Diferencia entre revisiones de «Primera guerra púnica»
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[[Cartago]], por su parte, se consideraba a sí misma como el poder naval dominante en el mediterráneo occidental. Su ciudad había nacido a partir de una colonia [[fenicia]] en el norte de África, cerca de la actual [[Túnez]], y se había ido convirtiendo de forma gradual en el centro de una civilización cuya hegemonía alcanzaba la costa norteafricana y que se adentraba en territorio africano, controlando también las [[islas Baleares]], [[Cerdeña]], [[Córcega]], un área algo limitada en el sur de la [[península ibérica]] y la parte occidental de [[Sicilia]].<ref>Starr, p. 478</ref> |
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[[Roma]] y Cartago, las grandes potencias del [[Mediterráneo]] occidental, siempre habían mantenido tratados y relaciones amistosas, y de hecho ambas unieron sus fuerzas cuando [[Pirro de Epiro]] desembarcó en el sur de [[Italia]] en el año [[278 a. C.|278 a. C.]] Sin embargo, los intereses de las distintas potencias terminarían desencadenando la inevitable colisión. En particular, la Primera Guerra Púnica comenzaría después de que tanto Roma como Cartago intervinieran en la ciudad de [[Mesina]], ubicada en el punto de Sicilia más cercano al territorio de Roma. |
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== La guerra == |
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Revisión del 16:35 21 ene 2010
Primera Guerra Púnica | ||||
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Guerras púnicas Parte de guerras púnicas | ||||
Principales movimientos de la 1ª Guerra Púnica | ||||
Fecha | 264 al 241 a. C. | |||
Lugar | Mar Mediterráneo | |||
Casus belli | Hegemonía en el mediterráneo occidental | |||
Resultado | Victoria romana | |||
Cambios territoriales | Mar Mediterráneo, Sicilia, Cerdeña. | |||
Beligerantes | ||||
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Comandantes | ||||
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Plantilla:Campaña Primera Guerra Púnica
La Primera Guerra Púnica (264 - 241 a. C.) fue el primero de tres grandes conflictos bélicos entre las dos potencias predominantes del Mediterráneo Occidental, la República romana y la República cartaginesa. Durante 23 años, las dos potencias lucharon por la supremacía en la zona.
Cartago, ubicada en lo que hoy es el norte de Túnez, en África, era el poder dominante en el mediterráneo occidental al comienzo de estos conflictos. Sin embargo, Cartago saldría finalmente derrotada de la guerra, habiendo de ceder Sicilia a los romanos y debiendo soportar unas duras condiciones financieras en el tratado de paz.
El conjunto de guerras entre Roma y Cartago se conocieron como "Guerras Púnicas" debido a que el nombre en latín para los cartagineses era Punici, que a su vez derivaba de Phoenici, en referencia al origen fenicio de los cartagineses.
Antecedentes
A mediados del siglo III a. C., los romanos ya habían logrado hacerse con el control de la totalidad de la península itálica. A lo largo del siglo anterior, los romanos habían logrado popotu cara hp Cartago intervinieran en la ciudad de Mesina, ubicada en el punto de Sicilia más cercano al territorio de Roma.
La guerra
Comienzo de la guerra
En el año 288 a. C. los mamertinos, un grupo de mercenarios italianos de Campania, fueron contratados por Agatocles de Siracusa como guardia de élite mercenaria. A la muerte de éste, en 289 a. C., los mamertinos fracasaron en encontrar a alguien que les ofreciera trabajo. Lograron ser admitidos en la ciudad de Mesene (actual Mesina), en la punta nororiental de la isla de Sicila, pero luego mataron a traición a todos los hombres que habitaban la ciudad y tomaron a sus mujeres como esposas.[1][2] Al mismo tiempo, un grupo de tropas romanas compuestas de ciudadanos campanos "sin derecho a voto" también buscaron tomar el control de Rhegium, en Italia. En 270 a. C., los romanos recuperaron el control de la zona, y castigaron duramente a los supervivientes de la revuelta. Mientras tanto, los mamertinos se dedicaban a saquear las zonas circundantes de Mesena, hasta que se encontraron enfrentados a la ciudad de Siracusa, poder independiente que se encontraba expandiéndose por la isla de Sicilia. El tirano Hierón II de Siracusa derrotó a los mamertinos cerca de Mylae, en el río Longanus,[3] arriconándoles en Mesina, que había sido sitiada por los ejércitos siracusianos.
