Vetones
Los vetones (lat. vettones) eran un pueblo prerromano de la Península Ibérica. Su asentamiento se produjo entre los ríos Duero y Tajo, principalmente en el territorio de las actuales provincias de Salamanca, norte de Cáceres, Ávila, Zamora y Toledo.
De los vetones quedan una serie de castros, poblaciones fortificadas, en diversas provincias, pero sobre todo en Salamanca y Ávila. Estos poblados contaban con diversos recintos, algunos para el ganado y muestran un importante grado de civilización. Los más importantes de estos asentamientos son los siguientes:
- Castro de las Cogotas (Cardeñosa, Ávila)
- Castro de la Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra, Ávila)
- Castro de Ulaca (Villaviciosa, Ávila)
- Castro del Raso (Candeleda, Ávila)
- Castro de Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca)
- Castro de Las Merchanas (Lumbrales, Salamanca)
- Castro de Saldeana (Saldeana, Salamanca)
- Castro de Las Paredejas (Medinilla, Ávila)
- Castro de La Coraja (Aldeacentenera, Cáceres)
- Castro de Villasviejas del Tamuja (Botija, Cáceres)
En las necrópolis de estos castros se han encontrado muchas tumbas que muestran la importancia que los guerreros tenían en la cultura vetona.
De la época de los vetones, que dejaron como herencia múltiples verracos en piedra dispersos por la geografía, data también el juego tradicional de La Calva. En la actualidad se juega en parte de Castilla y León, particularmente en las provincias de Ávila, Salamanca y Zamora. Dentro de Extremadura en la comarca de Plasencia.
En líneas generales los Vetones limitaban con los Vaceos al norte, al este con los Carpetanos, al sur con los Oretanos, Túrdulos y célticos y al oeste con los Lusitanos.
Cultura
Arqueológicamente el territorio vetón corresponde al que ocupa la cultura denominada Cogotas II o de los verracos, esta cultura se desarrolla a partir del siglo V a. C. como una evolución de la cultura preexistente, Cogotas I, a finales de la Edad del Bronce, sobre la que influye la progresiva llegada de pobladores indoeuropeos. Según los arqueólogos, la base indígena tendría una economía pastoril trashumante, con escasa agricultura y con contactos con los Pelendones del norte de Soria y a los indoeuropeos llegados a estas tierras o a su influjo cultural, la utilización más común del hierro, la aparición de nuevos tipos de cerámicas y la potenciación del cultivo de gramíneas.
La construcción de murallas de los castros salmantinos y abulenses en la segunda mitad del siglo V a. C., denota un incremento de la riqueza y de los recursos de la comunidad, necesarios para hacer frente al coste económico y humano (horas de trabajo invertidas en la construcción en detrimento de tareas productivas primarias) de la edificación de dichas defensas. En este incremento de la riqueza debieron de jugar un gran papel, los contactos con sociedades más avanzadas del sur de la península y las influencia de los pueblos colonizadores, con quienes se realizaban intercambios, a través de una ruta prehistórica que luego dará origen a la Vía de la Plata.
La Vetonia
Los últimos estudios sobre los vetones coinciden en situar la frontera occidental de este pueblo en el río Coa, afluente del Duero por su margen izquierda, que transcurre paralelo al río Águeda y por la actual frontera con Portugal (en su afluente Ribeira de Toures).
Al revés de lo que ocurria con las fronteras geopolíticas y de influencia de las tribus prerromanas, muy cambiantes en la antigüedad, aquí están perfectamente delimitadas, ya que lo agreste de los cañones y gargantas (que llaman Arribes en el oeste castellano-leonés) de los ríos que la conforman, dividen más que unen a los pueblos. Y es que, si conocidos son los Arribes del Duero, del Águeda o del Yeltes, no menos espectacular son los del río Coa y sus gargantas (ribeiras en portugués). Además, la cita de Lancienses Transcudani en el puente de Alcántara, que los diferenciaba de los vettones de Lancia Oppidana, reafirma el carácter separador del Cuda, nombre romano del Coa.
