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Usuario:Prismo345/Artículo Destacado

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Bandera de la Segunda República Española.

El segundo bienio de la Segunda República Española, también llamado bienio radical-cedista, bienio rectificador, bienio conservador o bienio contrarreformista, denominado asimismo bienio negro por las izquierdas, constituye el periodo de la II República comprendido entre las elecciones generales de noviembre de 1933 y las de febrero de 1936 durante el que gobernaron los partidos de centro-derecha republicana encabezados por el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, aliados con la derecha católica de la CEDA y del Partido Agrario, primero desde el parlamento y luego participando en el gobierno. Precisamente la entrada de la CEDA en el gobierno en octubre de 1934 desencadenó el hecho más importante del periodo: la Revolución de octubre de 1934, una fracasada insurrección socialista que solo se consolidó en Asturias durante dos semanas (el único lugar donde también participó la CNT), aunque la Revolución de Asturias finalmente también fue sofocada por la intervención del ejército.

A diferencia de la relativa estabilidad política del primer bienio (con los dos gobiernos de Manuel Azaña), el segundo fue un periodo en que los gabinetes presididos por el Partido Republicano Radical tuvieron un promedio de tres meses de vida (se formaron ocho gobiernos en dos años) y se turnaron tres presidentes distintos (Alejandro Lerroux, Ricardo Samper y Joaquín Chapaprieta), y aún duraron menos los dos últimos gobiernos del bienio, los presididos por el centrista Manuel Portela. La razón última de la inestabilidad gubernamental del periodo se encuentra en que la coalición entre el centro-derecha republicano, representado por el Partido Republicano Radical, y la derecha católica «posibilista», encarnada en la CEDA, «nunca fue una auténtica coalición pactada» (por lo que le faltó coherencia y lealtad mutua), a lo que habría que añadir la «mortífera intervención continua del Jefe del Estado» Niceto Alcalá-Zamora. Radicales y cedistas «coincidían en la necesidad de revisar la legislación del primer bienio en algunos aspectos, sobre todo en los que llamaban "socializantes" (es decir, socialdemócratas), pero no coincidían en determinar hasta qué grado debían cambiarse ciertas leyes».

Durante mucho tiempo, la visión dominante del segundo bienio ha sido la de un periodo regresivo y reaccionario, de ahí la extendida denominación de «bienio negro», en contraposición a los logros del primero, el «bienio reformista» o «modernizador». En este sentido el segundo bienio habría sido la negación del primero, su antítesis. Hoy en día, en cambio, esta visión ha sido puesta en cuestión y algunos historiadores, como Nigel Townson, la consideran un mito, al menos en lo que se refiere a la etapa anterior a la «Revolución de Octubre de 1934». Los gobiernos radicales hasta esa fecha no frenaron o destruyeron las reformas del primer bienio, es decir, no fueron «meros títeres de la derecha; al contrario, cultivaron un proyecto propio, en un intento de forjar un régimen más inclusivo y conciliador. En suma, fue un período de rectificación no de reacción», ha afirmado Townson, aunque según Eduardo González Calleja y otros historiadores los radicales «fracasaron en imponer sus criterios en líneas generales» y no «fueron capaces de aprobar leyes nuevas realmente alternativas». En cambio, no existe el mismo consenso en la valoración de la etapa posterior a «Octubre», con los gobiernos de coalición entre los radicales y la CEDA. Es objeto de debate si ese tiempo sí habría constituido un «bienio negro». Townson considera que a pesar de la «crisis de credibilidad del centro y la represión de la izquierda» no fue «un período de reacción abierta», como lo demostraría que «los republicano-radicales y los cedistas estuvieron siempre en desacuerdo sobre dos cuestiones fundamentales: la magnitud de la contrarreforma y la escala de la represión», aunque reconoce que «a los simpatizantes de la izquierda se los persiguió y se los demonizó». Fernando del Rey Reguillo sí admite que se pueda aplicar el concepto de «bienio negro» a esta segunda etapa, tras afirmar que «resulta inadecuado» aplicarlo al conjunto del bienio. Eduardo González Calleja y otros historiadores, la consideran «la etapa contrarreformista por antonomasia del bienio».