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Pascual Abaj

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La deidad Pascual Abaj, situado en su altar en la cima de la colina Turk'aj, a 1200 metros del centro de la localidad de Chichicastenango (Guatemala). A la izquierda se ve una cruz cristiana, y a la derecha hay un crucifijo, que indican la presencia de un fuerte sincretismo religioso.
Primer plano de la deidad Pascual Abaj, completamente vandalizado en las últimas décadas.
Un peticionante acompaña al chamán que realiza una ofrenda para interceder ante el dios Pascual Abaj.
Último tramo de la calle desde la ciudad de Chichicastenango (1200 metros).
La deidad Pascual Abaj tal como se veía en 1948, antes de ser vandalizada por «ladinos» antipaganos católicos. Nótese la ausencia de cruces cristianas.

Pascual Abaj es un dios maya con forma de ídolo de piedra. Se encuentra situado en un altar de piedra (con un par de cruces cristianas) en la cima de la colina Turk'aj, a 1200 metros del centro de la localidad de Chichicastenango (Guatemala).[1]

En la cima se encuentra un claro del bosque donde está el altar con la efigie del dios Pascual Abaj.[2]

Nombre

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El dios Pascual Abaj

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El dios Pascual Abaj también es conocido con el nombre de Juiup Takaj (Huyup Tak’ah: ‘plano en la colina’),[3]​ y Turk’a, que podría significar ‘desatarse’, y por lo tanto la piedra es considerada una diosa de la fecundidad.[4]

El nombre Pascual Abaj resulta de combinar el nombre masculino cristiano Pascual y la palabra quiché Abaj (‘piedra’).[2]

El cerro Turkaj

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La colina se llama Turk’aj, nombre quiché[5]​ que podría significar ‘lugar sagrado’ o ‘piedra sagrada’.[6]​ La colina también podría llamarse Turk’a.[4]

Ubicación

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La colina Turk’aj también se conoce como «cerro Pascual Abaj»[2]​ o «cerro de Pascual Abaj»[2]​ o «cerro Juiup Takaj» (Huyup Tak’ah: ‘planicie en la colina’).[3]​ En la cima se encuentra un claro del bosque donde está el altar con la efigie del dios Pascual Abaj.[7]

El altar se encuentra a 660 m a vuelo de pájaro (en línea recta) al sur-suroeste de la iglesia de Santo Tomás (que está en el centro de la ciudad de Chichicastenango) ―o a 1680 m recorriendo el camino desde el pueblo―, a 2110 m s. n. m., o sea 40 metros más alto que la iglesia. Está apenas a 100 m al sur de los barrios del suroeste de Chichicastenango (que están a 2070 m s. n. m.), y a 250 m al oeste de los barrios del sur (también a 2070 m s. n. m.). Chichicastenango es una pequeña ciudad, a 19 km al sur-sureste de Santa Cruz, la cabecera del departamento de Quiché (en el centro de la República de Guatemala).

Historia

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En el lugar donde se encuentra desde hace siglos la iglesia de Santo Tomás ―en el centro de Chichicastenango― estaba el templo principal de los mayas, el altar del dios Abaj ―un ídolo de piedra―. Los quichés consiguieron retirarlo del templo antes de que los conquistadores españoles lo hallaran y lo destruyeran. Fue llevado a la montaña, y durante mucho tiempo siguieron adorándolo a escondidas.

