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Dictablanda de Dámaso Berenguer

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General Dámaso Berenguer.

La dictadura[1]​ de Berenguer, comúnmente denominada «Dictablanda», fue el último periodo de la Restauración borbónica y del reinado de Alfonso XIII en España. En dicho período hubo dos gobiernos: el gobierno del general Dámaso Berenguer, formado en enero de 1930 para que restableciera la «normalidad constitucional» tras la dictadura de Primo de Rivera y el que le siguió un año después, el gobierno del almirante Juan Bautista Aznar, que daría paso a la proclamación de la Segunda República Española.«»

El término dictablanda fue utilizado por la prensa para referirse a la indefinición del gobierno de Berenguer que ni continuó con la dictadura anterior, ni restableció plenamente la Constitución de 1876, ni mucho menos convocó elecciones a Cortes Constituyentes como exigía la oposición republicana.[2]

El «error Berenguer»

Alfonso XIII y el general Primo de Rivera

Alfonso XIII nombró el 28 de enero de 1930 al general Dámaso Berenguer, jefe de su Cuarto Militar, presidente del gobierno, con el propósito de retornar a la «normalidad constitucional». Pero esto ya no era posible si se pretendía enfocar el proceso de transición hacia un régimen liberal, simplemente mediante el restablecimiento de la situación previa al golpe de Estado de 1923, es decir, sin tener en cuenta la vinculación que había existido entre la Corona y la dictadura de Primo de Rivera. Y ese fue el error que cometió el propio rey y su gobierno: intentar volver a la Constitución de 1876, cuando en realidad llevaba ya seis años abolida, porque desde 1923 Alfonso XIII era un rey sin Constitución, y su poder durante ese tiempo no había estado legitimado por ella, sino por el golpe de Estado que el rey aceptó. La monarquía se había vinculado a la dictadura y ahora pretendía sobrevivir cuando la dictadura había caído.[3]

Años después, en 1946, Berenguer publicó en unas memorias un listado de problemas que él identificó cuando Alfonso XIII le encargó la misión de formar Gobierno en 1930:

A las siete de la tarde regresé a Palacio. Poco después de las ocho me llamó el Rey para darme ya oficialmente el encargo de formar Gobierno. Seguidamente di cuenta a su majestad de mis propósitos, primeras gestiones a realizar, y personas a quienes pensaba ofrecer puestos en el Gobierno; (...) A más de la vuelta a la normalidad constitucional en el más breve plazo posible, imperativo inmediato de aquellas circunstancias, aparecían también otros problemas que habían de abordarse (...) Interesaba a la defensa del Régimen, en primer término, la reconstrucción de las organizaciones monárquicas (...) el Universitario: que de las protestas colectivas dentro de los claustros (...) había invadido la calle, en forma más airada justamente en aquellos días; (...) Problema de origen profesional ante el que permaneció irresoluta la Dictadura, sin extirpar los focos donde partían las iniciativas que lo agudizaban, a pesar de su fuerza coactiva, (...) el problema del Ejército originado, principalmente, por la actitud del Cuerpo de Artillería contra determinadas disposiciones del gobierno (...) Por último (...) el problema de la Hacienda (...) determinando la única crisis que la Dictadura sufrió poco antes de su caída total (...) la depresión de las finanzas del Estado; la tendencia bajista de los valores y de la moneda
Dámaso Berenguer,De la Dictadura a la República, (1946)[4]

Los políticos republicanos y «monárquicos sin rey», así como numerosos juristas, denunciaron que la vuelta a la «normalidad constitucional» era imposible. El jurista Mariano Gómez escribía el 12 de octubre de 1930: «España vive sin Constitución». La dictadura de Primo de Rivera, al violar la Constitución de 1876, había abierto un proceso constituyente, afirmaba Gómez, que solo la nación podía cerrar con un retorno a la normalidad conducido por «un gobierno constituyente, unas elecciones constituyentes, presididas por un poder neutral que no fuera parte beligerante en el conflicto creado por la dictadura, un sistema de libertad y garantías ciudadanas de plenitud constituyente y Cortes con autoridad suprema para crear la nueva legalidad común».[5]

