Diferencia entre revisiones de «Abuso sexual infantil»

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Revisión del 17:44 21 jul 2009

De forma genérica, se considera abuso sexual infantil (ASI) a toda conducta en la que un menor es utilizado sin su consentimiento como objeto sexual por parte de otra persona con la que mantiene una relación de desigualdad, ya sea en cuanto a la edad, la madurez o el poder. Se trata de

un problema universal que está presente, de una u otra forma, en todas las culturas y sociedades y que constituye un complejo fenómeno resultante de una combinación de factores individuales, familiares y sociales. (...) Supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño y puede dejar unas secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo.[1]

El abuso sexual constituye una experiencia traumática y es vivido por la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, y no tanto contra su sexo, por lo que constituye una forma más de victimización en la infancia, con secuelas parcialmente similares a las generadas en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc.[2]​ Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso en la edad adulta.

En su mayoría, los abusadores son hombres heterosexuales y la media de edad del menor ronda entre los 10 y 12 años (edades en las que se producen un tercio de todas las agresiones sexuales). El número de niñas que sufren abusos duplica el de niños.

Según un cálculo de las llamadas cifras ocultas[3]​, entre el 5 y el 10% de los hombres han sido objeto en su infancia de abusos sexuales y de ellos aproximadamente la mitad ha sufrido un único abuso.

Los abusos a menores de edad se dan en todas las clases sociales, ambientes culturales o razas. También, en todos los ámbitos sociales, aunque la mayor parte ocurre en el interior de los hogares y se presentan habitualmente en forma de tocamientos por parte del padre, los hermanos o el abuelo (las víctimas suelen ser, en este ámbito, mayoritariamente niñas). Si a estos se añaden personas que proceden del círculo de amistades del menor y distintos tipos de conocidos, el total constituye entre el 65-85% de los agresores.[4]

Los agresores completamente desconocidos constituyen la cuarta parte de los casos y, normalmente, ejercen actos de exhibicionismo; sus víctimas son chicos y chicas con la misma frecuencia.

El 20-30% de los abusos sexuales a niños son cometidos por otros menores.

Es un acto considerado un delito por la legislación internacional y la mayoría de los países modernos, aunque siempre haya una correspondencia entre el concepto psicológico y el jurídico del problema y no exista consenso sobre los procesamientos jurídicos de los abusadores.

Tanto los testimonios de adultos y niños sobre haber sido objeto de abusos sexuales suelen ser ciertos. Respecto de los adultos, el síndrome de la memoria falsa suele ser poco frecuente debido a que se trata de sucesos que dejan una impronta muy relevante en la memoria. En cuanto a los niños, solo un 7% de las denuncias resultan ser falsas; el porcentaje aumenta considerablemente cuando el niño está vivendo un proceso de divorcio conflictivo entre sus padres.[5]

Concepto

No existe unanimidad entre los estudiosos a la hora de definir con precisión el concepto de abuso sexual a menores; los aspectos que diferencian una definiciones de otras son, entre otros, los siguiente:

  • la necesidad o no de que haya coacción o sorpresa por parte del abusador hacia el menor para hablar de abuso; para muchos autores, la mera relación sexual entre un adulto y un menor ya merece ese calificativo, por cuanto se considera que ha mediado un abuso de confianza para llegar a ella;
  • la necesidad o no de la existencia de contacto corporal entre el abusador y el menor; aquellos que no lo consideran necesario, incorporan al concepto de abuso el exhibicionismo, esto es, la obligación a un menor de presenciar relaciones sexuales entre adultos o, incluso, de participar en escenificaciones sexuales;
  • la cuestión de las edades: tanto en lo que se refiere a si el primero tiene que ser mayor que el segundo, como al valor de esa diferencia, como a la edad concreta del menor y del abusador (la edad máxima para el menor oscila entre los 15 y 12 años en la mayoría de los estudios; en cuanto al abusador, lo habitual es que deba ser entre 5 y 10 años mayor que la del niño, según sea menor o mayor, respectivamente, la edad de este);
  • también existen investigaciones en las que se consideran abusos sexuales los producidos entre jóvenes de la misma edad;
  • por último, en otros casos se subraya especialmente la relevancia del abuso sexual percibido, esto es, aquellos casos de abusos donde hay repercusiones clínicas en el menor.

