Usuario:Alexandreargibay/Taller

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Barco en sal en la orilla de una salina
Barco cuajado en sal en la orilla de la laguna salina de Torrevieja.
Fila de barcos en sal cuajando
Barcos cristalizados en sal en las salinas de Torrevieja y La Mata.

La artesanía salinera es una actividad etnográfica de gran arraigo y tradición entre los trabajadores de las Salinas de Torrevieja (Alicante), que probablemente surgió a finales del siglo XIX.

En esencia, consiste en sumergir objetos decorativos en la laguna salina de Torrevieja, con la finalidad de que sobre su superficie se adhiera una fina capa de cristales cúbicos de sal. De entre tales objetos, los más sencillos son los denominados “grumos de sal”, resultado de la aglomeración de cubos de sal sobre un eje, adoptando el conjunto una forma cilíndrica. Sin embargo, los más habituales y populares han sido, y lo siguen siendo, los barcos de sal, que consisten en maquetas de navíos de vela (con mástiles y arboladura), realizadas artesanalmente en madera, caña común y albardín o falso esparto, y forrados con tela de algodón. Después del delicado proceso de inmersión en las salinas y cuajado en sal (donde las condiciones meteorológicas y la experiencia del artesano son determinantes), se obtienen auténticas y originales obras de arte, que se han convertido en seña de identidad del pueblo torrevejense.

Desde que surgiera esta peculiar artesanía, son pocos los maestros que se han dedicado a ella debido a la dificultad y dedicación que conlleva su elaboración y, actualmente (abril de 2021), tan solo dos realizan maquetas y las cuajan en sal. Manuel Sala Campos, el Pijote, y Miguel Pérez Muñóz, el Gavilán (ambos salineros jubilados) son los últimos representantes de esta bella y original artesanía.

Al ser los barcos de sal los objetos más populares y apreciados, han llegado a convertirse en una alegoría de las dos principales actividades que dieron origen a la ciudad: por un lado, la extracción de la sal en sus históricas salinas ; y por otro, la reminiscencia del pasado marinero de la villa, de la época dorada de la navegación mercante a vela que comerciaba con el preciado mineral.

En la artesanía salinera se conjuga una actividad de indudable originalidad y estética que, a través del turismo, en forma de regalo particular o institucional, ha dado la vuelta al mundo como excelente embajador de la ciudad de Torrevieja. Al punto que, sin exagerar lo más mínimo, en algún lugar de los cinco continentes podría encontrarse un barco de sal procedente de Torrevieja.

Origen y primeras referencias[editar]

El origen de la artesanía salinera y el funcionamiento de las salinas de Torrevieja y La Mata[editar]

No se sabe con certeza cuándo comenzó a tomar cuerpo la artesanía salinera como tal, pero las primeras noticias proceden de la década de los años 80 del siglo XIX. En cualquier caso, por las características intrínsecas del proceso de cuajado en sal, este tipo de artesanía no pudo comenzar antes de 1841.

En esa fecha, bajo el arrendamiento de las salinas de Torrevieja (1841 a 1846) del banquero José Salamanca y la dirección facultativa de la explotación salinera de Sergio Suárez, tuvieron lugar una serie de mejoras y cambios en los procedimientos extractivos para lograr aumentar la rentabilidad económica, mediante el incremento de la productividad y el ahorro de los costes de producción. Entre otras cuestiones se produjo un cambio sustancial en las labores de extracción de sal, abandonando el método seguido hasta entonces, característico de la mayoría de las salinas (extracción en seco mediante la evaporación total del agua salina y posterior recolección de la sal precipitada sobre el fondo de las balsas), y adoptando el procedimiento que ha llegado hasta la actualidad. Éste consiste en el mantenimiento de un nivel de agua en la laguna durante todo el año, procediéndose a la extracción de sal que va precipitando en el fondo (extracción en húmedo).

Para evitar la total evaporación del agua de la laguna durante los meses estivales, se permitía la entrada de agua desde el mar a través del canal denominado “acequión”, cuya construcción data del año 1482. De esta forma, durante la primavera y el verano se mantenía una profundidad mínima de la lámina de agua, que posibilitaba la navegación con barcazas de fondo plano, muy poco calado e impulsadas por rudimentarias velas cuadradas y perchas (varas terminadas en punta de hierro que se hincaban en el fondo de la laguna para darse impulso). En estas barcazas de madera, los salineros depositaban las lajas de sal arrancadas del fondo para ser transportadas hasta la orilla.

El sistema de extracción de sal en húmedo se mantiene en la actualidad, con notables mejoras tecnológicas, ya que la extracción de la sal del fondo la realizan máquinas extractoras y el conjunto de barcazas es transportado por remolcadores. Ciertamente se trata de un sistema excepcional del que solo puede establecerse cierto paralelismo con las Salinas de Araya en Venezuela (donde, por cierto, viajó personal de las salinas de Torrevieja durante los años 1958 y 1961 para asesorar en la implementación de la extracción en húmedo) y con el Lago Rosa (Lac Retba) de Senegal.

Sergio Suárez describió el procedimiento de extracción en el año 1860 de la siguiente forma:

«Cuando a fines de junio o principios de julio, por efecto del sistema que dejamos explicado, se ha depositado en el fondo de la laguna una capa de sal de unos 5 cm de espesor que representa por su gran extensión más de 30 millones de quintales, se da principio a la recolección, comenzando por tener expedito el cequión que conduce el agua de mar y bordea la laguna en una extensión de 4 km por la ribera del Este. En la época que se dice, la muera (salmuera), que durante el invierno mide 80 cm de espesor, quedó por medio de la evaporación reducida a unos 30 cm, cuyo espesor se procura sostener invariable, pues que tiene el doble objeto de mantener en suspensión las sales delicuescentes, conservando a la vez el espesor de muera necesaria para la flotación de las barcas con que se hace la conducción de sal dentro de la laguna; lo cual, además de abaratar extraordinariamente el transporte, permite el ir a buscar la sal a cualquiera de los puntos de la laguna en donde se encuentre de mejores condiciones (...)».
Sergio Suárez

Directamente relacionado con esta forma de extracción en húmedo también está el hecho de que la laguna de Torrevieja, a diferencia de las salinas tradicionales, no está compartimentada en pequeñas balsas o estanques salineros. En éstos, el agua salada (generalmente procedente del mar o, en otras ocasiones, de manantiales salinos) va circulando de un estanque salinero a otro, en un circuito en el que se va produciendo la precipitación secuencial de las diferentes sales contenidas en el agua de mar, hasta que finalmente lo hace el cloruro sódico o sal común en los estanques denominados cristalizadores. Este hecho imposibilita que en este tipo de salinas pueda realizarse el cuaje de objetos en sal, pese a que se ha intentado, por ejemplo, en las cercanas salinas de Santa Pola.

Así pues, el singular sistema de cristalizar y cosechar la sal en Torrevieja, en ausencia de estanques salineros y manteniendo constante una lámina de agua incluso en los meses más calurosos del año, es lo que posibilita cuajar objetos en sal. Por ello, se puede afirmar que la artesanía en sal es una actividad única, que tiene lugar en unas salinas excepcionales por su funcionamiento y que además, forman parte del Parque Natural de las lagunas de La Mata-Torrevieja.