El general Berenguer tuvo muchos problemas para conformar su gobierno porque los partidos dinásticos, el Partido Liberal-Fusionista y el Partido Conservador, después de seis años de dictadura habían dejado de existir, ya que nunca fueron verdaderos partidos políticos sino redes clientelares cuyo único fin era ocupar el poder cada cierto tiempo, gracias al fraude electoral institucionalizado del sistema caciquil.[6]​ A título individual la mayoría de los políticos de los partidos del turno se negaron a colaborar, por lo que Berenguer solo pudo contar con el sector más reaccionario del conservadurismo, que encabezaba Gabino Bugallal. En sus «Memorias de la reserva y apartamiento» se quejó de que las «organizaciones monárquicas… arrastraban una vida lánguida y casi clandestina, acumulando agravios y rencores, reducidas al mantenimiento de sus cuadros en concentrada y airada actitud de protesta».[7]​ Por su parte la Unión Patriótica, el partido único de la dictadura convertida en 1930 en la Unión Monárquica Nacional, y que estaba perdiendo afiliados, tampoco apoyó al gobierno Berenguer por su oposición al régimen constitucional. Así pues, la monarquía no tuvo a su disposición ninguna organización política capaz de conducir el proceso de transición.[8]

La política que llevó adelante el gobierno Berenguer tampoco ayudó a «salvar» a la monarquía. La lentitud con que se fueron aprobando las medidas liberalizadoras, hizo dudar de que el objetivo del gobierno fuera realmente restablecer la «normalidad constitucional». Por eso en la prensa se comenzó a calificar al nuevo poder como «dictablanda».[9]​ Entonces algunos políticos de los partidos dinásticos se definieron como «monárquicos sin rey» (como Ángel Ossorio y Gallardo) y otros se pasaron al campo republicano (Miguel Maura, hijo de Antonio Maura, y Niceto Alcalá Zamora, que fundaron el nuevo partido de la Derecha Liberal Republicana).[7]

José Ortega y Gasset publicó el 15 de noviembre de 1930, en el periódico El Sol, un artículo titulado El error Berenguer. Tuvo una enorme repercusión y finalizaba diciendo: «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia».[10]

En el artículo afirmaba que, tras la dictadura, «el Régimen» había respondido con el gobierno Berenguer,

cuya política significa: Volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más normales, hagamos ‘como si’ aquí no hubiese pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal. Eso es todo lo que el Régimen puede ofrecer, en este momento tan difícil para Europa entera, a los veinte millones de hombres ya maltraídos de antiguo, después de haberlos vejado, pisoteado, envilecido y esquilmado durante siete años. Y, no obstante, pretende, impávido, seguir al frente de los destinos históricos de esos españoles y de esta España (...) Pero esta vez se ha equivocado. Éste es el error Berenguer. Al cabo de diez meses, la opinión pública está menos resuelta que nunca a olvidar la gran viltá [gran vileza, en italiano] que fue la Dictadura. El régimen sigue solitario, acordonado, como leproso en lazareto.

Berenguer declaró en 1946 sobre los artículos de prensa contrarios a su gestión y al Régimen en general:

La Prensa desafecta al Régimen, que era en aquella época la casi totalidad de los periódicos que se publicaban en Madrid, aprovechó la ocasión para imprimir en sus campañas la mayor violencia contra el Gobierno, y aun la que hasta entonces nos había distinguido con su valioso apoyo dió (sic.) acceso en sus columnas a artículos de ataque personal al Jefe del Gobierno, en que se reproducían los insultos que tan pródigamente habían empleado los periódicos de izquierda en sus campañas contra la empresa marroquí, confirmación palmaria de lo solos que nos íbamos quedando.
Dámaso Berenguer,De la Dictadura a la República, (1946)[11]