Tras esa derrota, en el año 264 a. C., los mamertinos acudieron tanto a Roma como a Cartago en busca de ayuda. Los cartagineses hablaron con Hierón, y lograron acordar que éste no llevara a cabo nuevas medidas militares a cambio de que los mamertinos aceptasen una guarnición cartaginesa en Mesana. Ya fuese porque no les gustaba la idea de la guarnición cartaginesa, o bien convencidos de que la reciente alianza entre Roma y Cartago contra el rey Pirro reflejaba unas relaciones cordiales entre ambas potencias, el hecho es que los mamertinos solicitaron a Roma una alianza, buscando con ello mayor protección. Sin embargo, la rivalidad entre Roma y Cartago había ido creciendo desde la guerra contra Pirro, y una alianza entre ambas potencias ya no era factible.[4]
En ese momento la isla está dividida en dos esferas de influencia: la parte oeste y central, dominada por Cartago, y la parte oriental, de ascendencia e influencia griega. Los griegos están capitaneados por la polis de Siracusa, que acaba de nombrar rey a Hierón II.
Por otro lado, y tras la llegada de la embajada mamertina solicitando ayuda, tuvo lugar un considerable debate en Roma sobre la aceptación o no de las solicitud de ayuda de los mamertinos, la cual implicaba entrar en guerra con Cartago. Por otro lado, y aunque todavía se encontraban recuperándose de la insurrección de Rhegium, los romanos eran reticentes a enviar ayuda a soldados que habían robado injustamente una ciudad de manos de sus propietarios originales, pero tampoco deseaban ver incrementar todavía más el poder cartaginés en Sicilia. Dejar a los cartagineses solos en Mesana implicaba permitirles enfrentarse directamente con Siracusa, único obstáculo que les quedaba antes de tener el control total de la isla.[5] El Senado romano finalmente decidió plantear el asunto ante la Asamblea popular, en dónde se tomó la decisión de responder a la llamada de los mamertinos.[6][7] Según Goldsworthy, la aprobación por parte de la Asamblea popular debe entenderse impulsada por los ciudadanos más prósperos de la época, incluyendo al orden ecuestre y al propio cónsul Apio Claudio Caudex. El cónsul buscaría la gloria militar de una guerra que él dirigiría, siendo la primera que se libraría al otro lado del mar. El resto de ciudadanos acaudalados se beneficiarían a través de los contratos para abastecer y equipar el ejército y a través de la revitalización del mercado de esclavos gracias a los prisioneros capturados en guerra.[8]
En esa época, no podría hallarse dos estados con más contrastes que Roma y Cartago:
- Roma era un país de campesinos que en caso de necesidad se convertían en soldados, con un alto nivel de patriotismo; Cartago era un país de latifundistas que se veía obligado a contratar mercenarios para su ejército, interesados nada más en el botín.
- Roma no tenía colonias ni posesiones de ultramar a las cuales explotar para obtener recursos; Cartago tenía un imperio colonial que abarcaba la mayor parte del norte de África, la mitad meridional de España, las islas Baleares, Cerdeña, Córcega y la parte occidental de Sicilia, cuyas poblaciones no tenían ningún derecho y eran explotadas.
- Como consecuencia de lo anterior, los ingresos del tesoro romano eran magros; los ingresos del tesoro cartaginés eran inmensos.
- Roma no tenía flota de batalla; Cartago era la potencia naval que dominaba todo el Mediterráneo occidental, con una de las mayores y mejores flotas del mundo.
Guerra en tierra
Guerra en Sicilia
Sicilia es una isla semi montañosa, con obstáculos geográficos y terrenos difíciles de practicar que dificultaban las líneas de comunicación. Por este motivo, la guerra terrestre sólo tuvo un papel secundario en la Primera Guerra Púnica. Las operaciones en tierra quedaban confinadas a pequeñas escaramuzas u operaciones de saqueo, con pocas batallas campales. Los asedios y los bloqueos eran las operaciones a gran escala más comunes, y los principales objetivos de esos bloqueos eran los puertos importantes, dado que ni Cartago ni Roma tenían ciudades en Sicilia y ambas necesitaban recibir continuos refuerzos y comunicaciones con sus lugares de origen.
La guerra terrestre en Sicilia comenzó con el desembarco romano en Mesana en 264 a. C. A pesar de la ventaja inicial de Cartago en cuanto a capacidad militar naval, el desembarco romano no encontró prácticamente ninguna oposición. Dos legiones comandadas por Apio Claudio Caudex desembarcaron en Mesana, en dónde los mamertinos había expulsado previamente a la guarnición cartaginesa comandada por un tal Hannón (sin relación con Hannón el Grande).[9] La estrategia inicial de Roma era eliminar a Siracusa como enemigo y por ello, desde Mesana, los romanos marcharon al sur, mientras que diversas ciudades por el camino abandonaban el bando cartaginés para aliarse con Roma.[10] Tras un breve asedio sin ayuda cartaginesa a la vista, Siracusa optó por firmar la paz con los romanos.[11] Junto con Siracusa, varias otras ciudades cartaginesas más pequeñas decidieron también pasarse al bando romano.[11]
Según los términos del tratado firmado con Hierón, Siracusa se convertiría en aliado romano y pagaría una pequeña indemnización de unos 100 talentos de plata. Sin embargo, probablemente lo más importante del tratado era que Siracusa aceptaba ayudar al ejército romano en Sicilia mediante su aprovisionamiento.[11] Esto permitía a Roma mantener un ejército provisionado en la isla de Sicilia sin depender para ello de una ruta de aprovisionamiento marítima a merced de un enemigo con superioridad naval.[11][12] Por otro lado, las buenas relaciones de Hierón con Roma le permitirán mantener una relativa independencia del reino más allá de la guerra y hasta su muerte en el 216 a. C.
