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Situación[editar]

Estado del África oriental[editar]

El Cuerno de África a principios de la década de 1930, con el incidente de Wal Wal.

El área del Cuerno de África había sido, a partir del 1882, la zona donde había comenzado a aplicarse la política colonial del Reino de Italia; la primera fase de la expansión colonial concluyó con la desastrosa guerra de Abisinia y la derrota de las fuerzas italianas en la batalla de Adua, el 1 de marzo de 1896, infligida por el ejército etíope de del negus Menelik II.[1]​ Durante los años posteriores, la Italia liberal abandonó sus planes de expansión en la zona y se limitó a administrar las pequeñas posesiones que conservaba en ella: la colonia eritrea y el protectorado (luego colonia) de la Somalia italiana. Hasta los años treinta del siglo XX, estos territorios no volvieron a ser objeto de debate público, y el interés sobre ellos se circunscribió a los solos círculos coloniales y a las sociedades de exploradores; las relaciones económicas y diplomáticas italo-etíopes fueron estables durante estas décadas.[2]

Durante los años anteriores a 1925, el interés italiano sobre Etiopía fue primordialmente diplomático, pero tan constante que atrajo la atención de los Gobiernos de Adís Abeba, Londres y París: de hecho, las ambiciones de Roma en la zona no habían desaparecido. Relevante fue en tal sentido la política periférica del gobernador de Eritrea Jacopo Gasparini, centrada en la explotación del Teseney y a la colaboración con los jefes del Tigre en contra de Etiopía. También tuvo gran relieve la represión de Cesare Maria de Vecchi en Somalia, que llevó a la ocupación de la fértil Jubalandia y, según la retórica fascista de dominación directa, la «reconquista» de toda Somalia con el cese, en 1928, de la colaboración entre los colonos y los jefes tradicionales somalíes. La firma del pacto secreto italo-británico del 14 diciembre 1925 debería haber reforzado el dominio italiano en la región: Londres reconocía que la zona de la alta Etiopía era de interés puramente italiano y admitía la legitimidad de la solicitud italiana para construir un ferrocarril que conectara Somalia y Eritrea. Pese a que los firmantes hubiesen deseado mantener la discreción del acuerdo, este se difundió por Londres y causó la irritación de los Gobiernos franceses y etíope; este último lo denunció incluso como un golpe a traición a un país ya era a todos los efectos miembro de la Sociedad de Naciones.[3]

Pese a que ya en 1925 Benito Mussolini sopesaba agredir a Etiopía, solo en noviembre 1932 se decidió finalmente a hacerlo; encargó al ministro de las Colonias Emilio de Bono que preparase el plan de campaña contra el país africano.[4]​ En primer lugar, se movilizó el aparato propagandístico fascista para hacer que el país recuperase el interés en las cuestiones coloniales en previsión de la intervención militar. Con vistas a la celebración de la «década de la revolución», se añadieron dos temas fundamentales a la propaganda: el «mito del Duce» y la idea de la «Nueva Italia».[5]​ Se alentó la publicación de obras coloniales con el propósito de magnificar las hazañas alcanzadas durante la década fascista, al tiempo que se filtraba en ellas el programa imperialista gubernamental, como la indicación del subsecretario de Colonias Alessandro Lessona, que indicó en una de ellas: «la Italia mussoliniana ha encontrado de nuevo en África las vía de su transformación».[6]​ Sobre la expansión colonial, el Ministerio de las Colonias organizó muestras comerciales, exposiciones tnográficas, manifestaciones políticas[7]​ y en el debate público intervinieron historiadores, expertos coloniales, juristas, antropólogos y exploradores como Lidio Cipriani, que publicó algunos estudios con el objetivo de demostrar «la inferioridad mental de los negros» y la aptitud de los italianos para adaptarse a los climas tropicales africanos.[8]

La imposición de la guerra[editar]

Salvo alguna voz aislada, la propaganda colonial fue inspirada por el régimen; se proponía preparar al país para la gloria, pero también para el sacrificio, que conllevaría el imperio anunciado por Mussolini en el «discurso de la Ascensión» del 26 de mayo de 1927.[9]​ Detrás a esta campaña propagandística no había nada concreto: únicamente con la redacción, el 27 de agosto de 1932, del largo Informe sobre Etiopía del embajador Raffaele Guariglia se perfiló una política precisa que tenía por objetivo acabar la vaga amistad con Adís Abeba, fortalecer los efectivos militares en Eritrea y Somalia y, a continuación, emplear la fuerza contra los etíopes. El documento afirmaba: «si queremos dotar al país de una expansión colonial o, por usar una expresión más elevada, crear un verdadero imperio colonial italiano, no podemos intentar hacerlo de otro modo que marchando a Etiopía»; advertía, no obstante, toda campaña militar debía contar con el beneplácito de Francia y del Reino Unido.[10]​ El documento fue examinado largamente por Mussolini antes de que este autorizara en noviembre a De Bono a emprender los estudios de los preparativos militares. Este aprovechó la gran ocasión que se le ofrecía: obtuvo permiso para marchar a Eritrea para informar sobre la situación; al principio se mostró cauto y prudente, pero probablemente por miedo a que otros le arrebatasen el control del proyecto, en los meses siguientes cambió de actitud y comenzó a sopesar la conveniencia de una guerra preventiva, que primeramente había descartado a causa de la precaria situación de las infraestructuras portuarias y viarias de la región y del enorme coste que comportaba, además de los eventuales roces diplomáticos que pudiese suscitar con Francia y el Reino Unido.[11]

Generales italianos de la campaña etíope
Los generales Emilio De Bono (izquierda) y Pietro Badoglio.}

De consuno con el coronel Luigi Cubeddu, jefe de las tropas destinadas en Eritrea, De Bono preparó en poco tiempo el plan de ofensiva contra Etiopía, que preveía el empleo contra el ejército abisinio (compuesto por entre doscientos y trescientos mil soldados) de un ejército conjunto formado por sesenta mil eritreos y treinta y cinco mil italianos, completado con una brigada aérea. De Bono fiaba el éxito de la empresa a la velocidad: esperaba poder ocupar la región de Tigré antes de que el grueso del ejército enemigo se hubiera movilizado, al tiempo que asignaba a Somalia fuerzas menores, calculadas en aproximadamente diez mil somalíes y entre diez y doce mil libios, ya que el ataque hacia el sur, en dirección a Adís Abeba, tendría carácter meramente de distracción.[12]​ Según el historiador Giorgio Rochat, el proyecto de De Bono revelaba una organización muy somera, imputable en parte a la importancia política que el general italiano quiso dar a la empresa, por lo que minimizó los riesgos, los costos y subestimó al enemigo y la preparación necesaria, con la intención clara de complacer los deseos del Duce de favorecer una política agresiva y rápida,[13]​ y en parte al aspecto de típica guerra colonial que De Bono dio a la campaña, hecha de conquistas graduales, con fuerzas limitadas y empleo de tropas reclutadas sobre el terreno.[4]​ El único punto del plan considerado equilibrado era el que reconocía la importancia de alcanzar un acuerdo previo con Francia y el Reino Unido, pero De Bono también en esto no dio importancia al tiempo necesario para la diplomacia y redujo en un mes el intervalo entre la decisión política de invadir Etiopía y el comienzo de la ofensiva militar que, sin embargo, habría requerido más tiempo a causa de las limitadas posibilidades del puerto de Massawa y de la insuficiencia de la red de carreteras eritrea.[14]

En los siguientes dos años, las principales autoridades militares debatieron los preparativos, se disputaron el mando y adoptaron posiciones opuestas: De Bono consideraba la guerra una conquista colonial al viejo estilo, mientras que Pietro Badoglio, jefe del Estado Mayor del Ejército,[nota 1]​ sopesaba seriamente la hipótesis de hacer de agresión una verdadera y guerra nacional.[4]​ Los que pensaban diferente que el Duce fueron, no obstante, rápidamente despedidos: así en el 1933 el ministro de la Guerra, general Pietro Gazzera, fue relevado por Mussolini, que asumió el ministerio, delegando de hecho la gestión en el subsecretario general Federico Baistrocchi. Al año siguiente, tomó también para sí las funciones de jefe del Estado Mayor del Ejército (aunque buena parte de las atribuciones del puesto pasaron de hecho al general Alberto Pariani) tras el relevo del general Alberto Bonzani, que había defendido en vano su cargo y expresado su convencimiento en la prioridad de la política europea frente la colonial.[16]