El sitio es muy reconocido por los turistas debido a la centenaria celebración de rituales de los pobladores quichés. Se lo considera un lugar sagrado.[7]

El dios Abaj es el dios de la tierra, de la fertilidad y de la lluvia.[8]

Ceremonias ancestrales

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En la cima del cerro Turcaj ―que es más bien una colina― los chamanes (sacerdotes mayas) celebran ceremonias en honor al dios indígena Pascual Abaj.[1]​ Los peticionantes (clientes) comisionan a un chamán para que interceda ante Abaj con el fin de recuperar la salud perdida, obtener alguna mejora en el trabajo o los favores de un amor esquivo.[1]​ Los peticionantes se reúnen alrededor del chamán, quien hace ofrendas de candelas (velas de cera) de distintos colores, incienso de resina copal, cigarros de tabaco, cigarrillos, frutas, flores, ramas de árboles resinosos, gallinas, huevos, comidas, bebidas (principalmente guaro [aguardiente]) y a veces aves.[2]​ Los indígenas también llegan ante el dios para casarse.[6]

Referencias

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  1. a b c «Chichicastenango, antes del día» Archivado el 25 de mayo de 2015 en Wayback Machine., artículo del 4 de julio de 2010 en el diario La Voz (Córdoba). Muestra una fotografía del blanco frente de la iglesia Santo Tomás, la principal de Chichicastenango. La segunda fotografía muestra a un peticionante y un chamán ante el ídolo de Pascual Abaj.
  2. a b c d e Carmack, Robert M. (2001): Evolución del reino K’iche’ (pág. 445). Guatemala: Fundación Cholsamaj, Fondo de Desarrollo Indígena Guatemalteco. Ficha bibliográfica. Archivado el 25 de mayo de 2015 en Wayback Machine.
    El ídolo se encontraba sobre un pequeño altar, rodeado de artefactos de piedra, cruces, ramas de pino, flores y copal recién ofrendados. Los shamanes (chuch qajaw) rezaban allí de día y de noche a favor de sus clientes:
    «Oh, tú, Corazón del Cielo. ¿Qué hizo Sakic (un cliente ciego) para que le quitaras la vista? Es honorable, trabajador; cumple sus deberes en el poblado, como hijo del poblado; y cumple su deber ante ti, como fiel creyente; es un buen esposo, magnífico padre que cuida a sus hijos; y siendo hijo, era respetuoso de sus antepasados... ¿Qué pecados ocultas de Sakic? ¿Por qué le quitaste el maravilloso don de la vista, de verte aquí, de verte en la montaña, en el cielo, en el árbol; de admirarte en la luz, en el sol, en el río? Complétale sus ojos otra vez» (Rodas y Rodas, 1938: págs. 18 y 19)

    Termer (1957: pág. 174) afirmó que el altar de Pascual Abaj fue el vestigio nativo más impresionante que vio en Guatemala.

    Se quemaba incienso de copal (pom) sobre el antiguo altar (tanab’al) y se tocaba el viejo tambor de tronco (q’ojom).
  3. a b «Pascual Abaj», artículo en idioma inglés en el sitio web Lonely Planet.
  4. a b «Cerro Pascual Abaj», artículo en el sitio web Deguate. Muestra varias fotografías de las ceremonias que se llevan a cabo ante el dios Pascual Abaj.
  5. Según Rodas y Rodas, 1938: pág. 18. Citado en Carmack, Robert M. (2001): Evolución del reino K’iche’ (pág. 445). Guatemala: Fundación Cholsamaj, Fondo de Desarrollo Indígena Guatemalteco.
  6. a b «Pascual Abaj o Pascua Labaj» Archivado el 25 de mayo de 2015 en Wayback Machine., fotografía del cuadro realista al óleo realizado por el pintor guatemalteco Manolo Gallardo, 150 cm (de anchura) × 200 cm (de altura). Afirma que el nombre de la colina Turcaj significa ‘lugar sagrado’ o ‘piedra sagrada’; y que los indígenas llegan ante el dios para casarse. Proporciona un nombre alternativo para el dios: Pascua Labaj (sic, por Pascual Abaj).
  7. a b «Chichicastenango» (pág. 7), artículo del 7 de agosto de 2013 en la revista La Hora (Guatemala), del ISSUU. Afirma que el dios Pascual Abaj es conocido como dios Mundo ―aunque quizá se refiere a que los indígenas lo consideran el dios de la tierra (el suelo, no el planeta Tierra ni el mundo), la fertilidad y la lluvia―.
  8. Carro, Iñaki (2010): Del cielo a la montaña. Guatemala (Guatemala): Magna Terra Editores, 2010. ISBN 978-84-613-9204-9.
    Todos estos cerros están repletos de rincones similares. Pequeños altares, lugares sagrados... Casi siempre en ríos, o pozos, o en ciertas partes de la montaña. La mayoría permanecieron ocultos durante siglos, y de algunos supimos su existencia hace solo unos años. Pero este, el del cerro Turkaj, es el más importante de todos ellos. El altar se llama Pascual Abaj. Verán... ―Rafael bajó aún más el tono de su voz―. Se trata del altar original del templo maya. El de Chichicastenango, el que se alzaba donde hoy está Santo Tomás. Por lo visto, los k’iche’ consiguieron sacarlo del templo antes de que los conquistadores lo destruyeran. Lo trajeron a la montaña, y durante mucho tiempo siguieron adorándolo a escondidas. Los españoles sospecharon desde un principio que algo así podía estar ocurriendo, porque los lugareños acudían con demasiada frecuencia a este cerro, pero cuando descubrieron el altar decidieron no destruirlo.