La frontera quedaba así delimitada con astures al otro lado del Duero y desde la desembocadura del Tormes más allá de Ledesma, y con los lusitanos al oeste, al otro lado del río Coa, remontando este hasta el sur para describir una línea al sur de Ciudad Rodrigo hasta la Sierra de Gata. y continúa hacía el suroeste por el valle del Eljas hasta su desembocadura en el Tajo, más o menos siguiendo la actual línea fronteriza entre la provincia de Cáceres y Portugal.
La frontera sur de Vetonia es más compleja, pudiendo llegar hasta el río Guadiana pues cerca de sus aguas han aparecido también verracos. Todos los castros vetones situados al norte del Guadiana tienen la misma estructura defensiva y los materiales de sus necrópolis son idénticos a los encontrados en los castros de la provincia de Ávila.
Cambio histórico
En torno al 500-400 a. C. se produjo un cambio profundo en el interior de la península. La puesta en práctica de nuevas tecnologías agrícolas, (proceso de deforestación, conversión de zonas de bosque en pastos y campos para el cultivo), provocó que los asentamientos fuesen más grandes y de ocupación más prolongada (sedentarización), además de un crecimiento demográfico y una mayor jerarquización social.
Como consecuencia de lo anterior, el aumento de la producción y la acumulación de riqueza repercutió en el las redes de intercambio y en los contactos regionales. La aparición de posibles invasores hace que se empiecen a construir murallas, torres, fosos; estos los poblados fortificados se denominan genéricamente «castros». Cambia la actitud hacia los muertos, se incineran y guardan en urnas, que depositan en cementerios diferenciados. Gracias al estudio de los objetos de hierro que aparecen en las tumbas, como fíbulas y armas, se sabe que algunas se usaron durante generaciones hasta los 200-300 años.
Anteriormente a los muertos se les inhumaba, es decir, se les enterraba sin cremar. También se dan cambios relacionados con los lugares de vivienda, los poblados, se da el desarrollo generalizado de la metalurgia del hierro y adopción del torno industrial de alfarero, para producir la cerámica anaranjada y pintada tan característica.
Los castros
Los castros vetones eran ciudades fortificadas, con murallas y fosos, en las que vivían entre 500 y 2000 personas como máximo. Las casas eran rectangulares con la cubierta de paja o ramas y podían tener sólo una o diversas habitaciones, pero siempre en la principal estaba el hogar.
suelen emplazarse en lugares elevados y de difícil acceso junto a fuentes de agua y vías de comunicación. En otras ocasiones aparecen en zonas llanas en suelos de vocación agrícola, aunque la mayoría buscan la defensa de la altura.
Hay cuatro tipos de emplazamiento de los poblados:
- En espigón fluvial, como la Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra), Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes), La Plaza (Gallegos de Argañán). Ofrecen un cerro amesetado y escarpado en el lugar donde se unen dos cauces fluviales.
- Los situados en acrópolis y en meandro buscan la proximidad a los cauces fluviales y las facilidades naturales de defensa, como ocurre con Las Cogotas (Cardeñosa), El Raso (Candeleda), Saldeana (Bermellar) o Las Merchanas (Lumbrales).
- Otros destacan sobre una cadena montañosa para disponer de un control visual absoluto, como Sanchorreja, El Berrueco, Ulaca (Solosancho) y Villas Viejas (Casas del Castañar).
- En ladera, tal y como se emplazan Salamanca y Ciudad Rodrigo, donde el río puede cruzarse fácilmente. Sin embargo, su tamaño varía de poblados pequeños de 1 ha a otros de 20-70 ha.
Las defensas naturales del terreno se completan con defensas artificiales: murallas, torres, fosos y campos de piedras hincadas.