A finales de 1934, los mandos militares alcanzaron un acuerdo, con dos asuntos esenciales: el aumento de fuerzas enviadas desde Italia (aproximadamente ochenta mil soldados italianos y entre treinta y cincuenta mil ascari eritreos dotados de armas modernas) y un enfoque cauto de las operaciones militares, que consistirían en una penetración en el Tigré hasta la línea Adigrat-Axum y en la espera de la acometida etíope a la posición fortificada para destruir en el choque al ejército del negus Haile Selassie.[17]​ Uno de las pocas cosas en las que los mandos coincidían eran los límites de la situación estratégica: la capacidad del puerto de Massawa era del todo insuficiente, las vías de comunicación interior en Etiopía eran escasas y la situación era todavía peor en cuanto a las infraestructuras en Somalia. Además, a pesar de que todos concedían gran importancia a la aeronáutica, no se había hecho nada para asegurar la participación de los cientos de aviones previstos en la operación, ni se había comenzado la construcción de los aeródromos necesarios, ni se habían coordinado las fuerzas de tierra con las de la Aviación. No existía siquiera un órgano de coordinación entre las armas, un alto mando general que dirimiese los posibles problemas entre los tres ejércitos: tan solo Mussolini tenía autoridad para decidir la entrada en guerra y solucionar las desavenencias entre ejércitos, pero durante dos años dejó que los ministerios disputasen entre sí, al tiempo que destituía a los hombres con demasiada autoridad y sustituía a las pocas personas de valor con otras mediocres provenientes de la jefatura del partido. Hasta finales de 1934, por lo tanto, el debate se mantuvo a un nivel puramente técnico, y los militares mantuvieron la tradicional división entre las competencias militares y las políticas, que Mussolini se reservaba en exclusiva.[18]​ Pero la guerra que habían preparado tenía objetivos limitados: ninguno sabía qué hacer después de haber ocupado el Tigré, ningún estudio preveía la posibilidad de extender la autoridad italiana a toda Etiopía, y ninguno (salvo Badoglio) había considerado los perjuicios que conllevaría la agresión a otro Estado.[18]

El incidente de Wal Wal y las complicaciones internacionales[editar]

El diminuto presidio italiano en Wal Wal, que fue atacado por fuerzas abisinias en diciembre de 1934. Los italianos emplearon el incidente para justificar la guerra.

El momento decisivo llegó en diciembre de 1934: el día 5, la guarnición italiana de Wal Wal, en el Ogadén, rechazó el asalto de tropas abisinias que intentaban recuperar parte de los territorios que Italia había ocupado en años anteriores aprovechando la falta de una frontera nítida entre Etiopía y Somalia.[19]​ La noticia pasó casi desapercibida para la opinión pública y solo después el episodio fue magnificado por la propaganda para transformarlo en la provocación necesaria que justificase la guerra.[20]

El 30 de diciembre, Mussolini dirigió un documento secreto a las autoridades del régimen, las Directrices y plan de acción para resolver la cuestión italo-abisinia, con el que puso en marcha el proceso; fijó en el otoño de 1935 el momento en el que debían principiar las operaciones contra Etiopía. Comparado con lo que se había planeado entonces, el Duce impuso una guerra masiva con el objetivo de alcanzar la conquista total del país africano, de manera rápida y moderna, para lo cual puso a disposición del mando una fuerza tres veces mayor de los previsto, lo que implicó muchos problemas organizativos, pues quedaba poco tiempo para llevar a cabo la movilización de tal número de unidades.[21]​ En el documento Mussolini asumió la responsabilidad total de la guerra, otorgándole la preeminencia entre los objetivos del régimen y señalando inequívocamente el fin buscado: la conquista total de Etiopía y la fundación de un imperio.[22]

Los motivos aducidos por Mussolini en el documento incluyeron algunos vagos, como lo inevitable del conflicto y la referencia a la «venganza de Adua», y otros falsos, como el fortalecimiento del poder militar y político de Haile Selassie (que en realidad no constituía ningún peligro para Italia). El sentido general pero, empero, muy claro: el Duce quería una afirmación de prestigio de efecto inmediato. Hasta el momento el predominio anglo-francés en África le había impedido conseguir el triunfo internacional que consideraba indispensable para fortalecer y definir el régimen fascista.[23]​ Además en ese momento Hitler ponía en tela de juicio el equilibrio europeo, lo que obligó a Mussolini a consolidar su propia figura ante la nueva situación y en previsión de una posible nueva guerra.[23]​ Poco importaba que Etiopía fuera un país pobre y escabroso, cuyo dominio supondría más una carga que una ventaja para la economía italiana: era el objetivo «natural», pues su conquista enlazaba con la breve tradición colonial italiana y la empresa se presentó como relativamente fácil y sin riesgo de perjudicar los intereses de Francia y del Reino Unido. Mussolini consideró, con razón, que los anglo-franceses sacrificarían Etiopía a las ambiciones fascistas, aunque subestimó la reacción de la opinión pública internacional.[24]

Francia y el Reino Unido
Los ministros de Asuntos Exteriores de las principales potencias coloniales europeas: Pierre Laval (izquierda) y Anthony Eden.

Entre el 4 y el 7 de enero de 1935, Mussolini se reunió en Roma con el ministro de Asuntos Exteriores francés Pierre Laval, con el que firmó el acuerdo franco-italiano, pacto por el que Francia concedió a Italia ciertos territorios fronterizos entre Libia y el África Ecuatorial Francesa y entre Eritrea y la Somalia francesa; también se comprometió a no emprender nuevas empresas económicas en Etiopía más allá de las relacionadas con el tráfico del ferrocarril Adís Abeba-Yibuti. El acuerdo suponía principalmente un explícito permiso francés para que Italia actuase libremente en la región,[25]​ a cambio del envío de nueve divisiones italianas en socorro de los franceses si eran atacados por Alemania.[26]​ Laval esperaba así congraciarse con Mussolini y forjar con él una alianza antinazi; los franceses suponían además que la invasión italiana se limitaría a operaciones coloniales que no originarían protestas internacionales. La posición de Mussolini y del alto mando militar italiano es menos congruente: al tiempo que aprobaban planes militares para el sostenimiento de Francia y del equilibrio en Europa, se disponían a desencadenar una guerra que seguramente habría de desestabilizar el equilibrio internacional.[26]​ En este sentido, el primer aviso de posibles complicaciones fue el envío al Mediterráneo de algunos barcos de guerra de la Armada británica, en señal de advertencia y como señal del poderío naval británico.[27]​ Gran parte de la opinión pública británica exigió que Mussolini abandonase sus planes; aunque el Gobierno no pensaba asumir riesgo alguno contra Italia, tuvo no obstante que mostrarse tajante y endurecer su posición en lo tocante a la crisis italo-etíope; ello no impidió, empero que continuasen los preparativos italianos de la invasión de Etiopía.[27]

Mientras, la propaganda también tuvo que afrontar una serie de señales de rechazo popular (como el amago de motín en algunos departamentos alpinos de reclutas que debían partir hacia África a principios de 1935) y centró sus esfuerzos en dos temas principales: la necesidad de ofrecer tierra y mano de obra a la población italiana en Etiopía y el desafío de la Italia proletaria y revolucionaria a las potencias europeas conservadoras que se oponían a su necesaria expansión con amenazas y sanciones económicas. Estos justificaciones satisficieron más a la población que la «venganza de Adua» y las «provocaciones de Abisinia», que el público tildaba de pretextos pueriles e insuficientes para desencadenar una guerra.[28]​ Entre los argumentos económicos también estaba la seguridad de que en el este de África podrían vivir y trabajar millones de italianos, disfrutando de una riqueza natural incalculable; la propaganda hizo circular noticias de fabulosas riquezas en oro, platino, petróleo y recursos agrícolas para persuadir al público de que apoyase la empresa.[29]