Grumo de sal cuajado en un junco

Sobre el origen del procedimiento artesanal de cuajar objetos, la investigadora Carolina Martínez López indica que existía «un tipo de cristalización que era llamada sal en grumos. Se obtenía por las cristalizaciones logradas sobre cañas fijadas en el suelo de la laguna. La sal tomaba el sabor de la madera a la que se adhería y se distinguía por su blancura y (…). Cristalizaban otros grumos más pequeños, en forma de dados, que cuajaban sobre juncos», el precedente de lo que conocemos como grumos de sal. De cuajar juncos a cuajar maquetas de barcos elaborados en cañas y albardín, sería una cuestión de tiempo, de ensayo y error entre los salineros y aquí podríamos encontrar el origen de la etnografía salinera.

Tradicionalmente, los “grumos de sal” se obtenían clavando, sobre el fondo de la laguna, tallos de juncos que quedaban totalmente sumergidos en el agua; después de unas semanas, la sal se adhería a los juncos, dando lugar a una estructura cilíndrica de cristales cúbicos de sal. En la actualidad, en vez de junco se utilizan varillas de madera, aunque ciertamente ya se realizan muy pocos de estos objetos. No hay que olvidar que ya a finales del siglo XIX Torrevieja comenzaba a despuntar como incipiente destino de veraneo, siendo una plaza frecuentada por las clases más pudientes de la comarca de la Vega Baja, de Murcia y de otras ciudades incluso del norte de España que hasta aquí se desplazaban para disfruta de su mar y sus balnearios, en gran medida en ferrocarril, inaugurado en 1884. Se tiene constancia entre las primeras referencias documentales de la venta de artesanía salinera en establecimientos de la villa y que incluso se publicitaban en prensa.

Pero los veraneantes y turistas decimonónicos no fueron los únicos que quedaban maravillados por la perfección de los cristales cúbicos de la sal de Torrevieja. De hecho, muestras de esta sal están expuestas en colecciones mineralógicas, tanto privadas como de museos públicos nacionales y de otros países europeos.

Las salinas de Torrevieja (una de las industrias más importantes en su género de España y Europa) siempre atrajeron a políticos, funcionarios, ingenieros, científicos, escritores y periodistas, entre otros. Era habitual que los diferentes directores de las salinas obsequiaran a estos ilustres visitantes con grumos de sal, existiendo constancia de ello desde el último tercio del siglo XIX.

Poco a poco, los grumos de sal pasaron el testigo a los barcos de sal como regalo institucional de la empresa salinera, además de llegar a ser el objeto más demandado por visitantes, veraneantes y turistas.

A finales del siglo XIX y principios del XX, Torrevieja era uno de los puertos de mayor matriculación y tráfico de embarcaciones de España, con cientos de barcos que anualmente fondeaban en la bahía para cargar sal a lo que sumamos la actividad pesquera y una prestigiosa calafatería. Uno de los paisajes más típicos que encontraban los visitantes y veraneantes de entonces era la bahía repleta veleros.  Esta circunstancia probablemente motivó que fueran precisamente las maquetas de barcos veleros cuajados en sal los que comenzaran a consolidarse como uno de los objetos más representativos de esta artesanía, algo que llega hasta nuestros días. Aún hoy, constituye el regalo institucional más importante con el que el Ayuntamiento de Torrevieja obsequia a personalidades, visitantes ilustres y personas con las que se quiere tener un detalle.

Primeras referencias documentales[editar]

Acerca de la artesanía salinera de Torrevieja, la referencia escrita más antigua de la que se tiene constancia (abril de 2020) se debe a Juan Pérez Aznar, que, entre el 11 de marzo y el 7 de abril de 1883, publicó por entregas una crónica en el periódico El Constitucional Dinástico de Alicante, del que además era director. En ella relataba la excursión de un grupo de amigos de Alicante, entre los que se encontraba el periodista y autor del texto, a Torrevieja y San Pedro del Pinatar. A finales del mes de julio, después de visitar San Pedro del Pinatar y el Mar Menor, y de su estancia en La Dehesa de Campoamor, pasan nuevamente por Torrevieja para embarcar en un vapor de vuelta a Alicante. Mientras esperaban a que el temporal de Levante amainara, fueron invitados por Vicente López Zapata, por entonces administrador de las Salinas de Torrevieja, a su casa, donde su mujer les mostró un gabinete absolutamente sorprendente.

«(...) Nos acompañó a un gabinete cuyo techo, piso, paredes, muebles y cortinajes era todo de sal; el arte y el ingenio habían creado aquello, era una habitación cuadrilonga en donde la luz jugaba con millones de facetas, producto de aquella cristalización que resplandecía a los ojos de una manera deslumbrante.

Del techo pendían unas cuantas arañas sobrecargadas de bujías, las cuales inundaban de reflejos y de destellos aquel gabinete, obra del capricho y de la más feliz de las extravagancias. Todos aplaudimos el pensamiento del señor [Vicente López] Zapata, puesto que de él había sido la iniciativa y bajo sus auspicios y dirección se fabricó todo aquello.

Omitimos describir punto por punto cuantos objetos causaron nuestro asombro, basta decir que si nos propusiéramos hablar de aquella consola de una piedra de sal más fuerte, mucho más fuerte que el cristal de roca, si intentáramos analizar el techo y las paredes sobrecargadas de adornos y rosetones, y luego hablar de aquel cortinaje y de aquella profusión de muebles salpicados de diamantinas chispas, y de aquel piso del que al crujir a nuestros pies surgían luminosas fosforescencias, en una palabra, si tuviésemos intento de hacer un sucinto relato de la habitación de sal del señor [Vicente López] Zapata, muchas páginas tendríamos que invertir para llenar nuestro cometido, y aun así, sería pálida la narración para expresar la admiración y la sorpresa que tuvimos a vista de tanta luz y de tan deslumbrantes destellos».
Juan Pérez Aznar

Por otra parte, a finales del siglo XIX no eran raros los anuncios en la prensa local de Torrevieja sobre objetos cuajados en sal, donde se ofertaba este tipo de artesanía, como el publicado en 1887 en el periódico El Torre-Vigía, donde se informaba que en el establecimiento del artesano Francisco Carratalá, sito en la calle del Progreso (actualmente calle Canónigo Torres)[Nota 1]​, se ofrecían para su venta diversos trabajos cuajados en sal, como barcos, jarrones, lámparas, imágenes y otros muchos objetos. Sin duda, esta noticia evidencia un temprano interés de veraneantes y visitantes por la adquisición de este tipo de artesanía. El hecho de que prácticamente cualquier objeto pueda ser cuajado en sal ha llevado en diversas ocasiones a realizar obras realmente monumentales, como la tómbola en forma de quiosco de madera, con celosías cuajadas en sal, que se instaló el 10 de agosto de 1914 en el paseo de Vista Alegre, con el fin de recaudar fondos para acometer su enlosado. Los trabajos estuvieron dirigidos por Francisco Carratalá. Se reproduce a continuación un fragmento del artículo publicado por el Cronista Oficial de Torrevieja en el diario Información de agosto de 2018:

Quiosco-tómbola cuajado en sal. Paseo Vista Alegre, 1914
«Una estructura original cuajada en sal, un «Kiosco-Tómbola», se alzó en el paseo de Vista Alegre con motivo de la celebración de la Fiesta Eucarística Provincial, en los días 8 y 9 de agosto de 1914, con la finalidad de recaudar fondos, pero un cúmulo de concurrencias hicieron que, además de montarse con retraso, fuese un estrepitoso fracaso. (...)