La muralla se construye sin cimentación, sobre la roca natural, con mampostería en seco. No se conoce su altura original, pero en el Picón de la Mora se conservan 4 metros, cinco en la Corraja o seis en Castillo de Gema (Yecla de Yeltes). Es muy probable que el remate de las mismas se hiciera con una empalizada de postes de madera, o de adobes, sobre todo en las entradas. Son murallas adaptadas al relieve del terreno y a veces tienen bastiones, sobre todo en las puertas, y aprovechan al máximo los tiros cruzados. Sólo a finales de la II Edad del Hierro algunos castros añaden torres de planta cuadrada y sillares regulares.
Las puertas son relativamente homogéneas, responden a dos esquemas, en embudo y en esviaje. En embudo se forma cuando los dos lienzos de la muralla se curvan hacia el interior, a veces se añaden dos bastiones en los flancos, apareciendo un callejón en embudo, como el Las Cogotas o La Coraja o El Raso, mientras que en esviaje, los tramos de muralla se sobreponen, los dos lienzos adoptan una situación paralela dejando un espacio libre entre ellas para pasar.
En ocasiones encontramos frente a la muralla fosos, y mucho más habituales son los campos de piedras hincadas, campos sembrados de piedras puntiagudas, colocadas en las zonas más vulnerables y accesibles de los poblados. Unos autores opinan que servían para impedir los ataques de caballería, y otros sin embargo, para dificultar el acceso a pie. Este sistema se extiende desde el noreste de la Península Ibérica y el núcleo soriano hasta la Meseta occidental y el noroeste, entre los vetones hay dos focos, el foco abulense del valle Amblés y el salmantino en torno a los ríos Yeltes, Huebra y Águeda; al otro lado de Gredos, entre los vetones del sur, son esporádicas y casi inexistentes.
El interior de los recintos fortificados responde a un intento de zonificación, y su organización interna estaba condicionada por los afloramientos de granito. En algunos yacimientos se observan barrios de la élite y otros más pobres al contrastar los ajuares domésticos encontrados en las excavaciones. En muchos castros se han encontrado viviendas fuera de las murallas; son los llamados barrios extramuros en muchos de los poblados, lo cual indica que las murallas no suponían momentos de peligro o inestabilidad.
Entre los castros abulenses hay santuarios, como en El Raso de la Candeleda y Ulaca, mientras que en los salamantinos no se han hallado.
El «chozo» vetón
Los «chozos» son ejemplo de un tipo de construcción vetona; existen un gran número repartidos por la geografía vetona. El uso que hacían de ellos para pastorear el ganado denota una clara ocupación comarcal pastoril y ganadera.
Las necrópolis
Las características definitorias son:
- Localización frente a las puertas de los poblados, entre 150-300 metros de distancia,
- Proximidad a corrientes de agua continuas, que discurren de este a oeste en relación con los cementerios y
- Una distribución particular, que consiste en concentrar los enterramientos en sectores separados por zonas sin tumbas.
El ritual funerario parece que se basó casi exclusivamente en la cremación del cadáver, y depositar los restos en la tierra con urna cineraria o sin ella, y para algunas tumbas, la existencia de objetos tanto metálicos como de cerámica, que harían las veces de ajuar. Hay yacimientos en los que se observaron restos de huesos y escorias de metal, como ocurre en Las Cogotas, que pudieron ser lugares en los que se calcinasen los cuerpos, cuyo nombre sería el de ustrina. La forma de cubrir la urna, varía. Unos son simplemente hoyos a poca distancia del suelo, en otras ocasiones nos encontramos antes túmulos (La Osera, El Mercadillo, La Coraja), o estelas (Las Cogotas), e incluso, pequeñas coberturas de lajas (El Raso, El Romazal I, Alcántara).