Wal Wal fue casi olvidado; desde junio de 1935, la propaganda se redobló, especialmente en clave antibritánica, dado que el Reino Unido seguía siendo el principal obstáculo a la extensión de los dominios de ultramar, apoyaba a Etiopía y la posible imposición de sanciones económicas de la Sociedad de Naciones a Italia.[30]​ En realidad, Londres no tomó ninguna medida decisiva contra las intenciones de expansión colonial de Mussolini; de hecho, durante la conferencia de Stresa de abril de 1935 y en la visita de Anthony Eden a Roma el 24 y 25 de mayo de ese año, los británicos evitaron cuidadosamente los asuntos coloniales, lo que llevó a Mussolini a deducir con razón que no pensaban frustrar sus planes.[31]​ El casus belli de Wal Wal había sido ampliamente aireado, y la flota británica, que por sí sola podría haber desbaratado las ambiciones fascistas en Etiopía bloqueando el canal de Suez y el estrecho de Gibraltar y al mismo tiempo amenazar la seguridad nacional italiana, no actuó.[32]​ Mussolini soslayó los últimos intentos británicos de mediación bilateral durante una sesión de la Sociedad de Naciones a comienzos de agosto.[32]​ Lo fue también la condena sin precedentes contra la guerra del papa Pío XI, que el 27 de agosto, durante un congreso internacional de enfermeras católicas, pronunció un discurso haciendo referencias precisas a la situación política internacional. En esa ocasión tildó a lo que se iba a desatar en Etiopía de «guerra injusta», «sombría», «insoportablemente horrible», condenándola totalmente y sin atenuantes. Pero la noticia de que Pío XI se había pronunciado en contra de la guerra, aunque transmitida por las agencias de noticias internacionales, no se incluyó en el texto del discurso que publicó L'Osservatore Romano en francés el 29 de agosto y en italiano el 1 de septiembre.[33]

Mussolini quería la guerra a toda costa, pero la historiografía no ha encontrado nunca una motivación clara y inequívoca que empujase al dictador a emprender el conflicto; fue más bien una serie de motivos, de impulsos viejos y nuevos, de coincidencias y casualidades. Mussolini encontró el momento oportuno en el ámbito de política exterior: justo cuando el sistema de seguridad establecido en Versailles empezaba a flaquear por el embate de los regímenes fascistas,[34]​ Mussolini se convenció que ninguna de las potencias europeas le impediría expandirse en Etiopía, y de su actitud futura ante el fascismo.[35]​ Al mismo tiempo, los planes de Mussolini tuvieron motivos de política interior, económicos, sociales y de prestigio: según Renzo De Felice, la guerra correspondía al carácter imperialista del fascismo, a sus exigencias de prestigio y de éxitos clamorosos merced a los cuales el Duce, al explotar ese «momento justo», podía reforzar su ascendente sobre las masas y su poder personal, más allá de que, como escribió Federico Chabod, existía la necesidad de encontrar una distracción de la grave situación económica interior.[36]​ El prestigio como origen de la empresa abisinia fue también compartido por Denis Mack Smith, que en 1976 afirmó que «las razones económicas [...] eficaces en la propaganda, no hubiesen resistido una análisis detenido y riguroso. Más sustancial era la cuestión del prestigio, ya que Mussolini tenía una urgente necesidad de fortalecer en los italianos la idea de que el fascismo era algo grande, importante y victorioso».[37]​ Pero lo que la historiografía ha dejado más patente es la premeditación de la empresa colonial, nacida en los años veinte del siglo XX, y destacada incluso por los mismos historiadores del régimen desde 1938, cuando Conduzco Borlotto escribió: «En el mismo año en el cual [...] se estipulaban los acuerdos de Locarno (1925), el Duce daba los primeros pasos dirigidos a reparar el injusto tratamiento infligido a Italia en la mesa de la paz de Versalles [...] Desde ese momento, el Duce trabajó ininterrumpidamente en la preparación de la nueva empresa. Consumar el Estado fascista en su totalidad comportaba alcanzar el Imperio»[38]

Fuerzas enfrentadas[editar]

Preparativos y movilización italianos[editar]

Mussolini pasa revista a las tropas listas para embarcar hacia el Cuerno de África.

La responsabilidad de los preparativos para la guerra no se confió al jefe del Estado Mayor, o incluso al ejército, sino a un comité especial del Ministerio de las Colonias. Aunque estaba dispuesto a escuchar los consejos del ejército, Mussolini insistió en que la abisinia debía ser una guerra puramente fascista, bajo su propia dirección, y puso a Emilio De Bono al mando del cuerpo expedicionario, un destacado jerarca fascista que había participado en la campaña africana de 1887, pero que había dejado el ejército años atrás. Se esperaba que la mayoría de las tropas no provendría del ejército regular, sino de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, a fin de que el régimen copase la gloria militar, relegando a Badoglio y al Ejército a un papel secundario. De Bono al principio pensó en usar tres Divisións, pero Mussolini, para no correr riesgos, le entregó fuerzas mucho mayores desde el comienzo de la campaña.[39]

La movilización de hombres y medios su puso un esfuerzo considerable para Italia y, pese al poco tiempo disponible, se llevó a cabo sin mayores problemas, adquiriendo dimensiones extraordinarias, hasta el punto de que se la considera la mayor guerra colonial de todos los tiempos por el número de hombres y medios empleados en la contienda.[40]​ Según la cifras oficiales compiladas apresuradamente por el subsecretario de Guerra Baistrocchi para su Informe sobre las actividades realizadas para la operación AO de octubre de 1936, durante la fase de preparación de la campaña en el África oriental habían sido enviado a esta 21000 oficiales, 443000 suboficiales y soldados, 97000 trabajadores, 82000 bestias y 976000 toneladas de material. Según la Armada, se transportaron 560000 hombres y 3 millones de toneladas de armas y material a África.[41]​ Fueron llamados a filas las quintas de 1911 a 1915, lo que permitió al ejército tener una enorme disponibilidad de hombres sin debilitar a las unidades que quedaban en Italia, según afirmaron Mussolini y Baistrocchi. Entre febrero de 1935 y enero de 1936 fueron enviados a Eritrea seis Divisións ("Gavinana", «Gran Sasso», «Sila», «Cosseria», «Assietta», «Pusteria»), una a Somalia («Pusteria») y tres a Libia. De los aproximadamente cincuenta mil voluntarios, unos treinta y cinco mil fueron encuadrados en la milicia y los restantes se destinaron a complementar batallones que serían utilizadas para reemplazar las pérdidas.[42]​ A instancias de Mussolini, la Milicia misma se convirtió en un componente importante del cuerpo expedicionario, destinado a representar el carácter fascista de la empresa; gracias a los aproximadamente ochenta mil voluntarios que se presentaron (incluidos los que no usó el Ejército) se formaron hasta seis Divisións: 1.ª División CC.NN. «23 marzo», 2.ª División CC.NN. «28 ottobre», 3.ª División CC.NN. «21 aprile», 4.ª División CC.NN. «3 gennaio», 5.ª División CC.NN. «1 febbraio», que fueron trasladadas entre agosto y noviembre de 1935 a Eritrea, y la 6.ª División CC.NN. «Tevere», que lo fue a Somalia.[43]

Archivo:Ascari penne di falco.jpg
Ascari eritreos con sus plumas de halcón, posando ante sus ametralladoras Fiat-Revelli Mod. 1914.

A diferencia de las guerras coloniales emprendidas hasta entonces por las potencias europeas, la acometida por Mussolini tuvo una proporción mayor de tropas nacionales que de coloniales. Los ascari eritreos eran minoría y fueron el único componente de la expedición que no aumentó de número durante los preparativos bélicos (en 1935 la necesidad determinó un crecimiento de tan solo entre veinticinco y treinta mil dubats somalíes), pese a que el mando italiano confiaba mucho en su tradicional cohesión y espíritu de combate y en su habilidad para luchar en terrenos duros y difíciles; además, las pérdidas de tropas coloniales no preocupaban a la opinión pública italiana. Los nuevos batallones carecían de una organización sólida, a diferencia de los pocos batallones veteranos, y la falta de estudios específicos hace que sea imposible constatar la importancia de su contribución a la campaña etíope (solo se reseñaron las deserciones de unidades enteras en los informes); es indudable, empero, que su uso contribuyó decisivamente a la victoria italiana. En la ofensiva final contra Adís Abeba, por ejemplo, se empleó una división libia.[44]

