Matanza de los Inocentes

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El degüello de los inocentes, según un manuscrito del siglo X.
Sarcófago de Blanca Garcés de Navarra, en el que se representa una escena de la matanza de los Inocentes.

La matanza de los Inocentes es un episodio relatado en el Nuevo Testamento con carácter singular: de los cuatro evangelios canónicos, el único que lo relata es el Evangelio de Mateo (Mt 2, 16-18). Tampoco aparece en ningún otro manuscrito de los primeros siglos de la era común.

Si bien se presenta nuevamente en uno de los evangelios apócrifos, el Evangelio armenio de la infancia de autor desconocido, la fecha de composición de esa obra es muy tardía, no anterior al siglo VI.[1]​ El relato trata sobre la orden dada por Herodes I el Grande de ejecutar a los niños nacidos en Belén y menores de dos años. Según el pasaje de Mateo, Herodes dio esta orden al verse engañado por los sabios del oriente que habían prometido proporcionarle el lugar exacto del nacimiento de Jesús. Mateo dice que este acontecimiento cumple con la profecía de Jeremías (Jer 31, 15).

Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.»
Evangelio de Mateo 2, 16-18

El relato inspiró numerosas obras artísticas, en particular en la pintura y escultura, y su difusión en la cultura universal tornó la figura de Herodes en el arquetipo de los opresores, que no dudan en cometer crímenes —incluso el asesinato múltiple de víctimas indefensas— por miedo a perder el poder.

Análisis de su historicidad y significado

El trágico episodio de los inocentes no se menciona en ningún otro escrito, canónico o profano; esto suscita serios problemas sobre el carácter histórico del incidente. Raymond Edward Brown indicó que el historiador judío Josefo no aludió a la matanza de niños en Belén, a pesar de haber documentado minuciosamente los hechos brutales cometidos por Herodes I el Grande en los últimos años de su vida. Si se tratase de un hecho histórico, la matanza no fue lo bastante notoria como para que llegara a oídos de Josefo quien, si la hubiera conocido, la habría mencionado dado su interés por denigrar a Herodes.[2]

La brutalidad del episodio está en armonía con el carácter de Herodes, tal como Josefo lo describió (Antigüedades judías, 15.3, 3 § 53-56). Josefo presentó a Herodes como un ser patológicamente celoso de su poder: varios de sus familiares fueron asesinados por orden suya, ya que sospechaba que trataban de suplantarlo. No cabe duda de que Josefo quiso describir a Herodes con los tintes más oscuros que le fue posible, y resulta difícil de explicar la ausencia de la matanza de Belén en Josefo, excepto suponiendo que no tuviera noticia alguna de ella.[2]​ En consecuencia, habría que tomar en consideración la posibilidad de que los incidentes del capítulo 2 del Evangelio de Mateo sean una presentación simbólica de la mesianidad regia de Jesús, a la que se oponen los poderes seculares. La oposición a Jesús terminaría por lograr sus fines con su pasión y muerte.

Antonio Piñero señaló que muchos estudiosos dudan de la «historicidad» del relato en el sentido moderno del término, y que se suele considerar una reelaboración de otras narraciones del Antiguo Testamento.[3]

Herodes que busca cómo liquidar a Jesús y la matanza de los inocentes sería una aplicación a los tiempos primeros de Jesús de la historia del malvado Faraón que quiso acabar con Moisés niño y que mataba a los recién nacidos varones de los israelitas (Éxodo 2 y siguientes). [...] No hay que extrañarse de este procedimiento para nosotros hoy tan singular que se ha denominado «historia teológica»: existían en la Antigüedad muchos modelos y precedentes para ello. Una vez que pasados los años se conocía la grandeza de tal o cual personaje, se confeccionaba a base de tradiciones más o menos fiables, o incluso de leyendas, una historia de su nacimiento en la que se ponían de relieve las circunstancias prodigiosas, maravillosas, divinas, del tal nacimiento. Así ocurrió con el rey persa Ciro (narración compuesta por Heródoto), con Alejandro Magno (por Plutarco), o con el filósofo, predicador ambulante y taumaturgo Apolonio de Tiana (por Filóstrato).[3]
Antonio Piñero

En el Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo se señala que, si bien existe la posibilidad de que el relato no sea histórico, posee cierta verosimilitud y recuerda el decreto del faraón de matar a todos los primogénitos varones israelitas (Éxodo 1, 16), un clásico ejemplo del genocida abuso del poder.[4]​ En el caso de que el relato sea histórico, el número de niños asesinados no tendría que haber pasado de veinte.[4][5]

José María Cabodevilla sugirió el significado que este crimen pudo tener para Herodes I el Grande:

Pero los clamores de Raquel no llegaban a oídos de Herodes. Acababa de retirarse, presa de terrible enfermedad, a las caldas de Callirhoe, junto al Mar Muerto. Su corazón, además, no era sensible a clamores de esa naturaleza. ¿Qué podía importarle a él la muerte de veinte o treinta hijos de pastores sin nombre? La ejecutoria de su reinado se compone, sobre todo, de hazañas criminales. Apenas conquistó Jerusalén y se instaló allí como rey, ordenó matar a cuarenta y cinco partidarios de Antígono, su contendiente. Mató a su cuñado Aristóbulo, a los dos esposos de su hermana Salomé, a su propia suegra Alejandra, a su mujer Marianne, a sus hijos Alejandro y Aristóbulo. A sabiendas del terror y hostilidad que su persona despertaba, con el fin de evitar la alegría del pueblo en el momento de su muerte, ordenó a sus más íntimos colaboradores que, cuando él muriera, pasaran por las armas a incontables judíos ilustres que previamente habían sido concentrados en el hipódromo de Jericó.
¿Que suponía para este monarca, sanguinario como nadie, la sangre de treinta niños? Quizá verdaderamente supuso mucho. ¿Para bien o para mal? Los más sagaces historiadores, que quizá descubran aún nuevos crímenes a cuenta del famoso rey, no podrán jamás revelarnos los últimos minutos de aquella vida atroz [...][6]
José María Cabodevilla

Simbolismo

En el relato evangélico, Herodes I el Grande es «el arquetipo de todos los sanguinarios» que no dudan en sacrificar a los indefensos.[7]​ De allí proviene el sobrenombre por antonomasia de «inocentes».

Anselm Grün escribió que Herodes actuó por miedo: temía a Jesús niño a quien los magos de oriente designaron como el rey de los judíos recién nacido: «Al enterarse, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén» (Mateo 2, 3). El poderoso tenía miedo de que lo nuevo pudiera quitarle poder: «Herodes tenía poder sobre la tierra y sobre los hombres. Pero éste no era la expresión de su fuerza interior, sino que estaba acuñado por el miedo. Por él, asesina cruelmente a todos sus rivales [...] Por su temor hace matar a todos los niños de hasta dos años de edad. Herodes está atrapado en su miedo. Y su política, la que él ejerce, es una política de miedo. Y así difunde por doquier a su alrededor únicamente terror. Los hombres que se aferran a su poder por miedo abusan del poder. Y solo pueden mantener su reinado al infundir miedo».[8]

Herodes es el prototipo de todos los opresores que asesinan solo por miedo a perder un ápice de poder. En los inocentes de Belén vemos una realidad que siglo tras siglo, década tras década, empaña la historia de la Humanidad y se torna en rostros concretos, independientemente de las razas o religiones. La matanza de inocentes es una realidad que no podemos negar, de la misma forma que cada época ve surgir un nuevo faraón-Herodes que hace de la vida humana un objeto de trabajo, de libre uso o de placer, sobre el que decide según su conveniencia. Los santos inocentes están vivos hoy y siguen mostrando sus rostros perseguidos.[7]
Pedro Ignacio Fraile Yécora

Conmemoración

Ya en la segunda mitad del siglo IV se conmemoraba litúrgicamente a los santos inocentes como aparece en homilías de Gregorio Nacianceno,[9]​ y de Gregorio de Nisa,[10]​ en ambos casos vinculadas a la celebración de la Natividad. Entre finales del siglo IV y mediados del siglo V, la festividad se asoció además en Occidente (Roma, África) con Epifanía, relacionándola con la adoración de los magos.[7]​ De allí se supone que durante el siglo V se instituyó el culto propio a los santos inocentes: el Sacramentario leonino (ca. 485) ubicó la festividad junto con las de san Esteban y san Juan. La festividad terminó por fijarse en África y Roma para el 28 de diciembre, en tanto que los griegos la celebran el 29 de diciembre, los sirios y caldeos el 27 de diciembre, y en el rito mozárabe el 8 de enero.[11]

Esas fechas no tienen relación con el orden cronológico del acontecimiento: en el rito romano, la festividad de los niños inocentes (considerados mártires por sangre solamente, sin que hayan deseado el martirio) se celebra hoy dentro de la octava de Navidad, junto con la de Esteban el protomártir (mártir por voluntad-amor y dolor), y Juan el apóstol y evangelista (mártir por voluntad-amor, pero sin que el martirio ocurriera finalmente). Así lo explica Cabodevilla:

En los días consecutivos al nacimiento (Navidad) celebramos la memoria de los compañeros de Cristo: Esteban, mártir en el deseo y en la realidad; Juan, mártir en el deseo pero no en la realidad; los Santos Inocentes, mártires en la realidad, pero no en el deseo. No solo forman el más inmediato cortejo del Cordero degollado, sino que son sus cooperadores en la eficacia victimal.[6]