El «Kiosco-Tómbola», al no disponerse de los operarios necesarios, fue imposible terminarlo a tiempo para su inauguración el 8 de agosto. (...) El mal aún estaba por venir, aquel «palacio de cristal», convertido en tómbola, se convirtió en poco tiempo en un aparato para producir lluvia, a especie de gran irrigador, cayendo agua incesantemente desde su cúpula salina que se fue diluyendo irremediablemente, y el viento húmedo empezó a ejercer su acción sobre aquel kiosco repleto de regalos.

Los costes de su construcción habían sido leoninos, habiendo estado dirigidos por el maestro artesano salinero Francisco Carratalá, además cobraron jornales, entre otros, los operarios Carloto, Perico, «el Compadre» y «el Caliche». Antonio Samper transportó gratis las piezas a la laguna para su cuaje; y la Compañía Salinera regaló el trabajo de varios días de los obreros encargados de colocar, vigilar y sacar de la laguna las piezas».

Entroncando directamente con el sentir marinero y salinero, los barcos de sal también cumplieron su función, y la siguen cumpliendo en la actualidad, como exvotos u ofrendas religiosas. A los pies de la patrona de Torrevieja, la Inmaculada Concepción, figuran dos barcos de sal como símbolo y ofrenda. Y también fue en este contexto como la artesanía salinera, la ciudad de Torrevieja y sus barcos de sal, quedaron inmortalizados por el escritor alicantino Gabriel Miró en las páginas de Nuestro Padre San Daniel (1921), que, junto a su segunda parte o El obispo leproso (1926), constituyen una de las obras más importantes de la literatura española:

«Buhoneros, mercaderes y “monstruos” de feria se guarecían bajo sus toldos y en los cobertizos de los paradores, hermanados por la perdición. Todo eran chacotas para el Santo, que consentía que se malparase el júbilo de su víspera. Un barco de sal de Torrevieja habían de traerle y colgárselo en gratitud de que pudieran volver navegando a sus casas con los despojos de sus tiendas».

Las etapas de la artesanía salinera[editar]

El cuaje de los antiguos artesanos[editar]

Maqueta sin cuajar de un metro de eslora realizada por Antonio Cerdán Hurtado, el Pajalarga en los años 60 del S.XX

En la artesanía salinera es importante establecer la diferencia entre lo que supone la construcción del modelo y su posterior cuajado en sal.

En la construcción del modelo prima, sobre todo, la habilidad del artesano maquetista, siendo recomendable no recargar demasiado el trabajo, ya que, en la posterior etapa del cuaje en sal, se corre el riesgo de obtener un bloque macizo de sal como resultado final. Es decir, en todo momento hay que tener en cuenta el aumento del volumen que se producirá cuando se acumule la sal en las distintas piezas. Por tanto, en el caso de los barcos, lo que realmente se persigue es la obtención de un bosquejo, más que un modelo fiel a la realidad: el casco de la embarcación suele llevar tan solo dos o tres cuadernas y está forrado también por pocas piezas (bordas, línea de flotación y otra línea más baja); y en el caso de la arboladura, se suele reducir el número de vergas de las velas de los distintos mástiles, así como los cabos y cables de la arboladura, pero tratando, a la vez, de obtener un conjunto armonioso.

Durante el proceso de cuaje en sal, lo único que prima es la experiencia personal del maestro cuajador, que suele ser un salinero que ha desarrollado toda su vida profesional en la sección laguna de la empresa salinera, directamente relacionado con el cuaje y la extracción de la sal. Es por ello que no siempre coincide en la misma persona el artesano maquetista con el maestro cuajador, ocurriendo muchas veces que los artesanos encomendaban sus trabajos a personas que supieran cuajarlos. En definitiva, si bien es cierto que la forma en que haya sido construido el modelo (sobre todo por sus proporciones y estética, y por lo mucho o poco recargado que esté) puede tener algún reflejo en el resultado final, éste dependerá, fundamentalmente, de cómo se haya producido el proceso de cuaje en sal.

Goleta en urna realizada por el artesano Antonio Buades Ayala en 1979

Como suele ocurrir en cualquier actividad artesanal y artística, no todos los barcos de sal eran iguales, interviniendo la minuciosidad, estética y habilidad de cada uno de los artesanos maquetistas y maestros cuajadores. En el caso de los barcos de sal, algunos artesanos habían llegado a navegar en barcos veleros mercantes en algún momento de sus vidas, por lo que los modelos que construían resultaban de unas proporciones y estética muy sobresalientes. Fue el caso, por ejemplo, de Rafael López Gómez, el Pelayo, José Hurtado, el Felisia, Antonio Torregrosa o Antonio Buades Ayala, a quien se le atribuye el haber realizado el primer barco con las velas al viento y escorado simulando estar en el mar.

En el caso de los maestros cuajadores, a las facultades ya mencionadas para los artesanos que solo hacían las maquetas, habría que añadir, por un lado, un profundo conocimiento de todos los factores que intervienen en el cuajado de la sal, y por otro, la posibilidad de acceso a la laguna (por lo general al ser trabajadores de la empresa salinera destinados en ese lugar) para poder colocar, vigilar y sacar en el momento adecuado las piezas.

A partir de los años 50, el encargado general de toda la sección laguna, y por tanto responsable del cuaje y extracción de la sal, fue Antonio Pujol Campillo. Además de controlar la entrada del agua marina por el acequión, la evaporación de las aguas, la graduación de las salinas y todas las complejas tareas de extracción de sal, bajo su responsabilidad recaía, igualmente, la producción de los grumos y barcos de sal que realizaba la empresa salinera.

Trabajadores salineros en la laguna de Torrevieja recogiendo grumos cuajados en sal, 1976. Al fondo, el paraje del Ilo-Ilo

Cuando finalizaba la temporada de extracción de sal, parte de los trabajadores se empleaban en recolectar los juncos en las redondas de las salinas , cortarlos, ponerlos a secar y dejarlos listos para cuando comenzara un nuevo cuaje de la sal a la primavera siguiente, momento en el que eran plantados en el fondo de la laguna. La empresa salinera también tenía a un trabajador, Antonio Torregrosa, que, entre otras labores auxiliares, se dedicaba a lo largo del año a realizar las maquetas de los barcos de sal. Ocasionalmente era ayudado por otro trabajador de las salinas , Alberto Ros. Después, los barcos eran cuajados a las órdenes de Antonio Pujol. Esta producción, que luego se destinaba a regalos institucionales de la empresa salinera, oscilaba entre 30 y 40 barcos al año.

Y es que por aquellos años, la producción de barcos de sal era muy limitada. Era raro que los artesanos superaran los 20-30 barcos al año, que luego vendían para completar las escasas jubilaciones de entonces; pero también había artesanos que ni siquiera llegaban a realizar más de 10 barcos al año, generalmente por puro placer personal, o para regalarlos a familiares y amigos. La casuística era muy variada.

El motivo de tan poca producción, incluso en el caso de los realizados por la dirección de la empresa, estribaba en el enorme trabajo que suponía hacerlos y luego cuajarlos. Cada una de las piezas que constituían las maquetas, prácticamente se cortaban o conformaban a navaja de manera totalmente artesanal. Mientras a las dificultades propias del cuajado en sal ya explicadas, se unía el hecho de que por entonces a los barcos de sal se les daba dos cuajes: una vez realizado el primer cuaje, se retiraba a mano toda la sal de la arboladura de los barcos, volviéndose a introducir en la laguna para que recibieran un segundo cuaje; como resultado, unos barcos con doble capa de sal en el casco, lo que incrementaba su vistosidad (si todo el proceso se realizaba bien), pero a costa de una enorme laboriosidad.