Los cartagineses, mientras tanto, habían comenzado a reclutar un ejército de mercenarios en África, que todavía debía ser enviado por mar hasta Sicilia para enfrentarse a los romanos. Según el historiador Filino de Agrigento, el ejército estaba compuesto por 50.000 soldados de infantería, 6.000 de caballería y 60 elefantes, aunque estos números podrían estar sobreestimados.[13] En el transcurso de otras guerras históricas en Sicilia, Cartago había vencido apoyándose en una serie de puntos fuertes fortificados repartidos alrededor de la isla, por lo que sus planes eran llevar a cabo una guerra terrestre en el mismo estilo. El ejército mercenario lucharía en campo abierto contra los romanos, mientras que las ciudades fuertemente fortificadas ofrecerían una base defensiva desde la que operar.[11] Una de estas ciudades, Agrigento, sería el siguiente objetivo romano.
En 262 a. C., Roma puso sitio a Agrigento, en una operación en la que se vieron involucrados los dos ejércitos consulares, lo que equivalía a un total de cuatro legiones romanas. La guarnición de la ciudad logró hacer una llamada en busca de refuerzos, y la fuerza de liberación cartaginesas dirigida por Hannón llegó al rescate, destruyendo la base de suministros romana ubicada en Erbeso.[14] Estando rota la línea de suministros, los romanos se encontraron asediados por el ejército de liberación, por lo que se vieron obligados a construir y mantener dos líneas defensivas: Una interna, contra los posibles ataques desde Agrigento, y otra externa, contra el ejército de liberación.[14]
Tras algunas escaramuzas, el ejército romano sufrió una epidemia, mientras que los aprovisionamientos en Agrigento comenzaban a escasear. Llegó un momento en que ambos bandos consideraban preferible una batalla a campo abierto en lugar de la situación actual.[14] Los romanos vencieron claramente al ejército cartaginés en la batalla de Agrigento, pero el ejército cartaginés que defendía la ciudad logró escapar.[14] Agrigento, privada de defensas, cayó fácilmente en manos de los romanos, que saquearon la ciudad y esclavizaron a sus habitantes.[14][15] De esta manera, Roma accedió también al control del sur de la isla.
Desde ahí, los romanos continuaron avanzando hacia el oeste de la isla, logrando liberar en 260 a. C. a las ciudades de Segesta y Makela,[16] que se habían aliado con Roma y que habían sido atacadas y asediadas por los cartagineses en reacción a su cambio de bando. En el norte los romanos avanzaban hacia Termae tras haber asegurado su flanco marítimo gracias a la victoria naval en la batalla de Milas. Fueron derrotados, sin embargo, ese mismo año por un ejército cartaginés dirigido por un comandante llamado Amílcar (un Amílcar distinto de Amílcar Barca, padre de Aníbal).[17] Los cartagineses aprovecharon esta victoria para contraatacar en 259 a. C., asediando la ciudad de Ena. Amílcar continuó al sur hacia Camarina, en territorio de Siracusa, posiblemente en un intento de convencer a los siracusianos para que se volviesen a unir al bando cartaginés.
El año siguiente, 258 a. C., los romanos fueron capaces de recuperar la iniciativa reconquistando Enna y Camarina. En la Sicilia central capturaron también la ciudad de Mitístrato, a la que ya habían atacado en dos ocasiones anteriores. Los romanos también se trasladaron al norte, marchando a través de la costa norte de la isla hacia Panormus, pero no fueron capaces de tomar la ciudad.[18]
Los cartagineses no están aún dispuestos a rendirse y, entendiendo la superioridad de sus enemigos en tierra, comienzan una campaña de hostigamiento con rápidas incursiones desde el mar. Además su flota asegura el aprovisionamiento e impide un efectivo asedio de Lilibeo, el gran baluarte cartaginés en el extremo oeste de la isla.