    [...] hace algún tiempo que existen enfrentamientos entre los tradicionalistas y un grupo de nuestros catequistas. Como podrán imaginar, la raíz de todo eso habría que buscarla no en nuestro trabajo parroquial, sino más bien en viejos conflictos: la falta de tierras, luchas por el poder... Pero, desgraciadamente, todo ese rencor acumulado ha ido tomando en los últimos años la forma de una guerra entre religiones; o entre distintas prácticas de una misma religión, si lo prefieren. Y una noche...
    Rafael se detuvo, exhalando una bocanada de aire al tiempo que movía la cabeza lentamente de lado a lado.
    ―Todavía me cuesta creerlo... Una noche varios de mis catequistas subieron hasta aquí y destruyeron el altar.
    ―¿Este altar?
    ―Sí.
    No entendía. Destruir todo elemento de culto pagano, ¿no formaba parte de nuestra labor allí? ¿Qué podía tener aquello de malo?
    El hermano Rafael no lo veía de esa manera, como pudimos comprobar cuando añadió, con vehemencia:
    ―Nosotros nunca hemos aprobado esa forma de actuar. ¡Nunca! Al contrario, siempre hicimos prédica del respeto; del respeto como punto de partida para llegar hasta los corazones de este pueblo, e invitarlo a recorrer el camino de Cristo. ¿Que estamos aquí para hacer frente a estas viejas supersticiones? De acuerdo. Pero personalmente yo no creo que destruyendo los santuarios paganos vayamos a conseguir conversiones en masa al cristianismo.
    Se detuvo un breve instante. Casi todos asintieron, en silencio.
    ―En cualquier caso, ¡imagínense cómo está ahora el percal! Los tradicionalistas tuvieron que levantar Pascual Abaj de nuevo, recogiendo los trozos dispersos y uniéndolos con cemento y barras de hierro... Así es que...

    “Así es que... esto es Guatemala”, pensé mientras Rafael concluía su comentario. Poco que ver con el país que se describía en los libros que con tanta ansiedad devoré en mis últimos meses de seminario. En ellos se hablaba de aquellas ceremonias paganas como algo propio del pasado; algo extirpado ya en épocas remotas por la espada del conquistador y que siglos de influencia cristiana habían terminado por enterrar. No contaban que su religión era como una roca, irrompible y eterna; como su dios Abaj, el dios de piedra, el dios de la tierra, la fertilidad y la lluvia. Que aquellos dos ojos graníticos ―imprecisos y gastados― todavía cautivaban las miradas terrosas y taciturnas de sus seguidores, comunicándose con ellos en un lenguaje que no sabía de palabras ni experimentaba el paso del tiempo.
    páginas 28 a 30