Desde su llegada al Asmara el 16 de enero de 1935, Emilio De Bono, que llevaba tiempo alejado del mando y sobre el que pesaba la acusación de Badoglio a ser un mal organizador, tuvo que afrontar la ardua tarea de preparar la invasión en los nueve meses que le había concedido para ello Mussolini.[45]​ La enorme concentración de tropas en Eritrea y Somalia, llegadas a través de los puertos de Massawa y Mogadiscio, fue el primer gran problema que tuvo remediar, junto con desplazamiento por la región. Los puertos carecían de medios para recibir los cientos de miles de toneladas de pertrechos y a los miles de hombres que desembarcaban en ellos cada día. Las carreteras que conducían tierra adentro eran inadecuadas o simplemente no existían. Los puertos carecían de equipos, muelles, plazas, mano de obra cualificada, socorro e incluso de mando; todo tuvo que ser organizado velozmente, del mismo modo que hubo de ampliarse la carretera que conducía a la capital eritrea, Asmara, situada a 2350 metros sobre el nivel del mar.[46]​ Luego se erigió un impresionante teleférico y una segunda carretera a la capital que se encontraba en la meseta de Eritrea, donde comenzaría la guerra, y que luego había de extenderse hacia el sur, hacia el altiplano etíope. También a marchas forzadas se mejoró la red de carreteras de la meseta para que soportase el tráfico pesado de vehículos.[47]​ El 1 de octubre de 1935, abarrotaban ya la meseta eritrea 5700 oficiales, 6300 suboficiales, 99200 soldados italianos, 53200 ascari, 35650 bestias de carga y tiro, 4200 ametralladoras y metralletas, 580 piezas de artillería, 400 tanques ligeros y 3700 otros vehículos.[47]​ Al mismo tiempo, el general Rodolfo Graziani reunió en Somalia 1650 oficiales, 1550 suboficiales, 21150 soldados italianos, 29500 eritreos y somalíes, 1600 ametralladoras, 117 piezas de artillería, 7900 bestias, 2700 vehículos y 38 aeronaves.[48]​ Estas cifras no reflejan el número final de efectivos, pues estos seguían llegando, junto con los abastos y pertrechos para equipar a casi un millón de hombres; Eritrea era una región muy pobre, por lo que se tuvo que importar de Italia casi todo lo necesario: madera, cemento, grano, telas, metales y cualquier otro elemento necesario para la campaña.[49]

La aviación tuvo que afrontar problemas parecidos: tuvo que compensar la falta de aeropuertos y ocuparse del mantenimiento de los 318 aviones enviados durante la guerra a Eritrea y los 132 destinados a Somalia. Para organizar la fuerza aérea, el 1 de febrero de 1935 se creó el Mando de la Fuerza Aérea Italiana en África Oriental, cuyo mando se otorgó al general Ferruccio Ranza. En este caso también, la disponibilidad financiera fue casi ilimitada: se construyeron seis bases aéreas (en Massawa, Zula, Assab, Asmara, Gura y Mogadiscio), dieciocho aeropuertos y ochenta y cuatro campamentos improvisados ​​con todas las instalaciones necesarias, almacenes, talleres y depósitos. También se estableció un servicio meteorológico, una red de radio y una oficina cartográfica. De los 450 aviones enviados, un tercio fueron del modelo IMAM Ro.1 y Ro.37 bis y unos doscientos eran Caproni Ca.101, Ca.111 y Ca.133, de bombardeo y transporte; todos eran modelos ya vetustos en Europa, pero aun así excelentes para una guerra colonial. También fueron enviados a Eritrea veintiséis modernos bombarderos Savoia-Marchetti SM.81 y varias decenas de aviones menores para usarlos en labores de enlace y caza.[50]

La situación en Etiopía[editar]

Mando etíope
El negus Haile Selassie, emperador de Etiopía (izquierda) y el ras Cassa Hailù, jefe del ejército etíope del norte.[51]

Aunque exageró el poder de disuasión de la Sociedad de Naciones y esperó hasta el último momento el respaldo del Reino Unido, Haile Selassie aceleró desde el incidente de Wal Wal el rearme etíope, dispuesto a «gastar hasta el último céntimo en defender la integridad de Etiopía», objetivo al que aportó toda su riqueza personal. De enero a julio de 1935, Etiopía pudo importar de Europa, antes de que el embargo promulgado por la Sociedad de Naciones entrara en vigor[nota 2]​ dieciséis mil rifles, seiscientas ametralladoras y medio millón de balas, cantidades exiguas para enfrentarse a una nación industrializada como Italia. El negus estaba muy decepcionado por la actitud de Francia, que desde los tiempos de Adowa había sido el país europeo más cercano a Etiopía, y que bloqueó en Yibuti sin motivo claro varios cargamentos de armas destinados a Etiopía.[53]​ Haile Selassie no podía creer que Laval lo hubiera abandonado e ignoraba que Mussolini estaba cercando al país, bloqueando sus fuentes de suministro e incluso comprando las armas ya encargadas por los etíopes. Alemania, por su parte, no deseaba el hundimiento del régimen fascista italiano, pero sí que este se enfrascase en una guerra en África que le impidiese intervenir en los asuntos austriacos y en los de los países del sur de Europa; por ello, no dudó en abastecer secretamente a Etiopía con armas y municiones.[54]

Las potencias europeas no dieron ningún apoyo concreto a Etiopía. El caso más paradóhico fue el del Reino Unido: mientras trataba públicamente de mediar entre los países enfrentados, en secreto sostenía una posición ambigua, a pesar las intensas simpatías que Etiopía despertaba entre la población británica; este sentimiento que unía el anticolonialismo, el antifascismo y el antiimperialismo en contra de la guerra que Mussolini estaba a punto de emprender, se extendió tanto en el Reino Unido como en el resto de Europa. Hubo manifestaciones en apoyo de Etiopía en todo el mundo, desde París a Londres, de Damasco a Nairobi de Ciudad del Cabo a Ciudad de México, pero en general no hubo una movilización significativa como la que suscitó luego la guerra civil española: solo algunos cientos de personas abrazaron la causa etíope y se alistaron en las filas del negus.[55]​ Aunque estaba en juego el frágil equilibrio originado en la posguerra, los países europeos no actuaron. Más activas fueron las delegaciones nacionales de la Cruz Roja, que enviaron a Etiopía personal, material, medicinas y unidades médicas.[56]​ Oficialmente el Comité Internacional de la Cruz Roja mantuvo una postura neutral; condenó débilmente algunas infracciones del Derecho internacional cometidas por los italianos, pero sin insistir en las quejas y con una actitud esencialmente complaciente con la diplomacia fascista.[56]


No existe documentación completa sobre el flujo de armas en Etiopía durante 1935, y es por ello difícil evaluar el estado del arsenal etíope al estallar el conflicto. Los cálculos italianos suponían que alrededor de un cuarto de las fuerzas enemigas —que en total creían eran entre doscientos ochenta y trescientos cincuenta mil soldados— contaban con adiestramiento al estilo europeo, con fusiles de repetición de diversos modelos y calibres, en su mayoría modernos, y con alrededor de ciento cincuenta cartuchos por soldado. En total, el ejército del negus contaba con aproximadamente un millar de ametralladoras y fusiles ametralladores con abundante munición, doscientas piezas de artillería —en general anticuada—, algunas docenas de cañones antiaéreos y antitanque (incluidos treinta cañones antitanque de 37 mm fabricados por Rheinmetall-Borsig cuya venta autorizó el propio Hitler.[57]​), algunos tanques y una docena de aviones.[58]​ En esencia la situación militar ejército etíope se resume en las palabras del enviado del Times londinense, George Steer, que escribió sobre los etíopes: «Carecen de artillería, no tienen fuerza aérea y la proporción de armas y fusiles automáticos modernos es patética». Aún más patente, sin embargo, era la falta de preparación y adiestramiento de los soldados y oficiales: los antiguos jefes de Abisinia, excepto quizás el ras Immirù, grasmac Afeuork y el cagnasmac Mellion[nota 3]​, eran en su mayoría administradores con escaso conocimiento militar; de los soldados, apenas uno de cada cinco soldado estaba preparado para participar en una guerra moderna. Haile Selassie, perfectamente consciente de la situación, confió sobre todo en los alumnos de la «Ecole de Guerre» de Olettà, de la que esperaba que surgiesen los verdaderos cuadros del ejército; por desgracia para los etíopes, los ciento treinta y ocho alumnos de la escuela, a los que se consideraba que gozaban de gran cultura, nunca tuvieron la oportunidad de destacar durante la guerra; formaron, empero, el primer núcleo de la posterior resistencia etíope a la ocupación italiana.[60]

Los etíopes dudaban asimismo sobre el mejor enfoque para la defensa: podían optar por las tradicionales batallas campales o escoger las tácticas de guerrilla. A finales del verano de 1935, tras haber participado en una intensa campaña de reforzamiento del espíritu nacional cuajada de llamamientos patrióticos,[61]​ el negus se dedicó al estudio de un plan militar junto con su consejero Eric Virgin.[62]​ El plan se resumía en cinco puntos fundamentales:

  1. Retirada las fuerzas fronterizas unos treinta kilómetros, hasta la línea Adua-Adigrat para observar las líneas del ataque italiano.
  2. Reforzamiento de Uolcait.
  3. Creación de una línea defensiva en Macallè con las fuerzas del ras Seyum a la izquierda, la del ras Kassa Hailu en el centro y las del ras Mulugheta a la derecha.
  4. Traslado al norte de las fuerzas del ras Immirù.
  5. Disposición de las fuerzas del ras Ghetacciù al este de Dessiè.