La zona donde se solían cuajar los grumos y barcos de sal era la orilla suroeste de la laguna de Torrevieja, y en especial el paraje conocido como Ilo-Ilo, colindante con la finca La Coronela. En este lugar es donde el viento de Levante tiene mayor recorrido sobre la laguna, cargándose de humedad y contribuyendo a ralentizar el ritmo de evaporación, por lo que el resultado es una sal cuajada muy dura y blanca.

La forma de fondear los barcos en la laguna también era un trabajo arduo y complicado. Los barcos se colocaban uno a uno en el fondo, dispuesto de costado, cada uno atado con una piedra de fondeo a modo de lastre para que no se movieran en caso de viento fuerte, y un ladrillo apoyado en el casco. Cada tanto se les daba la vuelta, tocando el fondo con el otro lado para que se cuajasen por igual todas las partes. Los ladrillos se recogían en una antigua fábrica abandonada cercana a las instalaciones salineras, o en la Tejera, fábrica de tejas situada en el barrio del Calvario de Torrevieja y donde más tarde también se hicieron ladrillos. Los defectuosos o los recochaos (requemados) se echaban a una escombrera de donde eran recogidos por los salineros.

Alfonso Hernández Sánchez recogiendo bracos cuajados y ladrillos de fondeo, 1975

Tampoco era cuestión baladí el cómo se entregaban los barcos de sal. Al principio se daban directamente al obsequiado o cliente que lo adquiría, que tenía que buscar a un carpintero o ebanista para que construyera una urna de madera y cristal que garantizara su perfecta conservación. En el caso de los regalos institucionales de las salinas de Torrevieja, la entrega solía ser dentro de unas cajas de madera de pino, que impedían ver el barco y que también requerían que posteriormente se hiciera una urna para su perfecta conservación y exhibición en los domicilios.

El mencionado salinero y artesano, Antonio Pujol Campillo introdujo un notable cambio en la forma en que se entregaban los barcos. A principio de la década de los 70 del siglo XX, comenzó a confeccionar una caja de madera de pino pero con sus laterales transparentes, para lo cual utilizaba papel de celofán pegado con cola de carpintero, que tensaba mojándolo con agua y dejándolo secar. Al menos de esta forma se podía contemplar el barco de sal, mientras se conseguía la urna de madera noble para su exhibición definitiva.

Los innovadores cambios de los años 80[editar]

En agosto de 1958 comenzó a trabajar en las salinas de Torrevieja Juan Pujol Torremocha y a partir de entonces también se encargó de realizar y cuajar los 30 o 40 barcos anuales que realizaba la empresa arrendataria de las salinas , con los procedimientos y prácticas tradicionales descritos anteriormente. Con el paso de los años también comenzó a realizar y cuajar algunos barcos de sal en su tiempo libre.

A lo largo de la década de los 80 del siglo XX se produjo el desarrollo urbanístico de Torrevieja, con el consiguiente crecimiento demográfico, tanto en número de residentes como de visitantes estivales. Aunque los barcos de sal comenzaron a ser mucho más demandados, la forma en que se producían no permitía incrementar la producción. Por otro lado, la empresa salinera cada vez fue realizando menos barcos, pero como contrapartida, el Ayuntamiento de Torrevieja cada vez requería más, para entregarlos como regalo en diferentes actos sociales o como premio en concursos y certámenes, como el famoso de Habaneras y Polifonía.

Fue en este contexto histórico cuando a partir de 1982 Antonio Fructuoso Ballester, el Monra, comenzó a colaborar con Juan Pujol Torremocha en la realización y cuaje de barcos de sal, introduciendo una serie de innovadores cambios y mejoras que, años después, serían incorporados por el resto de artesanos, llegando hasta la actualidad.

Barcos cuajados secándose al sol
Maqueta cuajada por Juan Paredes Espinosa, el del agua, 1980

Probablemente el cambio más revolucionario fue la forma de sumergir los barcos en la laguna, abandonando el tradicional fondeo uno a uno, e introduciendo un nuevo e ingenioso procedimiento que ahorró tiempo y mejoró el acabado final. Las maquetas de los barcos se ponían a ambos lados de una estrecha tabla de aproximadamente un metro de longitud, apoyados en sus peanas, atados con una lazada de hilo en la quilla y tensados mediante el giro de una sencilla llave de alambre. Dichas tablas, que podían portar hasta un total de 6 barcos de dos palos, eran fijadas perpendicularmente sobre estacas clavadas en el fondo de la laguna, por lo que los barcos ya no quedaban fondeados, sino sumergidos a media agua. Cada dos estacas podían alojar dos tablas perpendiculares a dos alturas, resultando hasta un total de 12 barcos del modelo de dos palos. Este sistema, adaptado a la forma de trabajar de los artesanos actuales, es el que continúa utilizándose en la actualidad.

Pero además, se empezaron a producir todas y cada una de las piezas que forman un barco en serie. Tradicionalmente el casco de los barcos de sal era fruto del ensamblaje de hasta 5 piezas diferentes construidas en madera (la quilla, la roda, el codaste y el bauprés) y conformadas en albardín o falso esparto en el caso del timón. Sin embargo, estos artesanos las redujeron a una única pieza cortada en madera muy fibrosa y porosa, que por ello incrementaba la adherencia de la sal durante el proceso del cuaje. La forma circular del bauprés se obtenía mediante lijado mecánico.

Para rajar longitudinalmente las cañas empleadas en la elaboración del modelo, mejoraron los tradicionales rajadores de caña construidos en madera (muy utilizados en otros lugares en la cestería de caña) realizándolos en acero, con forma de tapón con hendiduras cortantes con las que, al colocarlo en la boca de la caña, de un golpe seco, se obtenían ocho tiras de idéntico grosor. A las tiras de caña, cortadas posteriormente a la longitud adecuada y previamente sumergidas en agua, se les iba dando la forma curva adecuada de cada una de ellas, con la ayuda de unos moldes móviles o formeros. De esta manera se podían obtener cientos de piezas de manera rápida. En el laborioso proceso de forrarlas con tela de algodón necesitaba de la colaboración de toda la familia, sobre todo los también salineros jubilados.

Los cambios llegaron igualmente a la forma de presentar el producto final de forma atractiva y protegido de la humedad y posibles roces. Los barcos de sal comenzaron a entregarse en dos formatos posibles: en una burbuja de plástico sobre una base también de plástico (ambas realizadas en los talleres de la familia Mirete en Murcia) y en urnas acristaladas de madera de sapelly, que es el modo en que la totalidad de los barcos de sal se comercializan actualmente. De esta forma, el barco de sal podía colocarse en el despacho o el salón de casa directamente, sin el inconveniente de tener que encargar una urna a un carpintero.

Burbujas y urnas se entregaban rotuladas con la leyenda “Blanca de sal - Torrevieja[Nota 2]​ y con un pequeño folleto, con el escudo de Torrevieja en la portada, en el que se explicaban las características de la artesanía en sal en los idiomas español, inglés, francés y alemán, y todo ello en una caja de cartón con asas que facilitaba el transporte.