La pérdida de apoyos políticos y sociales de la Monarquía de Alfonso XIII

A lo largo de 1930 se fueron acumulando todos los síntomas que anunciaban que no sería posible la vuelta a la situación anterior a 1923, porque la Monarquía estaba aislada. Los sectores sociales que siempre la habían apoyado, como los patronos y los empresarios, comenzaron a abandonarla porque desconfiaban de su capacidad para salir de «aquel embrollo». Tampoco dispuso la Monarquía del apoyo de la clase media (la influencia de la Iglesia en este sector estaba reduciéndose sustituida por las ideas democráticas y socialistas), y los intelectuales y los estudiantes universitarios mostraron claramente su rechazo al rey.[12]

Uno de los pocos apoyos con que contaba la Monarquía era la Iglesia católica (que le guardaba reconocimiento por haber restaurado su tradicional posición en la sociedad), pero ésta se hallaba a la defensiva frente a la marea de republicanismo y democracia que estaba viviendo el país.[13]​ El otro apoyo era el Ejército, que acababa de pasar por una experiencia de poder que había abierto brechas en su seno y en un sector del mismo se estaba resquebrajando la fidelidad al rey. «Quizá el ejército nunca participaría como tal en una conjura contra la Monarquía pero tampoco haría nada, llegado el caso, para salvar el trono e incluso no pocos militares se apresuraron a prestar su colaboración a los conspiradores antimonárquicos».[14]

El auge del republicanismo y el Pacto de San Sebastián

Los cambios sociales y de valores que se habían producido en los últimos treinta años no eran nada favorables al restablecimiento del sistema de poder de la Restauración.[15]​ Esto, unido a la identificación que se produjo entre Dictadura y Monarquía, explica el súbito auge del republicanismo en las ciudades. Así, en ese rápido proceso de politización, las clases populares y las clases medias urbanas llegaron a la conclusión (como la Dictadura acababa de demostrar) que Monarquía era igual a despotismo y democracia era igual a República. En 1930 «la hostilidad frente a la Monarquía se extendió como un huracán imparable por mítines y manifestaciones por todas España»;[16]​ «la gente comenzó a echarse alegremente a la calle, con cualquier pretexto, a la menor ocasión, para vitorear a la República».[17]​ A la causa republicana también se sumaron los intelectuales que formaron la Agrupación al Servicio de la República (encabezada por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala).[18]

Archivo:Niceto Alcalá Zamora, presidente de la II República Española.jpg
Niceto Alcalá-Zamora.

El día 17 de agosto de 1930 tuvo lugar el llamado Pacto de San Sebastián en la reunión promovida por la Alianza Republicana en la que al parecer (ya que no se levantó acta escrita de la misma) se acordó la estrategia para poner fin a la Monarquía de Alfonso XIII y proclamar la Segunda República Española. A la reunión asistieron según consta en la «Nota oficiosa» hecha pública al día siguiente, por la Alianza Republicana, Alejandro Lerroux, del Partido Republicano Radical, y Manuel Azaña, del Grupo de Acción Republicana; por el Partido Radical-Socialista, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Ángel Galarza; por la Derecha Liberal Republicana, Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura; por Acción Catalana, Manuel Carrasco Formiguera; por Acción Republicana de Cataluña, Matías Mallol Bosch; por Estat Català, Jaume Aiguader; y por la Federación Republicana Gallega, Santiago Casares Quiroga. A título personal también asistieron Indalecio Prieto, Felipe Sánchez Román, y Eduardo Ortega y Gasset, hermano del filósofo. Gregorio Marañón no pudo asistir, pero envió una «entusiástica carta de adhesión».[19][20]