Hailé Selassié ordenó además el uso de tácticas de guerrilla, aunque por razones culturales y territoriales sabía de antemano que serían poco eficaces. Sus jefes militares consideraban los usos de la guerrilla eran degradantes, dignos de bandoleros y no de hombres valientes, lo que les complicaba el abandonar el arte de la guerra campal sin sentir que perdían la dignidad.[62]​ Existía además un problema logístico: las distintas regiones de Abisinia estaban todavía poco cohesionadas; las provincias recientemente anexadas como las de Borana y Sidamo se se habían integrado completamente en el imperio y en otros como Harar y Ogadén habían surgido movimientos separatistas.[63]​ Así, en muchas regiones no sería fácil contar con la colaboración de la población, condición crucial para la operación de las guerrillas.[62]

Llegada de un envío de medicinas a la estación de Adís Abeba.

El frente sur preocupaba menos al emperador, tanto porque los italianos habían desplegado en él tan solo cincuenta mil hombres como porque la frontera con Somalia consistía en casi mil kilómetros de desierto abrasador, sin agua e infestado de malaria. En este sector las fuerzas de Graziani tendrían que ascender a lo largo de los ríos Juba y Shebelle o seguir la línea de los pozos que iba de desde Scilláve a Dagahbùr pasando por Gorrahei y Sassabanèh; las fuerzas del degiac Bejenè Merid junto con las del degiac Nasibù Zemanuel podrían bloquear estas líneas de avance, mientras que las fuerzas del ras Destà podrían concentrarse en Sidamo para acometer ofensivas contra el enemigo. Protegidas por la vegetación, estas tropas podrían descender a lo largo de las orillas del Daua Parma, Ganale Doria y Uebi Gestro y atacar por sorpresa Dolo, desde donde luego se infiltrarían en Somalia para socavar el flanco izquierdo de Graziani.[64]

En conjunto el plan defensivo de Haile Selassie era cauto y sensato, y trataba de aprovechar las ventajas del terreno; como dijo Del Boca: «encargaba a los distintos ejércitos etíopes, totalmente desprovistos de armamento pesado y de apoyo aéreo, tareas de desgaste más que de contención» de las unidades invasoras italianas. Si en el norte el plan tuvo que modificarse en el curso del conflicto debido a la traición de Gugsa, en el sur demostró su eficacia hasta el final de la contienda, pese a las enormes dificultades de abastecimiento, que afectaron más a los etíopes que a las unidades italiana.[65]​ El problema principal, sin embargo, fue la renuencia de los ras a utilizar técnicas y tecnologías distintas a las de la guerra tradicional; un caso emblemático fue el del ras Seyum en Tigré, rechazó en todo momento el empleo de mapas y se empeñó en dispersar a sus veinticinco mil hombres a lo largo de un frente de ciento ochenta kilómetros.[66]

Primeras fases de la guerra[editar]

Primeros avances italianos en el frente septentrional[editar]

Archivo:Emilio De Bono in Abissinia all'inizio della Guerra d'Etiopia.jpg
Emilio De Bono rodeado de sus oficiales durante la primera de la contienda.

Sin declaración de guerra, la noche del 2 al 3 de octubre de 1935, el general De Bono ordenó a tres cuerpos de ejército, previamente concentrados en las orillas del Mareb y del Belesa, que cruzasen estos y emprendiesen el avance hacia la línea Adigrat-Enticho-Adua. Con el final de la temporada de lluvias, las dos corrientes no representaban un obstáculo importante, por lo que más de cien mil hombres comenzaron a penetrar en Etiopía a lo largo de frente de unos setenta kilómetros, protegidos desde el aire por 126 aviones y equipados con 156 tanques, 2300 ametralladoras y 230 cañones de diversos calibres, un armamento considerable para una guerra colonial.[67]​ En el flanco derecho se encontraba el II Cuerpo de Ejército del general Pietro Maravigna que se dirigía hacia Adua; en el centro estaba el Cuerpo de Ejército indígena bajo el mando del general Alessandro Pirzio Biroli, que se encaminaba hacia la cuenca de Enticciò; finalmente, en el flanco izquierdo, se hallaba el I Cuerpo de Ejército del general Ruggero Santini, que tenía por objetivo Adigrat.[68]

Ofensiva de De Bono en el frente septentrional, seguida de la contraofensiva etíope, y prieros avances de Graziani en el sur.

Las tropas italianas no encontraron ninguna resistencia durante los primeros días de la invasión, y no disputaron más que algunas escaramuzas; en tan solo tres días, alcanzaron las aldeas de Adigrat y Adua, que habían sido abandonadas por orden de Haile Selassiem que había mandado al ras Sejum que se retirase de ellas dejar patente la agresión italiana. La movilización etíope resultó bastante lenta, fundamentalmente porque las columnas armadas tenían que recorrer cientos de kilómetros a pie para llegar al Tigré desde las diferentes regiones del imperio. Esto impedía que los etíopes emprendiesen una ofensiva de importancia antes de diciembre; De Bono lo sabía y, siguiendo el plan que se había trazado, decidió consolidar sus posiciones en espera de la acometida enemiga, que le debía permitir aniquilar de un solo golpe el grueso de las fuerzas etíopes.[69][nota 4]

Muy pronto De Bono comprendió que Mussolini no aceptaría una pausa en las operaciones militares; el viejo general fue abrumado primero con solicitudes para que retomase el avance y luego con órdenes para que lo hiciese. Los apremios de Mussolini, de origen político, chocaban empero con las necesidades bélicas: el abastecimiento de los miles de soldados requería un enorme tráfico de camiones, cuyo tránsito hacía a su vez indispensable el transformar la pista de Mekele en una carretera que pudiese soportar el tráfico pesado; a Adua y Axum solo se podía acceder con mulas.[71]​ De Bono trató de defender su estrategia primero el 13 de octubre, dos días antes de que Maravigna ocupara Axum, cuando el Duce telegrafió para intimarle a que emprendiese el avance a Macallè —a noventa kilómetros de las posiciones italianas— a más tardar el día 18; y luego por segunda vez el 20 del mes. Esta vez, sin embargo, Mussolini, después de informarle que las sanciones impuestas a Italia no afectarían a las operaciones militares, le obligó a avanzar antes del 5 de noviembre. De Bono hubo de plegarse a los deseos del Duce.[72]​ Los vanos intentos para convencerlo de mantener la estrategia defensiva hicieron además que perdiese su favor; Mussolini, junto con Lessona y Badoglio (que abiertamente lo acusó de exceso de precaución), ya estaba sopesando retirarle el mando.[72]

Sanciones económicas a Italia[editar]

Archivo:Roma, manifestazione contro le sanzioni.jpg
Manifestación contra las sanciones impuestas a Italia en Roma.

En diciembre de 1934, Etiopía solicitó la intervención de la Sociedad de Naciones para resolver la disputa de Wal Wal y condenar a Italia; después de haber repetido esta solicitud en enero y marzo de 1935, solo el 25 de mayo se estableció una comisión de arbitraje, justo cuando los preparativos para invadir el país estaban ya en marcha y las tropas italianas desembarcaban en Eritrea y Somalia. En los primeros días de agosto, el Gobierno británico hizo otro intento de reconciliación: propuso que Italia recibiese el Ogadén, pero lo Mussolini rechazó tajantemente y la Comisión decidió aplazar sus reuniones hasta septiembre, con la esperanza de que las conversaciones entre Eden, Laval y Aloisi fructificasen. Todos los intentos de acuerdo fracasaron y el 26 de septiembre la delegación italiana dejó Ginebra, apenas unos días antes de que comenzase la campaña en África. El abandono de Mussolini perjudicó gravemente a la Sociedad de Naciones, pero también lo hicieron los estériles intentos de conciliación de las democracias europeas con el fin de persuadir a Italia de que abandonase sus planes en Etiopía y se uniese a los países que trataban de mantener la paz en Europa.[32]

