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Esencialismo de género

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De acuerdo con la teoría feminista así como con los estudios de género, el esencialismo de género es la atribución de una cualidad fija a las mujeres.[1]​ Se da por sentado que la naturaleza es universal y se identifica normalmente con aquellas características consideradas a su vez como únicamente femeninas.[1]​ Estas ideas de feminidad se suelen mezclar en el campo biológico junto con ciertas características psicológicas, como el cuidado alimentario, la empatía, el apoyo o afecto, la no competitividad, etc.[1]​ En 1995, Elizabeth Grosz, teórica feminista, publica el libro Space, time and perversion: essays on the politics of bodies, en el que argumenta que «el esencialismo supone la creencia de que las mujeres comparten desde el principio de los tiempos características definidas como "esencia o naturaleza de mujer". Ello implica una restricción de las posibilidades que existen para cambiar, pues no es posible para una mujer actuar de manera contraria a su esencia, ya que en su naturaleza subyacen todas las variaciones aparentes que diferencian a las mujeres entre sí. Por ello, el esencialismo trata de la existencia de un rasgo fijo, cuyos atributos se han impuesto y cuyas actividades ahistóricas limitan las posibilidades de cambio y, por consiguiente, de reorganización de la sociedad».[1]

Por otra parte, el «biologismo» es una forma particular de esencialismo que define la naturaleza de las mujeres en relación con sus capacidades biológicas.[1]​ Esta forma de esencialismo se basa en una forma de reduccionismo, esto es, que los factores sociales y culturales son los efectos de las causas biológicas.[1]​ El reduccionismo biológico sostiene que las diferencias anatómicas y psicológicas (especialmente aquellas que se refieren a las reproductivas), propias de los varones y de las mujeres, determinan tanto el significado de masculinidad y feminidad como los diferentes roles de los varones y de las mujeres en la sociedad.[2]​ El «biologismo» utiliza las funciones de reproducción, alimentación, neurología, neurofisiología y endocrinología para limitar las posibilidades sociales y psicológicas de las mujeres de acuerdo con unos límites biológicos establecidos.[1]​ Esta disciplina afirma que la ciencia de la biología constituye una definición inmutable de identidad, la cual equivale a una forma social de contención de la mujer.[1]​ El naturalismo también forma parte del sistema del esencialismo donde se propone una naturaleza fija a las mujeres a través de medios de base teológica u ontológica más que biológica. Un ejemplo de ello podría ser la afirmación de que la naturaleza de la mujer es un atributo otorgado por Dios, o las invariantes ontológicas en el existencialismo de Sartre o en el psicoanálisis de Freud que distinguen los sexos basándose en el hecho de que «el sujeto humano es de alguna forma libre o de que la posición social del sujeto es una función de su morfología genital (tanto para el varón como para la mujer)».[1]​ Estos sistemas se utilizan para homogeneizar a las mujeres en una única categoría y para reforzar la idea de una oposición varón-mujer.[1]

A mediados del siglo XX se propusieron alternativas al esencialismo de género. Durante el feminismo de la segunda ola, Simone de Beauvoir y otras feministas de los años sesenta y setenta teorizaron que las diferencias de género se construían socialmente. En otras palabras, las personas van conformando las diferencias de género a través de su experiencia del mundo social. Más recientemente, Judith Butler teorizó que las personas construyen el género al interpretarlo

La interrupción del esencialismo de género

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Judith Butler y la performatividad de género

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La teoría de la performatividad de género de Judith Butler puede verse como un medio para mostrar «las formas en que las concepciones reificadas y naturalizadas de género podrían entenderse como constituidas y, por lo tanto, capaces de constituirse de manera diferente».[3]​ Butler utiliza la teoría fenomenológica de los actos propugnada por Edmund Husserl, Maurice Merleau-Ponty y George Herbert Mead, que busca explicar la manera mundana en la que «los agentes sociales constituyen la realidad social a través de los gestos del lenguaje y toda clase de signo social simbólico»,[3]​ para crear su concepción de la performatividad de género. Esta comienza citando a Simone de Beauvoir:

«... no se nace mujer, se llega a serlo».
[4]