El desastre de la invasión de África
Tras sus conquistas en la campaña de Agrigento, y tras varias batallas navales, los romanos intentaron en los años 256 y 255 a. C. la segunda operación terrestre a gran escala de la guerra. Optan por seguir el ejemplo del tirano Agatocles de Siracusa. Éste, en el 310 a. C., cuando Siracusa se hallaba en puertas de ser conquistada por un poderoso ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército griego rumbo a las costas africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal pánico en la indefensa ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un precipitado ataque púnico sobre Siracusa que terminó en una severa derrota.
Por ello, buscando un final de la guerra más rápido que el que ofrecían los largos asedios de Sicilia, decidieron invadir las colonias africanas cartaginesas de África, con el objetivo de forzar un acuerdo de paz favorable a los intereses de Roma.[19][20]
Se construyó una gran flota en la que se incluyeron transportes para el ejército y sus enseres y barcos de batalla para ofrecer protección a los cargueros. Todo se prepara con sumo cuidado hasta que en el 256 a. C. una enorme flota de 330 naves parte con un gran ejército romano a bordo desde la costa adriática al mando del cónsul Marco Atilio Régulo y en dirección a África. Tras bordear el sudeste y sur de la península itálica se encuentran con una flota cartaginesa, aun mayor que la romana (de unas 350 naves según Polibio,[21]) en las proximidades del cabo Ecnomo. En esta segunda batalla naval la victoria vuelve a caer del lado romano,[22] permitiendo al ejército de Marco Atilio Régulo desembarcar en la costa africana y comenzar el saqueo de la región.[23]
En un principio las fuerzas de Régulo tuvieron éxito. Tras vencer a los cartagineses en la batalla de Adís, los cartagineses se vieron forzados a solicitar un acuerdo de paz.[24] Sin embargo, las exigencias de Régulo fueron tales que los cartagineses prefirieron seguir luchando, por lo que recurrieron a la contratación de un afamado líder militar mercenario, el espartano Jantipo, que instará a los cartagineses a la lucha y reorganizará el ejército.[20][25]
En 255 a. C., Jantipo lanza su ataque contra los romanos, venciendo a Régulo en la batalla de los llanos del Bagradas. En la batalla, Jantipo utiliza inteligentemente los cien elefantes de los que dispone, consiguiendo abrir grandes brechas entre los legionarios, que sufren una importante derrota. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo es capturado.[26][27] Además, Jantipo logró cortar las comunicaciones entre los restos del ejército de Régulo y su base restableciendo la supremacía naval cartaginesa.[28][29]
Sin embargo, el desastre no acabó ahí: el Senado romano reacciona inmediatamente enviando una flota de 350 naves en auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta consigue romper el bloqueo y recoger a los soldados, una tormenta destruye la práctica totalidad de la flota en su camino a casa, pereciendo los restos del derrotado ejército (se dice que sobrevivieron solo 80 naves de un total de 364). El número de bajas ocasionadas por este desastre podría superar los 90.000 hombres.[29]
Continuación de la guerra en Sicilia
Las graves pérdidas romanas animan a los cartagineses a un ataque en toda regla en Sicilia, transportando incluso elefantes a la isla. Los cartagineses aprovecharon la ocasión para atacar Agrigento. Sin embargo, al no verse capaces de mantener la ciudad, la quemaron y la abandonaron. Por desgracia para los intereses púnicos, el general Jantipo se vio obligado a huir de Cartago para evitar su asesinato por parte de los líderes cartagineses, que no deseaban pagar sus servicios, lo cual privó a Cartago del que hasta el momento había demostrado ser su mejor general en tierra.
Finalmente, los romanos fueron capaces de retomar la ofensiva militar. Además de construir una nueva flota de 140 naves, los romanos volvieron a la estrategia anterior, consistente en conquistar una a una las distintas ciudades sicilianas bajo control cartaginés.[30] Los ataques comenzaron con asaltos navales sobre la ciudad de Lilibeo, el centro de poder cartaginés en Sicilia, y con saqueos en África. Ambos esfuerzos, sin embargo, terminaron en fracaso.[31] Los romanos se retiraron de Lilibeo y la fuerza africana se vio envuelta en otra tormenta que la destruyó.[31]
Sí que tuvieron éxito, sin embargo, en la campaña sobre el norte de la isla. Los romanos fueron capaces de capturar la ciudad de Termas en 252 a. C., permitiendo un nuevo avance sobre la ciudad portuaria de Palermo. En 251 a. C. lograron tomar la ciudad de Quefalodón, y desde ahí se lanzaron contra Palermo, que cayó tras una dura lucha. Junto con Palermo, los romanos accedieron al control de gran parte del interior occidental de la isla. También firmaron acuerdos de paz con los romanos las ciudades de Ieta, Solous, Petra y Tindaris.