En octubre de 1930 se sumaron al Pacto, en Madrid, las dos organizaciones socialistas, el PSOE y la UGT, con el propósito de organizar una huelga general que fuera acompañada de una insurrección militar que metiera a «la Monarquía en los archivos de la Historia», tal como se decía en el manifiesto hecho público a mediados de diciembre de 1930. Para dirigir la acción se formó un comité revolucionario integrado por Niceto Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Alejandro Lerroux, Diego Martínez Barrio, Manuel Azaña, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga y Luis Nicolau d'Olwer, por los republicanos, e Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos y Francisco Largo Caballero, por los socialistas.[21]​ La CNT, por su parte, continuaba su proceso de reorganización (aunque al levantarse su prohibición sólo se le dejó reconstituirse a nivel provincial), y de acuerdo con su ideario libertario y «antipolítico» no participó en absoluto en la conjunción republicano-socialista, por lo que continuaría actuando en la práctica como un «partido antisistema» de izquierda revolucionaria.[8]

El fracaso del primer asalto a la Monarquía

El comité revolucionario republicano-socialista, presidido por Alcalá-Zamora, que celebraba sus reuniones en el Ateneo de Madrid, preparó la insurrección militar que sería arropada en la calle por una huelga general. Este recurso a la violencia y a las armas para alcanzar el poder y cambiar un régimen político lo había legitimado el propio golpe de estado que trajo la Dictadura.[22]​ A mediados de diciembre de 1930 el comité hizo público un manifiesto que decía:

¡ESPAÑOLES! Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular que demanda justicia y un impulso que nos mueve a procurarla. Puestas sus esperanzas en la República, el pueblo está ya en la calle. Para servirle hemos querido tramitar la demanda por los procedimientos de la ley, y se nos ha cerrado el camino. (…) Seguros estamos de que para sumar a los nuestros sus contingentes se abrirán las puertas de los talleres y las fábricas, de los despachos, de las Universidades, hasta de los cuarteles. Venimos a derribar la fortaleza en que se ha encastillado el poder personal, a meter la Monarquía en los archivos de la Historia y a establecer la República sobre la base de la soberanía nacional representada en una Asamblea Constituyente. Entre tanto, nosotros, conscientes de nuestra misión y nuestra responsabilidad, asumimos las funciones del Poder Público con carácter de Gobierno provisional. ¡Viva España con honra! ¡Viva la República!

Sin embargo, la huelga general no llegó a declararse y el pronunciamiento militar fracasó fundamentalmente porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández sublevaron la guarnición de Jaca el 12 de diciembre, tres días antes de la fecha prevista. Estos hechos se conocen como la «Sublevación de Jaca» y los dos capitanes insurrectos fueron sometidos a un consejo de guerra sumarísimo y fusilados. Este hecho movilizó extraordinariamente a la opinión pública en memoria de estos dos «mártires» de la futura República.[18]

El gobierno del almirante Aznar y la caída de la Monarquía

A pesar del fracaso de la acción en favor de la República dirigida por el comité revolucionario —cuyos miembros fueron detenidos o huyeron fuera del país o bien se escondieron—, el general Berenguer se sintió obligado a restablecer la vigencia del artículo 13 de la Constitución de 1876 (que reconocía las libertades públicas de expresión, reunión y asociación)[23]​ y convocar por fin las elecciones generales para el 1 de marzo de 1931 con el objetivo de «llegar a constituir un Parlamento que, enlazando con las Cortes anteriores a la última etapa [la Dictadura de Primo de Rivera] restableciera en su plenitud el funcionamiento de las fuerzas cosoberanas [el rey y las Cortes] que son eje de la Constitución de la Monarquía Española».[24]​ No se trataba, pues, ni de Cortes Constituyentes, ni de unas Cortes que pudieran acometer la reforma de la Constitución, por lo que la convocatoria no encontró ningún apoyo, ni siquiera entre los monárquicos de los partidos del turno.[25]

El fracaso de Berenguer obligó al rey Alfonso XIII a buscar un sustituto. El 11 de febrero llamó a Palacio al líder catalanista Francesc Cambó, con quien ya se había entrevistado discretamente en Londres el 1 de julio del año anterior. Así contó Cambó lo que habló con el rey aquel día:[26]