Esta afirmación distingue el sexo del género, lo que sugiere que el género es un aspecto de la identidad que se adquiere gradualmente.[5]​ Esta distinción entre sexo, como los aspectos anatómicos y fácticos del cuerpo femenino, y el género, como el significado cultural que forma el cuerpo y los diversos modos de articulación corporal, significa que «ya no es posible atribuir los valores o funciones sociales de las mujeres a la necesidad biológica».[5]​ Butler interpreta esta afirmación como una apropiación de la doctrina de los actos constitutivos de la tradición de la fenomenología.[3]​ A través de esta comprensión, Butler concluye que «el género no es de ninguna manera una identidad estable o fuente de acción de donde proceden diversos actos; en cambio, es una identidad constituida débilmente en el tiempo: una identidad instituida a través de la esterilización del cuerpo y, por lo tanto, debe entenderse como la manera mundana en la que los gestos, movimientos y representaciones corporales de diversos tipos constituyen la ilusión de un yo de género permanente».[3]​ Candace West y Sarah Fenstermaker también conceptualizan el género «como un logro rutinario, metódico y continuo, que involucra un complejo de actividades perceptuales, interaccionales y micropolíticas que arrojan particulares búsquedas como expresiones de 'naturalezas' varoniles y femeninas» en su obra de 1995 Doing Difference.[6]

Esto no significa que se niegue la naturaleza material del cuerpo humano, sino que se reencuentre como algo separado del proceso por el cual «el cuerpo adquiere significados culturales».[3]​  Por consiguiente, la esencia del género no es natural porque el género en sí mismo no es un hecho natural.[3][5]​ El género es el resultado de la sedimentación de actos corporales específicos que se han inscrito a través de la repetición y rearticulación a lo largo del tiempo en el cuerpo.[3]

«Si la realidad del género está constituida por su propia interpretación, entonces no existe el recurso a un 'sexo' o 'género' esencial que las interpretaciones de género aparentemente manifiestan».
[3]

Posestructuralismo

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El posestructuralismo, según Butler, se refiere a «un campo de prácticas críticas que no se pueden totalizar y, por ende, cuestiona el poder formativo y excluyente de la diferencia sexual».[7]​ Por ello, desde la perspectiva del posestructuralismo, la crítica al esencialismo de género es posible porque esta teoría posestructuralista genera análisis, críticas e intervenciones políticas y abre un imaginario político para el feminismo que, en caso contrario, se habría visto limitado. Un posestructuralismo feminista no determina ninguna posición desde la cual uno puede actuar, sino que ofrece una serie de herramientas y términos para ser «reutilizados y replanteados, expuestos como efectos y herramientas estratégicas y sujetas a una reinscripción y una redistribución críticas».[7]

Exclusión en la teoría feminista

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Interseccionalidad

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El análisis de género ha sido una preocupación para la teoría feminista, pues ha habido muchas maneras de comprender cómo el género aborda el significado.

No obstante, desarrollar tales teorías de género puede ocultar el significado de otros aspectos de las identidades de las mujeres, como la raza, la clase y la orientación sexual, lo cual margina las experiencias y voces de las mujeres de color, las mujeres no occidentales, las mujeres de clase trabajadora, lesbianas y las mujeres transexuales. Como reto para la teoría feminista, el esencialismo se refiere al problema de teorizar sobre el género como una identidad y una marca de distinción. Ello alude a un problema para el concepto de la subjetividad, presupuesto por las teorías feministas de género. Hay argumentos dados principalmente por las feministas de color y lesbianas de que la teoría feminista ha aprovechado la idea del esencialismo de género al usar la categoría de género para apelar a la «experiencia de las mujeres» en su conjunto. Al hacer esto, la teoría feminista hace afirmaciones universales y normalizadoras para y sobre las mujeres, que solo son válidas para mujeres blancas, occidentales, heterosexuales, cisgénero, de clase media (o alta), pero lo que implica son situaciones, perspectivas y experiencias válidas para todas las mujeres. Patrice DiQuinzio comenta «cómo los críticos de la exclusión ven esto como una función del compromiso de la teoría feminista de teorizar el género exclusivamente y articular las experiencias de las mujeres en términos de género únicamente». En cambio, uno debe reflexionar sobre el feminismo de tal manera que tome en consideración la categoría interconectada de experiencias entre raza, clase, género y sexualidad; un modelo interseccional del pensamiento.

Cuidado materno

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DiQuinzio continúa analizando cómo el esencialismo y la exclusión funcionan en relación con la maternidad. La teoría feminista, que ha utilizado la esencia de la mujer para relacionar la socialización de género con los cuidados maternales exclusivamente de la mujer, como la obra de Nancy Chodorow, puede ser exclusivista y esencialista de la manera en que implica hacer afirmaciones universalizables y normalizadas sobre las madres sin tener en cuenta el contexto social, histórico o cultural.[2]​ Judith Butler asegura que «el esfuerzo por calificar la especificidad femenina mediante el recurso de la maternidad, tanto biológica como social, provoca una división en facciones e incluso una negación por completo del feminismo».[7]​ No todas las mujeres son madres, «algunas no pueden serlo, algunas son demasiado jóvenes o mayores, o eligen no serlo. Para las que son madres, ese no es el punto más importante de su politización en el feminismo».[7]