Al año siguiente los romanos desviaron su atención hacia el suroeste y enviaron una expedición naval hacia Lilibeo. En el camino, los romanos asediaron y quemaron las ciudades cartaginesas de Selino y Heraclea Minoa. La expedición no tuvo éxito, pero al atacar la base de operaciones cartaginesas los romanos demostraron que su intención era capturar la totalidad de Sicilia. La flota fue derrotada por los cartagineses en Drépano, forzando a los romanos a continuar sus ataques desde tierra.
En este punto de la guerra, Cartago envió a Sicilia a su general Amílcar Barca (el padre del general Aníbal de la Segunda Guerra Púnica). Su desembarco en Hericté, cerca de Palermo, obligó a los Romanos a desplazar sus tropas para defender a esa ciudad portuaria, que tenía cierta importancia como punto de suministro, lo cual dio a Drépano un cierto respiro. Los cartagineses prosiguieron su defensa a través de una guerra de guerrillas que fue capaz de mantener a los romanos ocupados, ayudando a que los cartagineses mantuvieran su cada vez más escasa presencia en la isla. Sin embargo, los romanos fueron capaces de atravesar las defensas de Amílcar, y le obligaron a reubicarse en Erice, desde donde podría defender mejor la ciudad de Drépano.
En cualquier caso, este éxito cartaginés en Sicilia fue secundario en comparación con el progreso de la guerra en el mar. La situación de tablas que Amílcar fue capaz de lograr en Sicilia resultó irrelevante tras la victoria romana en la batalla de las Islas Egadas del año 241 a. C. Tras esa batalla los cartagineses buscaron un acuerdo de paz en el que aceptaron evacuar la isla de Sicilia.
La campaña naval
Los comienzos y la invención del corvus
Debido a las dificultades que suponía la guerra terrestre en la isla de Sicilia, la mayor parte de la Primera Guerra Púnica se luchó en el mar, incluyendo las batallas más decisivas. Sin embargo, una de las razones por las que la guerra llegó a un punto muerto en tierra fue precisamente que los navíos de guerra antiguos no eran efectivos a la hora de establecer asedios sobre los puertos enemigos. En consecuencia, Cartago fue capaz de reforzar y suplir a sus fortalezas asediadas, especialmente Lilibeo, en la costa oeste de Sicilia. Ambos bandos del conflicto se vieron inmersos en la financiación de grandes flotas de guerra y este hecho, que puso en un importante compromiso las finanzas de ambas potencias, finalmente decidiría el curso de la guerra.
Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar ha transcurrido siempre en suelo italiano, carecía de flota y de experiencia en la guerra naval. Por el contrario, los cartagineses eran descendientes de los navegantes fenicios, con una amplia experiencia en navegación forjada a través de siglos de comercio marítimo, por lo que dominaban todo el Mediterráneo occidental y poseían la mejor flota de la época.
Los romanos, convencidos en que para derrotar a Cartago debían también privarle de la supremacía naval en el mediterráneo occidental, se emplearon a fondo en su empeño. La primera gran flota romana se construyó tras la victoria de Agrigento, en 261 a. C., botando de sus improvisados astilleros más de un centenar de quinquerremes; las naves más modernas de la época, con una gran maniobrabilidad fruto de sus cinco filas de remeros.
Algunos historiadores, incluyendo a los antiguos historiadores romanos, han especulado acerca de la posibilidad de que, dado que Roma carecía de tecnología naval avanzada, el diseño de sus naves de guerra pudiera proceder probablemente de copias de trirremes y quinquerremes cartaginesas capturadas, o de naves que hubiesen encallado en las costas romanas tras naufragar en una tormenta. La nave pudo ser capturada antes de que sus tripulantes tuvieran tiempo de incendiarla, lo que permitió a los ingenieros romanos estudiarla y copiarla pieza por pieza. Otros historiadores han apuntado que Roma sí que tenía experiencia a través de la cual acceder a la teconología naval, puesto que sí que patrullaba sus propias costas con el fin de evitar la piratería. Una última posibilidad muy probable es que Roma recibiese asistencia técnica de algunas ciudades marítimas aliadas, en especial griegos, que sí contaban con larga tradición naval y en particular de su aliado siciliano, Siracusa. Esto, junto con el hecho de que los cartagineses usaban un sistema de construcción naval con piezas prefabricadas que les permitía construir rápidamente un gran número de barcos y que los romanos copiaron, permitió que Roma se aventurase en una guerra marítima. En cualquier caso, y fuera cual fuera el estado de su tecnología al comienzo del conflicto, el hecho es que Roma se adaptó rápidamente a las circunstancias.