Le encontré hondamente preocupado pero razonando fríamente, cosa que no se acostumbra a producir en él más que en los momentos difíciles. Me pregunta por la significación del Gobierno que debía formar y yo le respondo, sin vacilar, que debía ser de izquierda. Me pregunta después si a mi entender debía llamar a Santiago Alba y le contesto que sí. Me consultó sobre la conveniencia de acelerar la convocatoria de unas Cortes Constituyentes y le contesté que no creía que nadie aceptase el poder sin esta condición, añadiéndole que no eran los momentos aquellos para imponer si no para aceptar.
Entonces me dice que está amargado y decepcionado y que siente a menudo el deseo de irse de España. Me pregunta qué me parecería si convocase un plebiscito para que el pueblo dijese con un sí o con un no si había de dejar la corona. Le respondí que puedo avanzarle el resultado: que éste sería en una gran mayoría en el sentido que dejase la corona.

El 13 de febrero de 1931 el rey Alfonso XIII puso fin a la «dictablanda» del general Berenguer y nombró nuevo presidente al almirante Juan Bautista Aznar —de quien se dijo entonces jocosamente que procedía «políticamente de la luna, geográficamente de Cartagena», en referencia a su escaso peso político—[27]​, tras intentar sin éxito que aceptara el cargo el liberal Santiago Alba y el conservador «constitucionalista» Rafael Sánchez Guerra —quien se entrevistó con los miembros del «comité revolucionario» que estaban en la cárcel para pedirles que participaran en su gabinete, a lo que éstos se negaron: «Nosotros con la Monarquía nada tenemos que hacer ni que decir», le respondió Miguel Maura—.[28]​ Aznar formó un gobierno de «concentración monárquica» en el que entraron viejos líderes de los partidos liberal y conservador —el rey sólo aceptó la presencia de los «leales a mi persona»—[29]​, como el conde de Romanones, Manuel García Prieto, Gabriel Maura Gamazo, hijo de Antonio Maura, y Gabino Bugallal.[18]​ También formó parte del gabinete un miembro de la Lliga Regionalista Joan Ventosa, con el objetivo, según relató Cambó un año después, de «obtener para la causa de Cataluña lo que no había podido alcanzarse hasta entonces». Para Santiago Alba, era un gobierno que respondía a «la servidumbre palatina»: «no nos dejemos engañar una vez más por el digno heredero de Fernando VII». El rey confiaba en ese gobierno para salvar la situación, como pudo comprobar Cambó en la nueva entrevista que mantuvo con él el 24 de febrero: «Lo encontré viviendo en el mejor de los mundos, sin darse cuenta de la debilidad del gobierno, que era la base de su sostén».[30]

El nuevo gobierno de Aznar propuso un nuevo calendario electoral: se celebrarían primero elecciones municipales el 12 de abril, y después elecciones a Cortes que tendrían «el carácter de Constituyentes», por lo que podrían proceder a la «revisión de las facultades de los Poderes del Estado y la precisa delimitación del área de cada uno» (es decir, reducir las prerrogativas de la Corona) y a «una adecuada solución al problema de Cataluña».[31]

El 20 de marzo, en plena campaña electoral, se celebró el consejo de guerra contra el «comité revolucionario» que había dirigido el movimiento cívico-militar que había fracasado tras la sublevación de Jaca. El juicio se convirtió en una gran manifestación de afirmación republicana y los acusados recuperaron la libertad.[32]

Proclamación de la Segunda República.