Fases del abuso sexual

El abuso sexual de un infante es un proceso que consta generalmente de varias etapas o fases:

  1. Fase de seducción: en que el futuro abusador manipula la dependencia y la confianza del menor, y prepara el lugar y momento del abuso. Es en esta etapa donde el futuro abusador incita la participación del niño o adolescente por medio de regalos o juegos.
  2. Fase de interacción sexual abusiva: es un proceso gradual y progresivo, que puede incluir: comportamientos exhibicionistas, voyeurismo, caricias con intenciones eróticas, masturbación, etc.
  3. Instauración del secreto: el abusador, generalmente por medio de amenazas, impone el silencio en el menor, a quien no le queda más remedio que adaptarse. En esta fase la madre o hermanos suelen ser ausentes o cómplices.
  4. Fase de divulgación: esta fase puede o no llegar (muchos abusos quedan por siempre en el silencio por cuestiones sociales), e implica un quiebre en el sistema familiar, hasta ahora en equilibrio. Puede ser accidental o premeditada, esta última a causa del dolor en niños pequeños o cuando llega la adolescencia del abusado.
  5. Fase represiva: Generalmente, después de la divulgación, la familia busca desesperadamente un reequilibrio para mantener a cualquier precio la cohesión familiar, por lo que tiende a negar, a restarle importancia o a justificar el abuso, en un intento por seguir "como si nada hubiese sucedido".

Muchas veces es necesario un gran número de intentos de divulgación para impedir que la familia vuelva a la fase represiva.

Tipología de actos abusivos

  • Sin contacto físico: exhibicionismo, masturbación delante del menor, observación del niño desnudo, narración o proyección al menor de historias con contenido erótico o pornográfico;
  • Con contacto físico: tocamientos, masturbación, contactos bucogenitales, penetración.

El abuso sexual infantil en el hogar

El tipo de abuso sexual infantil que ha sido objeto de mayor estudio es el que ocurre dentro del hogar del menor (por un familiar o cuidador cercano, como el padre), debido a su ocurrencia significativa, y al trastorno que implica en la dinámica familiar.

El tipo de abuso sexual por parte de familiares o amistades cercanas implica casi siempre el forzado de maniobras sexuales con contacto corporal.

Las niñas sufren con mayor frecuencia que los niños los abusos sexuales en el seno familiar. Entre un 25 y un 35% de ellas son víctimas de parientes.

Consecuencias de los abusos sexuales en los niños

El impacto de la agresión sexual está condicionado por, al menos, cuatro variables que se hallan interrelacionadas: el perfil individual de la víctima (respecto del cual es más importante que su edad o el sexo el contexto familiar donde vive); las características de la agresión (cuya gravedad es proporcional a la frecuencia, duración y violencia con que se ha producido); la relación entre víctima y abusador (a mayor grado de intimidad entre ambas, mayor impacto de la agresión), y las consecuencias provocadas por el descubrimiento del abuso (sobre todo en lo que se refiere a si el abusado es creído o no; una respuesta inadecuada del entorno de la víctima puede complicar el proceso de recuperación).

Efectos a corto plazo

Entre el 70 y el 80% de las víctimas quedan emocionalmente alteradas después de la agresión (efectos a corto plazo). Las niñas suelen presentar reacciones ansioso-depresivas (muy graves en los casos de las adolescentes) y los niños problemas de fracaso escolar y de socialización, siendo más proclives a presentar alteraciones de la conducta en forma de agresiones sexuales y conductas de tipo violento.

Desde un punto de vista más teórico, el modelo del trastorno de estrés postraumático considera que los efectos son los propios de cualquier trauma: pensamientos intrusivos, rechazo de estímulos relacionados con la agresión, alteraciones del sueño, irritabilidad, dificultades de concentración, miedo, ansiedad, depresión, sentimientos de culpabilidad, etc. (efectos que pueden materializarse físicamente en síntomas como dolor de estómago, de cabeza, pesadillas...).

Por su parte, otro modelo teórico, el traumatogénico, centra su atención en cuatro variables como causas principales del trauma:

  • sexualización traumática: el abuso sexual es una interferencia en el desarrollo sexual normal del niño, por cuanto aprende una vivencia de la sexualidad deformada (especialmente, cuando la agresión se ha producido en el hogar);
  • pérdida de confianza: no solo con el agresor sino con el resto de personas cercanas que no fueron capaces de impedir los abusos;
  • indefensión: el haber sufrido los abusos lleva a la víctima a considerarse incapaz de defenderse ante los avatares de la vida en general, provocando en él actitudes pasivas y de retraimiento;
  • estigmatización: sentimientos de culpa, vergüenza, etc. que minan su autoestima.