Ambos artesanos también introdujeron novedosos artículos, como los barcos de sal en cuadros para colgar en la pared, para lo cual los modelos tradicionales en tres dimensiones comenzaron a construirse totalmente planos. De esta forma, cualquiera que estuviera interesado en tener un barco de sal en casa ya no necesitaba ocupar un espacio de la librería con las voluminosas urnas.

En definitiva, las innovaciones en el conjunto del proceso de producción, lideradas por Antonio Fructuoso, se conjugaron con el conocimiento tradicional que sobre el cuaje de sal atesoraba Juan Pujol. El resultado fue un notable incremento en la producción de barcos de sal que, según la temporada, podía superar las 150 unidades; todo ello sin merma de la calidad artística, tanto por la estética de los modelos de dos y tres mástiles que construían, como por la excepcional calidad del cuaje que obtenían. Este período dorado de la producción de barcos de sal perduró hasta la jubilación laboral y artística de ambos artesanos en el año 2006. Cuando tal hecho se produjo, Juan Pujol Torremocha completó un período ininterrumpido de 48 años realizando y cuajando barcos de sal, constituyendo probablemente la persona que más tiempo se ha dedicado a esta singular artesanía.

Los últimos artesanos salineros[editar]

Manuel Sala Campos, el Pijote, y Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán. Únicos artesanos salineros en activo (2021)

En la actualidad sólo Manuel Sala Campos, el Pijote, y Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán, mantienen viva la artesanía salinera sin relevo generacional. Ambos son salineros jubilados y, siguiendo una larga tradición, también cuajan los objetos o anagramas que construyen otras personas, asociaciones o empresas de Torrevieja. En la actualidad, son las dos únicas personas autorizadas para acceder a la laguna y de hecho, las facilidades que brinda la actual empresa arrendataria (del grupo Salins Ibérica) también incluyen proporcionarles la infraestructura necesaria para poder tener los barcos a cubierto dentro de las instalaciones industriales mientras dura el período de cuaje.

Conocedores de que hoy por hoy son los últimos de la larga estirpe de maestros artesanos, se han involucrado meritoriamente en tratar de divulgar sus conocimientos para que la tradición no se pierda. Entre las actividades dignas de reseñar, sin duda está el haber llevado la artesanía salinera al colegio Inmaculada Concepción de Torrevieja, como se explicará más adelante. También han propuesto, reiteradamente, la necesidad de crear una escuela de artesanía salinera municipal.

Son muchas las personas que han pasado por sus talleres para aprender a hacer las maquetas de los barcos, pero la dedicación que se necesita, la falta de constancia y, sobre todo, las dificultades que entraña el cuaje en las salinas de Torrevieja hacen muy complicado conseguir personas que mantengan la actividad. El relevo generacional que recoja la experiencia de ambos artesanos en el arte de cuajar barcos es imprescindible, pues, como ellos mismos reconocen, realmente «lo difícil es lo del cuaje».

Y en materia de cuaje, en los últimos años han visto cómo artistas experimentales han contactado con ellos. Como por ejemplo, una escultora oriunda de la Vega Baja y afincada en Suiza, para quien han cuajado esculturas abstractas y diferentes objetos destinados a sus exposiciones relacionadas con la sal. O unos cubos perfectos que hicieron para el proyecto experimental de un arquitecto. O, recientemente, el cuaje de algunas botellas para una exposición de arte conceptual.

Y por supuesto, Manuel y Miguel siguen colaborando con toda la sociedad torrevejense en la elaboración de anagramas para sus asociaciones o algunos elementos para sus fiestas, como es el caso del cuaje anual del cetro de la Reina de la Sal.

Estos dos artesanos realizan sus maquetas durante todo el año, siguiendo la tradición local pero aplicando nuevos materiales que facilitan su labor. Emplean tablero marino de 7 mm para las dos peanas (los antiguos las llamaban patarraes) y para la quilla, roda y codaste en una sola pieza. El timón es de nylon grueso, mientras que para las cuadernas, la regala o borda y el forro del casco, han abandonado el uso tradicional de caña y sustituido por tiras flexibles de PVC. En mástiles, bauprés, botavara, trinquete y travesaños de la arboladura, emplean palos de bambú, palillos chinos, mondadientes o palos de pinchos morunos, según el grosor que necesite cada pieza. Por supuesto, todas ellas forradas en tela de algodón usada o desgastada artificialmente mediante su inmersión en sosa cáustica rebajada en agua durante unas horas. La cubierta, las jarcias y las velas se simulan con los hilos de algodón.

En el año 2019, Manuel y Miguel fueron galardonados con el máximo reconocimiento del pueblo torrevejense, el premio Diego Ramírez Pastor, en reconocimiento a su trabajo y dedicación a la artesanía salinera durante más de 40 años.

El proceso artesanal[editar]

La elaboración de las maquetas[editar]

En el caso de los barcos de sal, el casco de la embarcación es de madera, al igual que los mástiles, las dos peanas que logran mantener el modelo en pie y la botavara del palo de mesana. Las cuadernas, la denominada “caña de vuelta” (pieza única que constituye las bordas de la embarcación) y el forro del casco son de tiras de caña previamente modeladas mediante inmersión en agua, con el fin de que adquiera la forma y curvatura necesaria para cada pieza. Las vergas de los distintos mástiles, así como los baos de cubierta, también se construyen con caña, dándoles forma y redondeando sus extremos con una navaja.

Todas las piezas han de ser forradas con tiras de tela gastada de algodón blanco de aproximadamente 1 cm de anchura. El forrado de las piezas ha de ser uniforme, evitando la formación de pliegues y abultamientos, utilizando un poco de hilo de algodón para asegurar la tela a cada pieza. La finalidad de forrar en tela es doble: por un lado permitir la correcta adherencia de la sal, y por otra, proporcionar una superficie de un color uniforme. De hecho, en ocasiones, algunos elementos decorativos que se añadían a los barcos, como salvavidas, o el nombre de la persona a quien se le iba a regalar, podían ser forradas con tela de algodón de color que, una vez cuajada en sal, seguía apreciándose gracias a lo traslúcido de los cristales de sal.

Juan Pujol Torremocha y Antonio Fructuoso Ballester elaborando maquetas en los años 80 del siglo XX

El montaje del modelo se inicia con el casco de la embarcación, incluyendo el timón, en cuya quilla se ponen las peanas (por la parte inferior) y las cuadernas (por la parte superior). Las bordas (que como ya se ha comentado está constituida por una sola pieza de caña) se fija en el arranque del bauprés y en las cuadernas, apoyándose sobre la popa; de igual forma se procederá con las piezas de caña que constituyen la línea de flotación y la línea inferior, colocándose dos piezas (o las que fueran necesarias dependiendo del modelo a construir) a babor y estribor. La estructura del casco se completa con los correspondientes baos de la cubierta y con el moco del bauprés. Esta última pieza se ensambla agujereando el bauprés con un punzón. Si las cuadernas se han realizado con la forma y altura adecuadas, al colocar las bordas sobre ellas se puede conseguir el arrufo de las mismas, aumentando la estética marinera del modelo.

Los palos o mástiles se sitúan en su lugar introduciendo sus extremos afilados sobre la quilla, previamente agujereada con el punzón, y asegurándolos con hilo a los baos de cubierta. Perpendicularmente al palo de mesana se coloca la botavara y la verga de la vela cangreja, para lo cual se realizan sendos orificios con el punzón. El resto de vergas de las velas se fijan con hilo sobre los demás palos, dándoles una ligera inclinación para conseguir mayor estética. Por último, ya solo queda trazar con hilo de algodón la cubierta y los distintos estayes, obenques y cables de la arboladura, lo que, además de conseguir el perfecto acabado del barco, contribuye a trabar y dar rigidez a las distintas piezas ya colocadas.