En consecuencia, se presentó una denuncia de Italia ante la Sociedad de Naciones el 6 de octubre de 1935; la denuncia se aceptó y el 10 del mismo mes se condenó al país, de conformidad con el estatuto [nota 5]​ a sufrir una serie de sanciones económicas: del embargo de armas y municiones a la prohibición de otorgar préstamos y créditos, la prohibición de exportar productos italianos y la importación de productos para la industria bélica. A propuesta del Gobierno belga, se confió a Francia y al Reino Unido los intentos de conciliación con Italia hasta que entrasen en vigor las sanciones el 18 de noviembre.[73]​ El último intento de concierto, el pacto Hoare-Laval, realizado por Samuel Hoare y Pierre Laval, también fracasó: en realidad no era un acuerdo, sino una propuesta de división pura y simple de Abisinia.[73]​ El plan presentado a la Sociedad el 11 de diciembre no satisfizo a Mussolini que, como resultado de los esfuerzos internacionales, exigió incluso más concesiones; ni siquiera lo aceptó Etiopía, que lo rechazó oficialmente el 14 de diciembre al considerarlo un «premio a la agresión». Paradójicamente, el plan anglo-francés fue rechazado incluso por la indignada opinión pública británica; este rechazo precipitó la renuncia de Hoare, al que sustituyó el más enérgico Eden.[74]​ Mussolini pudo gracias a este cambio al frente del ministerio británico evitar tener que someterse a un pacto que desbaratase sus planes de conquista.[74]

El 18 de noviembre, Italia comenzó a sufrir las sanciones previstas, que le causaron escasos perjuicios; el Reino Unido no cerró el Canal de Suez a los barcos italianos, lo que permitió que la guerra continuase «a costa de Etiopía y de la seguridad colectiva»[75]​ y la economía italiana no sufrió porque las sanciones no afectaban a artículos vitales como el petróleo, el carbón o el acero.[76]​ Londres y París argumentaron que Italia podría eludir fácilmente el cese del suministro de petróleo comprándolo a Estados Unidos de América, que no pertenecía a la Sociedad de Naciones; el Gobierno estadounidense, aunque condenó el ataque italiano, consideró inapropiado que las sanciones las hubiesen impuesto países con imperios coloniales como Francia y el Reino Unido.[77]

Archivo:18 novembre 1935, le sanzioni all'Italia.jpg
Colocación de un placa en recuerdo de las sanciones impuestas a Italia por la invasión de Abisinia.

Mientras la Sociedad debatía las sanciones contra Italia, la propaganda italiana contra las «naciones europeas ricas y pagadas de sí mismas», sobre todo contra el Reino Unido, en lugar de disminuir en vista de un posible acuerdo, alcanzó su apogeo; se hizo hincapié en especial en la injusticia de las sanciones, para lograr la movilización de la población. En vez de revelar al público que las sanciones impuestas por la Sociedad eran insuficientes e inútiles, la propaganda las aprovechó para crear un clima de país acosado entre la población, para difundir un sentimiento de desesperación y de odio hacia el resto del mundo que cohesionó a la nación como nunca antes lo había logrado.[78]​ Dada que eran insuficientes para frustrar la invasión italiana y de que en algunos aspectos ni se llegaron a aplicar, las sanciones favorecieron paradójicamente a Mussolini; así lo reconoce incluso el historiador británico Denis Mack Smith en su Historia de Italia de 1959, que escribió: «las sanciones parecían mostrar que Italia estaba rodeada y perseguida, que la propia nación y no solo el régimen estaba en peligro y que la campaña de austeridad y autarquía, no era un mero capricho gubernamental, sino algo de interés vital para el país».[79]​ En respuesta a las sanciones, el 18 de diciembre el Gran Consejo Fascista aprobó una moción por la que consideraba la fecha del 18 de noviembre «una fecha de ignominia e iniquidad en la historia mundial», y ordenaba que se esculpiese en las casas consistoriales italianas una piedra conmemorativa para recordar el «asedio»; la moción contenía una serie de temas que Mussolini repitió posteriormente en sus discursos. El Estado fascista no se limitó a consolidar el consenso interno: la necesidad de dinero llevó a que aplicase algunas medidas restrictivas al consumo para el mejor uso de los recursos nacionales y acrecer la producción, y a reducir las importaciones en un intento de lograr la independencia económica mediante la autarquía.[80]​ Aunque algunas de estas iniciativas resultaron impopulares o se utilizaron únicamente como propaganda, el 18 de diciembre, en el apogeo de la campaña bautizada como «oro para la Patria» se proclamó «día de la fe», medida que el historiador Ruggero Zangrandi calificó de «uno de los pocas ideas ingeniosas del fascismo». Ese día, el partido fascista, mediante una gran movilización nacional y con el apoyo de muchos personajes famosos vinculados al régimen, logró que cientos de miles de italianos donasen sus anillos de boda, recibiendo en su lugar de copias en otro metal de menor valor. Fue un ritual colectivo durante el cual, según María Antonieta Macciocchi, «las mujeres contrajeron simbólicamente un segundo matrimonio, con el fascismo».[81]​ A la ceremonia también asistieron numerosos obispos y cardenales, que entregaron sus anillos con la intención dar ejemplo de patriotismo a los fieles, en lo que la historiadora Lucia Ceci define como «la colaboración más patente entre el catolicismo y el fascismo» en la que «se hacía un espectáculo, fundiéndolos, de símbolos y rituales fascistas y católicos». El Vaticano legitimó cada vez con mayor claridad la guerra, de acuerdo a los deseos del régimen, pese a la denuncia de Pío XI de agosto de 1935.[82]​.

Esta ofrenda de oro tal vez marcó el momento de mayor cercanía popular al fascismo, pero no bastó para sufragar los enormes gastos de la campaña en Etiopía (que había impelido al ministro Baistrocchi a emitir una circular en octubre que prohibía la compra de maquinaria y e instaba a sustituir, en la medida de lo posible, las importaciones de materias primas por sustitutos de origen nacional), ni para evitar el aumento del costo de la vida y el crecimiento irresistible de la inflación en 1935-36.[83]

Badoglio sustituye a De Bono[editar]

El 3 de noviembre, a pesar de todo, De Bono comenzó su avance hacia Mekele siguiendo la dirección Adigrat-lago Ashenge con dos cuerpos de ejército, el Primero de Santini y el Cuerpo Indígena de Pirzio Biroli, mientras que el II Cuerpo de Maravigna quedó a la defensiva treinta kilómetros al sur de Axum; solo algunos grupos de avanzadilla alcanzarían el río Tekezé y la región desértica de Shire. Las fuerzas italianas encontraron incluso menos resistencia que durante el avance de octubre: solo disputaron dos pequeñas escaramuzas con fuerzas que no pretendieron defender la zona; el mando etíope había decidido no defender Mekele el 27 de octubre y Haile Selassie ordenó al naggadrâs Uodagiò Ali (que había sustituido al traidor Gugsa) que abandonase la capital de Tigré y se uniese a las fuerzas del ras Seyum, desplegadas entre Gheraltà y Tembien.[84]​ La ofensiva devino en un mero ejercicio táctico y el 8 de noviembre la vanguardia italiana alcanzó Mekele; la segunda ofensiva De Bono parecía terminar de manera positiva, pero el general no estaba del todo satisfecho, pues escribió sobre ella: «Habíamos extendido noventa kilómetros nuestra línea de operaciones, a lo largo de una pista que todavía se hallaba en mal estado. Teníamos un frente que sobresalía en el flanco izquierdo y dejaba el derecho vulnerable a todas las acometidas que podían desencadenarse en zonas cuyo reconocimiento aún no se había llevado a cabo». El reconocimiento aéreo detectó que habían escapado no solo los pequeños grupos del degiac Ghebriet Mangascià y Haile Mariam, sino también los veinte mil hombres del ras Kassa Hailu, que el 17 de noviembre se unieron, en el desfiladero de Mai Mescic al sur de Amba Aradam, a los quince mil tigrés del ras Sejum. Estas unidades fueron descubiertas el 18 por la aviación italiana, que las acometió de inmediato, aunque sin infligirles grandes daños.[85]​ Los veinte aviones que participaron en la acción pasaron apuros de hecho por el fuego de los cañones Oerlikon y, dada la capacidad de los etíopes para dispersarse rápidamente por el terreno, no pudieron irrogarles muchas pérdidas.[85]​ Los temores de De Bono se vieron justificados; en medio de la precaria situación logística, el 11 de noviembre Mussolini le ordenó que hiciese avanzar a Maravigna hasta el Tacazze y a Pirzio Biroli a Amba Alagi. La orden enojó a De Bono, que anotó en su diario: «Lo esperaba: incompetencia, superficialidad y mala fe. Cumplí el deber y espero; pero por mi parte no me doy por vencido [...]». El tono de la respuesta al Duce fue dura y polémica; se centró en la desastrosa situación logística de las unidades, que tenían a la vez que reforzar sus posiciones, vigilar cientos de kilómetros de frente y continuar las obras viarias. Si al principio Mussolini admitió la validez de los argumentos de De Bono, el 14 de noviembre, el jefe del Gobierno anunció al general su relevo; el mando de las tropas destacadas en África oriental pasó al mariscal Pietro Badoglio.[86]