Efectos a largo plazo

A largo plazo, aunque los efectos son comparativamente menos frecuentes que a corto plazo, el trauma no solo no se resuelve sino que suele transitar de una sintomatología a otra. Con todo, no es posible señalar un síndrome característico de la adultos que fueron objeto de abusos sexuales en la infancia o adolescencia. Existen numerosos condicionantes de la pervivencia de efectos a largo plazo, como puede ser, entre otros, la existencia en el momento de los abusos de otro tipo de problemas en la vida del niño (maltratos, divorcio de los padres, etc.) e, incluso, en muchos casos los efectos aparecen provocados por circunstancias negativas en la vida adulta (problemas de pareja, en el trabajo, etc.).

Los fenómenos más regulares son las alteraciones en el ámbito sexual, como inhibición erótica, disfunciones sexuales y menor capacidad de disfrute, depresión, falta de control sobre la ira, hipervigilancia en el caso de tener hijos o adopción de conductas de abuso o de consentimiento del mismo, y síntomas característicos de cualquier trastorno de estrés postraumático.

De forma más pormenorizada, pueden señalarse como efectos a largo plazo los siguientes: el abusado puede experimentar síntomas como retrospecciones (recuerdos traumáticos que se imponen vívidamente en contra de la voluntad), inestabilidad emocional, trastornos del sueño, hiperactividad y alerta constante. Por otra parte, también se pueden producir aislamiento, insensibilidad afectiva (petrificación afectiva), trastornos de memoria y de la concentración, fobias, depresión y conductas autodestructivas.

Debido a que el inicio en la vida sexual del menor fue traumático, experimenta sensaciones y conductas distorsionadas en el desarrollo de su sexualidad, como agresividad sexual, conductas inadecuadas de seducción hacia otros, masturbación compulsiva, juegos sexuales, promiscuidad sexual, trastornos de la identidad sexual, prostitución, e incluso llegan a reexperimentar la situación abusiva siendo, posteriormente la pareja de un abusador.

Tratamiento de víctimas y agresores

Las víctimas

La valoración psicológica de un caso de abusos se aborda fundamentalmente a través de la entrevista psicológica al menor y la observación. Básicamente, son dos los tipos de entrevistas que se programan con la víctima: por un lado, aquellas que están encaminadas a investigar lo que ha ocurrido, y por otro las que están orientadas a la intervención sobre el niño como víctima del abuso.

La consecuencia inmediata que se extrae de los primeros contactos con la víctima es si la intervención terapéutica es necesaria o conveniente, pues no todos los menores víctimas de abusos presentan síntomas psicopatológicos que obligan a un tratamiento. Normalmente, determinadas características individuales del menor y de su contexto socio-familiar pueden ser suficientes como para proteger al menor del impacto negativo del abuso.

Se han señalado cuatro criterios básicos que sugieren una mayor urgencia de actuación en un caso de abuso:[6]​ la convivencia del agresor con el niño tras el abuso; la actitud pasiva o de rechazo hacia el niño por parte de su familia; la gravedad del abuso; la ausencia de una supervisión del caso que pudiese evitar nuevos abusos.

Tratamiento del abusador

El abusador de niños es una persona razonablemente integrada en la sociedad, en cualquier caso siempre mucho más que un violador. Suelen carecer de historial delictivo.

El pederasta puede aprender a controlar su conducta, pero no la inclinación pedófila, la cual es causa de sufrimiento en una parte de los pederastas (conscientes de su proclividad a los abusos sexuales) pero no en todos. Por lo demás, no todos los pederastas son pedófilos, pues en muchos casos solo están usando a los niños como sustitutos de adultos a los que no pueden acceder para mantener relaciones sexuales con ellos.

Notas

  1. Enrique Echebúrua y Cristina Guerricaechevarría, Abuso sexual..., pág. 1.
  2. Cf. íbidem, pág. 3.
  3. La diferencia entre los delitos que están registrados oficialmente, cifras manifiestas, y los totales extrapolados del cálculo de número de víctimas de abusos sexuales en una muestra aleatoria.
  4. Íbidem, pág. 12
  5. Cf. íbidem, págs. 27-28.
  6. Cf. íbidem, pág. 65.

Fuentes bibliográficas

  • Bange, Dirk, "Abusos sexuales de los niños", Mente y Cerebro, 32, 2008, págs. 38-43.
  • Barudy, Jorge (1998). El dolor invisible de la infancia. Madrid: Editorial Paidós. ISBN 84-493-0494-6. 
  • Echebúrua, Enrique y Cristina Guerricaechevarría, Abuso sexual en la infancia: víctimas y agresores. Un enfoque clínico, Ariel, Barcelona, 2005 (2ªed.). ISBN 9788434474772
  • Gelitz, Christiane, "Entrevista" a Klaus Beier (responsable de un centro de tratamiento de pederastas), Mente y Cerebro, 32, 2008, págs. 44-47.

Véase también

Enlaces externos