Maqueta sencilla de velero forrada con tiras de tela gastada de algodón blanco

Antaño se recogían trozos de desecho de madera en la carpintería de las salinas o de los carpinteros de ribera, cañas de las vaguadas y cañadas de la zona y tallos de albardín o falso esparto (así como los juncos para los grumos de sal) de las redondas de las salinas . A estos materiales tradicionales se han unido recientemente otros más modernos como palos de bambú, palillos chinos, mondadientes redondos, según el grosor que necesite cada pieza, e incluso tiras de PVC para el forro del casco y nylon grueso para simular el timón.

Las maquetas de los barcos veleros, que como ya se ha comentado constituyen el objeto más tradicional de la artesanía salinera torrevejense[Nota 3]​ , suelen realizarse con dos o tres mástiles, emulando los pailebotes construidos en los diferentes astilleros que existieron en Torrevieja, como el Pascual Flores, el Carmen Flores, el Salinero, el Emil o el Hernán Cortés. El modelo de cuatro palos más reproducido ha sido el del bergantín-goleta Juan Sebastián Elcano, buque escuela de la Armada española. También cabe recordar aquí la edición limitada de la nao Santa María que realizaron en 1992 los artesanos Juan Pujol y Antonio Fructuoso con motivo de la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América.

Nao Santa María en artesanía salinera de los artesanos Juan Pujol Torremocha y Antonio Fructuoso Ballester en edición limitada a 100 piezas (1992)

El cuaje en sal[editar]

El artesano Manuel Sala Campos introduciendo tabla con maquetas de barcos en la laguna de Torrevieja para cuajarlos

El último paso, y no precisamente el más sencillo, es el cuajado en sal del modelo construido, de lo que dependerá el éxito o fracaso de la obra.

En la tradición salinera local, “el cuaje de la sal” hace referencia al proceso químico por el cual la sal va cristalizando sobre el fondo de la laguna Hipersalina de Torrevieja. En definitiva, se trata de un fenómeno natural y, por ello, sujeto a leyes físico-químicas conocidas en su esencia, pero con un elevado componente aleatorio fruto de la multiplicidad de factores intervinientes, sobre los que no siempre se puede actuar.

Conforme a lo largo del año va incrementándose la evaporación de las aguas de la laguna de Torrevieja, aumenta progresivamente la salinidad de las mismas, hasta llegar al punto de saturación en el que la sal disuelta comienza a precipitar. Esta precipitación o cuaje de la sal tiene lugar bien sobre las orillas de la laguna, sobre su fondo o, lo que es más importante para el objeto de la artesanía en sal, sobre cualquier elemento introducido en sus aguas.

Con todas las piezas forradas en tela y ensambladas, esto es, con los barcos totalmente terminados y atados en las tablas longitudinales, es preciso esperar el momento en que la laguna de Torrevieja reúna todas las condiciones idóneas para sumergirlos. Y ello ocurre cuando “las salinas están cuajando”, lo que suele ocurrir durante los meses de mayo, junio o julio. Es entonces cuando la concentración de la salmuera supera una densidad de unos 26’5º Baumé, que equivale a una concentración de sal de 259 g/l, si bien hay que tener en cuenta que la laguna de Torrevieja tiene un comportamiento particular por la mezcla de salmueras de diferentes procedencias que tiene lugar en la actualidad. A partir de esa densidad, la sal comienza a precipitar y cristaliza en estructuras cúbicas de unos milímetros.

Entonces, los artesanos clavan verticalmente sobre el fondo de la laguna, cerca de las orillas, estacas de madera, barras de hierro o piquetas. Entre cada dos de estas estacas se fijan perpendicularmente las tablas sobre las que se han atado los barcos, con la finalidad de mantenerlos sumergidos. Todo el conjunto se orienta en la dirección en que sopla el viento de Levante. A criterio de los artesanos y dependiendo de cómo evolucione el cuaje, cada una de las tablas puede ser girada 180 grados con la finalidad de que el viento bata por igual en toda la superficie del barco u objeto que cuajar.

Antes de introducir los barcos en la laguna conviene mojarlos en la propia agua salina de la laguna de Torrevieja y secarlos al sol. En el argot salinero, esto sirve para ensalitrar los barcos y así, durante el cuaje definitivo, la sal agarre mejor. A veces, ese primer baño en el que se ensalitran, es simplemente el resultado de haberse visto obligados a retirar los barcos de la laguna porque el viento ha amainado de repente, ha llovido un poco o se han producido filtraciones de agua dulce.

A la hora de volver a introducir los barcos en la laguna, es muy importante que estén perfectamente secos; de no ser así, los granos de sal precipitarían de forma poco uniforme o, como dicen los artesanos salineros, se arrosarrian como las cuentas de un rosario. Otra de las expresiones típicas utilizadas en la artesanía salinera es la de que los granos se apiojan. Esto suele ocurrir si calma el viento de repente, comenzando a formarse unos granos muy pequeños que se quedan pegados en las aristas o caras de los que ya estaban perfectamente formados, restándoles brillo y afeando el acabado final.

Los maestros cuajadores deben tener en cuenta numerosas variables, siendo las más importantes el grado y velocidad de concentración de la sal y la velocidad de evaporación. Esta última es también un factor determinante en el proceso de cristalización de la sal, resultado de la combinación de otros tres factores: velocidad del viento, humedad y temperatura del aire, y temperatura del agua que se evapora. Obtener el cuaje deseado por los artesanos salineros no es una tarea fácil; además, tienen que estar atentos a la meteorología (por si llueve o cambian los vientos de intensidad o de componente, por si se producen variaciones térmicas muy marcadas entre el día y la noche, por si se producen filtraciones de agua de riego desde los terrenos agrícolas que vierten a la laguna) y a la propia actividad extractiva de la empresa salinera (por si trabajan por la zona de cuaje de los barcos o por si se da entrada a la salmuera de menor concentración salina desde la laguna de La Mata[Nota 4]​. En el resultado final influye también la cantidad de impurezas o presencia de insolubles en la salmuera, etc.

No hay un tiempo determinado para que los barcos completen su cuajado en sal (normalmente entre 1 y 3 días), por lo que, mientras estén sumergidos en la laguna, la vigilancia debe ser constante.  El cuaje o cristalización de mayor belleza y calidad se obtiene cuando la sal precipita uniformemente sobre la superficie del barco, sin que se creen formas irregulares o alargamientos, y los cristales de sal son cúbicos, transparentes, brillantes y consistentes como la roca. Esto se consigue cuando soplan los vientos de Levante (componente este), por lo que será entonces cuando preferentemente se iniciará el proceso.

La velocidad del cuajado dependerá de la constancia del viento, siendo particularmente perjudiciales las calmas y los vientos de Lebeche (componente suroeste), ya que entonces la sal precipita más rápidamente y el cuaje puede malograrse. Lógicamente, el agua dulce también es un importante enemigo como ya se ha dicho: unas simples gotas de lluvia de una nube pasajera pueden arruinar todo el proceso. En estos casos en los que el correcto proceso del cuaje se ve alterado, los barcos han de retirarse inmediatamente de la laguna, protegiéndolos bajo techo de la humedad del ambiente para, cuando se reanuden las condiciones propicias, volver a introducirlos en el agua salina . Muchas más veces de las que desearían los artesanos salineros, los barcos han de ser descuajados para quitarles toda la sal con agua dulce y reiniciar el laborioso proceso desde el principio.