No hay información sobre las necrópolis del extremo occidental del territorio vetón, Zamora y Salamanca, lo que plantea dos posibilidades:
- que las costumbre funerarias fuesen diferentes, como exposición de los cadáveres a los animales carroñeros, o se arrojasen los cadáveres o cenizas a las aguas de los ríos, que serían prácticas que no dejaban restos arqueológicos, o
- que las necrópolis de estas zonas no hayan sido encontradas aún.
De todas formas, el parecido cultural de estas zonas con la fachada Atlántica, hace sospechar que no se trataba de grandes cementerios. Por ejemplo para la Edad del Hierro, en el noroeste, no se han encontrado necrópolis, y es una zona de gran influencia atlántica.
En cuanto a los ajuares y su desarrollo se puede decir que los primeros enterramientos son del 500 a. C., y en esos momentos el arma principal es la espada de hierro en todas sus variantes, sobre todo las de antenas atrofiadas, típicas de Campos de Urnas, y vasos de ofrendas junto a cerámica hecha a mano con decoración peinada. A finales del siglo IV a. C., los cementerios se vitalizan, y con las espadas empiezan a incluirse puñales de los llamados Monte Bernorio, y después, sobre el 300 a. C., se irán incluyendo los puñales de frontón y los dobleglobulares, llamados así por la forma de su pomo. Sin olvidar otros elementos como lanzas y jabalinas.
Economía
La riqueza en la Segunda Edad del Hierro parece estar muy mal repartida, y debió haber muchas diferencias sociales. La estructura era piramidal, en cuyo vértice superior estaría una elite militar, que usarían el caballo y armas de lujo; tras ellos una base guerrera no tan rica, por su panoplia algo más sencilla; tras ellos, se puede encontrar un grupo de comerciantes y artesanos, y por último una gran masa de gente más humilde, (aproximadamente 85% de la población), o incluso algunos siervos y/o esclavos; por ejemplo Polieno y Plutarco señalan su existencia en Salmantica hacia el 220 a. C. La aristocracia debió jugar un papel importante en esta sociedad.
La ganadería era una de las actividades económicas más importantes. El ganado aportaría carne, leche, piel, cuero, huesos y asta (para instrumentos y herramientas, además de adornos). Se cree incluso que una parte de los recintos amurallados pudieron servir como corrales de ganado, para poder proteger su recurso más preciado. Los restos arqueológicos sugieren que se dedicaron a varias especies, como el ganado bovino y el cerdo, aunque también pudieron dedicarse a otras como ovejas y cabras.
No se debe, sin embargo, descartar la agricultura, ya que en algunos yacimientos se ha encontrado grano de cereal carbonizado, como en Las Cogotas o en El Raso, y la existencia de yacimientos de pequeño tamaño en la Vega del río Adaja, en Ávila, podría estar hablando de pequeños asentamientos dedicados a la producción agrícola. También debieron dedicarse a la recolección de frutos silvestres, y a la caza, ya que entre los huesos de animales hallados en los castros, hay de jabalí y de ciervo.
También se sabe que estas poblaciones tenían comercio con culturas lejanas, ya que en sus necrópolis y poblados hay objetos de lugares alejados de la Península Ibérica, tanto orientalizantes, como griegos e ibéricos.
Manifestaciones artísticas
Una de las manifestaciones artísticas de los vetones son los verracos, esculturas de toros y cerdos, e incluso en algunas ocasiones, jabalíes, que se hallan esparcidas por todo el territorio que se supone la Vetonia. La función de estas esculturas ha sido muy debatida, y puede tratarse tanto de monumentos conmemorativos de victorias, como tener significados mágico-religiosos de protección y reproducción del ganado.
Otras pudieron tener sentido funerario, como parece demostrar las esculturas que aparecen asociadas a piedras con cavidades, a modo de tapas de las tumbas, tal y como le ocurre a alguno aparecido en Martinhierro (Ávila), pero se ha señalado que estas esculturas pertenecieran a las élites vetonas romanizadas, y otros con inscripciones funerarias.