Las valoraciones sobre De Bono son en general poco favorables, cuando no negativas: no tenía una gran personalidad, no había seguido en el partido y fue aceptado pero poco respetado por los oficiales, que lo veían más como un jerarca afortunado que como un jefe capaz.[71]​ Según el historiador Emilio Faldella, Mussolini se convenció que al sustituir a De Bono se reanudaría el avance de los ejércitos italianos con firmeza; fueron los informes de Badoglio y Lessona (que el 8 de octubre habían marchado a Eritrea a evaluar la marcha de las operaciones), que indicaban que el avance era un problema estratégico de sencilla solución y que De Bono exageraba los problemas existentes, los que le persuadieron. Según Faldella había ninguna duda de que De Bono tenía sus limitaciones, pero con los medios disponibles presumiblemente hubiese alcanzado Adís Abeba en el mismo tiempo que empleó en ello Badoglio. Tal vez la explicación más plausible de del relevo de De Bono fueron las intrigas contra él de Lessona y Badoglio; en este sentido, Rochat escribió: «De Bono tuvo que ser despedido porque ya no era capaz de cumplir las exigencias mussolinianas de éxitos espectaculares, que mantuviesen el interés del público italiano y extranjero [...] Lo más grave es que a de Bono se le consideraba en general el hombre de Mussolini y del partido: sus fracasos, por tanto, podían empañar el prestigio de la dictadura».[87]

Immirù Hailé Selassié, uno de los principales generales etíopes que participó en el conflicto.

Recién asumido el mando, Badoglio nombró vicegobernador de Eritrea a Alfredo Guzzoni en sustitución de Otto Gabelli y dio las primeras directrices: consolidar la líena Arresa-Adua-Tacazzè y reforzar la posición al sur de Mekele; fortalecer el flanco derecho en dirección a Tembien; intensificar las obras viales y la construcción de aeródromos; enviar a Mekele las divisiones disponibles y crear agrupaciones de artillería; y estudiar la creación de un nuevo cuerpo de ejército nacional.[88]​ En la práctica, eran disposiciones bastante similares a las que De Bono había promulgado el 10 de noviembre, recién ocupado Mekele; incluso Badoglio, a pesar de haberse esforzado en poner en evidencia a De Bono, detectó los mismos problemas que ya había destacado su predecesor. La única diferencia importante entre ambos fue que Badoglio, gracias a su prestigio personal, obtuvo completa libertad de acción respecto del jefe del gobierno y, durante la campaña, tuvo autoridad para oponerse firmemente a las exigencias de Mussolini. El 30 de noviembre, Badoglio llegó al cuartel general de Adigrat e inmediatamente se dedicó a formar el III Cuerpo con la División «Sila» y la «23 de Marzo»; después de realizar una inspección del frente decidió abandonar Tembien, dejando solamente cuatro batallones de camisas negras para defender una región enorme.[89]​ Otra medida de Badoglio fue prohibir a los periodistas a ir al frente, probablemente porque en una fase complicada e incierta del conflicto no quería testigos que pudiesen informar de que tres ejércitos etíopes se acercaban casi simultáneamente a las líneas italianas mientras estas todavía se estaban organizando. El principal de los tres era el del ras Mulugheta, que contaba con unos ochenta mil hombres y cuyas avanzadillas habían llegado al sur de Amba Aradam; otro ejército, formado por las tropas del ras Sejum y las del ras Cassa, se dirigía hacia Tembien con unos cuarenta mil soldados. El tercero, el ejército de Ras Immiru al que acompañaban también las tropas del degiac Ajaleu Burrù, tenía unos treinta y cinco o cuarenta mil hombres y su vanguardia ya había alcanzado Tacazze.[90]

La asunción del mando por parte de Badoglio le dio un carácter más nacional a la guerra y, como contaba con la estima de los oficiales, infundió serenidad y confianza en todos los niveles del Ejército,[91]​ que el impulsivo De Bono no había podido dar.[92]​ El equilibrio logrado en las fuerzas expedicionarias quedó en riesgo cuando Mussolini en diciembre instó a Badoglio para que avanzase hacia el Amba Alagi (que a la sazón ocupaban los ochenta mil hombres del ras Mulughietà), pero la tajante oposición del mariscal hizo que el dictador desistiera de su empeño: tuvo que aceptar la preferencia de Badoglio por fortalecer las posiciones y posponer el avance hasta al menos febrero del años siguiente.[93]

El contraataque etíope en Tembien y Mekele[editar]

Un obús de 100/17 italiano en Tembien

Gli italiani raccolsero le prime avvisaglie di una imminente controffensiva etiopica nei primi giorni di dicembre 1935, dopo che la ricognizione aerea aveva riferito di importanti assembramenti di armati sia lungo la direttrice principale (che da Macallé dirigeva su Addis Abeba), a nord dell'Amba Alagi, sia sulla via che da Gondar porta al Tacazzè, mentre altre truppe furono avvistate in movimento verso il fiume Ghevà con il chiaro intento di passare nel Tembien. L'aviazione compì diversi tentativi di attaccare queste armate cercando di ritardarne l'avanzata, ma gli abissini impiegarono nel miglior modo la loro conoscenza del paese e la loro capacità di disperdersi e camuffarsi, marciando di notte e sfruttando sapientemente le risorse del territorio, il che consentì agli uomini del negus di muoversi velocemente, senza pesanti fardelli e senza le necessità logistiche che limitavano gli eserciti moderni. A metà dicembre gli etiopici entrarono in contatto con gli italiani lungo tutto il fronte, che dai guadi del Tacazzè al campo trincerato di Macallè si estendeva per circa 200 chilometri[94]​ Badoglio, nonostante fosse a conoscenza di questi movimenti, scoprì con notevole ritardo che il nemico non avrebbe attaccato in forze contro Macallè, bensì proprio nella zona più scoperta dello schieramento italiano, ossia la impervia regione del Tembien presidiata dai quattro battaglioni di camicie nere del generale Diamanti che, assieme ai 1500 irregolari del maggiore Criniti ai guadi del Tacazzè, formavano l'esigua linea difensiva italiana. Da questa linea difensiva al campo trincerato di Adua e Axum vi erano inoltre circa un centinaio di chilometri di vuoto, il che lasciava l'ala destra dello schieramento italiano completamente in balia del nemico[95]

Fanti del 13º Reggimento fanteria "Pinerolo", parte della divisione "Gran Sasso"

I ras abissini che si stavano preparando all'offensiva (Mulughietà, Immirù, Cassa e Sejum) possedevano indubbie qualità di comando, erano stimati dai loro uomini, ma non erano preparati alla guerra contro formazioni con tattiche e armamenti moderni. Secondo le cifre disponibili l'armata numericamente più forte era quella guidata da ras Immirù, il quale assieme alle forze del degiac Ajaleu Burrù poteva contare su circa 20 000 uomini; tra il 14 e 15 dicembre in circa 2000 attraversarono il Tacazzè dove furono subito impegnati dagli irregolari del maggiore Criniti[96]​ Altri 3000 soldati di ras Immirù varcarono il fiume circa quindici chilometri più a nord, dirigendosi verso il passo di Dembeguinà con l'intento di tagliare l'unica via di ritirata degli uomini di Criniti. Le colonne italiane furono prese alla sprovvista e, quando gli uomini di Criniti cercarono di forzare il passo, le forze etiopiche erano già schierate a ferro di cavallo sulle creste circostanti; uno squadrone di carri L3/35, mandato in avanti ad aprire un varco, fu facilmente neutralizzato dai soldati di ras Immirù e gli àscari dovettero forzatamente combattere corpo a corpo per aprirsi una via d'uscita. Verso sera le forze italiane riuscirono a dirigersi verso Selaclacà, presidiata dall'intera Divisione "Gran Sasso", ma l'avanzata etiopica non si era fermata e, nonostante i violenti bombardamenti aerei italiani e lo sgancio di iprite sui guadi del Tacazzè il 18 dicembre, i circa 20 000 uomini di Immirù riuscirono a superare il fiume e a dilagare verso nord-est, minacciando i campi trincerati di Axum e Adua e i confini con l'Eritrea[97]​ Resosi conto del rischio, Badoglio ordinò alla "Gran Sasso" di ripiegare verso le linee fortificate di Axum, ma l'ordine generò non poco allarme in tutto il corpo di spedizione italiano; migliaia di soldati furono subito impiegati a fortificare ancor di più le linee difensive di Axum e Macallé, mentre il timore che il nemico potesse venir favorito da spie e presunti partigiani portò all'arresto di centinaia di persone sospette soprattutto fra il clero copto, ritenuto colpevole di aizzare la popolazione contro gli italiani[98]