Posiblemente como una forma de compensar su inexperiencia, y para poder hacer uso de las tácticas militares terrestres en la guerra marítima,[32] lo romanos equiparon sus nuevas naves con un aparato llamado corvus. En lugar de maniobrar para poder realizar un abordaje, que era la táctica naval estándar de la época, el corvus consistía en un puente móvil que se dejaba caer y quedaba firmemente anclado gracias a unos garfios de hierro situados en su parte inferior. Una vez las dos naves quedaban unidas, los legionarios romanos abordaban el barco cartaginés y vencían a su débil infantería. Las naves equipadas con el corvus simplemente navegarían pasando al lado de la nave enemiga y dejarían caer el puente, para depués enviar legionarios cruzando a pie hasta la nave enemiga como tropas de abordaje.[20][33]
La eficiencia de este nuevo sistema de abordaje quedó patente por vez primera en la batalla de Milas, la primera victoria naval de la República romana, en la que la flota romana del cónsul Cayo Duilio sorprendió y venció a la flota cartaginesa en el año 260 a. C. El arma continuó demostrando su valor en los años siguientes, y en especial en la gran batalla del Cabo Ecnomo. Por su parte, la invención del corvus obligó a Cartago a revisar sus tácticas militares, lo que dio durante un tiempo la ventaja naval a Roma. Más adelante, sin embargo, y a medida que la experiencia militar naval de Roma se incrementó, el corvus fue abandonado por suponer un importante laste en la navegabilidad de los barcos. El hecho es que en una sola tormenta en Camarina (Sicilia), los romanos supuestamente perdieron toda su flota salvo unas 80 naves, y se cree que puede que se debiese a la inestabilidad que provocaba el hecho de tener instalado el corvus.
Desastres navales
Por todo ello, y a pesar de las victorias marítimas romanas, la República perdió innumerables naves durante la guerra, debido tanto a las batallas como a las tormentas. Al menos en dos ocasiones (255 y 253 a. C.) perdió las flotas al completo por culpa del mal tiempo. Sólo en el desastre de Camarina se perdieron doscientas setenta naves[34] y unas cien mil vidas humanas, lo que lo convertiría en el desastre marítimo más grave de la historia.[35] El corvus, ubicado en la proa de la nave, pudo hacer a las naves muy inestables, lo que las haría muy vulnerables en momentos de mal tiempo, por lo que estos desastres podrían haber sido la poderosa razón por la que los romanos descartaron el uso de un arma que hasta entonces había demostrado ser muy efectiva.
La única respuesta de Roma ante estas constantes pérdidas es construir más y más barcos, lo que conlleva unos enormes gastos. Sin embargo, las fuerzas romanas no son las únicas que están agotándose: Los cartagineses sufren una parálisis en su economía fruto de la interrupción del comercio que es su principal actividad y fuente de riqueza.
Así en el 250 a. C. los púnicos vuelven a solicitar la paz, y para ello mandan una embajada a Roma, a la que acompaña el ex-cónsul prisionero Régulo. Este se ha comprometido a volver a Cartago para ser ejecutado si la embajada fracasa, pero, tomada la palabra en el Senado romano, aboga por la continuación de la guerra hasta la completa aniquilación de Cartago. Sorprendidos ante este acto de patriotismo, los senadores deciden continuar la guerra. Régulo cumple la palabra dada y vuelve a Cartago donde es asesinado, no sin antes ser cruelmente torturado según las versiones griegas y romanas.
Una nueva flota es fletada por Roma, al mando de Publio Claudio Pulcro, hermano de Claudio Caudex. Igual de precipitado que su hermano mayor, abandona el asedio a Lilibeo para atacar por sorpresa a la flota cartaginesa que se encontraba 32 km al norte, en Drépano. Tras la importante victoria naval cartaginesa en Drépano, en 249 a. C., los cartagineses volvieron a tomar el mando del mediterráneo occidental, puesto que Roma era reticente a volver a financiar la construcción de una nueva y cara flota. Sin embargo, la facción cartaginesa opuesta al conflicto, dirigida por el aristócrata y terrateniente Hannón el Grande, fue ganando poder en la ciudad hasta que en 244 a. C., considerando que la guerra estaba llegando a su fin, comenzaron la desmovilización de la flota, dando a Roma una nueva oportunidad para recuperar la superioridad naval. Mientras tanto, durante este periodo, Amílcar Barca orquestró un cierto número de expediciones de saqueo por Italia, lo que también pudo influir en que, en respuesta, los romanos construyeran una nueva flota, financiada con donaciones de los ciudadanos más adinerados.
La batalla de las islas Egadas y el fin de la guerra
La nueva flota financiada gracias a las donaciones de los propios habitantes de Roma es encomendada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo, que se enfrentaría en la primavera del 241 a. C. a la flota cartaginesa frente a las islas Egadas. Sería en este momento, en la batalla de las Islas Egadas, el 10 de marzo de 241 a. C., en la que se decidiría el final de la guerra. La flota de Cátulo venció a una flota cartaginesa reclutada con prisas y con escasa tripulación, y que además iba cargada con grano y suministros y tenía su maniobrabilidad reducida.