Las últimas investigaciones, señalan que, sin excluir las anteriores investigaciones, estas esculturas pudieron tener además, un valor económico. Ya que la mayoría de las que se conservan in situ, excepto las que están en poblados, se localizan cerca de buenos prados, pastizales, puntos de agua, además de estar ubicados en lugares con muy buena visibilidad. Quizá pudieron funcionar como señalización de buenos pastos, recursos como agua. Para entender mejor esta explicación se debe tener en cuenta el gran coste que supondría para estas sociedades la realización de las esculturas, tanto el esculpirlas como el colocarlas, por ejemplo, una de ellas, la de Villanueva del Campillo, (Ávila) es de unas dimensiones excepcionales, unos 2,50 metros de largo por 2,43 de alto.
Hay que destacar el papel preponderante que jugaron los caballos dentro de la sociedad vetona: como un elemento de ayuda en el pastoreo de ganado, ya desde antiguo los caballos han sido el mejor aliado del hombre para poder vivir en estas tierras agrestes, y como arma de preponderancia militar, tal como sugiere Apiano (Sobre Iberia, 62 y 67) en las Guerras Lusitanas contra Roma, o el famoso ala de caballería vetona, Ala Hispanorum Vettonum, esta vez con los romanos.
Plinio, escritor romano, da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de caballos tan veloces que se originó la leyenda de que a las yeguas las fecundaba el viento Céfiro. Se puede suponer que los caballos vetones competirían con los lusitanos en rapidez y operatividad, estos últimos bien conocidos y apreciados en la actualidad.
Los Oppida y la llegada de Roma.
Los vetones como el resto de culturas de la Península, sufrió cambios en vísperas o a lo largo de la conquista romana. Estos cambios se observan a principios del siglo II a. C., y se observan claramente en la arquitectura y en el trazado de algunos poblados.
Nuevas ciudades
Las murallas que se van construyendo, tienen sillares angulosos y de gran tamaño, la aparición de torres de planta cuadrada, como en La Mesa de Miranda, y aumenta la superficie ocupada de los poblados, como en Las Cogotas o Salamanca, y se fundan otros nuevos, como El Raso. Es ahora cuando se observa que existen jerarquías entre ellos, y los poblados que son más importantes se organizan en barrios, talleres, zonas de santuario, mercados... Estos poblados fortificados de la Segunda Edad del Hierro reciben el nombre de Oppida, palabra que empezó a usar Julio César para los grandes asentamientos de la Galia.
Estos centros, por su tamaño y por sus defensas, se consideran por algunos los primeros centros urbanos prehistóricos de la Meseta occidental. Por ejemplo, hacia el 300 a. C. Salamanca ya tenía una superficie de 20 ha, es casi seguro que otros poblados alcanzasen su tamaño actual, como Las Cogotas, sus casi 15 ha, o La Mesa sus 19 ha. Por entonces se fundaría El Raso, con la misma superficie que Salamanca. Más tarde, La Mesa de Miranda amplía sus recintos a tres y ocupa 30 ha, llegando a invadir parte de la necrópolis. Esto se ha relacionado con la conquista romana y esos periodos de inseguiridad, ya fueran las expediciones del pretor Postrumio en el 179 a. C., o las de Viriato a mediados del siglo II a. C.
Las prospecciones y excavaciones arqueológicas llevadas a cabo han permitido observar que en estos poblados vivió mucha gente en viviendas, talleres y otros posibles edificios públicos repartidos por calles, esto es, algo planificados. También se han hallado zonas no construidas, que pudieron servir como lugares para la estabulación del ganado colectivo. La zonación en barrios de viviendas ricas, otros más pobres, viviendas extramuros, talleres, basureros... podría incluso estar hablando de una diferenciación social, que se refleja también en los cementerios. El caso más claro de jerarquización de poblados, podría ser Ulaca, en la provincia de Ávila, considerado un Oppidum, por su santuario rupestre, la sauna, ambos forman un centro sagrado que debió ser el único operativo en la comarca, y la superficie de sus defensas, unas 70 ha, incluso llega a ser uno de los centros urbanos más grandes de la Península en la Segunda Edad del Hierro.
