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Ixión

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Ixión (1632), por José de Ribera (Museo del Prado).

En la mitología griega, Ixión (en griego antiguo Ἰξίων Ixiôn) era uno de los lápitas, y rey de Tesalia. Era hijo de Flegias (según Eurípides), de Leonte (Higino) o de Antión (Esquilo).

Matanza de Deyoneo

Ixión prometió a Deyoneo un valioso regalo si le permitía casarse con su hija Día, pero nunca cumplió su promesa, por lo que su suegro, en compensación, le tomó en prenda sus yeguas. Ixión, disimulando su resentimiento, invitó a Deyoneo a una fiesta en Larissa, prometiéndole el pago y una vez que lo tuvo en su casa, lo arrojó a un foso lleno de carbones ardiendo. Este crimen, que vulneraba las leyes sagradas de la hospitalidad horrorizó tanto a los reyes vecinos que ninguno quiso purificarle, obligando a Ixión a vivir escondido y huyendo del trato de los demás.

Intento de seducción de Hera

Ixión y Néfele (1615), por Pedro Pablo Rubens.

Abandonado y aborrecido por todos a causa del asesinato de Deyoneo, imploró perdón al dios Zeus, que se apiadó de él acordándose de que hasta los mismos dioses hacían locuras por amor y, purificándole, le invitó a la mesa de los dioses. Pero Ixión, lejos de estar agradecido, intentó seducir o violar a Hera, la mujer de su propio anfitrión, que indignada se lo contó a su marido. Zeus no podía creer que un humano al que había dado su perdón y cobijo fuera capaz de tamaño atrevimiento, por lo que para probar si sus intenciones eran verdaderas, creó una nube con la forma de su mujer, y la hizo aparecer ante Ixión, que cayó en la trampa. De la unión de Ixión y la falsa Hera, llamada Néfele, nació el niño Centauro, que cuando llegó a adulto engendró con yeguas de Magnesia la raza de los hombres-caballo, que por eso eran llamados ixiónidas.

Castigo

Zeus, aunque enfurecido, pensó que beber el néctar de los dioses había trastocado a Ixión, por lo que se conformó con desterrarlo. Pero cuando vio que el ingrato presumía de haber seducido a Hera, lo mató con un rayo (la única forma de morir que tenían los que habían probado la ambrosía), y lo condenó al Tártaro, donde Hermes le ató con serpientes a una rueda ardiente que daba vueltas sin cesar. Solo descansó de su tormento el tiempo que Orfeo estuvo en los infiernos, pues su maravilloso y hermoso canto hizo que se parara la rueda.

Véase también

Bibliografía

Enlaces externos