Esta victoria se convierte en decisiva, pues no sólo acaba con los suministros para Lilibea, sino también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Cartago perdió gran parte de su flota, y fue económicamente incapaz de reconstruir una nueva o de encontrar recursos humanos suficientes como para tripularla. Sin el apoyo naval, Amílcar Barca se vio incomunicado y se vio obligado a negociar la paz. Una vez alcanzado un acuerdo, abandonó Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.
Consecuencias de la guerra
Roma venció en la Primera Guerra Púnica tras 23 años de conflicto, y finalmente se convirtió en el poder naval predominante en el mediterráneo. Al final de la guerra, ambos estados quedaron exhaustos tanto financieramente como demográficamente. El tratado de paz comprendía no sólo el abandono de cualquier pretensión púnica sobre Sicilia y el archipiélago de las Lípari, sino también la entrega de los prisioneros de guerra y el abono de una fuerte indemnización de 2,000 talentos de plata en 12 años (condición posteriormente modificada a 3,200 talentos en 10 años.) La propia Cartago salía casi intacta territorial y políticamente del conflicto (Córcega, Cerdeña y el norte de África permanecieron bajo el dominio cartaginés), pero la Primera Guerra Púnica marcó el comienzo de su declive.
Si Cartago se encontraba al borde del desastre, no mucho mejor estaba Roma después de un conflicto extenuante y que a la larga resultaba insostenible. Probablemente ello persuadió a los belicosos romanos de continuar la guerra. Sin embargo, sus beneficios fueron notables. Sicilia se convirtió en la primera provincia romana fuera de la península itálica (excepto durante un tiempo el pequeño reino oriental de Hierón II). Aún más, recogieron el cetro de Cartago como potencia marítima dominante, lo que le permitió, por ejemplo, hacerse más adelante con Malta y Córcega.
Bajas
Es difícil determinar el número exacto de bajas en los bandos implicados en la Primera Guerra Púnica debido al sesgo que ofrecen las fuentes históricas, que normalmente tienden a exagerar las cifras para incrementar el valor de Roma.
Según las fuentes (excluyendo las bajas en guerra terrestre):[36]
- Roma perdió 700 naves (debido al mal tiempo y a disposiciones tácticas desafortunadas al comienzo de las batallas) y al menos buena parte de sus tripulaciones.
- Cartago perdió 500 naves durante la guerra, así como parte de sus tripulaciones.
Aunque no se puedan calcular con exactitud, las bajas fueron importantes en ambos bandos. Polibio comenta que la guerra fue, por aquella época, la más destructiva en términos de bajas humanas de la historia de la guerra, incluyendo las batalla de Alejandro Magno. Por su parte, analizando el censo romano del siglo III a. C., Adrian Goldsworthy apunta que durante el conflicto Roma perdió alrededor de 50.000 ciudadanos. Esto excluye tropas auxiliares y todas las demás personas sin ciudadanía romana.
Términos de la paz
Los términos del Tratado de Lutacio, impuesto por los romanos como vencedores en el conflicto, fueron particularmente duros para Cartago, que habían perdido poder de negociación tras su derrota en las Islas Lípari. Finalmente, las partes acordaron lo siguiente:
- Cartago debía evacuar Sicilia y las pequeñas islas situadas en su parte occidental (las Islas Egadas).
- Cartago devolvería a los prisioneros de guerra sin cobrar rescate alguno, mientras que debería pagar un rescate muy importante para recuperar a sus propios prisioneros.
- Cartago se comprometía a respetar en el futuro a Siracusa y a sus aliados.
- Cartago transfería a Roma el control sobre las Islas Eolias y sobre Ustica, al norte de Sicilia.
- Cartago debía evacuar todas las pequeñas islas ubicadas entre Sicilia y África (Pantelaria, Linosa, Lampedusa, Lampione y Malta).
- Cartago se comprometía a pagar una indemnización de guerra de 2.200 talentos (66 toneladas) en diez pagos anuales, más una indemnización adicional de 1.000 talentos (30 toneladas) de forma inmediata.[37]
Otras cláusulas determinaban que los aliados de cada una de las partes no serían atacados por la otra, y se prohibía a las partes reclutar soldados en el territorio de la otra. Esto impidió a los cartagineses acceder a la contratación de mercenarios en Italia y en gran parte de Sicilia, aunque la cláusula fue abolida temporalmente durante la Guerra de los Mercenarios.