Únicamente la Iglesia de Roma dio el nombre de «inocentes» a estos niños; en otros países latinos se los llamó simplemente «infantes» y la fiesta tenía el título de Allisio infantium (Breviarium gothicum), Natale infantum,[12]​ o Necatio infantum.[11]​ Los armenios ubicaron la celebración de la festividad el lunes después del segundo domingo de Pentecostés (Menología armenia, 11 de mayo), porque creen que los santos inocentes fueron masacrados quince semanas después del nacimiento de Jesucristo.[11]

En el arte

En el arte este tema es muy representado, tanto en escultura como en pintura. En el siglo V aparece en los mosaicos de la iglesia de Santa María la Mayor de Roma. En la Edad Media se representa a Herodes sentado en su trono y asistiendo a la matanza. A veces al fondo de la escena se ve el pasaje de la Huida a Egipto. En los siglos XV al XVII las representaciones en pintura son en extremo realistas. Entre los ejemplos pictóricos del siglo XV, podemos destacar el fresco titulado Strage degli Innocenti (Degollación de los Inocentes) pintado en la Iglesia-Basílica florentina de Santa Maria Novella, en la pared izquierda de la Capilla Tornabuoni, realizado por la bottega (taller) de Domenico Ghirlandaio (1485). Durante el siglo XVIII el asunto de la matanza de inocentes apenas si se trata.

Antependium con bajorrelieve que representa la Masacre de los inocentes, obra de Dionigi Bussola, ubicada en la Capilla de san José, en la Cartuja de Pavía.

Véase también

Referencias

  1. Piñero, Antonio y colaboradores (2009). Todos los Evangelios: Traducción íntegra de las lenguas originales de todos los textos evangélicos conocidos. Madrid: Ediciones Edaf. p. 300 y siguientes. ISBN 978-84-414-2116-5. Consultado el 21 de marzo de 2014. 
  2. a b Brown, Raymond E. (1982). El nacimiento del Mesías: comentario a los relatos de la infancia. Madrid: Ediciones Cristiandad. p. 230. ISBN 84-7057-302-0. Consultado el 20 de marzo de 2014. 
  3. a b Piñero, Antonio (2011). Guía para entender el Nuevo Testamento (4ª edición). Madrid: Editorial Trotta. pp. 160-161. ISBN 978-84-8164-832-4. 
  4. a b Viviano, Benedict T. (2004). «Evangelio según Mateo». En Brown, R. E.; Fitzmyer, J. A.; Murphy, R. E, ed. Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento. Estella, Navarra: Verbo Divino. p. 75. ISBN 84-8169-470-3. 
  5. de Tuya, Manuel (1977). Biblia comentada—Va Evangelios (3ª edición). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. p. 26. ISBN 84-220-0830-0. «No se sabe cuántos serían. Tomando como base un Belén de mil personas y teniendo en cuenta todos los datos demográficos, índice de natalidad y mortalidad, etc., se puede calcular en unos veinte niños.» 
  6. a b Cabodevilla, José María (2004). Señora Nuestra - Cristo Vivo. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. p. 350-352. ISBN 84-7914-700-8. 
  7. a b c Fraile Yécora, Pedro Ignacio (2000). «Inocentes (Santos)». En Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G., eds. Diccionario de los Santos, Tomo I. Madrid: San Pablo. pp. 1090-1092. ISBN 84-285-2258-8. Consultado el 21 de marzo de 2014. 
  8. Grün, Anselm (septiembre de 2009). Administra tus miedos (3ª edición). Buenos Aires: Editorial Bonum. pp. 15-16. ISBN 978-950-507-839-4. 
  9. Migne, J. P., ed. (1857-1866). Patrologiae cursus completus. Series Graeca. Vol. 36. París. pp. 311-344. 
  10. Migne, J. P., ed. (1857-1866). Patrologiae cursus completus. Series Graeca. Vol. 46. París. pp. 1127-1150. 
  11. a b c Holweck, Frederick (1910). «Holy Innocents». The Catholic Encyclopedia (en inglés). Vol. 7. Nueva York: Robert Appleton Company. Consultado el 22 de marzo de 2014. 
  12. Margoni-Kögler, Michael (2013). «North African Liturgical Readings: The Augustinian Legacy and Some Western Parallels». En Hans-Jürgen Feulne, ed. Liturgies in East and West: Ecumenical Relevance of Early Liturgical Development (Acts of the International Symposium Vindobonense). Berlín: Lit Verlag. p. 264. ISBN 978-3-643-90412-6. Consultado el 22 de marzo de 2014. 

Bibliografía consultada