Mariano Álvarez de Castro

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Mariano Álvarez de Castro, (Granada, 8 de septiembre de 1749Figueras, Gerona, 22 de enero de 1810), militar español, era el gobernador militar durante el sitio de Gerona por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia española.

Retrato del general Álvarez de Castro.
Monumento a los defensores de de Gerona conocido como «El Lleó».
Iglesia de San Félix (Gerona). Sepulcro

Biografía

Nació el 8 de septiembre de 1749 en Granada, en cuya iglesia de Nuestra Señora de las Angustias fue bautizado el 14 del mismo mes, aunque su familia era procedente de El Burgo de Osma. Ingresó muy joven en el ejército, y participó como oficial de Guardias en el sitio de Gibraltar, en 1787. Ascendió a coronel (1793), y tomó parte en la guerra del Rosellón y participó en las siguientes acciones: bloqueo del Castillo de los Baños, batalla de Mas Deu, toma de Elna, ataque a Perpiñán, ataque de Ribas Altas, batalla de Truillás y de Santa Coloma, ocupación de Bañulls de los Aspres (donde resultó herido) y sitio de Collioure.

En 1795 fue ascendido a brigadier.

Participó en la Guerra de las Naranjas (1801), y en la ocupación de Elvas y Villaviciosa.

En 1808 era gobernador militar del castillo de Montjuich de Barcelona, que se negó a entregar a los franceses cuando éstos entraron en la ciudad; sólo lo hizo, con protestas, cuando fue conminado a hacerlo por el capitán general de Cataluña. Huyó de la ciudad condal para unirse al ejército español cuando se inició la Guerra de Independencia.

Al año siguiente fue nombrado gobernador militar de Gerona ciudad que ya había sufrido dos asedios, sin éxito unos meses antes, ya con el rango de mariscal de campo (abril de 1809). A principios de mayo de 1809, los franceses empezaron a ocupar los pueblos de los alrededores. Álvarez de Castro, ante un sitio que se preveía largo y duro, preparó la ciudad para la defensa haciendo acopio de municiones y víveres. Al mes siguiente, el general Saint-Cyr, al frente de 18.000 hombres, se presentó ante los muros de Gerona, que sólo disponía de unos 5.600 soldados. Ante el inminente cerco, el gobernador publicó un breve bando:

Será pasado por las armas el que profiera la voz de capitular o de rendirse.

El general francés le envió un parlamentario indicándole que se rindiera, al que Álvarez respondió que, no queriendo tratos con los enemigos de su patria, recibiría a cañonazos a cuantos parlamentarios le enviasen.[cita requerida]

El sitio de Gerona duró siete meses. En agosto, los franceses tomaron el castillo de Figueras, la principal defensa de la ciudad, después de haber muerto las dos terceras partes de sus defensores. Álvarez de Castro no quiso claudicar; mandó construir barricadas y trincheras en el interior de la ciudad. A pesar del hambre y de las enfermedades que diezmaban la población, rechazó todas las ofertas de capitulación, hasta que en diciembre, agotado físicamente y enfermo, entregó el mando al brigadier Juan Bolívar. Dos días después, el 10 de diciembre, la plaza capitulaba. Entre soldados y civiles, habían perecido unos 10.000 gerundenses.

Los vencedores no trataron demasiado bien al defensor de Gerona. A pesar de su delicado estado de salud, lo condujeron como prisionero a Perpiñán, desde donde lo trasladaron al castillo de Figueras donde murió el 22 de enero de 1810, muy posiblemente por debilidad física y no por envenenamiento como se ha dicho. El temple y tenacidad de éste general se muestra en la anécdota transcrita por el teniente Federico de Yranzo y Loygorri en su pequeña obra Estampas del sitio y toma de Tarragona por los franceses. Cuenta que, siendo alférez Álvarez de Castro, en 1779 asistió a los oficios religiosos en la catedral de Burgo de Osma, en donde pretendió sentarse en las sillas del coro. Por orden del obispo le hicieron levantar, con la consiguiente vergüenza, por estar reservados los asientos a caballeros de las órdenes militares. Fue a Madrid donde gestionó y obtuvo el hábito de Santiago. Al año siguiente volvió a la catedral y se sentó nuevamente en una de las sillas del coro. El obispo pretendió otra vez expulsarlo, pero él, mostrando la cruz de Santiago que llevaba sobre el pecho, se arrellanó cómodamente en el dillón diciendo: «Manifestad a S. I., con el debido respeto, que el viaje que he tenido que hacer a Madrid para obtener esta cruz me ha dejado sin fuerzas para levantarme este año..... como me levanté en el pasado».

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