Consecuencias políticas
A la finalización de la guerra, Cartago no tenía fondos suficientes. Hannón el Grande intentó convencer a los ejércitos que se desmovilizaban para que aceptaran un pago menor al comprometido, pero ese movimiento sería el detonante de la guerra de los Mercenarios. Sólo tras un gran esfuerzo y a los esfuerzos combinados de Amílcar Barca, Hannón, y otros líderes cartagineses se conseguiría sofocar la revuelta y aniquilar a los mercenarios y los insurgentes.
Mientras tanto, durante este conflicto Roma se aprovecharía de la oportunidad para arrebatar también a Cartago las islas de Córcega y Cerdeña, que les entregarían algunos mercenarios rebeldes. Los cartagineses protestaron por esa acción, que suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma le declara la guerra, pero se ofrece a anularla si se le entrega no sólo Cerdeña, sino también Córcega. Los púnicos, impotentes, tienen que ceder, y ambas islas se convierten en el 238 a. C. en nuevas posesiones romanas.
Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendrán viva la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificadas en la familia de los Barca. Odio que desembocará años más tarde en la Segunda Guerra Púnica.
Por otro lado, la consecuencia política más importante de la Primera Guerra Púnica fue la caída del poder naval cartaginés. Las condiciones firmadas en el tratado de paz intentaban comprometer lo suficiente la situación económica cartaginesa como para evitar la posible recuperación de la ciudad. Sin embargo, la gran suma indemnizatoria que debían pagar los cartagineses forzaron a Cartago a expandirse por otras áreas de influencia en las que conseguir el dinero que debía pagar a Roma.
En lo que respecta a Roma, el final de la Primera Guerra Púnica marcó el comienzo de la expansión romana más allá de la península itálica. Sicilia se convertiría en la primera provincia romana, gobernada por un pretor. La isla se convertiría en un territorio estratégico para Roma como fuente de aprovisionamiento de grano a la ciudad. Además, Siracusa se mantendría como un aliado independiente pero leal durante toda la vida de Hierón II. No sería incorporada a la provincia de Sicilia hasta que, durante la Segunda Guerra Púnica, la ciudad fuera conquistada y saqueada por Marco Claudio Marcelo.
Véase también
- Guerras Púnicas (264 a. C. a 146 a. C.)
- Segunda Guerra Púnica
- Guerra de los Mercenarios
- Tercera Guerra Púnica
Referencias
- ↑ Warmington, p. 165.
- ↑ Goldsworthy, p. 74
- ↑ Polibio, 1:9.7-.8 (LacusCurtius)
- ↑ Warmington, p. 167.
- ↑ Polybius, 1:10.7-.9
- ↑ Starr, p. 479.
- ↑ Warmington, pp. 168-69.
- ↑ Goldsworthy, p. 77
- ↑ Polibio, 1:11.2-4
- ↑ Polybius, 1:62.3
- ↑ a b c d e Warmington, p. 171.
- ↑ Polibio, 1:62.6
- ↑ Warmington, pp. 171-72.
- ↑ a b c d e Polybius, 1:19
- ↑ Warmington, p. 172.
- ↑ Polibio, 1:24.1-.2
- ↑ Polibio, 1:24.3-.4
- ↑ Polibio, 1:24.10-.13
- ↑ Warmington, p. 175.
- ↑ a b c Starr, p. 481.
- ↑ Polibio, 1:25.9
- ↑ Warmington, pp. 175-75.
- ↑ Warmington, p. 176.
- ↑ Warmington, pp. 176-77.
- ↑ Warmington, p. 177.
- ↑ Polibio, 1:33-34
- ↑ Warmington, pp. 177-78.
- ↑ Polibio, 1:36.5-.9
- ↑ a b Warmington, p. 178.
- ↑ Warmington, pp. 178-79.
- ↑ a b Warmington, p. 179.
- ↑ Warmington, p. 173.
- ↑ Polibio, 1:22.3-.11
- ↑ Según Polibio, la flota destruida estaba compuesta por 364 naves, mientras que Eutropio establece la cifra de 464
- ↑ Trevor N. Dupuy, Evolution of Weapons and Warfare
- ↑ Polibio, 1:63.6
- ↑ Polibio, 1:62.7-63.3
Bibliografía
- Dupuy, Trevor N. (1990). Evolution of Weapons and Warfare. De Capo Press.
- Polybius. The Histories, Book 1
- Starr, Chester G. (1965). A History of the Ancient World. Oxford University Press.
- Warmington, B.H. (1993). Carthage. New York: Barnes & Noble, Inc.
- Goldsworthy, Adrian. La caída de Cartago (marzo de 2008 edición). Barcelona: Ed. Ariel. ISBN 78-4-344-5243-5
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incorrecto (ayuda).
Otras lecturas
- Lazenby, J.F. (1996). The First Punic War, A Military History. Stanford University Press.
Enlaces externos
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