Transfeminismo

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Además, el esencialismo de género presenta un problema en la teoría feminista a la hora de entender el transfeminismo. En lugar de comprender los estudios sobre las personas transgénero como una subdivisión o subjetividad que se subsume en la categoría de «mujeres», esta tarea se entiende como «la ruptura de esta categoría, sobre todo si esa ruptura requiere una nueva expresión de la relación entre sexo y género, hombre y mujer».[8]​ La subjetividad trans pone en duda lo binario del esencialismo de género porque interrumpe las «taxonomías de género fijas» y esto crea resistencia en los estudios de la mujer que, como disciplina, han dependido históricamente de la invariabilidad de género.[8]​ Las expresiones que existen en las identidades trans ponen fin a la propia posibilidad del esencialismo de género, arruinando lo binario del género, los roles de género y las expectativas.[9]​ En los últimos años, a través de las obras de transfeministas como Sandy Stone, se ha iniciado la teoría sobre las mujeres trans y su inclusión dentro de los espacios feministas, al igual que se ha hecho en relación con la raza, la clase, la sexualidad y la capacidad históricamente.

Desarrollo infantil

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Las categorías sociales, como el género, a menudo se esencializan no solo por los adultos, sino también por los niños, ya que se les inculca a estos últimos las creencias esencialistas sobre las preferencias e indicios de género.[10]​ Los defensores del esencialismo de género sugieren que los niños de entre 4 y 10 años muestran una inclinación por apoyar la función de la naturaleza en las propiedades de los estereotipos de género decisivos, una «preferencia temprana para considerar las categorías de género como lo predictivo de la necesidad» que poco a poco disminuye a medida que pasan los años de educación primaria.[11]​ Otro indicador del esencialismo de género en el desarrollo infantil es el modo en que empiezan a utilizar la manifestación del esencialismo como una herramienta para razonar y percibir los estereotipos de género desde los 24 meses.[12]

Referencias

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  1. a b c d e f g h i j Grosz, Elizabeth (1995). Space, time and perversion: essays on the politics of bodies (en inglés). Nueva York: Routledge. ISBN 9780415911368. 
  2. a b Diquinzio, Patrice (1993). Exclusion and essentialism in feminist theory: the problem of mothering (en inglés). Hypatia: A journal of Feminist Philosophy. pp. 1-20. 
  3. a b c d e f g h Butler, Judith (Diciembre de 1988). Performative acts and gender constitution: an essay in phenomenology and feminist theory (en inglés). Johns Hopkins University Press. p. 519–531. 
  4. de Beauvoir, Simone (2015 [1949]). Vintage Classic, ed. The second sex (en inglés). Londres. ISBN 9781784870386. 
  5. a b c Butler, Judith (1986). «35-49». Sex and gender in Simone de Beauvoir's Second Sex (en inglés). Yale University Press. 
  6. West, Candace; Fenstermaker, Sarah (Febrero de 1995). «Doing difference». Gender & Society (en inglés) (Sage) 9 (1): 8-37. 
  7. a b c d Butler, Judith; Scott, Joan Wallach (1992). New York Oxfortshire, ed. Feminists theorize the political (en inglés). England: Routledge. ISBN 9780203723999. 
  8. a b Salamon, Gayle (2008). «Transfeminism and the future of gender». Women's studies on th edge. Durham: Duke University Press. ISBN 9780822389101. 
  9. Jakubowski, Kaylee (9 de marzo de 2015). «No, the existence of trans people doesn't validate gender essentialismw». Everyday Feminism. 
  10. Meyer, Meredith; Gelman, Susan A. (Noviembre de 2016). «Gender essentialism in children and parents: implications for the development of gender stereotyping and gender-typed preferences». Sex Roles 75 (9-10): 409-421. doi:10.1007/s11199-016-0646-6. 
  11. Taylor, Morgan G. (agosto de 1996). «The development of children's beliefs about social and biological aspects of gender differences». Child Development 67 (4): 1555-1571. PMID 8890500. doi:10.1111/j.1467-8624.1996.tb01814.x. 
  12. Poulin-Dubois, Diane; Serbin, Lisa A.; Eichstedt, Julie A; Sen, Maya G; Beissel, Clara F. (mayo de 2002). «Men don't put on make-up: toddlers' knowledge of the gender stereotyping of household activities». Social Development 11 (2): 166-181. doi:10.1111/1467-9507.00193.