Todo el mundo entendió las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 como un plebiscito sobre la Monarquía, por lo que cuando se supo que las candidaturas republicano-socialistas habían ganado en 41 de las 50 capitales de provincia (era la primera vez en la historia de España que un gobierno era derrotado en unas elecciones, aunque en las zonas rurales habían ganado los monárquicos porque el viejo caciquismo seguía funcionando),[33]​ el comité revolucionario hizo público un comunicado afirmando que el resultado de las elecciones había sido «desfavorable a la Monarquía [y] favorable a la República» y anunció su propósito de «actuar con energía y presteza a fin de dar inmediata efectividad a [los] afanes [de esa España, mayoritaria, anhelante y juvenil] implantando la República». El martes 14 de abril se proclamó la República desde los balcones de los ayuntamientos ocupados por los nuevos concejales y el rey Alfonso XIII se vio obligado a abandonar el país. Ese mismo día el «comité revolucionario» se convirtió en el Primer Gobierno Provisional de la Segunda República Española.[34]

Composición

Composición del Gobierno[35]
Cargo Titular Inicio Fin Partido Político
Presidente del Consejo de Ministros Dámaso Berenguer 30 de enero de 1930 18 de febrero de 1931 Militar
Ministro del Ejército 30 de enero de 1930 18 de febrero de 1931
Ministro de Estado Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó Archivo:17th Duke of Alba in London.jpg 30 de enero de 1930 18 de febrero de 1931 independiente
Ministro de Justicia y Culto
(desde 1930 Ministro de Gracia y Justicia)
José Estrada y Estrada 30 de enero de 1930 25 de noviembre de 1930 consevador
Joaquín de Montes y Jovellar 25 de noviembre de 1930 18 de febrero de 1931 conservador
Ministro de Hacienda Manuel de Argüelles 30 de enero de 1930 20 de agosto de 1930 conservador
Julio Wais San Martín 20 de agosto de 1930 18 de febrero de 1931 conservador
Ministro de Marina Salvador Carvia Caravaca 30 de enero de 1930 18 de febrero de 1931 Militar
Ministro de la Gobernación Enrique Marzo Balaguer 30 de enero de 1930 25 de noviembre de 1930 Militar
Leopoldo Matos y Massieu 25 de noviembre de 1930 18 de febrero de 1931 conservador
Ministro de Fomento Leopoldo Matos y Massieu 30 de enero de 1930 18 de febrero de 1931 conservador
José Estrada y Estrada 30 de enero de 1930 25 de noviembre de 1930 consevador
Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó Archivo:17th Duke of Alba in London.jpg 30 de enero de 1930 24 de febrero de 1930 independiente
Elías Tormo 24 de febrero de 1930 18 de febrero de 1931 conservador
Ministro de Trabajo y Previsión Pedro Sangro y Ros de Olano 30 de enero de 1930 18 de febrero de 1931 independiente
Ministro de Economía Nacional Manuel de Argüelles
(interino)
30 de enero de 1930 3 de febrero de 1930 conservador
Julio Wais San Martín 3 de febrero de 1930 20 de agosto de 1930 conservador
Luis Rodríguez de Viguri 20 de agosto de 1930 18 de febrero de 1931 conservador