Sociedad urbana
Se podría pensar que gracias a la influencia de Roma, la sociedad vetona se fue convirtiendo en una sociedad urbana. Algunos textos dan testimonio histórico de que la primera toma de contacto entre los vetones y los romanos fue en el año 193 a. C., en la campaña del pretor Marco Fulvio, quien vence y hace huir en el oppidum de Toletum, a un ejercito formado por carpetanos, vetones, vaceos y celtíberos.
En esos años, llegan objetos romanos, como vajillas para el consumo del vino, aceite, telas... y es posible que los materiales romanos de los yacimientos como Salamanca, Toro, Coca, Las Cogotas, La Mesa de Miranda o El Raso de Candeleda, sean de esta época, y su llegada seguramente supuso una gran impacto de tipo económico, lo cual podría hacer pensar que el desarrollo de los Oppida fue impulsado por esta necesidad de relación con Roma. No se debe pensar que fue Roma la impulsora de este fenómeno, ya que desde el siglo VI a. C. hay pruebas del proceso que desembocará en los centro urbanos.
Industrialización
La producción de hierro, fundición del bronce, fabricación de cerámica, tejidos, talla en piedra, y la producción agrícola y ganadera, más el almacenamiento de alimentos a gran escala, además de los ajuares de los cementerios, y de las relaciones comerciales e intercambio de productos a larga distancia, que se han podido comprobar en poblados y necrópolis, permite hablar de una creciente industrialización de los poblados vetones, generaciones antes de la llegada de Roma.
No se puede negar que la demanda del mundo romano en la Península, aceleró el proceso. Es ahora cuando se generaliza el uso de la cerámica a torno y su producción a gran escala, lo que debía exigir la dedicación de artesanos a tiempo completo sin dedicarse a tareas de subsistencia, como al agricultura o la ganadería. En este momento se observa la paulatina desaparición de la cerámica a mano peinada y la aparición de talleres alfareros en los castros, como el taller de Las Cogotas.
A lo largo de los siglos II y I a. C. se van homogeneizando las producciones en todo el territorio vetón. La cerámica recuperada allí estaba hecha a torno, siendo muchos de ellos vasos de borde vuelto en forma de “palo de golf”, en “cabeza de pato”, copas, cuencos, botellas, recipientes globulares, embudos. Si están pintados los motivos, es en forma de bandas, líneas onduladas, meandros, motivos de cestería y los característicos círculos y semicírculos concéntricos. Parecen que en el transcurso de estos siglos el material fue homogeneizándose en todo el territorio.
Bajo administración romana
En el año 61 a. C., Julio César fue nombrado gobernador de la Hispania Ulterior, y con el pretexto de erradicar las rapiñas de vetones y lusitanos, hizo que la población abandonase los poblados fortificados y bajase al llano, mediante actuaciones militares entre el Duero y el Tajo, y además prohibió la construcción de fortalezas.
Este hecho modificó notablemente la organización del territorio, pero los habitantes de los castros optaron por diferentes soluciones; unos siguieron funcionando como pequeños núcleos, llegando incluso a adquirir estatutos municipales con el tiempo. Arqueológicamente, se observa que el abandono de los poblados se debió más bien a la propia iniciativa indígena, pues no se han hallado procesos belicosos, como quema de poblados, sino abandonos pacíficos.
No parece que esta etnia fuera de las más belicosas y contrarias a Roma y el silencio de las fuentes parece corroborarlo. Quizá buscasen mejores lugares de asentamiento de acuerdo con los intereses romanos, valorando los recursos agrícolas, mineros, ganaderos, estratégicos (vías de comunicación y ciudades) todo ello controlado por el ejército, que prefiguraría la situación altoimperial.