Contemporaneamente all'avanzata di ras Immirù, circa 5000 uomini del degiac Hailù Chebbedè e 3000 tigrini agli ordini di due sottocapi di ras Sejum avanzarono su Abbi Addi e dilagarono nel Tembien, nonostante i bombardamenti dell'aeronautica alla quale Badoglio aveva dato l'ordine di rallentare il più possibile l'avanzata nemica. Nel frattempo, a dar supporto ai pochi uomini di Diamanti, il maresciallo spostò l'intera 2ª Divisione eritrea nel Tembien, raggiunta qualche giorno dopo anche dalla 2ª Divisione CC.NN. "28 ottobre" con l'intento di impedire alle forze dei ras Cassa e Sejum di impadronirsi del Uorc Amba e del passo Uarieu, su cui stavano puntando. Il 18 dicembre gli etiopici strinsero la morsa su Abbi Addi, colpendo soprattutto gli italo-eritrei dalla posizione dell'Amba Tzellerè, che fu infruttuosamente attaccata all'alba del 22 dicembre dagli uomini del colonnello Ruggero Tracchia. Gli italiani ripiegarono così su Abbi Addi, che fu incendiata e abbandonata il 27 dicembre, trincerandosi poi su passo Uarieu nonostante i continui attacchi degli etiopi che, ormai, avevano rioccupato tutto il Tembien meridionale[99]

Di fronte alla vasta azione etiopica dei ras Sejum e Immirù, alla quale si aggiunse l'ampia manovra di ras Mulughietà che si era spinto fino al torrente Gabat a pochi chilometri da Macallé, Badoglio chiese d'urgenza a Roma l'invio di altre due divisioni, ma per tutto gennaio continuò a subire l'azione del nemico limitandosi a logorare l'avversario con ripetuti bombardamenti aerei e con largo impiego di armi chimiche[100]​ Dal 22 dicembre al 18 gennaio furono infatti lanciati sulle regioni settentrionali dell'impero oltre 2000 quintali di bombe caricate a gas, in particolare nella zona del Tacazzè: in questo modo furono indiscriminatamente colpiti soldati e contadini che utilizzavano quelle acque per dissetarsi[101]

Avance de Graziani en el sur[editar]

Archivo:Rodolfo Graziani 2.jpg
El general Rodolfo Graziani (en el centro).

Mientras el general De Bono preparaba su avance hacia Mekele, en el frente sur Graziani tuvo al principio que mantenerse a la defensiva, principalmente a causa de la falta de vehículos para emprender la ofensiva a través de las regiones áridas del sur de Etiopía.[102]​ Aunque tenía órdenes de mantenerse a la defensiva y limitarse a impedir que las fuerzas abisinias acometiesen desde el sur a las unidades de De Bono, el 3 de octubre, cuando estas cruzaron el Mareb, Graziani las soslayó y autorizó la aplicación del «Plan Milán», una serie de pequeños ataques en distintos puntos del frente para eliminar las más incómodas fuerzas del enemigo y poner a prueba su resistencia. En unos veinte días, Graziani se apoderó de Dolo, Oddo, Ualaddaie, Bur Dodi, Dagnerei, Callafo, Scivallè y Gherlogubi, abandonadas por los etíopes tras los bombardeos de los italianos. Estas incursiones alcanzaron el apogeo el 10 de octubre, el primer día que se emplearon agentes químicos, en el ataque al pueblo de Gorrahei, objetivo principal del «Plan Gorizia» que empezó el 28 de octubre. Esta plaza no cayó en poder de los italianos hasta el 6 de noviembre; el retraso en la conquista se debió a la lluvia, que frenó el avance.[103]​ Envalentonado por la fácil conquista de Gorrahei, Graziani ordenó al general Pietro Maletti que persiguiese a las fuerzas enemigas en retirada con destacamentos en camiones, acción que, si bien facilitó la ocupación de Gabredarre y Uaranbad y la eliminación de algunas unidades abisinias, hizo vulnerables a los soldados de Maletti a los ataques enemigos. La persecución se tornó arriesgada y el 11 de noviembre, refuerzos etíopes apostados en las orillas del Gerer al mando del audaz fitautari Guangul Kolase abrieron un intenso fuego contra la columna de Maletti que, tras perder en tres horas de combates cuatro tanques ligeros, ordenó la retirada a Gabredarre.[104]

Aunque más tarde Graziani presentó los choques del 11 de noviembre como una victoria de sus unidades, es innegable que las fuerzas abisinias del ras Destà combatieron con habilidad; estas eran las unidades mejor adiestradas y equipadas del ejército imperial, las mandaban jefes jóvenes, de ideas avanzadas y gran fidelidad al emperador, muy diferentes en temperamento y cultura a los viejos ras y degiac que operaban en el norte.[105]​ Tras estos combates de principios de noviembre, apenas cambió el trazado del frente sur; Graziani se mantuvo en las bases de Gorrahei y Gabredarre durante casi cinco meses, durante los que se concentró en la inútil conquista de Neghelli, operación muy aireada por la propaganda, pero que en realidad solo sirvió para retrasar la consecución del objetivo primordial, la invasión de la región de Harar. La lenta conquista de Neghelli además dio tiempo al ras Destà il para reforzar sus unidades, que únicamente se rindieron tras casi un año y medio de hostigar al enemigo con tácticas guerrilleras, en febrero de 1937.[106]

Notas[editar]

  1. Badoglio gozaba del más alto cargo militar del Ejército, pero carecía de poder real; era simplemente el consejero militar del presidente del Gobierno, un cargo honorífico, limitado en su labor a los deseos de Mussolini. Badoglio aceptaba la sinecura, pero pese a ello intervino en varias ocasiones en los debates acerca de Abisinia, haciendo claro hincapié en la necesidad de actuar cuando la situación internacional lo permitiese, criticando la temeridad de De Bono y reclamando el aumento de las fuerzas militares destinadas en África oriental.[15]
  2. La prohibición de la venta de armas se aplicaba a ambos beligerantes afectaba principalmente a Etiopía, que las necesitaba desesperadamente y perdió por el bloqueo las últimas remesas que había comprado.[52]
  3. Estos habían recibido adiestramiento de la misión militar belga que actuó en el país durante la década de 1930.[59]
  4. El único acontecimiento reseñable de los primeros días de la campaña fue la defección del degiac Hailé Selassié Gugsa, que se presentó en la guarnición italiana de Edaga Hamus el 11 de octubre con mil doscientos de sus soldados. La propaganda italiana infló de inmediato la cifra de desertores hasta los diez mil. En realidad Gugsa había pactado previamente con los italianos, pero no había logrado arrastrar consigo más que a una vigésima parte de los hombres que había prometido traer; según los términos del acuerdo, tendría que haber cambiado de bando durante los combates, para franquear a los italianos el acceso a Mekele. El episodio fue muy aireado en la prensa italiana y mermó el ánimo de las tropas etíopes, pero finalmente no tuvo mayor trascendencia en el desarrollo la guerra.[70]
  5. Italia había conculcado el artículo XVI de los estatutos de la organización: «Si un miembro de la Sociedad recurre a la guerra, infringiendo lo estipulado de los artículos XII, XIII y XV, se considerará ipso facto como si hubiera cometido un acto de guerra contra todos los miembros de la Sociedad, que se comprometen a romper con él inmediatamente toda relación comercial y financiera, a prohibir cualquier relación entre sus ciudadanos y los de la nación que rompa el pacto, y a abstenerse de toda relación financiera, comercial o personal entre los ciudadanos de la nación infractora del pacto y los de cualquier otro país, sea o no miembro de la Sociedad».«3 ottobre 1935: l'Italia invade l'Etiopia». 2 de octubre de 2010. 

Referencias[editar]

  1. Labanca,, pp. 28-66.
  2. Dominioni,, p. 7.
  3. Labanca,, pp. 146-148.
  4. a b c Dominioni,, p. 8.
  5. Del Boca, 2009, pp. 169-170.
  6. Del Boca, 2009, p. 170.
  7. Labanca,, p. 154.
  8. Del Boca, 2009, p. 171.
  9. Del Boca, 2009, p. 173.
  10. Del Boca, 2009, p. 174.
  11. Del Boca, 2009, p. 175.
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