Gabinete

Referencias

  1. Real Academia Española. «dictablanda». Diccionario de la lengua española (23.ª edición). 
  2. García Queipo de Llano, 1997, p. 126-131.
  3. García Queipo de Llano, 1997, p. 126. "El error fundamental que cometió Berenguer consistió en no haber comprendido que la misma existencia de la dictadura probaba, sin lugar a dudas, que no podía restablecerse la situación previa al golpe de Estado"
  4. Berenguer, Dámaso (1975). De la dictadura a la República. Giner. pp. 35-37. ISBN 9788472730632. 
  5. Juliá, 1999, p. 13.
  6. Juliá, 1999, p. 69-70. "No que los caciques hubieran desaparecido, sino que el caciquismo dejó de ser la trama social sobre la que se elevaba el poder político. Los caciques seguían ahí, y podían manipular el voto rural, pero si las urnas se volvían a abrir, las mayorías se expresarían en las ciudades, donde la manipulación caciquil tropezaba con mayores obstáculos"
  7. a b García Queipo de Llano, 1997, p. 126.
  8. a b García Queipo de Llano, 1997, p. 129.
  9. García Queipo de Llano, 1997, p. 126. "Esta lentitud hizo que cada mes que pasaba supusiera un deterioro de su popularidad, hasta tal punto que es muy posible que una mayor decisión y rapidez hubiera evitado el abandono de la monarquía por parte de algunos políticos"
  10. Ortega y Gasset, José (15 de noviembre de 1930). «El error Berenguer». El Sol. Consultado el 20 de marzo de 2015. 
  11. Berenguer, Dámaso (1975). De la dictadura a la República. Giner. p. 214. ISBN 9788472730632. 
  12. Juliá, 1999, p. 70. "Es significativo que las personalidades de la vida industrial y mercantil consultadas sobre su eventual participación como candidatos en las elecciones que el general Berenguer tardó un año en convocar respondieran negativamente al saber que la oposición republicana y socialista se abstendría"
  13. Juliá, 1999, p. 70.
  14. Juliá, 1999, p. 71. "Con los militares le ocurrió al rey Alfonso XIII algo similar a lo que había pasado con los políticos. Su personal gusto por el mando, la concepción de su función como “rey soldado”, las aventuras coloniales, su recurso al ejército para mantener el orden público y el paso decisivo de utilizar la corporación militar para el gobierno del Estado acabaron por crear en amplios sectores militares una extendida desafección cuando no una clara hostilidad hacia el monarca. El arma de artillería nunca volvió a manifestarse leal al Rey"
  15. Juliá, 1999, p. 71-72. "Tras la Gran Guerra comenzaron a difundirse los elementos que conforman la cultura cívica: exigencia de mayor representación, y de erradicación de la corrupción electoral y del clientelismo, avanzado proceso de secularización de la vida y pérdida en el ámbito urbano de los valores tradicionales de deferencia vinculados al poder de la Iglesia y de la aristocracia, aparición de los primeros partidos de masas [el carlista, el radical, el socialista, la Lliga o el PNV] y de grandes sindicatos [CNT y UGT], presencia pública de elites intelectuales. La Restauración por el contrario, sólo podía sostenerse en una sociedad predominantemente rural, con miles de núcleos aislados de población, con un limitado mercado nacional y, sobre todo, con reducidas y poco organizadas clase media urbana y clase obrera"
  16. Casanova, 2007, p. 3.
  17. Juliá, 1999, p. 74.
  18. a b c García Queipo de Llano, 1997, p. 130.
  19. Juliá, 1999, p. 25;129.
  20. Avilés Farré, 2006, pp. 67-68 y 95-96.
  21. Juliá, 1999, p. 26.
  22. Juliá, 1999, p. 69. "Todo el mundo entendió que recurrir a las armas para conquistar el poder estaba de nuevo permitido; la imagen de los comités revolucionarios y el pueblo en la calle, unidos en su común propósito contra el Rey recuperó su empañado prestigio"
  23. «[...] mientras dure el próximo proceso electoral [...]: «Real Decreto n.º 596» (PDF). Gaceta de Madrid (39): 723. 8 de febrero de 1931. Consultado el 25 de marzo de 2015. 
  24. «Real Decreto n.º 597» (PDF). Gaceta de Madrid (39): 724. 8 de febrero de 1931. Consultado el 25 de marzo de 2015. 
  25. Juliá, 1999, p. 26-27.
  26. De Riquer, 2013, p. 168.
  27. De Riquer, 2013, p. 170.
  28. Casanova, 2007, p. 13.
  29. De Riquer, 2013, p. 169.
  30. De Riquer, 2013, p. 169-171.
  31. Juliá, 1999, p. 27-28.
  32. Casanova, 2007, p. 14.
  33. García Queipo de Llano, 1997, p. 131.
  34. Juliá, 1999, p. 28.
  35. Orden de los ministerios en función de preferencia por creación

Bibliografía



Predecesor:
Directorio civil

30 de enero de 1930-18 de febrero de 1931
Sucesor:
Gobierno de Juan Bautista Aznar-Cabañas


Predecesor:
Dictadura de Primo de Rivera

Periodos de la Historia de España

Dictablanda del general Dámaso Berenguer
Sucesor:
Gobierno Provisional de la Segunda República Española