La estrategia ya empezó en el s. II a. C. Pero debió tener mucho más éxito tras las guerras sertorianas (82-72 a. C. Por entonces los núcleos de población como Las Cogotas, La Mesa de Miranda o Ulaca comenzaron a despoblarse, como lo demuestra el que apenas se hayan encontrado materiales romanos en su interior. La población debió trasladarse a la vega, probablemente al lugar que hoy ocupa Ávila, que tiene una aparente semejanza con la ciudad vetona de Óbila de Ptolomeo, pero no existen pruebas concluyentes al respecto. No hay pruebas que certifiquen que en Ávila existiese un castro de la Segunda edad de hierro, pero sí se han hallado cerámicas en un solar que podrían atestiguar una población sobre el siglo I a. C. que coincide con la escasez de restos en los Oppida del valle.
Sin embargo, en Ciudad Rodrigo y Salamanca se ha podido constatar la relación entre el mundo indígena y el altoimperial romano. Otros castros sobresalen durante el bajo imperio, como son Las Merchanas o Yecla la Vieja, que se relacionan con la explotación minera del territorio. Al sur de Gredos, en El Raso de la Candeleda, se han obtenido denarios y ases republicanos, y se observa abandono hacia la época de César, por su importancia, debió trasladarse su población a Talavera la Vieja, o Augustóbriga o a Talavera de la Reina, Caesarobriga.
En el siglo I a. C. la presencia romana al sur del Tajo no debía estar muy consolidada, pero a partir de entonces los poblados del llano empiezan a presentar los mismos materiales que los castros fortificados, cuyos habitantes, poco a poco ocuparán tierras agrícolas más productivas. La fundación en el año 34 a. C. de Norba Caesarina, actual Cáceres, se relaciona con el abandono del castro de Villasviejas y los núcleos cercanos, por estar lejos de las vías de comunicación, Norba tiene una buena posición geográfica con respecto a la Vía de la Plata.
Otros castros, oppida, asentamientos o restos vetones
- Abulenses: Obila (Avila). Toros de Guisando, La Osera, La Colilla (Valle de Amblés) La Pared de los Moros (Niharra), El Cerro de la Cabra (Ojos Albos).
- Salmantinos: Helmantica (Salamanca), Augustobriga (Ciudad Rodrigo) , Diobriga (Bejar), Manliana (Monleon), Irueña (Fuenteguinaldo), Hinojosa del Duero, Los Habitantes (Albergueria), La Plaza (Gallegos de Argañán), El Cerro y Lagunilla (Montemayor).
- Cacereños: Talavera La Vieja, Capara (Guijo de Granadilla), Botija, Montehermoso, Segura de Toro, Malpartida de Plasencia y Hervás.
- Portugueses: Ocelum (Castelo Branco), Cottaeobriga (Almeida), Lancia (Serra d'Opa).
- Toledanos: Caesarobriga (Talavera de la Reina).
- Zamoranos: Toro.
- Sin catalogar: Laconimurgi (Constantina, en la provincia de Sevilla, o Puebla de Alcocer, en la de Badajoz).
Bibliografía
- Salinas de Frías, Manuel (1982). «La organización tribal de los vetones : pueblos prerromanos de Salamanca». Salamanca: Universidad de Salamanca.
- Sánchez Moreno, Eduardo (2000). «Vetones: historia y arqueología de un pueblo prerromano». Cantoblanco (Madrid): Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid (Colección de estudios; 64).
- Álvarez-Sanchís, J. R. (1999). «Los Vettones». Madrid: Real Academia de la Historia.
- Álvarez-Sanchís, J. R. (2001). Los Vettones en Almgro-Gorbea.
- Mariné, M., Álvarez-Sanchís (Edit.) (2001). «Celtas y Vettones. Catálogo de la Exposición». Ávila: Institución Gran Duque de Alba.