Una vez que se sacan los barcos perfectamente cuajados, han de ponerse inmediatamente al sol para que se sequen, y cambien el color rosado, con el que salen de las salinas , por el blanco traslúcido característico y original de estas pequeñas obras de arte.

Los maestros artesanos salineros de Torrevieja[editar]

Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán sacando tabla con barcos cristalizados en sal en la laguna de Torrevieja (temporada 2020)

En los últimos años, se ha podido recopilar un largo listado (aunque sin duda incompleto) de artesanos salineros, tanto artesanos maquetistas como maestros cuajadores. A continuación, se ofrecen de forma conjunta, independientemente de la cantidad de barcos que hicieran o cuajaran cada uno.

Francisco Carratalá Sala (Torrevieja, 1855 -¿?) y su hermano José Carratalá Sala, el Pandorgo, quien trabajaba como ebanista en las Salinas de Torrevieja (Torrevieja, 1871-1949). Ambos confeccionaban maquetas de barcos que luego vendían en su domicilio una vez cuajadas o exponían en su propia casa. Otros artesanos fueron Alberto Ros Ferrer, el Uvas (San Miguel de Salinas , 1901-Torrevieja, 1965) y José Antonio Andréu Moya, el Arnao (Torrevieja, 1901-1980).

Pedro Vidal Vicedo, Perico el Pato (Torrevieja, 1902-1991), comenzó a realizar maquetas a finales de los años 60, una vez jubilado. Antonio Cerdán Hurtado, el Pajalarga (Torrevieja, 1903-1979), Antonio Buades Ayala (San Roque, Cádiz, 1905-Torrevieja, 1989) y Antonio García Ortega, el Sacagatos, (Torrevieja, 1910-1982), también realizaron maquetas y cuajaron barcos de sal.

José Vilella Mirete (Torrevieja, 1912-1990) comenzó a realizar maquetas a finales de los años 70, una vez jubilado, pero no las cuajaba; Antonio Torregrosa fue el encargado de realizar los barcos de la empresa salinera durante toda la década del 50, aunque no los cuajaba; Antonio Pujol Campillo (Torrevieja, 1914-2002) también realizaba maquetas y era el responsable del cuaje de todos los barcos de sal que realizaba la citada empresa y de los trabajadores salineros que solo se dedicaban a ello, como Alfonso Hernández Sánchez (San Miguel de Salinas , 1913-Torrevieja, 1993), Francisco Hernández Sánchez, el Gordo (San Miguel de Salinas , 1916-Torrevieja, 1991), y José Córdoba Vidal, el Moa (Torrevieja, 1917-1986).

Hacían barcos y también los cuajaban, aunque con una producción muy dispar respecto al número de piezas que confeccionó cada uno de ellos, Rafael López Gómez, el Pelayo (San Miguel de Salinas , 1919-Torrevieja, 1995), Juan Paredes Espinosa, el del Agua (Los Montesinos, 1920-Torrevieja, 2002), Antonio Ros Pardo, el Poli (Torrevieja, 1924-Torrevieja, 2009). Destacamos al maquetista Matías Antón (Torrevieja, 1933).

En las últimas décadas encontramos como maquetistas a José Hurtado, el Felisia, o Pedro Nuñez Balboa, pero quienes han destacado haciendo y cuajando barcos de sal son los artesanos Juan Pujol Torremocha (Torrevieja, 1941) y Antonio Fructuoso Ballester, el Monra (Torrevieja, 1943), que cesaron en su actividad en el año 2006; Manuel Sala Campos, el Pijote (Torrevieja, 1947) y Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán (Torrevieja, 1949), que siguen realizándolos en la actualidad.  

Además de los artesanos salineros habituales, otras personas también presentaban trabajos (que luego eran cuajados por los primeros) al concurso de artesanía salinera que organizaba el Grupo de Empresa Salinas de Torrevieja. Entre ellas cabe destacar a Antonio Ballester Gómez, el Rampaina, y Joaquín Montero García, el Morterico, tanto por la majestuosidad de las maquetas realizadas, como por haberse alzado con premios en diferentes ediciones.

Y por supuesto, no conviene olvidar a los ebanistas y carpinteros que construían urnas para los barcos de sal, antes de que a partir de los años 80 del siglo XX comenzaran a realizarlas los propios artesanos. Fue el caso de Lorenzo López Pareja, el Serapio, y su hijo, José López Pérez, Antonio García Zaragoza, el Rabioso, y Roberto Ferrández Aniorte, el Ramblero, todos ellos calafates y carpinteros en las salinas de Torrevieja.

Concurso de artesanía salinera[editar]

Objetos cuajados en sal y protegidos en urnas cedidas al Museo del Mar y de la Sal de Torrevieja (2019)

Muchos de los artesanos llegaron a participar y obtener diferentes premios en el Concurso y exposición de artesanía salinera (1970-2014), que gracias a la iniciativa de Antonio Boj Morales, el Papi, organizó anualmente el Grupo de Empresa de las Salinas de Torrevieja entre los años 1970 y 2014.

Unas veces fue cuajando en sal maquetas de barcos históricos como el Pascual Flores, construido en Torrevieja, o el Juan Sebastián Elcano, y otras con réplicas muy originales de la Torre Eiffel, de la antigua estación de ferrocarril, del molino de viento del Rampaina que existió en las proximidades de la citada estación, de la iglesia arciprestal de la Inmaculada Concepción, de la fachada del histórico Casino Cultural de Torrevieja, etc. Entre otras causas, este tradicional concurso dejó de celebrarse porque, aunque el número de personas que hacían maquetas se mantenía, las que eran capaces de realizar el cuaje fueron disminuyendo progresivamente hasta quedar en solo dos. Una pequeña parte de aquellas obras ganadoras, que por lo general quedaban depositadas en la asociación organizadora, no se han perdido y se exponen al público en el Museo del Mar y de la Sal de Torrevieja.

CEIP Inmaculada Concepción, un proyecto educativo con barcos de sal[editar]

En el CEIP Inmaculada Concepción de Torrevieja se realizan talleres de barcos de sal desde el curso 1992-1993, gracias a la iniciativa de José Antonio Imbernón Simón, el Melli, salinero y miembro de la AMPA y que contó con el entusiasta apoyo de la dirección del centro y profesores de aquel curso. En la actualidad, el alumnado del ciclo final de primaria hace alrededor de 40 maquetas que luego se llevan a las salinas . Allí son cuajados por Manuel Sala Campos, el Pijote (desde 2010), y con anterioridad lo hizo el maestro Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán, ayudado por el Melli.

Aunque esta actividad contó con una subvención del Ayuntamiento de Torrevieja hasta el año 2013, en la actualidad es apoyada y sufragada íntegramente por los socios de la AMPA, colaborando de forma altruista tanto su directiva como las madres y padres en su desarrollo. Desde el año 1993 celebran un concurso donde se premia el barco de mayor calidad estética.

Es tal la implicación del CEIP Inmaculada Concepción con la artesanía salinera que incluso tiene como escudo oficial del centro un barco de sal, y en toda su comunidad educativa persiste el orgullo de mantener viva esta tradición tan torrevejense y la ilusión de que pueda preservarse en el futuro. Desde el 2018 el CEIP Cuba realiza talleres de artesanía salinera para su alumnado.

