arrollados por la experimentada caballería pesada francesa, muy superior en el terreno llano en que tuvo lugar el choque. Viendo la batalla perdida, Cardona huyó junto con las tropas de retaguardia.

La infantería española, en primera línea y bajo el mando de Navarro, mantuvo la posición, y consiguió resistir sucesivos embates de la infantería enemiga: de mercenarios lansquenetes, de la francesa, y de la de Ferrara. Foix reagrupó todas las tropas y lanzó con ellas un nuevo ataque. Siendo imposible rechazarlo esta vez, Navarro organizó una retirada ordenada. En una carga de caballería contra los hombres que la cubrían murió el propio Foix. El conde de Oliveto fue herido y capturado por un soldado enemigo.

Paradójicamente, la batalla de Rávena se saldó con más bajas en el bando vencedor francés. De hecho, de no ser por la actuación de Cardona, la victoria habría sido para la Liga, ya que después de que Navarro consiguiera solventar la situación adversa, las tropas de la tercera línea con las que huyó el virrey podrían haber realizado un contrataque definitivo. A pesar de ello, Cardona y otros generales culparon al roncalés de la derrota, recriminándole que no hubiera atacado desde el principio (cubriendo así también a la caballería) en vez de esperar.

Navarro quedó prisionero del duque de Longueville, que pidió por él un rescate de 20.000 escudos de oro y le recluyó en su castillo de Loches (octubre de 1512). Fernando el Católico intentó su liberación sin pagar dicha cantidad, primero por la fuerza, cosa que impidió la guardia del castillo, y después diplomáticamente (también sin éxito), aprovechando las treguas firmadas con Francia.

Al servicio de Francia

Francisco I, yerno y sucesor de Luis XII, consciente del valor y la inteligencia de Navarro, le propuso en 1515 entrar a su servicio con el cargo de general. Este acepta la oferta, dado que durante tres años el rey de España no quiso pagar el rescate que Longueville pedía, y devolvió el título de conde de Oliveto (que luego el monarca adjudicaría a Ramón de Cardona).

Navarro empezó su nueva labor reclutando veinte compañías de gascones, vascos y navarros para apoyar una nueva incursión francesa en Italia. En el verano de 1515 un numeroso ejército (50.000 soldados) cruza los Alpes, toma con facilidad Novara, Vigevano y Pavía, y se dispone a controlar totalmente el Milanesado. En la Batalla de Marignano (13-14 de septiembre de 1515) la infantería francesa que él mandaba se impuso a la suiza gracias al orden y disciplina de fuego que estableció en las hileras de arcabuceros y ballesteros. El 4 de octubre derrumbó con artillería y minas los muros del Castillo Sforza de Milán en el que resistía el duque Maximiliano, aunque durante la acción fue herido en la cabeza por una esquirla de piedra.

Cae prisionero de los españoles en Génova (1522), pero es liberado en 1526 gracias al tratado de Madrid.

Vuelve a caer prisionero al retirarse los franceses de Nápoles, y fallece prisionero en el Castel Nuovo.

En Pamplona (Navarra) una céntrica calle de la ciudad recibe el nombre de "Conde de Oliveto".

Bibliografía

Enlaces externos