Participación de las mujeres en la artesanía salinera[editar]

La artesanía salinera siempre ha estado ligada a la explotación de las salinas de Torrevieja, actividad en la que tradicionalmente solo han trabajado hombres. Sin embargo, y pese a que siempre suele pasar inadvertido, no se puede obviar que las mujeres también han desempeñado un importante papel en esta actividad, en ocasiones totalmente determinante.

Solo por poner un ejemplo, la hija y la nuera del artesano Antonio Buades Ayala hacían las maquetas cuando éste ya había perdido la vista. Además, esposas e hijas de muchos de los artesanos han colaborado siempre en múltiples tareas como el forrado de las piezas, el secado de los barcos al sol, la comercialización y un sinfín de aspectos más.

La presencia de la mujer es igualmente evidente en la experiencia educativa del CEIP Inmaculada Concepción, ya que la mayoría de las personas implicadas en la construcción de las piezas, en la ayuda prestada al artesano salinero durante el siempre complejo cuaje de los barcos y en el tremendamente tedioso y esforzado trabajo de secado de los barcos al sol, son mujeres: desde la junta directiva de la AMPA, mayoritariamente femenina, hasta muchas madres que colaboran altruistamente para que continúe desarrollándose la actividad en el centro.

Además, muchas de las mujeres de los salineros han contribuido con sus recuerdos a evitar que una parte de la historia de la artesanía salinera se pierda para siempre. Antonio García Ferrández, en el artículo «Pasado y presente de la mujer salinera», les dedica un homenaje que el semanario Vista Alegre publicó el 5 de febrero de 1967:

«(...) la mujer del obrero salinero estaba impregnada de sal, sus manos manipulaban en el lavado de ropas salitrosas (...) Se levantaban las primeras para preparar el café, que hacían en la olla de barro. El combustible era la leña del saladar, sosa o collejas, usar carbón representaba mucho gasto (...)».
Antonio García Ferrández

Otras artesanías en sal en el mundo[editar]

Es posible encontrar otras formas de artesanía elaborada con sal en otras partes del mundo. Es el caso de salinas donde se hace una pasta de sal que se moldea. En las Salinas Grandes de la provincia de Jujuy (Argentina), se cortan bloques de sal de un metro para luego moldearlas a pico y pala, lo que también es un arte. En Israel, una artista conceptual crea sus obras de arte sumergiendo en el Mar Muerto vestidos, botas, sandalias, bicicletas, violonchelos, etc. La artista las mantiene bajo las estables aguas Hipersalinas fijadas a una estructura metálica y con contrapesos. En las Salinas de Margarita de Saboya (Italia) se realiza una tradicional artesanía en sal.

Sin embargo, estas representaciones artísticas presentan marcadas diferencias, tanto en su durabilidad (algunas de las citadas entrarían dentro de la categoría de arte efímero, mientras que un barco de sal de Torrevieja bien conservado puede durar siglos) como en la calidad de los modelos construidos o la perfección de los cristales de sal obtenidos, si comparamos las obras surgidas en las Salinas de Margarita de Saboya con las de Torrevieja.

Un patrimonio cultural en peligro de desaparecer[editar]

Artesanos de la sal es el título del cortometraje documental dedicado a la artesanía salinera de Torrevieja y a sus artesanos; de hecho, el peso del audiovisual recae en los artesanos Juan Pujol Torremocha, Manuel Sala Campos y Miguel Pérez Muñoz. Producido por el Ayuntamiento de Torrevieja y la Sede Universitaria de la universidad de Alicante en Torrevieja, fue realizado por el Taller de Imagen de dicha Universidad, y contó con la colaboración de la Asociación Cultural Ars Creatio, en el asesoramiento, en las entrevistas a los artesanos y en la coordinación entre éstos, el equipo de grabación y la empresa arrendataria. Se estrenó el 16 de enero de 2020 en una proyección pública realizada en el Centro Cultural Virgen del Carmen a la que acudieron el alcalde de Torrevieja, el rector de la Universidad de Alicante y una amplia representación de la sociedad civil torrevejense.

«Hacer un barco lo hace cualquiera. Ahora, la perfección de la naturaleza es lo que a mí me ha llamado la atención siempre, siempre..., siempre. Las salinas son la naturaleza. El verdadero cuaje, la verdadera artesanía salinera es la naturaleza».
Manuel Sala Campos
Barco cuajado en sal


La maestría de los artesanos salineros se fundamenta en la sabiduría que da la experiencia de muchos años sumergiendo en la laguna salada de Torrevieja, a merced de las condiciones meteorológicas y de la actividad industrial, sencillos objetos para convertirlos en pequeñas joyas.

El sistema nada convencional de extracción de la sal en húmedo que tiene lugar en Torrevieja ya de por sí hace excepcional esta artesanía. Sin olvidar que el nacimiento y desarrollo de la población de Torrevieja surgen vinculados a la actividad extractiva de la sal, de manera que son muy fuertes las razones por las que evitar que un patrimonio cultural tan valioso se deje perder para siempre. El relevo generacional es complicado. Hay que dedicarle muchas horas, estar pendientes de la naturaleza como en ninguna otra artesanía, hacer un seguimiento diario de las condiciones de salinidad de la laguna y de la entrada de agua de menor salinidad de la laguna de La Mata durante los meses del cuaje, acceder a una zona de trabajo industrial y conocer el funcionamiento de las salinas .

El proyecto educativo que durante tantos años desarrolla el CEIP Inmaculada Concepción, al que se ha unido recientemente el CEIP Cuba, constituye una iniciativa maravillosa y necesaria para que el alumnado torrevejense conozca el lugar donde vive, sus tradiciones y la esencia de este pueblo salinero. Pero no es suficiente para mantener viva la actividad.

Como en todos los grandes retos a los que se enfrenta la sociedad, hace falta la cooperación de diferentes instituciones. La implicación de la Administración local y de la empresa arrendataria de las salinas sería fundamental para que una artesanía tan original y arraigada en la ciudad no languideciera hasta su desaparición.

La artesanía salinera de Torrevieja es un elemento más que enriquece los extraordinarios valores históricos, paisajísticos, ecológicos y culturales de las Salinas de Torrevieja y La Mata, legado cultural de nuestros antepasados. Tratar de resolver el nudo gordiano en el que se ha convertido su futuro se erige como un apasionante reto para los próximos años.

Notas[editar]

  1. Gracias a la investigación realizada por Ana Meléndez Zomeño, se ha podido recoger el testimonio oral del nieto de José Carratalá Sala, hermano menor de Francisco Carratalá. Manuel Box Carratalá recuerda cómo su abuelo hacía y vendía barcos en la casa donde vivían, sita en la actual calle Canónigo Torres, 21
  2. La leyenda está inspirada en el famoso eslogan creado por César Mateo Cid en 1968: “Torrevieja, blanca de sal y morena de soles
  3. Además de los tradicionales grumos y barcos de sal, también se han cuajado otro tipo de objetos como jarrones, flores, timones, anclas, cruces, cetros, coronas, anagramas, escudos, etc
  4. La laguna de La Mata actúa como estanque concentrador o calentador, y la laguna de Torrevieja, como estanque precipitador o cristalizador

Bibliografía[editar]

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Enlaces externos[editar]